RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 20 de agosto de 2013

DUGUIN: PROFETA DE EURASIA

Alexander Duguin
 
Alberto Buela


Alexander Duguin (Moscú, 1952) se ha transformado hoy en el más significativo geopolitólogo ruso. Inscripto en la ideología nacional bolchevique del estilo de Ernst Niekisch sostiene un socialismo de los narodi. Esto es, un socialismo de los pueblos, despojado de todas las taras modernas como su materialismo, su ateísmo y su ilustración. Su teoría geopolítica es la construcción de un gran espacio euroasiático con centralidad en Rusia. En este libro que comentamos, traducción al portugués de Aganist the west (2012), se va a ocupar en primer lugar de qué entiende por Occidente, que a partir del nacimiento de la modernidad, pasando por sus distintas etapas - Renacimiento, Nuevo Mundo, Reforma, Revolución francesa, Revolución bolchevique, Transformación tecnológica, Globalización – se ha ido transformando en el criterio normativo del mundo. El proceso de modernización tiene dos caras, una exógena que no emerge de las necesidades de los pueblos y otra, endógena, que es un principio interno que no puede ser negado. La primera ha servido para la colonización y dominio de los pueblos, en tanto que la segunda surgió como una necesidad natural. En cuanto a la globalización: representa el último punto de realización práctica de las pretensiones fundamentales de Occidente a la universabilidad de su experiencia histórica y de sus valores. A la tesis de “Rusia, país europeo” va a oponer la tesis “Rusia-Eurasia como una civilización opuesta tanto Occidente como a Oriente”.

Apoyándose en la idea “gran espacio” (1939) de Carl Schmitt y teniendo como antecedente la Doctrina Monroe (1823) propone recuperar la idea de imperio. Sostiene que la Doctrina Monroe nació como una idea anticolonialista y se fue transformando en una propuesta colonialista. Para nosotros, americanos del sur, tal Doctrina fue siempre colonialista cuyo enunciado real fue desde un comienzo: América para los norteamericanos. El concepto de imperio que se propone va más allá de los contextos históricos o políticos en que se haya dado y no se limita solo a una dimensión física ni a la presencia de un emperador. Eso sí, el imperio exige un estricto centralismo administrativo y una amplia autonomía regional: El imperio es la mayor forma de humanidad y su mayor manifestación.

Cuando entre los imperios nombra el imperio comunista de la URSS y al imperio liberal de los EUA, y los pone a la misma altura que los imperios romano o autro-húngaro, Duguin no realiza la distinción entre imperio e imperialismo. Así, el imperio impone pero deja valores que le son propios (lengua, instituciones), mientras que el imperialismo es la imposición de un Estado sobre los otros para su explotación lisa y llana. El imperialismo deja solo desolación, en tanto que el imperio abre un mundo desconocido a sus dominados.

Un comentario especial merece su caracterización del conservadorismo, donde se ve la influencia de Alain de Benoist, seguramente el más original pensador francés vivo. El conservador no quiere conservar el pasado por ser pasado, según se lo define habitualmente, sino que pretende conservar del pasado lo constante, lo perenne. Y eso, porque no tiene una visión diacrónica de la historia sino sincrónica. El sentido del ser, de lo que es y existe no se apoya para él en la ideas de movimiento (pasado, presente, futuro) donde las cosas nos hacen un llamamiento desde el futuro bajo la idea de progreso, como sucede con el iluminismo, el modernismo y, hoy, el progresismo, sino que el sentido de las cosas hay que buscarlo en lo constante, en lo que permanece. El ser tiene una primacía sobre el tiempo; lo comanda y predetermina su estructura: el tiempo se da en el seno del ser como acontecimiento apropiador del ser. La conclusión política del conservadorismo ha dado lugar a la “cuarta teoría política”, pues así como en el siglo XX se dieron la primera teoría política con el liberalismo, la segunda con el marxismo, la tercera con el nazismo hoy, a comienzos del siglo XXI, hace su aparición la “cuarta teoría política” que hunde sus raíces en la revolución conservadora alemana del período entre guerras y que tuvo como exponentes, entre otros, a Moeller van der Bruck, Carl Schmitt, los hermanos Jünger, Martín Heidegger, von Solomon, von Papen, Werner Sombart, Stefan George que no se pudo plasmar en una práctica política concreta.

El imperio eurasiano propuesto por Duguin con Rusia como centro y cabeza que: debe pensar y obrar imperialmente, como un poder mundial que tenga opinión sobre todo hasta los lugares más distantes del planeta, tiene “carácter civilizatorio” nos parece ambicioso, pero no inverosímil. Nosotros creemos, y hemos intentado mostrar a través de múltiples trabajos, que las ideas de gran espacio y de imperio, en este caso, se unifican en la idea de “ecúmene”, que como la Hélade para los griegos, la romanitas para los romanos, o la hispanidad para los españoles, designan los grandes de tierra habitados por hombres que comparten entre sí, lengua, usos, costumbres, creencias y enemigos comunes. Y en este sentido sostenemos que el mundo es un pluriverso compuesto por varias ecúmenes entre las que se destaca, para nosotros, la iberoamericana. Finalmente, toda la última parte del libro va ha estar ocupada en asuntos internos y temas casi exclusivamente rusos, de los que no nos encontramos capacitados para juzgar: la relación de Rusia con Ucrania, la filosofía del narod y su patriotismo erótico, el arcano roxo de Rusia, la estructura sociogenética de Rusia e intereses y valores post Tskhinvali. Queremos felicitar a los traductores brasileños por este trabajo, que acerca al mundo luso e hispano hablante a un geopolitólogo de valía, prácticamente desconocido en nuestra común ecúmene cultural.
 
 
 
1 Cfr. El excelente trabajo del mejicano Carlos Fuentes: La doctrina Monroe

2 Cfr. Martín Heidegger: Tiempo y ser(1962), que no hay que confundir con Ser y tiempo de 1927.

ODA A ROOSEVELT



"¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, 
que habría que llegar hasta ti, Cazador! 
Primitivo y moderno, sencillo y complicado, 
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. 
Eres los Estados Unidos, 
eres el futuro invasor 
de la América ingenua que tiene sangre indígena, 
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. 


Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.
Y domando caballos, o asesinando tigres,
eres un Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un profesor de energía,
como dicen los locos de hoy.)
Crees que la vida es incendio,
que el progreso es erupción;
en donde pones la bala
el porvenir pones.
No.


Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras».
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos.
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. 



Mas la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl,
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
que consultó los astros, que conoció la Atlántida,
cuyo nombre nos llega resonando en Platón,
que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,
la América del gran Moctezuma, del Inca,
la América fragante de Cristóbal Colón,
la América católica, la América española,
la América en que dijo el noble Guatemoc:
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de Amor,
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras. 



Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!"




Rubén Darío

viernes, 16 de agosto de 2013

NACIONALISMO Y PORTUGAL

 Batalla de Aljubarrota.jpg




(*) Antes que nada, me gustaría reseñar que escribo este artículo desde el inmenso amor y la intensa admiración que le profeso a Portugal, a la cual considero mi segunda patria. Conozco más y mejor muchas tierras portuguesas que algunas tierras españolas. Llevando dos años en la América del Sur, puedo decir que cuando siento añoranza, Portugal aparece automáticamente. Y bueno, en el Perú ejerzo como profesor y traductor de portugués… Si no fuera por lo mucho que siento por Portugal, no escribiría estas líneas desde el sentimiento y la consternación. 


Y es que verán ustedes, hace tiempo, un insigne patriota portugués me dijo que, de una manera u otra, el patriotismo en Portugal siempre tenía que indicar cierto resentimiento contra España. Yo le dije que si eso es así, entonces, era un patriotismo muerto. 


Según veo, el nacionalismo portugués ha fabricado una historia (Curiosamente parecida a la que fabricaron las oligarquías criollas y los revolucionarios españoles en las repúblicas hispanoamericanas) que se resume en que España es un gran enemigo que constantemente busca invadir a Portugal, y que de hecho, las glorias nacionales están en defenderse de sus continuas agresiones.


Claro que primero habría que definir qué es esa España, o hasta la misma Castilla…. Porque hasta principios del siglo XVIII, los reyes portugueses protestaban cuando se denominaba a España como la unión de las Coronas de Castilla y Aragón. Sí, el nombre acabó siendo “nombre de estado”, pero hasta hace relativamente poco, era un concepto que iba más allá de lo político. Buena parte de la nobleza portuguesa buscó la unidad con el resto de la antigua Hispania; con todo, queriendo la primacía lusa, como apuntaba el historiador Joaquim Pedro de Oliveira Martins. 


Tras la Reconquista, en la actual provincia de Huelva (Antiguo reino de Sevilla, parte de la Corona de Castilla) se tuvieron que construir los llamados “castillos de la banda gallega” para frenar las incursiones portuguesas, irrespetuosas con los tratados firmados tras la guerra contra los moros. Todavía en la sierra de Huelva se cuentan leyendas de estas terribles razzias. Y las leyendas siempre tienen algo de verdadero, por poco que sea.


En el siglo XV, Portugal intentó expandirse más allá del Duero y fue frenado por Isabel la Católica, auténtica libertadora que ganó en la batalla de Toro la independencia frente al intervencionismo luso que buscaba la primacía de la Península mandando sobre los otros reinos. Portugal se inmiscuyó de lleno en una guerra civil castellana apoyando al bando usurpador, y si bien Toro no fue una gran victoria militar, libró al resto de España de la invasión.


Asimismo, en el siglo XVIII, Portugal volvió a invadir suelo español, llegando el marqués das Minas a tomar Madrid. Era una guerra de Sucesión donde ni la Casa de Austria, ni el imperio británico ni Holanda respetaron el testamento de Carlos II de España, e intentaron imponer por la fuerza su deseo para con España. Portugal llegó a aliarse con Holanda, el brutal enemigo que había intentado arrebatarle sus colonias, con tal de invadir España. Y ayudó a que el imperio británico pusiese su bota en la Península, fundando Gibraltar, una colonia que ha impulsado constantes ataques económicos y políticos contra España, pero también contra Portugal. 


Y eso por no hablar de las incursiones bandeirantes que durante tres siglos violaron sistemáticamente las fronteras en Sudamérica. 


No todo es Aljubarrota y Olivenza…


Ahora bien, en el caso de Olivenza, por supuesto, creo que debe volver a manos portuguesas. Olivenza es producto de una vergonzosa guerra entre hermanos alentada por Francia, al igual que el imperio británico azuzó a Portugal muchas veces. Por tanto, que Olivenza vuelva a Portugal. 


El nacionalismo nunca ha casado con la historia. Es un producto romántico que en el mundo hispano ha hecho auténticos estragos. Tanto peligro tienen en España los separatistas antiespañoles como los separadores centralistas. Igual que en Portugal aquellos que no respetan el mirandés, o que no se dan cuenta de las diferencias que, lógicamente, son menores por cuestiones de menor población y tamaño. O aquellos portugueses que no entienden que una muy buena parte de sus compatriotas no quiso la separación iniciada en 1640, como no la quiso Ceuta. El victimismo de este nacionalismo portugués no está avalado por la historia. Asimismo,   el pueblo español no tiene afanes expansionistas contra Portugal, y por otra parte, no considera la decisiva batalla de Toro como afirmación de su ser. 


Pienso que aprendiendo de los errores del pasado, podremos mirar al futuro como quería António Sardinha, es decir, juntos, que no revueltos. Una fuerte alianza diplomática, económica y militar que pueda forjar una efectiva comunidad iberoamericana y que, así, con aquellas naciones que nos son más afines, podamos establecer nuestra propia alianza. Pero con nacionalismos, victimismos e insultos, desde luego no vamos a ninguna parte, y no seremos más que el facilón botín de moros e ingleses en una Europa cuyos banqueros alemanes y burócratas de despachos de Bruselas y servilismo yanqui-sionista nos va a terminar de reventar.









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NACIONALISMO E PORTUGAL



(*)Antes de mais nada, gostaria de sublinhar que escrevo este artigo a partir do imenso amor e da intensa admiração que professo a Portugal, país que considero a minha segunda pátria. Conheço mais e melhor muitas terras portuguesas que algumas terras espanholas. Levando já dois anos na América do Sul, posso dizer que nas minhas saudades Portugal aparece automaticamente. E bom, no Peru exerço funções de professor e tradutor de português… se não fosse pelo muito que sinto por Portugal, não escreveria estas linhas motivadas pelo sentimento e pela consternação.

Faz algum tempo que um insigne patriota português me disse que, de uma maneira ou de outra, o patriotismo em Portugal sempre tinha que indiciar um certo ressentimento contra Espanha; e eu respondi-lhe que, se assim era, então era um patriotismo morto.

Segundo vejo, o nacionalismo português fabricou uma história (curiosamente parecida à que fabricaram as oligarquias crioulas e os revolucionários espanhóis nas repúblicas hispano-americanas) que se resume em que Espanha busca constantemente invadir Portugal e que, de facto, todas as glórias nacionais portuguesas resultam da defesa contra a contínuas agressões espanholas. 

Claro que primeiro haveria que definir o que é essa Espanha ou até a própria Castela… porque até princípios do século XVIII, os portugueses protestavam quando se denominava de Espanha a união das coroas de Castela e Aragão. Sim, o nome acabou por ser “nome de estado”, mas até há relativamente pouco tempo era um conceito que ia muito além do político. Boa parte da nobreza portuguesa buscou a unidade com o resto da antiga Hispânia; contudo, ambicionando a primazia lusa, como apontava o historiador Joaquim Pedro de Oliveira Martins.
Depois da Reconquista, na actual província de Huelva (antigo Reino de Sevilha, parte da Coroa de Castela), tiveram que se construir os chamados “Castelos da Banda Galega” para travar as incursões portuguesas, desrespeitosas dos tratados assinados depois da guerra contra os mouros. Na serra de Huelva ainda hoje se contam lendas destas terríveis razias. E as lendas sempre têm algo de verdadeiro, por pouco que seja. No século XV, Portugal tentou expandir-se para além do Douro, tendo sido travado por D. Isabel a Católica, autêntica libertadora que ganhou na batalha de Toro a independência frente ao intervencionismo luso que buscava a primazia na Península, mandando nos outros reinos. Portugal imiscuiu-se totalmente numa guerra civil castelhana, apoiando o lado usurpador e, se bem que Toro não foi uma grande vitória militar, livrou o resto da Espanha da invasão.
Bem assim, no século XVIII Portugal voltou a invadir solo espanhol, chegando o Marquês das Minas a tomar Madrid. Era uma guerra de sucessão, onde nem a Casa de Áustria, nem o império britânico, nem a Holanda respeitaram o testamento do rei D. Carlos II e tentaram pela força impor a sua vontade em relação a Espanha. Portugal chegou a aliar-se com a Holanda, o brutal inimigo que que tinha tentado arrebatar-lhe as suas colónias, tal era a sanha de invadir o país vizinho. E assim ajudou os britânicos a por a bota na Península, fundando Gibraltar, uma colónia que impulsionou constantes ataques económicos e políticos contra Espanha mas também contra Portugal. Isto já sem falar nas incursões dos Bandeirantes que durante três séculos violaram as fronteiras na América do Sul.
Nem tudo é Aljubarrota e Olivença… Ora bem, no caso de Olivença, com certeza que deve voltar a mãos portuguesas. A toma de Olivença é produto de uma vergonhosa guerra entre irmãos acalentada por França, da mesma forma que o império britânico atiçou Portugal muitas vezes. Portanto, que volte Olivença a Portugal.
O nacionalismo nunca se casou com a história. É um produto romântico que, no mundo hispânico, fez verdadeiros estragos. Tanto perigo representam em Espanha os separatistas antiespanhóis como os separadores centralistas. Da mesma forma que em Portugal, o representam aqueles que não respeitam o mirandês ou que não se dão conta das diferenças que, logicamente, são menores por questões de menor população e tamanho. Ou ainda o representam aqueles portugueses que não entendem que uma parte dos seus compatriotas não quiseram a separação iniciada em 1640, como a não quis Ceuta. 
A vitimização desse nacionalismo português não está avalisada pela história. E, no entanto, o povo espanhol não tem intentos expansionistas em Portugal, sendo que, por outro lado, não considera a decisiva batalha de Toro como afirmação do seu ser.
Penso que aprendendo com os erros do passado, podemos olhar para o futuro como queria António Sardinha, ou seja, juntos embora não misturados. Uma forte aliança diplomática, económica e militar que possa forjar uma efectiva comunidade ibero-americana e que, com aquelas nações que nos são mais afins, possamos replicar a nossa própria aliança. Mas com nacionalismos, vitimizações e insultos, desde logo que não vamos a parte alguma e não seremos mais que uma presa fácil de mouros e ingleses, numa Europa em que banqueiros alemães, burocratas de secretaria em Bruxelas e servilismo ianque-sionista vão acabar de destruir.




DEMOCRACIA?

"Não se organiza a democracia. Não se democratiza a organização. Organizar a democracia é instituir aristocracias, democratizar uma organização é introduzir nela a desorganização. Organizar significa diferenciar, ou seja criar desigualdades úteis; democratizar é igualar, o mesmo que estabelecer, em vez das diferenças, das desigualdades, das organizações, a igualdade que é estéril e fatal a qualquer sociedade."
 Charles Maurras. 

jueves, 15 de agosto de 2013

ANDALUCÍA Y JOSÉ MARÍA PEMÁN: EL SÉNECA


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 José María Pemán reunió en su «Meditación española» gran parte de sus ensayos breves. Nunca estuvo ausente en la obra de Pemán, con ser muy extensa, la preocupación de nuestro país, sometido por la historia a las frecuentes pruebas del «problema de España», no siempre bien planteado, por supuesto. El problema de España es tanto realidad nacional como prejuicio extranjero, y así Pemán encabezó aquella colección de sus trabajos con una sabrosa «Meditación para franceses», ofrecida al público de esa lengua.

España en gran parte es, para José María Pemán, Andalucía precisamente; en lo que no anda descaminado, puesto que en la milenaria Bética se concentran muy puras esencias nacionales de que gustan, con afán, los viajeros y turistas, frente a quienes buscan las vueltas más desfavorables a nuestro genio y a nuestra Historia. 

 
A lo largo del tiempo, España inspira constantes y encendidas apologías, pero no faltan las diatribas que formaron la nunca cancelada «leyenda negra». Fue característico de José María Pemán hacerse cargo de todo ello, gracias a su amplitud de criterio, con esa gracia andaluza, (gaditana para más señas). La gracia andaluza es más que «humor», porque lo absorbe para fundirlo con el ingenio popular de una tierra asomada al Atlántico y al Mediterráneo.

También fue andaluz el Séneca histórico, por mucho que pesara sobre él la cultura y civilización romanas. Pero la Andalucía romana —que lo fue después de ser griega, fenicia y misterio tartesio—, se hizo árabe en genial asimilación. Lucio Séneca se hubiera sentido muy a su gusto en la Córdoba del califato.... Y no deja de ser significativo que el primer valorador de Séneca, en la España contemporánea, fuese otro andaluz, el granadino Angel Ganivet.

José María Pemán al crear, su «Séneca» elaboró un personaje que no se explica sólo en su alma, por la campiña jerezana, ni por la marisma, ni por los puertos, ni por todas las tierras bajas que el Guadalquivir subraya, con el filial refuerzo del Genil: «el Séneca» de Pemán representa típicamente al campesino andaluz, nunca extraño, ni mucho menos, a toda interpretación del carácter español. 


Si las cosas del campo le fuesen mal a este «Séneca», equilibrado y zumbón, podría establecerse quizá en los barrios bajos madrileños, con una taberna al viejo estilo, donde él se iría definiendo a su manera, enriqueciendo su habla con ese desgarro peculiar de la capital de España. Y si se viese forzado a un desplazamiento más, «el Séneca» de origen andaluz descubriría el «seny» de los catalanes como algo familiar y trabajaría, canturreando, en algún taller o fábrica. Pero no dejaría nunca de observarlo todo, sin el subsiguiente comentario, risueño, sereno, meditativo, incapaz de perder le cabeza.

Pero tal vez la lógica de la composición aconsejaría que «el Séneca» anduviese libre por su propia cuenta y riesgo, dada la sustantividad del tema. Pero es que, a su vez, esta Andalucía honda, tiene vida propia, y se la reconoce Pemán en textos que son paisaje, cuadro de costumbres y fiel folklorismo. Andalucía es un inmenso lugar común, en el más noble sentido de la expresión.

Pero la tendencia a evadirse del tópico, es propia de todo escritor que se estime. Mucho más si se trata de un poeta, y así Pemán buscando otras y distintas Andalucías, ha dado, por ejemplo, con el insólito espectáculo reflejado «Nieve en Cádiz»:

 
«Hoy ha nevado en París, en Berlín, en San Sebastián, en Madrid... y en Cádiz. Andalucía es así... Pasan años y años, pasmada e indiferente, al margen de los grandes ruidos europeos y las grandes trepidaciones culturales, y de pronto, un buen día, con un salto felino de su gran fuerza intuitiva y su gran poder de adaptación, surge un Falla en Cádiz, o Juan Ramón en Huelva, o Picasso en Málaga, enterados hasta el fondo de todo el revuelo de por ahí afuera, maestros del mundo, cabos de vanguardia. Así, en esta gris y cosmopolita mañana de febrero, ha surgido de pronto la nieve sobre las palmeras de Cádiz...».

Probablemente, lo que salva a Andalucía de la pérdida de personalidad a que parece condenarla el cosmopolitismo igualitario, es su concepto del trabajo. No es que Andalucía trabaje menos que otras regiones y que otros pueblos. Trabaja como el que más..., o como el que menos; lo que hace Andalucía es trabajar a su manera: en eso, como en todo. 

 
También «el Séneca» tiene en eso su punto de vista personal:

 
«Yo he oído contar a mi padre que la primera conquista de los jornaleros de viñas, cuando empezaban estas cosas, fue aquella de meter, cada dos horas, en la peonada, esos diez minutos de descanso que se llamaban «el cigarro». ¡Pero si toda la gracia del cigarro está en echarlo cuando a uno se le antoja!...».

Precisamente en esa idea de los andaluces acerca del trabajo —que los inmuniza contra el marxismo— hay que buscar el secreto de la Andalucía de todos los tiempos. Porque su modelo, «el Séneca», se preserva contra toda clase de tentaciones con esa cordura, prudencia, y tendencia a lo bueno y a lo justo, que los historiadores de la filosofía llaman precisamente senequismo». No en vano Séneca se llama así. 

 
Sólo que este otro «Séneca» nació después que el romano, y, por tanto, el precristiano que fue en su esencia el estoico cordobés, ...se convirtió en el cristiano, hecho y derecho, de la tierra jerezana, por mucho que de vez en cuando jugara al escepticismo. Por supuesto, al escepticismo de tejas abajo, donde mejor residen las fuentes del cante «jondo». 







Fuente:  http://hispanismo.org/literatura/8967-andalucia-y-jose-maria-peman-el-seneca.html

ELOGIO DE LA LENGUA CASTELLANA




"¡Oh, lengua de los cantares!
¡Oh, lengua del romancero!
Te habló Teresa la mística.
Te habló el hombre que yo quiero.

En ti he arrullado a mi hijo
E hice mis cartas de novia.
Y en ti canta el pueblo mío
El amor, la fe, el hastío
El desengaño que agobia.

La lengua en que reza mi madre
Y en la que dije: ¡Te quiero!
Una noche americana
Millonaria de luceros.

La más rica, la más bella
La altanera, la bizarra,
La que acompaña mejor
Las quejas de la guitarra.

¡La que amó el manco glorioso
Y amó Mariano de Larra!

Lengua castellana mía,
Lengua de miel en el canto,
De viento recio en la ofensa,
De brisa suave en el llanto.

La de los gritos de guerra
Más osados y más grandes.
¡La que es cantar en España
Y vidalita en los Andes!"



-Juana de Ibarborou.

“Elogio de la lengua castellana” es un poema de la poetisa Juana de Ibarbourou (1892-1979), natural de Melo (Uruguay). Juana de Ibarborou recibió en el año 1929 el título de “Juana de América” de la mano del escritor y diplomático Juan Zorrilla de San Martín.

martes, 13 de agosto de 2013

ESPAÑOL DEL ÉXODO

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"Español del éxodo de ayer
y español del éxodo de hoy:
te salvarás como hombre,
pero no como español.
No tienes patria ni tribu. Si puedes,
hunde tus raíces y tus sueños
en la lluvia ecuménica del sol.
Y yérguete... ¡Yérguete!
Que tal vez el hombre de este tiempo...
es el hombre movible de la luz,
del éxodo y del viento."




León Felipe

RAMIRO LEDESMA, HISPANISTA



En contra de lo que algunos iluminados (fascinados por el europeísmo) pretenden sobre la figura de Ramiro Ledesma Ramos, a quien toman como un supuesto buque-insignia, mostramos la realidad histórico-doctrinal del fundador de las Juntas de Ofensiva Nacionalsindicalista. Pasen y vean:


"...Por de pronto, el imperio sería la idea común que adscribiese a los pueblos hispánicos un compromiso de unidad. (...) El Imperio nace con las diversidades nacionales que obedecen y siguen los fines superiores de un Poder más alto. De aquí que la idea imperial sea la más eficaz garantía de respeto a la peculiaridad de las comarcas (...) Ahí está la América hispana. Pueblos firmes, vitalísimos, que son para España la manifestación perpetua de su capacidad imperial. Nuestro papel en América no es, ni equivale, al de un pueblo amigo, sino que estaremos siempre obligados a más. Nosotros somos ellos, y ellos serán siempre nosotros..."
 
"Nos cabe a nosotros el honor, -y no tenemos por qué ocultarlo- de ser los primeros que de un modo sistemático situamos ante España la ruta del imperio. Todo está ahí a disposición nuestra. Los pueblos hispánicos de aquí y de allí se debaten en dificultades de tipo mediocre, y es deber nuestro facilitar e incrementar su desarrollo. (...) Frente a esa Europa degradada, mustia y vieja, el imperio hispánico ha de significar la gran ofensiva: nueva cultura, nuevo orden económico, nueva jerarquía vital. (...) Están aún sin adecuada respuesta los mitos europeos fracasados, y corresponde a España derrocarlos de modo definitivo. Hay que poner al desnudo el grado de mentecatez que supone una democracia parlamentaria. Hay que enseñar a Europa que vive en absoluta ceguera política con sus artilugios desvencijados por los suelos, mereciendo de nosotros el desdén supremo". 



"El español se pudre entre los muros tétricos de una moral angosta, y hay que dotarle de una moral de fuerza y de vigor. El español vive sin ilusiones, arrojado de la putrefacción europea, en limosneo cultural, en perruna mirada hacia el látigo de la Europa enemiga, y hay que dotarle de ambición imperial, de señorío y de dominio; hay que convencerle y enseñarle de que Europa está hoy mustia y fracasada, y España tiene que disponerse a enarbolar a su vez el látigo y los mandos."


"Pero si aconteciese la victoria interior, si España venciese su actual crisis interna del lado favorable a su recobración nacional, entonces las perspectivas internacionales resultarían infinitas. Se atrevería a todo, y podría atreverse a todo. A recuperar Gibraltar. A unir en un sólo destino a la Península entera, unificados (ahí sí que cabe que se ingenien los partidarios de estatutos, federaciones y autonomías) con el gran pueblo portugués. A trazar una línea amplísima de expansión africana (todo el norte de este continente, desde el Atlántico a Túnez, tiene enterradas muchas ilusiones y mucha sangre española). A realizar una aproximación política, económica y cultural con todo el gran bloque hispano de nuestra América. A suponer para Europa misma la posibilidad de un orden continental firme y justo. (...) España tendrá que esperar, repetimos, a poseer una política internacional todavía algún tiempo. Mientras tanto, puede tener una sola, la de no encallar gravemente en el piélago de Europa y la de no acompañar a la catástrofe a potencias de destino muy dudoso".



"Es bien notorio que España permanece ausente, desde muchas décadas atrás, de los hechos europeos decisivos. España, en realidad, ha sido una víctima de Europa, mientras Europa estaba representada por los imperialismos galo e inglés, enemigos esenciales de España y de su resurrección como gran potencia. Pero esa Europa del inglés y del galo, vencedora en la gran guerra, es una Europa camino de la descomposición y de la ruina. (...) Sólo el triunfo en nuestra España de un movimiento nacional firmísimo pondrá a la Patria en condiciones de no pestañear ante las responsabilidades históricas, de carácter internacional, que se le echan encima. (...) El secreto de un nuevo orden europeo, que disponga de amplias posibilidades históricas, se resume en esta consigna que nos atañe: 'Resucitación española'". 





Contrástense las fuentes a través de http://revista-arbil.es/(76)hete.htm

lunes, 12 de agosto de 2013

LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (3ª PARTE)

 
 
Oliverio Cromwell
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
Gustaba de contar Thomas Hobbes (1588 - 1679) que su madre lo había traído al mundo en un parto prematuro, por el miedo que a la madre le inspiraba la noticia de la aproximación a Inglaterra de una poderosa cuanto sobrecogedora Armada Española, como nunca se había visto, con el propósito de invadir la isla. Esta Armada Española es vulgarmente llamada en la historia universal con el nombre de "Armada Invencible". Y teniendo en cuenta que no obtuvo su propósito suena a hiriente ironía llamarla así: es uno más de los goles que nos ha metido la excelente propaganda inglesa, siempre tan chauvinista y humorística.
Hobbes fue alumbrado por el terror de su madre y por eso el controvertido filósofo inglés llegó a decir: “El miedo y yo nacimos mellizos”.
Como a nadie se le oculta, la filosofía de Hobbes, además de ser un materialismo declarado que, cabalmente por su nulo recato, se ganara la fama de ateísmo, cristalizó en la fundamentación del absolutismo político. Esta fue la más imperecedera de las contribuciones de Hobbes a la filosofía: su teoría política. Sin los precedentes filosóficos presentados en LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (2ª PARTE) su filosofía no hubiera podido ser la que vino a ser. Estos antecedentes los hemos considerado con antelación, pero conviene recordarlos: herejía, anti-aristotelismo/anti-escolasticismo (en su vertiente nominalista y empirista) y pragmatismo embrionario (con su concepto de ciencia como “saber es poder”, técnica-magia en Francis Bacon).
 
Cuando Hobbes enunció aquella terrible frase que lo haría famoso (“El hombre es un lobo para el hombre”) el filósofo inglés estaba pensando, a no dudar, en el truculento fenómeno de la guerra civil, la guerra civil que tuvo lugar sobre suelo insular en vida de Hobbes; pero la efectista reducción del hombre a depredador (en estado de naturaleza el hombre es contemplado como un lobo carnicero que ataca al otro) se puede aplicar perfectamente a Inglaterra que, con la insofocable voracidad de un lobo, acechaba los territorios bajo dominio de la Monarquía Católica e Hispánica. Y con esa misma condición de lobo que acecha su ocasión para caer sobre su presa fue como el mismo Hobbes, por aquel entonces, inspiró el plan de posesionarse de alguna isla propincua al continente americano.  "Hobbes fue uno de los que idearon el plan gigantesco de la conquista de Sudamérica ara Inglaterra; y aunque no llegó a ejecutarse y se redujo a la conquista de Jamaica, queda a su autor la gloria de haber sido uno de los fundadores del imperio colonial inglés" -nos recuerda Oswald Spengler. Apoderándose de una isla caribeña podría instalarse una base desde la que lanzar las naves de la piratería inglesa a la conquista del Nuevo Mundo. Y tal propósito de conquistar América, en esos años, implicaba entrar en conflicto con España.
 
Hobbes seguía con ello la estela de sus más ilustres compatriotas, aquellos que habían sido formados en el odio a España difundido en los libros con ilustraciones de John Foxe. Hobbes es, en este aspecto de la política práctica (dejemos a un lado su  teoría política), un eslabón más de la cadena de filósofos ingleses que fundamentan el imperialismo británico y, antes de considerar los fundamentos del imperialismo británico más moderno, no podíamos soslayar al "mellizo del miedo", del miedo a España. La base que los ingleses tomarían para sus incursiones de hostigamiento a España, a la postre, sería Jamaica. Ésta había sido atacada en un primer intento frustrado el año 1596 y, tras sucesivos ataques, los ingleses vieron culminados sus esfuerzos en 1655 a manos del almirante William Penn y el general Robert Venables. Y ahora atendamos a las dos fechas: la de 1596 (primer intento infructuoso de tomar Jamaica) y 1655 (cuando por ende los ingleses granjean su presa). En los años que van del 1596 al de 1655 la misma Inglaterra había sido escenario de una revolución (larga y sanguinaria) que se cobró la testa de Carlos I de Inglaterra en el año 1649. Los graves conflictos (económicos, sociales, políticos y religiosos) que produjeron la revolución inglesa y las guerras civiles que se sucedieron en la isla británica no alteraron apenas la política exterior de Inglaterra en lo que atañe a España.
Desde tiempos del cisma de Enrique VIII era Inglaterra un hervidero. Y no había dejado de serlo en la primera mitad del siglo XVII. Bien lo sabía nuestro Francisco de Quevedo, cuando allá por 1636, en “La hora de todos y la fortuna con seso”, ponía en la boca del rey inglés: “Yo me hallo rey de unos estados que abraza sonoro el mar, que aprisionan y fortifican las borrascas; señor de unos reinos públicamente de la religión reformada, secretamente católicos”. La profusión de sectas, el catolicismo soterrado y perseguido, en definitiva: la escisión religiosa de la sociedad inglesa sería fuente de conflictos internos que la precipitarían en una larga revolución.
 
 

Carlos I de Inglaterra
 
Cuando el malhadado Carlos I era todavía Príncipe de Gales, Carlos vino a España (corría el año 1623) con el Duque de Buckingham. El propósito del principesco viaje era tantear el terreno con miras a concertar un matrimonio real del joven príncipe inglés con María Ana, la hija menor de Su Católica Majestad Felipe III de España. Cuando Carlos y el de Buckingham regresaron a Inglaterra, el coronel Henry Bruce expuso al Príncipe de Gales el concienzudo plan de conquistar la fortaleza y plaza de Gibraltar. Existía el antecedente de los holandeses que, en el año 1621, habían intentado tomar Gibraltar pero que felizmente habían sido repelidos por las naves de don Fadrique de Toledo.
A finales del mes de abril de 1656 (Carlos I había sido ejecutado mucho antes, en 1649) Oliverio Cromwell escribía al almirante Montague:
“Acaso sea posible atacar y rendir la plaza y castillo de Gibraltar, que en nuestro poder, y bien defendido, serían a un tiempo una ventaja para nuestro comercio y una molestia para España; haciendo posible, además, con solo seis fragatas ligeras establecidas allí, hacer más daño a los españoles que con toda una gran flota enviada desde aquí…”.
No es nuestro propósito recorrer exhaustivamente la historia inglesa, por eso nos basta con recordar estos hitos a manera de muestra. Fijando nuestra atención en estos episodios históricos deducimos que una sola fue la política exterior de Inglaterra para con España: hacernos la guerra a todo trance, incluso plantando a las bravas sus bases en el Caribe, pero también atreviéndose a plantarla en la península. Y esta política era así, con independencia de que Inglaterra padeciera las más tremendas turbulencias y guerras civiles dentro de sus fronteras, no sin graves consecuencias de todo orden derivadas de un conflicto interno. Bien estuviera bajo un monarca o bien se convirtiera transitoriamente en una república, Inglaterra mantenía su hostilidad contra España sin varianza y el plan maestro de John Dee, de Walter Raleigh, de Francis Bacon, de Thomas Hobbes, el plan de aniquilar a España, para adueñarse del mundo, permanecía inalterado.
 
Guerra a España en el Nuevo Mundo y guerra a España en la misma Península Ibérica. De tal manera que el proyecto expresado por el coronel Bruce a Carlos I persistía, tras años y años, en la mente política de Cromwell que decapitaría al mismo Carlos.
 
No fue, por lo tanto, una ocurrencia, no se trató de una eventualidad, en modo alguno fue una espontaneidad que, con la Guerra de Sucesión como telón de fondo, el almirante británico George Rooke se apoderara de Gibraltar en 1704: el sueño de Cromwell se hizo realidad, a partir de ese momento los daños para España serían incontables.

BIBLIOGRAFÍA:

-Thomas Hobbes, "The Leviathan".

-Oswald Spengler, "La decadencia de occidente"

-Francisco de Quevedo, "Los sueños".

-Ph. Chasles, "Olivier Cromwell, sa vie privée, sa correspondence particulière".

-Thomas Carlyle, "Letters and Speeches of Olivier Cromwell". 
CONTINUARÁ...
 
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