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Sociedad de Amigos del siglo XVIII |
Por Manuel Fernández Espinosa
Entre las características que acusaban los románticos destacó la
búsqueda de la evasión, formando parte de la idiosincrasia romántica. El
romántico, profundamente asqueado con la realidad que le rodeaba, procuraba
fugarse –siquiera con la fantasía- a lejanos y exóticos países (Lord Byron
muriendo en Grecia) o a lejanas y pasadas épocas (Walter Scott y sus novelas
históricas; nuestro Navarro Villoslada y la novela histórica del XIX español).
Tal vez esta propensión al viaje (concretamente, al viaje en el tiempo) sea una
de las razones que puedan explicar que el siglo XIX asistiera a un auge de los
estudios históricos como no se había visto anteriormente. El siglo XVIII, el
Siglo de las Luces, estaba muy ocupado en consagrarse a una Razón que, en su
pureza y universalidad, planeaba sobre el decurso de las comunidades históricas
sin apenas pringarse con los avatares de la comunidad y del individuo.
El romanticismo, reacción al Siglo de las Luces, indaga en el
pasado histórico, por más que lo deforme al carecer de instrumentos adecuados
(eso no importa ahora); y el resultado será: por una parte la exaltación de los
valores nacionalistas (nacionalismos centrípetos –Alemania e Italia- o
centrífugos –Cataluña, Vascongadas) y, por la parte más intelectual: veremos
que los historiadores más serios se preocupan por indagar en la razón de su
quehacer, así como se aplican a buscar un método que haga fructífero el cultivo
de su disciplina.
Es en este contexto –en el siglo XIX: aficionado a la Historia,
apasionado por la Historia y profesionalizándose en el estudio histórico-
cuando surge una polémica que todavía interpela a algunos historiadores: ¿Quién
hace la historia? (Si se nos permite la expresión: es la pregunta por la causa
eficiente de la Historia). Si los pueblos, las sociedades, las naciones padecen
la Historia. ¿Podemos decir que existe un agente de la Historia?
Ante
esta pregunta vamos a tener dos respuestas antagónicas. Para el británico Thomas
Carlyle (1795-1881) el agente de la historia, entendida ésta como el avance de
la civilización, había que buscarlo en los Héroes. Para el judío alemán Karl
Marx el desenvolvimiento histórico se debe a una dialéctica histórica, el
protagonista no es el Héroe, sino que el sujeto de la historia es el
proletariado (la muchedumbre de los explotados). Un extremo (el que proclama al
individuo egregio el Héroe que descuella por encima de la masa como agente de
la Historia) y el otro extremo (el que suprime toda aristocracia y otorga el
protagonismo a una clase social que lucha heroicamente en el anonimato)
parecen, en su reduccionismo, inaceptables.
Agustín Cochin
El
malogrado historiador francés Agustín Cochin (1876-1916), caído en el frente
durante la Primera Guerra Mundial, descubrió tal vez un tercer agente de la
Historia que es el que nos interesa redescubrir aquí. Sus estudios sobre la
revolución francesa le llevaron a descubrir lo que él denominó “Sociedades de
Pensamiento”. Sus investigaciones fueron tempranamente truncadas por su muerte
en el campo del honor, pero dejó sus prematuros frutos en “Les Sociétés de
Pensée et la démocratie” (París, Ed. Honoré Champion, 1890). Eugenio d’Ors
consideraba que las “Sociedades de Pensamiento”: “…en un sentido amplísimo y el
hecho de su actividad como algo necesario […] que nos permite encontrar en el
funcionamiento de las “socedades de pensamiento”, entendidas en su sentido más
amplio, de las minorías conscientes, pero anónimas, la explicación más luminosa
posible”.
Nótese
que Eugenio d’Ors insiste en considerar el concepto de “Sociedades de
Pensamiento” en su sentido más amplio. Y es que las “Sociedades de Pensamiento”
no pueden reducirse a las sociedades secretas (como la francmasonería y tantas
otras asociaciones esotéricas, más o menos conocidas). La inundación que en
nuestras librerías sufrimos en nuestros días a cuenta de libros que tratan de
mostrarnos las excelencias o abominaciones de sociedades como la francmasonería
o el templarismo ofrece una interpretación excesivamente conspiracionista de la
Historia (es la “conspiranoia” que está de moda). Pero, sin descartar la acción
solapada y perversa de organizaciones perfectamente estructuradas en la
clandestinidad, con “Sociedades de Pensamiento”, el historiador francés Cochin
no se refería a esos grupos cuya capacidad de acción se ha exorbitado en el
imaginario de la sociedad.
Las
“Sociedades de Pensamiento”, en las investigaciones de Cochin, incluyen a la francmasonería;
pero no vale simplificar identificando exclusivamente la “Sociedad de
Pensamiento” con la francmasonería. Los estudios de Cochin le llevaron a
descubrir que, tras los acontecimientos de la Revolución Francesa, había una
enorme labor de información, propaganda y agitación, labor dilatada en el
tiempo y extendida sobre el territorio francés, más o menos consciente de la
meta que se proponía alcanzar.
Hay
que exponer un poco la historia de las Sociedades de Pensamiento. En 1720
aparece una Sociedad Literaria en París que se autoproclama como “una especie
de “Club” a la inglesa”: en efecto, las Sociedades de Pensamiento no fueron, en
su principio, organizaciones clandestinas que se reunieran a escondidas en
tenebrosos cenáculos. A lo que aspiraban los fundadores de esa “Sociedad
Literaria” de París era a constituir un “club” de amigos que confesaban tener
interés por estar informados de lo que ocurría en el mundo europeo, tanto en lo
político como en lo cultural (incluyendo literatura y ciencia). Era normal en
estos “clubes” que sus miembros se reunieran una vez a la semana, durante unas
horas, para intercambiar opiniones, escuchar lecturas, música o conversar. Sus componentes
eran casi todos de clase media y alta, con abundancia de profesionales
liberales (abogados, médicos), sin que faltaran miembros del clero y algunos
nobles ilustrados y a sus reuniones iban sus esposas como punto de encuentro
social. No había nada que tuviera el aspecto de secretismo ni se sabe que
existieran rituales ridículos o execrables. A veces se reunían en la casa de
uno de los socios y otras veces, regulando una cuota por socio, alquilaban una
casa para tener sus reuniones.
En
1750 se tiene constancia de una proliferación de sociedades que, bajo nombres
muy diversos, pueden ser agrupadas en el conjunto de “Sociedades de Pensamiento”:
clubes, sociedades literarias, círculos de amigos… Sociedades de Amigos y
Sociedades Patrióticas. Abundan en Bretaña, tal vez por mímesis con la
tradición clubeística inglesa. Y será por ese entonces cuando en España también
empecemos a encontrarnos con lo que todavía hoy existe en algunas ciudades
españolas de cierta entidad: las Sociedades Económicas de Amigos del País, que
fueron muy pronto puestas bajo el patronazgo del Rey, por lo que son más
conocidas como Reales Sociedades Económicas de Amigos del País. Durante el
Trienio Constitucional de 1820 a 1823 también encontraremos en España las
llamadas “Sociedades Patrióticas”, rabiosamente constitucionalistas y, en aquel
entonces, politizadas hasta el extremo de ser prácticamente sucursales de los
partidos políticos.
Las
Sociedades de Pensamiento fueron en su origen asociaciones de hombres inquietos
que querían estar a la última y que en el seno de sus cenáculos intercambiaban
sus opiniones sobre lo divino y lo humano: algo, por lo tanto, que desde mucho
antes ya hubo en España, pero el pacífico carácter de las Tertulias que en
España se registran ya en los Siglos de Oro vino a alterarse en Francia por un
factor ideológico que sirvió a la mutación de las tertulias de amigos en grupos
activos que trabajaban a la manera de “laboratorios de ideas” y extendían su
acción a la propaganda y agitación. Fue de esta forma como las “Sociedades de
Pensamiento” (y no sólo la francmasonería) tuvieron, a juicio de Agustín
Cochin, un protagonismo crucial en los acontecimientos de la Revolución
Francesa de 1789. En las mismas Sociedades de Pensamiento, descubiertas por
Cochin, se produjeron cismas (sobre todo a partir de la captura de Luis XVI
cuando Su Cristianísima Majestad se disponía a escapar de la Francia
revolucionaria): hubo miembros de las Sociedades de Pensamiento abiertamente
republicanos, así como hubo otros partidarios de una Monarquía Constitucional.
Las Sociedades de Pensamiento fueron, en definitiva, las células embrionarias
de los clubes que imperaron en la Revolución Francesa y, en sus reuniones, se
trazaron la mayor parte de las decisiones políticas que más tarde realizaban
las asambleas.
El
hallazgo de las “Sociedades de Pensamiento” realizado por Cochin fue una
aportación que enriqueció la historiografía sobre la Revolución Francesa. Pero
la existencia de lo que –con la expresión de Cochin- llamamos “Sociedades de
Pensamiento”, así como su acción, están corroboradas miles de años antes en
sucesos políticos de las más diferentes épocas y latitudes. Por ejemplo, en
Grecia existían las llamadas “asociaciones” (hetaireiai) a las que se refieren
Platón (en “República” 365d) y Aristóteles (Política V 11, 1313). El
historiador Tucídides también dejó testimonio de la acción de estas “asociaciones”:
“los lazos de sangre llegaron a tener menos fuerza que los de cofradía, ya que
éstas estaban más dispuestas a mostrar una audacia sin miramiento” (traducimos “hetairikou”
por “cofradía”, puesto que las reuniones de las “asociaciones” de las que nos
hablan los griegos había entremezclado un carácter religioso, lúdico y político
entre los cofrades).
Llegamos
al final de este artículo, no sin recordar que el propósito del mismo era
hallar el agente de la Historia (esto es: quiénes hacen la Historia).
Encontramos que en la Historia hay Héroes (protagonistas que pasan a primer
plano y cuyos nombres se fijan en letras de oro), hay masas que, por su
concreta circunstancia, se forman y son guiadas como fuerza de choque que
cambie la Historia y, por último, no hay que soslayar la existencia de “Sociedades
de Pensamiento” (grupos conscientes y anónimos) que ejercen un poder tremendo
tanto a la hora de aupar Héroes como a la hora de empujar a las masas hacia los
cambios históricos. No nacieron en la Revolución Francesa, siempre han existido.
Creemos
haber sido lo suficientemente elocuentes.