RAIGAMBRE
Revista Cultural Hispánica
sábado, 5 de octubre de 2013
RESPETO
“Si creo, como fiel cristiano que soy, que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios, y redimido con la sangre de Jesucristo, claro es que he de tener respeto a las personas. Pero, ¿por qué he de tener respecto a las ideas, si son contrarias a la ley de Dios y al bien de los hombres, y malas y perversas?”
Ramón Nocedal y Romea
EL CATARISMO Y LA DEMOCRACIA
Luis
Gómez
Un
hombre mantenía una conversación con otro en la terraza de un café. Hablaban de
cosas mundanas, pero en un determinado momento, la conversación giró sobre la
religión católica. Uno de ellos, el que llevaba la voz cantante, explicaba a su
amigo, como los católicos eran unos falsos y casi unos “demonios”. Ponía como
ejemplo la herejía albigense. Sin llegar a poder reproducir exactamente su
exposición lo que vino a decir era más o menos esto:
“En un determinado momento de la historia de
la Iglesia, apareció el movimiento cátaro o albigense. Los sacerdotes católicos
eran todos unos corruptos, y acumulaban mucho dinero y poder. Se habían
encargado de mantener a raya y de hacer la guerra a los musulmanes, pero éstos
se defendían en Tierra Santa. Como no podían con ellos, empezaron los pogromos
contra los judíos, que primero se fueron de Francia hacia el este de Europa, y
ya sabemos cómo terminaron casi todos durante la II Guerra Mundial. Es por
ello, que contra los cátaros se las tuvieron que ver de una manera más
enérgica. Este tipo de cristianos no los toleraba la Jerarquía, pues les
socavaba el poder. Pero si en un principio les pareció que se podrían acabar
con ellos de forma rápida, la cosa se les torció. Descubrir a un judío era
fácil, a un musulmán también, pero distinguir entre cristianos, eso es más
difícil. Los cátaros eran los “puros”, y eran más estrictos con la observancia
de la pobreza que los católicos, así que si se mezclaban, era difícil distinguirlos.
Un tal Simón de Monfort, en plena guerra contra los albigenses, metió en una
iglesia a todo un pueblo, y le prendió fuego, con mujeres, niños y ancianos
dentro. Dijo “Qué Dios coja a los suyos” ante la imposibilidad de distinguir a los que
mentían diciendo que eran católicos o de los que lo eran de verdad. Ello
demuestra que la Iglesia es ha sido y será, un instrumento de poder y de
muerte, que durante muchos siglos ha privado de libertad a los hombres y que
sólo ha pretendido mantenerse en el poder a toda costa. Los clérigos y su
jerarquía viven estupendamente, mientras el pueblo, debe de obedecer ciegamente
sus directrices, o de lo contrario sufrir las consecuencias…”
Así
se despachaba el “erudito” cafetero,
mientras que su compañero escuchaba atentamente la “clase magistral” que le impartía su amigo mientras apuraba los
últimos sorbos de su negra infusión.
Ante este dislate
historicista, yo me puse a imaginar. Pensé en una sociedad democrática, donde
la constitución y sus leyes regulan la vida del ciudadano. Entonces me imaginé
a millones de individuos regulados y gobernados por esa Ley. Entonces, de repente,
se me figuró que un individuo cualquiera, después de leer atentamente la
Constitución, no estuviese de acuerdo con su interpretación, y fuese tan osado
y valiente, como para llevar a la práctica la rebelión. El mundo democrático
está regido por miles de personas que ocupan cargos políticos. Todos ellos, a
cada cual más corrupto que el anterior. La prevaricación, el cohecho, el hurto
a secas, la tiranía de la administración arbitraria de leyes y reglamentos,
concejales pederastas, gobernadores violadores, otros que usan su posición y
cargo para someter por la fuerza a mujeres indefensas, prostitución, venta de
armas y de drogas, y en fin, un rosario de delitos, que día a día nos muestran
los telediarios nacionales sin que ya seamos capaces de asombrarnos de nada. Me
imaginé así a ese individuo harto de todo eso y emprendiendo una nueva vía. En
mi ensoñación vi como a su alrededor se fueron uniendo más individuos que veían
en ese líder alguien coherente, alguien recto y respetable. Todos juntos se
fueron a vivir a una ciudad abandonada, y allí, entre todos, vi como la
reconstruían. En esa nueva ciudad no existían los impuestos, ni los gobernantes, ni los concejales, ni nada por el estilo. Todos vivían como en paz y armonía. Las leyes eran las mismas, pero se administraban de forma distinta. No había corrupción por el momento.
Al
poco tiempo, esos pocos se convirtieron en una masa de gente muy grande, y
pronto, por otras partes de la región les empezaron a salir seguidores. En
algunas ciudades de cierta entidad, algunos seguidores de este tipo de “vida constitucional”, se rebelaron
contra las normas de sus legisladores, y en un gesto de coherencia dejaron de
pagar los abusivos impuestos que pagaban, y que tanto provecho particular le
sacaban los políticos dirigentes. Algunas provincias, esperando poder sacar más
tajada de esta confusión, se pusieron a proteger a estos nuevos “hombres constitucionales”, con el sentir
de que si así lo hacían, quizás podrían hacer realidad su sueño independentista
y desunirse del resto del Sistema….
Al
poco de tener esa imagen en mi mente, vi como reaccionarían los Demócratas.
Aparecieron en mi imaginario cientos de policías y soldados apostados cerca de
los límites de estos pueblos que habitaban los nuevos Constitucionales y los vi
obligándoles a deponer su actitud, volver al “redil” y por supuesto que se les entregara a sus líderes para ser
juzgados por los Tribunales. Vi la pasiva resistencia de esos hombres que no
creían en la violencia y que no tenían ninguna oportunidad de vencer en una
lucha armada, y vi también como desde el Poder, se dictaron leyes para reprimir
y hasta perseguir a los que se oponían a la Democracia. Vi la sangre correr,
las encarcelaciones de todo tipo de gente, privándoles de todo, encarcelándolos
en campos de concentración tipo Guantánamo, a la espera de saber si eran
afectos a la Democracia o no. Todo sin juicio previo, pero al amparo de la Ley.
Entendí,
que si pasaran mil años, alguien sentado en un lugar parecido al que yo estaba
ahora, podría decir que en el s. XXI hubo un régimen dictatorial llamado
Democracia, que sometía a todos los habitantes del Planeta bajo su duro
gobierno. Que bajo el nombre de Constitución, Democracia y Ley, obligaban a los
mortales a padecer y sufrir mil y una tropelías. Que había un casta
privilegiada, la de los políticos, que se saltaba toda norma y toda ley, pero
que los demás, eran gobernados con rigor y sin posibilidad de buscar nuevas
alternativas. Pensé, que bien podría ese hombre del futuro, terminar la
conversación igual que la terminó el otro individuo que tomaba café, diciendo
algo tal que: “…Ello demuestra que la
Democracia es, ha sido y será, un instrumento de poder y de muerte, que durante
muchos siglos ha privado de libertad a los hombres y que sólo ha pretendido
mantenerse en el poder a toda costa. Los demócratas y su jerarquía viven
estupendamente, mientras el pueblo, debe de obedecer ciegamente sus
directrices, o de lo contrario sufrir las consecuencias…”
Ni
la Democracia es así, si se administra con justicia y equidad, ni la religión
católica es como la describió el ateo cafetero de este relato. Otra cosa es que
los que la representan sean dignos de ella o no.
jueves, 3 de octubre de 2013
miércoles, 2 de octubre de 2013
CINE VISIONARIO
Por Antonio Moreno Ruiz
Hace poco tuve la oportunidad de ver por segunda vez en mi vida “La Vaquilla”, un clásico inmortal del cine español. Como ya sabrán, el reparto es excelente: José Sacristán, Alfredo Landa, Santiago Ramos, Juanjo Puigcorbé, María Luisa Ponte, Guillermo Montesinos.... ¿Y qué decir de su director, del gran Luis García Berlanga?
Ambientada en 1938, en plena Guerra Civil, plasma una historia que parece "friki" pero que poco a poco va desnudando una moraleja tan profunda como tremenda: Una mezcla sabia de humor y dolor. Tanto así que me permito dibujar una alegoría: Dos bandos matándose para que después los buitres se apoderen a placer de todo.... Como dice mi amigo y maestro Manuel Fernández Espinosa, en la escena final el cadáver de la vaquilla es el trasunto de España. Y fijémonos en la época que está hecha la película... Fue como cuando Fernando Vizcaíno Casas escribió el guión de "Las autonosuyas”. Algunos creerían que eran "oscuros" o "exagerados", y el caso es que hasta se quedaron cortos.
Ante tanta ideologización, histerismo y confusión, y con la lamentable crisis que padecemos, no está de más pegarle de vez en cuando un buen repaso a este peliculón. Una joya de nuestro cine que en nada se parece a los subvencionados bodrios contemporáneos.
"EL CONCEPTO DE INHABITACIÓN", POR ALBERTO BUELA
El concepto de inhabitación
Alberto Buela(*)
Desde que salió editado, allá por 1971, el opúsculo de Nimio de Anquín De las dos inhabitaciones en el hombre, nos llamó la atención el término inhabitación.
Claro está que el filósofo cordobés dio por conocida la palabra y no se ocupó de explicarla. Inhabitatio-onis: morada de Dios por acción del Espíritu Santo en el alma del justo.
Años más tarde leyendo a uno de los grandes teólogos contemporáneos, el dominico español Royo Marín (1913-2005), éste afirmaba que: uno de los temas más santos y sublimes de toda la sagrada teología es la inhabitación del Espíritu Santo en el alma”.
Veamos si podemos decir algo más al respecto.
Es sabido que Dios para la teología cristiana es la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas distintas y una sola naturaleza. La relación de las personas es estudiada bajo el nombre de perichorésis, en latín circuminsessio y en castellano circuminsesión, lo que quiere decir que la relación del Dios Trino se intensifica por la relación de circularidad entre las personas divinas.
Esta idea de circularidad circum viene de la filosofía griega que la tenía por la expresión de lo perfecto, lo mismo que la idea de relación que en ellos era denominada pros ti= respecto a algo. La relación depende de otras cosas. Tiene lugar entre dos o más sustancias y, al mismo tiempo, es la menos sustancial de todas las categorías Ejemplo clásico de términos relativos son padre respecto de hijo como hijo lo es de padre o alto de bajo y viceversa o izquierda de derecha.
En el seno de la Trinidad, el Padre engendra al Hijo. El Hijo es engendrado pero no creado por el Padre, mientras que el Espíritu Santo no es tampoco creado ni engendrado como el Hijo sino que “procede” del amor mutuo entre el Padre y el Hijo. Así, la espiración o exhalación de ese soplo amoroso que sale del Padre y del Hijo da lugar al Espíritu Santo.
Dios como amor, Dios como ágape, se muestra en su plenitud en tanto que el Padre ama al Hijo, el Hijo ama al Padre y estos dos amores inmensos se expansionan como un soplo que se hace como ellos real, sustancial, personal y divino: el Espíritu Santo. Este es el gran misterio de il Dio ignoto, del que solo sabemos por la revelación.
Ahora bien, estas son las acciones de Dios hacia adentro, ad intra mientras que sus acciones hacia afuera, ad extra las realiza por acción del Espíritu Santo en el alma o la conciencia del hombre y que se denominó técnicamente inhabitación. Por ella el Espíritu Santo habita en el hombre y ello le permite a éste barruntar, al menos algo, del misterio de realidad divina. Este ha sido un privilegio de algunos místicos.
El Espíritu Santo, el gran desconocido, como lo denomina el mencionado Royo Marín, aparece en el Evangelio solo bajo tres imágenes: a) bajo forma de paloma se posó sobre el hombro de Jesús luego de su bautismo. b) como nube resplandeciente que cubre a Jesús en su transfiguración en el monte Tabor y c) como lenguas de fuego en el cenáculo de Jerusalén que se posan sobre la cabeza de los discípulos y comenzaron a hablar distintas lenguas.
La inhabitación, como hemos dicho, de alguna manera nos diviniza y nos “hace partícipes de la divina naturaleza” (2 Pe 1,4) y, además, el Espíritu Santo nos infunde las virtudes infusas y sus dones.
Las virtudes infusas o teologales (fe, esperanza y caridad) son las que Dios a través del Espíritu Santo infunde en el alma del hombre. Se distinguen las teologales (fe, esperanza y caridad) dirigidas al fin sobrenatural y, las cardinales, que se dirigen a los medios (prudencia, justicia, fortaleza y templanza).
La diferencia de estas virtudes infusas con las virtudes meramente éticas, es que estas últimas se mueven en el orden natural, mientras que las infusas necesitan siempre para pasar al acto de una gracia actual procedente de Dios. Esto fue conocido como la moción del Espíritu Santo.
Los dones
La moción donal del Espíritu Santo reconoce siete: temor de Dios, fortaleza, piedad, consejo, ciencia, entendimiento y sabiduría. El número siete indica aquí plenitud.
Los tratadistas entran a jugar acá con todo un sistema de vicios y virtudes que como es sabido, es un sistema abierto pues nadie ha podido determinar con certeza cuántos y cuáles son, desde Platón y Aristóteles hasta Max Scheler y Otto Bollnow.
Así a estos dones, siguiendo la teoría de la virtud enunciada por Aristóteles, les corresponderían sus vicios opuestos: soberbia, cobardía o flojedad, impiedad o dureza del corazón, precipitación o lentitud excesiva, ignorancia, ceguera o embotamiento espiritual y estulticia o fatuidad, como incapacidad para juzgar de las cosas divinas.
A su vez a estos dones se los vincula con el sistema de las virtudes que nos viene desde Platón: El temor de Dios con la esperanza y la templanza, la fortaleza con su homónima en el orden natural, la piedad con la justicia, el consejo con la prudencia, la ciencia con la fe, el entendimiento con la fe y la sabiduría con la caridad.
A su vez, y en esto la escolástica maestra en dividir y subdividir ad infinitud, cada una de estas virtudes eran divididas en muchas otras, así por ejemplo: en la prudencia se distinguían ocho momentos: memoria del pasado, inteligencia de lo presente, docilidad, sagacidad, razonamiento, providencia, circunspección, precaución o cautela.
Pero esto no termina acá, tenemos además los frutos del Espíritu Santo que según la Vulgata son doce: caridad, gozo espiritual, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad y según San Pablo (Gál. 5,22-23) son nueve: caridad, gozo espiritual, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.
El problema desde el punto de vista filosófico es que tanto los dones como los frutos del Espíritu Santo no son hábitos sino actos y que como tal pueden ser múltiples y variados. En una palabra, pueden ser más o pueden ser menos.
Brevemente, como para que una cabeza moderna tan alejada de estas sutilezas, con sus divisiones y subdivisiones, tratemos de explicar los dones del Espíritu Santo.
Así, apenas decimos, temor de Dios, nos salta la objeción:¿si Dios es bueno cómo le vamos a temer?
Este primero de los dones quiere significar el sentimiento reverencial hacia la majestad de Dios que se manifiesta a dos puntas: a) por la detestación del pecado y b) por la infinita pequeñez nuestra.
Mientras que la virtud cardinal de la fortaleza ofrece el coraje necesario para afrontar toda clase de obstáculos, el don de la fortaleza infunde la confianza de afrontarlos y superarlos a todos cualquiera sean sus dificultades.
La piedad muestra el cariño filial hacia Dios como Padre lo que despierta un afecto fraternal con el resto de los hombres hijos de un mismo Padre. Es esta la única y ultima ratio del humanismo cristiano. Pues los hombres no somos iguales per se sino solo “en dignidad”. “No hay judío o griego, no hay siervo o libre, no hay hombre o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 2, 36-28).
El consejo es la capacidad de encontrar la palabra adecuada para obrar en los casos particulares en vista al fin último sobrenatural.
El don de ciencia es el que permite juzgar rectamente sobre las cosas, la creación y relacionarlas con Dios.
Viene luego el entendimiento que es la intuición que nos permite penetrar en las cosas sagradas, como las enseñanzas de Jesús, sin errores de interpretación.
Por último tenemos el don de la sabiduría que nos permite gozarnos en las cosas divinas y está más allá de la ciencia y el conocer. El término sabiduría indica originariamente “sabor”, y así señala el gusto por las cosas de Dios.
Como vemos los dones del Espíritu Santo poseen una relación jerárquica que va de la condición más elemental a la más elevada. Y nosotros sabemos por la axiología que los valores más bajos son más fuertes que los valores más altos, pero que, paradójicamente, los más altos dependen de los más bajos para poder existir.
Con la moción donal pasa lo mismo. Así, por ejemplo, no podemos recibir y ejecutar plenamente el don de la sabiduría, o el del entendimiento o de la ciencia o del consejo o el de la piedad o el de la fortaleza si previamente no detestamos el pecado a través del temor de Dios.
El temor de Dios, que es el menos perfecto y más bajo de todos los dones, está en la base de la relación del cristiano con Dios. El temor que fue definido por los filósofos como un malum futurum no se dirige a Dios en sí que como tal es el bien supremo, sino a su justo castigo a nuestras culpas. Y ese castigo divino tiene que ser entendido como un bien para el pecador. Recuerdo una vieja oración al acostarse: Dios me cubre con su manto, con su manto de color, donde no hay ruego ni temor sino a Dios nuestro señor.
Se equivoca Hegel cuando en su Filosofía del derecho proclama que el régimen más justo es aquel en que el culpable reclame su castigo como su derecho. Pues el culpable, el pecador, no solicita castigo sino que, en el mejor de los casos, pide perdón. El castigo y su posibilidad siempre es vivido con temor por el hombre.
Para cerrar esta breve meditación con el autor que comenzamos diremos que para Nimio de Anquín el hombre en tanto animal racional es un ente del Ser que es el primer huésped que inhabitó su conciencia a partir de la filosofía griega. El nuevo huésped fue el Dios cristiano ¿pueden inhabitar los dos?. “el Dios creador agapístico no excluye del todo al Ser, mientras que Dios creador omnipotente, que continua siempre en tiniebla impenetrable, sí lo excluye absolutamente….La palabra símbolo para una conciliación, es participación, bien pudiera darse así una cohabitación cordial”
Esta distinción entre el Dios cristiano concebido como Amor, más aún como amor de amistad, y el Dios omnipotente, el de temor y temblor de Abraham marca, en forma definitiva, la incapacidad desde el judaísmo de hacer metafísica.
Porque Jehová excluye absolutamente al ser greco-parmenídeo. La tradición griega y la tradición judía son tradiciones que se oponen, que no se complementan ni pueden complementarse.
Cuando nosotros afirmamos alegremente que nuestra tradición es judeo cristiana es un dislate, un error garrafal, pues nuestra tradición es heleno cristiana. Lo que tiene de judeo cristiana es el antiguo testamento, pero solo como texto, ni siquiera como interpretación.
El más publicitado filósofo argentino de estos últimos años, José Pablo Feinmann, afirma en múltiples escritos que: “El cristianismo no inventó nada original: es la consecuencia directa y extrema del judaísmo”
El afirmar que el cristianismo no inventó nada, más allá de lo que hubiera inventado el judaísmo es, o bien, exaltar al judaísmo sobremanera o bien, desconocer el cristianismo en su esencia.
Pues, así como Dios para los judíos es el creador desde la lejanía infinita, el sin rostro de Moisés. El Dios cristiano además de creador ex nihilo=desde la nada, único rasgo en común con el de los judíos, es Dios-ágape, es el Dios con rostro que se hace hombre y que significamos en la cruz.
¿Qué quiere decir que Dios es ágape? Que Dios es amor, donación de sí, que mueve por aspiración y no por temor. El misterio de la perichorésis o circuminsesión, como hemos visto, sólo se explica por el amor. Esto ha sido, y por lo que vemos sigue siendo, incomprensible para la inteligencia judía. Por más que se desgañiten Martín Buber con la relación yo-tú o Emanuel Levinas con el rostro del otro. Es que su inteligencia está condicionada por su preconcepto del Dios judío omnipotente y lejano vivido por la criatura como amenazante.
El asunto es que el concepto de amor no es comprendido. Y corta es la inteligencia judía en el tema del amor y sobre todo, del amor cristiano. Es por ello que si recorremos la literatura, de autores judíos, que es millonaria en libros, sobre el tema, estos siempre, pero siempre, siempre terminan equiparando: 1) amor a filantropía (ponga el lector el filántropo que quiera) o 2) amor a humanidad (se proclaman a sí mismos maestros en humanidad, sobre todo luego de la segunda guerra mundial).
En cuanto al concepto de amor griego, como es sabido, posee tres acepciones: ágape, philia y eros, pero estos pensadores quedan detenidos y limitados en el eros (recuerde el lector los dueños de las grandes cadenas de pornografía y prostitución mundial). En contados casos llegan a la philía, pues viven a los otros como amenaza, pero jamás a la compresión acabada del sentido agapístico.
Porque para comprender el ágape hay que salir de sí en donación al otro y esto es incongruente y contradictorio para la inteligencia judía donde prima la razón calculadora. Y es lógico, no se puede poner la inteligencia y el existir en aquello que no se comprende.
(*) arkegueta, mejor que filósofo
buela.alberto@gmail.com
www.disenso.info
domingo, 29 de septiembre de 2013
HEROÍSMO NECESARIO
«¿No habéis luchado esta mañana, al dejar vuestro lecho, contra un principio de inercia y una tentación de sueño? Admitid, pues, que el mundo no tiene necesidad de otra cosa que de heroísmo.
¡Apresurémonos a rehacerlo todo! ¡Hay que ir contra la corriente!»
F.T. Marinetti
DE RUBÉN DARÍO A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
¿Tienes, joven amigo, ceñida la coraza
para empezar, valiente, la divina pelea?
¿Has visto si resiste el metal de tu idea
la furia del mandoble y el peso de la maza?
¿Te sientes con la sangre de la celeste raza
que vida con los números pitagóricos crea?
¿Y, como el fuerte Herakles al león de Nemea,
a los sangrientos tigres del mal darías caza?
¿Te enternece el azul de una noche tranquila?
¿Escuchas pensativo el sonar de la esquila
cuando el Angelus dice el alma de la tarde?...
¿Tu corazón las voces ocultas interpreta?
Sigue, entonces, tu rumbo de amor. Eres poeta.
La belleza te cubra de luz y Dios te guarde.
miércoles, 25 de septiembre de 2013
FE Y LEALTAD SÍ, PAPOLATRÍA NO
"Existen entre nosotros fulanos que piensan es devoción al Sumo Pontificado decir que el Papa "gloriosamente reinante" en cualquier tiempo "es un santo y un sabio", "ese santazo que tenemos de Papa", aunque no sepan un comino de su persona. Eso es fetichismo africano, es mentir sencillamente a veces, es ridículo; y nos vuelve la irrisión de los infieles. Lo que cumple es obedecer lo que manda el Papa (como estos no siempre hacen) y respetarlo en cualquier caso, como Pontífice; y amarlo como persona, cuando merece ser amado"
Padre Leonardo Castellani
JOAQUÍN COSTA Y LA VIGENCIA DE SU ANÁLISIS
EL POLÍGRAFO ARAGONÉS JOAQUÍN COSTA
Por Manuel Fernández Espinosa
Joaquín Costa es una de las figuras más señeras de lo que
denominamos (sin comprenderlo mucho, por desgracia) el “regeneracionismo” español. Joaquín
Costa es un gran desconocido entre nosotros. Empero su influencia se hizo
sentir en varias generaciones de españoles que, ante la debacle de 1898 despertaron
(algunos de ellos despertaron gruñendo, como los de la Generación del 98). Pero,
¿quién era Joaquín Costa? ¿Cuáles eran su ideas nucleares? ¿Puede decirnos algo a
nosotros, más de cien años después de su intervención científica, literaria y
pública? Y si nos dice algo: ¿Qué es eso que nos dice a nosotros, españoles
irreductibles del siglo XXI?
Joaquín Costa Martínez (1846-1911) nació y murió en Huesca. Dos
son los eslóganes por los que se le reconoce todavía, entre la minoría que se
ha preocupado de saber algo, por poco que fuere, de la obra de este macizo
aragonés: “Despensa y escuela” y “Siete llaves al sepulcro del Cid”. La ventaja
de cifrar un pensamiento de tal envergadura como el de Joaquín Costa en dos
consignas es indiscutible, desde el punto de vista propagandístico. Pero la desventaja que sale al paso es que, si esas frases nos eximen de penetrar en su
pensamiento, lo que puede pasarnos a buen seguro es interpretar mal sus planteamientos, sus
argumentos y las propuestas aportadas para solucionar los problemas nacionales
a los que se enfrentó.
DESPENSA Y ESCUELA
Su formación científica era sólida como la de pocos de sus
contemporáneos y sus intereses abarcaban ámbitos tan diversos como la
jurisprudencia, la economía, la literatura, la geografía, la arqueología o la
etnología. Sus estudios económicos le llevaron a propugnar el colectivismo
agrario que sería la “despensa” de la Nación; en este sentido, Costa contribuyó
con una luminosa revisión histórica de las estructuras constitutivas del país,
apelando a una larga tradición de pensadores y reformadores políticos de
entraña hispánica, y publicando sus estudios en aquel ensayo suyo que
entusiasmara a muchos de sus contemporáneos: “Colectivismo agrario en España.
Doctrinas y hechos” (1898). Pero Costa no era un erudito que se conformara con
la especulación intelectual, por lo que siempre desbordaría el ámbito de lo
teórico, sin demorarse en poner manos a la obra de un modo práctico: aportando estudios hidrológicos y
agropecuarios, por ejemplo; y hasta organizando plataformas sociales que plasmaran en
la realidad lo ideado en la mente. A la despensa había que sumarle el segundo
término del lema: “Escuela”. "Joaquinón" (que era como le llamaban los amigos por su corpulencia) compartía este ideal pedagógico con los miembros de la
Institución Libre de Enseñanza, en la que estuvo como docente, siendo gran amigo de Francisco Giner de los Ríos.
El planteamiento costista recogía así la urgente demanda de una eficaz acción pedagógica en la sociedad, uno
de los temas favoritos de nuestros krausistas, aunque en Costa la cuestión pedagógica
(la Escuela de su lema) no fuese entendida en clave sectaria, como era sólito entenderla entre los krausistas de la I.L.E.
DOBLE LLAVE AL SEPULCRO DEL CID
El otro lema que Joaquín Costa acuñó fue el de: “Doble llave
al sepulcro del Cid, para que no vuelva a cabalgar”. Costa lanzó este eslogan sobre
el soporte de un Mensaje de la Cámara Agrícola del Alto Aragón dado al país.
Aquello sonó como una atronadora irreverencia a las tradiciones patrias: los
españoles más europeístas encontraron en este eslogan todo un programa para
sacudirse el pelo de la dehesa patria y lanzarse atropelladamente a tomar como
más que bueno cualquier cosa que viniera del otro lado de los Pirineos. Los
españoles más castizos y tradicionalistas entendieron que Costa era poco menos
que un hereje. Ninguna de las dos Españas entendió a Costa en sus cabales
términos.
Costa es tenido vulgarmente como un “europeísta”. En efecto,
fue un “europeísta”, pero su “europeísmo” dista mucho de ser el que significa
para el común de los que se autoproclamaban tales y actualmente todavía
insisten en proclamarse “europeístas”. Nunca fue Costa, como ellos lo fueron y
lo son, de esa condición lacayuna que se rinde ante una presunta superioridad
de lo anglosajón, de lo francés o de lo germánico. Costa quería que
aprovecháramos lo europeo, pero no que aniquiláramos lo propio por lo
extranjero, pues eso sería la invitación al suicidio nacional. Costa exhortaba
a tomar lección de Europa como de Estados Unidos de Norteamérica, pero nunca para
aniquilar lo español por ese complejo de inferioridad de nuestros
desnaturalizados extranjerizantes, sino para aumentar el poderío de España. Su
admonición a candar el sepulcro del Cid (que, llevamos dicho, los españoles
extranjerizantes acogieron jubilosamente) no era hacer borrón y cuenta nueva
con todo el pasado, era la legítima reacción de un patriota español que estaba
harto de bostezar con los tópicos rimbombantes y vacíos de los más campanudos
oradores que invocaban las glorias del pasado, sin querer abrir los ojos ante
las miserias del presente que exigían afrontarlas cara a cara y corregirlas con
la contundencia que merecían.
Joaquín Costa se verá obligado a precisar los términos de
aquella frase tergiversada por los ridículos extranjerizantes denigradores de
la tradición española, frase que resonaba a blasfemia en los oídos de los más
tradicionalistas. Y dilucida su sentido recordando a sus detractores que jamás
propuso él: “borrar del corazón y de la memoria de los españoles las figuras
del Campeador y de Don Quijote, para levantar a tales altares a un tenedor de
libros”. No eran solo palabras, como él mismo recuerda, Costa había promovido
la celebración de un Congreso de Geografía colonial y la fundación de una
Sociedad Geográfica: “para adquirir vastas extensiones de territorio en el
continente africano que ensancharan el imperio del Cid y de Don Quijote en lo
futuro”. Alguien que se empeña en empresas como las referidas no podría ser
nunca confundido con uno de esos grotescos fantoches de nuestra vida pública, peleles de su titiritero extranjero; como los que
en el presente nos mangonean. Joaquín Costa aparece así a una luz nueva, lejos de la
interpretación parcial que se ha hecho de él, tanto por el sectarismo de la
izquierda como por la ignorancia irredenta de la derecha española. ¿Será por
ello que yace en el olvido?
El intelectual baturro tenía muy claro que la única forma de
sobrevivir al empuje de otras razas que avasallaban al mundo, como era la preponderante raza anglosajona, era
ofrecerle una alternativa hispánica; por eso escribió que: “la humanidad
terrestre necesita una raza española grande y poderosa, contrapuesta a la raza
sajona, para sostener el equilibrio moral en el juego infinito de la historia”.
Despensa, Escuela, candado al Cid retórico, para realizar el
programa del Cid, aprendiendo de las gestas del Cid Campeador, extrayendo de su
“Cantar” algunos de los vectores que, según Costa, habrían de ser adoptados por nuestra
política interior y exterior.
LA OLIGARQUÍA AL DESCUBIERTO
Sin embargo, un obstáculo obturaba el camino para que pudiera
realizarse el programa regeneracionista del Cid. Ese obstáculo fue localizado
por Costa en la oligarquía insolidaria que, generación tras generación, venía
perpetuándose sobre España, ahogando a la nación bajo un degradante e insufrible
avasallamiento. Costa la había descubierto. La oligarquía era toda una
superestructura parasitaria, encubierta bajo el formalismo parlamentario de la
restauración Alfonsina perpetrada por Cánovas del Castillo, oculta bajo los dos
partidos turnistas: el de Cánovas y el de Sagasta. Joaquín Costa estaba
dispuesto a desenmascararla y por eso organizó y llevó a cabo, en el marco del
Ateneo de Madrid, una ambiciosa encuesta que inquirió a los intelectos más
preclaros del momento, independientemente de su postura política particular.
Entre los encuestados se hallaban hombres tan dispares como Francesc Pi y Margall, republicano federal de izquierdas o egregios integristas como D. Juan Manuel
Orti y Lara.
La oligarquía es la inversión del patriciado natural, la
inversión del régimen aristocrático. Costa sintetiza lo que es esa
superestructura encubierta con formidable resolución:
“…forma un vasto sistema de gobierno, organizado a modo de
una masonería por regiones, por provincias, por cantones y municipios, con sus
turnos y sus jerarquías, sin que los llamados ayuntamientos, diputaciones
provinciales, alcaldías, gobiernos civiles, audiencias, juzgados, ministerios,
sean más que una sombra y como proyección exterior del verdadero Gobierno, que
es ese otro subterráneo, instrumento y resultante suya, y no digo que también
su editor responsable, porque de las fechorías criminales de unos y de otros no
responde nadie. Es como la superposición de dos Estados, uno legal, otro
consuetudinario: máquina perfecta el primero, regimentada por leyes admirables,
pero que no funciona; dinamismo anárquico el segundo, en que libertad y
justicia son privilegios de los malos, donde el hombre recto, como no claudique
y se manche, sucumbe.”
Esta oligarquía parasitaria está encuadrada en los dos
partidos turnantes del tiempo de Costa, impidiendo con sus corruptelas que España sea dirigida por
los mejores. Se trata del “gobierno por los peores” que arbitrariamente abusa
de todo el resto y que conduce, así las cosas, a un irremediable divorcio entre
Estado y Pueblo. Costa advierte el peligro de los secesionismos que encuentran
en esta situación una justificación y recuerda que “para que viva el pueblo, es
preciso que desaparezca la oligarquía imperante”, pues un pueblo sometido a la
oligarquía que se arroga el nombre de “nacional” termina por serle indiferente
que su opresión la ejerzan los propios o los extraños.
VIGENCIA DE LAS LÍNEAS MAESTRAS DE SU ANÁLISIS
La figura y obra de Joaquín Costa se eleva ante nosotros. No es un monumento del pasado. Si no nos hemos dado por vencidos, la obra de Joaquín Costa exige que volvamos a ella para interpretar nuestro presente y configurar nuestro porvenir. Nos
han regateado su lectura, despachándolo frívolamente con los lemas que hemos
tratado en este artículo. Las claves que nos ofrece en su obra son terriblemente clarificadoras para el pasado, lo mismo que lo son -y tan útiles- para interpretar el estado actual de las cosas. Si no nos conformamos con la versión estandarizada de su figura y obra, si nos aplicamos a una relectura de su obra entonces, sí: el mensaje de Joaquín Costa nos interpela.
Las oligarquías que denunció Costa han ido perpetuándose,
permaneciendo incólumes a los avatares del tiempo. Han sobrevivido a todas las
catástrofes que ha padecido nuestro pueblo: libraron a sus vástagos de sucumbir
en la defensa de la españolidad de Cuba en 1898 (lo recordaba Costa), libraron
a su prole de las masacres rifeñas, contemplaron desde Estoril la confrontación
de 1936-1939: estuvieron en la retaguardia, pero se apresuraron a camuflarse entre
carlistas y falangistas; más tarde, “pitaron” en el Opus Dei, para convertirse
en tecnócratas durante el franquismo; mutaron sin trauma alguno durante la
transición, tornándose demócratas de UCD, Alianza Popular, Partido Popular y
PSOE… Incluso se hicieron pasar por comunistas, sin haber luchado nunca en la
clandestinidad ni haber “corrido delante de los grises”. Y a día de hoy ese
repugnante imperio de los peores, capaz de todos los chanchullos y corrupciones
morales y económicas, oprime a España, sometiéndola a políticas
supranacionales. Dividieron a España como una tarta, para zampársela por
autonomías, creando artificios que saquean sistemáticamente al pueblo y lo
arruinan.
Son ellos: la casta política, al alimón con el
capitalismo apátrida, en línea directa con los directores de las sucursales
en España. Y la gravedad de este cáncer es de tal magnitud que, a día de hoy, hablar
de “soberanía nacional” resulta un sarcasmo.
¿Quién puede dudar que Joaquín
Costa no sea actual? Joaquinón sigue diciéndonoslo: Para que viva el pueblo es necesario que esa lacra corrupta y corruptora desaparezca.
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