"LA EXCAVACIÓN" DE ANDRÉI PLATÓNOV
Manuel Fernández Espinosa
ALGO SOBRE ANDRÉI PLATÓNOV
Definitivamente, considerada desde un punto de vista mundano, la coherencia ideológica nunca ha sido un buen negocio. Recientemente hemos leído algunas traducciones al castellano de la obra del gran poeta soviético Andréi Platónov. Nacido en 1899 en la aldea de Vóronezh, a la vera del ferrocarril para el que trabajaba su padre, Andréi fue el hermano mayor de una familia rusa numerosa. Estudió en la escuela parroquial y muy pronto, con 13 años, trabajaba para sostener a su familia. Platónov fue uno de los comunistas más fervientes, miembro del Ejército Rojo. Fue testigo del implacable aplastamiento de las revueltas kulakianas, y como persona de una humanidad a flor de piel quedó traumatizado por el exterminio de los pequeños propietarios de tierra a manos de los colectivizadores. Su desencanto lo plasmó en sus novelas y relatos, que fueron censurados por Stalin, el cual llegó a calificar la obra de Platónov como "basura".
Platónov descubrió, en aquel infierno stalinista, una "nueva religión" que suplantara a esa otra "religión" de muerte en la que había creído ciegamente. Esa "nueva religión" fue el amor por su esposa, con la que tiene un hijo. La familia será el sagrado al que retirarse, tras constatar que siempre que el hombre quiere implatar por decretazo la felicidad, el hombre lo que consigue es establecer el infierno en la tierra. Platónov se vuelca en la familia, en su esposa y en su hijo, y así logra capear el temporal. El totalitarismo tiene un gran enemigo: el amor, contra esa fuerza divina nada puede, recuérdese "1984" de George Orwell.
Considerado por Stalin como un escritor insuficientemente comprometido con el comunismo, a Platónov se le redujo al silencio, proscribiéndosele y negando la publicación de su obra literaria. Escapó de ser "reeducado" en los campos de concentración soviéticos, pero para colmo de males el hijo del escritor será arrestado en 1938 y es deportado el gulag. Cuando, gracias a las gestiones de Shólojov, el hijo de Platónov sale del gulag, regresa al hogar tocado de muerte: la tuberculosis que ha contraído en el campo de concentración acabará tres años después con el joven que muere en los brazos de Platónov. Platónov, por cuidarlo, contrae la tuberculosis.
Al estallar la II Guerra Mundial, Platónov es reaprovechado por Stalin. Se le extiende un permiso para que se emplee como corresponsal de guerra al servicio de "Estrella Roja", pero en las postrimerías de 1946 publica «El regreso», lo que nuevamente le cuesta ser censurado. Se le cancela toda posibilidad de seguir publicando y muere tuberculoso y alcohólico el 5 de enero de 1951 en Moscú.
Se dice que Platónov era un comunista convencido, y lo era. Pero con mucha probabilidad ocurre que el peor enemigo de una causa -como el comunismo- sea el más fervoroso de sus convencidos. Su novela "Chevengur" constituyó una crítica implícita a las colectivizaciones. "Chevengur" gira alrededor de la búsqueda que emprende un hombre que, convencido de que el socialismo ha surgido en alguna parte de manera natural, monta sobre su caballo llamado "Fuerza Proletaria" y, a lomos de "Fuerza Proletaria", parte al encuentro de ese lugar. Otra obra suya es "La excavación" que también cuenta con personajes fuertemente caracterizados, cuyo sentido de la vida es la búsqueda afanosa de la verdad o de la felicidad. Otro relato de Platónov es "Dzhan" -que en turcomano significa "alma que busca la felicidad"- era también como se llamaba a sí mismo un pueblo miserable, compuesto de individuos sin lazo social alguno, vagando por el desierto. Por el significado de la misma palabra que da título a la novela breve, el relato presenta similar trama. La pregunta filosófica que trata de responder es "¿Se puede fabricar la felicidad de los hombres?". En "Dzhan", un hombre enviado por Moscú trata de reunir a todos los miembros del pueblo "Dzhan" y encaminarlos a la felicidad, o sea: al socialismo.
"LA EXCAVACIÓN" (KOTLOVÁN)
Todas las novelas de Platónov son grandes parábolas, escritas con un pulso poético avasallador. Sus personajes muestran toda la fuerza elemental del pueblo ruso. Vóschev, que se auto-tortura por carecer de la verdad, busca un sentido a su vida tras ser expulsado de la fábrica metalúrgica en que trabaja por darse a sus cavilaciones. Zháchev, un mutilado de la revolución, brutal y chantajista. El medrador Kozlov. El fanático Safrónov. El pobre y noble corazón del silencioso Yeliséi. El técnico Prushevski, enamorado de la imagen que no recuerda de una muchacha a la que vio cuando era niño, tentado por el suicidio. Y, entre muchos más, Nastia, la pequeña huérfana que recoge Chiklin. Chiklin es tal vez el personaje más recio de todos. Su voluntad de trabajo es titánica, incapaz de proclamar sus sentimientos es un corazón solitario que se vuelca en la niña huérfana que adopta. Pero la misma ternura inefable que siente por la niña se convierte en un puño mortífero para todo aquel que le estorba, sin escrúpulos. Su asco se muestra cuando encuentra a un pope renegado, que quiere salvar la vida blasfemando de Dios:
-¿Y por qué el pueblo no se bautiza aquí, canalla? -le pregunta el comunista Chiklin al pope camuflado bajo un peinado foxtrot.
Ante la respuesta del pope, Chiklin le propina un puñetazo que lo derriba. Así es con todos. Duro e implacable.
La niña Nastia no es tampoco un convencional ejemplar de la infancia. Su odio contra los kulakianos, estalla en boca de esta niña que de angelito no tiene nada:
-¡Vete a matarlos! -le dice Nastia a Safrónov.
-No está permitido, hijita: dos individuos no hacen una clase...
-Eran uno y uno. -vuelve a la carga la niña.
-Pero en total eran pocos -se lamentó Safrónov-. ¡Y de acuerdo con los planteamientos del pleno tenemos la obligación de liquidar a la clase entera, no menos, para que el proletariado y la capa de jornaleros se queden huérfanos de sus enemigos!
Los personajes de "La excavación" viven frustrados por falta de amor. Son seres en busca de amor, pero sólo encuentran como simulacro del mismo los grandes sueños que el altavoz radiofónico les marca: producción, acatamiento de los planteamientos soviéticos, expropiación de los campesinos, exterminio de los campesinos... Se adhieren a estas consignas políticas, pero en el fuero interior sufren por saberse profundamente insatisfechos, vacíos. Sin embargo, la confianza en el comunismo reviste tonos de fe religiosa sin Dios. Zháchev pregunta al ingeniero Prushevski:
-¡Prushevski! ¿Podrán o no los avances de la elevada ciencia hacer resucitar a los hombres que ya estén podridos?
-No -dijo Prushevski.
-Mientes -le reprochó Záchev sin abrir los ojos-. El marxismo lo puede todo. ¿Por qué entonces yace muerto Lenin en Moscú? Está esperando a la ciencia, quiere resucitar. Hasta a Lenin le encontraría yo trabajo -informó Záchev-. ¡Le señalaría a los que deberían cobrar aún más! ¡No sé por qué, pero huelo en seguida a los cabrones!
En ese tono -¿sátira?, ¿surrealismo?- se desenvuelve esta novela. Platónov nunca se propuso escribir una anti-utopía, pero solo tenía que relatar lo que había presenciado -el exterminio de los kulakianos, p. ej.- para construir una de las distopías más grandiosas de todas cuantas se han escrito.
INVITACIÓN A PLATÓNOV
Merece la pena, claro que lo merece, leer a este gran poeta soviético. Resulta curioso que, hasta en un infierno, el ser humano tenga las capacidades de crear tanta belleza como la que palpita en la obra de Platónov. Platónov, un desengañado de la utopía. Otro más. Pero, en su trágica adhesión al marxismo soviético, un hombre que todavía conserva las indómitas fuerzas elementales de su pueblo noble y sufrido. Tantas fuerzas como para oponerse al totalitarismo stalinista, creando una obra literaria inmortal con grave riesgo de su vida. Como todos los escritores que sufrieron el totalitarismo soviético (cómo olvidar al gran Alexander Solzhenitsyn), incluso siendo convencidos comunistas, Platónov formará parte de la biblioteca de todos aquellos que pretendan resistir al totalitarismo enmascarado de nuestros días como disidentes bien formados.