RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 18 de julio de 2013

MEMORIA HISTÓRICA SOCIALISTA

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"Vamos legalmente hacia la revolución de la sociedad. Pero si no queréis, haremos la revolución violentamente (Gran ovación). Eso dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil… Pongámonos en la realidad. Hay una guerra civil… No nos ceguemos camaradas. Lo que pasa es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o desgracia, tendrá inexorablemente que tomar. El 19 vamos a las urnas… Mas no olvidéis que los hechos nos llevarán a actos en que hemos de necesitar más energía y más decisión que para ir a las urnas. ¿Excitación al motín? No, simplemente decirle a la clase obrera que debe preparase… Tenemos que luchar, como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee no la bandera tricolor de una República burguesa, sino la bandera roja de la Revolución Socialista”. 


Francisco Largo Caballero. 
 
"El Socialista", 9-11-33.





*Más perlas del susodicho en  Francisco Largo Caballero - Wikiquote

domingo, 14 de julio de 2013

LA IMPORTANCIA DE LA TRADICIÓN ESPAÑOLA

-Es un orgullo poder comentarle a nuestros lectores que ha sido publicado un nuevo artículo mío en "La Razón Histórica", prestigiosa revista hispanoamericana de Historia de las Ideas. Les adjunto el enlace y el contenido. Pasen y vean:

22.5. La importancia de la tradición española.
 

Antonio Moreno Ruiz.
 

Licenciado en Historia (con especialidad americanista), profesor y traductor de lengua portuguesa, ensayista y poeta.
 

 
Dos siglos de propaganda liberal han hecho mucho daño en el mundo hispánico. Si bien en el siglo XVIII buena parte de la élite ilustrada inoculó una cultura afrancesada y adquirió un consiguiente complejo de inferioridad con respecto al vecino, pues todo en España parecía malo y todo en Francia parecía bueno, el proceso rupturista que provocó el golpe liberal en 1820 pareció verse truncado a priori al entrar los Cien Mil Hijos de San Luis en España. Las tropas comandadas por el duque de Angulema fueron acogidas por el pueblo en loor de multitudes desde los Pirineos al mar gaditano. El mismo pueblo que había combatido a Napoleón y todo lo que significaba apoyó a quien le traía en sus banderas la Religión, el Rey y la Patria. Fue el fracaso del golpismo militar-masónico en carne viva; el mismo que ya preparaba su asalto definitivo, ayudado por las constantes torpezas y felonías de Fernando VII, el que años antes felicitaba a Napoleón. Los gerifaltes revolucionarios no podían explicar cómo el pueblo los rechazaba, cómo acogía como libertadores a los soldados realistas. Comenzaba así, tras la impotencia política de los liberales, un rebrote de la Leyenda Negra que, naturalmente, aprovecharon las oligarquías criollo-mestizas de Hispanoamérica. A posteriori, la izquierda recoge el testigo con notorio entusiasmo. No en vano dijo Indalecio Prieto: “Soy socialista a fuer de liberal(1).
Todo este proceso rupturista coincide en despreciar la importancia de nuestra tradición, y cabalga hacia su aniquilación completa, al alimón, en nuestro tiempo, de la espectacular arramblada del “marxismo cultural” de Gramsci y la Escuela de Frankfurt. Ante la fracasada lucha de clases, transportaron el materialismo para provocar la lucha de padres contra hijos, la lucha de sexos, la lucha de alumnos contra maestros… Para así bloquear todo tipo de reacción, de respuesta, de resistencia. Para así no crear mártires. Eliminando la familia, el hogar, se elimina la patria. Al estar eliminada ya toda posibilidad de Cristiandad, el auto-odio y el complejo de inferioridad arrasa en todo el Viejo Continente, el cual, dirigido por un pseudo-imperio anglo-sionista, sólo espera paliativos de comodidad. Donoso Cortés dejó dicho que uno de los rasgos principales de nuestro carácter era la exageración; al asimilar toda esta onda expansiva, ¿qué podría salir? Y más rodeados por un mundo donde el “marxismo cultural”,  esto es, el progresismo, ha calado mucho más que en los países capitalistas que en los que estuvieron bajo el yugo del telón de acero. ¿Paradoja? No tanto. Álvaro D´Ors dejó dicho en 1987 que "No quisiera ocultar mis reservas frente a aquellos que, ante el conflicto Este-Oeste, toman decidido partido por el Oeste: Prefieren el capitalismo al comunismo. Esta opción, corriente en España como en todo Occidente, es explicable, pero no sé si es del todo acertada; en todo caso, estamos de nuevo en el error de la política del 'mal menor'. Es evidente que en el hemisferio del capitalismo la vida es más llevadera, y no deja de haber aquí un cierto aire de libertad, aunque las elecciones suelen estar muy condicionadas por la seducción de las masas, que ha alcanzado una perfección técnica irresistible, y que esta apariencia de libertad falta en el hemisferio comunista. Pero no es menos cierto que el deterioro humano del capitalismo, al ser más placentero e insensible, resulta por ello mismo mucho más letal que la brutal disciplina del comunismo. Este, por lo menos, puede hacer mártires, en tanto que el capitalismo no hace más que herejes y pervertidos"  Y resulta que al final, las dos caras de la misma moneda se han fusionado, de nuestros progres a la China post-maoísta.
 
Puede que, al inicio de este proceso, una facción se sintiera más atraída por el modelo francés y otra por el anglosajón, mas el fin era, cuanto menos, muy parecido. El imperio británico había trazado en 1711 su “Plan para humillar a España” (2) y le salió el tiro por la culata en el intento invasor de Cartagena de Indias, donde 3.600 españoles comandados por el guipuzcoano Blas de Lezo vencieron a 32.000 británicos. Fue el desembarco más grande de la Historia, y hasta ahora sólo ha sido superado por el de Normandía. Asimismo, constituye en la historia británica la derrota más estrepitosa y humillante. Y luego, el malagueño Bernardo de Gálvez volvería a derrotar a los súbditos de Su Graciosa Majestad en Norteamérica, jugando un papel tan importante como Francia en la ayuda a la independencia estadounidense; cosa que en verdad a la Corona no le interesaba darle mucha publicidad, por la influencia que pudiera causar en los virreinatos, y que de hecho acabó causando. Sin embargo, Gran Bretaña se vengó de lo lindo. Aprovechando la invasión napoleónica, entró a saco en la Península Ibérica para luego extenderse como la peste por Hispanoamérica, gracias a Miranda, Bolívar y San Martín, entre otros; con la confirmación de los oficiales liberales que llegaban de la Península. El proceso rupturista ha sido paralelo desde comienzos del siglo XIX. Las Españas no formaban, en efecto, un “estado-nación”(3), sino que conformaba una entidad supranacional, cuya forma y cuyo fondo político no era otro que la monarquía. Lo que se forma en la Península Ibérica e islas adyacentes tras la confirmación del golpe liberal en 1833 se llamó España como se podía haber llamado otra cosa. Es un proceso gemelo del republicanismo que disgregó en mil pedazos a nuestra América.
 
Y es curioso cómo, con todo lo que ha llovido ya, y estando acaso en nuestras horas más bajas, continúa intacto el odio a nuestra tradición. Y continúa una geopolítica enfocada a destrozar lo poco que queda de España, tanto en el imperio anglo-sionista (ahora comandado por las barras y las estrellas) como por la república francesa, aliada de la tiranía alahuita marroquí y del terrorismo separatista antiespañol. El indigenismo, fabricado en las universidades europeas y extendido y hasta financiado por España, no es sino un proceso más de una Revolución que hoy parece perderse en su propio laberinto. La Constitución de 1978, con la correspondiente mentira de la transición. Un auténtico delirium tremens cuya resaca es tremebunda.
 
Ese proceso rupturista continúa como el viejo liberalismo decimonónico, esto es, echando balones fuera y lamentándose de una sempiterna conspiración de malvados reaccionarios, sobre todo curas y aristócratas, que no nos dejan ser libres y desarrollados y que por eso estamos como estamos y somos un país históricamente enfermo. Esta cantinela ha sido repetida por Benito Pérez Galdós, Niceto Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Arturo Pérez-Reverte y por tantos otros. Incluso en cierta medida por José Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno, curiosamente, intelectuales de cabecera del franquismo. La Generación del 98 y el Regeneracionismo difundieron, sobre todo tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas (Por la invasión estadounidense) un sentimiento pesimista y de autoflagelación, rayando en la más absoluta endofobia.
 
Existe, asimismo, una creencia burdamente generalizada, que poco más o menos incide en que nuestras culpas radican en el exceso de religión. Mas cuando dicen religión, quieren decir catolicismo. Por eso es que nos faltó la modernidad y el comercio, que era lo que había en Inglaterra y en los países del entorno protestante…. Pero claro, es que resulta que en Inglaterra por ley tenemos que el rey es el papa (La reina-papisa en este caso), y que a día de hoy, es el país más aristocrático y probablemente más clerical de Europa. La mentada Albión todavía tiene la cámara de los Lores, algo que en España sonaría a fascista o algo así…. Y bueno, lo de la iglesia nacional sigue rigiendo en Holanda y en los países escandinavos. ¿Y qué podríamos decir del Japón, donde la figura del imperio y la religión son tan ligadas como intocables? Pero nuestra caterva antitradicional, del liberalismo a la extrema izquierda, sigue coincidiendo en sus manipulaciones y omisiones. Y el problema es que a todo este cúmulo de despropósitos que acaso comienzan en la Ilustración –aun con matices, hemos de añadir que gracias al actual sistema de taifas caciquiles llamadas comunidades autónomas, cada mini-estado ha ido alimentando una especie de mito nacionalista contra España.
 
Así las cosas, lo curioso es que “nuestros” enemigos de la tradición continúan la pesadez del discurso de los apólogos de la guillotina cuando, sin embargo, buena parte de la aristocracia y el clero están de su lado, y en verdad desde hace tiempo. Pero el problema del propagandismo barato es que tiene una capacidad cultural harto limitada, y no conoce por ejemplo lo que en su día dejó dicho el gran filósofo tudesco Oswald Spengler (4): “El gran hombre de Estado es raro. Que aparezca, que se imponga, y que esto suceda demasiado pronto o demasiado tarde, depende del azar. Los grandes individuos destruyen a veces más de lo que edifican por el hueco que su muerte deja en el torrente del suceder. Pero crear una tradición significa eliminar el azar. Una tradición crea hombres de un nivel medio superior, con los cuales se puede contar en el futuro. No crea un César, pero si un Senado; no un Napoleón, pero si un insuperable Cuerpo de Oficiales. Una fuerte tradición atrae talentos y con pequeñas dotes, alcanza grandes éxitos. Demuéstrenlo las escuelas de pintura en Italia y Holanda, no menos que el ejército prusiano y la diplomacia de la Curia romana. Fue una gran debilidad de Bismark, en comparación con Federico Guillermo I, el que, sabiendo actuar, no supiera crear una tradición. No pudo producir junto al cuerpo de oficiales de Moltke una raza correspondiente de políticos que se siente idéntica con su Estado y los nuevos problemas de este, y acogiese de continuo los hombres importantes de abajo, imponiéndoles para siempre su ritmo de acción. Cuando no sucede esto, queda, en lugar de una capa gobernante, una colección de cabezas que no pueden valerse ante lo imprevisto. Pero si se realiza, entonces surge un pueblo “soberano” en el único sentido digno de un pueblo y posible en el mundo de los hechos: una minoría perfectamente criada y que completa y se renueva a si misma; una minoría con tradición segura, proba da en larga experiencia; una minoría que incluye en su esfera a todos los talentos y los emplea, y, por lo tanto, se encuentra en armonía con el resto del país gobernado. Semejante minoría se convierte en una verdadera raza, incuso si una vez ha sido partido, y decide con la seguridad de la sangre y no del intelecto. Esto significa, por decirlo así, la substitución del gran político por la gran política” (…) Los ingleses considerados como pueblo, son tan imprudentes, tan estrechos y tan poco prácticos en cosas políticas como cualquier otra nación. Pero poseen una tradición de confianza, pese a su gusto por los debates y las controversias públicas. La diferencia esta que el inglés es “objeto” de un Gobierno con antiquísimos y triunfantes hábitos.”
 
Oswald Spengler, como Gaspar de Jovellanos, daba mucha importancia a la tradición. En contra de las burdas manipulaciones que los liberales han querido hacer del ilustre asturiano (5), en su lucha contra Napoleón, no defendió el constitucionalismo liberal. Al contrario, calificó de “herejía política” al dogma de la soberanía nacional, “y de todas estas Constituciones quiméricas, abstractas y a priori que rápidamente se hacen y efímeramente viven.” (6) En contra del despotismo que había ido mermando el país, Jovellanos pensó que la legítima lucha contra los invasores revolucionarios podría suponer una regeneración política que rescatase lo mejor de nuestra tradición; a la par que económicamente, se fijaba en otros rumbos. Cándido Nocedal lo definió como “un monárquico a la inglesa” y quizá no le faltaba razón, pues no en vano, ahí está la bicameralidad activa que proponía, que nada tiene que ver con la cleptómana pantomima de nuestros días. Asimismo, otro asturiano, Juan Vázquez de Mella, que con Nocedal acaso fue de los que mejor comprendió a Jovellanos, decía que la tradición era un concepto dinámico. Si se quiere, puede ser “purificable”, pero siempre mantenedor de las esencias, sin quedarse en una pose estático-caricaturesca. Porque sin tradición no hay progreso, y nada puede haber sin Dios. Si un pueblo renuncia a lo que le transmitieron sus antepasados, renuncia a su futuro. Al fin y al cabo está renunciando a su espíritu, que para cumplirlo debería ejercer como una gran familia. Y eso es la tradición, del latín “tradere”, la misma raíz que transmisión.
 
Mas desde que se provocó el gran rupturismo del mundo hispánico a ambas orillas del Atlántico, llevan escupiendo falsedades contra nuestra tradición con las oligarquías iluministas por delante, las cuales han sido ayudadas en no pocas ocasiones del golpismo militar y de la intervención extranjera. Y aun así, continúan con la misma cantinela propagandística. Ante todo ello, se hacen cada vez más vigentes los Dogmas Nacionales trazados por Vázquez de Mella: "La autonomía geográfica de España exige el dominio del Estrecho, la federación con Portugal, y, como punto avanzado de Europa, y por haber civilizado y engrandecido y sublimado a América, esa red espiritual tendida entre aquel continente nuevo y el viejo continente europeo....". Ahora, ante esa crónica de un fracaso anunciado que es la Unión Europea, podríamos tener una oportunidad histórica para volver a caminar por nuestra lógica senda. Y, siguiendo la línea del gran pensador tradicionalista, es preferible una iglesia pobre pero libre a una iglesia rica pero esclava. Para acometer una gigantesca empresa de reconstrucción, se debería guiar del espíritu a la cultura, para así plasmarlo en política y sociedad. La importancia de la tradición se reivindica y sabemos lo que hay que hacer; ponerlo en práctica es la cuestión.
 


 
 
 
(2)   Véanse estos interesantísimos enlaces:
 
 
 
(3)   Y de hecho, es un invento que se forja en esta época, tras la Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa. Empero, a día de hoy, el imperio británico sigue sin ser un estado-nación.

 
(4)   Extraído de:
 
(5)   Sígase el interesante enlace:
 
 
(6)   Para leer íntegra la Memoria en defensa de la Junta Central:

EL MARTÍN FIERRO Y LA DIRIGENCIA POLÍTICA

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El Martín Fierro y la dirigencia política

                                                                                        Alberto Buela (*)

Desde Salamanca, en 1894 don Miguel de Unamuno fue el primero de los grandes pensadores que se ocupó del Martín Fierro[1], el poema nacional de los argentinos (1872/79). Y en ese escrito liminar dedicado al “docto y discretísimo don Juan de Valera” , trae una estrofa del poema gauchesco que bien puede  servir de definición para la chata dirigencia política actual:

De los males que sufrimos,
Mucho hablan los puebleros,
Pero son como los teros
Para esconder sus niditos;
En un lado pegan los gritos,
Y en otro tienen los huevos.

Si hay algo que caracteriza a la dirigencia política contemporánea es el simulacro. Primero, con un discurso político que  enuncia un compromiso pero con el que nunca se compromete  y segundo, porque en el mejor de los casos solo administra los conflictos pero no los  resuelve. 

Todo ello bajo la mascarada de defender los derechos de los más necesitados levantando la bandera de los derechos de tercera generación, cuando no se cumplen ni siquiera los derechos humanos de primera generación como lo son el derecho a la vida, la libertad,  el trabajo y la seguridad.

Así, esta dirigencia política habla mucho - clase discutidora la llamó Donoso Cortés: “de los males que sufrimos mucho hablan los puebleros”-  pero disimula sus intereses de clase o personales en ese mismo discurso – para esconder sus niditos en un lado pegan el grito y en otro ponen los huevos-. Así los niditos y sus huevos son sus verdaderos intereses que están muy bien ocultados en su discurso político.

 El Martín Fierro representa figurativamente al pueblo argentino y lo que este pueblo sufrió después de la denominada dictadura de Rosas (1829-1852). 

Los padecimientos del gaucho (el pueblo pobre) que comienzan con la caída “del dictador”, según el discurso político de entonces, son relatados por José Hernández en un poema épico de factura inspirada. Se produjo uno de los raros casos en que la inspiración supera la capacidad del poeta. O dicho de otra manera, el poema es superior a las cualidades naturales del poeta. 

Se lo quiso imitar, plagiar, vilipendiar, censurar, silenciar pero siempre salió indemne. El Martín Fierro está ahí como un hecho irrecusable. Como el testimonio permanente de aquello que se debe hacer y no se debe hacer con el pueblo. Y en esto posee un valor universal pues es aplicable a toda latitud y gobierno político.

Pongamos por ejemplo, un caso conocido por todos los iberoamericanos, el de los dos últimos  gobiernos de España (Psoe y PP) cuyos dirigentes políticos han hablado mucho de los males que padece el pueblo español pero, por otro lado, aparecen los chanchullos, esto es, los niditos y los huevos, de esos mismos dirigentes.

Ahora bien, ésta que acabamos de hacer es la descripción de un fenómeno dado, pero ¿tiene el Martín Fierro alguna propuesta como para poder salir de tal estado de injusticia y opresión? Nosotros creemos que sí, aunque hay algunos ilustrados que afirman que no, como lo hace el ensayista Rodolfo Kusch, cuando afirma muy suelto de cuerpo: Fierro…no nos dice en qué consiste la redención argentina.” [2]
Martín Fierro explicita esta redención, esta liberación de los males que padece el gaucho (el pueblo) a tres niveles:

a) a nivel de propuesta cuando afirma:

Es pobre en su orfandad
De la fortuna el desecho
Porque nadies toma a pecho
El defender a su raza;
Debe el gaucho tener casa,
Escuela, Iglesia y derechos.

b) en orden al método o camino a seguir:

Mas Dios ha de permitir
Que esto llegue a mejorar,
Pero se ha de recordar
Para hacer bien el trabajo,
Que el fuego pa calentar,
Debe ir siempre desde abajo

c) a nivel de conducción:

Y dejo rodar la bola,
Que algún día se ha de parar...
Tiene el gaucho que aguantar
Hasta que lo trague el hoyo,
O hasta que venga algún criollo
En esta tierra a mandar.

Estos tres niveles que destacamos marcan una línea clara y definida de los elementos que hay que tener en cuenta, necesariamente, para el buen gobierno: 

a) las reivindicaciones que todo gobierno que se precie de justo, de cualquier latitud de la tierra, tiene que llevar a cabo para el “restablecimiento de la justicia” dándole a cada uno lo que le corresponde y al pueblo más pobre “casa, escuela, Iglesia y derechos”.

b) El origen último del poder debe nacer como el fuego siempre desde abajo. Esto va en primer lugar contra las tesis iluministas de que son los ilustrados los que saben gobernar. El sentido popular del Martín Fierro está acá presente pero no es un populismo bastardo que se reduce a “el pueblo siempre tiene razón”, sino que exige además que la voluntad de este pueblo sea como el fuego, pero  no el que quema, sino el que sirve para calentar. Reclama y caracteriza el poder como servicio.

c) Finalmente, se ocupa del conductor, del líder, del príncipe como decía los antiguos tratadistas. Y exige que éste tenga característica de criollo: O hasta que venga un criollo en esta tierra a mandar. Y acá tenemos que detenernos un poco, porque Martín Fierro no dice “un gaucho” sino “un criollo”. 

Según nuestra información el primero que hiciera esta distinción fue Juan Carlos Neyra en un impecable, breve y profundo ensayo, no tenido en cuenta por la multitud de intelectuales cagatintas que han hablado sobre el Martín Fierro.  El concepto de gaucho implica una forma de vivir que necesariamente se da en el campo, en donde éste muestra todas sus habilidades camperas en el trabajo con la hacienda, todas sus pilchas, todas sus destrezas en juegos como el pato, la taba, la sortija y en danzas como el triunfo, el gato, la zamba, la cueca, la chacarera o el chamamé. En donde los silencios tienen sus sonidos y los trabajos sus tiempos en un madurar con las cosas, tan propio del tiempo americano. 

¿Y lo criollo entonces?. Criollo es aquel que interpreta al gaucho y lo criollo es un modo de sentir, una aproximación afectiva a lo gaucho. Es por  eso que el gaucho es necesariamente criollo pero un criollo, puede no ser gaucho. De allí que esos viejos camperos de antes decían: Nunca digas que sos gaucho, que los otros lo digan de vos. 

Así,  pudo acertadamente escribir, este olvidado ensayista: Si gaucho es una forma de vivir, criollo es una forma de sentir” [3]
 
El gaucho de alguna manera ha ido lentamente desapareciendo porque su forma de vida y de trabajo ha ido cambiando, mientras que lo criollo determina el aspecto esencial de nuestro pueblo. 

Esa forma de sentir lo gaucho es la mejor defensa frente a la colonización cultural y la que nos determina como pueblos originarios de América con sus arquetipos emblemáticos como lo fueron el gaucho, el montubio, el llanero, el cholo, el huaso, el ladino, el boricua, el charro, el pila, etc.

Nosotros que no somos ni tan europeos ni tan indios somos los verdaderos y genuinos “pueblos originarios” de América y no como pretende el llamado indigenismo, que quiere construir una identidad en contra, básicamente, de España, renunciando a lo que ya se es. ¿O acaso Evo Morales, Correa, Chávez o Rigoberta Menchú son indios? No, ellos son criollos que renunciando a lo que son, construyen un aparato ideológico para ser otra cosa.

Y esa “otra cosa” está al servicio de las iglesias evangélicas y mormonas norteamericanas o tiene sus oficinas en Londres como los pseudo mapuches del sur de Chile. 

El hombre criollo que somos la inmensa mayoría los americanos que, cambiando lo que haya que cambiar, es como el tertius genus de San Pablo para definir a los cristianos que no son ni paganos y judíos (Gálatas, 3:28). Somos antropológicamente el producto más original que América ha dado al mundo. A ese carácter de “originales” no  podemos renunciar porque nos llevaría puestos a nosotros mismo transformándonos en “otra cosa”. 

En cuanto a los indios, que también son inmigrantes en América, tienen sobre nosotros sólo la “originariedad”, la cualidad de haber llegado primeros, pero no la “originalidad” que es el carácter propio de nosotros los criollos respecto de todos los tipos humanos que pueblan el mundo. Esto es clave, si no se lo entiende, le pasa como a aquel paisano: Que hombre que sabe cosas, el hombre de este albardón, que hombre que sabe cosas, pero cosas que no son. 

Vimos como el Martín Fierro puede leerse en clave política como un proyecto nacional donde, como dijo alguna vez el peronismo, hay una sola clase de hombre: el trabajador. Que en el caso del poema épico argentino-americano es el gaucho, y así lo dice sin ambages ni tapujos:

Soy gaucho, y entiendanló
Como mi lengua lo explica:
Para mí la tierra es chica
Y pudiera ser mayor;
Ni la víbora me pica
Ni quema mi frente el sol
.




Arkegueta, aprendiz constante, mejor que filósofo





[1] Cabe recordar que el Martín Fierro fue denigrado por toda la intelectualidad argentina de la época y que el primero en reivindicarlo fue el boliviano Pablo Subieta en 1881 con cinco notas aparecidas en el diario Las Provincias donde afirmaba que: “El Martín Fierro más que una colección de cantos populares es un estudio profundo de filosofía moral y social. El MF no es un hombre, es una raza es un pueblo”.

[2] La negación en el pensamiento popular, Buenos Aires, ed. Cimarrón, 1975, p. 108

[3] Neyra, Juan Carlos: Introducción criolla al Martín Fierro, ed. Huemul, 1979, p.22.-

DEMOCRACIA FINANCIERA


"La verdadera ecuación es: “democracia” = gobierno del mundo financiero… La principal característica de los gobiernos modernos es que nadie sabe quien gobierna, de facto más que de jure. Vemos al político pero no a su patrocinador; menos aún al apoyo del patrocinador, o lo que es lo más importante de todo, al banquero del patrocinador. Elevado por encima de todo, de una forma que no tiene parangón en el pasado, es el profeta velado de las finanzas, influenciando a todo hombre viviente como por arte de magia, y haciendo entrega de sus oráculos en un idioma que la gente no entiende. "



- J.R.R. Tolkien 

Candour Magazine, 13 July 1956-

sábado, 13 de julio de 2013

A LAS PUERTAS DEL PRIMER CENTENARIO DE LA I GUERRA MUNDIAL. “TEMPESTADES DE ACERO” DE ERNST JÜNGER.

"Portada del libro Tempestades de Acero de la Editorial Busquets"
 

Ficha Técnica:

Título: Tempestades de Acero

Autor: Ernst Jünger

Editorial: Tusquets Editores

Páginas: 448

 

El año que viene, 2014, se cumplirá el primer centenario del comienzo de la I Guerra Mundial. A día de hoy, dicho conflicto bélico tiene el triste honor de ostentar varios records mundiales, tales como el de ser la guerra que más millones de muertos ha causado, o la de ser la primera en utilizar de forma masiva el tanque, la guerra química y la aviación como armas ofensivas capaces de arrasar con miles de vidas en un solo día.

Si uno desea leer una novela sobre la I Guerra Mundial, escrita por un autor que la vivió de primera mano, debe recurrir, según mi opinión a “Tempestades de Acero”, de Ernst Jünger.

Redactada a modo de diario, Jünger recoge en su obra las impresiones que como suboficial del ejército alemán le produjeron durante aquellos años de duro conflicto y sus vivencias personales en los diferentes frentes de combate en los que participó.

Desde ese punto de vista, el autor revisa día a día, combate a combate, las sensaciones que sentían los soldados alemanes durante la guerra. Jünger, desde el mismo día en el que se alistó como voluntario, llevó consigo libretas, en las que a modo de diario, escribía sus impresiones y realizaba anotaciones. Unas veces, desde la tranquilidad en la retaguardia. Otras eran croquis y dibujos sobre los lugares por los que transitaba su sección, o simples exclamaciones y breves frases escritas en la oscuridad de la trinchera de primera línea mientras las granadas y los obuses explotaban a su alrededor. En ellas reflejó lo que al soldado le suponía el vivir bajo tierra, en largas y húmedas trincheras, rodeados de piojos y ratas. Describe la vida cotidiana del soldado con la Muerte, que se aparecía todos los días en distintas formas, ora de francotirador, ora de bala perdida o tal vez en forma de casco de metralla el cual terminaba impactando en el cuerpo propio o en el del compañero provocando desgarros y amputaciones terribles.

Las páginas de “Tempestades de acero” están llenas de vívidas imágenes en las que las granadas de mano, las terribles minas y las bombas de los obuses explotan a pocos metros de uno, donde el atronador ruido de la explosión hacía que el suelo temblase como si quisiese alcanzar el cielo y huir de su natural posición horizontal. Y mientras, los trozos de metal incandescentes destrozan al compañero que uno tiene al lado o pasan silbantes junto al casco de acero.

Lo peor de todo y sobre todo, según el autor, era la sensación de saberse nada más que un número anónimo. Uno más de los millones de soldados que participaron en aquella guerra, en ese conflicto bélico, del cual ya nadie de los allí presentes, sabía a ciencia cierta el motivo por el que se alistaron y el por qué se lucha.

Jünger recrea en su libro algunas escenas donde se vislumbra, con toda crudeza la visión de la guerra. Aquí y allá, en las páginas de la obra, el lector se encuentra  con trozos de cuerpos humanos destrozados. Muchos miembros descarnados o reventados, tanto de los compañeros de trinchera como de los rivales, los cuales van pereciendo despedazados por las bombas, las metrallas o las balas de las ametralladoras. No se trata de un ejercicio de morbosidad. No hay apasionamiento en la descripción. No se trata de un alegato pacifista que tiende a llenar al lector de sensaciones sensibleras. Ernst Jünger sólo relata de modo literal, lo que ocurre a su alrededor. Es más. En algunos momentos, el propio autor llega a explicar, que ese contacto diario con las escenas más mórbidas y terribles de la guerra, llegan a deshumanizar a los hombres que por allí transitan, haciendo que la vida no sea más que la rutina de trinchera. El esperar a que llegue tu hora, pues es sabido que tarde o temprano, esa tempestad de acero terminará por alcanzarte.


"Impactante instantánea de la I Guerra Mundial en las trincheras francesas. Las atrocidades de la guerra deshumanizaban a los hombres, que se acostumbraban a convivir con el horror" 
 

La lucha de las trincheras consistía precisamente en eso. Hombres y más hombres, sumergidos bajo tierra, asomaban la cabeza por encima de pequeños parapetos para poder efectuar disparos y arrasar a un enemigo que se encontraba apenas a unos metros de distancia en igual situación. En medio, en la tierra de nadie, los cadáveres de  ambos bandos pudriéndose bajo el sol o la lluvia. Hacía tiempo que los mandos de ambos ejércitos impidieron que se retirasen los cuerpos de los caídos en combate en esas zonas. Se trataba de evitar la confraternización de ambos bandos en liza y evitar que se hiciesen “amigos”. Se buscaba que los soldados odiasen a su adversario, para así mejor matar. Sin remordimientos. No se quería que se viese en el enemigo a un ser humano, digno de lástima o de compasión.

A lo largo de las páginas, el lector revive junto a su autor, cada uno de los momentos que ese gran conflicto deparó a millones de soldados de toda raza y condición. Se hacen especialmente interesantes los periodos de descanso, las juergas vividas como si fuesen la última despedida de un mundo al que pronto se le dirá adiós. La visión del compañerismo en los momentos más difíciles de la vida. Las sensaciones o impresiones que el enemigo provoca en el imaginario bélico y mucho más. Y todo redactado con un estilo legible y ameno que hace que “Tempestades de Acero” sea considerado desde hace tiempo como la mejor autobiografía sobre este acontecimiento bélico. Al menos, es la única obra de éste género desde el punto de vista germano.

Si ello es así, ¿Por qué no es tan conocida la obra?


 
"Retrato de Ernst Jünger con apenas 19 años, hacía unos meses que estaba alistado como voluntario para luchar en la I Guerra Mundial"
 

Ernest Jünger. La desdicha de ser un gran escritor  del bando perdedor.
Pese a ser uno de los grandes autores de lengua germana, Jünger no lo tuvo fácil al dedicarse a la labor de escritor. Con apenas 25 años, compiló sus diarios de combate –más de 20 libretas- y les dio forma, publicándolos a su expensa, y logrando cierto reconocimiento. Nace así su primera obra “Tempestades de acero”.
Después le seguirán otros títulos, como “La guerra como experiencia interior” o “El trabajador”.
En el periodo de entre guerras Jünger se siente profundamente patriótico, pero no experimenta simpatías por el auge del régimen nazi que está emergiendo en la Alemania de los años 30. Es más, en determinadas ocasiones su sentido del honor le lleva a alejarse u oponerse al mismo régimen, protestando por la manipulación que el régimen hace, sesgando o manipulando sus trabajos y escritos. Jünger optará por un exilio interior, hospedándose durante un tiempo en una alejada aldea, rodeada de campo y de montañas, que tanto le recordaba a su querido paso por los wandervögel
Durante la II Guerra Mundial, Jünger permanece en París. Allí confraternizará con la bohemia parisina del momento, hasta que llegado el momento es reclutado para acudir al frente ruso.
Tras la II GM, Ernst se dedicará a seguir con sus trabajos, sus investigaciones y sus publicaciones. Así nacerán otros títulos literarios, en los que el autor describe sus experiencias con los psicotrópicos y las alteraciones que estos producen en el ser humano.
Pero en definitiva, lo que importa es que Jünger durante el nazismo, no fue muy querido en su país, por no ser un colaboracionista radical del régimen nazi. Por otra parte, tras perder Alemania la IIGM, Jünger, es ninguneado por sus contemporáneos, pues el hecho de haber vestido el uniforme de la Wermacht lo hacía un personaje incómodo como para los encumbrados escritores de la época, y por ello se le priva de ser citado o de tenerlo al lado en una foto.
No obstante, y gracias a su longevidad (falleció el 17 de febrero de 1998), Jünger pudo ver como su nombre y su obra era reconocida en su querida Alemania. Después, tímidamente, su reconocimiento como escritor se extendió a otros países, llegando incluso a España.
Luis Gómez

 

viernes, 12 de julio de 2013

LOS SUPUESTOS IDEOLÓGICOS DE LA NOVELA DE VALLE-INCLÁN: "TIRANO BANDERAS"

Valle-Inclán, autor de "Tirano Banderas".
 
 
 
INDIGENISMO, COMUNISMO Y TEOSOFÍA
AL SERVICIO DEL NUEVO ORDEN MUNDIAL
 

Por Manuel Fernández Espinosa
 

"Tirano Banderas. Novela de Tierra Caliente" (año 1926), de D. Ramón María del Valle-Inclán, constituye un hito en la producción literaria de su autor (su mejor novela, dicen algunos). Además de ello, los críticos literarios coinciden en ver en "Tirano Banderas" el precedente de esas otras novelas hispánicas que, aquende y allende el Atlántico, se fueron sucediendo a partir de 1926 y que, según el buen hacer de cada autor hispanoamericano o hispanoeuropeo,  se desarrolla alrededor de la figura histórica o ficticio-arquetípica de un gobernante autoritario -y sea éste del país hispánico que sea. Son muchos los autores que han escrito su propio y particular "Tirano Banderas". Pudiéramos citar a algunos egregios hispanoamericanos: el paraguayo Roa Bastos, con "Yo, el supremo"; el peruano Vargas Llosa con "La fiesta del Chivo"; el colombiano García Márquez, con "El otoño del Patriarca"... Etcétera. Podríamos citar a muchos más, pero no queremos ser exhaustivos. Entre los cultivadores hispanoeuropeos de esta especie de género literario destaca Francisco Umbral, con "Leyenda del César Visionario" sobre la cansina y enfermiza obsesión que sufren nuestras izquierdas indígenas, esa manía de los izquierdistas llamada Francisco Franco.

Sin entrar en la valoración estético-literaria de cada una de estas novelas u otras que pudieran elencarse, es un hecho que, en casi todos los casos, éste que pudiéramos llamar género novelístico, ha sido hasta ahora instrumentalizada, al servicio de los intereses más ajenos y contrarios al orgullo hispánico, a la afirmación hispánica y a la autoestima y bien común del panhispanismo. Estas novelas han servido al extranjero, consciente o insconscientemente (y de muchas maneras), pero sobre todo cristalizando y remachando clichés anti-españoles, pro-socialistas o pro-liberales, pro-indigenistas y, en todo caso, anti-hispánicos. "Tirano Banderas" pudiera o no ser la novela pionera que abre la serie de novelas que otros autores vendrían a escribir, pero nuestro interés por ella se debe a que puede ser considerada como arquetípica. Nos proponemos interpretar "Tirano Banderas" ideológicamente, haciendo patente lo que subyace bajo el barroquizante y florido lenguaje de Valle-Inclán. También, por último, quisiéramos que este ejercicio se convirtiera, a modo de propuesta, en una inspiración para purificar este "género", corregir el rumbo y ver la forma de tornar este género literario en una potencial arma de combate cultural panhispánico.

En modo alguno subestimamos "Tirano Banderas" como producto literario, por mucho que veamos en Valle-Inclán a un exponente de la heterodoxia y la revolución más profunda y peligrosa: la cultural. El talento de Valle-Inclán, a quien tenemos como adversario, es algo que hemos de reconocer y ponemos a salvo las virtudes novelísticas desplegadas en "Tirano Banderas". El arte de Valle-Inclán es, a nuestro juicio, incuestionable y no en vano es esta novela considerada como una de las cumbres de la novelística valleinclanesca (hemos dicho arriba y repetimos), lástima que empleara su talento contra España. Sin embargo, incluso desde la estricta perspectiva estética "Tirano Banderas" fue una obra controvertida por su estilo y, no obstante haber sido por lo general loada por su exuberancia lingüística (tan exótica como evocadora), también fue calificada por algunos críticos como "general pastiche lingüístico panamericano". Pero no es nuestro objetivo, decimos, valorar estética o formalmente la novela de Valle-Inclán, algo para lo que no nos creemos cualificados y empresa que dejamos gustosos para ocupación de filólogos. Lo que nosotros pensamos es que "Tirano Banderas" reclama una lectura que trasparente los sustratos ideológicos que reposan bajo el texto, ideas valle-inclanescas latentes bajo la fastuosa imaginería que exhibe el genial artista y siniestro ocultista revolucionario Ramón María del Valle-Inclán. Y, a la vez, invitamos a la lectura de "Tirano Banderas" (pero con la precaución que esperamos que se extraiga después de leer este bosquejo nuestro); es por ello que no queremos desvelar ni la trama ni los personajes, pues preferiríamos que el futuro lector la disfrute como producto artístico. Sin embargo, para quien no la haya leído o no la recuerde, ofrecemos en unas líneas una sinopsis:

Santos Banderas (Tirano Banderas) es un dictador en un país hispanoamericano imaginario, que vive rodeado de aduladores y asomándose a la ventana, sabedor de los peligros que se ciernen sobre su mandato y, en definitiva, sobre su vida; pues sus adversarios "revolucionarios" están planeando darle jaque mate. Las fuerzas rebeldes están cada vez mejor organizadas y amenazan con derrocar al tirano.
 
 
 
SANTOS BANDERAS, ENTRE EL POSITIVISMO Y LA TRADICIÓN HISPÁNICA ANTI-ANGLOSAJONA
 
Ideológicamente, Santos Banderas es un político con una formación cultural no despreciable. Por algunos de sus comentarios, parece estar próximo a la ideología positivista, como se infiere de lo que le dice a un representante de la Colonia Española:

"Me congratula ver cómo los hermanos de raza aquí radicados, afirmando su fe inquebrantable en los ideales de orden y progreso...".

Recordaremos que "Orden y Progreso" es el lema que figura al frente de la bandera de Brasil y que dicho lema procede de la frase de Augusto Comte: "L'amour pour principe et l'ordre pour base; le progrès pour but". Santos Banderas no es, por lo tanto, un dictador tradicionalista (sino que ha recibido la influencia, siquiera lejana y por vaga que ésta sea, del conservadurismo positivista; escuela que tanto incidió en las elites cultas de los países hermanos de Iberoamérica, tras su secesión con la Madre Patria España).

Los enemigos de Santos Banderas, con los que el autor simpatiza, son llamados revolucionarios (pero como positivista, Santos Banderas tampoco es precisamente un contra-revolucionario; no estamos ante ningún paladín de Trono ni Altar). Santos Banderas es un hombre que Valle-Inclán nos presenta revestido de levita, con cierto porte y aire "cuáquero"; a veces muestra una refinada crueldad, es justiciero y populista, pero siempre inmisericorde e implacable con los traidores. Está dotado de gran astucia maquiavélica y no anda falto de perspectiva histórica.

En sus antipatías, Santos Banderas es un consumado anti-anglosajón, que interpreta como una amenaza a sus raíces propias (hispánicas) las ambiciones depredatorias del imperio anglosajón (bien británico o norteamericano) que planea sobre la república que él timonea, ávido de caer sobre sus recursos naturales. En ese sentido, Banderas se muestra condescendiente y amigo de la Colonia Española (de la que hablaremos), aunque no sean buenas sus relaciones "personales" con el embajador español (un decadente y ridículo homosexual).

Santos Banderas lo tiene claro:

"La Humanidad que invocan las milicias puritanas es un ente de razón, una logomaquía. El laborantismo inglés, para influenciar sobre los negocios de minas y finanzas, comienza introduciendo la Biblia".

Esto le dice Banderas al representante de la Colonia Española, Don Celes Galindo. Las "milicias puritanas" a las que alude el tirano son los enemigos, exteriores e interiores, de su autoritario gobierno. La cita es una prueba de su anti-imperialismo anglosajón, fundamentado en una larga tradición que tal vez Banderas pudiera ignorar, pero que no ignoraba Valle-Inclán. Los orígenes tradicionalistas españoles de este juicio sobre el imperialismo anglosajón (y sus malas artes para introducirse en las naciones, para subyugarlas más o menos manifiestamente) hay que buscarlos en los círculos tradicionalistas españoles del siglo XIX, como el círculo balmesiano (Balmes, Muñoz Garnica...). Para este tema remito a mi artículo: Sobre el protestantismo en España -publicado en EL BLOG DE CASSIA, y aquí, en el título, enlazado.

Como resumen del positivismo y el anti-imperialismo anglosajón de Santos Banderas, podemos aportar esta otra cita que es una apología del caudillismo hispánico:

"No está mal el razonamiento de los científicos, cuando nos dicen que la originaria organización comunal del indígena se ha visto fregada por el individualismo español, raíz de nuestro caudillaje. El caudillaje criollo, la indiferencia del indígena, la crápula del mestizo y la teocracia colonial son los tópicos con que nos denigran el industrialismo yanqui y las monas de la diplomacia europea. Su negocio está en hacerle la capa a los bucaneros de la revolución, para arruinar nuestros valores y alzarse concesionarios de minas, ferrocarriles y aduanas..."

("Fregada": aquí puede significar "eliminada", pero también significa "vencida", "fastidiada").

Nótese la perspicacia política del dictador. Este pasaje dice algo más de lo que un político español de la época sería capaz de barruntar. Y los políticos españoles de hoy en día, ni que decir tiene que no serían capaces ni de comprender el mensaje, es notoria la ineptitud cultural que impera en la clase política española de hogaño, que si algo lee son tebeos.
 
La hispanofilia de Santos Banderas contrasta con la hispanofobia del mismo Valle-Inclán que en esta novela se desmelena. Valle-Inclán se muestra aquí como un consumado enemigo de todo lo español, pudiendo atisbarse una especie de latente pulsión auto-destructiva en el escritor gallego. Odia a España, pero es español... Por mucho que le pese. Y es que en "Tirano Banderas", Valle-Inclán descarga sobre la Colonia Española todo su furor endófobo. Asistimos a un Valle-Inclán inédito: un autor que desprecia y abomina de España y de todos los valores que la hicieron poderosa y respetada. Valle-Inclán cae así en esa corriente que constituye una de las peores tradiciones anti-españolas, la misma que más tarde se ha visto representada en nuestros días por Juan Goytisolo, por ejemplo. Se trata del odio contra la España católica y tradicional y la desesperada búsqueda de cualquier cosa que los libere de la "fatalidad" de ser españoles.

Los personajes de la Colonia Española son presentados en "Tirano Banderas" con las más negras tinturas: Teodosio de Araco es caracterizado como un acérrimo tradicionalista, oriundo de Álava y cuyo apellido podemos descifrar como "Teodosio del Altar" (Ara: altar y el "-co" es genitivo vascuence), aunque el peor parado será Quintín Pereda, un colono asturiano, que es presentado como un ruin "usurero", ("judío" le llama varias veces Valle-Inclán en boca de otros personajes), Quintín Pereda es inhumano y nauseabundo en su avaricia. Casi todos los miembros de la Colonia Española son, a su vez (a excepción del embajador), partidarios acérrimos del Tirano Banderas por irles en ello su interés. El embajador, lo hemos dicho más arriba, es un grotesco sodomita al que no respetan ni Santos Banderas ni sus otros colegas de las embajadas extranjeras con los que conferencia.

Valle-Inclán se despacha contra la Colonia Española con rencor y es así como, aquel carlista estético (había mucho de histriónico en su carlismo, cuando hubo carlismo en él) se ha convertido en un anti-español de la peor y más refinada especie. Y pensamos que Valle-Inclán no resolvió positivamente el gran dilema frente al que se encara todo español medianamente culto y consciente: ante la decadencia cada vez más patente de España, frente a la degradación de la vida española... ¿España o la Anti-España? Hubo un momento en que, para Valle-Inclán, se hizo claro y apostó por la Anti-España: había que desertar de ser español, mejor ser cosmopolita, teosofista, espiritista, fabiano, comunista... Cualquier cosa, menos católico y español. Su carlismo fue tan inconsistente como el de tantos otros, que hacen del carlismo una cuestión de pedigrí familiar: gravísima lacra que paraliza tantos sectores del tradicionalismo político español, enclaustrados en su capillita particular, tan cómodamente viendo cómo todo lo que más amamos (España, su Tradición, su Gloria, su Grandeza...) es nostálgica reliquia de un pasado, mientras lo que queda de España se hunde en el cieno. Es hora de despertar, caballeros.
 
 
 
LOS ENEMIGOS DE SANTOS BANDERAS: TEOSOFÍA, INDIGENISMO, COMUNISMO
 
Los enemigos políticos de Santos Banderas (excepción hecha de los que se ponen contra él por cuestiones personales y no de índole ideológica) muestran una ideología indigenista, que todavía hoy es munición de la extrema izquierda hispanoamericana. Así podemos leer, entre otras muchas citas que pudiéramos traer a colación, este fragmento del discurso de uno de los demagogos, adversarios de Santos Banderas:
 
"Las antiguas colonias españolas, para volver a la ruta de su destino histórico, habrán de escuchar las voces de las civilizaciones originarias de América. Sólo así dejaremos algún día de ser una colonia espiritual del Viejo Continente. El Catolicismo y las corruptelas jurídicas cimentan toda la obra civilizadora de la latinidad en nuestra América [...] grilletes que nos mediatizan a una civilización en descrédito, egoísta y mendaz. Pero si renegamos de esta abyección jurídico religiosa, sea para forjar un nuevo vínculo, donde revivan nuestras tradiciones de comunismo milenario, en un futuro pleno de solidaridad humana...".

Los reproches que se nos lanzan aquí contra el elemento hispánico son, sintéticamente: el Catolicismo y las corruptelas jurídicas. La alternativa que se propone como sustituta de ese legado rechazado es el "comunismo indigenista". La revolución es una revolución comunista y el tema que asoma en esta novela de 1926 es de la más virulenta actualidad en nuestros días. Y es que, mientras asistimos a una desorientación absoluta por parte de la clase política "española" (que en su ala de centro-derecha es seguidista del modelo liberal patrocinado por USA), algunos países hispanoamericanos han caído en las garras de la oligarquía izquierdista, disfrazada de redentora y con repuntes de populista, tantas veces insoportablemente aplebeyada, envilecida y envilecedora de su propio pueblo. Y así lo vemos en Venezuela, en Argentina, en Bolivia... Donde prospera el más ridículo de los sectarismos anti-hispánicos, pro-indigenistas y anti-españoles. Los revolucionarios hispano-americanos pretenden sustituir Catolicismo por neopaganismo (el gnosticismo teosófico, como veremos más abajo, se reserva para las elites del poder) y a las "corruptelas jurídicas" heredadas del sistema imperial español... Se las suplanta por el comunismo. Y recordemos que, en 1919, Lenin había fundado la III Internacional Comunista: la Komintern y que, cinco años antes de escribir Valle-Inclán la novela, en 1921, el Partido Socialista Obrero Español había sufrido la escisión en su seno, fundándose el Partido Comunista Obrero Español (luego PCE).

El "comunismo milenario" como forma política (o, mejor sería decir: anti-política, por utópica) y el neopaganismo indigenista para el pueblo (la Pacha Mama y todos los cultos precolombinos, suponemos que no se descarte la antropofagia, como alternativa religiosa exotérica) y todo ello dispuesto al propósito de desevangelizar al pueblo hispanoamericano, puesto que los indios habían sido cristianados por los rapaces y odiosos españoles; pero para los revolucionarios latinoamericanos "más conscientes" habría otra religión, no "exotérica" esta vez, sino "esotérica": para iniciados. En definitiva, nunca puede liquidarse una religión si no que hay que reemplazarla por un sustitutivo, por más delirante y ridículo que la pseudo-religión suplente pueda resultar. Esto lo vemos cuando en prisión, Roque Cepeda, uno de esos revolucionarios más conscientes, exhorta a otro revolucionario (de una naturaleza revolucionaria más mostrenca, que reconoce su falta de "espíritu religioso") de esta guisa:
 
"-Pues reconociéndose tan carente de espíritu religioso, usted será siempre un revolucionario muy mediocre. Hay que considerar la vida como una simiente sagrada que se nos da para que la hagamos fructificar en beneficio de todos los hombres. El revolucionario es un vidente".  
 
En la novela de Valle-Inclán, esta "pseudo-religión" que sustituye al Catolicismo es el Teosofismo (la secta gnóstica y luciferina fundada por Madame Blavatsky y que es núcleo duro del supermercado pseudoespiritual actual llamado New Age). Valle-Inclán, pese a lo que por ahí sostienen algunos cándidos carlistas, no fue un tradicionalista. Y digo más, aunque pudiera morir como católico, no vivió como católico: Valle-Inclán fue un secuaz de la Sociedad Teosófica y por ello no es extraño que los personajes con los que simpatiza el autor (no sólo de esta novela) aludan o afirmen el teosofismo. Así, ese Roque Cepeda de más arriba, uno de los adversarios de Santos Banderas, le recomienda al revolucionario mostrenco e "inconsciente", con el que se halla en la cárcel, leer la revista mensual norteamericana "El Sendero Teosófico", revista que no lo dice Valle-Inclán, pero lo sabemos y desvelamos nosotros, era publicada en Point Loma (California) desde el año 1911 al 1917 por la Aryan Theosophical Press.
 
Pero, ¿a quiénes favorece la instalación de la Teosofía en Hispanoamérica? Sin ninguna duda que al imperialismo anglo-sajón, británico o yanqui. Recordemos que durante la I Guerra Mundial, Valle-Inclán fue un fogoso agente, bien pagado, de la causa aliada contra los imperios centrales: sus disputas en prensa contra los germanófilos fueron sonadas. El aliadofilismo valleinclanesco está muy relacionado con su proximidad a la masonería y su filiación a la Sociedad Teosófica. Y esto que fue en Valle-Inclán, lo será también para toda comunidad nacional o individuo que se sujete a la heterodoxia sectaria de la gnosis, que siempre es camino de una nueva esclavitud moral y material.
 
Al margen de la maestría artística de Valle-Inclán, cabe decir que el elemento "atmosférico" de "Tirano Banderas" es el inquietante y enigmático pathos teosófico: lo que pudiéramos llamar "atmósfera" de esta novela valleinclanesca es comparable, pienso yo, a la atmósfera de otra novela: "La noche de Walpurga" (año 1917), obra de otro hierofante ocultista europeo y contemporáneo de Valle-Inclán: me refiero a Gustav Meyrink, más conocido por "El Golem" y miembro de varias sociedades ocultistas que operaron en Centroeuropa durante el periodo de entreguerras. Salta a la vista, por otra parte, que en "Tirano Banderas", como bien han resaltado los especialistas en Valle-Inclán, asistimos a una esperpentización del tema político y de la figura del dictador (conservador e hispanófilo), personaje arquetípico contra el que se levanta la novela, tal y como una acusación que anatematiza en Hispanoamérica todo cuanto tenga a gala blasonar de ser descendiente de la Católica España.
 
Después de este análisis de los supuestos ideológicos de "Tirano Banderas", solo queda expresar por nuestra parte el anhelo que tenemos por ver que algún joven escritor, bien hispanoamericano o bien hispanoeuropeo, se anime y corrija el rumbo de este género literario que hasta hoy ha sido empleado contra el Panhispanismo. Un novela que mostrara artísticamente toda la mendacidad, el servilismo, la corrupción y la abyección de los tiranos izquierdistas que, con mayor o menor crueldad, sumen a sus naciones en la más negra de las miserias morales y materiales, mientras las convierten en peleles de intereses extranjeros.

Y materia, como bien podemos suponer, no falta... Por desgracia. Bien lo saben cuantos hermanos nuestros de Iberoamérica lo sufren.
 
 
 
Carteles de la película "Tirano Banderas", ficha técnica aquí enlazada.