RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 21 de agosto de 2015

GRAN GUERRA, GRAN TRAGEDIA

Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor


Como el gran escritor francés León Bloy, cuando quiero enterarme de las últimas noticias, leo el Apocalipsis; y como él, ya sólo espero al Espíritu Santo y a los cosacos. Aunque no concuerdo con sus apreciaciones sobre la Primera Guerra Mundial.

Pienso que, hoy en día, Rusia, aunque tenga terribles problemas, es la única que tiene fuerza. O al menos, la única que quiere vivir. Europa está podrida. Y España, mi querida España, está llegando a unos niveles de bajeza inusitados. La auto-destrucción, la endofobia… España, esta España a la que tanto quiero y a la que tanto debo da asquito a sí misma.

Con todo, me planteo la génesis del desastre actual y lo que está por venir: La Revolución, por supuesto, aquella que partiendo de Estados Unidos y Francia, tantos millares de muertos ha dejado por entrambos continentes y luego otros colaterales… La Revolución que llevaba en su código genético la pérdida del principio de autoridad tan valorado por San Pablo, que definitivamente se dio a principios del siglo XX. Porque hasta entonces, hubo mucha reticencia. Pero tras la Gran Guerra del 1914 al 1918, toda idea de autoridad monárquica, por más corrompida que estuviera de Alemania a Rusia, acabó desapareciendo. Y ni los Habsburgo ni los Romanov querían la guerra, y de hecho, la evitaron hasta último momento.

Y luego, florecieron los nacionalismos, las divisiones, las mediocridades…. Toda una oleada republicana patrocinada por el mentado imperialismo angloamericano. Esa “autodeterminación” que propagaron los yanquis, curiosamente, quienes más se lo han pasado por el forro, y quienes aprovecharon el percal, con sus papaítos ingleses, para agrandar sus colonias.

 Se perdió lo poco bueno que quedaba del mundo viejo y se consagró todo lo malo del mundo nuevo. Y en Francia, la idea monárquica, si bien presente en una élite patriótica combativa, era más idea que realidad propiamente dicha.

Se perdió la autoridad. Se fue perdiendo la fe. Se perdió la belleza, el sentido común la tradición... La maldita revolución industrial ya asomaba lo que iba a ser esta maldita revolución financiera que hoy padecemos. Ya no cuenta el mérito, el trabajo, el sacrificio... Ya no cuenta nada. Ya no hay nada. Los españoles, emigrando por necesidad. Europa está mal. Y amén de hambre, nos morimos de asco, porque ya no hay caballeros ni batallas. Estamos ante la nada. En la misma iglesia esto ha roto todos los esquemas, en especial desde el Concilio Vaticano II. Muchos curas han sido los peores enemigos del catolicismo, y muchos parecen seguir empeñados en eso. No sólo no han acercado la iglesia al pueblo desterrando la tradición y el magisterio, sino que han utilizado todo para estar cerca del poder que más le ha convenido, unos a la derecha y otros a la izquierda. Otra vez liberales y marxistas entendiéndose, pero en la propia Iglesia. Y se sigue con el complejo de inferioridad ante los protestantes, los mismos que dividieron y ensangrentaron Europa, los que nos trajeron el determinismo, la destrucción de la liturgia, el culto al dinero; los que se aliaron con lo peor del judaísmo, dándole alas políticas y económicas sobre todo desde Inglaterra y Holanda.

En fin, no hemos sabido combatir todo este dilatado proceso, y lo que hoy padecemos, por desgracia, en muy buena medida nos lo merecemos.


La Gran Guerra fue la gran tragedia. Mejor dicho: La consumación de la tragedia. Vivimos la resaca de una tremenda borrachera. Ya es hora de que durmamos la mona y de que despertemos como Dios manda. 

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