RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 29 de diciembre de 2016

ESPAÑA, MINADA DE SECTAS



 
Fotograma de la película John Carpenter's Village of the Damned (1995)


EL CASO EDELWEISS, SÍNTOMA SIN DIAGNÓSTICO NI TERAPIA

Manuel Fernández Espinosa

 
(Aunque independiente de él, éste artículo -como los que le sigan- tiene una introducción en "El anticlericalismo en España. Raíces anticlericales hasta el franquismo".)


Desde 1940 hasta 1977 el régimen franquista había creado una tupida red de asociacionismo juvenil en España, primero con la Delegación Nacional del Frente de Juventudes y, más tarde en 1960, con la creación de la Organización Española de la Juventud (OJE) a manera de dependencia de la misma Delegación Nacional; la OJE a día de hoy todavía existe, habiendo perdido sus connotaciones ideológicas. Este asociacionismo juvenil español fue la versión franquista tardía e ideologizada del escultismo -siguiendo la estela de los totalitarismos euroasiáticos de la época. El escultismo lo puso en pie Baden-Powell en Inglaterra como forma de combatir la delincuencia juvenil y reeducar a los jóvenes, con su primer campamento organizado en 1907 y había llegado a España tempranamente, pero como organización juvenil le faltaba revestirse de una ideología totalitaria para ser lo que fue más tarde en los casos de Rusia, Italia, Alemania y, en menor medida, España

Y es que con la Revolución bolchevique, el Partido Comunista de la Unión Soviética se dotó del Komsomol (Unión Comunista de la Juventud) en 1918, constituyendo la organización comunista de las juventudes, existiendo para los menores de 14 años el Movimiento de Pioneros. El fascismo italiano, fundado por un conspicuo ex-socialista, no tardó en crear corriendo el año 1926 la Opera Nazionale Balilla que en 1937 se fusionaba con la Giuventú Italiana del Littorio, sección juvenil del Partido Nacional Fascista. En Alemania se crearon, en 1926, las Hitlerjugend como sección juvenil del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán. Y, como es lógico, en estas organizaciones soviética, fascista-italiana y nazi-alemana se ejerció el adoctrinamiento ideológico respectivo. Menos ideología pudo tener el Servicio Nacional de Educación Física, Ciudadana y Pre-militar creado en España en 1929 por la dictadura de Primo de Rivera, siguiendo el modelo italiano, pero careciendo de un cañamazo ideológico como el que sí exhibían los casos ruso, italiano y alemán. Durante la pervivencia del régimen franquista, el Frente de Juventudes y las asociaciones a él subordinadas pudieron alardear de la difusa y siempre proteica ideología que Franco iba cambiando según soplaban los vientos: fascistoide mientras las potencias del Eje no sucumbieron y, más tarde cuando fueron derrotados los fascismos, atenuando los elementos fascistas, alardeando ahora de un anticomunismo a prueba de bombas con el que amigarse con los Estados Unidos de Norteamérica durante la Guerra Fría. Pero, a la muerte del dictador, con las prisas de la transición, la red de la organización juvenil de la España franquista fue desmantelándose o languideciendo: el pez siempre se pudre por la cabeza, como dice el adagio. Tal vez uno de los casos más trágicos de este proceso de corrupción de una estructura social en España sea el que voy a comentar. En mi opinión es un caso sintomático que, más allá de su particularismo, invitaría a una reflexión que, hasta donde se me alcanza, nadie se atrevió en su día a realizar con la radicalidad que exige.

Con el antecedente de un tejido asociativo juvenil que en los años 70 se iba licuando a falta de una dirección que supervisara las actividades y la idoneidad de las personas adultas a cuyo cargo estaban organizaciones similares se entiende que en el año 1970 un tal Eduardo González Arenas no suscitara ninguna sospecha cuando, a iniciativa personal, se dispuso a organizar un grupo juvenil llamado Asociación Juvenil de Montaña Edelweiss y lo hizo incluso bajo el techo de una parroquia -la de Nuestra Señora del Sagrado Corazón en Chamartín; un año más tarde el grupo cambiaría su nombre al de Boinas Verdes de Edelweiss. La asociación se extendería a otras provincias de todo el territorio español peninsular e insular y su tapadera era el montañismo y las actividades presuntamente formativas de la juventud a las cuales la mentalidad de aquel entonces estaba acostumbrada: nada era raro, en un principio. El hecho de que su artífice hubiera sido legionario parece que le abrió las puertas de la parroquia y de los colegios, lo que a la postre resultó como meter a la zorra en el gallinero. El mismo año en que la asociación sería legalizada (1976), González Arenas era procesado por corrupción de menores -ya había sido acusado también por apropiarse de los fondos; resultó condenado, pero nada más salir de la cárcel, reorganizó el grupo.

Por lo que sabemos, en el interior del grupo se adoctrinaba en una extraña y abigarrada mezcla de ideas cosmogónicas en las que se hablaba de un ficticio planeta Delhaiss, ciertas ideas y estética nazistas y creencias traídas de aquí y de allá: el grupo, en definitiva, era una secta destructiva y se estima que 400 adolescentes pasaron por la secta y muchísimos de ellos fueron víctimas de abusos sexuales. Las continuas denuncias condujeron a González Arenas otra vez a prisión: condenado por 28 delitos de corrupción de menores al líder sectario le cayeron 168 años de condena de los cuales, gracias a las mercedes tan generosas de nuestra Justicia, cumplió solo 6. En 1998, ya gozando de libertad, González Arenas había abierto una discoteca -Sá Gabià- en la localidad balear de Santa Eulalia, se presume que nuevamente había reorganizado la estructura sectaria y así seguir delinquiendo en la pederastia. Pero un joven que lo había denunciado en 1997 por abusos, se tomó la justicia por su mano y lo degolló.

El caso "Edelweiss" es tal vez uno de los que tuvo mayor impacto en la opinión pública. Muchos de los detalles trascendieron y hasta podemos considerarlo un caso mediático que seguro que el lector, si tiene algunos años, recordará. No obstante nos parece muy curioso que un tema como éste que ocupó páginas de periódicos y tuvo su proyección en noticiarios radiofónicos y televisivos, no quedara como otra cosa que una anécdota en la historia social de nuestra transición democrática. Pese a la gravedad de los abusos sexuales perpetrados por González Arenas y sus secuaces (otros miembros de la secta también abusaron de los jóvenes reclutados) aquí nadie hizo nada. Todo quedó reducido a un caso mediático con sus ingredientes mórbidos, pero ni desde el gobierno ni desde la oposición política se hizo lo más mínimo por detenerse a considerar cuáles habían sido las condiciones de posibilidad para que un depredador sexual de menores pudiera crear -varias veces, no sólo en una ocasión- un grupo juvenil como quien organiza una despensa para servirse a su antojo. Mucho se habló de las estrafalarias ideas que el pederasta inculcaba a sus adeptos, muchos pudieron reírse del quimérico planeta y de la vida extraterrestre de los que el gurú hablaba y hasta pudieron escandalizarse muchos ante las parafernalias nazistoides que empleaba en el círculo interior la secta, también podría llamar la atención el liderazgo carismático de este psicópata pervertido (algo común en las sectas destructivas): alguien capaz de organizar varios grupos sectarios para consumar sus perversos propósitos no puede carecer de un carisma maléfico, pero... nadie, ya digo, absolutamente nadie con "responsabilidad política", se cuestionó de un modo radical por qué esto pudiera pasar en la España de los años 70, 80 y 90. 

González Arenas fue "ajusticiado", pero el fenómeno de las sectas destructivas quedó indemne y a día de hoy se estima que más de medio millón de españoles -y se quedan cortos estos cálculos- sufre abusos (como mínimo psicológicos) en los antros más dispares de las sectas destructivas que están legalizadas en España, todas bajo título de asociaciones pseudo-religiosas, pseudo-filosóficas, pseudo-políticas, pseudo-culturales... RT, en octubre de este año que toca a su fin, se preguntaba en un artículo ¿Es España un paraíso para las sectas?

Dado que no parece que hubiera nadie interesado en cuestionarse de un modo radical esta lacra que venimos sufriendo digo yo que será la hora de hacerlo como conviene sin más dilación que la que me lleve el volver otra vez aquí y someter a examen esta cuestión, a no mucho tardar si Dios quiere

Continuará...

miércoles, 28 de diciembre de 2016

EL ANTICLERICALISMO EN ESPAÑA

El cardenal Segura


RAÍCES ANTICLERICALES HASTA EL FRANQUISMO

Manuel Fernández Espinosa


Al anticlericalismo en España dedicó D. Julio Caro Baroja un enjundioso estudio titulado "Historia del anticlericalismo español". Pensaba Caro Baroja que el anticlericalismo español se desplegaba procesualmente desde un "anticlericalismo cristiano" que afeaba y se escandalizaba por la corrupción de las costumbres del clero a un anticlericalismo ("anticlericalismo no cristiano") que en dos fases se articularía: primero atribuyendo los defectos del clero a la misma institución eclesial y, en una segunda fase, pasando a atacar los mismos dogmas a la vez que identificaba a la Iglesia católica como uno de los principales obstáculos para el progreso, deudor éste de los errores filosofantes de la Ilustración. 

Salta a la vista que el anticlericalismo creyente español dejó auténticos monumentos literarios, valga por caso "El Crótalon" de Cristóbal de Villalón o el más famoso "Lazarillo de Tormes" (a éste he dedicado un artículo, aquí enlazado), ambas obras fuertemente impregnadas de erasmismo. Pero somos de la opinión de que, en aquel "anticlericalismo" pre-contemporáneo, también tendríamos que contar con la acción corrosiva de grupos criptojudíos, criptomahometanos y criptoprotestantes que actuaban en España, a despecho de la misma Inquisición: he ofrecido una aproximación en "La persecución anticatólica en tiempos de la Inquisición". Este dato se ha pasado desapercibido por la mayor parte de la historia del anticlericalismo en España: se ha imaginado por parte de tirios y troyanos que la Inquisición española ejercía un poder omnímodo que podía impedir el atropello de las creencias católicas del pueblo español. Y como podemos ver a la luz de los datos históricos, por mucho que la Inquisición se empleara, nunca fue eso así.

Como antecedentes estos podrían ser los más remotos, aunque siempre podríamos remontarnos a la misma Edad Media y, prácticamente, a los primeros tiempos del cristianismo. No obstante, la práctica del anticlericalismo mediante la imposición de leyes coercitivas o bien por la vía más atroz de la persecución a sangre y fuego, no nos aporta una definición. El anticlericalismo no sería nada si no existiera el clericalismo que vendría a ser la influencia del clero en los asuntos temporales de la política y la sociedad. Y hay que admitir que, en efecto, el clericalismo ha existido y, lo que constituye un problema difícil de resolver, si el clericalismo es la influencia de la religión en lo temporal, no puede dejar de existir. La Iglesia católica no podría renunciar a influir en lo social y, por extensión, en lo político sin el riesgo de convertirse en un instrumento del poder político, como quería Maquiavelo que postulaba una religiosidad cínica del Estado en función del poder: "Éste ha sido el proceder de los sabios, y de aquí nació la autoridad de los milagros que se celebran en las religiones, aunque sean falsos, pues los prudentes los magnifican, vengan de donde vengan" (la negrita es nuestra. Ver Maquiavelo, "Discursos sobre la primera década de Tito Livio"). Es, en definitiva, el uso de la religión como "instrumentum regni" enunciado por Polibio, cuando escribió: "Si fuera posible formar una ciudad solo con personas inteligentes, [la religión] no sería menester. Pero la muchedumbre es cambiante y llena de pasiones injustas, de furias irracionales y de violentas rabias. El único remedio es contenerla con el miedo a lo desconocido y ficciones de ese género. Así, a mi juicio, los antiguos no inculcaron por casualidad en la multitud las ficciones de los dioses y las narraciones del Hades".

Pero la Iglesia católica, además de estar en guardia para preservarse de convertirse en un "instrumentum regni" no puede -he dicho arriba- renunciar a ejercer su influencia benéfica sobre la sociedad, pues si no estuviera dispuesta a comunicar el bien, in-formando a la sociedad en la caridad de Cristo, la Iglesia católica sería infiel a Cristo. Convertir el catolicismo, como quiere el laicismo, en una cuestión de culto privado es incapacitar el Evangelio en su poder de transformar la realidad, denunciando las injusticias y paliando las lacras sociales que dimanan de la acción del mal que, no cabe la menor duda, actúa en la realidad, a la vez que es la religión la única capaz de dotar al que sufre el mal de un sentido trascedente, sentido que ninguna ideología con sus solucionarios de tejas para abajo está en condiciones de ofrecer. El Catolicismo (no ya el cristianismo, como suavemente se dice hoy) era para Eugenio d'Ors, por caso pongo, la conciencia de la unidad espiritual de la humanidad en y a través de la Historia que, en el tiempo, era Tradición y, en el espacio, Ecumenicidad (que no es "ecumenismo" como hoy tan mal se entiende). Y, fijémonos bien, en que el gran enemigo del Catolicismo ha venido a ser hoy eso que por ahí se llama "globalismo" que se yergue como el gran sustituto del Catolicismo cuando postula una unidad de la humanidad en falso, pues reduce a la humanidad al nivel zoológico sin considerar lo espiritual del hombre, dado que está constituido tal "globalismo" como un enorme relativismo práctico de dimensiones mundiales que pone a todas las religiones y sectas al mismo nivel, respetándolas mientras pueda servirse de ellas maquiavélicamente.

El P. Pavanetti, en su libro "El laicismo superado. En su Historia y en sus dogmas", ha definido el "anticlericalismo" como la forma negativa del laicismo. Pero el laicismo español, el anticlericalismo también, más actual encuentran su pretendida justificación en la estrecha alianza del franquismo con la Iglesia. Éste tema no es tan sencillo como parece a primera vista, por mucho que la simplificación demagógica logre persuadir a una masa que se deja influir por la maquinaria de la propagada de los grandes medios de masas (todos ellos en manos de grupos hostiles a la Iglesia católica y, si algún medio televisivo hay de la Conferencia Episcopal -como bien puede decírsenos, pues es cierto- tal medio está puesto en las manos más ineptas que pudiéramos imaginar: nos referimos, claro está, a 13TV).

El anticlericalismo más atroz en España tampoco hizo acto de aparición con la II República, estaba lo suficientemente crecido para el novenario de sangre que va de 1931-1939, pues se había incubado a lo largo de siglos, eclosionando con toda su terrible y mortífera rotundidad en la matanza de frailes en 1834 (siglo XIX), alentada por las logias masónicas y su versión indígena de los "Hijos de Padilla" o también "caballeros comuneros", amén de casos aislados de asesinatos de prelados y otros clérigos sucedidos en el Trienio Negro Liberal de 1820-1823: valga recordar al P. Vinuesa, martirizado a martillazos, o el asesinato de Fray Ramón Strauch, obispo de Vich en 1823. Si en la historia de España del siglo XIX se culpa al clero de haberse alineado en su mayor parte con el carlismo, debiérase tener en cuenta también la persecución a la que los liberales sometieron a la Iglesia, que es cosa que bien que se olvida. 

En un libro nada sospechoso de franquista, como es "Historia del franquismo", de Daniel Sueiro y Bernardo Díaz Nosty, podemos leer: "Muy a pesar de las solemnes declaraciones [del franquismo] sobre la identidad Iglesia-Estado, pronto pudo verse quién hacía prevalecer sus criterios. El primer malestar de la Iglesia se produjo cuando Franco, por decreto, suprimió las asociaciones juveniles y profesionales católicas y las integró en las falangistas. Las reacciones de la jerarquía eclesiástica apenas se hicieron sentir. El cardenal Segura, que acababa de ser devuelto por Pío XI a España, fijándole su sede en Sevilla, se rebeló tempranamente contra la dictadura, demostrando que su "integrismo" era religiosamente consecuente y nada fácil de instrumentalizar."

El franquismo llegó a censurar pastorales incluso al mismo cardenal Gomá que era afecto al régimen. Gomá se arrepintió de su apoyo a Franco, escribiendo en 1940: "Si se pudiese jugar dos veces, les aseguro que, a la segunda, jugaría de modo muy diferente". La encíclica papal "Mit Brennender Sorge" que condenaba el nazismo también fue prohibida por el régimen de Franco. Pero, en efecto, no podemos dejar de decir que, pese a todos los datos que pudiéramos acumular y que manifiestan la instrumentalización política que el franquismo hizo de la Iglesia, una gran parte del clero se mantuvo en silencio ante los atropellos del régimen franquista: muy pocos (y menos conocidos de lo que lo son) fueron los que, como el cardenal Segura, se enfrentaron dando testimonio de la independencia y distancia eclesiástica con respecto al régimen y, aunque podría decirse que tuviéramos en cuenta, no obstante, la tremenda traumatización que sufrió la Iglesia católica española, debido al holocausto religioso que gran parte de ella padeció en zona republicana, eso no es ninguna justificación: pues católicos que habían vivido muy cerca del martirio bajo los fusiles del Frente Popular debieran haber estado prontos a recibirlo también frente a los pelotones de fusilamiento franquistas. No fue miedo, creo -sinceramente, después de haber estudiado el tema y haber hablado con muchos clérigos que vivieron todo aquello- que más bien fue un concepto muy equivocado del agradecimiento, sin que olvidemos la tan humana acomodación a una situación que, después de todo, no parecía tan grave tras haber escapado con vida a los trenes de la muerte y los Paracuellos.

Si el franquismo se desquitó de los carlistas y de los falangistas cuando mejor le convino, es cierto que a lo largo de toda la dictadura mantuvo cerca a la Iglesia, pese a los contados disidentes que eran coherentes con su fe y que evitaban adulterar su fe católica con una afección política que, además de circunstancial, se viciaba de tal modo; pero, aunque, sí que una parte de la Iglesia siempre acompañó al franquismo hasta el último estertor de Franco, veremos en próximas entregas que el nacional-catolicismo fue una ridícula impostura que ha hecho más daño que bien a la misión evangelizadora de la Iglesia católica.

Continuaremos... 

martes, 27 de diciembre de 2016

UNA CONSTANTE HISPÁNICA: EL JUNTISMO

Los vascongados alrededor del Santo Árbol de Guernica


LAS JUNTAS, INSTITUCIONES CONSUSTANCIALES A LA TRADICIÓN HISPÁNICA


Manuel Fernández Espinosa


Desde los más remotos tiempos hasta nuestros días una institución político-administrativa ha estado siempre presente en los diversos pueblos peninsulares; tal vez, debido a esa presencialidad nunca aniquilada, por más que, en algunos momentos históricos muy concretos, pueda haber sido viciada y pervertida, esta institución nos pasa desapercibida. Si, percatándonos de ella, hiciéramos por fijar nuestra mirada en la misma, tratando de considerarla más a fondo, su estudio puede sin ninguna duda aportarnos las claves de nuestra identidad histórica que, a pesar de lo maltrecha que esté en los días que corren, todavía puede ser reconstruida contra todos los errores que han desviado nuestra auto-percepción hispánica. Esa institución a la que me refiero y que ahora pretendo redibujar es la "Junta".

El portugués Joaquim Pedro de Oliveira Martins (1845-1894) ha legado al conjunto de los pueblos hispanos una obra que nos parece de forzosa referencia en la filosofía de la historia hispánica: "História da Civilização Ibérica" (1879). En esa obra que debiera leer todo hispano-europeo o hispano-americano, el pensador lisboeta nos dice:

"A pesar de la centralización imperial romana, luego católica, el ayuntamiento subsistió en España y sigue siendo, aún hoy, la molécula social [...] La organización política parte de abajo a arriba, federativamente; y sólo en la provincia, o agregación de ayuntamientos, aparece el gobernador. El Estado a la europea no ha podido penetrar más hondo".

El vocablo "ayuntamiento" también nos conserva en su etimología la misma realidad institucional en su base juntista: "ayuntamiento" deriva de "ayuntarse" y "yuntarse" es lo mismo que "juntarse". Las consecuencias políticas que extrae Oliveira Martins de esta institución "molecular" del tejido social hispánico son muchas y cabe destacar entre ellas la autoctonía inveteradamente refractaria al Estado: "La adopción de una civilización -sigue diciendo Oliveira Martins- extraña dió a la sociedad peninsular un aspecto distinto del que hubiera tenido si espontáneamente hubiera desarrollado de un modo aislado los elementos propios de su constitucion etnogénica". En lo económico, el "ayuntamiento" es "una caja de socorros mutuos (que hace que el pueblo disponga) del granero colectivo y de la dehesa comunal, a la que los munícipes envían a pastar su ganado, y donde todos tienen, por lo menos, un puerco y un borrico -y, finalmente, vemos en él la "suerte", por la que el munícipe puede labrar su terruño", esto impedía la pobreza absoluta y daba al vecino "el sentimiento de relativa igualdad natural" regularizando la distribución de la riqueza. La desamortización (eclesiástica y municipal) perpetrada por los gobiernos liberales del siglo XIX arruinaría esta institución con todas sus ventajas y permitiría a las oligarquías egoístas acaparar las propiedades comunales.

Oliveira Martins encuentra en la institución peninsular de los antiguos ayuntamientos una semejanza con la estructura social del norte de África: "...en las instituciones, hallaremos singulares rasgos de afinidad entre las cabilas, entre lo que la Historia nos dice de España y lo que, por debajo de las formas sociales impuestas por la civilización romana y germánica se percibe aún hoy en el carácter y en las costumbres peninsulares". Pedro Bosch-Gimperá comparte gran parte del análisis de Oliveira Martins, leyendo algunos de sus artículos podríamos decir que los escribe teniendo a mano el libro de Oliveira Martins, aunque -eso sí- el catalán se muestra incluso más crudo y radical en su crítica a la super-estructura romana y visigoda que Bosch-Gimperá cree que se reactiva en el reino astur-leonés como heredero de los visigodos y, corriendo el tiempo, en el Estado moderno fundado por los Reyes Católicos y continuado por la Monarquía encarnada en las Casas de Habsburgo y Borbón. Bosch-Gimperá reincide en considerar que la formación de España es de "abajo a arriba": "Los grupos se forman de abajo a ariba y no se borran nunca totalmente. De ahí que recobren la plenitud de su soberanía cuando se ha disuelto la organización general que los absorbía o ha quebrado la superestructura impuesta".

Aunque no podamos admitir la totalidad del pensamiento de Bosch-Gimperá en esta cuestión, debido a lo que nos parece una exagerada negación de la mayor parte de la Historia de España, lo cierto es que no anda muy errado cuando sugiere que la liquidación del Estado y la quiebra de la superestructura impuesta ha presentado siempre, como una constante, la irrupción histórica del fenómeno del "juntismo" como institución que adquiere el relieve de rasgo atávico y que pareciera que, por debajo de toda superestructura estatalista, permanece subyacente como principio actuante de la constitución íntima en los intentos de reorganizar las relaciones político-sociales hispánicas más primitivas.

Es así como podemos entender que en la crisis de 1808, ante el vacío de poder monárquico que se sigue de la usurpación napoléonica con su simultánea invasión, el pueblo español amante de su verdadera libertad, pudiéramos decir que "espontáneamente", corre a reorganizarse por vía urgente en las llamadas Juntas provinciales que concurren con sus representantes en la Junta Suprema Central. Karl Marx nos lo recuerda: "Cuando Fernando abandonó Madrid, sometiéndose a las intimaciones de Napoleón, dejó establecida una Junta Suprema de gobierno presidida por el infante Don Antonio. Pero en mayo esta Junta había desaparecido ya. No existía ningún gobierno central, y las ciudades sublevadas formaron Juntas propias, subordinadas a las de las capitales de provincia. Estas Juntas provinciales constituían, en cierto modo, otros tantos gobiernos independientes, cada uno de los cuales puso en pie de guerra un ejército propio". El elemento liberal que se filtró en estas Juntas, pese a su minoría, resultó sumamente nocivo, mostrando su verdadero signo extranjerizante en las Cortes de Cádiz cuando, mientras todo el pueblo combatía la revolución que nos traía Napoleón, los liberales conspiraban para hacer una revolución o la caricatura de la misma, para así destruir el Antiguo Régimen, implantando el liberalismo que a golpe de cañón y bayoneta se iría imponiendo a lo largo de todo el siglo XIX, con sus desamortizaciones y su persecución cada vez más patente de la religión católica, sin la cual no puede entenderse España, empobreciendo al pueblo y enriqueciendo a una oligarquía cada vez más egoísta, cínica e impía. Al igual que en la península, en la España de Ultramar surgieron las Juntas de Gobierno como órganos políticos para rellenar el vacío de poder tras la abdicación de Fernando VII en Bayona.

Pero sólo lo que es intrínseco brota en los momentos críticos, de ahí que las "Juntas" aparezcan "de abajo a arriba" en todo momento dramático de nuestra Historia, para hacer frente a lo que es en esa hora considerado una invasión. Mucho antes de la invasión napoleónica, cuando las comunidades castellanas entendieron llegada la hora de alzarse contra el gobierno extranjerizante de Carlos I de España y V de Alemania, las ciudades sublevadas crean en Ávila (año 1520) la "Santa Junta Comunera" que el 25 de septiembre de 1520 asumel gobierno de Castilla, expulsando a los miembros del Consejo Real.

Podríamos remontarnos al "Poema de Mio Cid" para encontrar esas "juntas". Durante la Edad Media en el Reino de Aragón se llamaba "Juntas" a las demarcaciones territoriales, al igual que en Castilla era más comúnmente conocidas como "Hermandades" o en Cataluña como "Veguerías". La organización de las "Juntas" aragonesas aparece, según Ramón Fernández Espinar, en el siglo XIII como agrupación voluntaria. Y las Juntas de Ciudades se agrupaban en "Sobrejuntas".

En tiempos de guerra, revolución o paz, las Juntas siempre han vuelto por sus fueros. Así, cuando la Revolución de 1868, fueron las Juntas Revolucionarias las que asumieron el poder, habiéndose formado las mismas en las ciudades, siendo las capitales andaluzas de Sevilla y Málaga las primeras. Sin embargo, aquella revolución que inauguró el Sexenio Revolucionario fue muy pronto reconducida, desde los excesos retóricos a la moderación burguesa, pues no fue otra cosa que eso: una revolución burguesa.

El fenómeno juntista se reproduce también en otros estratos sociales. Así nos encontramos con la Junta de Fe, creada en 1823 y actuante hasta 1833, por algunos obispos como tribunal eclesiástico a manera de conato de restauración de la abolida Santa Inquisición española. Y también, más tarde, el juntismo irrumpe denominando cierto asociacionismo corporativo cuando en 1916 la oficialidad militar se constituya en Juntas de Defensa. Y en lo político, las Juntas reaparecerán en las J.O.N.S (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), toda vez que se combinen el grupo liderado por Ramiro Ledesma Ramos y las -también llamadas con antelación- "Juntas Castellanas de Actuación Hispánica", fundadas por Onésimo Redondo en Valladolid el año 1931.

El fenómeno de las Juntas en España encuentra su homólogo en la lejana y a la vez tan semejante Rusia. Como bien indica el ideólogo comunista Andreu Nin, "La palabra rusa "Soviet" significa sencillamente Consejo o Junta. Sin embargo, es aún corriente la ignorancia del significado de este término a pesar de que la Revolución rusa lo ha incorporado definitivamente al vocabulario de todos los países. El término, pues, no tiene nada de misterioso, y el Soviet no es una creación propia exclusivamente del “alma eslava”, como pretenden los interesados en hacer aparecer la gran revolución de octubre como un fenómeno específicamente ruso, sino una forma de organización y combate que la clase obrera rusa creó y que el proletariado de todos los países se ha asimilado."

De un modo u otro, con carácter más o menos formal, significando una demarcación territorial, una asamblea con poderes más o menos limitados, una confederanza de ayuntamientos, de grupos, de partidos... El "juntismo" es una tradición muy de raigambre hispánica, compartida por todos los territorios peninsulares a lo largo de toda nuestra Historia. El hecho es que, cuando se diseñó el marco administrativo-territorial actual, muchas de las antiguas regiones fueron llamadas comunidades autónomas y la institución en que se organiza su autogobierno respectivo recibe en no pocas ocasiones el nombre de Junta: así la Junta de Andalucía, de Castilla-León, de Castilla-La Mancha, de Aragón, de Extremadura, etcétera. Pero habría que considerar en cada caso concreto el elemento componente de todo aquello que en el curso de nuestra historia ha recibido el nombre de "Junta", considerando cada caso en su momento histórico, el elemento que lo constituye, las atribuciones y funciones que le han sido conferidas y por quién (el pueblo, el monarca, la Iglesia, la revolución...); y, una vez considerado el fenómeno concreto, juzgar la fidelidad que dicho órgano juntista ha guardado al verdadero ser de lo hispánico, si ha servido o no para preservar nuestra independencia, repeliendo eficazmente toda intrusión e invasión, si es o no fiel al auténtico espíritu democrático tradicional que informa nuestra historia, exento de los errores extranjerizantes de  modelos democráticos ajenos a nuestra identidad super-nacional. Es aquí, en ese subsuelo común sobre el que se ha montado la actual superestructura que nos falsea, donde hay que escarbar para reconstituirnos. 

Y si no se reconduce esto adecuadamente, de un modo ponderado y pacífico, llegará un día en que lo que se agita debajo erupcione, rompiendo la losa que como una corteza de democracia formal nos oprime o nos extinguiremos en una Babel tal como se disuelve un azucarillo en el café. Esa democracia actual, articulada a través de partidos políticos que no pueden representar en modo alguno al verdadero pueblo español (pues más parecen ocupados en privilegiar todo elemento ajeno a nuestra sociedad o prebendando a todo elemento corruptor de nuestra sociedad), está homologada y cumple los cánones mundialistas que ajustan a todas la realidades nacionales y cabalmente es en ese mismo cumplimiento como se realiza un sometimiento fáctico de nuestro pueblo a una oligarquía globalista que nos aniquila la identidad, nos impone sus políticas económicas y hasta sexuales en la más insoportable de las invasiones que se hayan perpetrado nunca: la violación de nuestra intimidad doméstica. Nos han impuesto una superestructura muchísimo peor que la que Bosch-Gimperá suponía en las históricas (romana, visigoda, estatalismo moderno, absolutismo...), una superestructura que se muestra como irreconciliablemente hostil a nuestro mismo ser, que destruye nuestra identidad, a la vez que reprime a la "España real" y la reduce a la servidumbre. Esa democracia no la queremos, queremos nuestra democracia, de cuyo prestigio -como con el prestigio de la monarquía tradicional- se han servido nuestros enemigos para falsificarnos nuestro mundo hispánico: es indudable que con palabras como Monarquía o Democracia se nos evocan realidades que forman parte de nuestro más auténtico hispanismo, pero que (dejadas en un pasado difuso, difícilmente inteligible y, por ello mismo, inoperante) se las prefiere mantener ancladas en el equívoco de la polisemia.

Pues no todo lo que se llama "democracia" lo es, ni tampoco es verdadera "Junta" todo lo que se hace llamar como tal.

Parafraseando a Lenin, podríamos proclamar: "Todo el poder para las Juntas"... Para las verdaderas Juntas que hemos de redescubrir y poner en pie. 


BIBLIOGRAFÍA
 
Oliveira Martins, J. P. de, Historia de la civilización ibérica, Librería y Editorial "El Ateneo", Buenos Aires, 1944.

Bosch-Gimperá, P., La democracia española histórica, (España Nueva, Méjico, D. F., 4 de enero de 1947), publicado en "La España de todos", Seminarios y Ediciones S. A., Madrid, 1976.

Marx, Karl, La España revolucionaria, Alianza Editorial, Madrid, 2009.

Fernández Espinar, Ramón, Historia de las Instituciones Político-Administrativas españolas (apuntes de las explicaciones del Catedrático), Granada, 1989.

Nin, Andreu, Los Soviets: su origen, desarrollo y funciones. (Valencia, Cuadernos de cultura LXV, 1932).

viernes, 23 de diciembre de 2016

VIGENCIA Y REIVINDICACIÓN DEL SOCIEDALISMO

Clara Campoamor


VÁZQUEZ DE MELLA, EL SUFRAGIO FEMENINO EN EL SOCIEDALISMO

Manuel Fernández Espinosa


Decía Nietzsche que la opinión pública la constituía la suma de las perezas privadas; y mucho de eso pasa con la mayor parte de las cuestiones. No podía pasar menos con el ideólogo del sociedalismo, nuestro Juan Vázquez de Mella. Reputado como "carlista" (incluso después de haber roto con el pretendiente D. Jaime), etiquetado como "reaccionario"... Se despacha la cuestión, con un rápido y superficial juicio que, con semejante insolidez no puede ser sino erróneo. Es así como se nos permite soslayar a un hombre y a su obra, hurtándonos su grandeza así como la clarividencia de sus lúcidos análisis, en gran medida válidos para nuestra época.

El Tradicionalismo español, como dijo el Conde de Rodezno, no es un partido político; es "un sistema de estructuración nacional, una constitución orgánica de la Nación". Las cuestiones sociales, por lo tanto, pueden encontrar acomodo sin renunciar en un ápice al legítimo patriotismo que se nos quiere hacer un extraño, para despojarnos de nuestra identidad y así dominarnos mejor. El Tradicionalismo español es la constitución interna de nuestra nación y puede acometer la empresa de reestructurar el conjunto peninsular (con el tradicionalismo portugués), solucionando los problemas que hoy palpitan: la cuestión de la organización territorial y administrativa, la defensa de los trabajadores (y, no se olvide, de los parados), así como el objetivo de traer de vuelta a casa a cuantos españoles se han visto obligados a buscarse la vida en el extranjero (¿es que nadie ha reparado en el sinsentido que vivimos? España es un país que acoge inmigración, mientras nuestros connacionales se ven forzados a emigrar) y, sin las delirantes ideologías hoy puestas en curso (como esa aberración totalitaria de la ideología de género), el sociedalismo también puede -y la historia lo legitima para ello- pugnar por la defensa de los derechos de la mujer... Todo encuentra su sitio en el Tradicionalismo: el Tradicionalismo no es ni puede ser un coto privado de unos cuantos señores que luzcan sus pretendidos títulos "nobiliarios". La nobleza hay que ganarla.

Decía Vázquez de Mella en el Congreso de los Diputados, mirando a los señores de la izquierda:

"No hay razón para que dentro de nuestros principios no tengan voto las mujeres. Por este lado no me llamaréis reaccionario, porque todavía no habéis incluído ese principio en vuestro programa".

En fecha tan temprana como febrero del año 1908, Vázquez de Mella hacía profesión de fe feminista ante la cámara, anticipándose a todos aquellos que tanto se pavonean ahora de feministas:

"Y llevo de tal manera la universalización del sufragio a todas las clases, que, siguiendo una tradición de las grandes familias troncales de la primera nobleza aragonesa, y aun sin invocar la tradición, yo no tendría inconveniente alguno en conceder dentro de las clases el sufragio a las mujeres".

Como bien sabemos las mujeres españolas no tuvieron el derecho de voto hasta el 1 de octubre de 1931 gracias a la perseverancia de Clara Campoamor. Con décadas de anticipación, vuelvo a repetir que en el año 1908, había dicho Vázquez de Mella:

"Ya sé que vosotros lo combatiríais, porque en España las mujeres tienen mucho espíritu católico y tradicional; y he sabido que vosotros, cuando defendéis un principio, lo primero que pensáis, la primera cuestión que tratáis de averiguar, es a quién favorecerá el principio...".

Y, en efecto, cuando Clara Campoamor propuso el sufragio femenino en la II República, fue la izquierda, salvando un grupo de socialistas y republicanos, la que se opuso rabiosamente a que las mujeres españolas votaran. La izquierda no quería que las mujeres votaran en la II República Española debido al ascendente que la Iglesia católica tenía sobre las españoles de aquel tiempo. El Partido Radical Socialista y Victoria Kent se enfrentó a Clara Campoamor y la justa causa femenina triunfó con 161 votos a favor frente a 121 en contra. La derecha y los socialistas más coherentes, como Manuel Cordero Pérez, cerró filas con Clara Campoamor, pero ahí estaban los calculadores, los que subordinan los principios a las conveniencias del momento.

Las palabras de Vázquez de Mella de 1908 les cuadra como nunca, con toda la ironía que puso en ellas: "¡Eso prueba la buena fe, el acendrado entusiasmo que tenéis por esos principios!".

La posicion de Vázquez de Mella ante el sufragio femenino es harto elocuente de lo que hemos querido señalar en esta ocasión: el tradicionalismo español en su sociedalismo está en condiciones de ajustar en un perfecto ensamblaje las reivindicaciones justas, expeliendo siempre de sí todo lo que se opone a la salud del cuerpo social.

jueves, 22 de diciembre de 2016

VIGENCIA Y REIVINDICACIÓN DEL SOCIEDALISMO

Resultado de imagen de vázquez de mella
Juan Vázquez de Mella

POR UNA CONSTITUCIÓN ORGÁNICA DE ESPAÑA
Manuel Fernández Espinosa


En una España que a cada día que pasa se desconoce más a sí misma no puede, por desgracia, extrañarnos que el nombre y apellidos de D. Juan Vázquez de Mella y Fanjul haya sido recientemente reflotado del olvido en una de esas polémicas absurdas en que se empeñan aquellos que, por no tener otra cosa que hacer, no saben otra cosa que quitar rótulos del callejero. Sin mayor conocimiento de quién fue Vázquez de Mella, se le despojó del honor merecido de dar nombre a una plaza para poner en lugar de su nombre el de Pedro Zerolo: nos gustaría poder decir que eso fue como desvestir a un santo para vestir a otro, pero tendríamos que preguntarle a San Pedro Apóstol si Zerolo ha sido admitido en el cielo o no y no tengo el mínimo interés en saberlo.

La ocasión fue, no obstante, propicia para airear el nombre del pensador tradicionalista español. Si no le hubieran arrebatado su nombre a la plaza, allí se hubiera quedado el rótulo "Vázquez de Mella" criando telarañas, para que cualquier indocumentado le atribuyera el irreal mérito de ser un militar de la Guerra de la Independencia o vaya usted a saber, con la manía obsesiva que cunde, buenamente lo hubieran hecho un general de Francisco Franco. Y ni una cosa ni otra: nació Vázquez de Mella en Cangas de Onís el 8 de junio de 1861 y pasó a mejor vida el 26 de febrero de 1928 en Madrid, ni vio a los napoleónicos ni tampoco tuvo que vivir ese fracaso de la convivencia nacional que fue la Guerra Civil de 1936-1939. No obstante, la ocasión que produjo aquel despótico atropello podía haber sido mucho más aprovechada si se hubiera acometido una exposición del cuerpo de ideas sociales y políticas que el íntegro cuan lúcido Vázquez de Mella encarnó y expuso a lo largo de su vida y su obra toda, con la coherencia que en lógica y vida lo caracterizaba. Pero, ya sabemos que algunos estaban más ocupados en descubrir el pensamiento católico de los ingleses, como estamos harto acostumbrados.

La obra escrita de Vázquez de Mella se compone de discursos parlamentarios, circunstanciales y artículos periodísticos de calado y algún libro. La circunstancialidad de algunos discursos no invalida las premisas y las consecuencias de lo más importante que en estas piezas oratorias -y literarias- aporta el tribuno. Merece, a nuestro juicio, que explanemos algunas de las ideas medulares cuya vigencia nos parece que salta a la vista y ello sin que nos propongamos una exhaustiva exposición del pensamiento vazquezmellista que sería digno de mayor consideración.

Calificar a Vázquez de Mella como "carlista" a secas denota la ignorancia de los avatares políticos de su biografía. Baste decir que el 11 de agosto de 1919 en el casino de Archanda Vázquez de Mella se apartaba (por razones que no voy a detenerme en glosar) del carlismo oficial, cifrado en el pretendiente carlista del momento, D. Jaime de Borbón. Esa fecha puede tomarse como fundación del Partido Católico Tradicionalista que lideraría nuestro pensador y tribuno.

Tradicionalista español sí que lo fue, por supuesto que sí. Pero debiéramos tener en cuenta que el tradicionalismo español, aunque históricamente se haya concretado en comuniones o partidos políticos, no es un partido político; bien lo vio el Conde de Rodezno cuando escribió en el prólogo del Tomo XVI de las Obras de Mella que: "...el Tradicionalismo (no es) un partido, sino un sistema de estructuración nacional, una constitución orgánica de la Nación".

Por muchos motivos, el tradicionalismo ha sido identificado con el carlismo. Esta identidad fue cierta en algunos momentos históricos que, por dramáticos que fuesen, encontraron la situación favorable para que esto fuese así: la Primera Guerra Carlista o la Tercera Guerra Carlista del siglo XIX. Sin embargo, el desenvolvimiento histórico nos ha traído a una situación a simple vista paradójica: el carlismo ha venido a quedarse a día de hoy sin un pretendiente indiscutible capaz de aglutinar no ya a todos los tradicionalistas, sino a todos los que se auto-intitulan carlistas. Digo "a simple vista paradójica" por la estrecha relación entre tradicionalismo hispánico-carlismo-monarquía tradicional, pero esto -con ser problemático- no puede ser ninguna excusa para perderse y accionar en el vacío: al hilo de nuestra dilatada historia nacional tenemos ejemplos que demuestran que los españoles tradicionalistas hemos sabido mantenernos firmes incluso en ausencia de un Rey y en circunstancias muy críticas: ahí está nuestra Guerra de la Independencia. Es deseable que haya un Rey con legitimidad de hecho y de derecho, por supuesto; pero la historia demuestra que eso no es imprescindible.  

Así pues, aligerado de la cuestión dinástica: ¿cuál diríamos que es la medula del tradicionalismo español en política?

Y es aquí cuando hemos de apelar al pensamiento de Vázquez de Mella. El bastión que defendemos y defenderemos es, a la luz de sus enseñanzas, la concepción de la sociedad que afirma y a la que nos adherimos intelectual, voluntaria y sentimentalmente, negando la sociedad artificial que como una impostura liberal (o en su versión de impostura marxista) se ha impuesto. Y para cifrar ese núcleo doctrinal Vázquez de Mella acuñó un vocablo que reivindicamos ahora: sociedalismo. Los tradicionalistas españoles, en ausencia de una solución dinástica que encarne las pretensiones de nuestro ideario, nos confesamos sociedalistas. La expectación de un Rey por venir no puede por más tiempo paralizarnos y, menos todavía, cuando España está sufriendo a día de hoy, a manos de la globalización y los tirones separatistas, la mayor crisis de identidad política, social y metafísica que ha sufrido nunca.

¿Qué es el sociedalismo? 

El sociedalismo es, con palabras de nuestra época, un comunitarismo autóctono anterior a los comunitarismos extranjeros importados. Toda una concepción del hombre español (el hombre abstracto es una fantasmagórica entelequia) y sus relaciones con los demás hombres en el mundo que lo circunda; y esta interacción no la hace el hombre simple y exclusivamente a título individual sino también a título corporativo, pues todo hombre está vinculado a otros hombres en sociedades que pueden ser llamadas "cuerpos intermedios" y que, de existir y ser reforzadas, vienen a defenderlo justamente del poder omnímodo que ejerce el Estado liberal o, allí donde ha estado implantado, el Estado comunista: dos caras del mismo mal, los errores filosóficos del mundo moderno con su séquito de contradicciones, despropósitos e iniquidades. El sociedalismo de Vázquez de Mella que hacemos nuestro parte de una crítica demoledora al concepto de "individuo" que emerge con la modernidad. No es ni puede ser de derechas ni de izquierdas; eso son conceptos modernos que insisten en los mismos errores que denunciamos, condenamos y queremos corregir.

Vázquez de Mella entiende que el individuo aislado "es una creación del filosofismo y de la economía liberal del siglo XVIII, y que hizo su aparición legal en el primer artículo de la Declaración de derechos de 1789". 
 
Pero ese "individuo", ese "ciudadano-átomo", es una ficción moderna, pues "El hombre nace en un ambiente social y en él se forma; en una familia, en un municipio, en una clase; recibe una educación, unas enseñanzas , unas ideas, unas costumbres, una lengua, que existían antes que él viniese al mundo". Entender, como lo hace el liberalismo, que el individuo se contrapone a la sociedad o que son dos cosas que pueden existir por separadas es "la falsa invención del ente armado con una tabla de derechos solitarios que pacta con la sociedad, sin la que no podría existir".

Vázquez de Mella acusa a esta torpe concepción de haber suprimido las "sociedades colectivas intermedias" entre el hombre particular y el Estado. Las consecuencias a efectos prácticos se hicieron pronto notar en la revolución francesa con la llamada Ley Le Chapelier que prohibió la "libertad de asociación", aboliendo los gremios y los "cuerpos intermedios" y creando la ficción de que el "individuo" pactaba directamente con el Estado con lo cual el individuo salía, a todos los efectos, perdiendo.

Mediante la supresión de los "cuerpos intermedios", mediante decretazo o en su versión más sutil de supeditar toda asociación lícita de abajo al visto bueno y permiso del Estado, se ha consumado la efectiva esclavitud del individuo bajo el Estado.

Para esto debemos considerar que, previamente a la implantación del Estado liberal, existía una red de personas colectivas que quedaron desarticuladas y desmanteladas por la intervención del Estado liberal que, mientras afirmó la propiedad individual, atacó a la propiedad colectiva (el ejemplo son las desamortizaciones decimonónicas), fueron cabalmente esas desamortizaciones ejecutadas desde el Estado liberal las que dieron un golpe mortal a la propiedad colectiva que "empezó muchas veces por un desprendimiento de la propiedad individual" y, alegando el Estado que las personas colectivas eran obra suya, vulnerando el derecho de asociación desde abajo, expropió la propiedad amortizada de la Iglesia y a los municipios de sus propiedades, para "sacarla a subasta pública y repartir el botín entre los amigos." La desamortización consistió en cambiar la forma de la propiedad corporativa (de todos o de los más) en propiedad individual (de pocos): "la desamortización fue un latrocinio de una parte de la clase media, no sólo contra la Iglesia, contra la aristocracia y contra la Monarquía, sino principalmente contra el pueblo". (Las citas literales de éste párrafo de arriba y las de abajo son todas del volumen XXV de las Obras Completas de Vázquez de Mella, Junta de Homenaje a Mella, año 1934)

La consecuencia lógica que siguió a este expolio liberal y burgués fue el socialismo que postulará que si la propiedad corporativa ha podido cambiar su forma a propiedad individual, cabe, tomando el poder estatal por vía legal o a las bravas, cambiar la forma de la propiedad individual en colectiva.

Raimundo de Miguel (1917- 1991) sintetizó los cuatro principios que constituyen este sociedalismo hispánico:


1. El poder reside en el grupo, no en el individuo.
2. Que la autoridad supone una distinción fáctica entre quien manda y quien obedece, siendo una falacia la pretensión pactista que identifica soberano-súbdito por medio del sufragio.
 
3. Que sin Dios no hay manera de resolver ningún conflicto que surge de la innata igualdad entre los hombres; pues, sin reconocer a Dios, la autoridad sería resultado de la fuerza y no de la ascendencia moral.
 
4. El poder es de la misma naturaleza, lo mismo en las sociedades inferiores que en el Estado.

Son muchas las consecuencias del análisis de Vázquez de Mella, pero una de las más importantes conduce a rechazar la democracia representativa como un constructo moderno que toma al individuo aisladamente (reducido a un voto de cuatro en cuatro años) e interpone unos falsos intermediarios que supuestamente lo representan a través de los partidos políticos. Pero nuestro rechazo no es, por mucho rechazo que sea, nada eficaz si no apostamos por la constitución y reconstitución de esos cuerpos intermedios que deben sustituir todas las falsas asociaciones políticas artificiales que disuelven la libre acción y realización de la sociedad desde las realidades de abajo, restándonos y hasta aniquilando nuestra libertad real en nombre de libertades retóricas y vacías.

Continuará...