Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor
No
hace mucho que tuve la oportunidad de leer una extensa, controvertida,
apasionada y premiada biografía de Valle-Inclán: La espada y la palabra, editada por Tusquets y escrita por Manuel
Alberca; ganadora del XVII Premio Comillas de historia, biografía y memorias. Y
en verdad valió la pena. Setecientas y pico páginas muy bien documentadas y
destinadas, entre otros objetivos, a desterrar la vana mitología existente sobre
el genio gallego. Y es que si hay algún personaje de la literatura española que
esté saturado de mitos, ése es nuestro Valle-Inclán. Cualquiera se lo imagina
pobre de solemnidad, de aspecto pordiosero, bohemio, con una etapa carlista
sólo por estética y luego feroz bolchevique; desordenado, borracho… Y nada más
lejos de la realidad, porque nada de eso fue.
Ciertamente,
Don Ramón fue un personaje harto complicado. Si bien nos parecería en principio
que era muy extrovertido, en verdad era un tímido de padre y muy señor mío que
tenía una férrea coraza en torno a su intimismo. Tal vez ello precisamente
ayudó a alimentar las leyendas, toda vez que él también se encargó, con su
carácter de por sí fantasioso, peleón e hidalgo, de alimentar una imagen
paralela a la realidad. Y en esos paralelismos, casi todo valió. A los años, su
propia familia ha hecho mucho por desmitificar la figura del gran literato,
intentando apartar las advenedizas e ideológicas manipulaciones. Esperemos que
entre eso y biografías como las de Manuel Alberca, poco a poco se vayan
corriendo tupidos velos.
Reconocemos,
por supuesto, que hacer una semblanza sobre Valle-Inclán tiene mucho mérito.
Tal vez por eso nos atrevemos.
Mas,
¿quién era Valle-Inclán? Intentemos analizarlo lo más fríamente posible, por
más que sea conocida nuestra admiración y hasta devoción por este prócer de las
letras hispánicas.
ESCRITOR
Hemos
de decir que antes que cualquier otra consideración que se nos pueda venir a la
cabeza, Ramón del Valle-Inclán fue un escritor. Así fue su propósito desde muy
joven y así lo consiguió. Fue el único de la llamada Generación del 98 que
vivió sólo de escribir. Hasta hace años, no es que diera para mucho, pero hasta
para malvivir daba. En cambio en nuestro tiempo hay que pagar para escribir…
Con
todo, Valle-Inclán no sólo se limitó a escribir, sino que muchas veces se
autoeditó y dirigió él mismo sus ventas y hasta los diseños de las portadas de
sus respectivos libros. Desde muy joven frecuentó círculos literarios y tuvo
muy claro que era lo que quería ser, y de hecho, no hizo otra cosa en toda su
vida. Tuvo algunos cargos (“momios” que se decía en la época) por enchufe pero
tampoco es que dieran para mucho.
Valle-Inclán
fue escritor, sí, pero no un escritor cualquiera: Tuvo muy claro su compromiso
con la lengua española y su renovación estética. La fiebre del estilo fue
apañada al alimón del modernismo. No era lo suyo un rechazo al pasado, como a
veces se ha pretendido: Al contrario, veía en el pasado probablemente mayor
creatividad. Sin embargo, su gusto por lo tradicional no era por mera
nostalgia; era porque le inspiraba para ser creativo. Y esto muchas veces no se
entiende: Don Ramón no era un “ser estático”. Cuidaba cada palabra, cada
expresión. Prefería confundirse con un paisaje antes que pronunciar algo sin
sentido o insignificante. Y es algo que se da mucho en los literatos gallegos,
siempre apegados a un fuerte sentimiento lírico que suele impregnar una
estética transversal y talentosa.
Como
corolario, si bien el realismo mágico se asocia a la creación de autores
hispanoamericanos, y concretamente cercanos al Caribe (Gabriel García Márquez,
Arturo Uslar Pietri, Miguel Ángel Asturias…), es un invento gallego, y que se
debe principalmente a Ramón del Valle-Inclán y Álvaro Cunqueiro (1);
autores de hecho conocidos por el genio colombiano García Márquez. Sin el
esperpento valleinclanesco y sin las invenciones cunqueirianas, desde luego no
habría sido posible el realismo mágico; aquella realidad que flota sobre una
ficción que, en el fondo, nunca supera a una realidad siempre paradójica,
humorística y contradictoria. Los dobles sentidos, el humor negro, las
exageraciones, el colorido, la riqueza de conceptos, las irreverencias… Todo
eso ya está presente en Valle-Inclán y Cunqueiro; ambos, grandes estetas,
cuidadores y transmisores de un lenguaje con conciencia de arte.
El
lenguaje de Valle es muy cuidado. Se atrevió a mezclar lo culto y lo popular de
una manera sabrosa, y desde luego, si bien pasó muchos años fuera de su
terruño, le marcó el carácter y la tradición de Galicia, a tal punto que a
veces su castellano parece agallegado, aunque quizá no tanto como Cunqueiro. Pero
la inclusión de galleguismos, latinismos, americanismos o hasta gitanismos está
presente a lo largo de toda su obra en mayor o menor medida.
Al
fin y al cabo, insertado de joven en la estética modernista, era como darle una
vuelta de tuerca al romanticismo tardío frente al imperio del realismo y el
naturalismo. Era una constante reivindicación artística.
Asimismo,
Valle-Inclán nunca se consideró un bohemio: En todo caso, encajaría mucho mejor
en la forma del dandy. El bohemio no
era sino una fórmula indefinida y zarrapastrosa para él en todo caso. De hecho,
muchas veces se ha interpretado Luces de
bohemia, una de sus obras cumbres y toda una apisonadora en la dramaturgia,
como una suerte de apología, ¿pero alguien se ha molestado en interpretarla
como una crítica? Ahí hay muchas claves al respecto de la personalidad y la
literatura de nuestro autor.
“UNIVERSO
IDEOLÓGICO”
El
“universo ideológico” de Valle-Inclán es, probablemente, su faceta más
compleja. Estamos ante un mundo lleno de contradicciones y paradojas. Desde muy
joven, Valle-Inclán mostró un rechazo frontal al mundo burgués-liberal; mundo
al que pertenecía buena parte de su familia. Sin embargo, si bien Don Ramón no
fue ningún inculto, nunca dejó de ser un autodidacta, sin una formación
universitaria completa. Así como desde muy joven conoció a Alfredo Brañas y
Juan Vázquez de Mella, quienes ya eran figuras señeras del tradicionalismo
católico en Galicia, no pareció asumir nunca con sabiduría ni coherencia los
principios del catolicismo.
De
niño, siempre mostró rechazo al mundillo de caciques y comerciantes que
dominaban su pontevedresa zona. Puede que ya desde su infancia le atrajera el
carlismo, o que como mínimo, escuchara historias de carlistas; que después
alimentaría en sus años universitarios en Santiago de Compostela, que no en
vano fue un foco carlista durante la III Guerra (que duró de 1872 a 1876). Ya
en su infancia comenzó a desarrollar un carácter fantasioso que acaso era una
máscara ante su talante reservado; talante que comparte con muchos de sus
paisanos; dicho sea esto sin ánimo de estereotipos; pero es algo bien presente
en la psique galaica; psique que por otra parte, admiro y hasta venero.
Sea
como fuere esto es importante para entender a nuestro personaje: Don Ramón era
experto en inventar –o cuanto menos adornar mucho- historias.
No
podemos negar que tuviera interés en el tradicionalismo, porque de hecho lo
tuvo, y le acompañó ese rechazo al mundo liberal de su época. Empero: ¿Era por
mera estética, como bien se dice “oficialmente”, aun en contra del criterio de
sus descendientes? Nosotros damos una respuesta negativa: El tradicionalismo,
para Valle-Inclán, no era simplemente una estética. Otra cosa sería que alguna
vez lo comprendiera del todo… Tanto el tradicionalismo político como la
doctrina religiosa católica en sí. Como tampoco conocía bien del todo la
historia de España, sobre la cual tuvo opiniones contradictorias y paradójicas
toda su vida, cayendo al final en un hondo pesimismo que yo calificaría de
hasta negrolegendario.
Valle-Inclán
se sentía parte de una élite, de una élite intelectual concretamente. Sentía
que quería tener su sitio y que debía formar criterio. Y vio en el Antiguo
Régimen un modelo social mucho más perfecto y armónico. Probablemente, es por ello que verá en el carlismo una suerte de
reserva de ese mundo, sin alcanzar a comprender del todo la versatilidad del
movimiento legitimista español. Éste creemos que es otro punto débil del
biógrafo Manuel Alberca, pues su
visión del carlismo adolece de objetividad(2). Alberca
piensa que el carlismo es una suerte
de extrema derecha de antiguo régimen y masa tutelada; y puede que eso pensara
Valle-Inclán, pero el carlismo jamás se pronunció en semejantes términos, y de
hecho, su transversalidad, interclasismo y complejidad son evidentes, porque si
bien el carlismo defiende a calicanto las tradiciones espirituales y políticas,
nunca se ha olvidado de la justicia social, férreamente condensada en la
Doctrina Social de la Iglesia, especialmente a partir de la encíclica Rerum novarum de León XIII. Tal vez por
eso todavía el carlismo, si bien guarda un buen recuerdo en muchas familias
españolas, sigue siendo un gran incomprendido. Por ello no comprenden que
personajes de lo más variopinto (y no pocos, intelectuales) se hayan acercado
al carlismo, porque en su desconocimiento, creen que estamos ante “simples
reaccionarios”.
Otrosí,
se suele decir que Valle-Inclán pegó muchas gambayás ideológicas, pero yo no
diría tanto así: En verdad, Valle-Inclán siempre tuvo una concepción confusa
acerca del “elitismo” y del pasado, idealizando la figura de los mayorazgos y
los hidalgos, frente al decadente mundo del turnismo. Filosóficamente, estaba
influido por Schopenhauer. Puede que también por la idea del superhombre de
Nietzsche. No era nada germanófilo, pero es curioso cómo algunas ideas venidas
de un país al que decía denostar por “bárbaro” y “pagano” le influyeron
bastante. Curioso y paradójico, porque una idea que defendió Valle-Inclán toda
su vida fue el panlatinismo. No creemos que supiera Valle-Inclán los auténticos
orígenes del panlatinismo, en puridad, una farfolla inventada por la
administración de Napoleón III para intentar contrarrestar los albores
pangermanistas y justificar la intervención francesa en México. El fracaso de
Napoleón III con el II Imperio Mexicano, quedando damnificado el pobre Maximiliano
de Habsburgo al que dejaron en la estacada; empero, no obstaculizó que durante
buena parte del XIX y principios del XX se desarrollara esta idea que, si bien
no se definía estrictamente, apelaba a la hermandad de los pueblos “latinos”, toda
vez que el tan manoseado término en aquella época aludía mayormente a los descendientes
de la Roma occidental, y tal vez a Grecia y Rumanía. Claro que omitía decir que
la que se consideraba superior dentro de esos pueblos latinos era Francia…
Empero, tanto en Francia como en España tuvo bastante predicamento a nivel
intelectual/cultural. El poeta provenzal Frédéric Mistral fue un exponente de ello, y tanto en la
Acción Francesa como en el carlismo hubo destacados ecos acerca de una alianza
o hermandad latina en Europa. (3) Es
aquí donde hay que entender el apoyo a los aliados de Valle-Inclán, que no
venía por las mismas razones que las de Miguel de Unamuno o Vicente Blasco
Ibáñez, u otros tantos aliadófilos, que lo hacían por puro liberalismo o
progresismo. En aquella época, se supone que Valle-Inclán era militante
carlista, y en el carlismo, si bien hubo una amplitud de sentimientos
germanófilos, también hubo algunos aliadófilos. No hay que olvidar que Melchor
Ferrer, el gran historiador del tradicionalismo español, llegó a combatir con
Francia. Buena parte de España se dividía a través de las encendidas polémicas
de los casinos. El mismo rey Jaime III ha sido calificado muchas veces (a mi
juicio alegremente) de aliadófilo. Pero lo cierto es que su posición era complicada:
Exiliado en Francia, donde asimismo, vivía parte de su familia, y habiendo sido
húsar del zar Nicolás II. Y recordemos que fue húsar del ejército ruso porque
los austrohúngaros le vetaron ingresar en su ejército, amén de que le
imposibilitaron posibles y buenos matrimonios, en connivencia con el
liberalismo que dominaba y asfixiaba a España. Don Jaime en verdad opinaba que
ante aquel conflicto, a España sólo le quedaba ser neutral. Valle lo admiraba
mucho acaso como arquetipo de aristócrata español: Militar, aventurero,
políglota, patriota, temerario, hombre de mundo, conocedor de los problemas de
su tiempo, amante de la justicia social… Y D. Jaime nunca dejó de admirarlo, a
tal punto de concederle la Orden de la Legitimidad Proscrita ya en 1931, una
fecha digamos “tardía”...
S.M.C. Jaime III
CONTINUARÁ...
NOTAS:
(1) Sobre Álvaro Cunqueiro:
mis lecturas: álvaro cunqueiro - antonio moreno ruiz
(2) Podríamos recomendarle al señor Alberca sobre el carlismo, por ejemplo:
La formación del pensamiento político del Carlismo (1810 ...
(3) Sobre Mistral, el panlatinismo y el tradicionalismo:
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