Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor
Un servidor de ustedes nació en el Año de Nuestro Señor de 1981. Como buena parte de mi generación, nunca fui aficionado a la tauromaquia. De chico me llamaba la atención y recuerdo que cuando paseaba con mi madre por el centro de Sevilla, me quedaba mirando los toritos de juguete que coronaban múltiples escaparates. Hacían auténticas virguerías artesanas por aquella época. Creo que sigue existiendo, pero ya más como “souvenir” para turistas que como otra cosa.
A mis abuelos les gustaba mucho la tauromaquia; pero a mis padres y tíos, si bien no les disgustaba, ya no tenían tanta afición. Y eso se notó mucho en cómo muchos coetáneos enfocamos el tema. Yo por ejemplo, de los toritos y los toreros de juguete pasé a tener una época de rechazo, hasta una posterior comprensión mas llena de indiferencia. Nunca he visto una corrida de toros en directo. A lo más que he llegado es a alguna capea en El Ronquillo (1), donde no me atreví a ponerme delante de la vaquilla no fuera que me motejaran de torero cigüeño, como antiguamente dizque llamaban a los toreros altos. Y aparte, porque tenía más miedo que un moroso delante del cobrador del frac. Recuerdo que en mi pueblo cuentan que a un bisabuelo mío, que era hombre de medir 1,90 y pesar ciento y pico de kilos, una vaquilla lo levantó como si fuera un papelillo; y eso siempre lo he tenido muy presente. Y bueno, alguna vez he visto los toros en la tele, sobre todo cuando había rejoneo, pero no aguanté mucho tiempo. La curiosidad se me iba pronto. En cambio, hace años eso cambió un poco, gracias al programa “Toros para todos” de Canal Sur, presentado por Enrique Romero. El por qué ese programa me iba enganchando cada fin de semana a la hora de comer era que, más allá de las corridas de toros sensu stricto, hablaba de la tauromaquia por dentro: Hacían reportajes de las dehesas, de los ganaderos, de los veterinarios, de cómo se entrenaban los toreros; entrevistaban a gente del mundo de la fiesta, a turistas extranjeros… Todo, bajo el paisaje inigualable de nuestra Piel de Toro siempre candente. Aquello era el mundo de la tauromaquia por dentro. Y gustaba mucho a propios y extraños.
Decía el gran polígrafo ruso Alexander Solzhenitsyn QEPD que los grandes males de nuestro tiempo son la precipitación y la superficialidad. Y siempre que se habla de la tauromaquia, estos dos rasgos salen a relucir con estrépito, tanto por unos como por otros.
Sería para nada intentar escudriñar en los orígenes de la tauromaquia. Para eso enhorabuena está la monumental enciclopedia de Cossío. Pero no está de más recordar que la tauromaquia es uno de los factores que nos conectan con nuestro más remoto pasado. No estoy diciendo que hubiera un Curro Romero tartéssico, pero lo cierto es que los griegos ya señalaban cómo los pueblos ibéricos tenían una cultura trascendental en torno al toro, similar a la que también existía por la Hélade, sobre todo en Creta. El toro, el caballo o el león eran símbolos divinos para los antiguos iberos; como en la mitología griega también está presente la figura del Minotauro. Asimismo, el sacrificio táurico estaba presente en la religión mithraica, que desde tierras persas se extendió por los legionarios a muchas partes del imperio romano y “convivió” con el cristianismo. Tanto el culto mithraico como la tauromaquia llamaron la atención de Roy Campbell, poeta inglés, traductor de San Juan de la Cruz a la lengua de Shakespeare, y gran amigo de España y sus tradiciones; a tal punto que más de una vez se atrevió a torear. Roy Campbell, al igual que Tolkien, era católico, inglés e hispanófilo; y creían, con San Agustín de Hipona, que la salvación había sido anunciada a los paganos aun de distintas maneras. Como bien dice el bibliófilo Joseph Pearce (también inglés y católico), tanto Campbell como Tolkien gustaban del paganismo que podía acercar a Cristo, no del “nuevo” y reinventado que aleja de Él. Por tanto, quien quiera ver en la tauromaquia una suerte de resquicio pagano, suponemos que también lo verá en el latín o el griego…
Biografía de Roy Campbell realizada por Joseph Pearce, donde detalla, entre otras muchas cosas, su afición torera. Imagen de |
Con todo, Adolf Schulten -arqueólogo germánico enamorado de Tartessos- decía que en España pervive extraordinariamente lo arcaico. Desde luego, la tauromaquia es una de las muchas pruebas, uno de tantos hechos que pasó de época remota a filtrarse y civilizarse en época cristiana. La brillante escritora gallega Emilia Pardo Bazán atribuía un origen árabe a la lidia. Y nada más lejos de la realidad. Empero, ella no tenía la culpa: Durante buena parte de los siglos XIX y XX se extendió la idea de que buena parte de la cultura española se debía a los árabes. Fue al revés: Tanto árabes como bereberes, así como hispanos conversos al islam, copiaron mucho de la cultura que ya estaba más que consolidada en época hispano-visigótica. No sabemos de hecho que haya lidia por la Península Arábiga y alrededores…
Empero, siempre la tauromaquia en España ha pasado por sus más y sus menos. Curiosamente, sus menos vienen por la enemistad que parte de la aristocracia ha tenido, incluso por parte de reyes, y también por clérigos. Hasta hace muy poco no estaba bien visto que los curas fueran a los toros, por ejemplo. Isabel la Católica asistió una vez a una corrida de toros y salió horrorizada. Felipe II, si bien no era partidario de la prohibición, tampoco gustaba del tema y llegó a prohibir alguna corrida como homenaje a su real persona. Sin embargo con los Austrias no se dio una ruptura entre élite y pueblo (2) tan acusada como ya se dio en época borbónica: Felipe V llegó a prohibir a los nobles de su círculo el que laboraran estos espectáculos; y es aquí, en el siglo XVIII, cuando va a empezar el toreo a pie precisamente por eso: Mientras que en Portugal no hubo tal prohibición, al otro lado del Guadiana sí; por ello en Portugal se conserva un toreo muy original y antiguo, siempre relacionado con los forcados (recortadores) y el rejoneo, esto es, el toreo a caballo que todavía mantienen los fidalgos; y salvo en algún que otro pueblo fronterizo, no se mata al toro; mientras que en España se fue desarrollando el toreo a pie de una forma popular, habida cuenta del alejamiento de parte del estamento nobiliario. En la época de Carlos III, sólo se permitían las corridas benéficas; por lo cual muchos ideaban cualquier propósito para que hubiera corridas. Sin embargo Su Majestad Fidelísima Miguel I de Portugal era un hábil rejoneador.
Y vamos más allá: Indagando en las relaciones de la Iglesia Católica y la tauromaquia, tenemos que “Pío V excomulgó a los taurinos. La excomunión fue suprimida por Gregorio XIII. Pero Sixto V, dirigiéndose al obispo de Salamanca, la había restablecido. El claustro salmantino se niega a obedecer y es el gran Fray Luis de León quien redacta la protesta. Hasta que por fin Clemente VIII reconoce que las corridas son una escuela de valor, que pertenecen al patrimonio de España y levanta la excomunión. Entonces comenzó, para continuar hasta nuestros días, la comunión de Iglesia y Tauromaquia”. (3)
Por tanto, concluimos que si bien la tauromaquia ha pasado por desavenencias venidas “desde arriba” (y muchas veces desde Roma se ha tenido especial inquina contra las costumbres españolas, que todo hay que decirlo), ha sido gracias a la constancia popular que se ha conservado con más o menos evoluciones. No hay nada de “imposición”: Al contrario, “desde arriba”, se ha intentado por numerosos medios imponer su prohibición, con escaso éxito, como vemos.
Y hablando de imposiciones, tampoco estamos ante una “imposición andaluza”. De hecho, Cataluña siempre ha sido uno de los puntales taurinos de España, en contraposición a otras regiones donde las corridas de toros han tenido poca relevancia, o nula, como en Canarias (donde las peleas de gallos están a la orden del día, por cierto). Pero Cataluña, Vascongadas, Navarra, Valencia y buena parte de Castilla son puntales taurinos de primera, al igual que Andalucía, naturalmente; y al igual que siempre ha habido focos taurinos en Asturias y Galicia. Y ya que hablamos del salto evolutivo de la tauromaquia española en el siglo XVIII, se lo da la fusión del estilo vasco y el estilo andaluz; el vasco, más apegado a los recortes y a esquivar; el andaluz, más apegado al uso de capas y requiebros artísticos. Esta fusión vasco-andaluza, esta armonía de norte y sur de España parece que, aun ignorando el subliminal y clave hecho, hay quien lo intuye y se pone muy nervioso. Y al final el problema es el que decía Solzhenitsyn(4), el mismo que tan vilipendiado fue por ciertos –supuestos- intelectuales y que pidió, al llegar a España, amén de comer cochinillo en Segovia, ver una corrida de toros: Precipitación y superficialidad. Y es que en torno a tonos maniqueos, hay quien pretende que el hecho de que te gusten los toros sea de “derecha”, o incluso los hay al revés, que dicen que el gusto por la tauromaquia es un invento liberal o de izquierda… Y ni una cosa ni otra. Si bien es cierto que a lo largo de la historia de España encontraremos personajes que en absoluto gustaron de los toros, también encontraremos otros tantos que sí, y tanto en un sitio como en el otro, no podremos establecer un “referente político”. Había algún carlista que abominaba de los toros y sin embargo en el famoso acto del Quintillo (5) se hizo una capea, y al igual que hubo toreros carlistas. Y también falangistas, como El Algabeño; o el escritor y diplomático Agustín de Foxá. Y también hubo en el Frente Popular la conocida “brigada de los toreros”(6), más rojos que el diablo en salsa. Ha habido escritores muy poco dados a la tauromaquia, tales como Miguel de Unamuno o Vicente Blasco Ibáñez; pero no era ese el caso de Valle-Inclán, quien se hizo amigo del torero Belmonte. Y Valle-Inclán es, probablemente, una de las personas más imposibles en cuanto a “clasificaciones ideológicas”, aunque parte de su vida dizque fue carlista. A día de hoy multitud de izquierdistas se dicen antitaurinos y parecen ignorar que Ernest Hemingway, Andrés Calamaro, Joaquín Sabina o Joan Manuel Serrat se caracterizan por su afición a los toros. El poeta Federico García Lorca, que no encaja en ningún espectro político actual (7), decía que la tauromaquia era una fiesta culta. A Lorca lo fusilaron junto a un banderillero anarquista. ¿Y en qué espectro ideológico encajaría por ventura el muy taurino y cineasta Orson Wells? Y así, tantos otros ejemplos hallaremos. Igual que hallaremos gente de derecha y de izquierda que gusten del fútbol y al contrario (8). Los esquemas cerriles-ideológicos no sirven para nada, y todavía menos para explicar fenómenos tan poliédricos como transversales. Como es la vida misma, vaya.
En cambio, hay un hecho objetivo en estos días: La ofensiva animalista/antitaurina, lejos de ser espontánea, viene aupada y financiada desde Holanda y Suiza. No por nada el PACMA (partido animalista) tiene su sede en la calle Preciados en Madrid, la calle más cara de España. Las movilizaciones espontáneas de masas no existen: La Toma de la Bastilla no se habría hecho sin el empuje de los Orleáns y las armas prusianas; así como la Revolución Rusa no habría tenido lugar si antes Lenin no se hubiera pasado por Zurich. Y esto ocurre en un año 2015 donde se da una afluencia a las plazas de toros como no se había dado en años… No hay que ver “grandes conspiraciones”; basta con saber que las cosas pasan por algo.
Fotografía gentileza de Francisco Abellán.
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Sin embargo, hay que reconocer que la tauromaquia estaba de capa caída, yo creo que hasta cayendo en la inanición. Y yo, que veo las cosas de fuera, he escuchado a notables taurinos culpar muchas veces a los responsables de la fiesta por querer “sólo espectáculo” y beneficio económico. Algunos aducen motivos económicos para no acabar con la tauromaquia, y no saben que eso, aparte de ser un criterio tan marxista como ramplón, nunca será motivo alguno de identidad ni permanencia. Es como los que pretenden afrontar el separatismo “catalán” con que “no van a estar en la Unión Europea” o “van a perder dinero”, omitiendo la sangre, la historia, la cultura y la tradición. La tauromaquia, o se defiende “poéticamente”, o mejor se calla uno. Si se cree que esto es un arte, como tal hay que defenderlo. Y reitero: Lo veo desde fuera. Y si desde fuera me gusta la tauromaquia por dentro; si las plazas, amén de dejar de vender las entradas a precios prohibitivos, hubiera más recortadores, más rejoneos, y más eventos ecuestres, así como de gastronomía y música; esto es: Una representación más completa de la liturgia telúrica que abarca por derecho este fenómeno; tal vez eso reforzaría mucho más el interés y la afición. En Lima por ejemplo así se hace en la Plaza de Acho, donde siempre hay números de marinera (9) y donde se organizan hasta parrilladas colectivas. Todo eso, naturalmente, debería ir unido a unas leyes justas que se cumplan, como en Francia, donde no está permitido reventar corridas de toros con “manifestaciones” insultantes en las mismas plazas. Ahora Morante de La Puebla se ha atrevido a denunciar a Peter Janssen, el holandés agresivo y subvencionado; ya era hora, y se merece todo el apoyo del mundo. Ya está bien. Pero vuelvo a advertir a los taurinos y más a los responsables: No hay que tener miedo de las “reformas” (que no se alejan de la tradición, al contrario), y no todo es dinero. En todo caso, más caro costará si desaparece la tauromaquia; porque, Dios no lo quiera, si la tauromaquia desaparece, no será sólo el coste económico (ciertamente mucho): Será un coste ecológico brutal, pues amén de la desaparición de un animal único, el desierto urbano que amenaza a España se extenderá irremediablemente, amenazando el ecosistema de la dehesa (y todos los animales que de él dependen); ecosistema que sólo sabe vivir y trabajar una minoría de hombres ligados íntimamente a la tierra. Eso por no hablar del deterioro que asimismo sufriría el mundo del caballo, tan íntimamente ligado a estas tradiciones, como lo está desde los tiempos de los iberos.
Creo, en mi humilde opinión, que ha llegado la hora de dar a conocer la bella complejidad de este fenómeno. Empero, la agresividad animalista se veía venir, y viene empujada desde fuera. Pronto, probablemente nos arriesgaremos a ser insultados públicamente si se nos antoja un filete. Quién sabe si los que tienen mascotas serán considerados carceleros… Y es que no entendemos que los que someten a los animales a horarios y espacios humanos, luego se escandalicen de la tauromaquia. O cómo satanizan la tauromaquia los que ponen fotos de pesca y sardinadas en la playa: ¿Satanizarán la tradición de la almadraba? ¿Dirán que es un espectáculo donde se asfixia y se sangra a un animal para encima exhibirlo luego? ¿Pretenderán prohibir la matanza del cerdo, actividad colectiva en muchos pueblos serranos, donde los cochinos son descuartizados muchas veces en corrales o casas particulares? O más aún: ¿Pretenderán condenar insecticidas y matamoscas? ¿Abolirán las ratoneras? ¿Y qué decir de los mataderos, o de las granjas donde se hacinan las gallinas? ¿Querrán prohibir la cacería? ¿Y las plantas?¿No están arrancando los veganos de sus lugares a seres vivos? ¿No es cierto que en muchos sitios hay gente que cuida las plantas, amén de con agua, con parla y canciones y que así crecen mejor?
Y ahora díganme: ¿Es que alguna de estas actividades es comparable al toro bravo en particular y a la tauromaquia en general para que sea satanizada mediática y políticamente de esta manera? ¿Hay alguien que mire y trabaje más por la naturaleza que el mundo del toro? ¿No vemos que aquí no hay siquiera “doble vara de medir”, sino que todo este rollo antitaurino no es más que trampa, mentira, ignorancia y odio?
Tampoco entendemos ciertos memes y fotos, pues, por ejemplo, ¿se imaginan que pusiéramos una foto de un accidente mortal de Fórmula 1 con la leyenda “NO LE DUELE, ES DEPORTE”? ¿Se nos acusaría de demagogos como mínimo, verdad?
Reitero: Esto del animalismo es mentira. Es pura pose y sistema ideológico facilón, contradictorio e histérico. Conozco desde hace años sus “argumentos” y no hay más cera de la que arde. Sin subvenciones suizas u holandesas y sin pasividad/permisividad de los corruptos políticos locales, no serían nada. Por ello, no tengamos miedo. La tauromaquia va más allá de las plazas. Hay muchas actividades relacionadas, como encierros (y no sólo los Sanfermines) y toros de cuerda; que asimismo, hay que apartar del turismo masivo-grotesco. Creo que todavía se puede fomentar un turismo sano y rural alrededor de este gran fenómeno artístico-cultural. Eso puede ayudar a alimentar el lógico interés. Sería un paso. Los españoles no conocemos bien nuestro país y por eso hemos sucumbido a la artificialidad divisoria de los intereses politiqueros y de sistemas educativos nefastos. La tauromaquia nos une con nuestra geografía y nuestro pasado. Muchos pintores y literatos le dedicaron tiempo y corazón. Nuestro campo le debe mucho. El toro bravo lo merece: No hay animal que viva mejor ni que ocupe mayor desvelo y dedicación. Podrá ser que haya gente que no guste del gazpacho, el cocido, las croquetas, el pescado frito, la butifarra o de la tortilla de papas, ¿pero negarán que son símbolos de nuestra gastronomía? ¿Negaremos que el flamenco, la gaita, la jota, la boina o el cachirulo también forman parte de nuestro acervo y nuestra imagen; así como el románico, el gótico, el mudéjar o el barroco? ¿Por qué tantos problemas y postureos? ¿Nos gustan los tipismos extranjeros pero nos acomplejamos con los nuestros? No es cuestión de gustos: Son realidades que respiran tradición y cultura; y la tauromaquia, guste más o guste menos, es un símbolo atávico de España, que nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia. Es la expansión del hombre ibérico: Desde el sur de Francia (que fue catalán) hasta la América del Sur; incluso en su día, también por Marruecos y Mozambique. ¡Pero no se conoce! Y muchos taurinos tampoco ayudan a que se conozca. De hecho si se conociera, las mentiras animalistas no tendrían cabida por más dineros de Ámsterdam que vengan.
El mundo taurino debe unirse, dejarse de rencillas y exclusivismos, y atraer a los aficionados a la naturaleza, la historia y el arte. Yo os lo digo desde fuera, pero visto lo visto, quisiera decíroslo desde dentro. Los dizque antitaurinos han tenido la enorme habilidad de que me acabe gustando esto, mirad por dónde. No hay mal que por bien no venga y ofrezco mi puño y letra, ya en prosa, ya en poesía, para defender la fiesta brava. Yo digo que sí a la tauromaquia, con todo lo que ello comporta, y estoy seguro de que no seré el único.
He dicho.
Pablo Hermoso de Mendoza. Imagen de |
NOTAS:
(1) Pueblo de la Sierra Norte de Sevilla.
(2) Hace tiempo tuve oportunidad de escribir más concretamente sobre el tema: "Divorcio entre élite y pueblo en España". 26.4 - Revista La razón histórica
(3) Véase el artículo íntegro:Las prohibiciones históricas de la fiesta de los toros ... - Arbor
(4) La actitud de muchos dizque intelectuales españoles para con Solzhenitsyn cuando el genio ruso arribó a España con toda la ilusión del mundo fueron vomitivas. Recuérdese: ANTONIO MORENO RUIZ: DE BENET Y SOLZHENITSYN.
(5) Requetés lidiando una becerra:
Para mayor información, véase:Quintillo - Carlismo Andaluz
(6) Sobre la brigada de los toreros en el Frente Popular:
La brigada de los toreros de la Guerra Civil - Jot Down ...
(7) Véase: RAIGAMBRE: FÚTBOL Y LO QUE NO ES FÚTBOL
(8) Por más que quieran manipular, Federico García Lorca jamás fue un militante comunista, ni fue un gran entusiasta de la política en sí. Fue simpatizante republicano, sí, pero lo suyo era otra cosa. Tanto su familia como la familia de otros escritores como Ramón del Valle-Inclán o Miguel Hernández han reaccionado alguna vez contra aquellos burdos manipuladores que, encima, demuestran no haber leído ni una línea de estos próceres de las letras hispánicas.
(9) Algunos vídeos sobre la limeña Plaza de Acho: