RAIGAMBRE
Revista Cultural Hispánica
sábado, 14 de diciembre de 2013
NUESTRA UNIDAD
Epílogo de Historia de los Heterodoxos Españoles
"¿Qué se deduce de esta historia? A mi entender, lo siguiente:
Ni por la naturaleza del suelo que habitamos, ni por la raza, ni por el carácter, parecíamos destinados a formar una gran nación. Sin unidad de clima y producciones, sin unidad de costumbres, sin unidad de culto, sin unidad de ritos, sin unidad de familia, sin conciencia de nuestra hermandad ni sentimiento de nación, sucumbimos ante Roma tribu a tribu, ciudad a ciudad, hombre a hombre, lidiando cada cual heroicamente por su cuenta, pero mostrándose impasible ante la ruina de la ciudad limítrofe o más bien regocijándose de ella. Fuera de algunos rasgos nativos de selvática y feroz independencia, el carácter español no comienza a acentuarse sino bajo la denominación romana. Roma, sin anular del todo las viejas costumbres, nos lleva a la unidad legislativa, ata los extremos de nuestro suelo con una red de vías militares, siembra en las mallas de esa red colonias y municipios, reorganiza la propiedad y la familia sobre fundamentos tan robustos, que en lo esencial aún persisten; nos da la unidad de lengua, mezcla la sangre latina con la nuestra, confunde nuestros dioses con los suyos y pone en los labios de nuestros oradores y de nuestros poetas el rotundo hablar de Marco Tulio y los hexámetros virgilianos. España debe su primer elemento de unidad en la lengua, en el arte, en el derecho, al latinismo, al romanismo.
Pero faltaba otra unidad más profunda: la unidad de la creencia. Sólo por ella adquiere un pueblo vida propia y conciencia de su fuerza unánime, sólo en ella se legitiman y arraigan sus instituciones, sólo por ella corre la savia de la vida hasta las últimas ramas del tronco social. Sin un mismo Dios, sin un mismo altar, sin unos mismos sacrificios; sin juzgarse todos hijos del mismo Padre y regenerados por un sacramento común; sin ver visible sobre sus cabezas la protección de lo alto; sin sentirla cada día en su hijos, en su casa, en el circuito de su heredad, en la plaza del municipio nativo; sin creer que este mismo favor del cielo, que vierte el tesoro de la lluvia sobre sus campos, bendice también el lazo jurídico que él establece con sus hermanos y consagra con el óleo de la justicia la potestad que [1037] él delega para el bien de la comunidad; y rodea con el cíngulo de la fortaleza al guerrero que lidia contra el enemigo de la fe o el invasor extraño, ¿qué pueblo habrá grande y fuerte? ¿Qué pueblo osará arrojarse con fe y aliento de juventud al torrente de los siglos?
Esta unidad se la dio a España el cristianismo. La Iglesia nos educó a sus pechos con sus mártires y confesores, con sus Padres, con el régimen admirable de sus concilios. Por ella fuimos nación, y gran nación, en vez de muchedumbre de gentes colecticias, nacidas para presa de la tenaz porfía de cualquier vecino codicioso. No elaboraron nuestra unidad el hierro de la conquista ni la sabiduría de los legisladores; la hicieron los dos apóstoles y los siete varones apostólicos; la regaron con su sangre el diácono Lorenzo, los atletas del circo de Tarragona, las vírgenes Eulalia y Engracia, las innumerables legiones de mártires cesaraugustanos; la escribieron en su draconiano código los Padres de Ilíberis: brilló en Nicea y en Sardis sobre la frente de Osio, y en Roma sobre la frente de San Dámaso; la cantó Prudencio en versos de hierro celtibérico: triunfó del maniqueísmo y del gnosticismo oriental, del arrianismo de los bárbaros y del donatismo africano: civilizó a los suevos, hizo de los visigodos la primera nación del Occidente; escribió en las Etimologías la primera enciclopedia; inundó de escuelas los atrios de nuestros templos; comenzó a levantar, entre los despojos de la antigua doctrina, el alcázar de la ciencia escolástica por manos de Liciano, de Tajón y de San Isidoro; borró en el Fuero juzgo la inicua ley de razas; llamó al pueblo a asentir a las deliberaciones conciliares; dio el jugo de sus pechos, que infunden eterna y santa fortaleza, a los restauradores del Norte y a los mártires del Mediodía, a San Eulogio y Álvaro Cordobés, a Pelayo y a Omar-ben-Hafsun; mandó a Teodulfo, a Claudio y a Prudencio a civilizar la Francia carlovingia; dio maestros a Gerberto; amparó bajo el manto prelaticio del arzobispo D. Raimundo y bajo la púrpura del emperador Alfonso VII la ciencia semítico-española... ¿Quién contará todos los beneficios de vida social que a esa unidad debimos, si no hay, en España piedra ni monte que no nos hable de ella con la elocuente voz de algún santuario en ruinas? Si en la Edad Media nunca dejamos de considerarnos unos, fue por el sentimiento cristiano, la sola cosa que nos juntaba, a pesar de aberraciones parciales, a pesar de nuestras luchas más que civiles, a pesar de los renegados y de los muladíes. El sentimiento de patria es moderno; no hay patria en aquellos siglos, no la hay en rigor hasta el Renacimiento; pero hay una fe, un bautismo, una grey, un pastor, una Iglesia, una liturgia, una cruzada eterna y una legión de santos que combaten por nosotros desde Causegadia hasta Almería, desde el Muradal hasta la Higuera. [1038]
Dios nos conservó la victoria, y premió el esfuerzo perseverante dándonos el destino más alto entre todos los destinos de la historia humana: el de completar el planeta, el de borrar los antiguos linderos del mundo. Un ramal de nuestra raza forzó el cabo de las Tormentas, interrumpiendo el sueño secular de Adamastor, reveló los misterios del sagrado Ganges, trayendo por despojos los aromas de Ceilán y las perlas que adornaban la cuna del sol y el tálamo de la aurora. Y el otro ramal fue a prender en tierra intacta aun de caricias humanas, donde los ríos eran como mares, y los montes, veneros de plata, y en cuyo hemisferio brillaban estrellas nunca imaginadas por Tolomeo ni por Hiparco.
¡Dichosa edad aquélla, de prestigios y maravillas, edad de juventud y de robusta vida! España era o se creía el pueblo de Dios, y cada español, cual otro Josué, sentía en sí fe y aliento bastante para derrocar los muros al son de las trompetas o para atajar al sol en su carrera. Nada aparecía ni resultaba imposible; la fe de aquellos hombres, que parecían guarnecidos de triple lámina de bronce, era la fe, que mueve de su lugar las montañas. Por eso en los arcanos de Dios les estaba guardado el hacer sonar la palabra de Cristo en las más bárbaras gentilidades; el hundir en el golfo de Corinto las soberbias naves del tirano de Grecia, y salvar, por ministerio del joven de Austria, la Europa occidental del segundo y postrer amago del islamismo; el romper las huestes luteranas en las marismas bátavas con la espada en la boca y el agua a la cinta y el entregar a la Iglesia romana cien pueblos por cada uno que le arrebataba la herejía.
España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes de taifas.
[...]
Edita doctrina sapientum templa serena!"
7 de Junio de 1882
Marcelino Menéndez y Pelayo
jueves, 12 de diciembre de 2013
INFILTRACIONES DEL OCULTISMO EN EL TRADICIONALISMO ESPAÑOL (II PARTE)
Jacques Cazotte
LOS OCULTISTAS CONTRA LA REVOLUCIÓN
Por Manuel Fernández Espinosa
Quedó establecido con
anterioridad a estas líneas una aproximación al concepto de ocultismo (en su vertiente
teórica y en su vertiente práctica) y también quedó sentado que el ocultismo se entreveraba en los
ambientes legitimistas franceses.
El “tradicionalismo” constituyó toda una
reacción intelectual (tras la derrota definitiva de Napoleón Bonaparte) contra
la revolución francesa. La revolución había querido aplastar el Trono y el
Altar y los pensadores tradicionalistas (tambien sus publicistas) respondieron a la ofensiva revolucionaria, alzándose
como contrarrevolucionarios que abogaban por los fueros de la “tradición”
(religiosa y política), oponiendo la “tradición” al concepto ilustrado de “Razón”
que, en su virulencia enciclopedista, había sido -la Razón- la bandera en la que se
envolvieron los revolucionarios para cometer sus desmanes y subvertir el orden
tradicional. Con el sistema de la Restauración que se estableció con el Congreso de
Viena y la red de alianzas de los monarcas absolutistas, se impuso la restauración del Trono y del Altar y fue así como una serie de autores
emprendió la tarea de justificar filosóficamente las bondades del Antiguo
Régimen que habían sido derrocadas por los revolucionarios de 1789: era la hora de reconstruir lo devastado. El tradicionalismo supuso, justo es admitirlo, una profundización en el concepto de "tradición", dilucidando las bases sobre las que tenía que asentarse la sociedad humana, el orden y la paz.
En este sentido hay
que entender la obra de Joseph de Maistre, la de Luis de Bonald, Hugo
Felicidad-Roberto de Lammennais, la de nuestro Juan Donoso Cortés, la de Luis
Bautain, Agustín Bonetty, Felipe Olimpio Gerbet, la del alemán la del belga Gerardo Casimiro Ubaghs,
la del italiano Ventura de Raulica y la de tantos otros que suelen ser catalogados como "tradicionalistas" o "tradicionalistas mitigados". El tradicionalismo es, por lo tanto, un
movimiento intelectual que cuenta en sus filas con autores nativos de casi todos los países europeos que han sufrido la revolución francesa y su onda expansiva que fue la guerra que Napoleón extendió a toda Europa, desde España hasta Rusia. Hablar con propiedad de “tradicionalistas”
en fecha anterior a la primera mitad del siglo XIX solo puede ser entendido
como una licencia poética. La “tradición” siempre existió; en cambio, el “tradicionalismo” no es
más que el rearme de la sociedad que ha sufrido las convulsiones tremendas de la revolución.
La revolución francesa, a diferencia de las a ella anteriores (revoluciones
inglesa y norteamericana), no sólo fue una inspiración. La revolución francesa fue una hecatombe
religiosa, un holocausto político, una subversión social y un tremebundo
acontecimiento de consecuencias universales: parece increíble que todavía hoy se conmemore (con gozo) este episodio histórico que hizo sus primeros ensayos con el Terror, persiguiendo a los disidentes hasta el exterminio en un aquelarre sacrílego. Es importante interiorizar esta idea: no había “tradicionalistas” antes
de la revolución francesa y, tal vez, no los hubiera habido nunca. Los tradicionalistas son producto de la revolución, aunque sean sus legítimos antagonistas. Y es que lo mejor de la sociedad que había hecho la experiencia de tanto horror no quería más experimentos revolucionarios y cerró filas (ahí estaba el pueblo campesino, la nobleza menos corrompida y el clero más lúcido e inspirado). Era urgente defenderse de la atroz violencia revolucionaria que amenazaba
con destruir la sociedad y los intelectuales (clérigos y laicos) se aparejan para dar la batalla, escribiendo las grandes obras clásicas del tradicionalismo.
Y tampoco podemos olvidar la labor de algunos
románticos (los de la línea tradicionalista) como fueron el francés vizconde de
Chateaubriand o los alemanes Friedrich Schlegel, Joseph Görres, Clemens Brentano, etcétera;
que si no fueron teóricos del “tradicionalismo” contribuyeron con su obra
literaria a crear un ambiente propicio a la tradición religiosa y política que
salía prestigiada en sus obras.
Con anterioridad a la revolución
francesa no hubo “tradicionalistas”, pero sí que hubo unos antecedentes del
tradicionalismo y estos precedentes, en promiscuidad con el romanticismo (incluso el católico y tradicionalista), son los que contagiarán el tradicionalismo de ideas ocultistas. Lo mismo que hubo Ilustración, hubo Anti-Ilustración. Y en la
Anti-Ilustración militaron autores de muy diversa índole, pero todos coincidían en rechazar los estrechos márgenes de la razón ilustrada: fueron los
llamados “filósofos de la naturaleza” (todos ellos conectados a conciliábulos
esoteristas o, al menos, receptores y emisores de ideas panteísticas, emanatistas, herméticas, cabalísticas... gnósticas) y,
claro: además de estos “filósofos de la naturaleza”, no eran pocos los que en Europa obtuvieron una considerable fama como visionarios y profetas:
ahí está el inglés William Blake o el sueco Emanuel Swedenborg, éste último mereció un panfleto nada más y nada menos que de Inmanuel Kant. En Grenoble (Francia)
había nacido, quizás el año 1727, Joaquín Martínez de Pascually (a lo que parece era Joaquín uno de los hijos de un
criptojudío español o portugués acogido en Francia). Martínez de Pascually es una figura escurridiza, envuelta en la nebulosa del
misterio, que -por lo que se sabe- desarrolló, hasta su muerte en el año 1779, una labor soterrada y sigilosa:
sistematizando una doctrina que mezclaba cábala judía con ciertas nociones
cristianas, todo bajo las formas de la masonería; reclutando a sus adeptos con excesiva cautela; confiándoles a estos, en el secretismo de sus conciliábulos, las
enseñanzas de su doctrina que, además de ser una especulación metafísica de
signo gnóstico, tenía un correlato práctico: de marcado carácter teúrgico, dado que sus secuaces aprendían a evocar espíritus y supuestamente de esta guisa podían acceder a experiencias místicas de orden
desconocido. Martínez de Pascually es uno de los personajes más importantes
para entender la facilidad con la que el ocultismo se infiltró en los círculos
legitimistas posteriores a las guerras napoleónicas.
Discípulo de Martínez de
Pascually fue Louis Claude de Saint Martin que también se consagró a la tarea
de sistematizar sus teorías (realizando una aleación entre las doctrinas de Martínez de Pascually y el místico alemán Jakob Boehme, zapatero luterano). Entre las teorías de Saint Martin figuraba una en concreto que
sería de irresistible atractivo para los “tradicionalistas”. Estos, testigos y hasta víctimas de las
tribulaciones a las que había sido sometida la sociedad por el flagelo
revolucionario, podían interpretar todo el dolor
sufrido en sus vidas personales y en la misma sociedad gracias a la idea saint-martinista que recordaba la caída original y que apuntaba hacia la reintegración de todos los seres (eso sí: tras la purgación).
Uno de los adeptos de la sociedad
secreta que había organizado Martínez de Pascually (llamada Orden de los Caballeros
Masones Elus Cohen del Universo) fue el escritor francés Jacques Cazotte. Este
autor (no tan celebrado como debiera serlo por su preciosa novela “El diablo
enamorado”) era, pese a su militancia en grupos ocultistas, un convencido
enemigo de la revolución que identificaba con el mismo Satanás. Cazotte, según
llegó a contar La Harpe en el año 1806, llegó a pronunciar una profecía allá por
el año 1788. En aquella intervención que hizo en el curso de una reunión de prominentes personajes franceses anunció la inminencia de la revolución francesa así como descubrió el destino futuro de cada uno de los que lo escuchaban y ésta profecía se cumplió a la letra. El mismo Jacques Cazotte sería guillotinado el
año 1792.
No puede decirse que Cazotte
fuese un “tradicionalista”, pero con antelación a la revolución sí que se iba
delineando (precisamente en los círculos ocultistas; lo vemos en el caso de Cazotte) una franca oposición a la revolución que, incluso anticipándose a su consumación, ya la calificaba como subversión de signo satánico. La corriente ocultista contra-revolucionaria no sería
exterminada por los revolucionarios, sino que quedaron supervivientes y estos
supervivientes, una vez restaurados el Trono y el Altar, gozaron de toda la
confianza en los ámbitos absolutistas y católicos, pese a su excentricidad. Habían sido compañeros de viaje y se les miraba con afecto y simpatía. Podían
resultar un tanto extravagantes, si es que se sabía su filiación a grupos esotéricos, tal vez por su lenguaje oracular y su jerga para
iniciados podían resultar hasta chistosos, pero fueron muchos los "tradicionalistas" que los trataron y con el trato vino el
contagio.
miércoles, 11 de diciembre de 2013
INFILTRACIONES DEL OCULTISMO EN EL TRADICIONALISMO ESPAÑOL (PRIMERA PARTE)
Joseph Conde de Maistre |
DE CÓMO EL OCULTISMO LO CONTAMINA TODO
Por Manuel Fernández
Espinosa
La historia de las ideas
políticas ha prescindido hasta la hora presente de un estudio exhaustivo de las
corrientes esotéricas que pudiera ilustrarnos sobre el influjo y efectos que
estas corrientes ejercieron sobre la formulación de algunas ideologías
políticas, así como sobre los acontecimientos históricos que las sectas
políticas protagonizaron. Entre ocultismo y política existen indudablemente
vasos comunicantes (como existen nexos entre ocultismo y literatura, ocultismo
y música, ocultismo y artes plásticas, etcétera). Marginando el tema del
ocultismo a una especie de corral de chiflados que nunca han salido de sus
antros se tiene una idea incompleta de los diversos sistemas de ideas políticas
y así es como se tiende a pensar acríticamente que las ideas políticas gozan de
una inmunidad a los delirios mágicos, como si esas ideas políticas pudieran
jactarse de ser autónomas y siempre se hayan mantenido al margen del mundo
inquietante del ocultismo, ajenas a esa infame cloaca de dementes
supersticiosos que han renunciado al mundo de la “razón pura”. El ocultismo, en
el mejor de los casos, es abordado con el escepticismo propio del racionalismo
que se burla de todo cuanto no comprende. Y las ideas políticas parecieran
dimanar de sistemas filosóficos (más o menos completos, pero eso sí: siempre
separados de los siniestros ámbitos del esoterismo y el ocultismo). La realidad,
en cambio, es otra muy distinta como ha mostrado la historia de las ideas y la
historia de la humanidad.
Distingamos, previamente, el
significado de los conceptos “esoterismo” y “ocultismo” (pues comúnmente
suelen confundirse). En principio, recordemos que una acepción de “esoterismo”
(la más decente de todas) se emplea en la historia de la filosofía, cuando
refiriéndonos a las antiguas escuelas filosóficas griegas, se ha entendido que
los grandes filósofos antiguos tenían una obra “exotérica” (de cara al público)
y unas enseñanzas “esotéricas” (que reservaban para sus discípulos); así, en la
escuela pitagórica se distinguía entre discípulos “matemáticos” y
“acusmáticos”, en la Academia de Platón y en el Liceo de Aristóteles también está
ampliamente aceptado que los círculos respectivos de ambos patriarcas de la filosofía, se desarrollaban las
enseñanzas en una vertiente “exotérica” (para el público) y en otra “esotérica” (se
supone que más complicada y dirigida exclusivamente a los adeptos). El
primitivo cristianismo también empleó la llamada “ley del arcano” para, de esa
forma, preservar la doctrina y los sacramentos y ponerlos a buen seguro de los
profanos: de ahí todo el rico simbolismo del arte paleocristiano que recurre al
“pez” como símbolo de Cristo o a las palomas (como emblema de las almas). Sin
embargo, con el correr de los siglos, el esoterismo se vino a convertir en una
suerte de presuntos “saberes” exclusivos de una elite de iniciados que
supuestamente disponen de conocimientos superiores al resto de los mortales:
las sectas gnósticas y algunas herejías, que se han ido sucediendo desde los
primeros tiempos del cristianismo hasta nuestros días, emplearon el esoterismo
en este sentido.
El ocultismo es un concepto mucho
más general que el “esoterismo” y vendría a comprender dentro de sí el
“esoterismo” (ya en su acepción peyorativa) como conjunto de saberes teóricos
sobre la(s) divinidad(es), la cosmogonía, la doctrina de ultratumba y las
llamadas “ciencias ocultas” (alquimia, métodos adivinatorios, etcétera). Pero
el “ocultismo” que se llama “esoterismo” (cuando se trata de cualesquiera
sistemas teóricos vedados a los profanos), se llama “magia” en su vertiente
práctica cuya gama es muy amplia y puede ir desde la evocación de divinidades
(demonios) hasta el maleficio, pasando por las artes mánticas (adivinatorias:
necromancia, quiromancia, tarot…).
En algunas etapas históricas el
ocultismo (se entiende que determinadas corrientes ocultistas; pues son muchas
las corrientes y sectas y, entre ellas, no existe unanimidad) ha ejercido sobre
la cultura y sobre la política una influencia poderosa y, sin ninguna duda,
siempre nefasta. En el caso del III Reich está suficientemente estudiada la
dirección política que imprimió la ariosofía a través de sociedades secretas
como la “Sociedad Thule” (en la que militaron grandes jerarcas del Partido
Nazi) así como otras asociaciones secretas menos conocidas que formaban un
entramado oculto; en modo alguno se ha estudiado la influencia ocultista en
algunas fases del totalitarismo soviético y –huelga decirlo, no se ha estudiado
satisfactoriamente la influencia ocultista en los paradigmas políticos de las
democracias occidentales, como pueden ser el “liberalismo”, el “socialismo”, el
“anarquismo” y… el “tradicionalismo”. Puede resultar extraño, pero sí: el
ocultismo también llegó con sus miasmas al “tradicionalismo”.
Durante el siglo XIX toda Europa
estaba sembrada de extraños conciliábulos ocultistas: masones de las diversas
obediencias y ritos, iluminados, martinistas, espiritistas, visionarios,
adivinos, falsos profetas, teosofistas (también de la Sociedad Teosófica de
Madame Blavatsky), etcétera. Y una de las naciones europeas donde más
proliferaba esta plaga ocultista era, precisamente, Francia. La revolución
francesa fue la eclosión en la historia del trabajo subterráneo de muchas de
estas asociaciones ocultistas. Pero, tras la desaparición de Napoleón
Bonaparte, una vez implantado el sistema de la Restauración (que, como es sabido, resultó efímero), el ocultismo no dejó de
existir. Y no sólo actuaba secretamente en los grupos enemigos del absolutismo
restaurado (los liberales de diverso radicalismo), sino que también floreció entre las filas de los
mismos absolutistas. El propósito de este artículo es, precisamente,
aproximarnos a esta cuestión que la historia ha ignorado largamente.
¿Llegó el “ocultismo” a las filas
del carlismo? Sería mucho decir que los carlistas se mezclaran promiscuamente
con sectarios, habida cuenta de su catolicismo militante: claro que no fue el carlismo entero infectado por el ocultismo, pero lo que está más
que claro es que no todos los carlistas permanecieron incólumes y algunos
resultaron afectados, contaminándose con las estrambóticas ideas que recogieron
en los antros ocultistas. Si los carlistas hubieran permanecido en la Península
Ibérica hubiera sido más difícil esta intoxicación, pero, como es sabido, el
desenlace de la primera guerra carlista (la Guerra de los Siete Años) supuso el
exilio (la emigración política) de muchos carlistas (el Rey Legítimo, Don Carlos
María Isidro de Borbón; oficiales del Ejército Carlista; burócratas varios;
publicistas y hasta soldados que eran simples voluntarios prefirieron salir de
España, puesto que no aceptaron las condiciones del tratado de Espartero-Maroto:
eso que la propaganda liberal llamó “Abrazo de Vergara”). Uno de los países de
acogida que más carlistas albergó fue Francia. Y en Francia, precisamente, no
pocos de estos carlistas entraron en relación con los círculos legitimistas,
que no pocas veces estaban frecuentados y eran polinizados por figuras que
compaginaban su legitimismo político con la adhesión a conciliábulos
ocultistas, mientras acomodaban su catolicismo a una mezcolanza de cristianismo
interpretado en clave ocultista. Con razón podía decir el gran reaccionario
Joseph de Maistre, refiriéndose a los martinistas, aquello de:
“…El pecado original se llama [en la jerga martinista]
crimen primitivo; los actos del poder divino y de sus agentes en el Universo se
llaman bendiciones, y las penas impuestas a los culpables, padecimientos.
Muchas veces yo mismo les he causado padecimientos [a los martinistas] cuando les echaba en cara
que lo poco que había de verdad en lo que decían no era sino el catecismo
desfigurado con palabras diferentes de las que emplea el verdadero catecismo”.
El mismo Conde de Maistre (lo
confesaba abiertamente en “Las veladas de San Petersburgo”) había tenido sus
escarceos con los secuaces de Louis Claude de Saint Martin, más conocido como
“El filósofo desconocido”.
El siglo XIX fue el siglo de los
ocultistas. En el siglo XIX Francia era una nación en la que pululaban
personajes que pisaban el vidrioso terreno de la especulación esotérica, la magia ceremonial y el espiritismo, la demencia
y la estafa. Y con estos individuos que trabajaban más o menos
clandestinamente, tanto en las filas del liberalismo (y el primitivo socialismo
utópico, también) como en las filas del legitimismo borbónico (católico en la
fachada, pero emponzoñado de supersticiones gnósticas, cabalísticas y
neopaganas), con estos individuos y estas sectas -digo- era imposible no entrar en contacto si se vivía en Francia.
martes, 10 de diciembre de 2013
LA GAITA GALLEGA
(ECO NACIONAL)
Cuando la gaita gallega
el pobre gaitero toca,
no sé lo que me sucede
que el llanto a mis ojos brota
Ver me figuro a Galicia
bella, pensativa y sola
como amada sin amado,
como reina sin corona
Y aunque alegre danza entone
y dance la turba loca
la voz del grave instrumento
suéname tan melancólica
a mi alma revela tantas
desdichas, penas tan hondas,
que no sé deciros
si canta o si llora.
Recuérdame aquellos cielos
y aquellas dulces auroras
y aquellas verdes campiñas
y el arrullo de sus tórtolas
y aquellos lagos, y aquellas
montañas que al cielo tocan,
todas llenas de perfumes,
vestidas de flores todas
donde Dios abre su mano
y sus tesoros agota;
más, ay, cómo me recuerda
también que hay allí quien dobla
en medio de la abundancia
al hambre la frente torva,
no acierto a deciros
si canta o si llora.
Suenan y cruzan mi espíritu
puras, risueñas y hermosas
las sombras de los cien puertos
de que Galicia es señora.
Y lentamente pasando,
como ciudades que flotan
van sus cien naves soberbias
al ronco son de las olas
más, ay, como en ellas veo
como el oro de sus costas
sus tiernos hijos desnudos
que miran triste a Europa
pidiendo su pan amargo
a la América remota
no acierto a deciros
si canta o si llora
Pobre Galicia... Tus hijos
huyen de ti o te los roban
llenando de íntima pena
tus entrañas amorosas
Y como a parias malditos
y como a tribus de ilotas
que llevasen en el rostro
sello de infamia y deshonra
ay, la patria los olvida
la patria los abandona
y la miseria y la muerte
en su hogar desierto moran
Por eso, aunque en son de fiesta
la gaita gallega se oiga,
no acierto a deciros
si canta o si llora.
Espera, Galicia, espera
lleva la cruz que te agobia
regando con sangre y lágrimas
esa vía dolorosa
Tendrás sed... Hiel y vinagre
te darán con mano pródiga
y con corona de espinas
cetro de caña con mofa
pero los tiempos se acercan,
y cuando suene tu hora,
feliz subirás y grande
a la cumbre de la gloria
Hoy, si la gaita gallega
el pobre gaitero toca,
no acierto a deciros,
si canta o llora.
-Ventura Ruiz Aguilera
CULTURA ANDALUZA
"Andalucía, que no ha mostrado nunca pujos ni petulancias de particularismo; que no ha pretendido nunca ser un Estado aparte, es, de todas las regiones españolas, la que posee una cultura más radicalmente suya. Entendamos por cultura lo que es más directo: un sistema de actitudes ante la vida que tenga sentido, coherencia, eficacia. La vida es primeramente un conjunto de problemas esenciales a que el hombre responde con un conjunto de soluciones: la cultura. Como son posibles muchos conjuntos de soluciones, quiere decirse que han existido y existen muchas culturas. Lo que no ha existido nunca es una cultura absoluta, esto es, una cultura que responde victoriosamente a toda objeción. Las que el pasado y el presente nos ofrecen son más o menos imperfectas: cabe establecer entre ellas una jerarquía, pero no hay ninguna libre de inconvenientes, manquedades y parcialidad. La cultura única y propiamente tal es sólo un ideal y puede definírsela como Aristóteles la Metafísica o ciencia única, a la cual llama "la que se busca".
José Ortega y Gasset
viernes, 6 de diciembre de 2013
DEPREDACIÓN CAPITALISTA DE SUDÁFRICA GRACIAS A LOS "LIBERTADORES"
MANDELA, DE TERRORISTA RACISTA A ICONO GLOBAL
"Como antes en Rhodesia y en Namibia, esos intereses americanos consistían, además de en oro y diamantes, en materias primas muy escasas en otros lugares pero particularmente abundantes en África austral y, sobre todo, indispensables para la guerra moderna. La diabolización de Suráfrica, las campañas orquestadas contra este país y que simplemente pretendían preparar el futuro cambio de propietario de todas aquellas riquezas, han ofrecido al mundo un estupefaciente ejemplo de autoalienación europea.
Suráfrica está situada en el meridiano que pasa de 5º a 15º al este de Greenwich, y que también atraviesa Europa. Este Estado creado por holandeses, hugonotes franceses, alemanes y británicos era la pareja natural de Europa étnica y geográficamente, su vástago auténtico y original. Pero los europeos de este fin de siglo, agotados, reducidos a horizontes geopolíticos exiguos, despojados de su herencia ultramarina por dos guerras mundiales, ya no son conscientes de un hecho que sin embargo debería haberles creado algunas obligaciones. Los europeos están demasiado aprisionados por ideologías y concepciones que en realidad están al servicio de intereses alógenos. ¡Y pensar que algunos creían sinceramente que estaban luchando por los derechos de la población negra...! En realidad, sólo estaban sirviendo a los intereses de capitalistas ajenos a África. Un magnate americano de la finanza veía las cosas con más claridad cuando declaró tranquilamente a Aida Parker, la más conocida de las periodistas surafricanas: "Cuando los negros lleguen al poder en Suráfrica, el país se hundirá en dos años. En ese momento, ustedes no podrán sobrevivir sin nuestra ayuda. Y seremos nosotros quienes decidamos en su lugar"."
"La sumisión de Europa", Jordis von Lohausen
Todo presagia que, tras su fallecimiento ayer 5 de diciembre, Nelson Mandela venga a convertirse en uno más de esos personajes míticos de la ficción mundialista, como si fuese el símbolo de una lucha por la liberación, cuando no fue otra cosa que un factor para destruir la soberanía de un Estado y entregar el país y sus recursos a los buitres capitalistas que codiciaban las riquezas sudafricanas. Nelson Mandela es, además de eso (cómplice consciente o inconsciente de la depredación de Sudáfrica) un personaje con un pasado muy poco limpio (racista antiblanco y terrorista que nunca renunció a la violencia), como para construir un mito. Pero sabemos que los medios de intoxicación mundialistas son capaces de convertir a criminales (como Che Guevara) en iconos de la artificial y falsa infracultura global. Cosas veredes...
lunes, 2 de diciembre de 2013
CLAMORES DE UN ESPAÑOL (I)
Por Antonio Moreno Ruiz
COLUMNAS DE HÉRCULES
Columnas de Hércules,
¿Acaso no sustentan,
El punto más importante,
De este planeta?
Una bandera, el héroe heleno,
Dejó allí ondeando,
Hacia la leyenda del tiempo,
Los mares juntando.
Columnas de Hércules:
¿No llamáis al Atlas,
Pidiendo el natural,
Regreso de España?
¿Y acaso no pedís también,
El concurso de Portugal,
Que ejecutó con sus quinas,
La cruzada del mar?
Por el peñón de Gibraltar,
Dios nos puso el Estrecho,
Hemos ahí nuestra grandeza,
Hemos ahí nuestro derecho.
Columnas de Hércules,
Sostén de nuestro blasón,
Gades tu santuario,
Tuyo es el sol.
Columnas de nación y universo,
Columnas de mito y realidad,
¡Sea hercúlea la epopeya,
De una nueva hispanidad!
COLUMNAS DE HÉRCULES
Columnas de Hércules,
¿Acaso no sustentan,
El punto más importante,
De este planeta?
Una bandera, el héroe heleno,
Dejó allí ondeando,
Hacia la leyenda del tiempo,
Los mares juntando.
Columnas de Hércules:
¿No llamáis al Atlas,
Pidiendo el natural,
Regreso de España?
¿Y acaso no pedís también,
El concurso de Portugal,
Que ejecutó con sus quinas,
La cruzada del mar?
Por el peñón de Gibraltar,
Dios nos puso el Estrecho,
Hemos ahí nuestra grandeza,
Hemos ahí nuestro derecho.
Columnas de Hércules,
Sostén de nuestro blasón,
Gades tu santuario,
Tuyo es el sol.
Columnas de nación y universo,
Columnas de mito y realidad,
¡Sea hercúlea la epopeya,
De una nueva hispanidad!
MUCHEDUMBRE, MASA...
"Veo una muchedumbre innumerable de hombres semejantes e iguales, cada uno apartado en su mundo propio y extraño al destino de los demás, que solo confía en un estado fuerte que garantiza sus satisfacciones y vela su destino a la vez que le hace perder el sentido de la Patria"
Alexis de Tocqueville
domingo, 1 de diciembre de 2013
FERNANDO III EL SANTO, REY SANTO Y SANTO RECONQUISTADOR (III PARTE)
Fernando III el Santo, procesionando por las calles de Sevilla |
LA RECONQUISTA DE SEVILLA
Por Luis Carlón Sjovall
En la
primavera de 1246, San Fernando marchó hacia Sevilla dispuesto a no alargar
por más tiempo la estancia de los mahometanos en tan esplendida ciudad. De
Castilla llegaron hombres de todas las ciudades, ni un solo noble faltó con sus
mesnadas, allí también estaban las órdenes
militares con sus mejores hombres. Nos dice el Padre Retama en su libro San
Fernando y su época: “que hasta el Papa
eximio de ayunos y vigilias además de dar numerosos perdones e indulgencias. En
ellas llamaba también a su caudillo “Nuestro carísimo hijo el ilustre Rey de
Castilla, campeón invicto de Jesucristo”, y mandaba que todas las iglesias del
reino pagasen la mitad de las tercias decimales por tres años, para contribuir
al sostén de la magna empresa de la conquista de Sevilla.” Era claro que
los ejércitos del rey estaban allí para quedarse.
Fueron
cayendo una tras otras las ciudades que rodeaban la capital del
Guadalquivir, La primera fu Carmona,
seguida por Constantina y Reina. En
todas ellas, los moros se fueron rindiendo ante la llegada de las tropas
castellanas. Si opusieron resistencia las localidades de Castellana y Gilena, muriendo los defensores pasados a cuchillo y
quedando cautivos los habitantes.
Durante
el asedio de Alcalá del Río, San Fernando volvió a enfermar, más dio
ordenes de no ceder en el impulso. Los meses pasaban y los moros de Alcalá no
cedían. Ante tales circunstancias, el rey “seyendo
muy flaco” y desoyendo los consejos del médico judío que le atendía, se
puso de nuevo al frente de sus tropas “Mandó
combatir muy fuerte la villa”, y sus hombres viéndole otra vez a caballo, demacrado y pálido aún, pero con su
firme mirada se lanzaron como leones sobre la plaza, que lógicamente fue tomada
y castigados convenientemente sus moradores.
Era el
20 de agosto de 1247, festividad de la encarnación, cuando aparecieron por
el río Guadalquivir las velas cristianas de la flota de Bonifaz. 13 galeras y 13 bajeles, además de
numerosas embarcaciones menores componían tan gloriosa flota. San Fernando
exultante visitó una a una las embarcaciones saludando y dando ánimos a los
tripulantes. Vascos, cantabros, asturianos y gallegos formaban parte de aquella
primera escuadra marina de Castilla.
Quince
meses duró el asedio de Sevilla, durante los cuales las penurias de
sitiados y sitiadores fueron tremendas. Los cristianos habían rodeado la ciudad
con cuatro puntos fuertes, en la parte
sur San Fernando con algunos nobles forzaba a los mahometanos, Pelay Correa, maestre de Santiago se
encargó del arrabal de Triana, Don Alfonso,
el heredero y Don Alfonso de Molina, su hermano se encargaron de las otras
puertas de la ciudad. Además la flota perpetraba continuos ataques desde el río
tanto a Triana como a Sevilla.
Durante el
asedio de Sevilla se dieron varias
circunstancias que podemos catalogar como de milagrosas. Una de ellas sucedió
en el verano de 1248, cuando las tropas castellanas; cansadas y hambrientas,
sufrían además una alarmante falta de agua. Ante tal situación, mandó el rey a
su fiel Pelay Correa en presencia de las tropas que clavase una lanza en el suelo mientras todos rezaban el “Te Deum”, al poco empezó a salir un
hilillo de agua, que en poco tiempo se convirtió en una hermosa fuente. Nos lo
cuenta así la crónica: “Clavóla hasta
bien adentro en el lugar que el Rey señalara. Y al retirarla salió de la ferida
un hilillo ténue de agua cristalina, que poco a poco se iba ensanchando y
adquiriendo más caudal. Entonces el rey Fernando bajó del caballo y fue el
primero en bever de aquella agua que Dios les enviaba con honra y agradecida
devoción de su alma.” Esta fuente creo que todavía existe en Sevilla, y es
conocida como la “Fuente del Rey”.
En
octubre, la situación de Sevilla era crítica. Bonifaz había roto en una
audaz envestida el puente de barcas que separaba Triana de Sevilla, con lo cual
la axarquía trianera no tardó en caer. Mientras en Sevilla, hacía tiempo que
escaseaba de todo, y además habían perdido la esperanza de recibir ayuda del
norte de Africa. Axafat, último rey moro de Sevilla, se presentó ante San Fernando el 23 de noviembre de 1248,
festividad de San Clemente, ofreciendo la ciudad al monarca castellano. Una vez
más, San Fernando fue magnánimo, y permitió que todos los habitantes de Sevilla
salieran de la ciudad con las pertenencias que pudiesen llevar encima. La fecha
límite sería la víspera de Navidad
Un
hecho acaeció en este tiempo, que nos marca la personalidad del Santo.
Llegaron noticias al campamento cristiano de que los moros tenían planeado tirar la torre de la mezquita (La
Giralda) con intención de que no callase en manos cristianas. Cuando el Rey
Santo se enteró de esto mandó decir a los moros que como se atreviesen a
tocarla, ni uno sólo de los habitantes de Sevilla saldría de la ciudad.
Lógicamente, la idea de Axafat quedó en pura anécdota. Anécdota que desmonta
muchas de las farsas que generalmente estamos acostumbrados a sufrir cuando se
habla de respeto al arte y la cultura de otros pueblos y religiones.
En
Navidad de 1248, entró la comitiva cristiana en la ciudad con la Virgen de
los Reyes al frente, se consagró la antigua mezquita en Catedral, siendo Don
Remundo su primer obispo tras la Reconquista. Inmediatamente San Fernando
empezó a construir monasterios, siendo el de San Clemente el primero de ellos,
mandó repoblar la ciudad, repartió sus tierras entre sus mejores hombres y la
concedió fueros. El rey estableció la corte a partir de ese momento y hasta su
muerte en el Alcázar de la capital Sevillana.
Sólo
tres reinos quedaban en España bajo poder musulmán. Uno Granada, que como
hemos dicho era leal a Castilla; los otros dos eran Jerez y Niebla (actual
Huelva). Así, Fernando III en cuanto tuvo en orden todo lo que se refería a
Sevilla, emprendió camino a Jerez, campaña donde de nuevo enfermó antes de
tomar la ciudad, viniéndole la muerte el 30 de mayo de 1252 el Alcázar
sevillano.
San
Fernando moría joven, fruto de una vida de
inmenso desgaste físico. No pudo completar la obra que de niño se había
propuesto, devolver a toda España a la Fe de Cristo, obra que completó su hijo
Alfonso sometiendo definitivamente Jerez y Niebla. Granada no volvió a dar
problemas hasta mucho tiempo después, ejemplo de ello es que durante más de
cien años los mejores caballeros granadinos hicieron guardia en la tumba del
Santo en señal de respeto y admiración.
Tampoco
pudo el Rey Santo, aunque siempre lo ambicionó, marchar a Tierra Santa en
ayuda de los hermanos cristianos que la custodiaban. Además, San Fernando
ambicionaba conquistar el norte de África, tierra que tanto por tradición, como
por seguridad siempre tuvo claro el Rey que debía de estar bajo la corona
española. La crónica inglesa de Matthew Paris nos cuenta así, como San Fernando
había llegado a un acuerdo con el rey de Inglaterra para conquistar el norte de
África:
“el victorioso
rey de Castilla...por afección al rey de Inglaterra, envió a un elocuente y
elegante caballero al rey....proponiéndole una cruzada que habría de pasar por
Castilla...siendo seguro que el rey de Castilla le aprovisionaría e incluso le
acompañaría personalmente...y que desechara la vía marítima Francesa...El rey
Inglés estaba complacido por ello...y hubiera hecho honor de ello si no hubiera sido por la prematura muerte
del rey Fernando, lamentablemente para todos los cristianos; pero él murió bien
y dejó a varios bravos hijos para gobernar el reino"
LEGADO
DEL SANTO REY
A
pesar de su prematura muerte, el reinado de San Fernando nos deja un legado
impresionante. Reconquistó los Reinos de Córdoba, Murcia, Jaén y Sevilla. Dejó
vasalla de Castilla a Granada. Cambió el latín por el castellano como idioma
oficial del Reino. Revitalizó las artes y las ciencias (su hijo siempre
reconoció que el Sabio no era él sino que todo se lo debía a su padre), en
arquitectura por ejemplo comienza bajo su reinado la construcción de las
catedrales de Burgos, Toledo, Sevilla y Jaén, además de numerosísimas iglesias
de estilo gótico. Revitalizó las universidades de Palencia y Salamanca. Ordenó
y modernizó los fueros de las ciudades. Y sobre todo, con su aura de justicia,
valor y santidad unió España como posiblemente nunca antes ni después lo estuvo.
Además de mantener la paz en Castilla, durante su reinado la paz y la concordia
fueron los rasgos predominantes en su relación con sus vecinos de Aragón,
Navarra, Portugal o Francia. Y es que San Fernando NUNCA perdió una batalla,
quizá por eso fue proclamado por el Papa Inocencio IV como “Campeón invicto de
Jesucristo”
Ya en
vida, San Fernando fue reconocido por sus contemporáneos como un hombre
santo. Y tras su muerte, la situación no cambió. Ya en el siglo XIII,
encontramos las primeras imágenes del rey con aura santa sobre su corona. No
obstante, hubo que esperar hasta el 29 de mayo de 1655, fecha en que el Papa Alejandro
VII le declaró oficialmente Santo, y confirmó el 30 de mayo, fecha de su
muerte, como festividad de San Fernando, tras un larguísimo proceso. Más como la dicha nunca es completa, solo
se concedió culto al Santo en la Capilla Real de Sevilla.
Finalmente, el 7 de febrero de 1671 el culto a San Fernando
fue extendido por el Papa Clemente X, como nos recuerda Don Miguel de Manuel:
Concedió su Santidad
extensión del culto, dando licencia para que en todos los reinos y señoríos de
su majestad, y en la iglesia de Santiago de Roma, que es de españoles, se
celebrase el Santo con rito doble, y con rezo y misa de confesor no pontífice.
Hoy en día, a pesar de que la figura de San
Fernando padece el olvido que sufren todos los grandes héroes de nuestra
Historia, aún podemos encontrar su nombre en instituciones como la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando; como co-Patrón de España, Patrón de
la Juventud Española, Patrón del Arma de Ingenieros o como Patrón de multitud
de ciudades, municipios y asociaciones en el mundo entero. Y por supuesto,
dando nombre a la condecoración más importante a la que puede aspirar un
español: La Laureada de San Fernando.
Sirva
como resumen final de la personalidad de San Fernando la lápida de su sepulcro,
que escrita en latín, castellano, árabe y hebreo reza lo siguiente:
AQUÍ
IAZE EL MUY ONDRADO DON FERNANDO
SENNOR
DE CASTIELLA E DE TOLEDO, DE LEON
DE
GALLIZIA, DE SEVILLA, DE CORDOVA,
DE
MURCIA ET DE IAHEN,
EL
QUE CONQUISO TODA ESPANNA
EL
MÁS LEAL
E
EL MÁS VERDADERO E EL MÁS ESFORÇADO
E
EL MÁS APUESTO E EL MÁS GRANADO
E
EL MÁS SOFRIDO E EL MÁS OMILDOSO
E
EL QUE MÁS TEMIÉ A DIOS
E
EL QUE MÁS FAZÍA SERVICIO
E
EL QUÉ MÁS QUEBRNTÓ E DESTRUIÓ
A
TODOS SUS ENEMIGOS
E
EL QUE ALÇÓ E ONDRÓ A TODOS SUS AMIGOS
E
CONQUISTO LA CIBDAT DE SEVILLA
QUE
ES CABEÇA DE TODA ESPANNA
E
PASSÓS HI EN EL POSTREMERO DÍA DE MAYO
EN
LA HERA MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y DOS.
Conferencia pronunciada en Sevilla, el 23 de noviembre de 2013
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