RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

lunes, 20 de marzo de 2017

LA CIUDADANÍA ESPAÑOLA, DEVALUADA



RECONQUISTA DE NUESTRA CIUDADANÍA

Manuel Fernández Espinosa

Uno de los asuntos más serios y problemáticos que una sociedad puede afrontar es la definición de "ciudadano". Y toda definición comporta, aunque en negativo, una exclusión: no todo ser humano puede ser ciudadano de éste país o del otro y, si todo el mundo lo es, es que ser ciudadano no tiene ningún valor. La tontería esa de que no hay fronteras y nadie es extranjero en ninguna parte sólo la pueden creer y sostener sentimentales imbéciles o desaprensivos sectarios. Si todo el mundo, independientemente de su naturaleza, puede acceder a los derechos de ciudadano de un país x, es que la ciudadanía del país x no vale un bledo. 

Vayamos a la democracia ateniense, que se alega como modelo de democracia, a la vez que se desconocen y desprecian sus aspectos menos políticamente correctos, por no interesar a los demagogos actuales. En Atenas había "metecos" que no eran simplemente "extranjeros", sino que eran "extranjeros" que habían establecido de un modo permanente su residencia en la "polis" (un extranjero de paso, un transeúnte, no se consideraba "meteco"): "Los extranjeros residentes en la ciudad, los metecos, formaban un sector de la población con ciertas libertades y derechos legales, y con gran importancia económica; pero sin representación política" -nos recuerda Carlos García Gual.

Etimológicamente, "meteco" no trae consigo ninguna connotación peyorativa y en ese sentido etimológico sería conveniente recuperar el término. Meteco venía de "métoikos": el que cambia de residencia. Aristóteles, meteco él mismo, aborda el asunto en su "Política" y se hace eco del problema que implica que algunos metecos fuesen admitidos a la ciudadanía tras una revolución, recordando a los extranjeros residentes a los cuales Clístenes concedió tal título de ciudadanía. El Estagirita es claro: "Pero la discusión respecto a éstos no es quién es ciudadano, sino si lo es justa o injustamente. Aunque también uno podría preguntarse esto: ¿si alguien es ciudadano injustamente, no dejará de ser ciudadano, en la idea de que lo injusto equivale a lo falso? Pero, una vez que vemos que algunos gobiernan injustamente, y el ciudadano ha sido definido por cierto ejercicio del poder (pues, como hemos dicho, el que participa de tal poder es ciudadano), es evidente que hay que llamar ciudadanos también a éstos".

La cuestión se establece, por tanto, en que es ciudadano el que de alguna forma "participa del poder", con o sin título de ciudadanía, justa o injustamente adquirido. La actualidad española ofrece muchos ejemplos lacerantes de lo que estamos diciendo aquí, sin que parezca importarle a nadie en la inconsciencia general. En Cataluña, por ejemplo, el nacionalismo catalán, establecido en las instituciones, viene empleando a colectivos de inmigrantes para sus propios fines: así, en el año 2010, ya vimos cooperar a estos colectivos con el poder separatista, puesto que las cifras con que son subvencionadas diversas asociaciones metecas revela quiénes -y cómo- dirigen estas maniobras (ver noticia Inmigrantes subvencionados.) También vemos a estos metecos en fotografías, apoyando el proceso secesionista catalán con más afán que muchos payeses. ¿Tienen derecho? Vemos que, en caso de no tenerlo legalmente, ejercen "realmente" esos derechos sin que las instituciones del Estado les cuestione tal intrusión en nuestros asuntos nacionales ni tampoco se establezcan correctivos.

¿Qué es lo que ha pasado aquí? Más allá de lo anecdótico, lo que tenemos ante nosotros es, por muchas y complejas razones, una evidente disolución del concepto de "ciudadano español". La dejadez del Estado en estas cuestiones acarrea que se dé la contradicción de que, mientras que se exaltan los derechos del ciudadano (manida retórica liberalesca y caduca), eso de "ciudadano español", por mucho que puede estar definido en los papeles, a la hora de la verdad, en la vida práctica, no vale para nada. Salta a la vista que en España se le deja hacer al último que viene, pudiendo incluso intervenir y cooperar en la presión particular que quieran ejercer los enemigos de la unidad nacional y, tampoco decimos nada extraño, muchas veces hasta se tiene la sospecha de que los metecos tienen hasta más ventajas prácticas que los naturales: véase el ejemplo de los comedores que discriminan a los españoles en el mismo Madrid: "Madrid es la única comunidad que separa a inmigrantes y españoles en los comedores públicos". A veces se llega al absurdo de estar manteniendo con el dinero de nuestros impuestos a no pocos metecos que conspiran incluso contra nuestra seguridad interna (El yihadista de Vitoria cobraba 1800 euros...)

Muchas son las interrogantes que este asunto plantea: la ciudadanía española, ¿vale algo?, ¿a quién cumple hacerla valer?, ¿por qué no la hace valer quien tiene el deber de hacerlo? Dejemos estas preguntas en el aire, respóndaselas cada cual. Lo que interesa mostrar es que la "ciudadanía española" no puede seguir por más tiempo siendo algo sin defender. Hay que establecer límites: no se le puede conceder a cualquiera, pues dársela a cualquiera es poner en litigio nuestro mismo futuro como sociedad. Tampoco, ni habiéndosela negado, hay que permitir que extranjeros con residencia en España, con y por sus intereses propios, intervengan en los asuntos que son exclusivamente nuestros.

El 14 de diciembre de 1909, Eugenio d'Ors escribía en su "Glosari" sobre la inquietante presencia de los "metecos" en Atenas: "...eran los más peligrosos, porque no se les excluía totalmente de los derechos políticos. Extranjeros o hijos de extranjeros, desarraigados de diversa índole, llegados a la ciudadanía de origen dudoso, bárbaros abiertamente o barbarizantes equívocos, formaban en medio de la Ciudad este "demos" meteco, sin una ligazón cordial con la gloria ancestral de ella, sin interés por su lejano porvenir...".

Los metecos no tienen una "ligazón cordial con la gloria ancestral" de la nación, ni tampoco tienen el menor "interés por su lejano porvenir". Si no entendemos eso, si no hacemos nada por reconquistar nuestra "ciudadanía" y poner las cosas en su sitio, España no tendrá más porvenir que el de ser un país colonizado y día llegará en que los españoles naturales viviremos en un apartheid, hasta que nos reduzcan a una minoría prescindible en el conjunto de una población que nos habrá sustituido en nuestro mismo suelo.

La antigua Grecia, no nos lo dicen, también contemplaba la xenelasia. No la desdeñemos tampoco nosotros si es por tal de sobrevivir.


NOTAS:

"Glosari", Eugenio d'Ors. El pasaje de Eugenio d'Ors está originalmente escrito en catalán y lo he traducido al castellano. En su letra original dice: "...eren el més perillosos, perque no se'ls excloïa totalment dels drets polítics. Forasters o fills de forasters, desarrelats de vária mena, pervinguts a ciutadania d'origen dubtós, bárbars palesos o barbaritzants equívocs, formaven en mig de la Ciutat aquest "demos" metec, sense un lligam de cor amb la glória ancestral d'ella, sense interés pel seu llunyá avenir...".

"Historia de la teoría política" (1), Fernando Villespín: "La Grecia Antigua", Carlos García Gual.

"Política" y "Constitución de los atenienses", Aristóteles. 

viernes, 17 de marzo de 2017

O LA HONRA O LA TIRANÍA

 
Representación de El Alcalde de Zalamea, año 1909. Fuente: wikipedia


LA HONRA COMO RESTAURACIÓN DE LA SOCIEDAD NORMAL


Manuel Fernández Espinosa


En las más diversas sociedades y pueblos, la pertenencia a un grupo social ha estado indisolublemente unida al cumplimiento de unas normas que pueden o no estar escritas, pero que por tradición han de ser observadas por todos los miembros del grupo para no buscarse la expulsión y sus consecuencias. Las indudables ventajas de formar parte de una comunidad siempre ha tenido como contrapunto la aceptación y cumplimiento de unos requisitos que se presumen y siempre hay que estar dispuesto a mostrarlos. Si no entendemos esto, será imposible comprender toda la cuestión fundamental de la Honra.

En la sociedad estamental de la España de los siglos de oro, la Honra tuvo un doble aspecto como bien supo precisar Gustavo Correa, cuando estudiaba el teatro nacional del siglo XVII. Había una Honra "vertical" que correspondía a la posición social del individuo en la escala social y que le venía por su alcurnia (propiamente dicho era el Honor) y una Honra "horizontal" que "descansaba por entero en la opinión que los demás tuvieran de la persona" -escribe el mismo Correa. Vamos a poner a un lado esa honra vertical que afectaba a un sector de la población por su pertenencia a un estamento privilegiado y cuya adquisición venía la mayor parte de las veces de nacimiento, para centrarnos en la "honra horizontal", esto es: la Honra que, a excepción de algunos grupos marginales, obligaba a todos, desde el pechero al hidalgo.

Tiene a su vez la Honra una doble faz: es, por un lado, inherente al individuo, pero no por ello es cosa particular, puesto que por otra parte la Honra depende de la opinión que el grupo tiene de su miembro, por lo que la Honra no pertenece de un modo inajenable al fuero interno del individuo o de la familia, sino al fuero externo de todos los demás con los que pertenece a la comunidad. Ésta puede ejercer su derecho a la "excomunión" de quien pierde la Honra. Y la misma comunidad dispone de ese derecho fundamental y constitutivo, pues sin él la comunidad no podría permanecer como tal comunidad: si permitiera que sus miembros transgredieran las normas que por tradición la han formado, la comunidad dejaría de serlo.

La Honra era algo que se presuponía, pero que a la vez de preciosísimo bien, era uno de los más frágiles bienes, por eso se la comparaba con el vidrio. Al hombre se le presumía la hombría y a la mujer el pudor, la honestidad y la castidad: cualquier acto de cobardía o vileza propios de un hombre quebrantaba la Honra del varón, pero la honra masculina también podía ser fácilmente vulnerada por el desvirgamiento, consentido o forzado, de una hija o por la infidelidad conyugal de la esposa. En esos casos, limpiar la Honra implicaba no pocas veces el derramamiento de sangre y, según lo ocurrido, se preveía perfectamente lo que había que hacer, puesto que todo estaba reglamentado en las leyes. Por ejemplo: 

"Sobre cómo el marido no puede matar a uno de los dos adúlteros y dexar al otro: Si mujer casada faze adulterio, ambos sean en el poder del marido y faga dellos lo que quisiere e de lo que han, así no puede matar él uno dellos e dexar al otro".

El marido que mataba al amante de su mujer y dejaba viva a la adúltera sufría la pena de muerte o, dependiendo del lugar, también se le podía castrar como ocurría en Cuenca.

La mujer se convertía en la clave de la Honra. La mujer promiscua podía biológicamente dar hijos, pero no podía dar hombres de bien, de ahí que uno de los insultos más generalizados en la sociedad española fuese (y todavía sea, aunque se ha perdido su sentido original) el de "hijo de puta". 

"Hijo de puta" es la injuria por excelencia desde tiempos inmemoriales. En los momentos previos a entrar en la batalla de las Navas de Tolosa, se hallaban allí el Señor de Vizcaya y su hijo. El padre había sufrido la deshonra de haber sido abandonado por su esposa, fugándose ésta con un herrero burgalés, y su hijo -recordándole el mal papel que se decía había hecho su padre en la anterior batalla de Alarcos- le dijo: "Padre, haced hoy para que no me llamen hijo de cobarde". A lo que el Señor de Vizcaya le respondió: "Llamaos han hijo de puta, pero no hijo de traidor". De esta forma fue como el padre, respondiendo por sí, le dio uno de los más sonados zascas de la historia de España a su vástago. El Señor de Vizcaya, cuya reputación se había visto empañada por su acción militar en la derrota de Alarcos, así como por la infidelidad de su esposa adúltera, parece no responder nada más que por sí mismo. Y ante la insolencia del hijo que parece que le cuestiona su valor en la batalla, todavía es capaz de revolverse y quedar por encima del joven, recordándole que peor que cualquier otra cosa en este mundo es haber sido parido por mala mujer.

En las vísperas de otra batalla sería el arquero Arjuna el que declara que:

"¡Oh, Krisna!, cuando la irreligión ["a-dharma": no deber, sin Ley Eterna] prevalece en la familia, las mujeres de ésta se corrompen, y de la degradación de la mujer, ¡oh, descendiente de Varshni!, surgen los hijos no deseados [la mezcla, la confusión de las castas]" (Bhagavad Gita)

La vida de los miembros de la comunidad ha de ser transmitida por mujeres honradas, para que los dados a luz puedan participar para bien del "varnasrama-dharma" (el sistema social de las castas por su ocupación perfectamente ordenada)

La cuestión de la Honra, lo mismo en la remota India como en España, es un tema que trasciende el ámbito privado, afectando considerablemente a la naturaleza y contextura de la misma sociedad. Alfonso García Valdecasas apuntaba, en su precioso ensayo "El Hidalgo y el Honor", la insoslayable importancia social y política que reviste el asunto de la Honra: "...el problema contemporáneo es éste: si la masa es ajena al honor, en la medida en que prevalezca en la realidad social, favorecerá la corrupción tiránica del gobierno. Recíprocamente, la forma tiránica fomentará la masa social en detrimento del espíritu de sociedad y de comunidad. La alianza de esos dos factores encierra una amenaza sombría para la vida del espíritu". Entendamos aquí lo de "vida del espíritu" como la vida propiamente humana que no puede ser reducida a lo material. 

En las tiranías -entendidas como degeneración de los regímenes monárquicos, aristocráticos o democráticos- interesa devastar todo sentido de la Honra, para así descomponer el cuerpo social que será más manejable para los propósitos de su despótico dominio: y eso puede ocurrir lo mismo en una democracia, que en un sistema aristocrático o monárquico cuando lo que se hace pasar como tal ha venido a tiranía. La tiranía tiene más fácil manipular y explotar a una masa "ajena al honor" que a una sociedad en la que la Honra sea eficaz vínculo entre los miembros que la componen.

La sociedad tradicional disponía de sus recursos para ejercer la benéfica presión sobre todos los que la componían con miras a que la misma sociedad no se desintegrara: corporaciones diversas, familias, individuos, todos estaban "vigilados" por todos, la opinión pesaba. En el desenlace final de "La Regenta", Clarín nos pinta el rechazo social que sufre la adúltera: "Y se la castigó rompiendo con ella toda clase de relaciones. No fue a verla nadie." La muerte o una suerte de ostracismo era el correlato a una transgresión.

Se ha desdibujado el exacto y conveniente sentido de la Honra. Mediante una curiosa combinación demagógica, la Honra empezó a ser cuestionada: se la convirtió en cosa estrictamente privada y personal (nadie podía quitarla, si el que creía tenerla estaba persuadido de tenerla), se tornó la Honra en algo así como un sentimiento particular para quien lo quisiera tener, algo del todo independiente a la opinión del resto con el que se convive; se censuraron los violentos modos de corregir la deshonra, reputados como crueles y antiguos. Algunos grupos étnicos, como el gitano, todavía conservan celosamente un sentido de Honra que cohesiona a la comunidad: de ahí que todavía entre ellos la virginidad de la mujer casadera sea algo de tan alto valor: mantienen todavía entre ellos usos como la pedida, el miramiento y la prueba del pañuelo. La "integración" de la comunidad gitana a la sociedad nos merece todo el respeto cuando se trata de incorporarlos como nuestros vecinos, tras tantos siglos de extrañamiento y no pocos conflicos como los que hemos sufrido gitanos y payos sobre el mismo suelo. Pero permítaseme expresar mi desconfianza sobre la "integración" que se pregona desde las instituciones oficiales, pues ya sabemos a lo que se dedican estas. Salta a la vista que el tema de la "integración" se emplea como pretexto para despojar a la comunidad gitana de sus señas de identidad (concretamente las relacionadas con la Honra que tan políticamente incorrectas son) y la "integración" no puede convertirse en truco para disolver la comunidad gitana en la misma "sociedad" (más bien simulacro de tal) que ha rechazado el concepto de la Honra hasta deshacerlo casi por completo. Hay quien todavía, entre nosotros, habla de "dignidad", pero la "dignidad" -no nos engañemos- es un insaboro sucedáneo de la Honra. 

La tiranía que hoy ejerce su hegemonía sobre la "sociedad" apenas ha tenido que emplearse contra la Honra, pues esta misma tiranía se aposentó sobre el desprecio y disolución de la Honra de todos y cada uno de los que se la dejaron perder. Y esta tiranía no será liquidada hasta que restituyamos la Honra, convirtiéndola en el engrudo de la sociedad que hemos de reintegrar tras esta desintegración transitoria en que nos encontramos.

viernes, 3 de marzo de 2017

LOS MOVIMIENTOS POPULARES ESPAÑOLES DEL SIGLO XIX

Segadores del campo andaluz


CONTRA EL LIBERALISMO DEL SIGLO XIX

Manuel Fernández Espinosa


El historiador marxista británico Eric J. Hobsbawm (1917-2012) sostenía que "La península ibérica tiene problemas insolubles, circunstancia común, e incluso normal, en el "tercer mundo", aunque extremadamente rara en Europa". Lo de "problemas insolubles" lo dice él; España no tiene más problemas que cualquier otro país europeo desde que la pseudo-reforma protestante y el liberalismo existen y su grado de solución es tanto como el de cualquiera (sería hora de dejar atrás ese paralizante fatalismo). Para fundamentar su dictamen Hobsbawm recurría a los estudios de su compatriota Raymond Carr los cuales concluían que, en el curso del siglo XIX, en España había fracasado el liberalismo (desarrollo económico capitalista, sistema político parlamentario burgués y desarrollo cultural e intelectual occidental); si en España -parece decirnos Hobsbawm- hubiera triunfado el liberalismo, todo sería mejor e incluso nos ahorraría tal vez llamarnos eso de "tercer mundo".

No vamos a enredarnos en las consecuencias hipotéticas de lo que hubiera sido España de triunfar sin oposición el liberalismo, eso vamos a dejárselo a los visionarios de la historia ficción, lo que sí interesa es constatar que el liberalismo no triunfó en España y ni que decir tiene que es algo que aplaudimos. Es a la hora de entrar a identificar los obstáculos con los que se encontró el liberalismo con lo que habría que lidiar. Los primeros que, sin dudarlo, se oponen frontalmente al liberalismo son los carlistas: la resistencia carlista al liberalismo tuvo mucho de instintiva defensa del orden tradicional, pero por encima del instinto de los voluntarios del pueblo planeaba -y esto no hay que olvidarlo- la dirección de lo que, permítaseme denominarle, era la "intelligentsia" del carlismo: la facción de los "apostólicos". Esta facción carlista estaba formada en su gran parte por el clero que había identificado el "liberalismo" como lo que era: el correlato político, económico y social de la herejía protestante. Teniendo en cuenta esto entenderemos mejor que el carlismo no fue, como quieren sus detractores, una fuerza ciega, la refractaria caverna reaccionaria -durante mucho tiempo hemos estado contemplando nuestra historia nacional con los tópicos propagandísticos del enemigo liberal del siglo XIX, heredados por la izquierda internacionalista y apátrida.

Pero no sólo fue el carlismo el gran obstáculo con el que chocó el liberalismo decimonónico. El liberalismo entendió que había que ganarse a la Iglesia católica (siempre hubo liberales, desde la Cortes de Cádiz, que así habían pensado; lo mismo que liberales exasperados que, atiborrados de anticlericalismo, habían pensado lo contrario). Los "moderados" (la derecha liberal) fue la que actuó con más astucia: frenó los excesos y desórdenes de los liberales más exaltados y anticlericales y, una vez que al clero le despojaron (desamortizando sus bienes) de las fuentes que le permitían tradicionalmente la independencia económica, lo vinieron a reducir al papel de burócrata del culto, un "estamento" ahora asalariado, a sueldo del estado liberal; y no fue poco triunfo liberal el de firmar un Concordato con la Santa Sede en 1851, pero en modo alguno fue bueno ni para la Iglesia ni para España. Una nada despreciable parte de nuestro clero quedó subordinada al patronazgo estatal y fue convertido en "deudo" de los nuevos ricos que, a cambio de una chocolatada, arrendaban un puesto en el cielo tras haber saqueado a la Iglesia. Hubo mucha claudicación, mucha componenda en un amplio sector del clero que no estuvo a la altura de las circunstancias, salvando egregias excepciones rurales más o menos combativas (como el Cura Santa Cruz) o más o menos intelectuales (Sardá y Salvany: "El liberalismo es pecado") pero, a la postre, la conducta práctica del clero en general se percibe como una connivencia con el liberalismo y suena a: "Como los carlistas no han ganado, más vale que nos arreglemos con los moderados". Y así nos fue a todos... El clero, con sus nuevas amistades, lo que logró fue enajenarse las simpatías del pueblo empobrecido que, mal guiado por la didáctica masonizante, se quedó con la impresión de que la Iglesia se había convertido en aliada de la burguesía incipiente y egoísta, liberal.

Por eso, en el correr del siglo XIX, una cada vez más importante masa popular, depauperada por las consecuencias de la política económica liberal, se aleja cada vez más de la Iglesia y adopta posiciones revolucionarias. Así, en el verano de 1861, estalla la sublevación de Loja (la Revolución del Pan y el Queso), pero con antelación -también en el verano, era el de 1857- unos pocos más de cien jornaleros se alzan en el campo andaluz, tomando Utrera y El Arahal, al grito de "Mueran los ricos". Estos alzamientos llevan todavía el sello de la reacción popular contra una situación de hambre y carestía, propiciada por la profunda injusticia social que instala el liberalismo extranjerizante. Se produjeron intermitentes alzamientos campesinos en Andalucía, en Castilla y en Aragón... Pero, ¿quiénes son ahora los que lideran estos conatos tumultuarios de diversa consideración? Los demócratas y los republicanos, sin que podamos descartar que en sus lóbregos y sórdidos antros la masonería estuviera maniobrando. Más tarde, andando el tiempo, el anarquismo bakuninista aterriza en España, en el contexto de la Revolución de 1868. Con anterioridad Pi y Margall había traducido a Proudhon y el federalismo se había nutrido de estas dos canteras. El anarquismo adopta el ateísmo y transmite un inconfundible mensaje anticlerical, pero es imposible desvincular el anarquismo primitivo con un soterráneo fondo cristiano, hasta en sus formas de propagación recuerda el cristianismo primitivo. El hecho es que el anarquismo capta las simpatías y logra las adhesiones de una parte importante del pueblo pobre y el agitador anarquista releva a los curas de antaño que arengaban contra el liberalismo desde sus púlpitos. Cuenta el Barón de Laveleye (1854-1938) que, cuando vino el belga a Barcelona, los anarquistas celebraban sus reuniones en iglesias abandonadas de la Ciudad Condal: "desde el púlpito los oradores atacaban a todo...", denunciaban las maldades del mundo capitalista y de la clase burguesa egoísta y anunciaban un mundo nuevo, una versión secularizada de la "parusía". Sin el sustrato católico -de mentalidad católica- hubiera sido difícil que las masas se convirtieran a la nueva religión sin Dios del anarquismo; si el anarquismo no hubiera tenido ese asombroso parecido con el cristianismo, en su rechazo del liberalismo, tampoco hubiera granjeado grandes éxitos en la "catequización" de las masas campesinas y obreras españolas.

Si consideramos estos fenómenos arriba someramente planteados con la debida atención debiéramos extraer algunas conclusiones:

1. España es constitutivamente antiliberal, refractaria al liberalismo económico, político y social.

2. Lo fue en su contra-revolución, con los carlistas.

3. Lo siguió siendo en su "revolución anarquista".

4. El fundamento de ese antiliberalismo es el sustrato católico, operante expresamente en el carlismo y operante, aunque severamente amputado en el orden trascendente, en su anarquismo posterior.

miércoles, 1 de marzo de 2017

LA HISPANIDAD ANTE EURASIA

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Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor


En nuestro tiempo parece que cobra auge la idea y el concepto de “Eurasia”. Se relaciona mucho con el pensador ruso Alexander Duguin y su escuela, ahora enfrascada en la elaboración de la Cuarta Teoría Política (1). Sin embargo, siendo exhaustivos, hemos de recordar el nombre y el ideal de “Eurasia” ya fue esbozado por algunos exiliados rusos ya a principios del siglo XX; los cuales, huyendo de la Unión Soviética, visualizaron un nuevo futuro para su patria a través de un gran espacio geopolítico que no en vano se correspondía con su tradición imperial.




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Alexander Duguin




El eminente polígrafo Alexander Solzhenitsyn QEPD (2), si bien siempre receló con fuerza del término “Eurasia”, hablaba de las ficticias fronteras que se estaban realizando en el actual Kazajstán y en otros puntos del antiguo imperio ruso por mor de las “fronteras redefinidas” soviéticas, política que, aunada a las deportaciones masivas, es responsable de que veinticinco millones de rusos se encuentren fuera de sus tierras; y muchas veces atrapados ante un entorno dura y manifiestamente hostil. Alguna solución hay que hallar a este terrible desorden. ¿Ayudará en ello la recién creada Unión Aduanera Eurasiática? No lo sabemos. Pero si sólo se queda en lo comercial, ya sabemos cómo ha ido la Unión Europea…



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Alexander Solzhenitsyn 




Rusia es un gran país entre dos continentes. Nosotros, como hispanos, podemos entender esta geografía providencial. Y comoquiera que “Eurasia” está en boga para tirios y troyanos, creemos que hemos de posicionarnos desde nuestra perspectiva:

¿Qué se puede entender por “Eurasia”?

-Si por “Eurasia” se entiende que ha de haber un único bloque geopolítico desde Lisboa a Vladivostok; o si encima se pretende ir desde el cabo San Vicente a Malasia, como se expone en algunos mapas, entonces, no hemos sino de negar la mayor y huir de semejante locura.

Dentro de Europa, debido a la magnitud de sus diferencias, siempre habrá varios bloques. En todo caso, en Europa, somos latinos. Nuestros intereses nunca estarán dentro del europeísmo. No podemos hablar por los rusos, pero lo certeramente objetivo es que ni a Rusia ni a España les ha convenido históricamente meterse en determinados tejemanejes políticos de Europa; si bien por supuesto que debemos estar en Europa, pero con nuestros intereses. Hacer de Europa un bloque unido es un error de antemano y de ahí no puede salir nada bueno. Muchas son las diferencias y las debilidades.

Y eso por no hablar de los países asiáticos… Ya sería demasiado.

Alexander Duguin, con una amplia trayectoria política en espectros digamos “poco convencionales”, viene ahora abanderando la “Cuarta Teoría Política”. Resumiendo brusca y toscamente, podemos decir que según esta escuela, al fin del Antiguo Régimen surgió un mundo ideológico artificial al calor de la confirmación de las nuevas naciones-estados que precisamente venían a derrumbar lo que quedaba de aquel mundo más o menos tradicional. Primero se destapó el liberalismo, que desde finales del siglo XVIII a principios del XX se enseñoreó; siendo que, si bien encontró oposición contrarrevolucionaria, también engendró una oposición revolucionaria, primero con el marxismo, y luego con el fascismo. Sin embargo, todas las ideologías surgidas como oposición al liberalismo oficial/predominante pero embutidas en el mundo revolucionario acabaron sucumbiendo; el fascismo, luego de la Segunda Guerra Mundial, y el comunismo, a la caída del Telón de Acero. En el caso comunista, si bien todavía está fuerte el régimen de Corea del Norte, la ristra de apocados socialismos hispanoamericanos abanderados por el chavismo y los Castro ya es otra cosa, empezando porque son incapaces de guardar la estricta disciplina bolchevique. No tienen capacidad ideológica y su praxis es desastrosa. Es notorio que el comunismo como bloque ideológico/político fuerte se quedó en el camino; empero, estos pseudocaudillos no llegan a ser comunistas. Apenas llegan a un populismo barato y a la hora de la verdad, nada han hecho por ser una alternativa real al liberalismo, más bien al contrario; han sustituido la oligarquía anterior por la suya propia y han tomado la ideologización ramplona de la Historia por bandera, creando un culto “religioso” hacia un dictador de extracción esclavista como Simón Bolívar, quien fue repudiado en su día por el mismísimo Karl Marx (3).
El odio a los orígenes hispanos de nuestra América, amén de la llegada del hambre, la violencia y la corrupción, nunca serán alternativas. Son incapaces para con su propio pueblo.

Otrosí, dudamos mucho que a los eurasiáticos les gustaran movimientos que promovieran el indigenismo antieslavo, por poner un ejemplo paralelo.

Y en cuanto a “temas morales”, la diferencia de los bolivarianos y adláteres para con el liberalismo oficial brilla por su ausencia.

Por supuesto, entendemos que muchas veces, por circunstancias, la política hace extraños compañeros de cama, y si bien a veces hay relaciones internacionales más que complejas (4), eso es una cosa y otra el pretender recrear una línea ideológica que en verdad no existe más que en el papel, o el intentar mezclar el agua y el aceite.

Empero, antes de seguir con la crítica, no pretendemos ir con aires destructivos y reconocemos que es el mismo movimiento eurasiático el que dice que la Cuarta Teoría Política no es algo definitivo, por lo cual, no podemos sino mantenernos a la expectativa.

-Obvio resulta percibir cómo los estados-nación están cayendo. Empero, no creo que deba alarmarnos este hecho de por sí. El estado-nación fue un invento de la Revolución Francesa. Su concepción y praxis ha ido en perjuicio de los grandes espacios (geo)políticos.

El nombrado Duguin ha puesto de ejemplos histórico al Imperio Bizantino y al Sacro Imperio Romano-Germánico. Y nos parecen buenos ejemplos. Mas véase, asimismo, cómo la Romania trascendía lo europeo, teniendo también sus enclaves en Asia y África, continuando la lógica vocación imperial romana. Esa vocación fue heredada por la Monarquía Hispánica: Para nosotros los hispanos no tiene mucho sentido esa suerte de geopolítica que contradice la tierra y el mar. Las Españas atravesaron los mares para afirmarse en la tierra.

En el continente europeo, asimismo, también continuó esa vocación imperial que se sitúa muy por encima del estado-nación. El Imperio Austrohúngaro o el Imperio Ruso son dos ejemplos de continuidad y evolución de grandes espacios políticos unidos por vínculos históricos y sagrados. Pero al final cayeron víctima de la Revolución. La misma que se está autodevorando, poniéndonos en una situación que recuerda mucho a la caída de la Roma occidental.

Los españoles, al igual que otros pueblos del Viejo Continente, tenemos mucha experiencia como para temer por el estado-nación; por un estado-nación que al fin y al cabo nos fue impuesto por el liberalismo en forma de gran traición divisora y fratricida, y que destrozó nuestra esencia. Empero, esa misma experiencia nos dice que Europa nunca fue una unidad per se; y que de hecho, tanto el protestantismo como el islam rompieron hace siglos las vías de unidad de cultura y espíritu que pudiera haber en Europa. Es más: Cuando esa unidad existió, apenas se hablaba de Europa: Se hablaba de Cristiandad. Y se hablaba con imperio. Con imperios, mejor dicho. Europa es lo que surge luego de la paz de Westfalia, toda vez que ese rupturismo queda confirmado.

No vemos esa “unidad europea” por ninguna parte. El experimento de nuestro tiempo, rareza burocrática con aliños progres y democristianos, no nos lleva a ninguna parte. Pero otros experimentos tampoco nos habrán de llevar a nada bueno.

-¿Se viene una suerte de “nueva Edad Media”? Así parece. Dicho sin leyendas negras antimedievales. Vivimos en un mundo cultural/espiritual que se parece mucho al tiempo que le tocó a San Agustín de Hipona, cuanto menos. Las continuas explosiones del liberalismo/capitalismo y el abandono de la tierra está creando unas alienaciones monstruosas.

Mientras más se aleja un pueblo de la tierra, más pierde su sentido de trascendencia, su amor por el origen y su conciencia comunitaria.

Sobre todo en Europa occidental, se han creado sociedades radicalmente artificiales, masas humanas que no saben ni de dónde vienen ni a dónde van. El fenómeno de las migraciones masivas, y más ahora con los daños colaterales de la “guerra de Siria” y las –falsas- “primaveras árabes” (5) no va a hacer sino empeorar un problema ya de por sí mórbido.

Pareciera que las tradiciones están muriendo, pero hasta las piedras quieren hablar.
No sabemos cuánto tiempo durará esta pesadilla de podrido desarraigo, pero desde luego, tiene fecha de caducidad. La “era de las revoluciones” que empezó en el siglo XVIII ya no da para más. El fantasmagórico rompecabezas globalista caerá en mil pedazos.

Hay experiencia de espacios supranacionales. Podemos aprovechar la riqueza de la historia. Las Españas, como las Rusias, están entre los continentes. Ahora bien, ahondando entre las Españas y las Rusias: Si en el mundo eslavo-oriental se esboza el ideal de Eurasia como su espacio geopolítico, ¿no podemos nosotros cumplir, en consonancia con Portugal, el papel de Euramérica? No creo que los rusos renuncien a su papel en Europa, y no estoy diciendo que los españoles no debamos “estar en Europa”. Al contrario. Pero si queremos estar en Europa de verdad, debe ser con nuestro propio bagaje, y no con el que nos impongan otros.

Grandes pensadores hispanos que, injustamente son desconocidos por y para muchos, ya fueran peninsulares o americanos, coincidieron en llegar a un “nuevo imperio espiritual, mercantil y diplomático”, una “confederación tácita” (6); así como el dominio del norte de África. Ceuta y Melilla no son “ciudades aisladas”: Forman parte de una tradición y un anhelo. Fue el islam el que separó la ribera norteafricana de España. En verdad la frontera, desde tiempos del romano emperador Otón (7), no radicaba en el Estrecho de Gibraltar, sino en el Atlas.

Hemos ahí los puntos más importantes de la geopolítica hispánica.

Por ello, como conclusión:

Podemos comprender la idea de Eurasia siempre y cuando se trate del gran espacio geopolítico que puede tocarle a los rusos en relación con tierras y pueblos “inmediatos” para ellos por herencia y vocación.

Rusia es la heredera de la Roma oriental que mayor fuerza puede aportar. España (y Portugal) es la heredera de la Roma occidental que más prolongó este legado. Hispanos y eslavos estamos en tierra de frontera. Somos custodios. La inmensidad nos llama. Para nosotros no se ha hecho el nacionalismo ni el racismo. Somos gente de pensamiento de conjunto, de grandes horizontes, de fe henchida, de carácter aventurero. Los estrechos y artificiales límites a los que nos somete la modernidad se caen por su propio peso. Deberíamos estar preparados para mantenernos en pie en un mundo en ruinas. Pero preparámonos como Dios manda.




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NOTAS:

(1) Sobre la Cuarta Teoría Política, recomendamos este enlace:

La Cuarta Teoría Política (4TPes) | Antena en español para una ...





(2) Sobre Alexander Solzhenitsyn algo hemos escrito a lo largo del tiempo. Siendo un pensador sobre el cual tenemos predilección, nos permitimos recordar algunos enlaces:

"apología de solzhenitsyn" - "dignidad digital". - antonio moreno ruiz









(3) Sobre la pésima opinión que Marx tenía acerca de Bolívar, dejamos un par de enlaces bastante ilustrativos. La incoherencia ramplona y circense de esta clase de política que ha inundado a Hispanoamérica (sin ser ninguna alternativa al liberalismo, reiteramos) es de órdago.

Karl Marx opina sobre Simon Bolivar. - Taringa!




(4) Siguiendo en el contexto hispanoamericano, no estaría de más recordar las excelentes relaciones diplomáticas que mantuvieron Fidel Castro y Francisco Franco. Cuando murió Franco, Fidel decretó tres días de luto nacional en Cuba. Asimismo, Fidel también tuvo excelentes relaciones diplomáticas con el argentino Videla; así como Alberto Fujimori no vaciló en acoger a Hugo Chávez, en represalia por la condena que le había hecho Carlos Andres Pérez. Las relaciones de amistad entre Fujimori y Chávez duraron hasta la muerte del bolivariano.




(5) En puridad, no hay “guerra” en Siria, sino una invasión terrorista planificada desde los laboratorios anglosionistas y sus necesarios aliados wahabíes. Las guerras deslocalizadas por el mundo árabe, desde Libia a Siria (no sin mencionar a Túnez y Egipto), son acaso la última puntilla, en una suerte de enfrentamiento “Oriente/Occidente” que, en verdad, no es más que una farsa de la globalización.

Sobre la República Árabe de Siria, véase:

RAIGAMBRE: A FAVOR DE SIRIA



“Para entender la República Árabe de Siria”. - Revista La razón histórica





(6) El pensador que acaso más y mejor sintetizó estos ideales fue Juan Vázquez de Mella en lo que él llamó los Dogmas Nacionales. Ramiro de Maeztu, Zacarías de Vizcarra y Manuel García Morente complementaron muy bien los ideales de la Hispanidad desde la Vieja España; con el complemento portugués de António Sardinha y su ideal de la Alianza Peninsular. Sobre el ideal de Mella, encontramos paralelismos más que interesantes en los peruanos José de la Riva Agüero (quien llegó a conocer a Mella) y Rafael Cubas Vinatea. Y también podemos mencionar al brasileño Arlindo Veiga Dos Santos y su “sistema de alianzas fundamentales  hispánicas/neohispánicas”.




(7) Véase:

Por la liberación de la Hispania Transfretana ocupada por el Islam - ReL



jueves, 23 de febrero de 2017

LA DERECHA ESPAÑOLA ANGLOSAJONIZADA



EL MAL INGLÉS DE UNA DERECHA CIPAYA

Manuel Fernández Espinosa

Era el año 2014, cuando en Madrid se inauguraba la Plaza Margaret Thatcher, la primera plaza en el mundo que, fuera de Inglaterra, recibía ese nombre y ese apellido (y no era plaza de toros). No tardó nuestra izquierda indígena en protestar por esa medida y, en este caso, personalmente me hubiera adherido a la izquierda, para expresar mi rechazo a su lado, aunque por las mismas razones por las que rechazaría yo que le dieran el nombre de Mao Zedong a una plaza española. Al viejo Mao tal vez no se la hayan dado (todavía), pero revise el lector el callejero y el placero de algunas localidades españolas y encontrará nombres que a veces es para fliparlo.

No obstante, dejemos a la izquierda con sus filias y sus fobias. Y concentrémonos en la "derecha indígena" y su "mal inglés" (y no me refiero a Ana Botella destrozando la lengua de Shakespeare). El hecho de concederle una plaza a la Thatcher, solo con pensar en Gibraltar y en Malvinas, es como para provocarnos náuseas. Pero tampoco pensemos que esto fue una veleidad ocasional, no. Al igual que nuestra izquierda se deshace con Che Guevara y sus ídolos icónicos propios, a nuestra derecha (que ha "okupado" el centro) la pone todo lo anglosajón. Y no es algo accidental, es un mal que le viene de antiguo.

Si queremos conocer al Partido Popular hay que leer a Manuel Fraga Iribarne que, por algo, pasa por ser uno de los artífices de Alianza Popular que luego mutó en Partido Popular. A diferencia de estos de ahora, Fraga escribía -digo libros. El otro día cayó uno de sus libros en mis manos: "El pensamiento conservador español" (Editorial Planeta, Barcelona, 1981). El libro presenta un catálogo de figuras representativas del pensamiento español: Jovellanos, Balmes, Cánovas del Castillo, Antonio Maura y Ramiro de Maeztu. Uno a uno, Fraga va caracterizando -con mayor o menor profundidad- el personaje y su obra escrita y/o política. A poco que se sepa de las andanzas y pensamientos de cada uno de los cinco salta a la vista que en los cinco puede advertirse la influencia de Inglaterra; no era para menos, los cinco vivieron en una España que declinaba mientras el imperio británico era poderoso, admirado y envidiado; de los cinco españoles que Fraga escogió para este libro, tal vez Antonio Maura sea el que menos recibiera las mefíticas influencias de Inglaterra. Balmes y Maeztu aprendieron de Inglaterra, pero no sucumbieron a su hechizo. Jovellanos y Cánovas sí. Manuel Fraga Iribarne, el autor de esa galería conservacionista, también.

Aunque el libro se titula "El pensamiento conservador español" podría titularse "Alabanza del conservadurismo inglés y sus apóstoles en España". Fraga no puede contenerse y así dice, en el capítulo de Jovellanos:

"Cabe soñar con lo que pudo haber sido y no fue, si España, en vez de seguir la suerte revolucionaria de Francia, hubiera, con Jovellanos, acertado con el sendero reformista de Inglaterra. Nos ocurrió lo peor: ni conservamos nuestra sociedad, reformándola; ni hicimos nuestra propia revolución, sino que nos la hicieron" (Op. cit., pág. 27)

En el capítulo dedicado a Maura reaparece la servil admiración por Inglaterra: "Cánovas, Maura y el propio Canalejas intentaron adaptar el modelo británico de los partidos, mas prevaleció el modelo berberisco de múltiples facciones" (Op. cit. pág. 162)

Podríamos decir que todo el hilo conductor -sumergido en la estructura profunda del texto, cuando no se manifiesta en lo expresado- de este libro escrito por Fraga consiste en convencernos de que, si seguimos siendo españoles, no seremos civilizados como los británicos. Lo dirige el afán por persuadir a su lector que en España los tradicionalistas han querido llevarnos a la Edad Media y nuestras izquierdas hayan sido siempre una horda "desmelenada y ausente de todo realismo".

Lo que uno saca en claro de la derecha española no es mejor que lo que ya sabemos de nuestra izquierda: la una y la otra compiten para ver cuál de las dos son más extranjerizadas y se reconocen menos en la España que fue algo en el mundo

No obstante, la izquierda hasta podría estar disculpada, puesto que siempre ha renegado de España y todavía anda a la búsqueda de un discurso hispánico que prescinda de los visigodos y de la Reconquista (y, por supuesto, del Imperio), para inventar identidades artificiales que, aunque sobre territorio español, nieguen y renieguen de España: Al Andalus, Sefarad, los heterodoxos y los cipayos liberales de 1812. Lo de la derecha es, a mi juicio, todavía peor. La derecha española acusa un atávico complejo hispánico de inferioridad, no se trata de que sean "acomplejados" por no llamarse "derecha" (que también lo son), su complejo es un complejo por haber nacido en España, esta fatalidad, pues al fin y al cabo fue su admirado Cánovas del Castillo aquel que dijo aquello de: "Es español el que no puede ser otra cosa". La historia de España le produce a la derecha vértigos, hay demasiado salvaje por ahí, gente que es complicado invitar a tomar el té, pues come con las manos; muchos hombres y mujeres con sangre en las venas (y no con la horchata que a un burguesito le gusta), por lo que prefiere arrinconar todo lo incómodo y escoger, a la postre, la vía del sueño: "soñar con lo que pudo haber sido y no fue, si España, en vez de seguir la suerte revolucionaria de Francia, hubiera, con Jovellanos, acertado con el sendero reformista de Inglaterra.

Inglaterra obtuvo así la mayor de sus victorias sobre nosotros (en Trafalgar, como dice un amigo mío, la victoria inglesa fue sobre los franceses y la pagó con la vida de Nelson), no solo se apoderó de Gibraltar, sino que fascinó a las mentes de nuestros "conservadores". Y así estamos... Que no hay a día de hoy político que piense en arreglar hispánicamente nada, sino que todos tienen sus ojos puestos en el mundo anglosajón o en las repúblicas bolivarianas.

La derecha se ha arrogado el patriotismo español y, de ahí, de haberlos calado es que tanto español no se puede reconocer en ese patrioterismo retórico.  

Lo que más le cuadra a la derecha española es la bandera de la Union Jack; y deje la bandera española para la España de verdad que ella no representa.

domingo, 5 de febrero de 2017

EL PELIGRO BONAPARTISTA

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Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor

Todos tenemos muy recientes los atentados de París. Media Europa sigue en alerta por terrorismo. De todas formas, ¿nos hemos planteado el papel francés en África? Muchos ilustres "señores de bien" son muy dados a aplaudir las aventurillas napoleónicas... Pero lo cierto es que gracias a Francia -entre otros-, Portugal y España fueron expulsados de África, cuando la presencia ibérica allende el Estrecho de Gibraltar es milenaria, y sin embargo, los franceses siempre serán intrusos que no comprenderán nada. Ello no es óbice para que actúen a placer en África, con una prepotencia igual o peor a la época colonial. Hasta Céline se atrevió a denunciar en su día que el África francesa era un paraíso para los pederastas.
¿Se imaginan ustedes que la Legión Española actuase en Guinea Ecuatorial, qué escandalera se armaría? Pues la Legión Extranjera Francesa actúa en Costa de Marfil, Mali y allá donde la da la gana sin que salga en las noticias y sin que nadie diga esta boca es mía. Esto es vergonzoso. Y no veremos a nuestros progres protestar. ¡Faltaría más! Quien manda, manda.
Vázquez de Mella dijo que Francia era una "nación epiléptica condenada a grandes escarmientos". El problema de Francia es que sus epilepsias acaban repercutiendo por toda Europa. El mulato Dumas dijo que "Europa acaba en los Pirineos". Tiene cojones que un mulato dijera eso... De todas formas, a día de hoy Francia es, desde lejos, el país más africanizado de Europa; y el país directamente responsable de la islamización/inmigración descontrolada sobre Europa proveniente del continente africano.
Ah, y no olvidemos que en su día apoyaron a Jomeini contra el Sha, y todo por sus intereses en el petróleo y el opio. Sus locuras, al igual que las angloamericanas, nunca dejamos de pagarlas.
Antes de rasgarnos las vestiduras y de "asombrarnos", deberíamos analizar las cosas en complejidad.
La política francesa es un peligro para el mundo y por desgracia nos seguirá salpicando.

¡Basta ya de bonapartismo!

jueves, 2 de febrero de 2017

NUMANCIA, MITO HISPÁNICO Y UNIVERSAL


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Numancia, de Alejo Vera y Estaca (1834-1923)

NUMANCIA, EL PODER REALIZADOR DEL MITO

Manuel Fernández Espinosa


"Vivir los mitos implica, pues, una experiencia verdaderamente religiosa, puesto que se distingue de la experiencia ordinaria, de la vida cotidiana. La religiosidad de esta experiencia se debe al hecho de que se reactualizan acontecimientos fabulosos, exaltantes, significativos."

Mircea Eliade, "Mito y realidad".



Rusia, otoño de 1941, el ejército del III Reich que ha invadido la URSS pone sitio a Leningrado. Cercada San Petersburgo por las tropas alemanas, dos intelectuales soviéticos -el poeta Nicolás Tíjonov y el entonces joven periodista Zacarías I. Plavskin- planean poner sobre las tablas del Teatro Gorki la obra "La Numancia", adaptación de la tragedia cervantina hecha por Rafael Alberti unos años antes, en plena Guerra Civil Española. Plavskin había combatido en España y cuenta que el único libro con el que salió de nuestra nación era la versión dramatúrgica de "La Numancia". Plavskin escribe: "...la tragedia cervantina fue interpretada no sólo como una obra nacional y patriótica, que canta una de las hazañas más notables del pueblo, sino también como un himno a la libertad humana en general". Por muchas circunstancias, la representación del Teatro Gorki no pudo llevarse a cabo, pero consta la ilusión que los soviéticos pusieron en mostrar al pueblo lo que, sin ninguna duda, es uno de nuestros mitos más universales: el de Numancia o la defensa extrema, la de quienes acorralados, cercados por un ejército más fuerte, estrechados por el hambre y las fatigas sin cuento, no ceden y con su inmolación terminan estampando en sangre una de las páginas más gloriosas de la historia universal.

Lo cantó el poeta Bernardo López en su Oda al dos de Mayo:


Siempre en lucha desigual
cantan tu invicta arrogancia,
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial.
En tu suelo virginal
no arraigan extraños fueros;
porque, indómitos y fieros,
saben hacer sus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros.

La anécdota que narra Plavskin da cuenta de esa universalidad de nuestra Numancia, pero alemanes como Goethe, como August Wilhelm Schlegel o como el filósofo Arthur Schopenhauer habían reparado en Numancia. Aquí no me interesa tanto los hechos históricos de la defensa numantina, sino su proyección a lo largo de la literatura, sobre todo española, que ha convertido la gesta de Numancia en un Mito movilizador.

Las fuentes historiográficas romanas pasan por Apiano y Polibio, Valerio Máximo y Floro. La retomó Orosio, se repite en Lucas de Tuy, en Alfonso X el Sabio y en nuestro Ambrosio de Morales, también el jesuita Antonio Navarro (aproximadamente por el año 1570) escribió una historia de Numancia. Se plasma en literatura ya en el "Romance de como Cipión destruyó a Numancia" (siglo XV, publicado por Timoneda), Gabriel Lobo Laso de la Vega escribe otro poema sobre el tema. Pero será Miguel de Cervantes quien convierta a Numancia en mito nacional del orgullo que prefiere morir que rendirse, para no vivir como esclavos. Ciertamente Cervantes no logró mucho éxito con esta obra dramática, pues triunfaba el teatro de Lope de Vega; pero la Numancia de Cervantes seguía la línea que había marcado previamente Juan de la Cueva, la que marcaba buscar en la historia de España la materia prima para convertirla en obra dramatúrgica que educara al pueblo español, desde el zapatero hasta el marqués, en la grandeza de un destino imperial. No huelga decir que en la España del siglo XVI-XVII, el teatro era en España el medio de comunicación social más importante de todos. Numancia es el héroe colectivo, "Fuenteovejuna" de Lope de Vega podría ser otro héroe colectivo, pero no se le puede regatear a Numancia la aureola que desprende lo originario, lo autóctono, lo más puro y ancestral. 

En el XVII el tema de Numancia parece que se eclipsa, aunque no obstante a Francisco de Rojas Zorrilla se le atribuyen "Numancia cercada" y "Numancia destruída" y Francisco de Mosquera escribe un "La Numancia". Todavía en los albores del XVIII encontramos que resuena Numancia en el "Cerco y ruina de Numancia" de Juan José López de Sedano como también en la obra neoclásica que a finales del XVIII fue tan popular en España, la "Numancia" del gaditano Ignacio López de Ayala. En la primera mitad del siglo XX, en el fragor de nuestra guerra civil, Rafael Alberti tiene la ocurrencia de realizar una adaptación del tema, la que Tíjonov y Plavskin quisieron estrenar en el Leningrado sitiado. Lo que sí parece es que si en Leningrado no pudo ponerse sobre las tablas, posiblemente en un escenario bélico, como es el del sitio de Zaragoza de 1808, pudo representarse por órdenes de Palafox una "Numancia", muy probablemente la de López de Ayala, para alentar al pueblo defensor. En el siglo XIX también Alejo Vera pintaría su Numancia, llevando el Mito a la pintura.

Pero si en la literatura y, especialmente en la dramaturgia, el tema de Numancia es perenne, el impacto del Mito de Numancia en la historia fáctica no es menos. El romanticismo recogerá en su ebriedad exaltada los númenes de Numancia, convirtiéndola de la mano del poeta José de Espronceda y del dramaturgo Ventura de la Vega en una sociedad secreta y revolucionaria, la que se juramenta para vengar el ahorcamiento de Rafael del Riego, son unos jovenzuelos de 15 años y se hacen llamar los "Numantinos", con la edad que tenían sus fundadores no podemos suponer que la sociedad secreta de los "Numantinos" fuese muy lejos en sus acciones, pero ello no deja de ser una muestra de la fascinación que ejerce el Mito de Numancia. Defensa numantina, resistencia numantina formarán parte del lenguaje bélico, a veces empleado metafóricamente, pero otra describiendo situaciones que realmente fueron así: como la resistencia que efectuaron en la primavera de 1840 los carlistas atrincherados en el Castillo de Alcalá de la Selva (Teruel), que cuando se le acabaron las municiones, continuaron defendiendo la posición con granadas y luego a pedradas, causando considerables bajas a un ejército bien pertrechado que dirigía el General O'Donnell. El heroísmo carlista encontraría a unos resistentes numantinos en los defensores de los dos Sitios de Bilbao, el de 1835 y el de 1874 que soportaron los embates carlistas, el último Sitio de Bilbao de 1874 tuvo la fortuna de constituir tema de la gran novela unamuniana "Paz en la guerra". En Filipinas, tenemos a los numantinos de Baler y ahí están las defensas del Alcázar de Toledo y el Santuario de la Virgen de la Cabeza en la Guerra Civil de 1936-1939. Y por el lado republicano, Madrid quiso emular a Numancia en su irreductibilidad con aquellos eslóganes del "No pasarán"; que Rafael Alberti readaptara la "Numancia" de Cervantes era previsible.

Es una constante hispánica que está latente siempre y que supera las banderías: contra el extranjero invasor hemos invocado "Numancia" contra Napoleón Bonaparte; contra el hermano, Abel o Caín, hemos clamado "Numancia" y daba igual la bandería: liberales exaltados se autonombraban "Numantinos", carlistas resistían numantinamente. En los oídos de rudos y rurales quintos llevados de su terruño peninsular a defender la bandera española en Filipinas, resonaba "Numancia"; Alberti en Madrid gritaba "Numancia" contra los fascistas; guardias civiles bajo el mando del Capitán Cortés mantenían sin rendir el Santuario contra los rojos. Donde hay un español de verdad, independientemente de su partido o ideología, hay una Numancia latente y en potencia. 
 
Siempre que un español, a lo largo de los siglos, ha pronunciado Numancia lo que ha hecho es invocar una situación que, aunque sucedió históricamente, adquiere en nuestro imaginario social la proporción de fabulosa, innegablemente significativa, que tiene la capacidad de exaltar y que, consciente o inconscientemente, reactualiza ese "in illo tempore" que no es pasado, sino presente activo y actuante. Si Numancia no es, en el sentido exactamente eliadiano, un mito, no sabría yo de otro episodio que lo fuese. 

De Numancia cantó Juan Eduardo Cirlot:

"por la misma grandeza de tu nombre
inextinguiblemente herido." 

Si hubiéramos de buscar algo que nos una, en vez de machacar y machacar con lo que nos desune, su nombre es NUMANCIA.