RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

lunes, 24 de agosto de 2015

DE LA HIDALGUÍA COMO EMBRIÓN DEL FUTURO

Caballero de la mano en el pecho, El Greco: imagen de wikimedia
 
 
 
LA RENACENCIA POR LAS OBRAS
 
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
 
 
"Respondit Iesus et dixit ei: Amen, amen dico tibi, nisi quis renatus fuerit denuo, non potest videre regnum Dei".
 
"Respondió Jesús: en verdad, en verdad te digo que quien no naciere de nuevo no podrá entrar en el reino de Dios".
 
(Juan 3, 5)
 
 
No es insólito que en épocas oscuras, cuando los viles se imponen con su confusión y chabacanería, la nostalgia del orden tradicional fulgure aquí y allí todavía. Encontramos hoy este fenómeno en todos aquellos (no son pocos) que se interesan por la genealogía y la heráldica, por poco profesionalizada que esté su curiosidad. Existe toda una industria que genera la ilusión de que cualquiera puede tener escudo nobiliario, mientras alimenta la no menos ilusa idea de hacer concebir al ingenuo que, por el simple hecho de tener el mismo apellido que tuvieron ilustres personalidades pretéritas, se pueda arrogar estar éste emparentado con aquellos: es algo que ocurre entre el vulgo menos informado, pero no por ello deja de ser un síntoma de esa nostalgia por algo que todavía resplandece, incluso en las democracias más hostiles desde su fundación a todo lo aristocrático, así ocurre hoy en Estados Unidos de Norteamérica. Los aristócratas más puntillosos se estremecerían ante este fenómeno generalizado que amenaza con democratizar la sangre azul que otrora fue privilegio, siendo hoy una carga fiscal; pero el hecho es que hubo una España en que era posible acceder a la hidalguía, llegó a haber "hidalgos de bragueta" y, en Euskalherría sin ir más lejos, la hidalguía era universal.
 
 
EJEMPLARIDAD Y CONTINUIDAD
 
 
Alfonso García Valdecasas, en aquel precioso ensayo titulado "El hidalgo y el honor", afirmaba que: "La ejemplaridad y la continuidad eran los dos secretos que el lenguaje heráldico quería figurar. Ese lenguaje, repito, lo hemos olvidado. Pero los principios que expresaba han de importarnos hoy, mañana y siempre. Pues, en definitiva, ejemplo y tradición es lo que hace posible que haya progreso en la historia humana".
 
La sociedad moderna se caracteriza por haber hecho ímprobos esfuerzos por suprimir hasta el último vestigio de "ejemplaridad" y "continuidad", suplantando la ejemplaridad por la sobrevalorada espontaneidad (tantas veces destructiva), mientras simultáneamente se suplanta la "continuidad" por la no menos sobrevalorada "discontinuidad" (revolucionaria).
 
Esto puede verse en el arte, campo en el que, en vez de seguir el ejemplo de los clásicos (sin que ello signifique copiarlos), se apostó desde las vanguardias por la "espontaneidad"; en la misma enseñanza se han ido imponiendo modelos pedagógicos que abogan por la espontaneidad (la "creatividad" del alumno, dicen) y hasta se encuentran preocupantes rasgos de esto en la misma religión que parece haber arrinconado el género hagiográfico, para dar lugar a accesos de supuesta "originalidad" de la experiencia religiosa, confundiendo sentimentalismo y emociones con mística; digamos que el género de las vidas de santos cumplía antaño una función realmente eficaz, mostrando a los fieles que el seguimiento de Cristo, su imitación, era posible a hombres y mujeres tan defectuosos como cada uno de nosotros.
 
En cuanto a la "continuidad" hay que decir que toda mentalidad revolucionaria alimenta una animadversión irracional contra la continuidad de lo que precede a la revolución, puesto que el pretexto para instaurarse es la ruptura con el pasado, en virtud de la falsa idea de la necesidad de destruir el orden anterior (el Antiguo Régimen, p. ej.) para dar lugar a otro nuevo, alumbrando así un mundo nuevo (que presuntuosa y presumiblemente será mejor que el antiguo). Hasta las más diversas teorías de la naturaleza han sufrido el efecto de las revoluciones políticas y sociales. Si Georges Cuvier (1769-1832) no hubiera vivido la revolución francesa, ¿hubiera postulado su teoría del catastrofismo geológico? La revolución, más o menos cruenta, impone un calendario propio: baste recordar los esfuerzos de los revolucionarios franceses por sustituir nuestros meses por sus Fructuarios, Vendimiarios, etcétera. La revolución intenta cancelar un tiempo que censura como viejo y caduco, para imponer un tiempo nuevo que, si renuncia a la continuidad con lo anterior, aspira a crear su propia continuidad.
 
El mito revolucionario se alimenta de la discontinuidad rupturista contra la continuidad tradicional y de la presunta creatividad contra la ejemplaridad de los modelos anteriores. Pero, sin embargo, es tal la fuerza que ejerce sobre los pueblos la reminiscencia del orden tradicional (ejemplaridad y continuidad) que, pese a todas las revoluciones y sus estragos, basta que un grupo humano conserve, custodie y defienda la tradición para que ésta no desaparezca del todo incluso en el peor de los escenarios. A veces, este gran servicio a la comunidad, tiene que recurrir al secreto, como bien lo advertía Mircea Eliade, que sabía bastante bien de lo que hablaba por experiencia propia: "La segunda razón del esfuerzo del secreto es más bien de orden histórico: el mundo cambia, aun entre los "primitivos", y ciertas tradiciones ancestrales corre el riesgo de alterarse; para evitar el deterioro, las doctrinas están de más en más selladas con el secreto. Es el fenómeno muy conocido de la ocultación de una doctrina cuando la sociedad que la conservaba se encuentra en vías de transformarse radicalmente". Y si no es en el secreto, estos grupos trabajarán -en las épocas oscuras cuando imperan las fuerzas destructivas de la revolución- en los márgenes de la oficialidad hegemónica, como lo hicieron los mozárabes de San Eulogio en la Córdoba ocupada.
 
LA HIDALGUÍA ESPAÑOLA
 
Hubo un tiempo en España en que no había joven intelectual que no tuviera en su cuarto de estudio una reproducción de "El Caballero de la mano en el pecho" de El Greco. Era el icono de uno de los motivos fundamentales más caros a la tradición hispánica: la hidalguía. Más arriba me he referido al ensayo de Alfonso García Valdecasas, "El hidalgo y el honor", tan recomendable como texto propedéutico a lo que aquí nos proponemos.
 
En la hidalguía se concentra uno de los modelos humanos más hispánicos de cuantos podemos ofrecer para contrarrestar la desorientación producida por la revolución que padecemos, elevando la "ejemplaridad" y la "continuidad" contra las hostiles, falsas y destructivas "creatividades" y "discontinuidades" revolucionarias. Se requeriría, por lo tanto, una noción de lo que ha sido la "hidalguía" para España. Y para quien pretenda acercarse al asunto digamos que la hidalguía lo ha sido casi todo: ha sido prácticamente el elemento que restauró colectivamente nuestra nación, tras la pérdida de España en el aciago año 711. El gran problema que presenta la hidalguía es de carácter óptico: expliquémonos, cuando hablamos de "hidalguía" y de "hidalgos" lo primero a lo que vamos es a la época en que ya decaían. Y es entonces que, cuando emprendemos la tarea de figurarnos al hidalgo, nos encontramos con el más famoso de cuantos registra la literatura universal: ese D. Quijote de la Mancha que, muchas veces se nos olvida, dejó de ser hidalgo para recrearse a sí mismo como caballero andante, en toda su grandeza y en toda la ridiculez que transmite Cervantes. O aquel hidalgo que Cadalso nos presenta en sus "Cartas Marruecas", paseándose por la calle para regodearse en la piedra armera que ostentaba los blasones de su fachada. Y eso, claro que sí, es hidalguía, pero no es la hidalguía auroral, sino la crepuscular. Y no puede ser esa la hidalguía que quepa reclamar, puesto que es triste sombra de lo que fue; pudiérase decir que, para el tiempo de los hidalgos de triste figura, la hidalguía agonizaba presta a desaparecer.
 
El hidalgo era, como todo el mundo debe saber, el que ocupaba el rango más bajo de la nobleza hispánica. Alfonso X el Sabio los definía como: "fijos de bien, porque fueron escogidos de buenos logares et algo, que quiere tanto dezir en lenguaje de España como "bien"...". Sus características en la Edad Media eran ser "hombre libre" y "exento por linaje" de pagar impuestos (pechos), lo que lo distinguía de los pecheros.
 
Cuando se ha ensayado la genealogía de este grupo social hispánico se ha especulado con diversas teorías, siendo la más desatinada y extravagante la que ofrece Américo Castro. Éste, en su obsesión por islamizar toda nuestra tradición hispánica (o en su defecto, judaizarla), vino a afirmar, contra toda evidencia incluso filológica, que "En suma, fijo d'algo es adaptación de una expresión árabe [...] es hipótesis la correspondencia de fijo d'algo con ibn al-joms, pero no lo es que fijo d'algo lingüística e institucionalmente sea una incrustación más del Islam". Lo que tendrá que ver "ibn al-joms" con "hijo de algo" es un misterio insondable que solo encontraría explicación en los delirios de Américo Castro. 

A la hora de tratar el término de "infanzón" (éste vocablo, según la época, equivalía al de hidalgo y estaba más extendido entre navarros y aragoneses), Américo Castro sostiene que la palabra "infante" (de donde "infanzón") tuvo que ser "introducido por mozárabes cultos, que tendían a mantener el latinismo como medida defensiva y distintiva". Como suele pasar con todas las alucinaciones de Américo Castro, los estudios históricos más solventes prueban todo lo contrario.
 
 
Don Claudio Sánchez-Albornoz

 
D. Claudio Sánchez-Albornoz que sí estudió científicamente las peculiaridades del embrión de nuestra reconquista muestra que, en su origen, el reino astur-leonés estaba organizado en una estructura social que presidía la realeza, secundada por un reducido número de "comites" e "imperantes", a los que seguían "los infanzones, llamados también filli benenatorum. Estaban exentos de tributos; gozaban de un wergeld* o valor penal de 500 sueldos y de algunos privilegios procesales que les diferenciaban del común del pueblo; podían poblar sus tierras con gentes allegadizas; recibían prestimonios o soldadas con cargo al servicio de guerra y llegaron a adquirir inmunidad en sus casas. Habían heredado el status jurídico y fiscal que los filii primatum habían adquirido en los últimos tiempos de la monarquía visigoda y lo habían ampliado".
 
Tanto el término "infanzón" al que derivó la expresión latina "filii benenatorum" (hijos de los bien nacidos, literalmente), como el de "hijodalgo", muestra filológicamente que ambos términos son derivados hispánicos del latín, sin que ninguno de los dos tenga nada que ver con las especulaciones arabizantes de Américo Castro. Estos infanzones, precisa Sánchez-Albornoz, serían los legítimos sucesores del rol que habían desempeñado los "filii primatum" de los postreros visigodos. Y fueron, como demuestra Sánchez-Albornoz, los protagonistas de la mayor empresa de nuestra reconquista: la del repoblamiento de los territorios reconquistados. Y estas gentes que poblaron los territorios fronterizos eran soldados-campesinos que, poco a poco, fueron reconocidos por la fuerza de los hechos, por la imperiosa necesidad que había de ellos, por el valiosísimo servicio que prestaban, gozando de los derechos de los nobles, con su exención tributaria, su wergeld de 500 sueldos, la plenitud de derechos penales y procesales, la posibilidad de poblar sus heredades con advenientes y escotas libres de toda relación señorial y con autorización para entrar a su vez en vasallaje de un señor. "Gozaban -dice el eximio historiador- de los derechos de los nobles pero no se confundían con ellos". En todo tenemos aquí pintados a los hidalgos originales: "La nobleza hispana -añade Sánchez-Albornoz- de los siglos cruciales de nuestra historia procedía así en gran parte de esos hombres libres que, en el siglo IX, nacieron en el valle del Duero".
 
Como puede verse, estamos ante el macizo de la raza que hizo España, la masa de los antepasados que le darán el tono predominante a la raza parda: un brillo que todavía sigue fulgurando, a través de los siglos, en la oscuridad imperante.
 
Por más que su esplendor auroral se haya cubierto por la costra, ese sector de hombres libres, "hijos de los bien nacidos", "hijos de algo", "hijosdalgo", "hidalgos" (fidalgos en Portugal) fueron los que reconquistaron con sus brazos nuestra tierra, los que la conservaron y custodiaron en la dura vida de frontera, expuesta siempre a las acometidas del enemigo extranjero invasor, cuyos reductos ocupados confinaban con nuestras lindes. Conforme se ganaba territorio y mientras había enemigos se mantuvieron fuertes, manteniendo privilegios, pero con la completa reintegración de España era de esperar que este estamento languideciera y, siendo el más bajo de la nobleza, fuese perdiendo prestigio y correlativamente derechos: veremos a los hidalgos pleiteando en las Chancillerías, para hacerse reconocer en las villas en que se instalan, reacias siempre a librar de impuestos a la vecindad, los veremos pobres, disimulando sus penurias, en "El Lazarillo" o los veremos en "El Buscón" formando cofradías de socorro y ayuda mutua: es una casta que va desdibujándose y que a duras penas llega al siglo XIX, habiendo sido severamente perjudicada por las reformas ilustradas.
 
Pero la hidalguía siempre ejercerá una fascinación en el español. No sólo son los blasones que transmiten la "ejemplaridad" de unos antepasados, tantas veces truncada en su continuidad por descendientes indignos. Está incrustada en el inconsciente colectivo de España, sigue alentando en el ideal del español de todos los tiempos, aunque en nuestra época no puede extrañarnos que ello sea en todo lo peor. Ahí tenemos a los "aforados" actuales como ejemplo de grupo privilegiado que, en 2014, ascendían a unos 17.621 (2000 de ellos políticos). Una mentalidad tradicional no está contra los privilegios, siempre y cuando a esos derechos les correspondan unas obligaciones; pero hoy pasa que a los derechos que algunos ostentan no parece que les correspondan unas obligaciones proporcionadas. Por supuesto que estos aforados de hoy poco tienen de hidalgos, ni siquiera con los decrépitos hidalgos crepusculares que, en su miseria, todavía tenían honor y nada podríamos encontrar que asemeje a estos "aforados" de hoy con aquellos recios hidalgos aurorales.
 
Decía Huarte de San Juan, en su magnífico "Examen de ingenios" que: "La república hace también hidalgos; porque, en saliendo un hombre valeroso, de grande virtud y rico, no le osa empadronar, pareciéndoles que es desacato y que merece por su persona vivir en libertad y no igualarle con la gente plebeya. Esta estimación, pasando a los hijos y nietos, se va haciendo nobleza".
 
Reflexionando sobre la genealogía de esta particularidad hispánica, Huarte de San Juan venía a decirnos que: "El español que inventó este nombre, hijodalgo, dio bien en entender la doctrina que hemos traído. Porque, según su opinión, tienen los hombres dos géneros de nacimiento: el uno es natural, en el cual todos son iguales, y el otro, espiritual. Cuando el hombre hace algún hecho heroico o alguna extraña virtud y hazaña, entonces nace de nuevo, y cobra otros mejores padres, y pierde el ser que antes tenía; ayer se llamaba hijo de Pedro y nieto de Sancho; ahora se llama hijo de sus obras (de donde tuvo su origen el refrán castellano que dice "cada uno es hijo de sus obras. Y porque las buenas y virtuosas [obras] llama la divina Escritura "algo", y a los vicios y pecados "nada", compuso este nombre, hijosdalgo; que querrá decir ahora:"Descendiente del que hizo alguna extraña virtud por donde mereció ser premiado del rey o de la república, él y todos sus descendientes para siempre jamás". La ley de la Partida dice que hijodalgo quiere decir hijo de bienes. Y si entiende de bienes temporales, no tiene razón; porque hay infinitos hijosdalgo pobres, e infinitos ricos que no son hijosdalgo. Pero si quiere decir hijo de bienes que llamamos virtudes, tiene la mesma significación que dijimos".

UNA RENACENCIA POR LAS OBRAS
 
Huarte de San Juan reconoce dos hidalguías: la heredada que viene de los ancestros que la cobraron y la que puede adquirirse por uno mismo mediante las obras. En ello están al unísono todos nuestros más grandes clásicos, recuérdese aquella cervántica frase: "Cada cual es hijo de sus obras". La nobleza adquirida es fuente de obligaciones, no sólo de derechos: y esto lo comprende cualquiera, siendo la primera obligación comportarse cual "hijo de algo" y no "hijo de ninguno". Bien nos lo recordaba García Valdecasas: "El tener ascendientes nobles no es más que una causa de obligación. Cada cual, por consiguiente, tiene que ser hijo de sus propias obras y justificarse por ellas. En el "Victorial", al que no hacía obras dignas de su estado y progenitores, se le llama "hijo de ninguno"." Huarte de San Juan, en sintonía con el "Victorial", alega que: "Todo el tiempo que el hombre no hace algún hecho heroico se llama, en esta significación, hijo de nada, aunque por sus antepasados tenga nombre de hijodalgo".
 
Muy interesante nos parece que Huarte de San Juan recurra a esa explicación diríamos que mística del "segundo nacimiento", incluso trae para justificarla el pasaje del Evangelio de San Juan, cuando Nicodemo acude a Cristo perplejo por algunas frases y Cristo le recuerda que es necesario un "segundo nacimiento". Obviamente, en el pasaje evangélico, Cristo se está refiriendo al bautismo y Huarte de San Juan, más que de un segundo nacimiento nos estaría, propiamente hablando, de un tercer nacimiento.

Habría por lo tanto como tres nacimientos:
 
-El nacimiento natural, por el cual todos somos iguales, hijos de Adán y Eva -decía Fernando de Rojas en "La Celestina".
 
-El nacimiento espiritual que, por las aguas del bautismo, nos hace renacidos en Cristo: "renatos".
 
-Y una suerte de tercer nacimiento que es el que procura el hombre por sus obras dado que, a la postre y muy español esto: "Obras son amores y no buenas razones".
 
Es imposible olvidar que este prestigio de las obras está en consonancia con el espíritu del Concilio de Trento que fue hechura de teólogos españoles, hijos de algo por su abolengo y, en su defecto, por sus obras.
 
Se advierte en todo ello que esta doctrina de la hidalguía, sustentada en nuestra mejor literatura, lleva aparejada a ella unas potencialidades inéditas de despliegue vital, de realización personal, familiar y social, eminentemente movilizadoras, frente a esa percepción anquilosada, pasiva e inoperante de una "hidalguía" decrépita que se autosatisface con un pasado momificado en árboles genealógicos y escudos heráldicos, frente a esa hidalguía que se preocupa de lo superficial y accesorio, ajena a la realidad y bien olvidada de que el aristócrata, cuando lo vale, no lo es sólo aristócrata por su esclarecido linaje, sino por las hazañas y  proezas que está llamado a hacer. No estamos ante un producto ideológico, sino ante un ideal de excelencia humana, siempre beneficioso a cualquier sociedad. Pero, ¿podría este ideal volverse a poner en pie?
 
Es bastante difícil que a día de hoy, cuando lo que se protege son conductas incluso delictivas y criminales, cuando se premia desproporcionadamente aptitudes que poco redundan en la defensa y el bien efectivos de la sociedad (pensemos simplemente en los sueldos de los futbolistas), podamos hacernos ilusiones de que el Estado en su actual configuración, valedor del estado de cosas vigente, venga a conceder un estatuto ventajoso a cuantos son descendientes de hidalgos dignos de tales o a cuantos merecerían en épocas más felices el honor de ser hidalgos. Pero sí que cabe que ciertas instituciones más o menos veteranas extiendan públicamente la condición de hidalguía a los hombres y mujeres dignos de merecerla por sus obras y esto se puede hacer, se está haciendo, aunque el bien no gaste las estentóreas estridencias que el mal gasta.
 
En esa línea sí que cabe el tercer nacimiento: el renacer como hidalgos. Y a esta tarea debieran emplearse cuantas organizaciones legales se apliquen a la reconstrucción de una sociedad devastada por la imposición revolucionaria que erige la discontinuidad y las más estrafalarias y falsarias "originalidades" como mecanismos destructores de todo lo que hace a una sociedad sana y bien ordenada: la ejemplaridad y la continuidad de lo que merece continuarse. Y, en muchos casos, reanudarse.


BIBLIOGRAFÍA

García Valdecasas, Alfonso, "El hidalgo y el honor".

Castro, Américo, "España en su historia. Cristianos, moros y judíos".

Sánchez-Albornoz, Claudio, "Sobre la libertad humana en el reino asturleonés hace mil años".

Sánchez-Albornoz, Claudio, "Orígenes de la Nación Española: el Reino de Asturias".

Huarte de San Juan, Juan, "Examen de ingenios para las ciencias".

Caro Baroja, Julio, "Lope de Aguirre, 'traidor'".

Maeztu, Ramiro de, "Defensa de la hispanidad".

García Morente, Manuel, "Idea de la hispanidad".

Nota:

Wergeld (también "weregild", "wergild", "weregeld") era una modalidad de compensar al damnificado que tuviera ese derecho mediante pago, en reparación por cualquier crimen. Era lo que en nuestros archivos se decía "hidalgo de devengar 500 sueldos". 

No hay comentarios:

Publicar un comentario