RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

lunes, 17 de agosto de 2015

EL MARABÚ Y LA DJEMÂA

Joaquim Pedro de Oliveira Martins
Imagen de maltez.info



Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor



Decía Adolf Schulten, aquel arqueólogo germánico enamorado de Tartessos, que en España pervive extraordinariamente lo arcaico. De lo arcaico en adelante se ocupó mucho Oliveira Martins, eminente polígrafo portugués, a quien tengo en estima como uno de mis historiadores de referencia. ¿Quién es capaz de dibujar historiografía en prosa poética? Pues nuestro caro lusitano, que fue definido como el historiador más artista de la península desde Menéndez Pelayo a Unamuno. História da Civilização Ibérica es un libro auténticamente delicioso. En unas doscientas cincuenta y dos páginas, Oliveira Martins nos sumerge en la historia peninsular, desde la antigüedad más remota hasta el siglo XIX que le tocó vivir. Con respecto a los iberos aporta datos curiosos, estableciendo dos figuras “histórico-étnicas” principales (amén de similitudes craneales): El marabú y la djemâa. El marabú en tanto y en cuanto a la figura del “príncipe guerrero-sacerdotal cercano al pueblo”, alejado de los “reyes-divinidades lejanas” que se van a dar en otra amplia gama de culturas.

Dice Oliveira Martins que cuando los hijos de Hispania se han visto presa de la desorganización, han acudido a sus tradiciones indígenas más primigenias cual arcano sublime, tal y como en el Medioevo nobles y plebeyos dejaban claro al monarca en las cortes de Aragón sus deberes. ¿Qué diremos del castellano “nadie es más que nadie”? Y ahí entraría la djemâa como “núcleo poblacional-político”, como germen del municipalismo más celoso. Si a esto añadimos características como una  alta conciencia de libertad, una mentalidad autárquica, el culto a los antepasados o el amor irrefrenable por la lengua materna, así como el tipo de agricultura y organización socioeconómica y militar, veremos que Oliveira Martins no era un acróbata romántico, sino un buscador perspicaz y transparente que situaba estas características primordiales en el norte de África, la península ibérica y algunos puntos de la península italiana.

Comprendemos que Oliveira Martins escribía en el XIX y se hacía eco de corrientes muy de su época, y hoy es más que discutible que sea irrefutable un origen norteafricano de los iberos, así como sabemos que los bereberes no proceden del tronco cultural semítico; de hecho, estos paralelismos no se van a dar en las culturas semitas. Empero, resultan esclarecedoramente fulgurantes estas evidentes reminiscencias en distintos planos, que también se verán a posteriori en la difusión del cristianismo: El paleógrafo Bischoff avistó el influjo norteafricano en la liturgia, ¿y qué decir de la influencia de San Agustín de Hipona y Cipriano de Cartago?

Los pueblos hispánicos, viendo como tantos otros pueblos del mundo en su solar el paso de distintas oleadas, han conservado ese sustrato tan arcaico como libre que Schulten y Oliveira Martins supieron ver y defender. No nos extrañe que sean prácticamente idénticas las descripciones grecolatinas sobre los celtíberos y el pavor de la Grande Armée bonapartista ante los guerrilleros españoles. La guerrilla es otra gran figura característico-atávica para Oliveira Martins. Asimismo, no nos extrañe que romanos y árabes harto coincidan en sus descripciones sobre los bereberes. Empero, los pueblos berberiscos, aun singulares, han perdido mucho de su esencia y libertad. Su tierra se vio invadida por el alfanje mahometano, alfanje que sangró al pueblo bereber para que éste luego se desangrara en la conquista de Hispania, cuando la minoritaria élite arábiga acabó desplazándolo. Fue el bereber el que ya en el siglo VIII se lanzó a luchar contra el árabe y provocó el temprano desquiciamiento de Al Andalus. Hasta en esto desbarran los alandalusistas, seguidores apocados de Américo Castro y Blas Infante. El mundo andalusí no fue ni por asomo “homogéneo árabe”, y se olvidan que fue un estado esclavista. En ciertos momentos algunos andalusíes quisieron aliñar lo bereber y lo indígena, que era el grueso popular, y fracasaron, pues el islamismo, “religión ideológica“ del kismet fatalista, asimila mal y digiere peor la realidad y la variedad; en Al Andalus se encontraron los omeyas y samiyyun sirios, los almorávides y los almohades, los esclavos y guardias eslavones, los esclavos negros... Mas sin nexos claros, sin identidad raigal. Así, los pueblos ibéricos, levantiscos, tozudos y en no pocas ocasiones peleados entre sí, viendo su esencia y rescatando su ideal patrio al calor de la santa cruz que en comunión con la añoranza del reino visigodo de Toledo les había dado tan sacro testigo; sacaron a relucir su nativo genio en las ocasiones más dificultosas: Ben Hafsun o el Cid Campeador por ejemplo. ¿Veremos aquí parecidos razonables desde lo iberocelta a lo amazigh? Es posible. La palabra “jinete” es de origen bereber, y el Inca Garcilaso nos recuerda que su tierra se conquistó a la gineta.

Los pueblos berberiscos, acaso antepasados de los nativos de las Islas Canarias, siguen desde Marruecos a los lindes egipcios sojuzgados, cuasi escondidos en áreas recónditas, llamados “bárbaros” por los árabes. Y hemos aquí que aquí no pían aquellos próceres del “anticolonialismo tercermundista”, cuando la realidad es que los nativos del África septentrional siguen invadidos y colonizados, pero no esperemos que el chavismo y adláteres suelten alharacas por ello. Nos hablan con Antonio Gala e Isabel Gemio de un "islam abierto", pero lo cierto es que el islam se cierra en banda hasta contra los pueblos que le dan fe.

Con todo, urge que ante tanto falso, subvencionado, maniqueo, ridículo y estridente paraíso andalusí, rescatemos nuestro genio nativo, moldeado en la lengua y el derecho de Roma, el empuje visigodo y en la fe que mueve montañas.

martes, 11 de agosto de 2015

SOBRE UN ARTÍCULO DE FRANCISCO CANALS VIDAL

Francisco Canals Vidal

LAS CLAVES DE LOS NACIONALISMOS CENTRÍFUGOS


Manuel Fernández Espinosa





 
Ayer teníamos la ocasión de leer un interesante artículo que era rescatado por SOMATEMPS de la hemeroteca, artículo titulado "Dostoyevski y los nacionalismos hispánicos" (ver enlace) y cuyo autor era D. Francisco Canals Vidal (1922-2009).
 
El autor es una de las eminencias de nuestro pensamiento del siglo XX y el artículo original veía la luz el jueves 22 de septiembre de 1983 en "La Vanguardia", siendo publicado ayer 10 de agosto de 2015 por SOMATEMPS. El artículo trata de ser una reflexión sobre el "misterio profundo" que subyace en los nacionalismos centrífugos, especialmente considerados el vasco y el catalán. Se muestra interesante cuando sondea el origen de ambos señalando el fondo atávico de un "tradicionalismo" ancestral, sin embargo su punto de partida nos parece más que discutible y lo vamos a poner en cuestión con el máximo respeto que nos merece D. Francisco Canals, por lo que será oportuno tener presente que su artículo se ajustaba a lo que era un artículo de opinión, lo que hace disculpable de antemano que no pudiera desarrollarse de un modo más exhaustivo. Dicho esto, vayamos al punto de partida con el que no estamos de acuerdo y trataremos de razonar nuestra discrepancia. 
 
"Mi reflexión -escribía Canals Vidal- parte de la manifiesta singularidad. extrañamente silenciada, de la historia de estos pueblos: secularmente aferrados a sus «leyes viejas» y a sus tradiciones y que vivieron más alejados que otros pueblos hispánicos de las corrientes culturales que han caracterizado a la Europa moderna: el Renacimiento, el racionalismo, la ilustración, el liberalismo de la Revolución francesa."
 
Vamos a verlo:
 
1º Canals comete el inveterado error de enfoque que más tarde será recurrentemente sostenido por la historiografía oficialista, a saber: que esa actitud de arraigo a las tradiciones que cuajó en el carlismo del siglo XIX fue algo así como exclusiva de los vascos y de los catalanes. Desde 1998 en que nos aplicamos a investigar el fenómeno del carlismo andaluz al hilo del caso de nuestro paisano D. Miguel Sancho Gómez Damas (5 de junio de 1785 - 11 de junio de 1864) lo que nuestra labor ha logrado es poner de manifiesto que el carlismo fue un fenómeno más extendido de lo que esta percepción tan localizada mantiene. Y a lo largo de muchos artículos en estos años hemos dejado constancia de que el carlismo no fue un fenómeno restringido a ciertas zonas septentrionales de España, sino que fue un fenómeno que afectó a la totalidad de España. No fueron las provincias vascongadas y Cataluña las únicas regiones carlistas, sino que Andalucía, Castilla, La Mancha, Extremadura, etcétera también tuvieron un fuerte arraigo carlista, por lo que la "singularidad" que nota D. Francisco Canals no puede pretenderse exclusiva de Euskalherría o Cataluña. Esto que decimos no deja de reconocer que el esfuerzo de guerra estuvo concentrado geográficamente en Cataluña y Euskalherría, con el conseguiente desgaste material y moral sobre las poblaciones que las habitaban. En nuestro artículo "Tribulaciones del carlismo en camino a su reintegración" lo decíamos: "Es cierto que, con el inicio de la Guerra de los Siete Años, los leales a Carlos María Isidro, por razones geográficas y militares, se concentrarían en ciertas zonas vasconas, catalanas y valencianas y en estas tierras el conflicto se recrudecería, suponiendo un altísimo coste en vidas y hacienas para las poblaciones autóctonas de esos territorios, los más afectados" (NIHIL OBSTAT, nº 24). Pero otra cosa es tomar la parte por el todo.
 
2º Sostiene Canals que Cataluña y Vascongadas son pueblos "que vivieron más alejados que otros pueblos hispánicos de las corrientes culturales que han caracterizado a la Europa moderna: el Renacimiento, el racionalismo, la ilustración, el liberalismo de la Revolución francesa." Si entendemos por pueblo exclusivamente a la población rural compuesta por campesinos, el baserritarra vasco o el payés catalán no estarían más alejados de las novedades que lo estaban un horticultor valenciano o un jornalero andaluz. En el siglo XVIII, cuando los ilustrados españoles querían imponer nuevos métodos en la agricultura peninsular, el refrán que cundía por toda España era uno la mar de expresivo:


"Ara hondo, cava profundo, echa basura
y cágate en los libros de agricultura". 


Si atendemos a las elites catalanas y vascas podríamos decir incluso que fueron más receptivas que las de otras regiones a la penetración de modas culturales e ideológicas. Veámoslo con ejemplos elocuentes: Juan Boscán (Barcelona, 1492 - Perpiñán, 21 de septiembre de 1542) fue, con Garcilaso de la Vega, uno de los principales introductores del renacimiento italiano, importando la métrica italianizante contra la que reaccionaba el mirobrigense Cristóbal de Castillejo (Ciudad Rodrigo, 1490 - Viena, 1550) con una virulenta campaña a favor de la métrica castellana, patentizada en muchos de sus versos, de los cuales podemos escoger estos:
 
 
Bien se pueden castigar
A cuenta de anabaptistas,
Pues por ley particular
Se tornan a baptizar
Y se llaman petrarquistas.
Han renegado la fee
De las trovas castellanas,
Y tras las italianas
Se pierden, diciendo que
Son más ricas y loçanas,
 
La Ilustración europea penetró en España de la mano de los "Caballeritos de Azcoitia", con Xavier María de Munibe, Conde de Peñaflorida, José María de Eguía y Manuel Ignacio de Altuna que en 1763 presentaron el plan de lo que sería la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, aprobada en 1765, entidad que fue el paradigma de las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País que se extendieron por toda España.
 
Sostener que Cataluña y las Provincias Vascongadas fueron algo así como zonas impermeables a cualquier europeísmo es un mito. La misma posición geográfica que ocupan, lindera con Francia y abiertas en sus puertos (Bilbao o Barcelona) las hacen ser precisamente todo lo contrario. Cataluña ha sido siempre uno de los territorios más receptivos a las modas filosóficas extranjeras: baste pensar la influencia del pensamiento escocés en el pensamiento catalán del siglo XIX que, como afirmaba Francisco Mirabent: "En Cataluña han sido las tendencias filosóficas de Martí de Eixalá y de Francisco Javier Llorens, en las que se encuentran los mejores rasgos de nuestra constitución espiritual: el tino (seny) y el sentido de la realidad [...] Esta escuela y el nombre de Balmes dan a Cataluña una dignidad y eficacia filosóficas." Esto será una constante que, pasando por Eugenio d'Ors, llegará hasta los círculos intelectuales de la burguesía barcelonesa en plena época franquista. Y en Vascongadas, sin el puerto de Bilbao no se entiende que Miguel de Unamuno pudiera ser uno de los primeros europeos que leyera al danés Søren Aabye Kierkegaard. Y sin que nos detengamos mucho más, digamos que no sólo fueron modas intelectuales, sino también políticas: merece recordar que el anarquismo entró en la Península Ibérica por Cataluña.
 
El punto de partida del artículo de D. Francisco Canals que comentamos acusa como vemos dos tópicos difícilmente aceptables. La "singularidad" que halla el pensador en Vascongadas y Cataluña como fundamento subyacente que explicaría el nacimiento de sus respectivos nacionalismos no estaría en su "tradicionalismo" ancestral, una de cuyas expresiones sería la presunta impermeabilidad refractaria a las novedades europeas (que no creemos que fueran más pronunciadas en estas regiones que en las del resto de España, dependiendo del sector social al que atendamos), sino que habría que buscarla en otros factores que intervienen (soslayados): creemos que sería más acertado irlas a buscar en el romanticismo (no hay nacionalismo sin romanticismo) y en el hecho -muchas veces llamado "diferencial"- de contar respectivamente con su propio idioma: uno, con el prestigio de la antigüedad literaria y el otro, el vasco, con el prestigio de lo arcaico. 
 
Los nacionalismos catalán y vasco, surgidos en la segunda mitad del siglo XIX, no encuentran su razón de ser en el tradicionalismo que habían abrazado vascos y catalanes y por el que habían derramado su sangre en las guerras carlistas. Esto es uno de los errores que difunden los publicistas liberales como Federico Jiménez Losantos, César Vidal o Arturo Pérez-Reverte y es totalmente falso.
 
El fenómeno del nacionalismo centrífugo vasco y catalán hay que entenderlos cabalmente como productos de la modernidad revolucionaria que tiene esa capacidad de poner las cosas del revés, como bien percibió el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante cuando, tras años de ausencia, se reencontró con la Cuba castrista:
 
"Al encontrarse él con lo que Lisardo Otero llamaría la realidad revolucionaria sintió agudamente la extrañeza: estaba en su país pero de alguna manera su país ya no era su país: una mutación imperceptible había cambiado las gentes y las cosas por sus semejantes al revés: ahí estaban todos pero ellos no eran ellos, Cuba no era Cuba".
 
Guillermo Cabrera Infante, "Mapa dibujado por un espía".
 
Y aquí sí, Francisco Canals ofrece en su artículo comentado una pista que merece seguirse, cifrada en la frase de Dostoyevski que sirve a nuestro autor para tratar de comprender el fenómeno nacionalista. Los nacionalistas, viene a decir Canals, vendrían a protestar contra la España moderna, liberal y centralista, en virtud de lo que Dostoyevski revela en el caso ruso: "Esa protesta ha sido siempre inconsciente; el alma rusa protesta inconscientemente en nombre de su cultura auténtica, original, propia y reprimida."
 
  

jueves, 6 de agosto de 2015

DEL ARQUETIPO DEL REY PERDIDO


Alfonso I el Batallador, Foto: Comarca de las Cinco Villas


MITOLOGEMA REFLUCTUANTE


Manuel Fernández Espinosa


Cuenta Suetonio que, tras la muerte de Augusto (todo indica que a instancias de Tiberio o bien de Livia, actuando ésta en nombre de Augusto, con o sin la complicidad de Tiberio), se dio la orden de asesinar a Póstumo Agripa que había sido desterrado a Sorrento y, más tarde, a Planasia. De su asesinato se encargó el tribuno militar que lo tenía bajo su custodia, tras recibir la orden. "Tiberio no divulgó la muerte de Augusto sino después de que el joven Agripa fuera eliminado" -nos dice Suetonio. Todo estaba ordenado en función de alcanzar el poder sin disputa ni rivales, suprimiendo a Póstumo Agripa según la costumbre romana, pero Tiberio no contaba con que un siervo de Agripa Póstumo, llamado Clemente, protagonizaría tal vez el primero de los episodios en que, tras la muerte de un rey o pretendiente a rey, no sólo se alimenta la leyenda de seguir vivo, sino que el difunto es suplantado por un impostor.
 
Clemente -según nos cuenta Tácito- planeó la liberación de Póstumo Agripa, pero cuando llegó a Planasia ya se lo encontró muerto. No se arredró el audaz Clemente y, robando las cenizas de Póstumo Agripa, se escondió en Etruria, aguardó a que le creciera la barba y el pelo y a través de sus cómplices "difunde el bulo de que Agripa está vivo, primero en conversaciones disimuladas, con el aire de las cosas prohibidas, y luego con vagos rumores a los oídos prontos de la gente ignorante, para abordar luego a los turbulentos y, por ello mismo, ansiosos de situaciones revolucionarias." El impostor Clemente lo hizo tan bien que "cuando desembarcó en Ostia, lo acogieron enormes multitudes y, ya en la Ciudad, asambleas clandestinas". Terminó mal Clemente. Pero cumplía aquí dar noticia de este episodio que, a lo largo de la historia, se replicará en distintas épocas y latitudes.
 
Pasaría de alguna manera con Rodrigo "el Postrimero", último de nuestros reyes visogodos, tras la derrota del Guadalete; aunque la poca ejemplaridad moral de su reinado (acusado por la gran parte de la tradición de desaprensivo y lujurioso) prolongaría la leyenda de su supervivencia tras Guadalete, pero no para volver a reinar, sino para hacer penitencia por la calamidad en que había sumido a España. Así cuenta Pedro de Escavias que: "E el rrey don Rrodrigo, a las vezes fuyendo e a las vezes tornando, sufrió mucho la batalla. Pero al fin, los cristianos, seyendo los más dellos muertos, fueron venzidos e puestos en fuida. E aquí non se sabe qué fue del rrey don Rrodrigo, ni si murió o escapó, salvo que la corona, e los paños rreales, e su divisa, e los zapatos adornados de oro e de piedras preçiosas, e su cavallo que dezían Orelia fueron fallados en vn tremedal [...] E dende en adelante, no se supo más qué fue del rrey don Rrodrigo sino que, después, dende a tiempo, en la çibdad de Viseo que es en Portogal, fue fallado vn luzillo en que avía vnas letras escritas".
 
Tampoco dejaría de alentar la leyenda con la figura del gran rey aragonés Alfonso I el Batallador que a consecuencia de las heridas recibidas en la batalla de Fraga (17 de julio de 1134) fue muerto en septiembre de ese mismo año, sin embargo, no pocos supusieron que había sobrevivido como para hacer una peregrinación a Tierra Santa y volver luego para dar la batalla. El relato que hace Orderic Vital sobre los últimos días de Alfonso I el Batallador en su "Historia eclesiástica" pertenece a la ficción literaria "lleno de fanática y fúnebre truculencia" (en palabras de José Ángel Lema Pueyo).
 
Calificar de simples imposturas estas estratagemas de poder sería un reduccionismo insatisfactorio. Károly Kerényi nos ha enseñado que un "mitologema" es un material mítico complejo que continuamente se revisa, plasma y reorganiza. Ni siquiera en épocas tan áridas como la que abrió la modernidad ha podido sofocarse las fuerzas elementales de estas "materias mitológicas", pues el mito no es una simple fábula increíble. El mitologema del "Rey Perdido" (tan antiguo y universal) se activa cada vez que la situación histórica es apta, si hay los adecuados catalizadores para hacerlo reflotar en la historia, extrayéndolo de los fondos del inconsciente colectivo. Con la revuelta comunera y con las germanías ocurrió en España con el personaje del Encubierto, pero tal vez -en la Península Ibérica- este mitologema no haya mostrado sus potencialidades con tanta exuberancia como con el "sebastianismo portugués". Es sabida la historia de la desaparición de Sebastián de Portugal en Alcazarquivir (año 1578), pero Gonzalo Eanes de Bandarra, el zapatero de Trancoso, inspirado en las profecías de San Isidoro de Sevilla (que a su vez inspiraría también el mesianismo alrededor del Encubierto de las comunidades y de las germanías españolas), alentó la idea de que Sebastián no había muerto y fincaría la esperanza de sus súbditos en su retorno. Eugenio d'Ors, comentando el particular, escribió: "El Infante Don Sebastián regresará algún día, del África donde desapareciera, para consuelo y glorificación de la saudade y de la fidelidad de los portugueses... ¿Hay algo más auténticamente popular que todo eso y que el verdadero sistema legendario que sobre tales leyendas estatuyen ciertos pueblos, fáciles al alma en pena, como los gallegos y los bretones? Sí, hay algo más popular todavía. Y es la conservación de "arquetipos", a cuyo molde la contingencia histórica se entiende ajustada."
 
Al igual que Clemente puso en un brete a Tiberio, el toledano Gabriel de Espinosa (conocido como "El pastelero de Madrigal") suplantó la personalidad de Sebastián de Portugal, prestándose a secundar una conspiración elaborada por el agustino fray Miguel de los Santos, partidario del Prior de Crato. La aventura de Gabriel de Espinosa terminó fatalmente en 1595 cuando se le ejecutó. Felipe II no se anduvo con chiquitas. A pesar del desenlace con la frustración de los planes del agustino, sin la base del sebastianismo, alentado por las trovas del zapatero Bandarra, el intento hubiera sido imposible.
 
No siempre sucedió el fracaso a los que lo intentaron, aunque no les durara mucho el éxito. Desde el 21 de julio de 1605 al 17 de mayo de 1606 fue Zar de Rusia Dimitri, bajo el nombre de Dimitri I Ivánovich. Era el tercero de los impostores que pretendió ser hijo de Iván el Terrible.
 
Cabe distinguir el arquetipo supra-histórico del Rey Perdido, dijéramos que instalado en el inconsciente colectivo, separándolo de las concreciones históricas que, cuando se han dado, han fracasado a corto o medio plazo. Rómulo no puede compararse a Clemente, permanece en la figura de las "inmortalidades terrenas" que, para Eugenio d'Ors, están "eximidas por la imaginación del tributo que el común de los seres vivos paga a la muerte". Para el filósofo catalán, los santos cristianos o los dioses homéricos intervienen en las batallas de sus pueblos "en virtud de una perpetua accesibilidad a lo histórico".
 
En tiempos revueltos, de anarquía e injusticia, el Rey Perdido, el Emperador Dormido, el Gran Monarca siempre parece que despierta. Los fracasos de quienes han querido usurpar su personalidad no son, en modo alguno, una refutación. Las frustraciones de los planes de cuantos han querido suplantar al Monarca son, más bien, la confirmación de que éste está por llegar.
 
 
 
BIBLIOGRAFÍA:
 
Cayo Suetonio Tranquilo, "Vidas de los doce Césares", Biblioteca Básica Gredos.
 
Publio Cornelio Tácito, "Anales", Biblioteca Básica Gredos.

Escavias, Pedro de, "Repertorio de Príncipes de España", Instituto de Estudios Giennenses.
 
Lema Pueyo, José Ángel, "Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y Pamplona (1104-1134), Ediciones Trea.
 
D'Ors, Eugenio, "La Ciencia de la Cultura", Ediciones Rialp.
 
De Sousa Silva Costa Lobo, A., "Origens do Sebastianismo".
 
Kerényi, Károly, "Prolegomeni allo studio scientifico della mitologia".

Mérimée, Próspero, "Los falsos Demetrios. Episodio de la historia de Rusia", Editorial Lorenzana.

 
 

miércoles, 5 de agosto de 2015

MASONERÍA, SATANISMO Y EXORCISMO

D. Ricardo de la Cierva, foto: Blog APOSTOLADO CABALLERO DE LA INMACULADA

RICARDO DE LA CIERVA FRENTE A LA MASONERÍA
 
 
Francisco Párraga Jiménez
 
 
 
“Masonería, Satanismo y Exorcismo”. Con este título, el célebre y reconocido historiador Ricardo de La Cierva nos ofrece una aportación más sobre unos temas más que palpitantes a día de hoy, si bien poco conocimiento se tiene de ello por parte del público en general. En un mundo donde los nubarrones se ciñen sobre el sentido de la propia Investigación Histórica, carente de honestidad, y donde la idílica y utópica idea de objetividad debe ser superada ya, pues, mis condolencias para los más optimistas, pero la objetividad no existe, De La Cierva nos transmite un nuevo aporte sobre la investigación “Mater” que ha ocupado gran parte de su vida: “La Masonería”. Pero con un factor añadido que es el que singulariza la importancia de esta obra, que es la concurrencia y conexión entre la masonería, el satanismo y el exorcismo. La cuestión es bien sencilla. Estos tres factores están unidos de alguna forma por lo que individualizar cada concepto resulta una tarea muy delicada y espinosa. De ahí que tratar un único concepto suponga la incorporación y mención de los demás vocablos.
La clave de la obra, ya la está introduciendo en sus primeras páginas: “No todos los masones son satánicos, pero Sí, todos los satánicos son masones”. La Masonería siempre se ha planteado como una organización secreta destinada a obrar el bien, pero no es así. Según de la Cierva, más bien se trata de una asociación diabólica que engaña incluso a sus propios integrantes, haciéndoles saber que algún día conocerán “el secreto” y el sentido de su ingreso en dicha fraternidad, pero que al final del trayecto todo resulta ser una falacia. ¿Su objetivo? Argumentan que el perfecto masón es igual que Dios, o incluso mejor que él. De nuevo, vemos la conexión entre la masonería y el satanismo en el contexto de esos ángeles caídos que osaron discutir el poder divino. El autor, sostiene cada afirmación que formula con todo tipo de documentación que va desde el mismo Catecismo de la Iglesia Católica, pasando por todo tipo de fuentes que permiten ofrecernos una visión contrastada. Son fuentes, en este caso, que provienen incluso de personas que han dejado de abrazar la doctrina luciferiana, y que con sus escritos quieren hacernos ver por su propia experiencia (Jim Shaw, entre otros) que esa corporación conduce a la oscuridad y no a la luz. De la Cierva nos sorprende con la explicación íntegra del conocido “Grado 33” con el ritual de la “Comunión Negra” al igual que con la traducción completa del ritual del exorcismo que practican los sacerdotes en su lucha contra el mal. Además hace un recorrido sobre los difíciles avatares que han soportado los exorcistas incluso en el mismo seno de la iglesia donde, a nuestro pesar, hay cada vez más miembros eclesiásticos que no dan importancia al sentido de sus actuaciones. Y no creer en ello, es no creer en el demonio, y precisamente, éste es el objetivo de Satanás.
En definitiva, de la Cierva pretende con esta obra, al igual que con todas sus obras, luchar una vez más contra los pesares que invaden la actualidad cristiana. A saber, la incredulidad, la pretensión de situar a la ciencia por encima de la Fe, la impiedad o la infiltración masónica en la misma iglesia. Son aspectos que nos pueden conducir al pesimismo, pero tampoco olvidemos ese mensaje de Cristo que hizo a Pedro líder de la Iglesia: “Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella”.
masoneria, satanismo y exorcismo-ricardo de la cierva-9788488787651
Portada del libro "Masonería, Satanismo y Exorcismo"
Casa del Libro
 

domingo, 2 de agosto de 2015

PERUANOS: ¡VIVA LA INDEPENDENCIA!

Imagen de peruroutes.com


Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor



*ADVERTENCIA:

SI VUESA MERCED CARECE DEL MÁS MÍNIMO SENTIDO DEL HUMOR O LA IRONÍA, LE RECOMENDAMOS VIVAMENTE QUE NO LEA ESTAS LÍNEAS. ¡GRACIAS!



A todos aquellos peruanos que celebran la independencia y que aprovechan cada 28 de julio para insultar a España o a los españoles (o sea, no a todos los peruanos; aclarado sea para los cortos de mente, que suelen ser muchos en todas partes del mundo):

¿Saben qué? Les doy la razón. Por supuesto que sí. ¡Les doy la razón! Al igual que le doy la razón a los ecuatorianos que fueron saqueados y masacrados por vuestros antepasados, pero naturalmente, ustedes no tienen la culpa de eso. Como tampoco tienen culpa de que, según dice su compatriota José Antonio Pancorvo (alguien que nada sabe de historia, filología, poesía, teología y etc.;) en un libro horrible llamado Demonios del Pacífico Sur (Ed. Mesa Redonda),  el Perú conquistó tres veces Chile: La primera vez fueron los nobles incas que ayudaron a Valdivia en esa terrible invasión; la última, el virrey Abascal, que tuvo la osadía de invadir también Bolivia (que entonces, por culpa del expansionismo peruano, se llamaba Alto Perú) y someterla a gobernación peruana.



Imagen de www.youtube.com




En 1492, una vez conseguida la reunificación nacional española tras la capitulación de Boabdil y sus moros en Granada, dijo Elio Antonio de Lebrija, el primer gramático de la lengua castellana: “Hispania restituta est”. El objetivo de los reyes castellanos, aragoneses y portugueses era retomar el norte de África, que había sido hispano hasta la llegada del islam. No se pensaba en “otras aventuras exteriores”; bastante tenían ya los portugueses en el África Negra, donde los reyezuelos negros vendían a sus hijos como esclavos, y donde los árabes controlaban ese negocio, al igual que los turcos controlaban la esclavitud del Mediterráneo; Mediterráneo en el que Castilla se tuvo que meter por mor de la corona de Aragón, defendiendo sus intereses en Italia; cuando la política castellana era tan atlántica como Portugal; y hasta era amiga de Francia, pero tuvo que sacrificar sus intereses y encima ganarse fama de centralista e impositora. Y nada de eso merece películas lacrimógenas de Hollywood, por supuesto. Y sin embargo, justo en ese año de 1492, aparece Colón, un misterioso italiano que, no contento con las barrabasadas de sus antepasados en España, esos romanos invasores que nos trajeron espada y religión impuesta de la Triada Capitolina, un derecho extraño, y vaciaron nuestras minas (encontrándose con una guerra de resistencia de 200 años, muy superior al mito de Asterix y Obelix); presentó un seductor plan a Fernando de Aragón e Isabel de Castilla para venir a unas tierras muy lejanas, que él dijo que eran las Indias pero resulta que era un Nuevo Continente. Así, España tuvo que sacrificar toda su política teniendo que encabezar una compleja legislación y una fuerte armada para algo que no había buscado realmente. La emigración y también las guerras creadas por la avidez de otras potencias, asimismo, supuso una sangría demográfica de la que nunca nos recuperamos.

Por cierto, hablando de minas, ya veo lo vacías que están las minas peruanas. Es mentira eso de que entre Estados Unidos, Canadá y Suiza saquen la misma cantidad de material cada año que la que España sacó en tres siglos de nefasta y olvidable época colonial, que no virreinal. Sí, porque bien sé que el Perú en verdad nunca fue un virreinato con las mismas leyes (e incluso con más mano izquierda y mucha menos rigurosidad) que en la España europea; no, el Perú era una colonia de esclavos que se padeció tras la conquista, y en esas guerras de conquista que sólo organizó España (sin parangón en el mundo entero), participó, entre otros, el negro Juan Valiente, uno de los conquistadores de Chile, un invasor venido del África tropical; al igual que los negros curros (libres) de Sevilla y Cádiz, que invadían las calles de La Habana al servicio de un malvado sistema.

Mis antepasados, con “oficio de campo” según reza en mis modestas investigaciones genealógicas, jamás partieron para América; sin embargo, con este sistema opresor que se creó en 1492 (sí, porque aunque al Perú no se llegara hasta más tarde, ya todo el mal estaba programado), tuvieron que padecer que, mientras que ellos no tuvieron tumba reconocida, el Inca Garcilaso fuera enterrado con todos los honores en la catedral de Córdoba; eso, luego de que este señorito mestizo invasor luchara a punta de espada contra los rebeldes moriscos de las Alpujarras, mientras que los nobles incas se paseaban pavoneándose de sus títulos por Madrid y Valladolid; y mis antepasados, trabajando la tierra.

En el siglo XVI, Hernandarias Saavedra, criollo, era nombrado gobernador de Asunción, mientras que muchos peninsulares eran discriminados.

En el siglo XVIII, el limeño Pablo de Olavide, ministro de Carlos III, extranjero invasor al igual que el Inca Garcilaso y los nobles incas y los mexicanos descendientes de Moctezuma que se paseaban por Castilla; haciendo y deshaciendo en España lo que quería, impuso un plan de repoblación de Andalucía (de esa Andalucía donde nunca salieron mis antepasados), trayendo principalmente flamencos, suizos y alemanes para repoblar la comarca de Écija y llegando hasta Córdoba y Jaén. Durante todo el siglo XVIII y principios del XIX, mientras que la familia de Bolívar se enriquecía con el ilícito tráfico de esclavos, contraviniendo la injustísima ley española que no permitía esta gloriosa libertad de comercio, muchos isleños canarios iban a Venezuela a hacer lo que una aristocracia mestiza y zamba que se creía blanca no quería: Trabajar. Y encima, eran despreciados como “blancos de orilla” estos pobres inmigrantes.



Imagen de es.wikipedia.org




En ese mismo siglo XVIII, mientras muchos antepasados míos seguían trabajando la tierra, Túpac Amaru se pavoneaba de sus títulos de nobleza y, con sus esclavos y sirvientes, empujado por los mismos jesuitas que empujaban la rebelión de Túpac Catari (respaldados por Inglaterra) se lanzó a una rebelión en pro de sus intereses económicos.

Y Vizcardo, enésimo jesuita que venía con las imposiciones religiosas típicas de su compañía, hablando en su carta de “españoles americanos”… ¿Pero qué es eso?

En el siglo XIX, Fernando VII, volviendo a discriminar a los españoles, favoreció a los invasores: Primero, poniendo al peruano duque de San Carlos como ministro plenipotenciario; segundo, teniendo como agente legal al neogranadino (hoy diríamos colombiano) Joaquín Mosquera Figueroa como su agente legal, ¡llegando a firmar en su nombre en las Cortes de Cádiz! ¡Un extranjero firmando en nombre del jefe del estado! Habrase visto…

No contentos con eso, nombran como último virrey del Perú al criollo Pío Tristán, el mismo que le dijo a Belgrano, el gran libertador, que “las armas del rey no se rinden”. Belgrano fue tan gran libertador como Bolívar; los dos, poco antes de las independencias, solicitando título de nobleza a la Corona española.

Pero es que no contentos con eso, ni Leandro Castilla (hermano del que fuera presidente Ramón Castilla; ¡y el tal Leandro encima, oficial del ejército carlista, luchando contra los tolerantísimos liberales!) ni ciertos Goyeneches de Arequipa reconocieron a la encomiable y nacionalista república, ¡y pasaron a España! Y encima obteniendo puestos privilegiados; al igual que se privilegió al mestizo pastuso Agustín Agualongo y al indio huantino Huachaca con pomposos títulos militares (¡brigadieres generales extranjeros!), mientras que se seguía discriminando a muchos españoles.

Y es que reitero, queridos festejadores de la independencia: Les doy la razón, y de hecho, yo también celebro estas fechas. Celebro que la nación española se independizara del Río de la Plata, Perú, Nueva Granada y Nueva España. Así como celebro nuestra independencia de romanos y moros, y también de los germanos, si hace falta; y celebro que iberos y celtas pudieran liberarse de las tentativas colonialistas de fenicios y griegos. Celebro, por supuesto, que los peruanos que oprimieron a mis antepasados se fueran de una vez por todas, aunque hubo que soportar a algunos opresores luego de la independencia, como digo. También celebro que Carlos III nos emancipara de los jesuitas, los cuales habían formado una teocracia socialista parecida al régimen político-religioso de los incas. ¡Ah, los incas! Aquellos viles explotadores que impusieron lengua y religión a sus vecinos, y hasta los desplazaban de población si desobedecían...

Sí, amigos de la independencia, sigan siendo libres, y ojalá algún día se decidan a ser todavía más valientes y se proclamen ateos, al igual que se hace en esa Europa que es el paraíso en la tierra. Ustedes tuvieron la enorme suerte de recibir muy poco de ese opresor catolicismo, cuyas fiestas, idiosincrasia y teología desconocen absolutamente, afortunadamente para ustedes. Con todo, tienen un surrealismo abismal que mezcla protestantismo norteamericano, paganismo andino, marxismo heterodoxo, Budas y gatos chinos. ¡Libérense! ¡Supérense! Nosotros ya lo hicimos, y nuestro benéfico estado progresista, liberal, laico y democrático, para mantenernos alejados de la invasión, niega la nacionalidad española a los hispanoamericanos descendientes de españoles y sin embargo, se la regala a africanos y asiáticos que no tienen vinculación ninguna. ¡Y es por eso que nos sentimos más europeos que nunca, con esa Unión Europea que tan felices nos hace! Bien, vamos bien.

Empero, con todo lo que se ha conseguido, creo que la independencia no está concluida. Chancas, aimaras, mapuches y etc.; gentes que se escaparon del genocidio de aquel terrible sistema opresor, tienen mucho que decir. En España, cada día sale un separatismo nuevo. Es justo que todos nos vayamos liberando de aquellas ominosas cadenas; las mismas cadenas que los españoles revolucionarios ayudaron a liberar, invadiendo y ayudando a los ejércitos bolivarianos y sanmartinianos. Campo Elías, Aldao, Jalón o Picornell, con Bolívar, por ejemplo. Las mismas cadenas de José de San Martín, quien apenas había estado cuatro años en América (tan “sudamericano” él como tan “peruano” soy yo), soldado del ejército español durante veintidós años. En esa época, que estuvo tan discriminado que era oficial, no se dio cuenta de la maldad de los Borbones. Se dio cuenta luego de las batallas de Bailén y La Albuera, en plena lucha contra la invasión napoleónica. Pasó una temporada en Inglaterra, se iluminó y vino a una América que ni recordaba, ayudado de tantos ingleses invasores europeos como los que fueron a invadir con Bolívar. Al igual que el cura Hidalgo en México, venía con imposiciones religiosas, pues prohibió blasfemar en su ejército, en contra de la santa-laica libertad de expresión y conciencia. Los jesuitas, deseosos de espada y religión impuesta, en venganza por ser expulsados, y añorando su teocracia socialista, acudieron en masa. José de San Martín, pactando con sus camaradas y paisanos antes de Ayacucho (batalla cuyo resultado ya era conocido, en un sitio donde curiosamente no se han encontrado cuerpos...), dijo que “los liberales somos hermanos en todas partes del mundo”. Eso luego de ponerse como flamante libertador del Perú un sueldecito de 30.000 pesos anuales y entregarle el tesoro del país a los ingleses, para mayor gloria de la Logia Lautaro.




Por eso, hay que celebrar esta independencia en todas partes, en toda “América Latina”. Sí, porque efectivamente, ya ni españoles ni italianos ni franceses ni rumanos ni portugueses somos latinos, mientras que asháninkas o machiguengas sí que lo son.

Sí, hay que celebrar la independencia, tanto en Perú como en España; pero todavía queda mucho por hacer. Algún día los indios recuperarán sus tierras de todos los invasores que vinieron a maltratarlos, ya sean europeos o africanos, así como todos esos mestizos que en verdad no tiene patria, pues ya no son ni invasores ni invadidos. Algún día nosotros los españoles también terminaremos de liberarnos de todas las imposiciones llegadas de fuera, incluyendo el español, oprobiosa herencia del latín, ese aberrante idioma foráneo que nos recuerda los tiempos de la opresión. Espero que algún día también América se libere de este idioma extraño que trajeron bestias ávidas de oro, que en su terrible paso, dejaron más de veinte universidades por el continente; muchas menos de las que dejaron los civilizadísimos y tolerantes franceses, ingleses y holandeses. No obstante, con lo que avanza la jerigonza spanglish, quién sabe si no estamos iniciando ya este hermoso proceso de liberación…

Bueno, prosiguiendo: Espero que destruyan esos símbolos asquerosos de ignorancia y oscurantismo, así como toda la arquitectura religiosa y militar que va desde algo en Alaska y Oregón por un lado y Florida por el otro, hasta llegar a los lindes de la Patagonia. En Sevilla, en 1868, durante la Revolución Gloriosa, los sabios liberales y progresistas se dedicaron a derribar las murallas históricas de la ciudad porque eran símbolo de absolutismo y atraso. ¡Ojalá se haga lo mismo acá!

Así las cosas, en estas fechas recuerdo especialmente dos textos de un gran libertador, por más que se autoproclamara dictador y declarara la guerra a muerte a todo español viviente: Un tal Simón Bolívar, que retiraba los retratos que no lo presentaban como blanco. En 1824, en carta al general Santander (con el que acabaría peleado), dijo:

“Los quiteños y los peruanos son la misma cosa; viciosos hasta la infamia y bajos hasta el extremo. Los blancos tienen el carácter de los indios y los indios son todos truchimanes, todos ladrones, todos embusteros, todos falsos, sin ningún principio de moral que los guíe. Los Guayaquileños son mil veces mejores” 

En 1830, a escaso tiempo de morir en la finca de un invasor español amigo suyo (al igual que era invasor español Aguado, financiero de San Martín), como corolario de la gran gesta emancipadora, le dijo en carta al general Flores, venezolano invasor del Ecuador que encima, al igual que San Martín, intentó imponer una monarquía liberal:

“V. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos- primitivo, este sería el último período de la América.”

Y puestos a recordar textos históricos, recuerdo uno de alguien que ya hemos nombrado: El general Antonio Navala Huachaca, quien al frente de sus combatientes iquichanos, proclamó, en contra de la idílica y promisoria república: «Ustedes son más bien los usurpadores de la Religión, la Corona y el Suelo Patrio... ¿Qué se ha obtenido de vosotros durante vuestro poder? La tiranía, el desconsuelo y la ruina en un Reino que fue tan generoso. ¿Qué habitante, sea rico o pobre, no se queja hoy? ¿En qué recae la responsabilidad de los crímenes? Nosotros no cargamos semejante tiranía»


Imagen de www.youtube.com



¡Enemigo de la libertad y el progreso, y encima siendo indígena! ¡Qué barbaridad!

¡Ah, pero hay otro! Sí, otro texto que viene al caso: "…perdona, pero creo que estás en un error al condenarme a mí, porque mis abuelos jamás abandonaron la península, e incluso murieron en el mismo pueblecito en el que nacieron... En todo caso, si deseas atacar tan injustamente la memoria española, ataca mejor a tus propios abuelos, aunque quiero que sepas que serás siempre un malnacido por hablar así de los que te dieron tu propia sangre... Yo te aseguro que, mis abuelos jamás pisaron, ni de lejos, esta tierra...". Esto lo decía un tal Salvador de Madariaga, acaso con Claudio Sánchez-Albornoz, el historiador e intelectual más brillante que defendió la II República Española; sin embargo, los intelectuales progres españoles de la memoria histórica de Zapatero y compañía ni los nombran. ¡Así es la Europa a la que ustedes aspiran! ¡Sigan por ese camino!

Y finalizando y reiterando: ¡Vivan las independencias! ¡Vivan todas esas estatuas que en España hay dedicadas a Bolívar y San Martín, y viva que no haya ni un triste recordatorio en España para los traidores realistas! ¡Y vivan las gloriosas Cortes de Cádiz, que en absoluto fueron tomadas por el golpismo militar-aristocrático y que por fin abolieron la representación de los gremios, el juicio de residencia (¿pero a quién se le podía ocurrir que un gobernante pudiera ser juzgado? ¡Por favor!) y que dispusieron que sólo pudieran votar los más ricos! ¡Celebremos todos juntos nuestra libertad y nuestro progreso! Y para terminar, valga un artículo de un traidor chileno, para que se vea hasta dónde llegaba la opresión:

Mis disculpas a España - The Clinic Online

viernes, 31 de julio de 2015

PÍO BAROJA FRENTE A LOS GRUPOS OCULTISTAS


Pío Baroja
LA INSOBORNABLE INDEPENDENCIA DE PÍO BAROJA
Manuel Fernández Espinosa 


En la biblioteca de su casona de Itzea (Vera de Bidasoa), Pío Baroja llegó a tener 150 libros sobre ocultismo, brujería, alquimia o asuntos relacionados, según el cómputo de José Alberich. Podemos decir que D. Pío no fue ajeno a este mundo.


El interés que Baroja mantuvo por la historia de España del siglo XIX lo llevó a estudiar concienzudamente archivos y libros raros en los que no faltaban la sociedades secretas de signo político: baste pensar en la monumental obra que Baroja compuso sobre la vida y hazañas del conspirador liberal, pariente lejano del mismo Baroja, Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen (1792-1872). En el curso de esos estudios no podía faltar la acción de la masonería, pero también afloraron sociedades secretas como la Sociedad Isabelina. Baroja prestó atención a estos fenómenos, con el rigor de un historiador, más que para hacer libros de historia, para recopilar datos con el propósito de confeccionar sus novelas.


Sus viajes a Europa también lo pusieron en contacto con los círculos esoteristas que en aquel tiempo abundaban en Centroeuropa. Los contactos de Baroja con algunas de estas sectas no dejaron de ser superficiales y la mirada escéptica de nuestro autor se posó sobre ellos con una fría objetividad, entre la burla y el asco. Quien haya leído la obra de Baroja podrá tener reminiscencias de pasajes que dedica nuestro autor a algunos de estos grupos. Nosotros vamos a referir dos lugares literarios donde lo hace y comentaremos la actitud que se reserva Baroja sobre estas manifestaciones.


La primera sobre la que llamamos la atención es la novela "Las veleidades de la fortuna" (1927), segunda novela que conforma la trilogía "Agonías de nuestro tiempo". La otra novela donde cabe encontrarnos otro capítulo de referencia para poder analizar la actitud de Baroja sobre esta cuestión es "Laura, o la soledad sin remedio" (1940). Hay una distancia considerable entre una y otra novela, amén de haber sucedido en el comedio de ellas tremendos trastornos tanto para España como para Europa. Sin embargo, la actitud, lo vamos a ver, es la misma.


CONTRA LA SOCIEDAD ANTROPOSÓFICA


En "Las veleidades de la fortuna", Baroja realiza una severa crítica a las ideas de la época, no perdona al psicoanálisis que, no sin que asistan pocas razones, podríamos considerarlo cual secta ocultista, pero será mucho más elocuente con la Antroposofía: así en el capítulo VIII de la segunda parte de esta novela que decimos. Allí,  el protagonista de esta trilogía, José Larrañaga, en compañía de otros personajes, viajará hasta el Goetheanum de Rudolf Steiner, padre de la antroposofía.


El ocultista Rudolf Steiner (1861-1925) trabó relación con la Sociedad Teosófica más o menos en el año 1899, convirtiéndose en 1902 en Secretario General de la sección alemana de la secta ocultista, uno de los brazos de la masonería de plano interior (esotérica) más importante de la época. En 1904, Annie Besant lo ascendió a dirigente de la Sociedad Teosófica en Alemania y Austria. Pero la independencia de Steiner pronto le llevaría a romper con el teosofismo, sobre todo cuando Leadbeater y Besant proclamaron a Jiddu Krishnamurti como "reencarnación de Cristo". Steiner encabezó un cisma allá por 1912-1913 en el seno de la sociedad ocultista internacional, creando la Sociedad Antroposófica. De esta asociación fue líder el mismo Steiner, al que le secundaba la mayor parte de los miembros germanófonos de la Sociedad Teosófica.


En el capítulo que Baroja dedica a la antroposofía steineriana, el personaje que se muestra  más implacable con esta versión ocultista del teosofismo es Stolz que se nos presenta como "enemigo de la antroposofía de Steiner", dado que suponía en ella "una gran cantidad de superchería y de falta de honradez. Pensaba que el fundador del Goetheanum era hombre de cultura, pero medio perturbado, medio simulador" y todo cuanto ofrecía la doctrina antroposófica no era más que "fantasías mistagógicas, estilo Flammarión, al alcance de las mínimas fortunas intelectuales".


La sede principal de la Sociedad Antroposófica sería el Goetheanum, un edificio concebido como teatro a la vez que como centro de la organización, para pronunciar sus conferencias. Erigido en Dornach (próximo a Basilea, Suiza), el edificio se empezó a edificar en 1914 con mano de obra voluntaria de los adeptos de la secta, en plena efervescencia del movimiento esotérico en Alemania: recordemos que por 1919 se fundaría en Stuttgar la primera de las Escuelas Waldorf, hoy extendidas por todo el planeta. En Nochevieja de 1922-1923 un incendio provocado arruinó el edificio. Baroja alude a este suceso, indicando los rumores que cundían por aquel entonces: "Los amigos de Steiner achacaban el incendio a los católicos. Los enemigos sospechaban que lo habría quemado, antroposóficamente, el mismo Rudolf Steiner, el fundador de la secta, para cobrar el seguro de incendios, que era muy crecido".


El juicio que le merece a Baroja la antroposofía está puesto en boca del personaje Stolz que dice lapidariamente:


"Es extraño que estas estupideces puedan creerse todavía".


A continuación, en el mismo capítulo, Baroja deriva a una crítica implacable contra el Estado que se configura en el horizonte, no ajeno a estas organizaciones internacionales del ocultismo. "El socialismo se va realizando diariamente, sobre todo en países como Suiza, sin grandes gritos ni revoluciones; todo se va aclarando a fuerza de estadística y policía" -dirá uno de los personajes que dialogan con Stolz y Larrañaga.


Éste, Larrañaga, piensa que: "El Estado va a crear los hombres que necesita por la educación, que hoy es un molde fortísimo. Antes, el hombre completo era más un producto de la naturaleza que de la pedagogía, y a medida que aumenta el socialismo, la estadística y la escuela, el hombre completo se dará menos y el especialista más. Porque el hombre fabricado por estas escuelas es un especialista y, al mismo tiempo, es un pedante."


La perspectiva que ofrece Baroja aquí diríamos que es profética: "El estado socialista, con su pedagogía, hará de los hombres lo que hacen los cultivadores con las vacas sin cuernos. Grifones, lebreles o galgos, los fabricará en sus laboratorios, que para los hombres serán las escuelas. Quizá puedan emplear, al mismo tiempo que las explicaciones, el cinematógrafo y los libros, las inyecciones de suero y los injertos de glándulas".


Si estos vaticinios se montan sobre el socialismo, no podemos dejar de pensar que Baroja conocía las escuelas Waldorf de la antroposofía.


CONTRA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA


La segunda novela en que Baroja arremete contra las sociedades ocultistas es, como más arriba avanzábamos, "Laura o la soledad sin remedio", obra de madurez muy poco conocida por el público general. El capítulo 14 de su segunda parte está dedicado a mostrarnos la ridícula insustancialidad de la Sociedad Teosófica. Esta vez, al igual que Stolz en "Las veleidades de la fortuna", será otro personaje extranjero, el ruso Nicolás Alejandrovich Golowin, el encargado de hacer de contrapunto al universo de supersticiones y bagatelas del esoterismo teosofista. El ruso, en compañía de la protagonista Laura y de otros personajes más o menos grotescos, participará en una sesión de la Sociedad Teosófica de París. En dicha sesión, bastante concurrida por un público heterogéneo de diversas partes de Europa y América, se ofrecerá la lectura del Apocalipsis de San Juan, descifrado por el poeta lituano Oscar Vladimir Milosz (1877-1939). Es más que probable que Baroja supiera que este poeta lituano, tan propenso al ocultismo, había sido uno de los más avezados discípulos de Alexis de Sarachaga, pero no refiere nada concerniente a ello.


Más bien nos presenta con una fría distancia el ambiente y protocolo de aquella sesión. Tras la lectura que se hace del texto de Milosz, intervienen dos personajes: un caballero Rosa-Cruz y un Bibelforscher (estudiante de la Biblia) alemán: el rosacruz ofrecerá una versión simbólico-alegórica del Apocalipsis, mientras que el Bibelforscher la refutará con una interpretación literal. La maestra de ceremonias de toda la conferencia es una uruguaya teosofista, preside el acto una india de la secta teosofista. La magistral narración de Baroja pone de relieve que, pese a las irreconciliables interpretaciones del rosacruz y el Bibelforscher, a la india lo único que le interesa es destacar "que defendía la luz y la espiritualidad, que la ciencia no era trascendental en la vida, ni la industria, ni el comercio (...), Lo que el mundo necesitaba era luz; mucha luz".


A todo esto, "Golowin escuchaba con una cara de asombro y de ironía que a Laura le daba gran gana de reír". En conversaciones de los participantes, tras el acto, Laura alude a que en España, "Los militares se distinguían por ser espiritistas y masones". Golowin persiste en su aire irónico. Cuando uno de los personajes femeninos, la que los ha llevado a todos allí, dice: "que no había que tomar las cosas serias en broma", Golowin responde: "-Es verdad. Las cosas serias no hay que tomarlas en broma ni las bromas en serio. Es evidente".


Resumidamente hemos visto la opinión que a Baroja le merecía este mundo del ocultismo centroeuropeo. A diferencia de otros consortes de generación noventayochistas, Baroja mantuvo siempre una escéptica percepción de estos fenómenos. Su formación como médico y hombre práctico había pasado por moldes positivistas y utilitaristas que difícilmente se podían cohonestar con estos delirios de hierofantes. No subestimemos tampoco su carácter vasco y español que le llevaba a rechazar todas las fantasmagorías en un insobornable amor de realismo. 


La propensión de la Generación del 98 por las sociedades secretas está presente en casi todos los que la componen, no es de extrañar puesto que la época estaba plagada de sociedades secretas. Azorín, según nos revela Alfonso Reyes, "A veces, a solas, imagina, discurre. Y crea, para su uso personal, sociedades literarias, academias, pequeños grupos selectos. (...) Así le ha sucedido fundar dos círculos: "Los amigos de Lope de Vega" y el "Góngora Club". Valle-Inclán se consagró con afán digno de mejor causa a la Sociedad Teosófica, que hemos visto denostada por Baroja. Entre estas actitudes, la de Baroja destaca por su independencia. Baroja presta atención a las sociedades secretas políticas (masonería y otras decimonónicas) por los resultados innegables de su actividad clandestina y conspirativa, pero está inmunizado frente a las supersticiones que promueve el ocultismo que es el núcleo interior de estas sociedades exteriores.


No puedo afirmar con rotundidad que Baroja hubiera leído a Guénon, aunque bien pudo por la divulgación que de ciertas obras suyas hizo en España el jesuita Padre Tusquets. Si lo hubiera leído no hubiera dejado pasar por alto esta apreciación de Guénon sobre la Sociedad Teosófica:


"...si la Sociedad [Teosófica] tomada en su conjunto es en efecto internacional, su dirección, en cambio, ha devenido puramente inglesa; además, cualesquiera que hayan podido ser a veces las apariencias externas, tenemos la convicción, podríamos decir incluso la certeza, de que el teosofismo, considerado bajo este aspecto, es sobre todo  un instrumento al servicio del imperialismo británico". (René Guénon, "El teosofismo".)


Baroja permaneció impermeable a estas tentaciones que fueron fatales para Valle-Inclán, para ese Valle-Inclán que, como escritor es colosal, pero que se enlodazó de esoterías, les guste más o menos a algunos que -con una infinita superficialidad y candidez- lo reclaman  todavía para el carlismo, mostrando una absoluta ignorancia sobre estos temas nucleares.


BIBLIOGRAFÍA



Alberich, José, "La biblioteca de Pío Baroja".

Baroja, Pío, "Las veleidades de la fortuna", colección Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1980.

Baroja, Pío, "Laura o la soledad sin remedio", Editorial Bruguera, Barcelona, 1983.

Reyes, Alfonso, "Tertulia de Madrid", colección Austral, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1949.

Guénon, René, "El teosofismo: historia de una pseudorreligión", 1921.

martes, 28 de julio de 2015

A LA BÚSQUEDA DE UNA PERPETUACIÓN DE LOS CUERPOS POLÍTICOS

 
 
 
A LA BÚSQUEDA DE UNA LEGITIMIDAD INCUESTIONABLE
 
Manuel Fernández Espinosa

 
 
Uno de los más dramáticos temas de nuestro tiempo es la dificultad de perpetuar las comunidades políticas. Instalados en la finitud y de espaldas a toda trascendencia (negada ésta de antemano por el ateísmo, el laicismo y el indiferentismo religioso), la sociedad contemporánea ha perdido el suelo firme en que permanecer sólidamente como cuerpo social: con razón hablan algunos de sociedad líquida. El tema que vamos a abordar a continuación puede parecer lejano, pero los más perspicaces comprenderán que es más actual de lo que a primera vista parece. Si este problema fuese resuelto satisfactoriamente no tendríamos en un futuro contenciosos y querellas como las que hoy se plantean en la misma España actual; tal sea el de la reforma de la Constitución de 1978 o mismamente el de la impermanencia de las Leyes de Enseñanza que en España se han sucedido a cada relevo de gobierno.

La insoportable levedad de nuestras leyes efímeras (humanas, demasiado humanas), dependientes de mayorías electorales que hoy dicen blanco y mañana, negro; que incluso cuestionan la unión de los territorios nacionales; que se dictan a merced de los antojos de los grupos políticos en el poder y de la presión de los lobbys infiltrados en esos grupos parlamentarios... Todas esas polémicas se aplacarían si adquirieran una nueva perspectiva, al calor de enfoques como el que más abajo presentamos: si se lograra implantar una legitimidad incuestionable. Por supuesto que, en nuestro título, cuando escribimos "cuerpos políticos" a perpetuar no estamos en modo alguno refiriéndonos a los partidos políticos de hoy, ni siquiera a las instituciones políticas hoy vigentes que no son dignas de perpetuarse.

No se trata de que reproduzcamos el pasado por inercia, pero sí que nos esforzemos en comprenderlo mejor y atrevernos a reactualizar lo que de él convenga, para iluminar nuestro presente y nuestro futuro. Ganaríamos todos si lográramos encontrar la fuente de legitimidad, una legitimidad invulnerable a las pasajeras ideologías y modas ideológicas.  
 
 
 


Es mérito de Carl Schmitt hacer patente que los conceptos nucleares de la política moderna son versiones secularizadas de los antiguos conceptos teológicos, lo estudió en su "Teología Política". Para Álvaro d'Ors la Teología Política ha estado  no obstante bastante limitada, "pues sólo ha pretendido explicar ciertas formas de estructura política por el pensamiento teológico subyacente", mientras que -a juicio de Álvaro d'Ors- "debe calar en un fundamento verdaderamente dogmático y de una manera universal y permanente". La Teología Política se hace necesaria para cualquier análisis del concepto de legitimidad.
 
"La Teología Política, aunque sea sin este nombre, es una disciplina tan antigua como el hombre, pues es imposible prescindir de Dios, aunque sea para negarlo -que es también una forma de Teología, aunque deteriorada-, cuando se plantea la cuestión de por qué hay que obedecer a otro hombre. Allí donde se trata de obedecer a quien pretende mandar, allí se asoma Dios como causa de tal subordinación".
 
Con estas palabras nos lo recuerda Álvaro d'Ors en "La violencia y el orden" (la negrita es nuestra). Pero el tema es más complejo de lo que se pudiera pensar. La Teología Política, como pudiera parecer a simple vista, no significa intromisión del clero en política, ni tampoco una política dijéramos que de beatos: es una disciplina que se avala cuando preguntamos por la fuente de legitimidad del poder político. No fue Carl Schmitt el único que contribuyó a configurar la "Teología Política". Desde el terreno de la historia de las ideas políticas tenemos también que contar con la aportación de Ernst Hartwig Kantorowicz (1895-1963) que, con su "The King's Two Bodies" (1957), obra clásica de pensamiento político, llevó a cabo una investigación de Teología Política medieval que reveló los trasvases y refluencias del pensamiento jurídico político y el pensamiento teológico en la Edad Media. Pero, ¿quién era Kantorowicz?
 
KANTOROWICZ Y LA ALEMANIA SECRETA
 
Nació el 3 de mayo de 1895 en Posen, en el seno de una familia de empresarios judíos asentados en Prusia. En 1914 se incorpora a un regimiento de artillería, sirviendo a Alemania en los frentes de Francia, Ucrania y Turquía, obteniendo la Cruz de Hierro y ascendiendo y siendo herido. Al final del conflicto se integra en uno de los cuerpos francos de voluntarios para reprimir la revolución marxista. Se matricula en la Universidad Friedrich Wilhelm de Berlín y sigue cursos de Filosofía, en Múnich prosigue estudios de Historia, Filosofía y Economía y en 1919, en la Universidad de Heidelberg, conoce al poeta simbolista alemán Stefan George que anima a su alrededor un grupo de seguidores: el "Georgekreis".

Con antelación a tener su propio círculo Stefan George había pertenecido al llamado "Kosmischer Kreis", grupo neopagano, gnóstico y homoerótico fundado por Alfred Schuler (1865-1923) en Múnich, uno de cuyos cultos mistéricos era el llamado "Blutleuchte" (Luminaria de Sangre): los "cósmicos" creían que el cristianismo y la ciencia moderna habían desencantado el mundo y ellos pretendían re-encantarlo dándose en sus antros a cultos mistéricos que terminaban en una carnavalada homosexual. No se sabe que Kantorowicz participara en estos extravagantes ceremoniales, pero sí que algo de ello había pasado al círculo georgiano (el Georgekreis), al que sí perteneció Kantorowicz al igual que algunas otras personalidades de la cultura, las artes, la política y el ejército alemanes (patriotas, pero antihitlerianos) como fue el famoso Conde von Stauffenberg que intentó el magnicidio contra Adolf Hitler sin lograrlo.

De este grupo surgió la "Geheimes Deutschland" (la Alemania Secreta), concepto acuñado en la visión poético-mística de George. Con el ascenso del partido nazi, Kantorowicz tuvo que abandonar Alemania: no le valió ni la Cruz de Hierro ganada en la I Guerra Mudial. Pero, incluso en el exilio, la huella del "Georgekreis" es insoslayable para poder comprender todo su quehacer intelectual posterior. A pesar de la distancia temporal y espacial, la investigación sobre "Los dos cuerpos del rey" de Kantorowicz, obra maestra de su actividad intelectual, encuentra su sentido en ese mundo de ideas político-místicas cultivado en el secretismo del selecto grupo de George.

LOS DOS CUERPOS DEL REY

Para Kantorowicz la figura del Rey aparecerá en la Edad Media como una realidad doble que, en el curso del tiempo, reviste un carácter cristocéntrico, otro iuscéntrico y, por último, otro politicéntrico.

El rey tendría así -en la realeza cristocéntrica- dos naturalezas: una divina y otra humana. Por naturaleza es un hombre individual y mortal, pero por la gracia de la unción y consagración, se transforma en un Cristo y ésta es la personalidad fundamental. Esta noción del Rey como un Cristo la encuentra Kantorowicz expresada en un anónimo normando titulado "De consecratione pontificum et regum", pero Kantorowicz piensa que la metáfora de la "geminación real" habría que buscarla en los concilios toledanos del siglo VII.

En la Baja Edad Media, la dúplice naturaleza del Rey de carácter teológico-cristocéntrico se convierte ahora en una noción extraída del campo jurídico: el Rey no aparecerá ahora como un Cristo, sino como la "Lex" viviente, un vicario de la Justicia de Dios en la tierra. Esta nueva comprehensión la halló en el "Liber augustalis" de Federico II, aunque el "Regimiento de Príncipes" de Egidio Romano consolidó la teoría del gobernante como Justicia viviente.

En la tercera de las elaboraciones conceptuales sobre la duplicidad de la persona del Rey asistimos a la conversión del Rey en "corpus mysticum" (cuerpo político), el tercer tipo de realeza que Kantorowicz denomina "politicéntrica". Ésta se expresa en la frase: "la Dignidad nunca muere, mientras que los individuos mueren todos los días", de ahí la célebre frase: "El rey ha muerto... ¡Viva el Rey!"; pues se entiende que, en tanto que la dignidad se mantiene pese a la muerte de los individuos que la ocupan, se traspasa íntegra al sucesor de quien la ha ocupado hasta finar. Que el Rey deviniera a "corpus mysticum" fue posible merced a que con anterioridad los teólogos habían distinguido entre "corpus verum" (cuerpo individual) y "corpus mysticum" (cuerpo colectivo, de la Iglesia o del reino). Los canonistas terminaron por identificar "corpus mysticum" con cualquier tipo de corporación ordenada que fuese algo más que la suma de los individuos, capaz de sobrevivir a la muerte de estos. Así, el "pueblo" se convierte en "corpus mysticum", eterno y sagrado en analogía con la Iglesia.

Estas nociones compartidas en aquellos tiempos explicarían el fondo conceptual de algunas plasmaciones concretas de los llamados sepulcros "transi" que son aquellos sepulcros en los que el cadáver de personalidades de aquel entonces fueron depositados, siendo esculpidas doblemente: como esculturas yacentes revestidas de todas sus dignidades (reales, eclesiásticas o nobiliarias) y, por debajo, labrados en su putrefacción cadavérica, con toda la truculencia de la descomposición orgánica del cadáver: "La yuxtaposición de lo lúgubre con lo trifunfal, del luto por el rey muerto con la exaltación de la efigie debía responder a un sentimiento muy generalizado y muy profundo de la Baja Edad Media y del Renacimiento temprano" -dice Kantorowicz.

Todo esto no dejaría de ser una valiosa indagación de una época histórica si no fuese por las similitudes que presentan estos conceptos, vaciados de teología en nuestra edad secularizada, con los de perpetuidad, inalienabilidad o sempiternidad jurídica en nuevas estructuras del mundo contemporáneo, como son las Sociedades Anónimas. Lo que valió en una edad informada por la fe cristiana para reforzar y consolidar los lazos de los individuos perecederos (que formaban la comunidad del cuerpo político en un momento histórico) con sus predecesores finados y con sus sucesores futuros, conservando simbólicamente el cuerpo en la Corona, el Reino o la Patria, a imagen y semejanza de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo, dio lugar a la Inglaterra anglicana del Common Law o a la Francia de la realeza sacralizada.

Es indudable que éste es uno de los núcleos fuertes (y las asignaturas pendientes) que el pensamiento español tiene que recuperar, para comprender en qué cimientos pusieron nuestros antiguos monarcas y antepasados la continuidad del cuerpo místico de la comunidad política, revitalizándola conforme a su auténtica tradición nacional y no yendo a buscar inspiración en tradiciones extranjeras, como las derivadas del Common Law anglosajón o la realeza divina francesa.

Creemos que, a pesar de la desolación científica que reina en nuestras universidades, no faltarán jóvenes españoles que en el campo de la Historia, la Historia del Derecho, la Historia de las Ideas Políticas e incluso en la Historia del Arte encontrarían aquí tierras casi vírgenes por explorar, para devolvernos un pasado que nos ha sido sepultado bajo elementos ajenos (el constitucionalismo liberal, p. ej.) y retornar a nuestra propia tradición.


BIBLIOGRAFÍA:

D'Ors, Álvaro, "La violencia y el orden", Ediciones Dyrsa, Madrid, 1987.

Safranski, Rüdiger, "Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán", Tusquets Editores, Barcelona, 2009.

Kantorowicz, Ernst H., "Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval", Ediciones Akal, Madrid, 2012.