RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

lunes, 15 de septiembre de 2014

LA EUROPA REVOLUCIONARIA. LAS GUERRAS CIVILES QUE MARCARON EL SIGLO XX


Portada del libro: "La Europa Revolucionaria" de S.G. Payne"


Ficha Técnica:
Título: “La Europa Revolucionaria. Las guerras civiles que marcaron el siglo XX”
Autor: Stanley G. Payne
Editorial: Planeta, “Temas de Hoy”, 2011
Traducción: Jesús Cuéllar
Páginas: 414
Luis Gómez

            Stanley G. Payne es un hispanista de reconocido prestigio. No vamos a entrar en si es mejor o peor que éste o aquel, pues como suele pasar en estos temas, la cuestión está en el gusto. Lo cierto es que nadie dudará de su buen hacer, su investigación seria y rigurosa, y que sus libros están llenos de citas, bibliografía y un profundo conocimiento de lo que dice.

            Lo cierto es que, en lo concerniente a la Guerra Civil española se ha escrito tanto, y desde tantos puntos de vista (algunas veces simplemente puras mentiras con tintes propagandísticos) que de puro repetir uno ya debe estar más que aburrido del tema.

            Habrá que decir con antelación, que uno de los escritores españoles que antes que nadie puso los puntos sobre las íes en el tema de la Guerra Civil y el Alzamiento fue D. Ricardo de la Cierva. Escritor éste de pluma ágil y con una gran cantidad de información privilegiada y de primera mano, al cual le tocó mantener viva la llama de la veracidad de ciertos hechos históricos ocurridos durante esos años, justo en la etapa más difícil, cuando todo el mundo se hacía pasar por “progresista” y se dedicaba a escribir libros al dictado de los intereses revanchistas de los grupos políticos de la izquierda española. Esa época fue dura, y se inundó el mercado con libros en los que sólo se esgrimía la “sacro-laica” legitimidad del gobierno Republicano y la “fascista” (sic) actitud de los “golpistas” que vulneraron –según su propaganda- toda legitimidad y se instalaron en una dictadura.

            Ese ha sido el “catecismo ideológico-propagandístico” que se ha seguido durante los últimos años, y sólo a finales de los años noventa, algunos autores osaron “revisar” el tema, y puntualizar algo sobre el particular. Muy pocos citaban a D. Ricardo, pero casi todos seguían sus teorías y sus puntualizaciones. César Vidal, Pío Moa, (con la abismal diferencia que existe entre D. Pío y César Vidal) fueron quizás, de los más comerciales y de los nombres que más han sonado en el mercado literario.


            Pero España, que es así desde que la parieran sus primeros pobladores, nunca ha llevado muy bien el que alguien de su misma sangre le diga que es la verdad (o la mentira), en cambio, si el que escribe lleva un apellido extranjero, entonces la cosa cambia. Se levantan banderías y se establecen grupos de seguidores o detractores, y los comentarios de dichos escritores son llevados de aquí para allá –algunos se los tatuarían en el alma- como si de parábolas bíblicas se trataran.  


Stanley G. Payne

Pero no divaguemos más y vayamos al libro que nos ocupa. “La Europa Revolucionaria. Las guerras civiles que marcaron el s. XX” es un manejable ejemplar que relata las contiendas y operaciones militares que marcaron la Europa del s. XX. Evidentemente hace hincapié en la I GM y en los albores de la IIGM, pero donde más se detiene el autor es en los sucesos acaecidos en la España de los años 30 y posteriores, incluyendo y analizando la Guerra Civil.

            S. G. Payne no nos dice nada nuevo en el libro sobre lo que ocurrió en España, pero es de agradecer el que se vuelva a leer ese trozo de nuestra Historia como país, sin las tergiversaciones y aquiescencia propias de otros autores.   

Payne hace un breve repaso por los aconteceres políticos de esa España convulsa. Habla sin tapujos de la visceralidad y radicalidad de la República. De la cobardía o connivencia de los gobernantes republicanos.
           
            “Historiadores como Edward Malefakis han reconocido la existencia de una cierta situación prerrevolucionaria” (p. 236) dice Payne en su obra. Continúa diciendo: “Después de perder por completo cualquier posición de fuerza institucional, las formaciones políticas derechistas estaban divididas y se encontraban inermes (…) los partidarios de la Corona carecían de apoyos dentro de España (…) el pequeño movimiento fascista, Falange Española, había sido ilegalizado en marzo, pero devolvió los golpes de los revolucionarios (…) Pese a todo, el movimiento clandestino carecía de capacidad para alumbrar una insurrección” (p.237). Como se puede ver, la situación no era favorable para nadie. En la República, ese espejismo político al que con tanta fuerza se agarran las formaciones actuales de izquierdas, no era sino la antesala de una revolución violenta y sin garantías ningunas para el ciudadano. El asesinato de Calvo Sotelo, cuyo catalizador fue la muerte del Teniente Castillo, es una prueba evidente. “No fue tiroteado en una esquina, como Castillo y muchos otros, sino que fue detenido ilegalmente y asesinado por un contingente policial, que, por otra parte, tenía una composición irregular, ya que lo integraban agentes izquierdistas, unos de servicio y otros no, además de revolucionarios socialistas, lo cual recordaba ligeramente a la utilización que en sus primeras semanas en el poder había hecho Hitler de miembros de las SA y las SS como Hilfspolizei”. (p. 238)

            En definitiva. S. G. Payne no viene en su obra a ilustrar o decir nada nuevo que no se haya dicho ya. No es que desvele en este pequeño capítulo de su libro datos novedosos que enriquezcan la ya de por sí rica información que hay sobre este tema, pero si podemos afirmar que es un soplo de aire fresco para el lector, ya que en los libros que sobre esta temática existen en los anaqueles de las librerías, la visión cabal e imparcial de lo sucedido durante la contienda civil española, están en franca minoría sobre los propagandistas

            Hubo atrocidades por ambas partes. Se cometieron crímenes horribles en ambos bandos, pero hasta la presente, sólo los de una de las facciones, reconocen ese hecho. La otra, aún a día de hoy, se niega a reconocer sus crímenes.

            “La Europa Revolucionaria” es pues, un ejemplar que puede servir tanto de consulta, como de amena lectura. Su estilo es agradable y no cansa. Imprescindible para aquellos que quieran aventurarse en ese periodo de la historia y teman empezar otros volúmenes más enjundiosos.

jueves, 11 de septiembre de 2014

La Alta Edad Media no fue una “era oscura”. Los orígenes cristianos de Europa. De los primeros mártires al nacimiento del monacato.

Artículo publicado en el Nº 27 de la revista La Razón Histórica

Luis Gómez. Historiador

            Tras la caída del Imperio Romano se abre en Europa un largo periodo de transición en el que se sucederán acontecimientos importantes que servirán para que desaparezca casi totalmente las estructuras civiles, sociales y económicas que servían de sustento y apoyo a éste y surjan en su lugar otras nuevas. Durante esos primeros siglos, el romano va perdiendo progresivamente el estatus de “ciudadano romano”; la gente migra de las ciudades al campo y ello conlleva que el mapa geopolítico del mundo conocido se vaya transformando poco a poco para luego dar paso a lo que en Historia se ha venido en llamar las sociedades feudales de la Alta Edad Media (del s. V al s. X)[i].

            Todo el progreso jurídico social y técnico que se había producido durante la antigüedad romana, sufre un serio estancamiento.

            El mundo hasta ahora conocido tiene que reinventarse de nuevo. Los hombres del Medievo junto con  los rescoldos del pasado romano, hacen que surjan nuevas estructuras sociales y organizativas las cuales terminarán por dar forma a lo que en la actualidad es Europa. Ese paso principal no puede entenderse sin los monasterios y las órdenes religiosas nacidas al calor de sus santos fundadores.




"Mártires cristianos en el circo romano"

Los primeros cristianos europeos. Los mártires.

            Tras la muerte y Crucifixión de Jesucristo, los Apóstoles llevan el Evangelio par todas las partes del mundo conocido tal y como Jesús les había ordenado[ii]. Pero la religión choca frontalmente con la religión del Estado de los emperadores romanos de la época. Es un periodo convulso en el que se producen diversas persecuciones y se trata de impedir la propagación del culto cristiano por diferentes partes del Imperio. En el s. II d. C. por ejemplo, en una de las mayores ciudades de la Galia, Lugdunnum (actual Lyon) los ciudadanos practicaban mayoritariamente “el culto de Roma y Augusto, única religión realmente vivía en aquel universal ocaso de los dioses (…), lazo que ligaba las provincias a la cabeza del inmenso cuerpo ecuménico, símbolo de lealtad al supremo representante de la grandeza y majestad del pueblo romano[iii]. Tal era así, que los cristianos que allí habitaban, en el año 177 d.C., lo hacían bajo terribles condiciones y sometidos a todo tipo de vejaciones. “El pueblo hacía imposible la vida a los cristianos,. Se les cerraba la puerta de las casas, nadie hubiera querido ver a un cristiano pasar sus umbrales, se les arrojaba de los baños, refinamiento característico de la vida romana, y se les impedía el acceso al foro…[iv] el hecho es que, según relata Eusebio de Cesarea, al calor de un tumulto sin especificar, la población romana de Lyon cargó contra los cristianos allí residentes, los cuales fueron perseguidos y martirizados sin piedad.

            Las persecuciones y los martirios de los cristianos se fueron sucediendo a lo largo de los siglos siguientes, llegando con Diocleciano (s. III d.C.) a padecer éstos los mayores rigores según los historiadores. El congreso de Nicea, realizado en el 325 d.C. ya con Constantino I como emperador, será el que dará legitimidad al cristianismo dentro del Imperio.


 "Arrio de Alejandría"

Desviaciones y herejías

            Pero eso no significó el final de los problemas, sino el inicio de unos nuevos. El cristianismo incipiente caminaba por el mundo sin fijar claramente su doctrina y ello propició la aparición de desviaciones heréticas las cuales desvirtuaban y confundían a los seguidores de Cristo. Una de ellas fue el arrianismo, herejía que negaba la naturaleza divina de la segunda persona de la Santísima Trinidad[v].

            No fue esa la única herejía a la que hubo de enfrentarse el cristianismo de los primeros siglos, ni tampoco sería la última, “Desde sus propios orígenes la relación de la Iglesia con los herejes se convirtió en un problema muy agudo y permanente[vi] –nos comenta Jesús Álvarez Gómez- “El mismo Jesús lo había previsto y uso a sus discípulos en guardia contra los falsos cristos y profetas (Mt 24,24); San Pedro anuncia a las comunidades destinatarias de su segunda carta: … habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán furtivamente herejías perniciosas (2 Pe 2,1)” dentro del elenco de desviaciones y herejías paleocristianas se pueden destacar la de los ebionitas, los elkesaitas (que profesaban una mezcla de judaísmo, cristianismo y paganismo) y con el tiempo se convirtieron en los mandeístas, el gnosticismo, etc[vii]. Muchas de ellas, aún después de ser condenadas como herejías, siguieron existiendo y propalando sus errores por diferentes partes del mundo fruto del carisma de algunos de sus fundadores o de la predicación de sus discípulos en tierras todavía poco cristianizadas.

            Mientras el imperio romano de occidente sucumbía a las invasiones bárbaras, Bizancio mantenía la cabeza alta y soportaba mejor el curso de los acontecimientos.

            “Aquejado por una profunda crisis demográfica, consecuencia del hedonismo imperante, tan semejante al nuestro, y sometido a terribles deficiencias económicas por un mal entendido conservadurismo en las estructuras, el Imperio había tenido que recurrir a una fuerte inmigración[viii]. Nos dice el maestro Luis Suárez en su obra, y a continuación prosigue: “Primero se trataba de campesinos a los que no era necesario otorgar la ciudadanía. Luego se contrataron soldados germánicos, al principio a título individual, pero más tarde a pueblos enteros como el caso de los godos”[ix]. Esos pueblos bárbaros o germánicos, con el paso del tiempo, rompieron sus ataduras con Roma, llegando a ejercer por sí mismos no sólo la autoridad militar, sino en muchos casos también de la autoridad civil de sus respectivos territorios., “De este modo se pasó de la unidad del Imperio a la pluralidad de las naciones[x] indica el gran historiador español Luis Suárez. Pero algo importante había ocurrido durante el proceso de suplantación de poderes. Esos pueblos germánicos, para diferenciarse aún más de los antiguos gobernantes imperiales, adoptaron el arrianismo como religión oficial, mientras que en su mayoría, la población de lo que quedaba de la antigua civilización romana no lo era. Por otra parte, el cristianismo sufriría durante esos siglos, un retroceso en su expansión.


 "Portada del libro de Serafín Fanjul, Al-Andalus contra España"

La cuestión del saber y el conocimiento en la alta Edad Media.

            Como queda dicho más arriba (ver nota 1), la Edad Media ha sido denostada por muchos historiadores, quienes apuntándose al viento político dominante, empezaron a escribir y renegar la Edad Media cristiana haciéndola pasar en sus trabajos y obras como un periodo de incultura y barbarie incivilizada, mientras que de la otra parte, del Oriente islámico, venía todo el conocimiento, el saber y el refinamiento social y cultural[xi]. De tal modo algunos tratan de torcer la realidad histórica en favor de los intereses políticos del momento, que llegan a inventar comportamientos totalmente inexistentes en personajes o hechos históricos para que éstos se adapten y encajen en sus teorías políticas del presente. Ese sentir queda claramente remarcado en palabras del catedrático Serafín Fanjul, quien en su libro “Al-Andalus contra España. La forja del mito” llega a decir en relación con las tres culturas hispanas y la convivencia de las religiones y Alfonso X el “Sabio” lo que sigue: “La guerra ideológica una vez más adopta la norma del mejor conocer para mejor combatir y mejor dominar y en nuestra opinión éste y no otro es el fundamento, en lo referente al Islam, de la magna obra histórica y literaria de Alfonso X y sus colaboradores, pues parece anacrónico revestirle de un prurito culturalista, de comprensión ecuménica y obsesión por lo políticamente correcto ante otras razas y religiones, muy del gusto actual pero cargado de conceptos e intenciones posteriores que difícilmente pudieron pasar por la mente del rey.[xii] De la misma opinión es el profesor D. Claudio Sánchez Albornoz, quien denuncia en su obra “España un enigma histórico[xiii], ese tipo de prácticas políticas surgidas al calor de los seguidores de las teorías de Américo Castro.

            Es por ello que merece la pena que se ponga el foco en la importancia de la cultura y el saber durante la Edad Media, y como no, la gran labor que tuvieron en ello los monasterios medievales.

            Según Sánchez de Albornoz “También la cristiandad de allende el Pirineo había sufrido una gran crisis cultural en los siglos de hierro de los primeros tiempos feudales. Pero al margen y por bajo de la férrea estructura vital de esas largas centurias, minorías eclesiásticas que no gastaban sus energías en las contiendas de los nobles en el silencio de su claustros tuvieron vagar para entregarse al estudio y a la meditación y para enfrentarse a la postre con los misterios de la vida y del mundo. En los claustros castellano-leoneses, más de una vez asaltados y destruidos por los ejércitos de Córdoba –recordemos las matanzas de los monjes de Cerdeña  y las destrucciones de la Cogolla Eslonza, Sahagún…- y siempre contagiados del estado patológico de la psiquis colectiva, las minorías clericales no pudieron proyectar sus atención sino hacia las angustias torturantes de las terribles horas que vivían. La serenidad evangélica, los dardos espirituales de san Pablo, el erudito bucear de los Padres de la Iglesia en los misterios de la fe cedieron en ellos el paso al Apocalipsis de san Juan que ataría el alma hacia los días sombríos del juicio postrimero”[xiv]. Es suficiente para mostrar lo que se indica, y es que los árabes, que son puestos como referentes de la cultura, del saber, del refinamiento y custodios de las disciplinas de la filosofía y saberes griegos, eran los primeros en destruir los centros culturales cristianos, pues como es lógico pensar, a los soldados de esa época les interesaba más el oro y la plata que podían encontrar en un rico monasterio, que pergaminos cosidos garabateados en un idioma que desconocían y todavía más, que odiaban. Ello hacía que en España, la labor de los monasterios y la trasmisión de la cultura realizada por ellos, fuera mucho más difícil si cabe y más necesaria incluso, que en Europa.

            Y es que es una creencia muy extendida la de que en España, tras el 711, se islamizó rápidamente y se convirtió al islam casi como por arte de magia, cuando en realidad ese proceso de islamización fue muy lento, y más bien al contrario, debieron ser los moros (más que los árabes, cuya población era mínima) los que se castellanizaron, y con posterioridad, con el paso de los siglos se islamizaron.

            “El proceso de adopción hubo de ser lentísimo”. –Nos dice Albornoz- “En la capital de la cora o provincia de Elvira (Granada), la mezquita, empezada a construir por un compañero de Muza, tardó siglo y medio en ser terminada, según Ibn Al-Jatib por el escaso número de musulmanes que durante tan largo plazo de tiempo hubo en la ciudad, donde se alzaban en cambio cuatro iglesias[xv]” Pero no sólo fue al principio. Los promotores de la teoría de “las tres culturas”, fantasean con que durante la dominación árabe de España, en sus ciudades se producía una especie de maravilla o de fusión, donde se vivía en armonía y en total felicidad. Los cristianos que allí bajaban para realizar comercio quedaban imbuidos de saber y conocimiento, y una vez asimilado, eran éstos los que lo llevaban a las tierras ásperas y brutales del norte, ocupadas por castellanos y cristianos. “Castro se detiene con fruición a recalcar la importancia histórica de la ocupación de Córdoba, de Sevilla y de las otras ciudades andaluzas ne el silo XIII, por creer que tales conquistas fueron lo que habrían podido ser en verdad: factores decisivos de la fecunda simbiosis de lo occidental con lo oriental en el suelo de España. Lástima que la realidad histórica no venga en apoyo de esa tan sugestiva teoría. Porque esas ciudades, populosas y ricas, fueron vaciadas de sus habitantes por los conquistadores castellanos. Sus arabizados pobladores abandonaron sus viejos solares para refugiarse en las tierras libres del reino de Granada o cruzar el Estrecho y establecerse en África[xvi] De esa manera, si no había apenas habitantes en las ciudades conquistadas, el proceso de transmisión de conocimientos culturales, no fue por esa vía de la “pacífica coexistencia” que propugnan –aún hoy- muchos seguidores de las teorías de Castro y sus epígonos[xvii]




 "Don Claudio Sánchez Albornoz"

Los primeros monasterios en Europa.

            El apartamiento de la vida cotidiana, el alejamiento de las cosas mundanas vividas bajo una existencia ascética ha sido una constante en muchas religiones, y el cristianismo, desde sus orígenes, no ha sido una excepción. Durante los primeros siglos, muchos son los grupos de hombres y mujeres (vírgenes en su mayoría) que abandonan la vida cotidiana para vivir de manera más perfecta y poder así alcanzar a Dios. Así lo atestiguan, por ejemplo San Pablo o los escritos de Clemente Romano quien dice en sus Cartas a los Corintios[xviii] de haber visto un grupo de ascetas, continentes y vírgenes en la comunidad de Corinto a finales del s. I.

            Esos testimonios se harán más abundantes durante los siglos siguientes II y III d.C. de la mano de hombres como san Ignacio de Antioquia o san Justino, por ejemplo.

            Esos primeros testimonios del ascetismo premonástico tenían una particularidad, y es que como refleja Jesús Álvarez: “Durante los tres primeros siglos, aquello y aquellas que optaban por vivir en continencia o en virginidad, no vivían en comunidades especiales, sino que permanecían en medio de sus familias, ocupándose en el mismo género de actividad que antes, porque la sociedad circundante no admitía el hecho de que una mujer soltera pudiera vivir independientemente del núcleo familiar[xixi].  Pero no obstante se les puede considerar como los antecesores de la vida monástica, pues aun en ese tiempo, el que así decide guiar su vida, poco a poco se deja y se abandona. La mayoría, hombres y mujeres, acepta el celibato en su vida; siguen trabajando en sus quehaceres, pero se vuelven más obedientes y por supuesto, por su abandono material, aceptan la pobreza como condición. Obediencia, pobreza y castidad, tres de los pilares de los que se sustentarán las órdenes monásticas en el futuro.

            Las primeras comunidades cenobíticas surgen en Egipto de la mano de san Antonio o san Pacomio. Les seguirá san Basilio, quien viajará por Palestina, Siria Asia menor etc., para conocer de primera mano cómo se regían las comunidades monásticas de la zona y poder así organizar su floreciente comunidad. Y es que hay que tener en cuenta que el monacato Oriental será el primero en surgir y en levantarse. En Occidente, que es el tema que nos ocupa en este artículo, será un poco más tarde[xx].

            Según el P. Royo Marín: “El monacato hizo su aparición en Occidente un siglo más tarde que en Oriente, y su desarrollo fue mucho más lento, tardando mucho en arraigar el ascetismo característico de la vida monástica. Pero, una vez penetrado en la Iglesia occidental, superó con mucho en florecimiento al monacato oriental. A partir del s. VI y durante toda la Edad Media, el monacato fue en la Iglesia occidental el sostén más firme y seguro de su ortodoxia, de su espiritualidad y de la cultura cristiana en todas su manifestaciones[xxi].



"Monasterio de San Juan de la Peña"

Lo cierto es que en casi toda la cuenca mediterránea surgieron, con muy pocos años de diferencia, lugares de retiro y espiritualidad, debido a la cercanía geográfica y al comercio existente con Egipto, Siria y demás zonas orientales con sus homólogas occidentales. España, con las particularidades que se verán, Italia o Francia, son zonas donde el monacato europeo florecerá de manera significativa.

            San Benito de Nursia (480-547) será uno de los grandes nombres a tener en cuenta a la hora de profundizar en el estudio de los monasterios europeos. Aparte de su santidad, a él se le debe la importancia de haber construido la Regla que unificaba la convivencia y regulaba la vida en comunidad. “La Regula Monachorum acabó por imponerse a casi todas las demás den mundo entero[xxii] nos dice el P. Royo Marín. Además de incluir en el monaquismo los parámetros ya existentes de Obediencia, Pobreza y Castidad, san Benito incluyó y estipuló como habían de ser, los de oración, trabajo y descanso, formándose así el orare et laborare.

            Con el paso de los años, los monasterios se irán configurando como una manifestación religiosa más común. Ya no hará falta ser un anacoreta o un eremita en el desierto para buscar a Dios.
           
            Poco después, Flavio Casiodoro (485-580 d.C.), aproximadamente en el año 575 d.C. introdujo una nueva norma dentro de las reglas monásticas. Norma que revolucionaría los conventos y los convertiría, -a pesar de lo que han dicho muchos detractores de ésta época histórica- en cunas de conocimiento y saber. A él se le debe la introducción de un cuarto tiempo en la vida de los religiosos (además de las consabidas de obediencia, pobreza y castidad): El Estudio.

            “En adelante cada monasterio debía disponer de una biblioteca (literalmente significa armario para guardar la Biblia) y de un scriptorium para llevar a cabo la copia de ejemplares nuevos, a veces los que iban a ser enviados a otros monasterios o intercambiados[xxiii], nos ilustra L. Suárez en su libro. A renglón seguido, apunta una vez más el maestro: “Podríamos afirmar que sin los monjes toda la cultura clásica se habría perdido[xxiv].  No obstante, y pese a la verdad de esas aseveraciones, hay autores, que bien por intereses comerciales o políticos, o bien por padecer un odio visceral sobre el cristianismo (y más concretamente por el catolicismo) han escrito o difundido obras en donde no se para de ocultar, denigrar o menospreciar estos aspectos de los que hablamos.[xxv]

            En Europa en el año 909 Cluny supone un hito importante en lo concerniente a las reformas de los monasterios y las abadías. Tomando como ejemplo la Regla de san Benito, se agrupan bajo una misma férula varias abadías y monasterios, siendo en su día, uno de los  mayores focos de cultura y espiritualidad del mundo occidental, lo cual tendrá su trascendencia en la Europa del Medievo. Más adelante, otro personaje inmenso, san Bernardo de Claraval (1090-1150 d.C.), reformará la orden del Císter, y su presencia será tan importante en su siglo, que sin él no se podría entender buena parte de la Edad Media, ni las Cruzadas, ni los Templarios.

            Císter y Cluny, son tan importantes, que por sí solos constituyen un estudio personalizado y aparte.  


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"San Bernardo de Calraval"
El caso de España

            España ha dado importantísimos referentes en la Alta Edad Media. Sus contribuciones a la construcción de la cristiandad en Occidente han sido notabilísimas. Ya en los tempranos años de la celebración del Concilio de Elvira (300-313 d.C.) se habla sobre monacato en España. “Se sabe también que en el siglo V y VI, en el monasterio de Servitano (Velencia), en el de San Félix (Toledo), en el de San Víctor, Vlaclara y San Millán de la Cogulla, trabajaban, rezaban y llevaban una vida austera y penitente centenares de monjes cenobitas[xxvi]. Ejemplos de personajes españoles de trascendencia universal los tenemos en Osio de Córdoba, que tanto luchó por combatir el arrianismo, san Leandro de Sevilla (540-600 d.C.), que participó activamente en el III Concilio de Toledo y que escribió la Sancti Leandri Rgula, su hermano Isidoro de Sevilla (556-636 d.C.) mucho más importante que Leandro, y autor así mismo de  otra regla monástica que sentaría unas bases imprescindibles para regular la vida de oración y recogimiento de los religiosos en su época. De su Regula monachorum, nos dice Royo Marín que: “En sus 24 capítulos señaló certeramente los elementos esenciales de la vida monástica que son: al renuncia completa de sí mismo, la estabilidad en el monasterio, la pobreza la oración litúrgica la lección y el trabajo[xxvii]. Otros personajes importantes a tener en cuenta fueron Álvaro y San Eulogio de Córdoba (800-859 d.C.). Este último recorrió la Hispania del momento llegando hasta la ciudad de Pamplona y de allí pasó a recorrer los monasterios del norte de España, visitando sus comunidades y aprendiendo lo que allí se hacía. Fue en esos centros donde se encontraría con una grata sorpresa al descubrir valiosas obras y libros no existentes en su Córdoba natal y no traducidos todavía. Juvenal, la Eneida de Virgilio, textos de Horacio o el más importante, La Ciudad de Dios, de San Agustín serán obras que él llevará a Andalucía (y no al revés). Muchos otros nos dejamos en el tintero, pero cada uno de ellos deja constancia del saber y la importancia de la técnica y sabiduría que se atesoraba en la zona castellana, esa que se ha pensado que era bárbara e inculta hasta no hace mucho tiempo. 

            En el III Concilio de Toledo (589 d.C.) España ofrecerá al mundo una nueva forma de gobierno que sentará las bases de una nueva forma de gobierno. Recaredo, rey de origen godo y por lo tanto de religión arriana, se convierte al catolicismo, y al mismo tiempo dejaba sentadas las bases de cómo se habría de gobernar en adelante en sus reinos. “Al Concilio de Toledo, y a los que después vinieron, asistían además de los obispos muchos nobles, servidores y cooperadores del rey. Nacía de este modo un primer modelo de Asambleas en las que estaban presentes no sólo los jefes militares, con en las Dietas germánicas, sino también los clérigos, dotados de formación intelectual[xxviii]. Este pasaje del maestro Suárez es harto revelador, pues nos indica como ya, en el s. VI, la intelectualidad o el conocimiento en España, estaba depositado en los clérigos. Éstos residían en su mayor parte en monasterios o abadías y es allí donde se atesorará el saber y la ciencia durante los siglos venideros. 

            Las aportaciones del reino visigodo español al mundo son relevantes, pero a lo largo de los últimos años, en España, se ha menospreciado la influencia y la importancia de los visigodos para la construcción de España. Seguidores incondicionales de las teorías de Américo Castro, pusieron sus ojos en la época islámica, haciendo de sus libros y tesis de trabajo, ésta y sólo ésta época histórica, como el origen y comienzo de la Historia de España. Al desaparecer Roma y al ser ninguneada la era visigoda, se cercenaba de un solo tajo, los orígenes de España y se tergiversaba la realidad, ofreciendo una visión maniquea de la historia, en donde el protagonismo de lo árabe prevalece de manera mayoritaria en detrimento de lo cristiano.

            De ahí surgen los lastres y las taras de muchos autores, que apuntándose a estas sufragadas teorías historicistas, editan cientos de libros y trabajos en los que se tilda  a las obras arquitectónicas, culturales, musicales, etc., de ese periodo como  de procedencia u origen árabe, teniendo por el contrario sus cimientos, muy bien anclados en un pasado tardo romano o visigodo.





"San Isidoro de Sevilla"

Egeria. Las mujeres saben leer y escribir en la alta Edad Media.

            En su afán por desprestigiar y de convertir el cristianismo en ejemplo de barbarie, se olvidan incluso de ejemplos tan claros como el de la peregrina de origen Leonés (o Galaico) Egeria[xxix]. Según se ha podido deducir, se trató de una hispana, posiblemente de la región de la Gallaecia o actual Galicia, que realizó en el s. IV o principios del V, un viaje de peregrinación a los Santos Lugares. Viajó por Siria, Palestina Jerusalén, recogiendo las vivencias y tradiciones de los primitivos cristianos, e incluso describiendo como eran los edificios, santuarios o prácticas ya desaparecidas hace tiempo. Como religiosa era instruida, y narró las vicisitudes de su peregrinación dejando constancia de todo lo que veía, con la finalidad de poder llevarles a sus hermanas de religión unas vívidas impresiones de todo ello.

            Deducimos entonces, que no todo era analfabetismo y postración de la mujer en la Edad Media. Bien es cierto que en el universo y cosmovisión de los hombres de ese periodo, la realidad giraba bajo otros parámetros, pero lo mismo podíamos decir de los habitantes del Antiguo Egipto, de la Grecia Clásica o de los Cromañón. Eso no es ni bueno ni malo. Se trata de realidades distintas que deben ser examinadas y estudiadas en su contexto. Sólo eso.



"Retrato de una matrona romana"

Otra mujer de gran sabiduría y conocimiento de la Baja Edad Media era la alemana santa Hildegarda de Bingen (1098-1179). Esta santa fue en su época: abadesa, un referente monacal, mística, profetisa (tenía visiones desde niña), médica, compositora y escritora. Hildegarda ha sido sin duda, una de las grandes mujeres del Medievo, que ha tenido su reconocimiento dentro de la Iglesia hace poco, cuando su S. S. Benedicto XVI, en el año 2012, la nombró Doctora de la Iglesia.

            En el mismo año en el que España frenaba al islam en la épica batalla de Las Navas de Tolosa, nacía santa Matilde de Magdeburgo (1212-1283) en la Alta Sajonia. Matilde es considerada una de las tres monjas cistercienses alemanas (junto a santa Matilde de Hackeborn y santa Gertrudis la Grande) más influyentes por la calidad de sus escritos en la Edad Media. Un poco más adelante en el tiempo, en el s. XIV nos iluminaría santa Brígida de Suecia (1302-1373 d.C.) Santa Brígida viajaría con su marido a España, como era tradición, para visitar la tumba del Apóstol Santiago.
           
            De todas las latitudes, en todas las partes de esa “oscura” Europa medieval, encontramos ejemplos del saber, de erudición de técnica y de conocimiento. Hombres y mujeres por igual, sin distinción, iluminando y aportando a su siglo, saber y progreso.

            Ello se pudo hacer gracias a la labor de los monasterios, de los conventos, de las abadías y de la Iglesia. Europa pues, nació de un convento, y pensar lo contrario lo es por hacer prevalecer otros motivos que no los puramente históricos.   
                           



"Santa Hildegarda de Bingen" 

  • BIBLIOGRAFÍA:

  • RUÍZ BUENO, DANIEL.  Actas de los Mártires”, B.A.C., Madrid, 1962
  • GÓMEZ ÁLVAREZ, J. “Historia de la Iglesia. Tomo I, Edad Antigua” B.A.C. Madrid 2001
  • MENÉDEZ PELAYO, M, “Historia de los heterodoxos españoles” 2 Vol. B.A.C. Madrid, 1956
  • SUÁREZ FERNÁNDEZ, L. “La Construcción de la Cristiandad Europea” Homolegens, Madrid, 2008
  • SUÁREZ FERNÁNDEZ, L. “Lo que el mundo le debe a España”, Ariel, Madrid, 2009
  • FANJUL GARCÍA, SERAFÍN, “Al-Andalus contra España. La forja del mito”, Siglo XXI de España Editores S.A., Madrid 2003
  • SÁNCHEZ ALBORNOZ, CLAUDIO “España. Un enigma histórico” Vol. I, Barcelona, Planeta DeAgostini, 2011
  • ROYO MARÍN, ANTONIO, O.P. “Los grandes maestros de la vida espiritual”. B.A.C. Madrid, 2003
  • ASENSIO BARBARÍN, EUGENIO “La España imaginada de Américo Castro” El Albir, Barcelona 1976. 
  • HERRERO LLORENTE, VÍCTOR. “Peregrinación de Egeria: (diario de un viaje a Tierra Santa en el siglo IV)” Aguilar, Madrid, 1963.


NOTAS:


[i] Tradicionalmente se ha venido en llamar a este periodo de la Alta Edad Media como “Edad Oscura”, debido a la escasez de documentación existente sobre ese periodo. El Término fue acuñado por el humanista Francesco Petrarca (1304-1374). Otro autor italiano, el historiador y cardenal César Baronio (1538-1607) también lo había utilizado en sus obras para referirse a un periodo convulso entre los s. X y s. XI. En la actualidad los historiadores han desechado el término “Edad Oscura” en esos parámetros, pero por contra ha sido muy explotado por otros autores para referirse a él como un periodo sombrío, y oscurantista dominado por una fanática iglesia católica la cual defendía actitudes retrógradas y fanáticas.
[ii] Evangelio según San Marcos 16, 15-20: “En aquel tiempo se apareció Jesús y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien. Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban”.
[iii] RUÍZ BUENO, DANIEL.  “Actas de los Mártires”, B.A.C., Madrid, 1962, p. 319
[iv] Ibídem, p. 320
[v] El término arrianismo provine de la desviación herética introducida por su fundador, Arrio (Libia 256 d.C.), el cual  era presbítero de Alejandría y poseía una gran ascendencia entre sus seguidores –fundamentalmente entre las vírgenes- por su fama de asceta y por su gran capacidad de oratoria.  Teológicamente estaba formado bajo la sombra de Luciano, fundador de la Escuela de Antioquía. Sus teorías provocaron serias confrontaciones entre los cristianos de occidente y de oriente. Finalmente, en el Concilio de Nicea del año 325 se aprobó el credo actual propuesto por Atanasio de Alejandría. Atanasio hizo una cerrada defensa del encarnacionismo (Dios Padre es consustancial al Hijo) y consiguió incluso el destierro de Arrio y sus doctrinas adapcionistas (El Hijo es la primera obra de Dios Padre, pero distinta de Él). Arrio  fue perdonado en el año 336 y murió en misteriosas circunstancias, probablemente envenenado.
[vi] GÓMEZ ÁLVAREZ, J. “Historia de la Iglesia. Tomo I, Edad Antigua” B.A.C. Madrid 2001, p.199
[vii] Una obra imprescindible para seguir las herejías a lo largo de la Historia, en el caso de España, es MENÉDEZ PELAYO, M, “Historia de los heterodoxos españoles”  2 Vol. B.A.C. Madrid, 1956. 
[viii] SUÁREZ FERNÁNDEZ, L. “La Construcción de la Cristiandad Europea” Homolegens, Madrid 2008, pp. 95.
[ix] Ibídem, p. 96
[x] Ibídem, p. 96
[xi] En este sentido son muy ilustrativas las obras de JUAN GOYTISOLO.
[xii] FANJUL GARCÍA, SERAFÍN, “Al-Andalus contra España. La forja del mito”, Siglo XXI de España Editores S.A., Madrid 2003, p. 41
[xiii] SÁNCHEZ ALBORNOZ, CLAUDIO “España. Un enigma histórico” Vols. I, II, III, y IV, Barcelona, Planeta DeAgostini, 2011.
[xiv] SÁNCHEZ ALBORNOZ, C. “España. Un enigma histórico” Vol. I, Planeta DeAgostini, Barcelona 2011, p. 327.
[xv] Ibídem, p. 201.
[xvi] Ibídem, p. 249.
[xvii] La escuela de hispanistas Norteamericanos ha sido muy proclive a seguir las corrientes castristas. Albert A. Sicroff (1918-2013) fue uno de ellos. Sobre su parecer y postura puede leerse la obra de ASENSIO BARBARÍN, EUGENIO “La España imaginada de Américo Castro” El Albir, Barcelona 1976.  En particular el capítulo tercero titulado: “Notas sobre la historiografía de Américo Castro. Con motivo de un artículo de A.A. Sicroff”. Op. Cit. pp. 119-168.
[xviii] CLEMENTE DE ROMA, Epístolas a los Corintios 38,2
[xix] Op. Cit. GÓMEZ ÁLVAREZ, J. “Historia…”p. 322
[xx] No hablaremos por tanto de la importancia o prevalencia de Bizancio y el monacato oriental ni de San Agustín, ni de los primeros anacoretas etc.
[xxi] ROYO MARÍN, ANTONIO, O.P. “Los grandes maestros de la vida espiritual”. B.A.C. Madrid, 2003, p. 69
[xxii] Op. Cit., p. 92
[xxiii] “La Construcción…” Op. Cit., p. 109
[xxiv] Ibídem, p. 109
[xxv] Una visión totalmente opuesta y contraria a la idea de avance, progresos morales, espirituales y científicos del cristianismo lo podemos ver en MOSTERÍN, J. “Los Cristianos. Historia del pensamiento” Alianza Editorial, Madrid, 2010, donde el autor deja constancia de su profunda aversión hacia este tipo de interpretación de los hechos históricos, ofreciendo la típica visión opuesta, cargada de resentimiento que tan popular (y muy contestada) se ha hecho a lo largo de estos años
[xxvi] Op. Cit. “Los Grandes maestros…”, p. 88
[xxvii] Ibídem, p. 89
[xxviii] SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS, “Lo que el mundo le debe a España”, Ariel, Madrid, 2009, p. 17
[xxix] HERRERO LLORENTE, VÍCTOR. “Peregrinación de Egeria: (diario de un viaje a Tierra Santa en el siglo IV)” Aguilar, Madrid, 1963.



martes, 9 de septiembre de 2014

JOSÉ MARÍA SERT, EL TITÁN QUE PINTABA A LOS COLOSOS


Pintura de Sert en la Sala del Consejo del Palacio de la Sociedad de Naciones en Ginebra:
los cinco titanes que se dan la mano corresponden a cada uno de los cinco continentes.
 
 
JOSÉ MARÍA SERT BADÍA, UN MURALISTA MONUMENTAL MARGINADO
Manuel Fernández Espinosa
La valoración de los artistas está sujeta a las coyunturas políticas y las vicisitudes ideológicas. Esos que se invisten con el título de “árbitros del gusto” marcan en los manuales escolares los artistas que hay que conocer y los que no hay ni que saber que existieron. Tal vez eso explique el olvido en que yace la obra de uno de nuestros artistas más valiosos del siglo XX: José María Sert y Badía (Barcelona, 21 de diciembre de 1874-Barcelona, 27 de noviembre de 1945). En la transición democrática, cuando iba tomando posiciones culturales el discurso antifranquista y sus artífices ocupando las butacas, se considerará que Sert: “va a ser recuperado por el franquismo como uno de los grandes maestros del pasado por el colosalismo y el titanismo de sus composiciones, la virtualidad de su técnica y el ímpetu retórico y grandilocuente de sus conjuntos podía engrandecer propagandísticamente el Nuevo Estado y encauzar la tarea de nuestros jóvenes y entusiastas muralistas” (cita textual de Gabriel Ureña Portero). Pasadas las décadas, los nacionalistas catalanes (y algunos de sus compañeros de viaje izquierdistas) vienen a decir lo contrario, esto es: que -pese a las aproximaciones del pintor catalán al régimen franquista- el franquismo no lo aceptó nunca del todo, siendo ahora el franquismo el culpable de su olvido.
Pero, ¿quién fue realmente José María Sert y Badía?


 
Aunque pintor, su éxito lo cosechó como muralista. Grandioso en sus escenografías pictóricas, colosalista, barroquizante, digno discípulo de Miguel Ángel, de Tiépolo y de Goya, con un discurso iconográfico sustentado en alegorías, formalmente ecléctico (combinando volúmenes renacentistas, estilo imperial, romanticismo, manierismo) e innovador en la preparación de pinturas con la técnica de pan de oro, Sert es uno de los más grandes pintores españoles del siglo XX. Y, no obstante, prácticamente un desconocido.
Se formó en su natal Barcelona, en la industria familiar, en la Escuela de Artes y Oficios y con un ebanista catalán que lo inició en los secretos de la artesanía, también estuvo bajo la influencia de Alexandre de Riquer (VII Conde de Casa Dávalos), lo más parecido a un hombre del Renacimiento: el Conde de Casa Dávalos destacó como pintor simbolista, aunque desarrolló su creatividad en muchos otros campos. Sert ingresará, de la mano de Riquer, en el Cercle Artístic de Sant Lluc que fue fundado el año 1893 por artistas católicos catalanes a manera de asociación y gremio artístico, ideológicamente inspirada por el tradicionalismo regionalista de Mosén Josep Torras i Bages que era confesor de la familia de José María Sert. En 1899 nuestro artista se traslada a París que por aquel entonces era la capital del arte. Su primer éxito lo cosecha en la decoración de un pabellón de la Exposición Universal de París de 1900. Mosén Josep Torras i Bagés había sido consagrado Obispo de Vich el 10 de diciembre de 1899 y le encomienda a su conocido José María Sert la decoración de la Catedral de Vich. Sert irá a Italia, para estudiar exhaustivamente a Miguel Ángel y a Tiépolo y vuelve a Vich para cumplir con la obra encargada. Los bocetos que presentó para la Catedral de Vich fueron muy encomiados, pero Sert no parecía convencido con su proyecto originario y los destruyó, para reelaborarlos, quedar satisfecho y ejecutarlo bajo el mandato de Torras i Bages, el vicario general vicense Jaime Serra y Francesc Cambó, pero no sin dividir la opinión catalana y hasta al mismo capítulo catedralicio que se escindió entre los partidarios del artista y sus detractores.
Eugenio d’Ors alude a las malas caras que pusieron algunos en el cabildo catedralicio ante los escandalosos desnudos y tampoco faltaron poemas condenatorios de la obra, como los del canónigo Collell que incluso llegaba a decir que eran una profanación de la Catedral. La concepción colosalista de Sert, el abarrocamiento, los colores característicos de su arte pictórico y el “trompe d’oeil” (en castizo: el “trampantojo”, la trampa para el ojo) que Sert desplegó eran percibidos por algunos como un “sacrilegio” artístico para ser decoración de una Catedral. La Guerra Civil destruyó esta obra maestra de Sert, pero cuando la Catedral fue restaurada, a partir de 1941, el pintor catalán volvió a la titánica labor de decorarla: era la tercera vez que lo hacía el mismo artista y la definitiva. Manuel Brunet consideraba que la tercera decoración superaba a la primera desaparecida con la devastación de la guerra y que la solución artística que había ofrecido Sert era la que más se adecuaba al espíritu barroco de la catedral vigitana. Pasa por ser una de las mayores obras de Sert en España, aunque realizó otras obras no menos meritorias, como el “Salón de Pasos Perdidos” del Palacio de Justicia de Barcelona, el "Salón de las Crónicas" del Ayuntamiento de Barcelona, los muros del antiguo convento de San Telmo de San Sebastián, el tocador de Victoria Eugenia en el Palacio de la Magdalena en Santander y muchos palacios y villas de la oligarquía nacional y extranjera en España y fuera de ella.
Aunque no le faltó trabajo y reconocimientos en España, Sert llevó una vida cosmopolita. Se desplazaba con facilidad por toda Europa y América, pero había establecido su residencia en el número 1 de la Rue de Rivoli de París. La aristocracia y la plutocracia mundial se jactaban de exornar sus palacios por José María Sert. Nuestro pintor sería uno de los más cotizados: la Kent House de Londres, el pabellón de caza de los Rothschild en Chantilly, el Palacio Errázuriz en Buenos Aires, la decoración del Rockefeller Center, después de que los Rockefeller desestimaran la obra del mexicano Diego Rivera y le encargaran a Sert la obra, el Hotel Waldorf Astoria de Manhattan, también decoró la Sala del Consejo del Palacio de la Sociedad de Naciones en Ginebra.
Una de las ramas productivas de Sert fueron los decorados teatrales: trabajó para los ballets rusos de Diaghilev, hizo los decorados de la ópera “Goyescas” de Granados y hubo un proyecto común de Sert con Manuel de Falla para decorar la cantata escénica “L’Atlàntida”, inspirada en el gran poema épico de Mosén Jacint Verdaguer que era una obsesión para Falla. Pero la muerte de Sert impidió el proyecto conjunto del catalán y el gaditano: en este poema se contenían, tanto para Falla como para Sert, profundas claves de la cosmovisión panhispánica.
Las impresiones que suscitaba José María Sert entre sus contemporáneos son muy diversas. Parece que cosechó más éxitos entre las mujeres que entre los hombres. Josep Pla nos dice de Sert que “era un tipo fastuoso, generoso, de una vitalidad sin límites. Cuando tenía dinero, no se controlaba en absoluto, y lo curioso es que casi siempre tenía – o al menos siempre se hallaba en vías de tener. Llevaba una gran vida social, una vida que solo un gran caballo habría podido resistir. Dudo que tuviera muchos amigos –y entre los intelectuales a los que trataba no debía de tener ninguno”. Eugenio d’Ors comenta: “Además de serlo por otras razones, José María Sert es admirable por razón de voluntad. Sólo por espíritu de paradoja se puede concebir que las armas de su casa catalana ostenten una divisa sacada del “Hamlet” (Sert o no Sert)”. Sert fue amigo y maestro de Salvador Dalí, maestro (y no parece que solo en cuestiones de oficio pictórico).
En 1908 José María Sert se encontraría con la pianista rusa Misia Godebska, asidua a los cenáculos artísticos de París, pintada por Toulouse-Lautrec entre otros y musa del poeta Stéphane Mallarmé. Misia introduciría a Sert en los círculos artísticos y sociales de París y, aunque estaba casada en segundas nupcias con el magnate Alfred Edwards, Misia se uniría a la vida de Sert, casándose con él en 1920, tras la muerte de Edwards en 1914. Misia terminaría separándose de Sert, pero la impresión causada en la rusa por la poderosa personalidad del artista español sería indeleble y la rusa conservaría el apellido Sert de por vida. Fue Misia la que escribió: “Es imposible imaginar mejor compañero que él. Fuere donde fuere sabía descubrir de inmediato lo que había de maravilloso en el lugar, y en los sitios donde no hubiese nada por descubrir, él sabía crearlo: Era como seguir la estela dejada de un mago”. Sert rehízo su vida sentimental con la princesa georgiana Isabelle Roussadana Mdivani. Misia lo había dicho: Sert era un “mago”. Por eso y por muchos más datos que a buen seguro que tiene, Ernesto Milá piensa que Sert sería uno de los maestros de Dalí en esoterismo.
Es difícil aventurar si Sert estaba adherido a alguna ideología política, pero lo que es manifiesto es que tuvo una formación tradicionalista. No obstante, en Francia llegó a montar un revuelo considerable en las filas de la extrema derecha francesa cuando comparó a Maurice Bàrres a un gitano. Más tarde, Sert (profundo conocedor de las tradiciones esotéricas) fue incorporando a su cosmovisión elementos de la filosofía hermética (pintó al alquimista Arnau de Vilanova) y otras corrientes esotéricas. Trabajó bajo el patronazgo de la plutocracia mundial (Rothschild y Rockefeller), pero eso no fue obstáculo para que la alta jerarquía nacional-socialista del III Reich estimara el colosalismo pictórico de Sert. Cuando en 1942 Gertrud Richert organizaba para la Academia de Bellas Artes de Berlín una gran exposición de arte español, se invitó a José María Sert a participar en ella. Expusieron Zuloaga y Joaquim Mir, también Sebastián García Vázquez, pero al final la obra de Sert no pudo ser expuesta por razones de espacio y por órdenes de Heinrich Himmler que había admirado los frescos de Sert en el Ayuntamiento de Barcelona, cuando su viaje a España. La eminencia gris del III Reich había encontrado idónea la concepción de Sert para representar la cosmovisión del nacional-socialismo, según el personal diplomático que intercambiaba las impresiones epistolarmente:
“Precisamente por estas cualidades, el arte de Sert podría ser de particular interés para Alemania, en cuya arquitectura impera una nueva concepción del espacio que impone a la pintura la tarea de dominar grandes superficies”.
No puede decirse que Sert fuese nacional-socialista, pero sí que su obra llamó la atención de los nazis y estos hicieron planes para él, aunque se truncaron por la deriva de la II Guerra Mundial. Lo que está fuera de toda duda es que Sert reencontró su origen tradicionalista con la Guerra Civil española que, además de destruir su colosal obra en la Catedral de Vich, segó la vida de muchos de sus amigos catalanes.
El 13 de agosto de 1936 tuvo lugar un acontecimiento que afectó profundamente a Sert. La carmelita Sor María del Patrocinio de San José Badía Flaquer era una bella monja de 33 años que profesaba en el convento de Carmelitas Calzadas de Vich. Fue arrestada cuando unos milicianos revisaban la identidad de los inquilinos de una casa, adonde ella había ido a refugiarse. La montaron en un coche y se la llevaron a San Martín de Ruideperas. En otro coche llevaban detenidos al vicario general de la diócesis el Doctor Jaime Serra Jordi (de ochenta y nueve años) y el párroco de Artés, doctor José Bisbal. Jaime Serra Jordi era el amigo incondicional de Sert, uno de los tres responsables de que, pese a todos los obstáculos, Sert hubiera decorado la Catedral de Vich. A los sacerdotes los fusilaron ante los ojos de la monja, en la parroquia de San Martín de Ruideperas, a María del Patrocinio intentaron violarla, pero se puso en fuga y los milicianos la acribillaron a tiros. La monja es “La azucena de Vich” y el Doctor Jaime Serra era amigo personal de José María Sert.
Desde el momento en que supo de aquel martirio, Sert se adhirió a las fuerzas anticomunistas. Hallándose en Francia colaboró con el régimen de Vichy y en la Exposición Internacional de París del año 1937 presentó “La intercesión de Santa Teresa en la Guerra Civil española” en el pabellón del Vaticano. Cuando pudo retornar a España, volvió y en un alarde de genial y colosal laboriosidad volvió a pintar (él solo) sus frescos de la Catedral de Vich que la Guerra había arrasado, concibió una original reconstrucción del Alcázar de Toledo que no se realizó al final, entre otras cosas por su muerte. Pero al final de su vida puede decirse que los sólidos principios del nacional-catolicismo español fueron su definitiva posición religiosa y política sin fisuras y hasta hubiera podido parafrasear el lema de su amigo y protector Torras y Bages que decía "Cataluña será cristiana o no será", transmutándolo en éste otro:
“España será cristiana o no será”.
Josep María Sert Badía falleció el 27 de noviembre de 1945, en la Barcelona que lo vio nacer.
FUENTES:
 
-“Arte del franquismo”, Antonio Bonet Correa, coordinador, Gabriel Ureña Portero, Sofía Diéguez, Carmen Grimau, J. A. Ramírez, J. M. Bonet, Domènec Font, Ediciones Cátedra, Madrid, 1981. La cita pertenece al capítulo “La pintura mural y la ilustración como panacea de la nueva sociedad y sus mitos”, de Gabriel Ureña Portero.
-“Notas y dietarios”, Josep Pla.
-“La vida breve”, Eugenio d’Ors.
-“Historia de la persecución religiosa en España. 1936-1939”, Antonio Montero Moreno, La BAC, Madrid, 1961.