San Eulogio de Córdoba |
SAN EULOGIO DE CÓRDOBA,
DE PERENNE MAGISTERIO
Por Manuel Fernández Espinosa
El sábado 11 de marzo del año 859, en Córdoba, era
decapitado San Eulogio por órdenes del emir musulmán. El martirio de San
Eulogio tiene lugar 353 años antes de la victoria de las Navas de Tolosa. ¿Por
qué ocuparnos de él? Queremos ser historiadores útiles, según la definición de
Giambattista Vico, esto es, de esos “que van hacia los mayores detalles y
revelan la causa particular de cada acontecimiento”.
La
prominente figura de San Eulogio, su vida y su martirio, serán así el detalle
que nos revele la causa particular de aquello –la Córdoba bajo dominio
musulmán- que está muy lejos de ser lo que el pensamiento único infunde en la
mentalidad de los desaprensivos españoles. El martirio de Eulogio de Córdoba lo convirtió en santo de la
Iglesia católica, pero su figura sigue, por culpa de una prepotente ignorancia
voluntaria, envuelta en una nebulosa. Este desconocimiento de la gesta de San
Eulogio y de los mártires cordobeses -y de otras partes de la Cristiandad-
dificulta la comprensión de su personalidad histórica y de la labor al frente
de la comunidad cristiana mozárabe.
En la
sucinta historia de la filosofía española que preparó doña Ana Martínez
Arancón, como anexo a la “Historia de la
Filosofía” de Emile Bréhier, podemos leer: “San Eulogio (…) curiosa mezcla
de fanatismo incitador al martirio y bibliófilo a la caza de códices valiosos”.
Esta es la burda caracterización que de San Eulogio se nos hace, muy en
consonancia con la línea que marcan todos los adictos a la fábula de las tres
culturas, secuaces de Roger Garaudy. Éste último llega a decir de San Eulogio que las
prédicas del sabio cordobés incitaron a los “mártires voluntarios” y que, por
producirse una plaga de éstos que hizo tambalear el statu quo del poder
musulmán en Córdoba hubo de reunirse un sínodo católico “…con el fin de tratar
de borrar esta epidemia de suicidas y, tras condenar la teoría de Eulogio sobre
el martirio, causante de la crisis, le entrega a las autoridades” (se entiende
que autoridades musulmanas). Lo que procura silenciar el excomunista
neomusulmán -Roger Garaudy- es que la jerarquía “católica” reunida en dicho
sínodo estaba formada por toda una pléyade de jerarcas que, aunque católicos nominalmente,
eran abiertos colaboracionistas del poder represivo musulmán.
Como
podemos ver, en los dos casos más arriba citados, la heroica resistencia de los
católicos cordobeses (hispano-romanos, visigodos y mestizos árabe-hispanos
bautizados) no sería otra cosa que el reprobable fruto de un brote fanático
contra las “legítimas” autoridades de ocupación. De tal forma que los mártires de
Córdoba vendrían a ser, en la historia, una especie de psicópatas fanatizados
que si fueron ejecutados por los musulmanes era por habérselo buscado con su
actitud provocativa. Y San Eulogio, como principal responsable intelectual de
este movimiento de resistencia, es considerado como un “fanático” que, como tal
fanático, tenía el don de fanatizar a sus seguidores.
Llamamos
“mozárabes” –en otras fuentes leemos: “mostaarab” ó “mixtiárabes”- a la
población autóctona (hispano-romana y visigoda) que quedó sometida tras el año 711.
Eran cristianos en territorio musulmán. Se trataba a todas luces de una mayoría,
pero una mayoría oprimida que vivía en lo que había sido su tierra, aunque este
territorio estuviera ahora dominabo y ocupado por una minoría musulmana con las armas de su parte. Los
mozárabes eran, por lo tanto, una mayoría segregada que vivía a merced de la
arbitrariedad del invasor ocupante que, en última instancia, tenía las armas
y detentaba el poder en una península que no le había ofrecido apenas
resistencia.
Desde el
711 al año 859 la infiltración árabe y norteafricana había hecho grandes
progresos en territorio hispánico. La mayoría mozárabe estaba siendo víctima de
una aculturación por la que se adoptaba indumentaria, costumbres y hasta la
lengua árabe de los invasores que gozaban de la supremacía del poder por las
armas. Las tradiciones latinistas estaban cayendo en olvido, la cultura
autóctona troquelada en los moldes de San Isidoro crujía haciendo crisis y fue entonces cuando,
justamente en la capital cordobesa, se planteó en una minoría culta que
atesoraba la tradición isidoriana, el frente de resistencia al arabismo
extranjerizante hegemónico. Fue el abad Spera-in-Deo, maestro de San Eulogio y
de Álvaro de Córdoba, quien mantuvo la llama encendida, inculcando en los
discípulos -eclesiásticos y laicos- que seguían sus lecciones el sagrado fuego
de la tradición latino-eclesiástica.
Eulogio
tuvo la posibilidad de viajar al norte de la península: estuvo en el monasterio
de Leire, en San Pedro de Siresa (Aragón) y logró traerse algunas obras
clásicas que en Córdoba habían desaparecido con la invasión mahometana. Entre estas obras
estaba la “Eneida”, por ejemplo. En efecto, vemos que San Eulogio fue -como
acierta a decir doña Ana Martínez Arancón: “un bibliófilo a la caza de códices
valiosos”. Pero, ¿fue un fanático?
“El único documento árabe hispánico llegado a
nosotros sobre un caso de martirio voluntario, especifica claramente que la
pena capital le fue impuesta solamente por la negación de la divinidad de Allah
y de la misión profética de Mahoma” –afirma Manuel Nieto Cumplido en su
libro “Historia de Córdoba. Islam y Cristianismo”.
En el “Indiculo Luminoso”, obra que se nos ha
conservado de Álvaro de Córdoba, podemos comprobar que la atmósfera de
tolerancia hacia los cristianos en Córdoba por parte musulmana sólo está en la
fantasía de los que, intencionadamente o por ignorancia, propalan ese mito
nefasto: “…cuando (los musulmanes) ven que los cuerpos de los difuntos (cristianos)
son llevados por los sacerdotes del Señor
para darles sepultura… ¿no es cierto que gritan: “¡Dios, no te compadezcas de
ellos!”, y que apedreando a los sacerdotes del Señor, insultando con palabras
ignominiosas al pueblo de Dios, arrojan estiércol inmundo…”. En esta obra
de Álvaro queda constancia de que la provocación no procedía, en modo alguno,
de los cristianos, sino de sus opresores. Lo que no podían comprender sus
verdugos era la integridad con la que los cristianos se inmolaban.
¿Era San
Eulogio el fanático que nos pintan sus detractores?
Sus propias
palabras que nos han llegado a través de los siglos pueden servirnos para
hacernos una idea de lo que predicaba: “Tampoco
hay que arrastrar a la fuerza al lugar de la lucha, a los que no se sienten
movidos por Dios…”.
Lo que sí
está claro es que los cristianos sometidos por el Islam plantaron frente en
Córdoba, resistiendo a los invasores que trataban de imponer su credo, por la
fuerza y por la astucia, y resistieron de la única forma que les quedaba:
ofreciendo sus vidas terrenas en el nombre de Cristo Señor Nuestro. Ellos, los
hombres y mujeres (sacerdotes, religiosos y laicos) de Córdoba y otras partes de la Bética, formados por
San Eulogio, fueron los primeros cruzados de Andalucía: 353 años antes de las
Navas de Tolosa.
San Eulogio de Córdoba, ruega por nosotros.
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