RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

lunes, 5 de mayo de 2014

LA ESCONDIDA SENDA

File:Retrato de Fray Luis de León.jpg

"¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!"

Fray Luis de León 

DE DOSTOYEVSKI A SOZHENITSYN



Por Antonio Moreno Ruiz 

-Artículo galardonado con el Premio Científico del Instituto de Política Social en la Modalidad de Prensa.

PREMIO científico IPS - IPS Instituto de Política social



EL CRISMÓN MOZÁRABE

COLUMNA DE ANTONIO MORENO RUIZ



DE DOSTOYEVSKI A SOLZHENITSYN.

28/02/2014.

Fiodor Mijailovich Dostoyevski: Acaso con este genial autor comencé mis conocimientos de la muy fecunda y apasionante literatura rusa. Después vinieron Chejov, Tolstoi, Gogol, Solzhenitsyn; algo de Soloiev y Berdiaev…

Recuerdo en especial un verano en el que me leí “Crimen y castigo”, en la plácida y pictórica Punta Umbría (Huelva). Antes había leído “Los hermanos Karamazov”, muy bien llevada al cine, con esos inolvidables papelones de Yul Brynner o M. Schell.

Y cómo olvidar “El jugador”“Memorias del subsuelo”“Noches blancas”“El idiota”, “El eterno marido”....

Es uno de los autores más profundos que he leído. Dentro de la tradición moralista rusa, suscribe un estilo realista que en absoluto está alejado del estilo realista español, tanto en forma como en fondo. Admirador de Cervantes, sufriendo el presidio de joven y viendo la muerte muy de cerca en Siberia, no tendrá reparos en reconocer sus propios errores, y con una perspicacia elocuente, trazará su ternura sobre los seres desvalidos, sus análisis sociales, sus pensamientos para el futuro, sus reflexiones más puntiagudas, su hondura cristiana, el amor por la tradición rusa....

Dentro de su completa obra veremos pintura de costumbres como veremos diálogos, ya sencillos ya farragosos, con una rica calidad descriptiva, con situaciones paradójicas, metafóricas y hasta en sentido de parábola. Un laborado simbolismo en el seno de imágenes tan reales como vivas, amén de momentos congelados. Un escritor tan único como universal, bebedor de fuentes cristalinas que tanta influencia hizo en mí y nunca se borra de mi pensamiento, porque en cierto modo, lo considero un precursor de Alexander Isayevich Solzhenitsyn, el gran polígrafo que nunca dejará de conmocionar intelectos y conciencias.

Dostoyevski nos planteó: Si Dios no existe, todo está justificado. Solzhenitsyn dijo que Dios no nos quita libertad frente al mal. “Ex Oriente Lux”.

domingo, 4 de mayo de 2014

LA VERDAD DE JESSE OWENS



“Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias que se inventaron sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús en mi propio país. Volví a la puerta de atrás. No pude vivir donde quería. Ni siquiera fui invitado a la Casa Blanca a darle la mano al Presidente de mi país.” 

Jesse Owens

DON DIABLO Y RICARDO MARTÍN



Por Antonio Moreno Ruiz 


Don Diablo y Ricardo Martín son dos chicos que no se aceptan a sí mismos.

Don Diablo es hijo de un torero castizo, mujeriego y aburguesado, y de una actriz italiana. Criado en la abundancia y el pijerío más pedantorro; sin embargo, le dijo a Jesús Quintero en una entrevista que era de izquierdas “por carácter”. ¡No sabíamos que existiese tal cosa! Pero bueno, él lo vale, y claro, amén de fascinarle la Cuba castrista y los actores porno, si en una rueda de prensa le preguntan si le gusta la comida peruana, se mosquea y dice que por supuesto que la conoce, gracias a su asistenta. Y es que suponemos que a Don Diablo no le gusta que le pregunten por esas nimiedades que él tan bien conoce por eso de la multiculturalidad; no, claro, a él le gustaría que le preguntasen sobre filosofía y letras. Con todo lo que entiende…

No le gusta su condición de hombre y, para compensar, está con todo lo que se mueve.

Ya de jovencito apuntaba maneras, pues Miguelito Bosé, con su canción “Don Diablo”, amén de esparcir una letra directamente satánica, al final era rodeado por niños que le clavaban tridentes en las posaderas.

Ricardo Martín se hace llamar “Ricky Martin”. Es boricua, pero claro, con nombre gringo, vende más. Y como no se acepta a sí mismo, prefiere ser anglo y no hispano. Aunque eso sí, se declara castrista, chavista y socialista. Y lo que haga falta.

Pocas personas puede haber en este mundo que vivan en mayor opulencia. Empero, a él no le gusta su condición, ni social ni masculina, y se cree, como Don Diablo, un perseguido, por lo que siempre está reclamando y cualquiera que no esté de acuerdo con la poderosa presión homosexualista, subvencionada por Estados Unidos y Europa, recibirá sus dialécticos latigazos.

El gobierno español premia tanto esta opresión que le dio la nacionalidad (*), mientras que nos está negando la seguridad social a los que no hemos tenido más remedio que emigrar.

Y bueno, como ambos no se aceptan a sí mismos, acaban por no aceptar a los demás. Por eso no valoran a la mujer ni a la maternidad, y contratan a dos señoritas para que le paran sus caprichitos. Al igual que el modisto misógino busca a la mujer anoréxica porque le recuerda a un idealizado efebo, o determinado director de cine que afea a la mujer, caracterizándola así para humillarla, en esta línea, Don Diablo y Ricardo consideran que la mujer no es más que una vaca que le puede parir terneros a placer. Como no pueden tener hijos ni por delante ni por detrás con los suyos, así creen desafiar a la naturaleza y le pierden el respeto y el cariño que se debe a las artífices de la vida.

En fin, Don Diablo y Ricardo Martín son vivos ejemplos de ese mundo tan tolerante, desarrollado y civilizado en el que vivimos. Y como decía Don José María Del Nido Benavente, lo mejor está por llegar…





(*) El 29 de marzo de 2010 Martin hizo pública su homosexualidad a través de Twitter, enlazando a una masiva reproducida en su página web oficial.9 10 Además, Ricky Martin tiene dos hijos gemelos, Valentino y Matteo, los cuales fueron concebidos a través de inseminación artificial y posteriormente implantados en un vientre de alquiler.11 Desde que hizo pública su homosexualidad, Martin ha recibido críticas por parte de la iglesia; el cardenal puertorriqueño Luis Aponte Martínez ha pedido al cantante que promueva los "valores tradicionales y no sólo el sexo".12

El 4 de noviembre de 2011, el gobierno de España, presidido por José Luis Rodríguez Zapatero, le concede la nacionalidad española, con base a que tiene familiares españoles y un domicilio en Madrid. Según reconoció el cantante, con la ciudadanía pretende casarse en España para reconocer el trabajo del gobierno de Zapatero en defensa de los derechos de los homosexuales.13


Ricky Martin - Wikipedia, la enciclopedia libre

DEL ATEÍSMO AL SUPERHOMBRE: UNA NAVEGACIÓN POR LOS MARES HIPERBÓREOS (E HIPERBÓLICOS)

 

Manuel Fernández

 
 
 
 
Manuel Fernández Espinosa

Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación y Diplomado en Ciencias Religiosas.

Es adrede que dejamos al margen de nuestras consideraciones el ateísmo antiguo, puesto que entendemos que dedicarnos a ello -aquí y ahora- podría ser, en todo caso, un ejercicio de erudición que está lejos de nuestro propósito. Además de ello, el objeto del presente estudio no es tampoco el ateísmo como tal, del que el lector podrá encontrar una profusa bibliografía. Sin embargo, aunque el ateísmo no es nuestro objetivo, el ateísmo moderno -y su desenvolvimiento- se nos convierte en un asunto de forzada presentación, dado que sin una noción de su génesis y su despliegue histórico, no podemos abordar el tema central que nos proponemos aquí.
 
En este sentido, cualquier intento de aproximación al ateísmo moderno no puede soslayar la figura y la obra de uno de sus más egregios antecedentes, digamos también que uno de los más coherentes filósofos del siglo XIX y mucho menos conocido que los que pasarán por ser paladines del ateísmo decimonónico (Karl Marx y Friedrich Nietzsche). Ni Marx ni Nietzsche pueden ser comprendidos sin el filósofo al que nos referimos: Ludwig Feuerbach (1804-1872).
 
Feuerbach es uno de los más notables exponentes de la denominada “izquierda hegeliana” y no puede regateársele a Feuerbach, a pesar del olvido en el que yace, el mérito de haber llegado a las conclusiones últimas del idealismo hegeliano, tras la aplicación de la más inexorable de las lógicas a las premisas idealistas, tan impregnadas estas de panteísmo spinozista. Es así como entenderemos que, para Feuerbach: “El “panteísmo” es la consecuencia necesaria de la teología (o del teísmo) –la teología consecuente-; el “ateísmo” es la consecuencia necesaria del “panteísmo” –el panteísmo consecuente”[1].
 
No obstante, no podemos silenciar tampoco que, con antelación a Feuerbach, un cofrade de Hegel, el hadario poeta Friedrich Hölderlin, se hubo anticipado en sus escarceos filosóficos a lo que veremos cumplido en Feuerbach; esto es: derivar del panteísmo (spinozista) el ateísmo y convertir la teología (que queda obsoleta tras la supresión de Dios) en poesía (Hölderlin) como en antropología (Feuerbach) y, no satisfechos con esta “humanización”, proceder por ende a la “divinización” de la humanidad; perfilando lo que, de formas muy diversas en el correr de los siglos XIX y XX (veremos que con precedentes en las postrimerías del XVIII), vendrá a ser a la postre una “religión de la humanidad” y, más tarde, en nuestros días: una “religión de la superhumanidad”.
 
Aunque lo que se intitula como “El más antiguo programa de sistema del idealismo alemán” (1795) fue escrito por Schelling, Hegel y Hölderlin, cupo a éste último (así lo afirma la crítica más autorizada) el más que discutible honor de ser el máximo inspirador del proyecto. En el susodicho proyecto podemos leer:
 
“Absoluta libertad de todos los espíritus, que portan en sí el mundo intelectual y que no deben buscar fuera de sí ni Dios ni inmortalidad”. (La cursiva es del original hölderliniano).
 
Se afirma de este modo la inmanencia (no hay Dios ni inmortalidad fuera de cada uno de esos “espíritus” portadores en sí del mundo intelectual” y para los cuales reclama Hölderlin la “absoluta libertad” sin ataduras. Pero negar rotundamente que se busque a Dios (y a la inmortalidad) fuera de uno mismo, no trae consigo un ateísmo, sino la divinización del “yo” (Razón y Corazón). Y habiendo divinidad, Hölderlin entiende que es forzoso dotar a la divinidad redescubierta de una “religión sensible” (no sólo para la muchedumbre, sino también para el filósofo); una “religión sensible” que el poeta alemán postula con la fórmula: “Monoteísmo de la Razón y del corazón, politeísmo de la imaginación y del arte”. Hölderlin reclama toda una “mitología de la Razón”[1][2]. El pensamiento de Hölderlin reposa, como el de otros idealistas contemporáneos, en la recepción de la filosofía panteísta de Spinoza, realizada en Alemania de la mano de Jacobi. Es por eso que, lo que Hölderlin sostiene: “monoteísmo de la Razón… politeísmo de la imaginación y del arte” resonará en Feuerbach y, más tarde, en Nietzsche que no está exento de la influencia spinozista.
 
Los tres jóvenes seminaristas de Tubinga que celebraron alborozados la revolución francesa, con Hölderlin a la cabeza, ensayaban de esta manera lo que se estaba realizando a trancas y barrancas en la Francia recién surgida de la Revolución, esto es: mientras se perseguía al clero católico (también Hölderlin apelaba a esta persecución en su “proyecto”) se improvisaba toda una religión sustitutoria del tradicional catolicismo (y, en definitiva, de cualquier cristianismo: Schelling, Hegel y Hölderlin eran protestantes). Esta religión de nuevo cuño emergía bajo los auspicios del poder político y competía con el cristianismo tradicional. Era una religión no del todo definida y en sus primeros esbozos se revestía, en la misma Francia revolucionaria, con las ínfulas del deísmo (el “Ser Supremo” de Robespierre), adoptaba la cobertura de religión estatal (el culto decadario fue la religión cívica por excelencia) o cristalizaba bajo la forma de sectas, como fue el caso de la teofilantropía[1][3]. Fue miembro de la secta teofilantrópica el pintor David y también queremos mencionar la pertenencia a ella de un compatriota nuestro: Andrés María Santa Cruz, nacido en Guadalajara y que fue uno de los primeros sacerdotes de este culto, poco se sabe de él, pero Menéndez y Pelayo nos dice que Andrés María Santa Cruz vendría a morir, pobre e ignorado, en una posada de Burgos el año 1803[1][4].
 
Un estudio de las revoluciones políticas de la moderna Europa, por somero que fuere, nos permitiría aseverar que las revoluciones son, en efecto, un imprevisible producto resultante de la acción coordinada, descoordinada o en pugna de sectas más o menos encubiertas, según la coyuntura previa al estallido revolucionario. Y para comprobarlo podríamos remontarnos a la revolución inglesa de la segunda mitad del siglo XVII[1][5].
 
Pero las sectas que intervienen o sufren la revolución inglesa son todavía teselas del abigarrado y monstruoso mosaico del protestantismo que, aunque herético, no ha proclamado la ruptura con la tradición cristiana, por mucho que la hubieran deformado sus heresiarcas. Sin embargo, algo nuevo sucede con la revolución francesa. Es con ella que afloran los primeros conatos de sectas que han roto con la tradición cristiana, que aspiran a convertirse en religiones positivas, que incluso borran hasta el último vestigio deísta e inician la acelerada marcha revolucionaria que conduce de la “muerte de Dios” (el reconocimiento de su ateísmo) a la divinización de la humanidad y, en un paso más allá -siempre en el más acá: de la flagrante y profunda decepción e insatisfacción por la humanidad, a la religión del superhombre.
 
Este desenvolvimiento del ateísmo que, puede prescindir y rechaza más o menos virulentamente a un Dios revelado, parece contradictorio cuando en la historia moderna y contemporánea ha terminado derivando no pocas veces a la formación de una religión, cuyo objeto de culto es la humanidad o la superhumanidad. Pero en definitiva vendría a darle la razón a Xavier Zubiri cuando decía que: “Lo primario no es estar sin Dios, lo primario es estar religado al poder de lo real. Tanto el ateísmo como el teísmo son conclusiones de un proceso intelectivo y vital dentro de esa religación frente a la ultimidad de lo real”.
 
El ateísta, según Zubiri, “a diferencia del teísta que ha descubierto a Dios, se encuentra con su pura facticidad encubriendo a Dios; es el encubrimiento de Dios frente a su descubrimiento. No es carencia de experiencia de Dios. Es una experiencia en cierto modo encubierta”. Para el filósofo vasco la cuestión (a saber: Dios) se cierra en falso para el ateísmo, dado que en vez de descubrir que “el poder de lo real” es Dios, encubre “el poder de lo real” bajo la “facticidad” que sea[1][6]. En otro lugar, Zubiri lo define así: “El ateísmo es un acantonamiento de la conciencia en la palpitación de Dios en el seno del espíritu”[1][7].
 
El lúcido planteamiento que de la cuestión hace Xavier Zubiri se ve refrendado por el hecho de esa tendencia, de la que puede darse fehaciente testimonio histórico en el desenvolvimiento del mismo. Es lo que les choca a los teístas, descubrir que el ateísmo, bajo sus más diversos apelativos: feuerbachiano, stirneriano, marxista, positivista, nietzscheísta, etcétera, tiende históricamente a plasmarse en una religión. Pero, al cabo, viene a ser la consecuencia de ese “encubrimiento” que desvela Zubiri.
 
El mismo Ludwig Feuerbach había dicho que: “No debe olvidarse que con este nombre [ateísmo] no se dice nada, como tampoco con su opuesto, el teísmo […] Todo depende únicamente del contenido, del fundamento y del espíritu, tanto del teísmo como del ateísmo”. Algo que también, dicho sea de paso, conviene recordarle a todos aquellos que llamándose teístas (sin definir el contenido, fundamento y espíritu de su teísmo) se arrojan en brazos de un ecumenismo que pervierte la pureza doctrinal, excesivamente preocupados en reafirmar el hecho común de la fe en un Dios, contraponiendo esta indefinida creencia al ateísmo. Este ha sido, de hecho, el consabido pretexto del más torpe y delirante ecumenismo que se ha mostrado, con el tiempo, más destructivo que toda ofensiva ateísta. El ateísmo ha ido adoptando, según quien lo promulgara, diverso contenido, fundamento y espíritu, pero lo que está todavía por demostrar es un ateísmo puro. Esto no es posible, debido a la trampa que supone su propio encubrimiento. Es así como “el poder de lo real”, por seguir con el exuberante léxico zubiriano, se ha ido viendo “encubierto” ahora por la humanidad, bien por el Único (Max Stirner), ya por el “paraíso en la tierra” marxista o bien por la “superhumanidad”, según Nietzsche. El caso es que no hay ateísmo que se presente como absoluto ateísmo: cuando el hombre proclama la “muerte de Dios” se apresura a dar vivas al “superhombre”. Con un lenguaje menos filosófico, pero no menos sabroso, lo dirá Gustave Thibon:
 
“Aunque el ateo rechace a un Dios personal, no puede dejar de estar vinculado a lo divino, en lo que tiene de perfección y felicidad, y en cuanto significa de evasión de la desgracia. Esta búsqueda de lo divino sin Dios y contra Dios se traduce en el culto del superhombre de Nietzsche, de la gratuidad de Gide, de la libertad en Sartre, de la Ciudad futura en los marxistas”[1][8].
 
Como ha puesto de manifiesto más recientemente Manuel Cabada Castro resulta a todas luces que el ateísmo se vuelve problemático; no tanto para el teísmo como para sí mismo. De ahí el atinado título que puso al capítulo VIII y final de su libro “El Dios que da que pensar. Acceso filosófico-antropológico a la divinidad”; dicho título reza: “El difícil ateísmo”[1][9].
 
Sin embargo, el problematismo que envuelve el propio ateísmo se verá resuelto en falso apelando a la “religión de la humanidad” y, cuando ésta se muestre estéril, en una pirueta del nihilismo, el ateo terminará desembocando en la “religión de la superhumanidad”.

 
Publicado originalmente en LA RAZÓN HISTÓRICA. Revista Hispanoamericana de Historia de las Ideas 




[1][1] Ludwig Feuerbach, “Las Tesis provisionales para la reforma de la filosofía” (Frommann Verlag, Stuttgart-Bad Connstatt, 1959, t. II).

[1][2] “Ensayos”, Friedrich Hölderlin, traducción, presentación y notas de Felipe Martínez Marzoa, editorial Hiperión, Madrid, 1997. El “Proyecto” (al que pertenecen nuestras citas entrecomilladas) se encuentra en la página 29 y siguientes.

[1][3] Véase para ampliar más información, “Cristianismo y revolución. Cinco lecciones de historia de la Revolución Francesa”, de Jean de Viguerie, Ediciones Rialp, Madrid, 1991, sobre todo el epígrafe “La descristianización fructidoriana”, pág. 238 y siguientes.

[1][4] Para la figura poco precisa de Andrés María Santa Cruz puede consultarse la monumental “Historia de los heterodoxos” de D. Marcelino Menéndez y Pelayo que en su segundo volumen dedica un capítulo a “Nuestros heterodoxos en Francia” y el epígrafe “El theophilánthropo Andrés María Santa Cruz. Su “culto de la humanidad”. “Historia de los Heterodoxos españoles. Protestantismo y sectas místicas. Regalismo y Enciclopedia. Heterodoxia en el siglo XIX” (II y último tomo), con un estudio final sobre Menéndez y Pelayo y su “Historia de los heterodoxos”, por el Doctor Rafael García y García de Castro, arzobispo de Granada, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1956.

[1][5] Christopher Hill, historiador británico de tendencia marxista, ha estudiado en profundidad los entresijos más recónditos de la revolución inglesa que va de 1640 a 1689, ofreciendo profuso material al respecto.

[1][6] Xavier Zubiri, “El hombre y Dios”, Alianza Editorial/Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1985. “Otras actitudes ante la experiencia de Dios”, pág. 342 y ss.

[1][7] Xavier Zubiri, “El problema filosófico de las historia de las religiones”, Alianza Editorial/Fundación Xavier Zubiri, Madrid, 1993. “Capítulo VI: El cristianismo como religión intrínsecamente histórica. 2. La predicación apostólica. IV. El cristianismo y la razón moderna”, pág. 305.

[1][8] Gustave Thibon, “Una mirada ciega hacia la luz. Reflexiones sobre el amor humano”, Belacqya de Ediciones y Publicaciones, S. L., Barcelona, 2005. Pág. 18.

[1][9] Manuel Cabada Castro, “El Dios que da que pensar. Acceso filosófico-antropológico a la divinidad”, Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1999.

viernes, 2 de mayo de 2014

DOS DE MAYO



" Si levantaran la cabeza los Héroes de la Guerra de la Independencia, no volverían de su asombro al ver que los afrancesados que ellos odiaban usurpan el nombre y la representación de la Patria, y que la constitución parlamentaria dada en Bayona por Pepe botella, aunque más liberalizada, es ley política.

Los liberales nada tendrían que decir, pero nosotros, los tradicionalistas, verdaderos descendientes y continuadores del pueblo de 1808, después de mostrarle otras guerras de la independencia no menos heroicas que la primera, les diríamos: " Pronto habrá, después de un primero de Mayo terrible, un dos de Mayo más glorioso que el de 1808 ".


Juan Vázquez de Mella y Fanjul

El Correo Español, 2 de Mayo de 1891.

miércoles, 30 de abril de 2014

ADEMÁS DE LA INJUSTICIA



"Pero, además de la injusticia, se deja ver con demasiada claridad cuál sería la perturbación y el trastorno de todos los órdenes, cuán dura y odiosa la opresión de los ciudadanos que habría de seguirse. Se abriría de par en par la puerta a las mutuas envidias, a la maledicencia y a las discordias; quitado el estímulo al ingenio y a la habilidad de los individuos, necesariamente vendrían a secarse las mismas fuentes de las riquezas, y esa igualdad con que sueñan no sería ciertamente otra cosa que una general situación, por igual miserable y abyecta, de todos los hombres sin excepción alguna."


S.S. León XIII (Encíclica Rerum novarum)

lunes, 21 de abril de 2014

INFLUENCIAS DE EVELYN WAUGH SOBRE ERNST JÜNGER


Walt Disney


UNAS LÍNEAS DE LITERATURA COMPARADA

Por Manuel Fernández Espinosa


Siempre pensé que, tras el personaje de Zapparoni (de la novela "Abejas de cristal" de Ernst Jünger) cabía ver un trasunto del famoso Walt Disney: Zapparoni es un magnate de la industria robótica, también dedicado al entretenimiento que combina rasgos de mecenas y mago. La imagen con la que nos lo presenta Jünger es la de una especie de simpático viejecito, amigo de los niños y filántropo, pero que se dedica a contratar a mercenarios profesionales para deshacerse de sus colaboradores más díscolos, en un extraño hibridaje entre la cara amable de un personaje público intachable y el reverso oscuro de una maquiavélica voluntad de poder: parece que en Walt Disney no faltan los aspectos siniestros que le vienen de su pertenencia a sociedades secretas y ocultistas; pero ahora no es Disney el propósito de estos renglones.
 
Como digo, pensé siempre que, tras el ente ficticio creado por Jünger para "Abejas de cristal" (el susodicho Zapparoni), se encubría Disney. Sin embargo, la reciente lectura de "Los seres queridos" de Evelyn Waugh me ha dado que pensar que Jünger bien pudiera haberse inspirado para su Zapparoni en el doctor Kenworthy, por otro nombre llamado "el Soñador" (de la novela de Waugh). Kenworthy es en dicha novela el fundador de la macro-necrópolis hollywoodense, centro alrededor del cual se construye la sátira waughiana: sátira cruel contra el candor y el puritanismo norteamericano, que no deja títere con cabeza en cuanto a la crítica del "estilo de vida americano", donde Waugh caricaturiza a los pobres secuaces del "New Thought" lo mismo que reparte leña para los primeros brotes de la pseudo-mística orientalista. Y Waugh lo hace con ese humor negro que lo singulariza y que sabe apreciar su lector, al que siempre convierte en su cómplice. 
 
Pero, que me pierdo... Estábamos en que yo pensaba que el Zapparoni de Jünger podía ser Disney, pero que también podría ser el Kenworthy de Evelyn Waugh en "Los seres queridos". Y, la verdad, es que Zapparoni podría ser un avatar de Walt Disney y a la vez ser un primo hermano del Kenworthy de "Los seres queridos".
 
El hecho es que Jünger había leído la novela de Waugh, pues lo pone de manifiesto cuando escribe "Über die Linie" (1951) como carta abierta y homenaje a Martin Heidegger, donde al socaire de las transformaciones que se experimentan, Jünger escribe: "Un libro tan macabro como el de Evelyn Waugh sobre el negocio de entierros en Hollywood pertenece a la literatura de entretenimiento". "Abejas de cristal" es del año 1957 y "Los seres queridos" es de 1948. No es de extrañar, por otra parte, que la novela de Waugh (aunque entendida como "literatura de entretenimiento" por Jünger) llamara la atención del gran escritor alemán, habida cuenta de su constante interés por la cuestión de la muerte y de todo lo adyacente a ella, empezando por los cementerios, por las tumbas en las que Jünger siempre supo ver la dimensión cultual: en sus viajes, Jünger visitaba los mercados y los cementerios de las ciudades en que hacía parada y en todas sus obras, especialmente en los Diarios, podemos leer pasajes en los que medita sobre los cementerios. En 1949, cuando escribe "Heliópolis" también deja en algunas páginas estampas de necrópolis imaginarias que pueblan sus visiones. En 1983, en su novela "El problema de Aladino", Jünger abordará estas cuestiones con más precisión, presentándonos a Friedrich Baroh, tocado de nihilismo, que termina regentando un negocio de pompas fúnebres que se amplía cuando concibe con un amigo el propósito de crear un cementerio a perpetuidad, algo complicado de garantizar en un mundo donde todo se está perdiendo. Con el apoyo de un banquero se embarcan en la empresa, creando la sociedad "Terrestras" que tanto evoca el "Whispering Glades" creado por Kenworthy en Hollywood.
 
El personaje de Zapparoni (de "Abejas de cristal") guarda mucha semejanza por su naturaleza enigmática con el Kenworthy de Waugh, salvando que Zapparoni comparece ante el lector, mientras que Kenworthy es, en la novela del inglés, recurrentemente referido, pero nunca se digna comparecer como otro personaje más y permanece en una nebulosa, en un "más allá", como objeto que reverencia su ejército de empleados; Kenworthy resulta más enigmático todavía que el Zapparoni que contrata al trasnochado y caballeresco protagonista de "Abejas de cristal". Zapparoni es un magnate de la industria robótica, concentrándose en él la inquietante similitud que Jünger siempre encontró entre la magia y la tecnología.
 
Revelar influencias de un autor en otro autor no desdice de ninguno de ambos, cuando ambos son dos maestros; como Waugh y Jünger lo son. Si bien es verdad que podemos patentizar cierta influencia de Waugh sobre Jünger, no obstante es de justicia admitir que el universo de Jünger resulta mucho más filosófico (a la manera alemana), mientras que el universo de Waugh propende a reducirse muchas veces al enfoque satírico donde las bromas y los golpes de timón llevan la acción por derroteros menos profundos, filosóficamente hablando.
 
Lo cierto es que en tiempos como los nuestros es siempre una delicia poder leer a Jünger o a Waugh. Uno termina pensando que no ha perdido su tiempo, como suele perderlo en caso de leer a nuestros contemporáneos, todos a sueldo de una empresa bibliográfica con sus servidumbres ideológicas y que, por mucho que pongan pose de intelectuales, no llegan nunca ni a rascar la costra de un problema que merezca nuestro valioso tiempo.

sábado, 19 de abril de 2014

LA ESCALERA DE WITTGENSTEIN...

Ludwig Wittgenstein


...ERA EL ANDAMIO DE SAN AGUSTÍN

Manuel Fernández Espinosa

"El nombre de la rosa" fue una exitosa novela que dio fama mundial a Umberto Eco. Incluso tuvo su versión cinematográfica con Sean Connery con papel protagonista. Como novela "El nombre de la rosa" es entretenida, aunque está plagada de esos prejuicios tan arraigados que contra la Edad Media todavía se vienen arrastrando desde el Renacimiento. Es un indicio de la miserable época que nos ha tocado vivir cuando se constata que tantos "cultos" se aplicaran a rastrear las claves interpretativas de lo que no dejaba de ser un pasatiempo literario (con muy mala idea contra el cristianismo, eso sí) de Umberto Eco. Lo que no se podrá regatear a su autor es una cierta cultura que es, por cierto, lo que le falta a otros divos de la literatura mundial cual es el caso de ese tal Dan Brown. La cultura de Umberto Eco, al ser más grande que la de su lector medio (incluyendo profesores universitarios) suscita ese culto de los pedantes y esnobistas que se llaman "intelectuales", pues ellos creen poseer las claves que el vulgo no tiene. Ni que decir tiene (pero hemos de decirlo) que las páginas de "El nombre de la rosa" tienen arsénico anticristiano para que el lector se impregne los dedos hasta matarle el alma, aunque sea justo admitir que el calibre cultural de Eco supera a ese burdo folletón sectario de Dan Brown ("El código Da Vinci"). Tanto "El nombre de la rosa" como "El código Da Vinci" trajeron a su zaga una legión de comentaristas, hermeneutas e imitadores que solo en un mundo tan necio como el contemporáneo es posible. La empresa bibliográfica, encubierta bajo el nombre de "literatura", juega sus cartas de ese modo.

Una de las citas de "El nombre de la rosa" que más comentarios han provocado es la que aparece al final de la novela, cuando Umberto Eco alude a un oscuro "místico alemán" que escribiera "hay que arrojar la escalera por la cual se ha subido". El lector medio pasa la página sin prestarle atención al pasaje en concreto y el nombre del presunto "místico alemán" al que se le atribuye haber dicho aquello de la escalera queda omitido. El lector un poco más culto ha sabido ver en esa cita un guiño del autor que, en una broma, hace pasar una cita de Ludwig Wittgenstein (1889-1951) por la de un apócrifo "místico alemán" medieval (el mismo Umberto Eco ha reconocido posteriormente que se refería a Ludwig Wittgenstein). Y, en efecto, eso de lo de la escalera aparece en el "Tractatus logico-philosophicus", cuando Wittgenstein escribe: “Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final como absurdas, cuando a través de ellas –sobre ellas– ha salido fuera de ellas. (Tiene, por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por ella.) Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo”. Y, no lo dudamos, allí lo encontró Umberto Eco.

Sin embargo, el pasaje de Wittgenstein guarda, como muchas otras piezas de la producción filosófica wittgensteiniana , un innegable "parecido de familia" (permítasenos la broma) con este pasaje de San Agustín de Hipona, que encontramos en sus "Epístolas": 

"Hay que emplear la ciencia como andamio por el que ha de subir el edificio de la caridad; ésta permanecerá eternamente, aun después de que sea desmontado el andamio de la ciencia."

Es así como la escalera de Wittgenstein termina siendo, a la postre, el andamio de San Agustín.

El insoportable intelectual que se cree poseedor de un saber esotérico por encima del vulgo se queda con la escalera en la mano, sonriente como un conejito por haber descubierto el "secreto" de Eco; Eco lo confirma y el intelectual subordinado se complace en que su gurú le pase la mano por el lomo. Wittgenstein arrojó la escalera: en toda esta historia, tal vez Wittgenstein sea el más humilde de todos los que juegan a "adivina, adivinanza", pues Wittgenstein no se veía a sí mismo tan original y, atormentándose por ello, reconocía que había grandes maestros superiores a él. La diferencia es, salvando comparaciones odiosas, como la que va de Dan Brown a Umberto Eco... Donde Eco le gana por goleada al americano. O de Ludwig Wittgenstein a San Agustín de Hipona. 

La conclusión que podríamos extraer de esto es que, en última instancia, el "progreso" que tanto se autopregona (en este caso, el progreso en la línea filosófica) no es más que una ilusión. Pues hasta las metáforas que más admiran al idiota de nuestro tiempo se han montado sobre el ocultamiento, la amnesia o la nuda ignorancia de la verdadera tradición de los gigantes del pensamiento.

La tradición siempre gana. Para no dar muchos rodeos, mejor ir a San Agustín de Hipona y saltarse a todos estos modernos tan deludidos como deludidores.