Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor
En estos aciagos días vemos cómo muchos dizque patriotas se acogen al republicanismo como el maná para la salvación patria. Ante el papelón ejercido por toda la casta del ¿abdicado? Juan Carlos, con toda la endémica corrupción del sistema, parece que la república se presenta como un plan mesiánico y arrebatador para nuestro futuro. Y esto ya resulta algo cansino e incoherente, porque no entendemos cómo se puede ensalzar el legado de los Reyes Católicos o de los Austrias mayores y acto seguido denostar la monarquía. Mucho ojo con esto, porque no estamos ante patriotismo, sino ante nacionalismo en todo caso, y nos explicamos:
-España jamás fue una república. Nuestra conciencia se engendra bajo la forma imperial romana y nuestra confirmación es bajo el reino visigodo, aun estando muy cerca el imperio bizantino (que dominó partes de nuestra patria durante dos siglos). La España perdida se restituye bajo la forma monárquica luchando contra el islam. Y esto se quiebra, con todos los matices que hay en el camino, cuando en 1833, buena parte de la nobleza y el ejército, con la ayuda del imperialismo británico y mercenarios de la Francia orleanista, dio un golpe de estado para imponer un liberalismo contra el cual la población se había desangrado años antes. Lo que sigue, hasta nuestros días, es consecuencia de eso, y no de la monarquía, ni tan siquiera de los Borbones propiamente dichos.
-Otrosí, está la leyenda rosa austracista (1) que algunos esgrimen con aires de grandeza. Y claro, naturalmente, si nos fijamos en los Austrias Mayores, todo nos parecerá parabienes. ¿Pero y los Austrias Menores? Digo, siendo fríos, ¿no se separó Portugal y perdimos nuestra hegemonía en Europa con la Casa de Austria? Y luego la Guerra de Sucesión a principios del siglo XVIII: ¿Por qué el archiduque de Austria irrespetó el testamento de Carlos II e invadió la Península aliado de Holanda y el imperio británico, los peores enemigos de España? Porque es gracias a la usurpación del irresponsable archiduque austríaco que los peores enemigos de España entraron a saco en nuestro propio y sagrado suelo.
Cierto es que el XVIII se caracterizó por el despotismo ilustrado, régimen nefasto que engendró monstruos, pero eso no es algo exclusivo de los Borbones, ni tan siquiera de Francia. El pombalismo portugués, el josefismo austriaco o la Rusia de Pedro el Grande son testimonios de cómo esta corriente política corrió como la pólvora por la Europa engendrada por la paz de Westfalia.
Y así como hubo reyes Austrias malos, también hubo Borbones buenos, como por ejemplo Fernando VI, gran regenerador de la economía nacional y artífice de una reconstrucción pacífica y de la confirmación de una de las marinas más potentes del mundo. Igual que hubo reyes godos malos y buenos, y reyes astures, castellanos y aragoneses malos y buenos. Al igual que hay españoles malos y no por ello se cree que haya que desaparecer España, lo mismo podemos decir para con la monarquía; máxime cuando esto que padecemos desde 1833 no es una monarquía propiamente dicha. De hecho, el régimen del 78 es parecidísimo al de una república; tanto así, que en verdad no se distingue.
-La república, en nuestra tierra, jamás ha arraigado ni jamás se ha preocupado por hacer patria. La primera fue un sainete que no llegó ni al año y que provocó un desenfreno sociopolítico que supo aprovechar, por desgracia, el liberalismo. La segunda, comenzando por una ridícula bandera que nada tiene que ver con nuestra historia, nos trajo cinco años de ignominia, para que al cabo del tiempo hayamos vuelto al mismo punto de partida. Porque reiteramos: En verdad, el republicanismo no empezó en España en 1873, sino en 1833, con el golpismo liberal que, asimismo, venía de haber pactado la secesión de los virreinatos americanos. No es casualidad que Maroto y Espartero, los artífices de la gran traición al pueblo carlista, combatieran juntos en Ayacucho, donde acabaron de traicionar la lucha realista indiana, como Pablo Morillo la traicionó en Venezuela, abrazándose con Bolívar e indultando, entre otros, al asesino Arismendi; como los liberales La Serna y Canterac la traicionaron en el Perú, dándole carta libre a su camarada San Martín, en verdad soldado español durante más de dos décadas y licenciado del ejército en plena guerra contra Napoleón. Luego todos serían artífices del liberalismo, y aliados de Inglaterra, el mismo aliado que tuvo el famoso archiduque de principios del XVIII, “casualmente”.
-No se engañen, “patriotas republicanos”: No están ante nada nuevo ni nada bueno. La historia es compleja y procelosa, y no hay que tomarla como la oferta más conveniente de un supermercado, porque si nos empecinamos en determinadas adaptaciones y conveniencias “ideológicas”, al final repudiarán a Blas de Lezo, gran héroe partidario de Felipe V, quien como la gran mayoría de vascongados y navarros, luchó por su rey legítimo (y no por una “nación-estado” que entonces no estaba en la cabeza de nadie) contra la invasión austríaca, holandesa y británica; siendo pueblos especialmente recompensados por los Borbones. Igualmente lo fue Cataluña al poco tiempo a pesar de haberse concentrado la resistencia austracista allí, pues de la época borbónica arranca el proteccionismo económico que hace que sea la burguesía catalana la que dirija la economía española; del XVIII es cuando se abole el tradicional y floreciente monopolio comercial andaluz-americano, saliendo beneficiados ciertos puertos catalanes. Asimismo, la bandera roja y gualda data de la marina de Carlos III.
Así las cosas, un servidor no intenta “vender” nada, pero visto lo visto, no está de más analizar la temeridad y demagogia de algunos irresponsables que están azuzando un republicanismo totalmente carente de contenido y esencia, y que en nada va a ayudar a reconstruir una España perdida que necesita una Reconquista, mirándose en estas horas tan bajas en el espejo de Covadonga y los mozárabes, en sus raíces más íntimas y aguerridas, y no en experimentos que nunca han ido con lo nuestro.
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(1)Véase: Leyenda rosa austracista