RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

domingo, 15 de diciembre de 2013

LA CENSURA DEMOCRÁTICA



Luis Gómez

Decía el poeta, ensayista y anarquista peruano Manuel González Prada: “Cuando faltan garantías para censurar a las autoridades, cuando en las graves cuestiones políticas, religiosas y sociales no se puede emitir libremente las ideas, los hombres enmudecen o consagran toda su fuerza intelectual a discusiones insípidas, rastreras y ridículas”. Y por desgracia esto es así en la actualidad. Estamos literalmente atiborrados de información, no podemos humanamente digerir todos y cada uno de los acontecimientos que suceden en el mundo, pues ahora, lo importante ya no es lo local, lo cercano, lo “humano” sino lo global, lo internacional. Podemos ver como un vecino, un conocido, o alguien de nuestro entrono padece una injusticia, y comprobamos como sus gritos y su dolor son silenciados por la prensa plural y democrática. A cambio, para satisfacer la curiosidad y el morbo de sus adoctrinados, nos bombardean con imágenes de catástrofes y de hambrunas ocurridas a miles de kilómetros de distancia. Terribles todas ellas, pero en las que poco o casi nada puede hacer el lector por evitarlas o paliarlas, salvo rezar, y eso, sólo si lo haces en privado, pues en público serías también serías censurado.
Mientras tanto, se silencia el problema del vecino paredaño.  Gracias a las redes de información de masas, los medios de comunicación discriminan sus noticias a favor de oscuros intereses, y las informaciones que presentan a su público, sirven –ahora igual que siempre- de ayuda a los intereses partidistas u oligárquicos del momento.

Legiones de individuos anodinos y desinformados, acuden día a día a sus puestos de trabajo o a las tertulias cafeteras de sus lugares de residencia, con una gran cantidad de argumentos por los que discutir. Nunca hubo sociedad en la Historia de la humanidad más desinformada que la actual. Pero al mismo tiempo diremos que, nunca tantos lectores y ávidos consumidores de noticias, se esmeraron tanto en leer, visionar y consumir tantísima información, para saber tan poco e ignorar tanto.


 Recientemente estuve en un acto en el que el gran historiador nacional don Pío Moa presentaba su penúltima obra, “Sonaron gritos y golpes a la puerta”. Una novela de carácter histórico en la que los personajes viven sus andanzas durante un periodo crítico de la historia de España, del cual, Moa, es un avezado conocedor. Durante su exposición tuve el disgusto de saber que los medios oficiales, estos que están todo el día dándole a la matraca con los derechos y las libertades, no se habían hecho eco de su publicación.
Todos sabemos que don Pio Moa es un sujeto molesto para los oficialistas, pues sus libros, desmitifican y abundan en datos sobre acontecimientos muy recordados, pero poco y bien investigados. Esos autores de historia ficción, esos sujetos escribidores del libros al dictado de los intereses políticos, sirven muy bien para vender libros y asentar la mentira y el error en la sociedad, y por supuesto, si alguien contradice o refuta esas teorías, es maldito por el Sistema y condenado al ostracismo mediático.
Así, tenemos en España un elenco de grandes historiadores, de investigadores de primer nivel, que sistemáticamente son silenciados y vilipendiados por las fuerzas represoras del Sistema Democrático actual. La denuncia parte de los partidos políticos, y los medios de comunicación, serviles al poder, repito, -ahora y antes- ejecutan los mandatos de sus amos con obstinada perfección, dando orden a sus trabajadores de no hablar de esos escritores, pues están “malditos por el poder oficial”; y si algún periodista hablara de ellos, si lo hiciera libremente en un alarde de actitud democrática y de libertad de opinión, se verían castigados con un severo recorte de publicidad institucional en su medio por parte de los poderes "fácticos", cuando no despedidos sin tardanza de sus puestos de trabajo y enviados a trabajos de "reeducación social".


Así tenemos que autores como Pio Moa, Ricardo de la Cierva incluso D. Luis Suárez, son vilipendiados, o anatemizados por la prensa y los medios oficiales, pues sus posturas y libros no son “afectas al régimen” actual, y por lo cual, a falta de poder ser “depurados” se deben silenciar sus nombres para que la sociedad no los lea, no los escuche y no les preste atención.

Mientras esto ocurre, en las televisiones aparecen personajes simpatiquísimos. Escritores sin gusto ni carácter, pero dóciles y obedientes, cuyas obras  son introducidas en los hogares de los desinformados a golpe de subvención y vía fascículo periodístico. El silencio de estos escribidores al dictado sobre este asunto los hace más despreciables, pues ser tildado por sus medios de “gran historiador” sin tener enfrente a nadie que te lleve la contraía, es como recibir el alago del esclavo, que en su situación, no puede decir otra cosa, pues peligra su modo de vida.   

sábado, 14 de diciembre de 2013

LA EPOPEYA VILIPENDIADA: LOS REALISTAS HISPANOAMERICANOS (I)

Por Antonio Moreno Ruiz




BANDERAS OLVIDADAS

Banderas olvidadas,
De un pasado no muy lejano,
Banderas que aldabones,
Presentes están tocando.


Banderas del Rey,
Banderas olvidadas,
Defendidas por tantos americanos,
En horas señaladas.


Olvidada cuando no vilipendiada,
La sangre que tan generosamente,
Se derramó luchando por banderas,
Españolas, americanas, dolientes.

NUESTRA UNIDAD



Epílogo de Historia de los Heterodoxos Españoles

"¿Qué se deduce de esta historia? A mi entender, lo siguiente:

Ni por la naturaleza del suelo que habitamos, ni por la raza, ni por el carácter, parecíamos destinados a formar una gran nación. Sin unidad de clima y producciones, sin unidad de costumbres, sin unidad de culto, sin unidad de ritos, sin unidad de familia, sin conciencia de nuestra hermandad ni sentimiento de nación, sucumbimos ante Roma tribu a tribu, ciudad a ciudad, hombre a hombre, lidiando cada cual heroicamente por su cuenta, pero mostrándose impasible ante la ruina de la ciudad limítrofe o más bien regocijándose de ella. Fuera de algunos rasgos nativos de selvática y feroz independencia, el carácter español no comienza a acentuarse sino bajo la denominación romana. Roma, sin anular del todo las viejas costumbres, nos lleva a la unidad legislativa, ata los extremos de nuestro suelo con una red de vías militares, siembra en las mallas de esa red colonias y municipios, reorganiza la propiedad y la familia sobre fundamentos tan robustos, que en lo esencial aún persisten; nos da la unidad de lengua, mezcla la sangre latina con la nuestra, confunde nuestros dioses con los suyos y pone en los labios de nuestros oradores y de nuestros poetas el rotundo hablar de Marco Tulio y los hexámetros virgilianos. España debe su primer elemento de unidad en la lengua, en el arte, en el derecho, al latinismo, al romanismo.

Pero faltaba otra unidad más profunda: la unidad de la creencia. Sólo por ella adquiere un pueblo vida propia y conciencia de su fuerza unánime, sólo en ella se legitiman y arraigan sus instituciones, sólo por ella corre la savia de la vida hasta las últimas ramas del tronco social. Sin un mismo Dios, sin un mismo altar, sin unos mismos sacrificios; sin juzgarse todos hijos del mismo Padre y regenerados por un sacramento común; sin ver visible sobre sus cabezas la protección de lo alto; sin sentirla cada día en su hijos, en su casa, en el circuito de su heredad, en la plaza del municipio nativo; sin creer que este mismo favor del cielo, que vierte el tesoro de la lluvia sobre sus campos, bendice también el lazo jurídico que él establece con sus hermanos y consagra con el óleo de la justicia la potestad que [1037] él delega para el bien de la comunidad; y rodea con el cíngulo de la fortaleza al guerrero que lidia contra el enemigo de la fe o el invasor extraño, ¿qué pueblo habrá grande y fuerte? ¿Qué pueblo osará arrojarse con fe y aliento de juventud al torrente de los siglos?

Esta unidad se la dio a España el cristianismo. La Iglesia nos educó a sus pechos con sus mártires y confesores, con sus Padres, con el régimen admirable de sus concilios. Por ella fuimos nación, y gran nación, en vez de muchedumbre de gentes colecticias, nacidas para presa de la tenaz porfía de cualquier vecino codicioso. No elaboraron nuestra unidad el hierro de la conquista ni la sabiduría de los legisladores; la hicieron los dos apóstoles y los siete varones apostólicos; la regaron con su sangre el diácono Lorenzo, los atletas del circo de Tarragona, las vírgenes Eulalia y Engracia, las innumerables legiones de mártires cesaraugustanos; la escribieron en su draconiano código los Padres de Ilíberis: brilló en Nicea y en Sardis sobre la frente de Osio, y en Roma sobre la frente de San Dámaso; la cantó Prudencio en versos de hierro celtibérico: triunfó del maniqueísmo y del gnosticismo oriental, del arrianismo de los bárbaros y del donatismo africano: civilizó a los suevos, hizo de los visigodos la primera nación del Occidente; escribió en las Etimologías la primera enciclopedia; inundó de escuelas los atrios de nuestros templos; comenzó a levantar, entre los despojos de la antigua doctrina, el alcázar de la ciencia escolástica por manos de Liciano, de Tajón y de San Isidoro; borró en el Fuero juzgo la inicua ley de razas; llamó al pueblo a asentir a las deliberaciones conciliares; dio el jugo de sus pechos, que infunden eterna y santa fortaleza, a los restauradores del Norte y a los mártires del Mediodía, a San Eulogio y Álvaro Cordobés, a Pelayo y a Omar-ben-Hafsun; mandó a Teodulfo, a Claudio y a Prudencio a civilizar la Francia carlovingia; dio maestros a Gerberto; amparó bajo el manto prelaticio del arzobispo D. Raimundo y bajo la púrpura del emperador Alfonso VII la ciencia semítico-española... ¿Quién contará todos los beneficios de vida social que a esa unidad debimos, si no hay, en España piedra ni monte que no nos hable de ella con la elocuente voz de algún santuario en ruinas? Si en la Edad Media nunca dejamos de considerarnos unos, fue por el sentimiento cristiano, la sola cosa que nos juntaba, a pesar de aberraciones parciales, a pesar de nuestras luchas más que civiles, a pesar de los renegados y de los muladíes. El sentimiento de patria es moderno; no hay patria en aquellos siglos, no la hay en rigor hasta el Renacimiento; pero hay una fe, un bautismo, una grey, un pastor, una Iglesia, una liturgia, una cruzada eterna y una legión de santos que combaten por nosotros desde Causegadia hasta Almería, desde el Muradal hasta la Higuera. [1038]

Dios nos conservó la victoria, y premió el esfuerzo perseverante dándonos el destino más alto entre todos los destinos de la historia humana: el de completar el planeta, el de borrar los antiguos linderos del mundo. Un ramal de nuestra raza forzó el cabo de las Tormentas, interrumpiendo el sueño secular de Adamastor, reveló los misterios del sagrado Ganges, trayendo por despojos los aromas de Ceilán y las perlas que adornaban la cuna del sol y el tálamo de la aurora. Y el otro ramal fue a prender en tierra intacta aun de caricias humanas, donde los ríos eran como mares, y los montes, veneros de plata, y en cuyo hemisferio brillaban estrellas nunca imaginadas por Tolomeo ni por Hiparco.

¡Dichosa edad aquélla, de prestigios y maravillas, edad de juventud y de robusta vida! España era o se creía el pueblo de Dios, y cada español, cual otro Josué, sentía en sí fe y aliento bastante para derrocar los muros al son de las trompetas o para atajar al sol en su carrera. Nada aparecía ni resultaba imposible; la fe de aquellos hombres, que parecían guarnecidos de triple lámina de bronce, era la fe, que mueve de su lugar las montañas. Por eso en los arcanos de Dios les estaba guardado el hacer sonar la palabra de Cristo en las más bárbaras gentilidades; el hundir en el golfo de Corinto las soberbias naves del tirano de Grecia, y salvar, por ministerio del joven de Austria, la Europa occidental del segundo y postrer amago del islamismo; el romper las huestes luteranas en las marismas bátavas con la espada en la boca y el agua a la cinta y el entregar a la Iglesia romana cien pueblos por cada uno que le arrebataba la herejía.

España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes de taifas.

[...]

Edita doctrina sapientum templa serena!"


7 de Junio de 1882

Marcelino Menéndez y Pelayo

jueves, 12 de diciembre de 2013

INFILTRACIONES DEL OCULTISMO EN EL TRADICIONALISMO ESPAÑOL (II PARTE)



Jacques Cazotte
 
LOS OCULTISTAS CONTRA LA REVOLUCIÓN
 
Por Manuel Fernández Espinosa

Quedó establecido con anterioridad a estas líneas una aproximación al concepto de ocultismo (en su vertiente teórica y en su vertiente práctica) y también quedó sentado que el ocultismo se entreveraba en los ambientes legitimistas franceses.
El “tradicionalismo” constituyó toda una reacción intelectual (tras la derrota definitiva de Napoleón Bonaparte) contra la revolución francesa. La revolución había querido aplastar el Trono y el Altar y los pensadores tradicionalistas (tambien sus publicistas) respondieron a la ofensiva revolucionaria, alzándose como contrarrevolucionarios que abogaban por los fueros de la “tradición” (religiosa y política), oponiendo la “tradición” al concepto ilustrado de “Razón” que, en su virulencia enciclopedista, había sido -la Razón- la bandera en la que se envolvieron los revolucionarios para cometer sus desmanes y subvertir el orden tradicional. Con el sistema de la Restauración que se estableció con el Congreso de Viena y la red de alianzas de los monarcas absolutistas, se impuso la restauración del Trono y del Altar y fue así como una serie de autores emprendió la tarea de justificar filosóficamente las bondades del Antiguo Régimen que habían sido derrocadas por los revolucionarios de 1789: era la hora de reconstruir lo devastado. El tradicionalismo supuso, justo es admitirlo, una profundización en el concepto de "tradición", dilucidando las bases sobre las que tenía que asentarse la sociedad humana, el orden y la paz.
En este sentido hay que entender la obra de Joseph de Maistre, la de Luis de Bonald, Hugo Felicidad-Roberto de Lammennais, la de nuestro Juan Donoso Cortés, la de Luis Bautain, Agustín Bonetty, Felipe Olimpio Gerbet, la del alemán Friedrich von Gentz, la del belga Gerardo Casimiro Ubaghs, la del italiano Ventura de Raulica y la de tantos otros que suelen ser catalogados como "tradicionalistas" o "tradicionalistas mitigados". El tradicionalismo es, por lo tanto, un movimiento intelectual que cuenta en sus filas con autores nativos de casi todos los países europeos que han sufrido la revolución francesa y su onda expansiva que fue la guerra que Napoleón extendió a toda Europa, desde España hasta Rusia. Hablar con propiedad de “tradicionalistas” en fecha anterior a la primera mitad del siglo XIX solo puede ser entendido como una licencia poética. La “tradición” siempre existió; en cambio, el “tradicionalismo” no es más que el rearme de la sociedad que ha sufrido las convulsiones tremendas de la revolución.
La revolución francesa, a diferencia de las a ella anteriores (revoluciones inglesa y norteamericana), no sólo fue una inspiración. La revolución francesa fue una hecatombe religiosa, un holocausto político, una subversión social y un tremebundo acontecimiento de consecuencias universales: parece increíble que todavía hoy se conmemore (con gozo) este episodio histórico que hizo sus primeros ensayos con el Terror, persiguiendo a los disidentes hasta el exterminio en un aquelarre sacrílego. Es importante interiorizar esta idea: no había “tradicionalistas” antes de la revolución francesa y, tal vez, no los hubiera habido nunca. Los tradicionalistas son producto de la revolución, aunque sean sus legítimos antagonistas. Y es que lo mejor de la sociedad que había hecho la experiencia de tanto horror no quería más experimentos revolucionarios y cerró filas (ahí estaba el pueblo campesino, la nobleza menos corrompida y el clero más lúcido e inspirado). Era urgente defenderse de la atroz violencia revolucionaria que amenazaba con destruir la sociedad y los intelectuales (clérigos y laicos) se aparejan para dar la batalla, escribiendo las grandes obras clásicas del tradicionalismo.
Y tampoco podemos olvidar la labor de algunos románticos (los de la línea tradicionalista) como fueron el francés vizconde de Chateaubriand o los alemanes Friedrich Schlegel, Joseph Görres, Clemens Brentano, etcétera; que si no fueron teóricos del “tradicionalismo” contribuyeron con su obra literaria a crear un ambiente propicio a la tradición religiosa y política que salía prestigiada en sus obras.
Con anterioridad a la revolución francesa no hubo “tradicionalistas”, pero sí que hubo unos antecedentes del tradicionalismo y estos precedentes, en promiscuidad con el romanticismo (incluso el católico y tradicionalista), son los que contagiarán el tradicionalismo de ideas ocultistas. Lo mismo que hubo Ilustración, hubo Anti-Ilustración. Y en la Anti-Ilustración militaron autores de muy diversa índole, pero todos coincidían en rechazar los estrechos márgenes de la razón ilustrada: fueron los llamados “filósofos de la naturaleza” (todos ellos conectados a conciliábulos esoteristas o, al menos, receptores y emisores de ideas panteísticas, emanatistas, herméticas, cabalísticas... gnósticas) y, claro: además de estos “filósofos de la naturaleza”, no eran pocos los que en Europa obtuvieron una considerable fama como visionarios y profetas: ahí está el inglés William Blake o el sueco Emanuel Swedenborg, éste último mereció un panfleto nada más y nada menos que de Inmanuel Kant. En Grenoble (Francia) había nacido, quizás el año 1727, Joaquín Martínez de Pascually (a lo que parece era Joaquín uno de los hijos de un criptojudío español o portugués acogido en Francia). Martínez de Pascually es una figura escurridiza, envuelta en la nebulosa del misterio, que -por lo que se sabe- desarrolló, hasta su muerte en el año 1779, una labor soterrada y sigilosa: sistematizando una doctrina que mezclaba cábala judía con ciertas nociones cristianas, todo bajo las formas de la masonería; reclutando a sus adeptos con excesiva cautela; confiándoles a estos, en el secretismo de sus conciliábulos, las enseñanzas de su doctrina que, además de ser una especulación metafísica de signo gnóstico, tenía un correlato práctico: de marcado carácter teúrgico, dado que sus secuaces aprendían a evocar espíritus y supuestamente de esta guisa podían acceder a experiencias místicas de orden desconocido. Martínez de Pascually es uno de los personajes más importantes para entender la facilidad con la que el ocultismo se infiltró en los círculos legitimistas posteriores a las guerras napoleónicas.
Discípulo de Martínez de Pascually fue Louis Claude de Saint Martin que también se consagró a la tarea de sistematizar sus teorías (realizando una aleación entre las doctrinas de Martínez de Pascually y el místico alemán Jakob Boehme, zapatero luterano). Entre las teorías de Saint Martin figuraba una en concreto que sería de irresistible atractivo para los “tradicionalistas”. Estos, testigos y hasta víctimas de las tribulaciones a las que había sido sometida la sociedad por el flagelo revolucionario, podían interpretar todo el dolor sufrido en sus vidas personales y en la misma sociedad gracias a la idea saint-martinista que recordaba la caída original y que apuntaba hacia la reintegración de todos los seres (eso sí: tras la purgación).
Uno de los adeptos de la sociedad secreta que había organizado Martínez de Pascually (llamada Orden de los Caballeros Masones Elus Cohen del Universo) fue el escritor francés Jacques Cazotte. Este autor (no tan celebrado como debiera serlo por su preciosa novela “El diablo enamorado”) era, pese a su militancia en grupos ocultistas, un convencido enemigo de la revolución que identificaba con el mismo Satanás. Cazotte, según llegó a contar La Harpe en el año 1806, llegó a pronunciar una profecía allá por el año 1788. En aquella intervención que hizo en el curso de una reunión de prominentes personajes franceses anunció la inminencia de la revolución francesa así como descubrió el destino futuro de cada uno de los que lo escuchaban y ésta profecía se cumplió a la letra. El mismo Jacques Cazotte sería guillotinado el año 1792.

No puede decirse que Cazotte fuese un “tradicionalista”, pero con antelación a la revolución sí que se iba delineando (precisamente en los círculos ocultistas; lo vemos en el caso de Cazotte) una franca oposición a la revolución que, incluso anticipándose a su consumación, ya la calificaba como subversión de signo satánico. La corriente ocultista contra-revolucionaria no sería exterminada por los revolucionarios, sino que quedaron supervivientes y estos supervivientes, una vez restaurados el Trono y el Altar, gozaron de toda la confianza en los ámbitos absolutistas y católicos, pese a su excentricidad. Habían sido compañeros de viaje y se les miraba con afecto y simpatía. Podían resultar un tanto extravagantes, si es que se sabía su filiación a grupos esotéricos, tal vez por su lenguaje oracular y su jerga para iniciados podían resultar hasta chistosos, pero fueron muchos los "tradicionalistas" que los trataron y con el trato vino el contagio.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

INFILTRACIONES DEL OCULTISMO EN EL TRADICIONALISMO ESPAÑOL (PRIMERA PARTE)


Joseph Conde de Maistre
DE CÓMO EL OCULTISMO LO CONTAMINA TODO
 
Por Manuel Fernández Espinosa

La historia de las ideas políticas ha prescindido hasta la hora presente de un estudio exhaustivo de las corrientes esotéricas que pudiera ilustrarnos sobre el influjo y efectos que estas corrientes ejercieron sobre la formulación de algunas ideologías políticas, así como sobre los acontecimientos históricos que las sectas políticas protagonizaron. Entre ocultismo y política existen indudablemente vasos comunicantes (como existen nexos entre ocultismo y literatura, ocultismo y música, ocultismo y artes plásticas, etcétera). Marginando el tema del ocultismo a una especie de corral de chiflados que nunca han salido de sus antros se tiene una idea incompleta de los diversos sistemas de ideas políticas y así es como se tiende a pensar acríticamente que las ideas políticas gozan de una inmunidad a los delirios mágicos, como si esas ideas políticas pudieran jactarse de ser autónomas y siempre se hayan mantenido al margen del mundo inquietante del ocultismo, ajenas a esa infame cloaca de dementes supersticiosos que han renunciado al mundo de la “razón pura”. El ocultismo, en el mejor de los casos, es abordado con el escepticismo propio del racionalismo que se burla de todo cuanto no comprende. Y las ideas políticas parecieran dimanar de sistemas filosóficos (más o menos completos, pero eso sí: siempre separados de los siniestros ámbitos del esoterismo y el ocultismo). La realidad, en cambio, es otra muy distinta como ha mostrado la historia de las ideas y la historia de la humanidad.

Distingamos, previamente, el significado de los conceptos “esoterismo” y “ocultismo” (pues comúnmente suelen confundirse). En principio, recordemos que una acepción de “esoterismo” (la más decente de todas) se emplea en la historia de la filosofía, cuando refiriéndonos a las antiguas escuelas filosóficas griegas, se ha entendido que los grandes filósofos antiguos tenían una obra “exotérica” (de cara al público) y unas enseñanzas “esotéricas” (que reservaban para sus discípulos); así, en la escuela pitagórica se distinguía entre discípulos “matemáticos” y “acusmáticos”, en la Academia de Platón y en el Liceo de Aristóteles también está ampliamente aceptado que los círculos respectivos de ambos patriarcas de la filosofía, se desarrollaban las enseñanzas en una vertiente “exotérica” (para el público) y en otra “esotérica” (se supone que más complicada y dirigida exclusivamente a los adeptos). El primitivo cristianismo también empleó la llamada “ley del arcano” para, de esa forma, preservar la doctrina y los sacramentos y ponerlos a buen seguro de los profanos: de ahí todo el rico simbolismo del arte paleocristiano que recurre al “pez” como símbolo de Cristo o a las palomas (como emblema de las almas). Sin embargo, con el correr de los siglos, el esoterismo se vino a convertir en una suerte de presuntos “saberes” exclusivos de una elite de iniciados que supuestamente disponen de conocimientos superiores al resto de los mortales: las sectas gnósticas y algunas herejías, que se han ido sucediendo desde los primeros tiempos del cristianismo hasta nuestros días, emplearon el esoterismo en este sentido.

El ocultismo es un concepto mucho más general que el “esoterismo” y vendría a comprender dentro de sí el “esoterismo” (ya en su acepción peyorativa) como conjunto de saberes teóricos sobre la(s) divinidad(es), la cosmogonía, la doctrina de ultratumba y las llamadas “ciencias ocultas” (alquimia, métodos adivinatorios, etcétera). Pero el “ocultismo” que se llama “esoterismo” (cuando se trata de cualesquiera sistemas teóricos vedados a los profanos), se llama “magia” en su vertiente práctica cuya gama es muy amplia y puede ir desde la evocación de divinidades (demonios) hasta el maleficio, pasando por las artes mánticas (adivinatorias: necromancia, quiromancia, tarot…).

En algunas etapas históricas el ocultismo (se entiende que determinadas corrientes ocultistas; pues son muchas las corrientes y sectas y, entre ellas, no existe unanimidad) ha ejercido sobre la cultura y sobre la política una influencia poderosa y, sin ninguna duda, siempre nefasta. En el caso del III Reich está suficientemente estudiada la dirección política que imprimió la ariosofía a través de sociedades secretas como la “Sociedad Thule” (en la que militaron grandes jerarcas del Partido Nazi) así como otras asociaciones secretas menos conocidas que formaban un entramado oculto; en modo alguno se ha estudiado la influencia ocultista en algunas fases del totalitarismo soviético y –huelga decirlo, no se ha estudiado satisfactoriamente la influencia ocultista en los paradigmas políticos de las democracias occidentales, como pueden ser el “liberalismo”, el “socialismo”, el “anarquismo” y… el “tradicionalismo”. Puede resultar extraño, pero sí: el ocultismo también llegó con sus miasmas al “tradicionalismo”.

Durante el siglo XIX toda Europa estaba sembrada de extraños conciliábulos ocultistas: masones de las diversas obediencias y ritos, iluminados, martinistas, espiritistas, visionarios, adivinos, falsos profetas, teosofistas (también de la Sociedad Teosófica de Madame Blavatsky), etcétera. Y una de las naciones europeas donde más proliferaba esta plaga ocultista era, precisamente, Francia. La revolución francesa fue la eclosión en la historia del trabajo subterráneo de muchas de estas asociaciones ocultistas. Pero, tras la desaparición de Napoleón Bonaparte, una vez implantado el sistema de la Restauración (que, como es sabido, resultó efímero), el ocultismo no dejó de existir. Y no sólo actuaba secretamente en los grupos enemigos del absolutismo restaurado (los liberales de diverso radicalismo), sino que también floreció entre las filas de los mismos absolutistas. El propósito de este artículo es, precisamente, aproximarnos a esta cuestión que la historia ha ignorado largamente.

¿Llegó el “ocultismo” a las filas del carlismo? Sería mucho decir que los carlistas se mezclaran promiscuamente con sectarios, habida cuenta de su catolicismo militante: claro que no fue el carlismo entero infectado por el ocultismo, pero lo que está más que claro es que no todos los carlistas permanecieron incólumes y algunos resultaron afectados, contaminándose con las estrambóticas ideas que recogieron en los antros ocultistas. Si los carlistas hubieran permanecido en la Península Ibérica hubiera sido más difícil esta intoxicación, pero, como es sabido, el desenlace de la primera guerra carlista (la Guerra de los Siete Años) supuso el exilio (la emigración política) de muchos carlistas (el Rey Legítimo, Don Carlos María Isidro de Borbón; oficiales del Ejército Carlista; burócratas varios; publicistas y hasta soldados que eran simples voluntarios prefirieron salir de España, puesto que no aceptaron las condiciones del tratado de Espartero-Maroto: eso que la propaganda liberal llamó “Abrazo de Vergara”). Uno de los países de acogida que más carlistas albergó fue Francia. Y en Francia, precisamente, no pocos de estos carlistas entraron en relación con los círculos legitimistas, que no pocas veces estaban frecuentados y eran polinizados por figuras que compaginaban su legitimismo político con la adhesión a conciliábulos ocultistas, mientras acomodaban su catolicismo a una mezcolanza de cristianismo interpretado en clave ocultista. Con razón podía decir el gran reaccionario Joseph de Maistre, refiriéndose a los martinistas, aquello de:

“…El pecado original se llama [en la jerga martinista] crimen primitivo; los actos del poder divino y de sus agentes en el Universo se llaman bendiciones, y las penas impuestas a los culpables, padecimientos. Muchas veces yo mismo les he causado padecimientos [a  los martinistas] cuando les echaba en cara que lo poco que había de verdad en lo que decían no era sino el catecismo desfigurado con palabras diferentes de las que emplea el verdadero catecismo”.

El mismo Conde de Maistre (lo confesaba abiertamente en “Las veladas de San Petersburgo”) había tenido sus escarceos con los secuaces de Louis Claude de Saint Martin, más conocido como “El filósofo desconocido”.

El siglo XIX fue el siglo de los ocultistas. En el siglo XIX Francia era una nación en la que pululaban personajes que pisaban el vidrioso terreno de la especulación esotérica, la magia ceremonial y el espiritismo, la demencia y la estafa. Y con estos individuos que trabajaban más o menos clandestinamente, tanto en las filas del liberalismo (y el primitivo socialismo utópico, también) como en las filas del legitimismo borbónico (católico en la fachada, pero emponzoñado de supersticiones gnósticas, cabalísticas y neopaganas), con estos individuos y estas sectas -digo- era imposible no entrar en contacto si se vivía en Francia.

martes, 10 de diciembre de 2013

LA GAITA GALLEGA



(ECO NACIONAL)

Cuando la gaita gallega
el pobre gaitero toca,
no sé lo que me sucede
que el llanto a mis ojos brota
Ver me figuro a Galicia
bella, pensativa y sola
como amada sin amado,
como reina sin corona
Y aunque alegre danza entone
y dance la turba loca
la voz del grave instrumento
suéname tan melancólica
a mi alma revela tantas
desdichas, penas tan hondas,
que no sé deciros
si canta o si llora.


Recuérdame aquellos cielos
y aquellas dulces auroras
y aquellas verdes campiñas
y el arrullo de sus tórtolas
y aquellos lagos, y aquellas
montañas que al cielo tocan,
todas llenas de perfumes,
vestidas de flores todas
donde Dios abre su mano
y sus tesoros agota;
más, ay, cómo me recuerda
también que hay allí quien dobla
en medio de la abundancia
al hambre la frente torva,
no acierto a deciros
si canta o si llora.


Suenan y cruzan mi espíritu
puras, risueñas y hermosas
las sombras de los cien puertos
de que Galicia es señora.
Y lentamente pasando,
como ciudades que flotan
van sus cien naves soberbias
al ronco son de las olas
más, ay, como en ellas veo
como el oro de sus costas
sus tiernos hijos desnudos
que miran triste a Europa
pidiendo su pan amargo
a la América remota
no acierto a deciros
si canta o si llora


Pobre Galicia... Tus hijos
huyen de ti o te los roban
llenando de íntima pena
tus entrañas amorosas
Y como a parias malditos
y como a tribus de ilotas
que llevasen en el rostro
sello de infamia y deshonra
ay, la patria los olvida
la patria los abandona
y la miseria y la muerte
en su hogar desierto moran
Por eso, aunque en son de fiesta
la gaita gallega se oiga,
no acierto a deciros
si canta o si llora.


Espera, Galicia, espera
lleva la cruz que te agobia
regando con sangre y lágrimas
esa vía dolorosa
Tendrás sed... Hiel y vinagre
te darán con mano pródiga
y con corona de espinas
cetro de caña con mofa
pero los tiempos se acercan,
y cuando suene tu hora,
feliz subirás y grande
a la cumbre de la gloria
Hoy, si la gaita gallega
el pobre gaitero toca,
no acierto a deciros,
si canta o llora.



-Ventura Ruiz Aguilera

CULTURA ANDALUZA


"Andalucía, que no ha mostrado nunca pujos ni petulancias de particularismo; que no ha pretendido nunca ser un Estado aparte, es, de todas las regiones españolas, la que posee una cultura más radicalmente suya. Entendamos por cultura lo que es más directo: un sistema de actitudes ante la vida que tenga sentido, coherencia, eficacia. La vida es primeramente un conjunto de problemas esenciales a que el hombre responde con un conjunto de soluciones: la cultura. Como son posibles muchos conjuntos de soluciones, quiere decirse que han existido y existen muchas culturas. Lo que no ha existido nunca es una cultura absoluta, esto es, una cultura que responde victoriosamente a toda objeción. Las que el pasado y el presente nos ofrecen son más o menos imperfectas: cabe establecer entre ellas una jerarquía, pero no hay ninguna libre de inconvenientes, manquedades y parcialidad. La cultura única y propiamente tal es sólo un ideal y puede definírsela como Aristóteles la Metafísica o ciencia única, a la cual llama "la que se busca".

José Ortega y Gasset 

viernes, 6 de diciembre de 2013

DEPREDACIÓN CAPITALISTA DE SUDÁFRICA GRACIAS A LOS "LIBERTADORES"

 
 
 
MANDELA, DE TERRORISTA RACISTA A ICONO GLOBAL
 
"Como antes en Rhodesia y en Namibia, esos intereses americanos consistían, además de en oro y diamantes, en materias primas muy escasas en otros lugares pero particularmente abundantes en África austral y, sobre todo, indispensables para la guerra moderna. La diabolización de Suráfrica, las campañas orquestadas contra este país y que simplemente pretendían preparar el futuro cambio de propietario de todas aquellas riquezas, han ofrecido al mundo un estupefaciente ejemplo de autoalienación europea.
 
Suráfrica está situada en el meridiano que pasa de 5º a 15º al este de Greenwich, y que también atraviesa Europa. Este Estado creado por holandeses, hugonotes franceses, alemanes y británicos era la pareja natural de Europa étnica y geográficamente, su vástago auténtico y original. Pero los europeos de este fin de siglo, agotados, reducidos a horizontes geopolíticos exiguos, despojados de su herencia ultramarina por dos guerras mundiales, ya no son conscientes de un hecho que sin embargo debería haberles creado algunas obligaciones. Los europeos están demasiado aprisionados por ideologías y concepciones que en realidad están al servicio de intereses alógenos. ¡Y pensar que algunos creían sinceramente que estaban luchando por los derechos de la población negra...! En realidad, sólo estaban sirviendo a los intereses de capitalistas ajenos a África. Un magnate americano de la finanza veía las cosas con más claridad cuando declaró tranquilamente a Aida Parker, la más conocida de las periodistas surafricanas: "Cuando los negros lleguen al poder en Suráfrica, el país se hundirá en dos años. En ese momento, ustedes no podrán sobrevivir sin nuestra ayuda. Y seremos nosotros quienes decidamos en su lugar"."
 
"La sumisión de Europa", Jordis von Lohausen
 
 
Todo presagia que, tras su fallecimiento ayer 5 de diciembre, Nelson Mandela venga a convertirse en uno más de esos personajes míticos de la ficción mundialista, como si fuese el símbolo de una lucha por la liberación, cuando no fue otra cosa que un factor para destruir la soberanía de un Estado y entregar el país y sus recursos a los buitres capitalistas que codiciaban las riquezas sudafricanas. Nelson Mandela es, además de eso (cómplice consciente o inconsciente de la depredación de Sudáfrica) un personaje con un pasado muy poco limpio (racista antiblanco y terrorista que nunca renunció a la violencia), como para construir un mito. Pero sabemos que los medios de intoxicación mundialistas son capaces de convertir a criminales (como Che Guevara) en iconos de la artificial y falsa infracultura global. Cosas veredes...  

lunes, 2 de diciembre de 2013

CLAMORES DE UN ESPAÑOL (I)

Por Antonio Moreno Ruiz 




COLUMNAS DE HÉRCULES

Columnas de Hércules,
¿Acaso no sustentan,
El punto más importante,
De este planeta?


Una bandera, el héroe heleno,
Dejó allí ondeando,
Hacia la leyenda del tiempo,
Los mares juntando.


Columnas de Hércules:
¿No llamáis al Atlas,
Pidiendo el natural,
Regreso de España?


¿Y acaso no pedís también,
El concurso de Portugal,
Que ejecutó con sus quinas,
La cruzada del mar?


Por el peñón de Gibraltar,
Dios nos puso el Estrecho,
Hemos ahí nuestra grandeza,
Hemos ahí nuestro derecho.


Columnas de Hércules,
Sostén de nuestro blasón,
Gades tu santuario,
Tuyo es el sol.


Columnas de nación y universo,
Columnas de mito y realidad,
¡Sea hercúlea la epopeya,
De una nueva hispanidad!