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En el verano del año 997, Almanzor y sus hordas mahometanas arrasaron Santiago de Compostela y las campanas compostelanas fueron traídas a Córdoba desde Galicia (a hombros de cautivos cristianos). Cuando San Fernando Rey reconquista y libera Córdoba, manda restituir estas campanas a su original sede compostelana; a hombros de prisioneros moros.
Pintura de J. G. Mencía.
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LA CRUZADA DE SAN FERNANDO
Por Luis Carlón Sjovall
Desde muy
niño, el rey San Fernando se vio atraído por las viejas historias y
leyendas de sus antepasados. La vida y gestas del Cid, de Don Pelayo o el
impresionante reinado de Alfonso II el Casto se unían a la reciente victoria
lograda por su abuelo en la Batalla de Las Navas de Tolosa frente a los
poderosos almohades. No cabe duda que en su niñez, el entonces joven príncipe debía
soñar con recuperar para Jesucristo la España perdida por lo godos.
Siendo
San Fernando, ya rey de Castilla. Fue tiempo de poner orden en el reino, y
así dedicó sus primeros meses a conocer todos los rincones de Castilla y a
deshacer litigios. Es en esta época cuando San Fernando, siempre fiel a las
tradiciones, es coronado en Nájera por tercera vez, siguiendo la tradición de
los reyes de Navarra. También se hace con su famosa Espada Lobera y el viejo
pendón de Castilla que según nos cuenta la tradición pertenecieron al primer
conde castellano, Don Fernán González.
Sin duda, la paz y la prosperidad habían vuelto a Castilla, y el rey no
pensaba ya más que en recuperar la España perdida. Más Doña Berenguela, sabía
que no había Rey completo, sin reina a su lado. Y de esta manera Don Fernando
contrajo matrimonio con Doña Beatriz de Suabia, hija de Felipe, Duque de
Suabia, y sobrina del emperador Federico II, el 27 de noviembre de 1219 en la
localidad palentina de Carrión de los Condes.
De este su primer matrimonio nacieron diez hijos.
Alfonso X el Sabio (futuro rey de Castilla)
1221-1284, Fadrique
1224-1277, Fernando 1225-1242,
Leonor 1226, Berenguela 1228-1279, Enrique 1230-1303, Felipe 1231-1274, Sancho
1233-1261 (arzobispo de Toledo y Sevilla), Manuel
1234-1283, y María (1235).
Con el Reino ya tranquilo, y quedando Doña
Berenguela como Reina en Castilla, en la
primavera de 1224, marcha el rey a
tierra mora por primera vez. En este primer encuentro con los islámicos el rey
comenzó a labrarse su leyenda de rey justo entre cristianos y mahometanos. Con los suyos el rey siempre fue el
primero en todo, y nunca trato a ninguno como no mereciera. Y justo también fue
con los moros, pues si rendían vasallaje a Castilla les dejaba seguir viviendo
en sus tierras, si rendían la plaza les aseguraba una retirada honrosa con
todas sus posesiones hasta otra plaza mora, pero hay de aquellos que plantaban
cara al rey. Sólo la muerte y la pérdida de todos sus bienes les esperaba. La
primera plaza mora que se vio acometida por San Fernando, fue la ciudad de
Baeza, cuyo rey, llamado Mahomet,
pidió vasallaje al ver que el
propio rey de Castilla lideraba la hueste cristiana. Por el contrario la ciudad
de Quesada, que pertenecía al reino de Baeza, decidió renegar de su rey y
resistir a los cristianos. En pocos días los castellanos tomaron la plaza, y
pasaron a cuchillo a todo hombre con capacidad de tomar armas. Como digo, estos
dos ejemplos sirvieron a los demás reinos moros como advertencia de cómo San
Fernando impartía la justicia al intruso musulmán.
En invierno de
ese mismo año de 1224, se acercó
hasta Cuenca, donde se encontraba San Fernando el rey moro de Valencia, que
temeroso de ser atacado, pidió al Santo
aceptase a Valencia como reino vasallo. Esto creó problemas con Aragón, que
alegando el tratado de Cazorla firmado en 1179 por Alfonso VIII de Castilla y
Alfonso II de Aragón, consideraba Valencia terreno propicio a su propia Reconquista.
No era San Fernando, rey que ambicionase gloria personal, todo lo contrario.
Así que no dudó en romper el acuerdo alcanzado con el moro, y dio vía libre al
Rey Jaime I para que expandiese los
territorios de la Cruz hasta los confines del Reino de Valencia, quedando el
Reino de Murcia libre para expansión castellana.
En primavera
de 1225 sale el rey por segunda vez a
tierra musulmana, conquistando con la ayuda de los moros de Baeza las plazas
Martos y Andújar, que es entrega en encomienda para su protección a los
caballeros de Calatrava.
En las
primaveras de 1226 y 1227con un
ejército menor al de los dos años anteriores, pero con el apoyo de dos mil jinetes cedidos por el rey moro
de Baeza, San Fernando vuelve a Andalucía con intención de no dar respiro a
los mahometanos. En esta campaña se asedia la ciudad de Jaén, se llega hasta los
muros de Granada y se destrozan los campos de ambos reinos dejando el
pánico y la desolación a su paso por estas tierras. Además, tampoco fue estéril
esta campaña en conquistas, pues pasaron a posesión castellana las plazas de
Priego, Loja y Capilla.
A
estas alturas, Castilla vivía en la tranquilidad que daba saber que Doña
Berenguela gobernaba con mano firme la Castilla del Norte, y que San Fernando
estaba decido a no parar hasta que ni un solo templo en España estuviese
coronado con la Cruz de Jesucristo. El pueblo castellano veía en su Rey a un
héroe, que por su entrega y fe ya
empezaba a ser reconocido como el Santo que fue. Nunca Castilla fue tan exigida
de hombres e impuestos como en la época de San Fernando, y nunca fue mayor la
paz que vivió en el reino.
Por el contrario, Los moros,
que tras el derrumbe almohade habían vuelto a conformarse en múltiples taifas, sabían de su debilidad ante un Rey,
que ya en esos momentos era visto por ellos como un demonio invencible,
predestinado a gestas que cambiarían su mundo para siempre
Durante
el invierno de 1227, los moros de Baeza se vuelven contra su rey, y antes
de que los castellanos puedan llegar a ayudarle, le dan muerte y recuperan para
la media luna algunas de las plazas reconquistadas. Poco duró esto, pues en
cuanto conocieron que llegaba Don Lópe Díaz de Haro con quinientos caballeros
cristianos, huyeron todos para refugiarse en Córdoba y Sevilla. Para defender
las plazas retomadas, deja al rey a Don Tello de Meneses y a Don Lope Díaz con
amplia guarnición cristiana.
Tres
años tuvo que frenar Don Fernando la Reconquista, es un tiempo que dedica
el rey a ayudar a su tía, la reina de Francia, Doña Blanca de Castilla, madre
de San Luis, y que se encontraba en guerra con los alvigenses. Poco quería el
rey a los moros en sus tierras, más tampoco era amigo de herejías, así que
mandó tropas y consejeros a Francia hasta que la reina y su hijo aplacaron a
los tolosanos. Esta herejía también estaba enraizando en ciertos lugares de
Castilla, donde algunos cátaros se dedicaban a difundirla entre la gente
simple. La Historia nos cuenta como el propio Rey hacía justicia:
Fue cosa de ver el juicio que hizo el rey de los
herejes cuando sentado en su trono, con faz grave y severa, apareció rodeado de
un consejo asesor de doce sabios. Allí estaban los omes buenos que en materia
de leyes eran sabidores, ancianos que muchos años habían sido alcaldes y
estaban bien enterados de cómo se usaba facer, y otros que habían andado a los
estudios de Palencia et Salamanca.
Condenados los herejes que no quisieron arrepentirse,
lleváronlos a quemar, y espantó grandemente al pueblo ver que el Rey,
cargándose de un haz de leña, lo llevó el mismo en persona hasta la pira.
Es también el tiempo en que San Fernando comienza las obras de templos emblemáticos como la
Catedral de Burgos o la de Toledo, además de numerosos monasterios repartidos
por todas las tierras reconquistadas, pero también es un tiempo en que San
Fernando empezó a notar en su cuerpo la
dureza de una vida sin descanso, achacándole por primera vez una enfermedad
que le tuvo postrado una larga temporada.
En la
primavera de 1230 se reanudan las campañas frente al infiel, San Fernando
había decidido tomar Jaén, y allí se encontraba asediándola cuando le llegaron
noticias de la muerte de su padre, como he contado antes levantó el cerco y
marchó al norte con intención de reclamar sus derechos.
Tras
la unificación de Castilla y León, San Fernando duplica sus reinos, por lo
tanto también duplica sus rentas y ejércitos. Así, en la primavera de 1231
marcha de nuevo hacia el sur donde conquista la plaza de Úbeda y devasta los campos
de la Cuenca del Guadalquivir hasta
llegar incluso a las puertas de Sevilla y Jerez.
En
diciembre de 1235, y tras dieciséis años de matrimonio, murió en Toro la
reina Beatriz dando a luz a su última hija. Duro golpe supuso sin duda para Don
Fernando la muerte de su fiel esposa. Ordenó que fuese enterrada en Las Huelgas
de Burgos. Hoy, Doña Beatriz de Suabia está enterrada en la Capilla Real de
Sevilla junto a su querido esposo San Fernando, tras ser trasladada por su hijo
Alfonso X el Sabio en 1279.
Poco
duró el llanto en San Fernando, pues las necesidades apremiaban, y ayudó la
noticia de que en enero de 1236 un escuadrón de jóvenes caballeros había tomado
por sorpresa la Axarquía cordobesa, impulsó inmediatamente la recluta a sus
mejores hombres y se encaminó personalmente a prestar ayuda a sus súbditos (A tal rey tales súbditos). Tras más de
un mes sitiádos, los cristianos recibieron con alegría las enseñas reales en el
horizonte, mientras que los moros pasaron de sitiadores a sitiados. Estos
pidieron ayuda a los reinos de Jaén y
Sevilla, ayudas que nunca llegaron, pues era grande el temor que les
infundía el Rey Santo. Tras cinco meses de asedio, Córdoba, el gran símbolo de la España musulmana se rendía a San
Fernando el 29 de junio de 1236, festividad de San Pedro y San Pablo.
San
Fernando permitió salir con vida a sus defensores, pero a cambio, nos
cuenta la tradición, mandó que las campanas de Santiago de Compostela, que se
encontraban en Córdoba desde que el caudillo Almanzor las llevó a hombros de
cristianos esclavizados 260 años antes, fuesen llevadas de nuevo a Santiago a
hombros de prisioneros musulmanes. Tras la expulsión de los islámicos, se
reforzaron las defensas de la ciudad, y quedó a cargo de ella una guarnición al
mando de Don Alfonso Téllez de Meneses.
El rey en su
alegría por la Reconquista de tan
gran ciudad, relató de su puño y letra un documento que se encuentra
actualmente en los archivos de la Catedral de Burgos, y que reza así:
¡loor por siempre a Ti, Jesucristo, mío Señor, que por
la tu grand misericordia et los ruegos de la Gloriosa Sancta María, te has
querido valler deste tu siervo et caballero, et “por medio de los mios sudores”
ganaste pora tu sancta ley esta cibtat de Córdoba!.
Tras
la conquista de Córdoba, y durante los siguientes dos años, atendió el rey
al gobierno de la Corona, concediendo fueros, otorgando donaciones, o dando
sentencias. El obispo de Palencia Don Tello Téllez lo alaba así.
“Oía a todos,
no había hora escusada para audiencias; era amante de la justicia; recibía con
singular agrado a los pobres; no quería tener a ninguno quejoso, y deseaba como
buen padre dar gusto a cuantos le permitía la justicia; era al mismo tiempo
severo contra los delitos, singularmente contra los que abandonando la fe se
inficionaban con la herejía, o contra los que disimulaban sus errores por no
perder la conveniencia de ser sus vasallos.”
También
en esta época contrajo el Rey matrimonio por segunda vez. De nuevo fue su
madre la que le busco esposa, siendo la elegida Doña Juana, hija del Conde de Ponthieu. La boda se llevó a cabo en
Burgos a finales del año 1237. Este matrimonio, daría a San Fernando cinco
hijos más:
Fernando 1237
(Conde de Aumale y Barón de Motgomery), Leonor 1240 (esposa de Eduardo I de Inglaterra y madre
de Eduardo II), Luis 1242 (Señor de Marchena) y Jimena 1244 y Juan 1245 que
murieron al poco de nacer. Juana debió de ser una muy buena esposa, pues el
arzobispo Jiménez de Rada habla de ella siempre con mucho respeto. Sea como
fuere, al poco de enviudar, volvió a Francia, donde murió en el 1279.
El
domingo de Ramos de 1238, llegaron noticias al rey de que la plaza de
Martos estaba siendo atacada por los granadinos, Y San Fernando, nuevamente se
lanzó hacia al sur con sus mesnadas al rescate de la plaza sitiada. Fue llegar
el rey a Martos, y los granadinos huyeron sin entrar en combate. Una vez más,
la simple presencia del Rey Santo infundía terror a los sarracenos.
Aprovechó
el rey esta estancia en el sur, para asegurar Córdoba. Así mandó que
viniesen de Castilla sacerdotes, juristas y población civil para poblar y
reorganizar la fantasmal ciudad. Ordenó traducir el “Fuero Juzgo” del latín al
castellano para que fuese en adelante la regla que legislara sus conquistas
en el sur, y se empezaron a construir iglesias y conventos sobre los antiguos
templos musulmanes. La Mezquita, que estaba construida sobre la vieja Catedral
de la Córdoba Hispánica, ordenó San Fernando que fuese respetada en su
estructura, pues el rey siempre respetó la belleza, la hubiese creado quien la
hubiese creado. Además de todo esto, no cesó en el empeño de Reconquista, y así, se capturaron numerosas fortalezas y
se siguieron castigando sin pausa los reinos musulmanes, especialmente las comarcas de Granada y Sevilla.
Tras
dos años en la frontera, el rey volvió a Castilla con intención de reponer
fuerzas con vista a sus futuras empresas. Más como la paz está visto que no es
cosa de este mundo, el rey tuvo que asistir al poco de volver al entierro de Fernando, su tercer
hijo, que accidentalmente murió en Toledo. No se había recuperado el rey de la
pena, cuando le llegaron noticias de que Don
Lope Díaz de Haro, que nunca estuvo a la altura de su padre Don Diego, se
había hecho fuerte en Vizcaya, y pretendía crear un condado independiente.
Inmediatamente el rey marchó a Vizcaya, y aunque le horrorizaba blandir la
espada con cristianos (más en este caso que se trataba de un viejo camarada en
tantas y tantas aventuras) arrasó toda aldea que se puso en frente.
Sea
por la desazón de las traiciones, o porque nunca supo descansar, el rey
cayó gravemente enfermo por segunda vez en Miranda. Encomendando a su hijo Alfonso que capturase al rebelde costase
lo que costase. Don Alfonso (que siempre
fue mejor príncipe que Rey) hizo su trabajo, y llevo a Don Lope a Burgos
donde se encontraba descansando el rey. El
sedicioso noble fue encarcelado, y como nos cuenta la crónica de Don Miguel
de Manuel, todos temían por su vida, y pedían al rey que le perdonase. Incluso
el joven infante Don Alfonso se lo
pidió, a lo que respondió el rey “Fijo,
non por el primer yerro olvides el servizio, ca a veces la venganza del yerro
face mejor servidor” . Y así fue. Tras una buena temporada a la sombra, el
fiero conde Don Lope Díaz, arrodillado y con lagrimas en los ojos, pidió perdón
al rey para nunca más crearle problemas.
Seguía
el rey recuperándose en Burgos, cuando le llegaron noticias de divisiones
entre los moros en el reino de Murcia, y que esto estaba a punto de ser
aprovechado por el rey de Granada para anexionárselo. Inmediatamente mandó el
rey de nuevo a su hijo Don Alfonso al mando de un ejército, ayudado por el
viejo capitán de Alfonso VIII, Don
Rodrigo González Girón. Según se acercaba el ejército castellano a Murcia,
salieron los murcianos a recibirlos, pidiendo vasallaje a Fernando III el
Santo. Don Alfonso, que sabía que su padre prefería conquistas sin sangre,
aceptó el vasallaje. Así, el joven
príncipe entraba en Murcia el 22 de diciembre 1243. Sólo las plazas de Mula, Cartagena y Lorca se negaron al
vasallaje, siendo tomadas sin prisioneros en la primavera siguiente también con
el infante al mando de una nueva expedición.
Notaba
el rey que la salud no le duraría, y sentía que mucho le quedaba por hacer.
Por eso, cuando salió de Castilla en la
primavera de 1243, lo hizo para no volver nunca más. Cuando estaba el rey
feliz con las noticias que le llegaban de Murcia, le llegaron otras que le
nublaron el ánimo. Los mejores hombres de la frontera habían sucumbido en una
batalla ante las huestes de Alhamar, rey
de Granada. Apenas su propio hermano Alfonso y unos pocos más habían
sobrevivido. No obstante, de momento las plazas se mantenían en poder castellano.
Así. San Fernando salió por última vez de Castilla, de nuevo dispuesto a
socorrer a sus huestes.
En
esta última campaña, los viejos nobles y obispos que tanta gloria le habían
dado tanto a él como a su abuelo, ya no podían seguirlo. Muchos habían muerto
en los últimos años, y otros ya no se encontraban en situación de combatir. No
obstante eran los hijos y sobrinos de estos los que acompañaban al rey, y su ilusión
era superar a sus padres en bravura y lealtad. Uno de estos jóvenes era Don Nuño González de Lara, hijo del
sediciosa conde Don Gonzalo de Lara. San Fernando no solo le había perdonado la
traición de sus progenitores, sino que le había convertido en uno de sus
hombres de confianza.
Marchó
con tanta fuerza el rey a la campaña de 1244, que en poco tiempo había
tomado las fortalezas de Arjona,
Pegalajar, Bexícar, Carchena y Catzalla; y las tropas se encontraban
asediando la ciudad de Jaén y devastando la Vega de Granada. Duro fue
este golpe para los moros, que no sólo veían a los cristianos ante sus murallas
sin intención de marcharse, sino que además se habían quedado sin alimentos
para los próximos años, pues todo el campo estaba arrasado.
A principios
del año 1245, el rey reactivo las razias en tierra mora, que se aumentaron
hasta la vega del Guadalquivir y el
reino de Niebla. Estaba el rey absorto en estas campañas cuando le llegó la
noticia de que su madre estaba en Pozuelo (actual Ciudad Real). Doña Berenguela se sentía morir, y le
pedía a su hijo que la dejase retirarse a un convento a pasar sus últimos días,
convencida como estaba que Don Fernando nunca volvería a Castilla sin acabar la
Reconquista. El rey viendo a su madre y gran apoyo tan mayor sintió que debía
volver a Castilla para hacerse cargo del gobierno y que así su madre
descansara, pero finalmente fue ella, viendo que el sueño de su hijo se podía
desvanecer, la que le convenció de lo contrario, y volvió a Castilla para
seguir rigiendo el reino como la Gran Reina que siempre fue. Nunca más
volvieron a verse madre e hijo. Un año después de este encuentro su madre dejaba este mundo. ¡Tu me la diste, Señor, et tu me la
quitaste! murmuró el Santo al saberlo. Realmente fue un reinado con dos
reyes; la madre en el norte, el hijo en la frontera. Sin una reina como Doña
Berenguela, no habríamos tenido un rey como San Fernando.
A principios de otoño de 1245, comenzó el definitivo sitio de Jaén. Empezaron con
pocas tropas, y con la idea de volver la primavera siguiente, más San Fernando plantó su tienda frente a la
muralla, y dijo a sus hombres que no la levantaría hasta ver rendida la
ciudad. Al saber esto, todos los nobles, dejaron sus quehaceres y marcharon
hacía allí para estar junto al Rey, al igual que las milicias concejiles. El 28 de febrero de 1246, los moros,
desesperados, decidieron salir a campo abierto a combatir a los castellanos.
Cuenta la crónica que San Fernando fue el primero en tomar la lanza y alentar a
los suyos en la batalla.
La Victoria
fue total, y la mortandad de la morisma espantosa, como nos dice el Padre Retama
en su crónica. Inmediatamente terminado el combate y rendida la ciudad, el rey
colocó la imagen de la Virgen de las Batallas que siempre llevaba en el arzón de
su caballo, y mandó rezar el “Te Deum”. El Reino de Jaén ya era tierra
Cristiana.
Esta
victoria fue doble, pues a los pocos días, el rey de Granada se presentó
ante la tienda del rey pidiendo audiencia. Allí arrodillándose ante San
Fernando pidió humildemente vasallaje. Vasallaje que se concedió, y que a la
postre salvaría a Granada de caer ante San Fernando como el resto de taifas
moras. Y es que el Rey moro Alhamar, combatió a partir de este momento junto a
San Fernando frente a sus hermanos de herejía.
Córdoba
y Jaén rendidos, Murcia y Granada como reinos vasallos. Ya nada impedía
dirigirse a Sevilla, la gran capital de los mahometanos en la España del siglo
XIII. Explicar la toma de Sevilla exigiría una conferencia en sí misma, más
intentaré resumirlo de la mejor manera posible.
Pasó el rey la
primavera y el verano siguientes
repartiendo la tierra y organizando la vida civil en Jaén, pero sólo pensaba en
la Reconquista de Sevilla. Por aquel tiempo mandó el Rey a un tal Ramón
Bonifaz, burgalés pero gran entendido en asuntos de la mar que preparase una
flota en los puertos del norte, esta flota fue la primera armada de Castilla, y
fue fundamental como veremos para la toma de la ciudad.
A partir de
otoño, el rey marcho a Córdoba, desde
donde continúo fatigando a los moros atacando diferentes puestos y arrasando
las cosechas. No quiso San Fernando volver a Castilla, ni siquiera para estar
presente en la boda de su primogénito Don Alfonso, que en aquel otoño se casó en
Valladolid con Doña Violante de Aragón, hija de Jaime el Conquistador.
...Continuará.