Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor
Me siento muy orgulloso de que el Quijote sea
considerado el mejor libro de todos los tiempos. Es un orgullo para nuestra
universal lengua. No obstante, creo que ha tenido un aspecto negativo, y ha
sido la propagación del antihéroe hasta convertirse en una suerte de arquetipo
nacional, pesada losa que como nefasta imagen de acomplejados nos lleva
acompañando ya siglos. Y es que también nos olvidamos que esta gran novela fue
censurada en su día por personalidades tan importantes como Quevedo y Lope de
Vega, colegas próximos de Miguel de Cervantes. Y las cosas pasan por algo.
Sobre los orígenes de Cervantes, se ha escrito
absolutamente de todo: Gallego, catalán, judío, morisco… Sin embargo, yo me
quedo más con la información que nos brinda Jean Dumont (1), aquel gran historiador que se consideraba “francés de España”,
quien aseveraba que Cervantes procedía de cristianos viejos. No hay que buscar
por ahí determinados “códigos secretos” que algunos pretenden sacar del
Quijote, haciéndonos también a Cervantes como una especie de prócer
liberal-progresista. No, nada de eso era Cervantes. Cervantes, como bien dice
Dumont, adscrito a la corriente erasmista, corriente intelectual y religiosa
que cautivó a no pocos intelectos españoles gracias al contacto con el mundo
centroeuropeo de la época. Erasmo de Rotterdam, al cual protegió el mismísimo
Carlos I, irrumpía en la escena cultural y espiritual con ideas que parecían
renovadoras, sobre todo con respecto a la corrupción del clero y la falta de
instrucción. Con todo, siempre dejó claro que “non placet Hispania”, y los
“alumbrados” españoles, al igual que muchos ilustrados en el siglo XVIII, veían
con mucha fatiga y pesimismo las costumbres y esencias de su propio país,
creyendo que esta avalancha dizque humanista traería progreso. Cómo nos suena
esto, constante tan manida en nuestra Historia… Ante el advenimiento de la
ruptura protestante, Martín Lutero, quien años después exhortaba a los
príncipes alemanes a “exterminar como a perros” (literalmente) a los campesinos
rebelados, se declaraba heredero de Erasmo de Rotterdam. Sin embargo, Erasmo no
salió del círculo pedagógico y ante la Reforma y la Contrarreforma, con una
actitud más o menos “pacifista”, acabó por no gustar ni a unos ni a otros. ¿Será
Erasmo un precursor de la Ilustración? ¿Del krausismo? ¿Todo se solucionaba con
“educación”? ¿El problema era la traducción de la Biblia? Será y no será,
porque uno de los problemas de Erasmo, sobre todo en los últimos tiempos, fue
su “indefinición” ante uno de los máximos acontecimientos de Europa. Fue un
hombre de gran conocimiento, sin duda, pero ese conocimiento no fue muy llevado
a la escena práctica, y mucho menos en un mundo hispánico que se reafirmaba
contra la iconoclastia y el determinismo de Lutero, Calvino y compañía; el
cénit de la “cultura prometeica” según el filósofo y sociólogo letón Walter
Schubart (2).
Con todo, como decimos, sus enseñanzas, sobre
todo a través de la “cultura”, se hicieron eco en España, y parecido conflicto
se viviría en el siglo XVIII, con una élite ilustrada y “afrancesada” ante un
pueblo barroco; claro que en los siglos XVI y XVII la élite estaba mucho más
mimetizada con el sentir popular en general, siendo que el erasmismo nunca
salió de ciertas marginalidades.
En fin, aparte de este “humanismo
renacentista-erasmista”, que se había anticipado en Italia con el rechazo de
una época mal llamada “Edad Media”, siempre cuestionando el “mundo anterior” y presumiendo de purismo y
recogimiento mientras en verdad inyectaba un paganismo mal digerido, Cervantes
tenía no poco resentimiento personal y en verdad no le faltaban algunas razones
para ello. Sus servicios militares nunca fueron recompensados, y no le fue
concedida la ansiada gobernación de Guatemala, lo que provocó que tuviera
cierta visión negrolegendaria sobre las Indias. Aparte, como cobrador de
impuestos, estuvo encarcelado, y de ahí a que dominara a la perfección el
lenguaje hampón que con tanto arte plasmó en Rinconete y Cortadillo, por
ejemplo. No nos olvidemos, asimismo, de hechos como su cautiverio en Argel, lo
cual le dio para mucho en cuanto a los moros y el islam, no porque fuera
morisco como algunos creen. Su mala situación personal, algunas inclinaciones
intelectuales y sus continuos desencuentros en general, le imprimieron un
carácter mordaz y satírico que no siempre fue bien comprendido.
El Quijote es un libro tan amplio, tan
controversial, tan simbólico, tan realista, tan ácido, tan humorístico, tan
pesimista… Y tantas y tantas cosas que abarca que ha provocado argumentos y
visiones de todo tipo. Reitero: Debe ser motivo de orgullo el que nuestra lengua
y cultura se haya embellecido con este ejemplo. Sin embargo, al no ser siempre
bien comprendido, por encima de lo que pensara o dejara de pensar el propio
Cervantes al criticar el manido gusto por los libros de caballería, lo cierto
es que se fue extendiendo la idea del antihéroe como arquetipo español; idea en
especial muy aprovechada por algunos ilustrados y luego por muchos liberales y
marxistas; idea que asimismo han aprovechado determinadas oligarquía
criollo-mestizas para, al servicio del imperialismo británico, hacer y deshacer
en las Españas Americanas, ante un pueblo siempre humillado y cabizbajo,
inconsciente de su grandeza histórica y sus inherentes capacidades. Fijémonos
en cómo los españoles, cuando queremos hacer chistes, nos denigramos a nosotros
mismos. Es algo que también le pasa a los portugueses. Otros han creado el
absurdo mito del gallego tonto y bruto (3)
para inventarse no sé cuántos chistes. Y así seguimos.
Está bien que haya molinos de viento que
parezcan gigantes, está bien la cordura recuperada y la diferencia entre el
quijotismo y el sancho-pancismo y todo eso, pero también está bien la realidad
sin desdeñar ideales bellos, y menos los de una caballería que forjó una
civilización cimentada en el espíritu, constituyendo un código histórico
milenario; y está bien la autocrítica pero constructiva y también consciente de
las virtudes y las buenas posibilidades. La idea del antihéroe se ha
introducido y exagerado demasiado entre nosotros, y ya es hora de frenarla con
ejemplos como el de José Cadalso (4),
insigne patriota del siglo XVIII que murió intentando recuperar Gibraltar para
España, mientras siglo después, toda una cohorte de acomplejados
pseudo-intelectuales no hicieron más que, desde señoritingas posiciones,
criticar y mentir sobre el pasado sin construir nada bueno y verdadero hacia el
futuro.
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