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El río Betis a su paso por Sevilla, abundante de galeones que venían de las Américas |
¿FUE AMÉRICA PARA ESPAÑA “EL
DORADO”?
Manuel Fernández
Espinosa
Dedicado a mi amigo sevillano,
Antonio Moreno Ruiz, transterrado en América.
El presente artículo puede ser
leído a modo de excurso de LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO, pues
aunque no continuamos aquí la exposición de esos fundamentos y su evolución
(cuestión histórica propiamente británica aunque vinculada a nuestro destino), en estas líneas presentamos una
introducción a lo que sería un tema digno de estudiar más a fondo de lo que a
día de hoy se ha hecho. Con persistencia cansina se oye a extranjeros y propios
repetir que España fue poco menos que un ave rapaz que cayó sobre su presa
americana. Es así como los victimismos más impresentables se insolentan contra España y persuaden con sus
lacrimógena e intolerable milonga a los occidentales desinformados,
reblandecidos, sentimentales, amenciados e idiotizados que hoy en día son
mayoría abrumadora.
Es una constante advertida por el
observador español (en menor grado le ocurre lo mismo al portugués) que en
cualquier conversación, por insignificante que ésta sea, con un hispanoamericano del
común, si el nombre de España sale a relucir, el hispanoamericano con harta
frecuencia recurra al “mito de la codicia española” descalificando el papel de España en la Historia Universal. Con el “mito de la
crueldad española”, el de la “codicia española” forma parte de la galaxia de
mitos que forman la leyenda negra de España que hace execrable su papel descubridor,
conquistador y colonizador de América. Estos mitos están bien arraigados en el
imaginario hispanoamericano (huelga decir que muchos hispanoamericanos –los más
cultos y mejor informados- no comparten esa percepción de una España
exclusivamente interesada en las riquezas de América (oro, plata…) y que estos mismos no
participen de la visión de unos conquistadores españoles genocidas y crueles).
En Europa (incluso en España; en donde
la política de enseñanza está pésimamente orientada en lo que a patriotismo se
refiere) se ha impuesto la leyenda negra contra España (sobre todo en cuanto a su
actuación en América. Como todo el mundo sabe el otro tema estelar es la
Inquisición). Incluso un alemán como Ernst Jünger (que no fue hostil a España,
sino que todo lo contrario mostró simpatías –políticamente incorrectas- por la
edad heroica de España) llega a incurrir en el manido mito de la codicia
española, así en “La emboscadura” escribe: “Aquí se corre el peligro de padecer
la suerte de aquellos españoles mandados por Hernán Cortés a los que, en la “Noche
triste”, arrastró al fondo de las aguas el peso del oro del que no quisieron
separarse”. En Alemania, al igual que en muchas otras naciones europeas, la
leyenda negra contra España fue propalada sirviéndose, sobre todo, de la “Destrucción
de las Indias” de Bartolomé de las Casas: los nazis, por ejemplo, difundieron en
1936 una traducción de esta ignominiosa obra contra España bajo el título libre
de “Im Zeichen des Kreuzes. Die “Verwüstung Westindiens, d. h. die
Massenausröttung der süd- und mittelamerikanischen Indianer nach der
Denkschrift des Bartolomäus de Las Casas, von 1552” (“Bajo el signo de la Cruz.
La “Devastación de las Indias Occidentales”, esto es: el exterminio en masa de
los indios del sur y Centroamérica según el testimonio de Bartolomé de Las
Casas, Obispo de Chiapa, de 1552”). En el título se desliza la intencionalidad anticristiana que late en la traducción.
Pero volviendo a lo que nos
interesa. La leyenda negra contra España ha penetrado precisamente allí donde
sus promotores querían que calara: en Hispanoamérica. En los Liceos uruguayos,
nos comentaba un uruguayo nada sospechoso de hostilidad contra España, se les
enseña desde niños que los españoles teníamos como único y exclusivo afán el de
arrebatar los recursos naturales de América, con especial predilección nuestra por los
metales preciosos. Es prácticamente el estribillo recurrente que puede
escucharse en América a poco que uno se refiera a España –bien lo saben todos
nuestros compatriotas que han estado allá o allá se encuentran. Con el auge del
indigenismo la leyenda negra antiespañola se convierte en uno de los grandes
hontanares de aguas corrompidas a las que remover cada vez que se alienta un
conflicto contra el ayer y hoy debilísimo, acomplejado y anémico “gobierno
español”.
En cambio, al margen de esta
propaganda calumniosa y vil contra España, debiéramos preguntarnos: ¿qué
percepción tenían los españoles de aquellos siglos imperiales sobre lo que todo
el mundo, al parecer, reputaba como un colosal golpe de fortuna en lo que a
riquezas se refiere?
Es una pregunta legítima, puesto
que todos los detractores de España alegan continuamente los tesoros que España
acumulaba a costa de la explotación de las minas de Potosí, por ejemplo. En las
invectivas extranjeras contra el oro indio que succionaba España podemos
vislumbrar la envidia en latencia. Christopher Marlowe –citado en nuestro
artículo LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO- no puede refrenar en
varios pasajes de su obra dramática -“La trágica historia de la vida y muerte
del Doctor Fausto”- lo que más ambiciona el círculo íntimo de Fausto (que
pudiera ser interpretado como prototipo de las ansias imperialistas inglesas),
patentizando los intereses que espoleaban a Inglaterra. Así dice un personaje:
“De Venecia han de traernos
bajeles repletos,
y de América el vellocinio de oro
que todos los años
llena las arcas del viejo rey
Felipe.”
El “viejo rey Felipe” es Felipe
II de España.
Si esto fue tal y como imaginaron
los detractores de España, la percepción de los españoles sobre la llegada de
los galeones cargados de oro tendría que ser unánimemente positiva. Desde luego
que las toneladas de oro y plata, así como las bodegas llenas de maravillas de
ultramar, tendrían que ser celebradas -por los españoles de toda condición y
juzgando a simple vista- como señales tangibles de una especial providencia de
Dios para con España. Sin embargo, la lectura de nuestros clásicos españoles
nos dice lo contrario y bien temprano. Los estudios histórico-económicos de la
época demuestran que algunos economistas españoles, como Martín de Azpilcueta,
indican que este torrente metálico (Azpilcueta enfatizaba la plata americana)
estaba relacionado, en gran medida, con la subida de los precios, que ya habían
comenzado a elevarse durante la primera mitad del XVI (y nótese aquí que no nos
interesa la causa real del alza de los precios, sino que Azpilcueta, doctor en
la Universidad de Salamanca, pudiera plantear este asunto). Pero no sólo se
atribuyó a la plata procedente de América el alza de los precios (en España y
en Europa), sino que en el año 1600 otro español, Martín de Cellorigo, incluye el descubrimiento de América y sus efectos como una de las razones que
explicarían, además de las alteraciones monetarias, la despoblación, y la
decadencia de la agricultura, el comercio y la industria peninsulares.
Retrato idealizado de Martín de Azpilcueta, el llamado "Doctor Navarro" de la Universidad de Salamanca.
Podría decirse que, después de
todo, no era más que la opinión de círculos muy reducidos de especialistas en
economía de la época. Pero no es así. La
mayoría de los españoles cultos de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX
mantuvieron un gran recelo en lo que respecta a la aventura española en América
y esto lo podemos encontrar en la literatura de la época, desde los tratados
políticos hasta la poesía del Siglo de Oro.
El padre de la Compañía de Jesús,
Pedro de Rivadeneyra (1526-1611) escribe en su “Tratado de la religión y virtudes
que debe tener el príncipe cristiano para gobernar y conservar sus Estados.
Contra lo que Nicolás Machiavelo y los políticos de este tiempo enseñan” (Madrid,
1595) que:
“La comunicación tan grande de
naciones extranjeras, la abundancia de oro y plata, y piedras, y especierías, y
regalos que han venido de las Indias, la mala y natural inclinación que tenemos
al deleite, el no haberse atajado al principio los nuevos y viciosos usos, han
trocado las costumbres e introducido una educación mujeril, delicada y
regalada, y muy contraria a la educación dura y severa de nuestros antiguos”.
Rivadeneyra no escribe desde la
economía –que en aquel entonces no era la "ciencia" que hoy es, ésta que confina
con la ciencias ocultas como la astrología en sus horóscopos y con la
matemática aplicada en su lenguaje esotérico. Aunque pudiera tener a mano los
textos de Azpilcueta, lo que late en este pasaje es un antiguo lugar común de
la literatura latina. Para ello hay que ir al poeta satírico Décimo Junio
Juvenal (año 60 d. C. – 128 d. C.) que en su “Sátira VI” enuncia una idea que
se anticipará a todas las teorías del ciclo y declive de los imperios. Los versos de Juvenal son estos:
“Nullum crimen abest facinusque
libidinis ex quo
Paupertas Romana perit”.
“Ningún crimen ni aberración
sexual nos falta en Roma,
Desde que en Roma pereció la
pobreza”.
Este motivo de Juvenal resuena en
los españoles cultos que, desde el moralismo más intransigente, creyeron ver precisamente la
causa de una corrupción de costumbres -como nunca la hubo antes en España-
en los tesoros que traía nuestra flota desde el Nuevo Mundo a la
Península Ibérica. A esto se le podía sumar la despoblación que causaba la
emigración de peninsulares a América, abandonándose en consecuencia nuestros
núcleos rurales y los campos; es un lamento que se prolonga a lo largo de
siglos hasta el mismo día de hoy. Pero las riquezas americanas que vienen a
España serán el objetivo de las invectivas y siempre excitará el recelo de los más
avisados. El vate e historiador Bartolomé Leonardo de Argensola (1562-1631)
también embiste contra los lisonjeros cargamentos de metales preciosos que nos
traen los galeones cuando, dando consejos a un amigo, sobre la educación de los
niños, dice:
“Haz que en sus aposentos no
consienta
Un paje disoluto; ni allí suene
Canción de las que el vulgo vil
frecuenta;
Canción que de Indias con el oro
viene,
Como él, a afeminarnos y
perdernos,
Y con lasciva cláusula entretiene”.
Como no podía ser menos,
Francisco de Quevedo (1580 – 1645), siempre vigilante y en guardia contra los
signos de la decadencia española, fue más duro todavía en su juicio –no ya
sobre las riquezas corruptoras- sino sobre el mismo sentido del descubrimiento
de América, al poner en boca de un indio chileno –que le responde a unos holandeses
que trataban de allegar a los indios contra España- estas duras palabras:
“Los cristianos dicen que el
cielo castigó a las Indias porque adoraban a los ídolos, y los indios decimos
que el cielo ha de castigar a los cristianos porque adoran a las Indias. Pensáis
que lleváis oro y plata y lleváis invidia (sic) de buen color y miseria preciosa”
(“La
hora de todos y la fortuna con seso”, XXXVI: Los de Chile y los holandeses)
Por último, en este
recorrido epidérmico por la literatura española que recela de las riquezas de las Indias,
puede figurar Diego Saavedra Fajardo (1584-1648) que es tal vez el más acérrimo
censor de las riquezas extraídas de América y traídas a España. Saavedra Fajardo halla en
ellas la causa de toda la decadencia que tiene postrado al país por haber
fomentado la emigración en pos de El Dorado y, por consecuencia, en España (se vuelve
a repetir la letanía), la despoblación así como la desidia en todos los sectores
económicos.
“Admiró el pueblo en las riberas
de Guadalquivir aquellos preciosos partos de la tierra, sacados a luz por la
fatiga de los indios y conducidos por nuestro atrevimiento e industria; pero
todo lo alteró la posesión y abundancia de tantos bienes”.
Saavedra Fajardo airea este mismo
tema varias veces en sus obras, dedicando un comentario amplio -sobre
lo que representó el descubrimiento de América y la introducción de sus
riquezas para España- en la Empresa LXIX -cuyo lema reza “Ferro et Auro”- de sus “Idea de un
príncipe político christiano representada en cien empresas” (1642).
En el siglo XVIII y en el XIX no
faltarán hombres de letras españoles que repitan estas ideas con leves
matizaciones. Lo que podemos llamar ilustrados españoles, aunque es cierto que casi todos
defenderían a España de la leyenda negra que le han fabricado sus enemigos (así
Feijóo, Cadalso o Jovellanos) apenas serán conscientes de la significación del
descubrimiento, conquista y evangelización de América por España y en muchos
casos volverían a insistir en todos los males que nos acarreó a España el
habernos encontrado con el Nuevo Mundo. Y, por ende, cuando ya se haya
verificado la liquidación de los últimos vestigios de nuestro Imperio, léase a
Ángel Ganivet, el más clarividente de su generación.
En este excurso he tratado de
mostrar, con el testimonio irrefutable de grandes literatos españoles, que el
mito de la “codicia española” no puede arrojársenos a los españoles todos, por más
que le pese al simplismo insostenible de aquellos hispanoamericanos a los que
la propaganda antiespañola ha inculcado el odio y el desdén por España, a expensas de un estereotipo de conquistador español
en todo deformado, a lo largo de los siglos de difamación contra España. Y esa difamación difundida por nuestros enemigos multiseculares declara los sucios intereses que los movían que no eran otra más que la envidia y la ambición. No puede lanzársenos esa acusación (por
mucho que hubiera españoles codiciosos) en tanto que nuestras elites culturales
peninsulares sostuvieron un recelo casi permanente en lo que hace a la valoración de
las riquezas que pudieran estar extrayéndose en tierras hispanoamericanas.
Tal vez este excurso también
sirva para refrenar los delirios de algunos españoles que sostienen una imagen
muy equivocada de lo que fue nuestro Imperio, al pensar –con prejuicios
supremacistas y racistas- que lo nuestro fue un burdo imperialismo interesado
no más que en expoliar las materias primas de nuestras posesiones de Ultramar, conquistadas por derecho de guerra, lo cual no se puede aplicar con justicia al caso de España como sí es una acusación que puede hacerse a todos los imperialismos europeos del
siglo XIX, guiados por el ultranacionalismo, el pragmatismo, el materialismo y
el progresismo.
Nuestra elite intelectual
peninsular llegó a plantearse muy en serio si el descubrimiento del Nuevo Mundo
(con sus riquezas todas) fue algo positivo o negativo para España. La mayoría
de las voces que respondieron a esta cuestión lo hicieron de un modo difícil de
imaginar para cualquiera que se deje arrastrar por leyendas negras o leyendas
rosas: nuestros economistas, nuestros tratadistas políticos, nuestros poetas
juzgaron que, lejos de ser algo favorable para España, el encuentro con América
resultó ser más desventajoso para nosotros de lo que supone la leyenda negra instalada
en los países iberoamericanos.
Y ahí queda eso.
BIBLIOGRAFÍA:
Ernst Jünger, "La emboscadura", Editorial Tusquets, año 1993.
Christopher Marlowe, "La trágica historia de la vida y muerte del Doctor Fausto", Cátedra Letras Universales, año 1993.
Pedro de Rivadeneyra S. J., "Tratado de la religión y virtudes que debe tener el Príncipe Cristiano para gobernar y conservar sus estados contra lo que Nicolás Maquiavelo y los políticos de este tiempo enseñan", Editorial Sopena Argentina, S. R. L., año 1942.
Juvenal, "Sátiras" (hay una traducción muy recomendable al español -pero sin su original latino- en la Biblioteca Básica Gredos: Juvenal y Persio, "Sátiras", introducciones generales de Rosario Cortés Tovar y traducción y notas de Manuel Balasch, año 2001). Sin duda que en español la Biblioteca Gredos es la más recomendable en autores clásicos griegos y latinos.
Bartolomé Leonardo de Argensola, "Rimas" (2 volúmenes), Espasa-Calpe, año 1974.
Francisco de Quevedo, "Los sueños" (existen muchas ediciones, en el cuerpo del texto se precisa el lugar exacto de donde extraigo la cita).
Diego Saavedra Fajardo, "Empresas políticas", Planeta Autores Hispánicos, año 1988.
Ángel Ganivet, "Idearium español con El porvenir de España", edición de Inman Fox, Espasa Calpe, año 1990.
Valentín Vázquez de Prada, "La crisis del humanismo y el declive de la hegemonía española", tomo VIII de la Historia Universal de EUNSA.