Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor
En
cuanto al carlismo, a decir verdad, hay un mérito importante, y es que
probablemente gracias a Valle-Inclán, el movimiento legitimista español se
extendió como con cara amable a través de la literatura; quien hasta entonces,
había sido utilizada (salvo excepciones como las del leonés Antonio de Valbuena
o el montañés José María de Pereda) para satanizar al movimiento político más
antiguo de Europa. Ejemplos como los de Mariano José de Larra o Benito Pérez
Galdós son más que ilustrativos sobre esta leyenda negra anticarlista que colea
hasta nuestros días.
Y
rubricando con la política, podemos recalcar que en sus últimos tiempos, el
gobernante que más optimismo y simpatía le inspiró no fue otro que Benito
Mussolini.
OTRAS
CUESTIONES PERSONALES
Y
bueno, todos nos podemos imaginar a Valle como desaseado y borracho cuanto
menos. Pero la realidad es que el genio pontevedrés fue siempre muy cuidadoso
tanto de su aspecto personal como del aspecto de su obra. Era, asimismo, un
apasionado de los modales, siendo que su afición por la pelea y el duelo partía
acaso de una exagerada concepción de la hidalguía.
En
cuanto a lo del alcohol, lo cierto es que apenas bebía. Y si era flaco no era
porque pasara hambre, que jamás la pasó en su vida; sino porque desde
jovencillo le diagnosticaron clorhidria y siempre estuvo fastidiado del
estómago. De viejo, tuvo problemas de vejiga, concretamente hematuria.
Este
carácter enfermizo hizo que de muy joven se aficionara al cannabis, y no como
algo propio de un bohemio desharrapado, sino como un tema de receta médica.
Recuerdo que cuando vi la película “Crónica del alba”, con Miki Molina como
protagonista, me sorprendió mucho que en las farmacias prepararan cocaína como
si tal cosa. Pero así era. De hecho la palabra “droga” se utilizaba más que
“medicamento” si cabe en aquella época. Provienen del mismo mundo químico.
Otra
cosa que echo en falta de la corajuda biografía de Manuel Alberca es el
personaje histórico que inspiró el ficticio personaje del marqués de Bradomín:
El general carlista granadino Carlos Calderón y Vasco; diplomático, donjuán, dicharachero,
culto, políglota, cínico, temerario, calavera y valeroso, entre otras cosas;
referido por el mismísimo rey Carlos VII en la III Guerra Carlista. M.
Fernández Almagro, en un artículo que publicó el periódico “ABC” en los años 50
del siglo XX (10),
refiere cómo él mismo escuchó de boca de Valle-Inclán (quien hizo varios viajes
que le sirvieron para investigar el carlismo) que se inspiró en este personaje
para elaborar a Bradomín, acaso su personaje más conocido y arquetípico.
¿Qué
hay de Bradomín, aquel que fue definido como “feo, católico y sentimental” en
Valle? Pues probablemente, más de lo que a Valle le hubiera gustado ser que lo
que fue propiamente. A veces Bradomín es una suerte de príncipe renacentista
tan a gusto de Valle o del mentado Evola; a veces, es un señor rural; otras, un
conquistador… Valle creía mucho en esa visión del “hombre fuerte”; veía en los
bandidos mexicanos a los continuadores de los conquistadores de antaño; que por
fuerza de la mediocre modernidad, ya habrían perdido el sentido.
El
marqués de Bradomín, qué duda cabe, es un personaje literario-político, muy
amplio, muy transversal, muy generador. Pero no es Valle-Inclán. Y esto parece
que hay quien no lo entiende.
¿Es
el marqués de Bradomín estética? Sí. Probablemente, la obra cumbre de la
estética valleinclanesca, alguien muy comprometido con el idioma y la cultura
de España. Pero una cosa es la ficción y otra la realidad o la biografía.
Otrosí,
Valle-Inclán nunca dejó de ser una persona muy contradictoria. De joven, decía
que el mayor fallo de España fue el no haber exterminado a los indios. Conforme
fue mayor, dijo que en España había como dos corrientes: El genio creador
latino y la rapiña de origen semiafricano. Sus deficientes conocimientos
pasaban por todo lo alto la herencia ibérica, celta o visigoda; amén de pasar
por alto también la rapiña romana. En Argentina tuvo buenas palabras y buenas
relaciones con la enorme colectividad carlista (descendientes directos muchos
de ellos de carlistas exiliados; así fue la tolerancia liberal-alfonsina…) pero
después pareció salir asqueado de allí y no habló bien de un país que le
pareció “fenicio” y “monótono”, en contraposición a su gusto por los paisajes
de Chile y Paraguay u su idealización de México.
En
España, idealizó particularmente a Navarra, región que le inspiró muchísimo
para bien en su época “más carlista”.
Su
arquetípica manquedad no fue en ningún Lepanto, sino en una pelea con un
bestiajo periodista vasco que lo cosió a bastonazos, mientras él intentó atacar
primero con mal resultado. Y no fue su infección producto de ninguna falta de
higiene, sino del metal del bastón. Curiosamente, ambos eran amigos y acabaron
haciendo las paces, siendo que el vasco en cuestión le pidió disculpas en no
pocas ocasiones.
Y
acaso el mayor palo de su vida, amén del disgusto con su hija por un noviazgo y
posterior matrimonio que nunca aprobó, fue el divorcio, un divorcio que no
quiso y que probablemente nunca esperó; pero con el divorcio, vinieron otros muchos
daños colaterales, tanto emocionales como económicos. No le dio importancia a
la ley del divorcio de la II República y sin embargo, le cayó en contra; siendo
que su esposa, Josefina Blanco, adoptó un comportamiento histriónico y hasta
agresivo contra él. Dejó dicho, eso sí, que una cosa era la ley del estado, a
lo que no daba importancia, reiteramos; y otra que como cristiano, no aceptaba
el divorcio. ¡Valle y sus cosas!
Ciertamente,
nunca dejó de ser un hombre de mundo, sobre todo dado el nivel del español
medio de la época. Y su carácter y también el cachondeo de la prensa hizo que
un reguero de anécdotas falsas colearan sobre su figura hasta en el día de su
muerte: Es mentira que reusara auxilios espirituales. Es mentira que un joven
ácrata se tirara sobre su tumba para apartar una cruz. Es mentira que jugara al
ajedrez. En fin, nos pasaríamos horas y horas desmintiendo; y de hecho, no sólo
se ha escrito mucha farfolla al respecto; sino que también se han hecho
reportajes que tal bailan; y el imaginario que hay alrededor ya es muy
poderoso.
No
obstante, con todos los defectos que le pueda ver a la biografía de Manuel
Alberca, sin duda es un grandísimo paso para conocer más y mejor al hombre y al
escritor.
Quedo
a la espera de la biografía de su nieto, Joaquín Valle-Inclán, que tengo
entendido que ya está publicando Espasa. Eso promete, porque Joaquín, profesor
de literatura, lleva años advirtiendo frente a la sarta de tópicos y mentiras
que hay sobre su abuelo; aunque me temo, por lo poco que he leído de él, que la
visión que Joaquín tiene del carlismo no difiere mucho de la de Manuel Alberca
(no obstante Joaquín ha sido una de las fuentes de Alberca), y eso creo que no
ayuda mucho. Pero bueno, será algo a acostumbrarse.
¿Qué
fue Valle-Inclán? Pues por encima de otras muchas consideraciones, fue un
escritor, un gran escritor. Decía mucho y con gran estilo en no muchas
palabras. Tenía capacidad de síntesis y una intuición artística superior. Por
ejemplo Pérez Galdós tenía mucho dominio de la técnica narrativa, pero a ello
Valle le añadía la chispa, el pellizco; lo que en el flamenco se acostumbra a
llamar el duende. Fue un genio creativo que muy pronto tuvo su propio espacio y
universo. Sabía inventar, decorar, colocar piezas, enhebrar historias, trasladarse
a otros mundos. Sabía llevar al lector a su propio terreno. Hay que leerlo
siempre. Un genio: Para mí, el mejor de nuestro idioma después de Francisco de
Quevedo.
FIN
NOTAS
(10) Para mayor información, véase: