La primera jura de bandera de la legión en 1920, a la izquierda Millán Astray |
CONSIDERACIONES SOBRE LA VÍA DEL CABALLERO
Manuel Fernández Espinosa
Contra la injusta imagen de incultura y brutalidad que se ha generalizado de Millán-Astray, es la hora de decir bien alto que el Fundador de la Legión Española no era en modo alguno un iletrado. La base de esa sesgada y errónea imagen de un Millán-Astray "energuménico" se ha nutrido de la archiconocida anécdota que protagonizaron Miguel de Unamuno y el mismo Millán-Astray, en aquel crudo enfrentamiento que tuvieron ambos en el Paraninfo de Salamanca. Pero, como digo, Millán-Astray era un hombre culto, uno de los españoles más grandes que ha dado nuestra historia.
El 23 de marzo de 1953, D. José Millán-Astray Terreros (La Coruña, 1879-Madrid, 1954) dictaba su testamento a uno de sus ayudantes:
"Tengo dicho siempre, y por escrito, que soy católico, apostólico y romano, y que siempre he procurado seguir el camino del amor a Dios, culto a la Patria, al honor, al valor, a la cortesía, al espíritu de sacrificio, a la caridad, al perdón, al trabajo, y a la libertad con justicia. O sea: 'el camino de los caballeros'."
¿Cuál era ese "camino de los caballeros"?
Mientras en Occidente se había perdido, tras siglos de descomposición moderna, el "camino del guerrero" se mantenía en el Extremo Oriente. Habíamos tenido la vía del caballero, mientras hubo Cristiandad y quien la defendiera (la España del Imperio); nuestra "vía del guerrero" fue la espléndida caballería medieval que forjó un modelo humano superior: el caballero, asceta y guerrero, no pocas veces monje y soldado en las Órdenes Religioso Militares. Pero todo aquello parecía disuelto a finales del siglo XIX e inicios del XX. Por eso, hombres como Millán-Astray quisieron resucitarla yendo a las esencias de una moral superior a la moralina burguesa y degradada de la nefasta modernidad. Y ahí fue cuando se encontraron, nuevamente, como muchas veces lo han hecho, el espíritu español y el espíritu japonés, con esa especial afinidad de almas que tenemos japoneses y españoles.
Mientras en Occidente se había perdido, tras siglos de descomposición moderna, el "camino del guerrero" se mantenía en el Extremo Oriente. Habíamos tenido la vía del caballero, mientras hubo Cristiandad y quien la defendiera (la España del Imperio); nuestra "vía del guerrero" fue la espléndida caballería medieval que forjó un modelo humano superior: el caballero, asceta y guerrero, no pocas veces monje y soldado en las Órdenes Religioso Militares. Pero todo aquello parecía disuelto a finales del siglo XIX e inicios del XX. Por eso, hombres como Millán-Astray quisieron resucitarla yendo a las esencias de una moral superior a la moralina burguesa y degradada de la nefasta modernidad. Y ahí fue cuando se encontraron, nuevamente, como muchas veces lo han hecho, el espíritu español y el espíritu japonés, con esa especial afinidad de almas que tenemos japoneses y españoles.
El representante de Japón en España le había regalado un libro a Millán-Astray, "Bushido: el código ético del samurái y el alma del Japón" de Inazo Nitobe.
Inazo Nitobe |
Nitobe era descendiente de una noble familia de samuráis y una de las figuras intelectuales japonesas con más proyección internacional. Si bien el "Bushido" recibe influencias del confucianismo, el budismo zen y el shintoísmo japonés, las reservas "religiosas" que pudieran hacerse sobre el "Bushido" carecen de sentido. Nitobe se había convertido al cristianismo en Estados Unidos, uniéndose a los cuáqueros durante su estancia allí, donde publicó su libro para tratar de explicar a los occidentales el ser japonés. Para Nitobe el "Bushido" no era algo restringido a la casta samurái, más bien pensaba que los valores de este estricto código de vida podían funcionar a modo de "religión civil" para Japón: "El Bushido fue y sigue siendo el espíritu animador, la fuerza motriz de nuestro pueblo", dijo Nitobe. Para comprender esto hay que entender la religiosidad japonesa que es de un carácter eminentemente práctico y sintético: se ha dicho con mucha razón que el japonés no tiene una religión, sino que acopla budismo y shintoísmo y, no pocas veces, cristianismo sin traumas.
Millán-Astray quedó fascinado por el código de honor samurái y tradujo este libro de la edición inglesa ("The Soul of Japan. An Exposition of Japanese Thought", G. Putnam, Nueva York, 1905) en colaboración de Luis Álvarez de Espejo en 1941. El P. Cirilo Iglesias (O.P.) tradujo el "Bushido" del japonés, pero la traducción directa del dominico no se publicó.
Millán-Astray, en el prólogo a esta traducción, confesaba la enorme influencia que el Bushido había ejercido en la concepción del Credo de la Legión que él mismo había confeccionado, con estas palabras:
"En el Bushido inspiré gran parte de mis enseñanzas morales a los cadetes de Infantería en el Alcázar de Toledo, cuando tuve el honor de ser maestro de ellos en los años de 1911-1912. Y también en el Bushido apoyé el credo de la Legión, con su espíritu legionario de combate y muerte, de disciplina y compañerismo, de amistad, de sufrimiento y dureza, de acudir al fuego. El legionario español es también samurai y practica las esencias del Bushido: Honor, Valor, Lealtad, Generosidad y Espíritu de sacrificio. El legionario español ama el peligro y desprecia las riquezas."
Para Millán-Astray, en el "Bushido", se encontraba un código sencillo y práctico. Sus cuatro principios: 1) No dejarse sobrepasar por nadie en sus ideales, 2) Servir al Jefe Supremo, 3) Ser fiel a los padres, 4) Ser piadosos y sacrificarse en bien de los demás. Cuatro votos: 1) La Muerte, 2) La Fidelidad, 3) La Dignidad, 4) La Prudencia. Las cuatro lacras que ha de evitar el guerrero: 1) El sueño, 2) La Disipación, 3) La Sensualidad y 4) La Avaricia. Siendo el camino del guerrero, "la Vía de los Caballeros" que decía Millán-Astray: 1) El Culto al Honor, 2) El Culto al Valor, 3) El Culto a la Cortesía, 4) El Culto a la Patria.
Como podemos ver, puede apreciarse que Millán-Astray era algo más que un mutilado de guerra (como Unamuno le dijo ofensivamente en el Paraninfo), era un hombre culto y abierto a todo lo extranjero, siempre y cuando fuese aprovechable para revitalizar una tradición guerrera, respetuoso y atento a todo lo noble que han hecho otras razas, como la japonesa.
Es así como nuestra Legión Española, de la que todos estamos orgullosos y a la que amamos, es a día de hoy el baluarte hispánico de un estilo de vida fundado sobre los principios más sólidos y universales del rigor para consigo mismo y de la capacidad de sacrificio personal hasta la inmolación. Y es por ello, por intuirlo con la certera sensibilidad que tiene la gente sencilla, que el pueblo español vibra cuando ve a los legionarios desfilar, cuando los vemos portando el Cristo de la Buena Muerte. Y aunque tal vez no nos lo haya dicho nadie hasta ahora, las muchedumbres de buen corazón vibran ante la Legión, pues nos auto-reconocemos en ella, sabiendo que en la Legión hay España, que en ella hay España de la buena y de la de verdad.
Su grito de guerra: "¡Viva la Muerte!" pudo escandalizar a Unamuno y puede escandalizar a cuantos quieren preservar sus vidas, prefiriendo vivir negociando y regateando a la muerte para mantener una vida, aunque sea a costa del Honor. Gritar "¡Viva la Muerte!" no es quererla, es desafiar el natural instinto de conservar la vida y es desposeer al miedo de los ilegítimos derechos que quiere ejercer sobre nuestra libertad; es reconocer la vacuidad de todo, el espejismo de esta vida transitoria, impulsándonos a vivir hasta el extremo del sacrificio por lo más elevado: Dios, la Patria y el Orden Legítimo. Con el "¡Viva la Muerte!" legionario se reconoce que el valor de la vida personal es relativo, pues todo queda supeditado al Honor.
Y si para Nitobe el código samurái era la "fuerza motriz" del Japón, el código legionario podría ser la "fuerza motriz" de una España que cada día se desconoce más a sí misma y que corre en una frenética carrera suicida hacia su autodestrucción. El Credo Legionario no sólo debiera serlo de los que forman esa "religión de hombres honrados" que nuestro Calderón de la Barca decía que era la milicia, también debiera ser el código de honor en la vida civil, dándole forma a una nueva sociedad.
El "¡Viva la Muerte!" no será, por lo tanto, una fórmula nihilista, como la han querido ver algunos, sino la expresión más pura de una religiosidad extrema, que es la que nos hace falta, una religiosidad que contiene implícitamente las tres virtudes teologales cristianas, pues tiene la Fe en que Dios ayuda y en que "La muerte no es el final"; tiene la Esperanza puesta en que Dios premiará a los que hacen el bien, luchando contra el mal y es el Amor más grande que es el estar dispuesto a dar la vida por los demás.
Un japonés le escribió a un amigo suyo, piloto japonés que rehusaba ofrecerse en sacrificio kamikaze, estas palabras:
"Te tomas tu vida demasiado en serio. Imagina que, de repente, todas las gentes del planeta desaparecieran y sólo quedases tú. ¿Querrías entonces seguir viviendo? Si la vida de una persona tiene algún sentido, éste tiene que estar por fuerza en las relaciones que cada cual mantiene con los demás. De aquí nace el principio del honor."
"Te tomas tu vida demasiado en serio. Imagina que, de repente, todas las gentes del planeta desaparecieran y sólo quedases tú. ¿Querrías entonces seguir viviendo? Si la vida de una persona tiene algún sentido, éste tiene que estar por fuerza en las relaciones que cada cual mantiene con los demás. De aquí nace el principio del honor."
Lo que le decía ese japonés anónimo a su amigo que titubeaba en inmolarse estaba, como no podía ser menos, extraído del "Bushido".
BIBLIOGRAFÍA:
General Carlos de Silva, "General Millán Astray. (El Legionario)", Editorial AHR - Barcelona, 1956.
Inazo Nitobe, "Bushido: el código ético del samurái y el alma de Japón", Miraguano Ediciones, 2005.
Wolfgang Schwentker, "Los samuráis", Alianza Editorial, 2005.