PARA UNA REAPROPIACIÓN DE GÓNGORA
Manuel Fernández Espinosa
Sobre la obra poética de Luis de Góngora siempre ha pesado la acerva incomprensión. Y una sombra de oprobio tampoco ha dejado de pesar sobre la figura del mismo Góngora, tan duramente atacado por Lope de Vega o por la maliciosa musa de Quevedo. No obstante, siempre tuvo sus valedores y los encontró tanto en su época como en la posteridad. Aunque se le atribuye a la Generación del 27 la recuperación de Góngora en el siglo XX, años antes, ya en 1922, cuenta Alfonso Reyes que Azorín había impulsado en fecha desconocida un "Góngora Club" -una sociedad "secreta" más de las que había ideado el ínclito noventayochista. Y, es cierto, que -como sentencia Alfonso Reyes al hilo de estas empresas culturales casi soterráneas de Azorín: "Pequeñas causas, grandes efectos". Que la pléyade poética del 27 se reuniera alrededor del centenario del tan preclaro cuan obscuro cordobés, bien pudiera ser uno de los "grandes efectos" resultantes de esos pequeños aportes azorinianos.
Los conocedores de la producción literaria gongorina concuerdan, por descontado que salvando a Quevedo que no lo podía ver ni en pintura (imaginamos que ni en el retrato de Velázquez), en que la poesía de Góngora es tolerable e incluso encomiable en lo que constituye su obra exotérica: romances, letrillas... Más popular, inspirada y clara como el agua cristalina. Sin embargo, a partir más o menos de 1610, su poesía se torna oscura. Cascales, uno de sus primeros críticos, lamentó ese viraje comparando la primera etapa con la de un "ángel de luz" y reservando a la última etapa de la poesía gongorina el calificativo de etapa propia de un "ángel de tinieblas". Son sobre todo la "Fábula de Polifemo y Galatea" y las "Soledades" las obras que le merecieron más incomprensión y sañudos ataques. Quevedo fue, sin duda, el más encarnizado de sus enemigos aludiendo más de una vez a los orígenes judaicos de Góngora, lo cual desmiente la prosapia de sus apellidos. Por Argote, era D. Luis descendiente de Ruy Martínez de Argote y, por lo Góngora, lo era de D. Ximeno de Góngora, ambos caballeros se hallaron en la Batalla de las Navas de Tolosa: Góngora era un hidalgo venido a menos que, al igual que Quevedo, podía tener tanta sangre judía en sus venas como la que tenía cualquier hidalgo español de aquel entonces, sin que se escapara el mismo Quevedo.
Según Menéndez y Pelayo la oposición a Góngora tuvo seis agrupaciones literarias como focos implacables de antigongorismo: 1) Los humanistas (Pedro de Valencia y el más arriba mencionado Cascales); 2) La escuela sevillana (con Jáuregui como portavoz); 3) La escuela nacional y popular que representaba Lope de Vega. 4) Quevedo al frente de la escuela conceptista y 5) La escuela lusitana que, representada por Faría y Sousa, elevaba a Camoens a modelo absoluto de toda lírica y épica.
Por lo que atañe a los defensores de Góngora pudiéramos decir que se alistaron Juan López de Vicuña, José Pellicer de Salas y Tovar, Martín de Angulo y Pulgar, Andrés de Almansa y Mendoza, Francisco de Córdoba, Juan Francisco Andrés de Uztarroz y Enrique Vaca de Alfaro Gómez... Y la lista se extiende a lo largo de las centurias hasta el mismo siglo XXI.
Si en la forma, también en el fondo, las "Soledades" constituyen el poema, a la vez que incompleto, el más ambicioso como el más esotérico del poeta cordobés. Pensó escribir cuatro "Soledades", pero sólo quedaron una íntegra y la segunda en estado parcial: poetas del 27, como Rafael Alberti, pretendieron completar las "Soledades" con relativa eficacia. Estamos por lo tanto ante una obra que aspiraba a la monumentalidad y que se vio truncada por razones varias que no es ahora el caso comentar. La complejidad del lenguaje culterano, las alusiones mitológicas y clásicas, el barroquismo llevado a sus retorsiones más extrañas arroja el resultado, en las "Soledades" de Góngora, de una escandalosa provocación para algunos en todas las épocas (Menéndez y Pelayo la calificará de "nihilismo poético"), por un lado, así como por otra parte suscita la admiración de cuantos han llegado a quedar fascinados por la medula que bajo cifra culterana quedó en esa obra que constituye un desafío para la inteligencia. Y, lo más importante, es un desafío lanzado por el mismo poeta a la posteridad; un reto a las inteligencias del que era consciente el mismo Góngora que, en su defensa, alega en una carta:
"Pregunto yo: ¿han sido útiles al mundo las poesías y aun las profecías (que vates se llama el profeta como el poeta)? Sería error negarlo; pues, dejando mil ejemplares aparte, la primera utilidad es en ellas la educación de cualesquiera estudiantes de estos tiempos; y si la obscuridad y estilo entrincado de Ovidio (...) da causa a que, vacilando el entendimiento en fuerza de discurso, trabajándole (pues crece con cualquier acto de valor), alcance lo que así en la lectura superficial de sus versos no pudo entender, luego hase de confesar que tiene utilidad avivar el ingenio, y eso nació de la obscuridad del poeta. Eso mismo hallará V. m. en mis "Soledades", si tiene capacidad para quitar la corteza y descubrir lo misterioso que encubren". (La cursiva es mía)
Las "Soledades" de Góngora no son, como escribió Menéndez y Pelayo, un sonrojante epílogo a una obra que era digna en su juventud: "Llega uno a avergonzarse -escribió Menéndez y Pelayo- del entendimiento humano cuando repara que en tal obra gastó míseramente la madurez de su ingenio un poeta, si no de los mayores (como hoy liberalmente se le concede), a lo menos de los más bizarros, floridos y encantadores en las poesías ligeras de su mocedad". Tampoco es un pedantesco y absurdo ejercicio poético -como parece a primera vista- que se resuelve en una vacía "jerigonza", tal como Quevedo denigraba el estilo del cordobés. Por muchos motivos: de sensibilidad estética en Menéndez y Pelayo o personales, en Quevedo, no se quiso ir al fondo de las "Soledades". Pero algo encubren las "Soledades", incluso a pesar de quedar truncadas: un mensaje que, toda vez descifrado, podrá mostrarnos la "filosofía" de Góngora, entendiendo como tal la visión del mundo que en su madurez quintaesenció en sus versos el desengañado y maltratado poeta que, tan pobre como injuriado por sus contemporáneos, se anticipaba siglos antes a lo que más tarde serían llamadas "vanguardias artísticas" desde un profundo sentido tradicional inspirado en los moldes griegos y latinos; con razón pudo Eugenio d'Ors ponerlo -en "El Valle de Josafat"- con Monteverde, diciendo de ambos: "Dos barrocos de la vanguardia. En ellos, la pasión rompe las formas. El barroquismo es el primer romanticismo. Es la interjección romántica, no articulada todavía". Si se hubiera limitado a la poesía de los romances y las letrillas, hoy no ocuparía el lugar que ocupa en nuestra literatura. Pero, no obstante, la importancia adquirida en la historia de la literatura siempre es relativa, dado que las etiquetas y los lugares comunes parecen exculparnos de penetrar la corteza de los textos para extraer su medula.
Es por ello que, a Góngora, como a todos nuestros grandes poetas, toda generación debe apropiárselo, hacerlo suyo a su manera, deshaciéndose de la ganga que mezcla en los manuales de texto "opiniones públicas" que no son más que "perezas privadas" y que, a la postre, impiden una asimilación. Pues, como atinadamente acertó a decir García Lorca: "A Góngora no hay que leerlo, sino estudiarlo".
En eso andamos.
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