Por
Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor
Como
el gran escritor francés León Bloy, cuando quiero enterarme de las últimas
noticias, leo el Apocalipsis; y como él, ya sólo espero al Espíritu Santo y a
los cosacos. Aunque no concuerdo con sus apreciaciones sobre la Primera Guerra
Mundial.
Pienso
que, hoy en día, Rusia, aunque tenga terribles problemas, es la única que tiene fuerza. O al menos, la única
que quiere vivir. Europa está podrida. Y España, mi querida España, está
llegando a unos niveles de bajeza inusitados. La auto-destrucción, la
endofobia… España, esta España a la que tanto quiero y a la que tanto debo da
asquito a sí misma.
Con todo, me planteo la génesis del desastre actual y lo
que está por venir: La Revolución, por supuesto, aquella que partiendo de
Estados Unidos y Francia, tantos millares de muertos ha dejado por entrambos
continentes y luego otros colaterales… La Revolución que llevaba en su código
genético la pérdida del principio de autoridad tan valorado por San Pablo, que definitivamente
se dio a principios del siglo XX. Porque hasta entonces, hubo mucha reticencia.
Pero tras la Gran Guerra del 1914 al 1918, toda idea de autoridad monárquica,
por más corrompida que estuviera de Alemania a Rusia, acabó desapareciendo. Y
ni los Habsburgo ni los Romanov querían la guerra, y de hecho, la evitaron
hasta último momento.
Y luego, florecieron los nacionalismos, las divisiones,
las mediocridades…. Toda una oleada republicana patrocinada por el mentado imperialismo
angloamericano. Esa “autodeterminación” que propagaron los yanquis,
curiosamente, quienes más se lo han pasado por el forro, y quienes aprovecharon
el percal, con sus papaítos ingleses, para agrandar sus colonias.
Se perdió lo poco
bueno que quedaba del mundo viejo y se consagró todo lo malo del mundo nuevo. Y
en Francia, la idea monárquica, si bien presente en una élite patriótica
combativa, era más idea que realidad propiamente dicha.
Se perdió la autoridad. Se fue perdiendo la fe. Se perdió
la belleza, el sentido común la tradición... La maldita revolución industrial
ya asomaba lo que iba a ser esta maldita revolución financiera que hoy
padecemos. Ya no cuenta el mérito, el trabajo, el sacrificio... Ya no cuenta
nada. Ya no hay nada. Los españoles, emigrando por necesidad. Europa está mal.
Y amén de hambre, nos morimos de asco, porque ya no hay caballeros ni batallas.
Estamos ante la nada. En la misma iglesia esto ha roto todos los esquemas, en
especial desde el Concilio Vaticano II. Muchos curas han sido los peores
enemigos del catolicismo, y muchos parecen seguir empeñados en eso. No sólo no
han acercado la iglesia al pueblo desterrando la tradición y el magisterio,
sino que han utilizado todo para estar cerca del poder que más le ha convenido,
unos a la derecha y otros a la izquierda. Otra vez liberales y marxistas
entendiéndose, pero en la propia Iglesia. Y se sigue con el complejo de
inferioridad ante los protestantes, los mismos que dividieron y ensangrentaron
Europa, los que nos trajeron el determinismo, la destrucción de la liturgia, el
culto al dinero; los que se aliaron con lo peor del judaísmo, dándole alas
políticas y económicas sobre todo desde Inglaterra y Holanda.
En fin, no hemos sabido combatir todo este dilatado
proceso, y lo que hoy padecemos, por desgracia, en muy buena medida nos lo
merecemos.
La Gran Guerra fue la gran tragedia. Mejor dicho: La
consumación de la tragedia. Vivimos la resaca de una tremenda borrachera. Ya es
hora de que durmamos la mona y de que despertemos como Dios manda.
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