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Por
Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor
*ADVERTENCIA:
SI VUESA MERCED CARECE DEL MÁS MÍNIMO SENTIDO DEL HUMOR O LA IRONÍA, LE RECOMENDAMOS VIVAMENTE QUE NO LEA ESTAS LÍNEAS. ¡GRACIAS!
A todos aquellos peruanos que celebran la independencia y que aprovechan cada 28 de julio para insultar a España o a los españoles (o sea, no a todos los peruanos; aclarado sea para los cortos de mente, que suelen ser muchos en todas partes del mundo):
¿Saben qué? Les doy la razón. Por supuesto que sí. ¡Les doy la razón! Al igual que le doy la razón a los ecuatorianos que fueron saqueados y masacrados por vuestros antepasados, pero naturalmente, ustedes no tienen la culpa de eso. Como tampoco tienen culpa de que, según dice su compatriota José Antonio Pancorvo (alguien que nada sabe de historia, filología, poesía, teología y etc.;) en un libro horrible llamado
Demonios del Pacífico Sur (Ed. Mesa Redonda), el Perú conquistó tres veces Chile: La primera vez fueron los nobles incas que ayudaron a Valdivia en esa terrible invasión; la última, el virrey Abascal, que tuvo la osadía de invadir también Bolivia (que entonces, por culpa del expansionismo peruano, se llamaba Alto Perú) y someterla a gobernación peruana.
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En 1492, una vez conseguida la reunificación nacional española tras la capitulación de Boabdil y sus moros en Granada, dijo Elio Antonio de Lebrija, el primer gramático de la lengua castellana:
“Hispania restituta est”. El objetivo de los reyes castellanos, aragoneses y portugueses era retomar el norte de África, que había sido hispano hasta la llegada del islam. No se pensaba en “otras aventuras exteriores”; bastante tenían ya los portugueses en el África Negra, donde los reyezuelos negros vendían a sus hijos como esclavos, y donde los árabes controlaban ese negocio, al igual que los turcos controlaban la esclavitud del Mediterráneo; Mediterráneo en el que Castilla se tuvo que meter por mor de la corona de Aragón, defendiendo sus intereses en Italia; cuando la política castellana era tan atlántica como Portugal; y hasta era amiga de Francia, pero tuvo que sacrificar sus intereses y encima ganarse fama de centralista e impositora. Y nada de eso merece películas lacrimógenas de Hollywood, por supuesto. Y sin embargo, justo en ese año de 1492, aparece Colón, un misterioso italiano que, no contento con las barrabasadas de sus antepasados en España, esos romanos invasores que nos trajeron espada y religión impuesta de la Triada Capitolina, un derecho extraño, y vaciaron nuestras minas (encontrándose con una guerra de resistencia de 200 años, muy superior al mito de Asterix y Obelix); presentó un seductor plan a Fernando de Aragón e Isabel de Castilla para venir a unas tierras muy lejanas, que él dijo que eran las Indias pero resulta que era un Nuevo Continente. Así, España tuvo que sacrificar toda su política teniendo que encabezar una compleja legislación y una fuerte armada para algo que no había buscado realmente. La emigración y también las guerras creadas por la avidez de otras potencias, asimismo, supuso una sangría demográfica de la que nunca nos recuperamos.
Por cierto, hablando de minas, ya veo lo vacías que están las minas peruanas. Es mentira eso de que entre Estados Unidos, Canadá y Suiza saquen la misma cantidad de material cada año que la que España sacó en tres siglos de nefasta y olvidable época colonial, que no virreinal. Sí, porque bien sé que el Perú en verdad nunca fue un virreinato con las mismas leyes (e incluso con más mano izquierda y mucha menos rigurosidad) que en la España europea; no, el Perú era una colonia de esclavos que se padeció tras la conquista, y en esas guerras de conquista que sólo organizó España (sin parangón en el mundo entero), participó, entre otros, el negro Juan Valiente, uno de los conquistadores de Chile, un invasor venido del África tropical; al igual que los negros curros (libres) de Sevilla y Cádiz, que invadían las calles de La Habana al servicio de un malvado sistema.
Mis antepasados, con “oficio de campo” según reza en mis modestas investigaciones genealógicas, jamás partieron para América; sin embargo, con este sistema opresor que se creó en 1492 (sí, porque aunque al Perú no se llegara hasta más tarde, ya todo el mal estaba programado), tuvieron que padecer que, mientras que ellos no tuvieron tumba reconocida, el Inca Garcilaso fuera enterrado con todos los honores en la catedral de Córdoba; eso, luego de que este señorito mestizo invasor luchara a punta de espada contra los rebeldes moriscos de las Alpujarras, mientras que los nobles incas se paseaban pavoneándose de sus títulos por Madrid y Valladolid; y mis antepasados, trabajando la tierra.
En el siglo XVI, Hernandarias Saavedra, criollo, era nombrado gobernador de Asunción, mientras que muchos peninsulares eran discriminados.
En el siglo XVIII, el limeño Pablo de Olavide, ministro de Carlos III, extranjero invasor al igual que el Inca Garcilaso y los nobles incas y los mexicanos descendientes de Moctezuma que se paseaban por Castilla; haciendo y deshaciendo en España lo que quería, impuso un plan de repoblación de Andalucía (de esa Andalucía donde nunca salieron mis antepasados), trayendo principalmente flamencos, suizos y alemanes para repoblar la comarca de Écija y llegando hasta Córdoba y Jaén. Durante todo el siglo XVIII y principios del XIX, mientras que la familia de Bolívar se enriquecía con el ilícito tráfico de esclavos, contraviniendo la injustísima ley española que no permitía esta gloriosa libertad de comercio, muchos isleños canarios iban a Venezuela a hacer lo que una aristocracia mestiza y zamba que se creía blanca no quería: Trabajar. Y encima, eran despreciados como “blancos de orilla” estos pobres inmigrantes.
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En ese mismo siglo XVIII, mientras muchos antepasados míos seguían trabajando la tierra, Túpac Amaru se pavoneaba de sus títulos de nobleza y, con sus esclavos y sirvientes, empujado por los mismos jesuitas que empujaban la rebelión de Túpac Catari (respaldados por Inglaterra) se lanzó a una rebelión en pro de sus intereses económicos.
Y Vizcardo, enésimo jesuita que venía con las imposiciones religiosas típicas de su compañía, hablando en su carta de “españoles americanos”… ¿Pero qué es eso?
En el siglo XIX, Fernando VII, volviendo a discriminar a los españoles, favoreció a los invasores: Primero, poniendo al peruano duque de San Carlos como ministro plenipotenciario; segundo, teniendo como agente legal al neogranadino (hoy diríamos colombiano) Joaquín Mosquera Figueroa como su agente legal, ¡llegando a firmar en su nombre en las Cortes de Cádiz! ¡Un extranjero firmando en nombre del jefe del estado! Habrase visto…
No contentos con eso, nombran como último virrey del Perú al criollo Pío Tristán, el mismo que le dijo a Belgrano, el gran libertador, que
“las armas del rey no se rinden”. Belgrano fue tan gran libertador como Bolívar; los dos, poco antes de las independencias, solicitando título de nobleza a la Corona española.
Pero es que no contentos con eso, ni Leandro Castilla (hermano del que fuera presidente Ramón Castilla; ¡y el tal Leandro encima, oficial del ejército carlista, luchando contra los tolerantísimos liberales!) ni ciertos Goyeneches de Arequipa reconocieron a la encomiable y nacionalista república, ¡y pasaron a España! Y encima obteniendo puestos privilegiados; al igual que se privilegió al mestizo pastuso Agustín Agualongo y al indio huantino Huachaca con pomposos títulos militares (¡brigadieres generales extranjeros!), mientras que se seguía discriminando a muchos españoles.
Y es que reitero, queridos festejadores de la independencia: Les doy la razón, y de hecho, yo también celebro estas fechas. Celebro que la nación española se independizara del Río de la Plata, Perú, Nueva Granada y Nueva España. Así como celebro nuestra independencia de romanos y moros, y también de los germanos, si hace falta; y celebro que iberos y celtas pudieran liberarse de las tentativas colonialistas de fenicios y griegos. Celebro, por supuesto, que los peruanos que oprimieron a mis antepasados se fueran de una vez por todas, aunque hubo que soportar a algunos opresores luego de la independencia, como digo. También celebro que Carlos III nos emancipara de los jesuitas, los cuales habían formado una teocracia socialista parecida al régimen político-religioso de los incas. ¡Ah, los incas! Aquellos viles explotadores que impusieron lengua y religión a sus vecinos, y hasta los desplazaban de población si desobedecían...
Sí, amigos de la independencia, sigan siendo libres, y ojalá algún día se decidan a ser todavía más valientes y se proclamen ateos, al igual que se hace en esa Europa que es el paraíso en la tierra. Ustedes tuvieron la enorme suerte de recibir muy poco de ese opresor catolicismo, cuyas fiestas, idiosincrasia y teología desconocen absolutamente, afortunadamente para ustedes. Con todo, tienen un surrealismo abismal que mezcla protestantismo norteamericano, paganismo andino, marxismo heterodoxo, Budas y gatos chinos. ¡Libérense! ¡Supérense! Nosotros ya lo hicimos, y nuestro benéfico estado progresista, liberal, laico y democrático, para mantenernos alejados de la invasión, niega la nacionalidad española a los hispanoamericanos descendientes de españoles y sin embargo, se la regala a africanos y asiáticos que no tienen vinculación ninguna. ¡Y es por eso que nos sentimos más europeos que nunca, con esa Unión Europea que tan felices nos hace! Bien, vamos bien.
Empero, con todo lo que se ha conseguido, creo que la independencia no está concluida. Chancas, aimaras, mapuches y etc.; gentes que se escaparon del genocidio de aquel terrible sistema opresor, tienen mucho que decir. En España, cada día sale un separatismo nuevo. Es justo que todos nos vayamos liberando de aquellas ominosas cadenas; las mismas cadenas que los españoles revolucionarios ayudaron a liberar, invadiendo y ayudando a los ejércitos bolivarianos y sanmartinianos. Campo Elías, Aldao, Jalón o Picornell, con Bolívar, por ejemplo. Las mismas cadenas de José de San Martín, quien apenas había estado cuatro años en América (tan “sudamericano” él como tan “peruano” soy yo), soldado del ejército español durante veintidós años. En esa época, que estuvo tan discriminado que era oficial, no se dio cuenta de la maldad de los Borbones. Se dio cuenta luego de las batallas de Bailén y La Albuera, en plena lucha contra la invasión napoleónica. Pasó una temporada en Inglaterra, se iluminó y vino a una América que ni recordaba, ayudado de tantos ingleses invasores europeos como los que fueron a invadir con Bolívar. Al igual que el cura Hidalgo en México, venía con imposiciones religiosas, pues prohibió blasfemar en su ejército, en contra de la santa-laica libertad de expresión y conciencia. Los jesuitas, deseosos de espada y religión impuesta, en venganza por ser expulsados, y añorando su teocracia socialista, acudieron en masa. José de San Martín, pactando con sus camaradas y paisanos antes de Ayacucho (batalla cuyo resultado ya era conocido, en un sitio donde curiosamente no se han encontrado cuerpos...), dijo que
“los liberales somos hermanos en todas partes del mundo”. Eso luego de ponerse como flamante libertador del Perú un sueldecito de 30.000 pesos anuales y entregarle el tesoro del país a los ingleses, para mayor gloria de la Logia Lautaro.
Por eso, hay que celebrar esta independencia en todas partes, en toda “América Latina”. Sí, porque efectivamente, ya ni españoles ni italianos ni franceses ni rumanos ni portugueses somos latinos, mientras que asháninkas o machiguengas sí que lo son.
Sí, hay que celebrar la independencia, tanto en Perú como en España; pero todavía queda mucho por hacer. Algún día los indios recuperarán sus tierras de todos los invasores que vinieron a maltratarlos, ya sean europeos o africanos, así como todos esos mestizos que en verdad no tiene patria, pues ya no son ni invasores ni invadidos. Algún día nosotros los españoles también terminaremos de liberarnos de todas las imposiciones llegadas de fuera, incluyendo el español, oprobiosa herencia del latín, ese aberrante idioma foráneo que nos recuerda los tiempos de la opresión. Espero que algún día también América se libere de este idioma extraño que trajeron bestias ávidas de oro, que en su terrible paso, dejaron más de veinte universidades por el continente; muchas menos de las que dejaron los civilizadísimos y tolerantes franceses, ingleses y holandeses. No obstante, con lo que avanza la jerigonza
spanglish, quién sabe si no estamos iniciando ya este hermoso proceso de liberación…
Bueno, prosiguiendo: Espero que destruyan esos símbolos asquerosos de ignorancia y oscurantismo, así como toda la arquitectura religiosa y militar que va desde algo en Alaska y Oregón por un lado y Florida por el otro, hasta llegar a los lindes de la Patagonia. En Sevilla, en 1868, durante la Revolución Gloriosa, los sabios liberales y progresistas se dedicaron a derribar las murallas históricas de la ciudad porque eran símbolo de absolutismo y atraso. ¡Ojalá se haga lo mismo acá!
Así las cosas, en estas fechas recuerdo especialmente dos textos de un gran libertador, por más que se autoproclamara dictador y declarara la guerra a muerte a todo español viviente: Un tal Simón Bolívar, que retiraba los retratos que no lo presentaban como blanco. En 1824, en carta al general Santander (con el que acabaría peleado), dijo:
“Los quiteños y los peruanos son la misma cosa; viciosos hasta la infamia y bajos hasta el extremo. Los blancos tienen el carácter de los indios y los indios son todos truchimanes, todos ladrones, todos embusteros, todos falsos, sin ningún principio de moral que los guíe. Los Guayaquileños son mil veces mejores”
En 1830, a escaso tiempo de morir en la finca de un invasor español amigo suyo (al igual que era invasor español Aguado, financiero de San Martín), como corolario de la gran gesta emancipadora, le dijo en carta al general Flores, venezolano invasor del Ecuador que encima, al igual que San Martín, intentó imponer una monarquía liberal:
“V. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos- primitivo, este sería el último período de la América.”
Y puestos a recordar textos históricos, recuerdo uno de alguien que ya hemos nombrado: El general Antonio Navala Huachaca, quien al frente de sus combatientes iquichanos, proclamó, en contra de la idílica y promisoria república:
«Ustedes son más bien los usurpadores de la Religión, la Corona y el Suelo Patrio... ¿Qué se ha obtenido de vosotros durante vuestro poder? La tiranía, el desconsuelo y la ruina en un Reino que fue tan generoso. ¿Qué habitante, sea rico o pobre, no se queja hoy? ¿En qué recae la responsabilidad de los crímenes? Nosotros no cargamos semejante tiranía»
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¡Enemigo de la libertad y el progreso, y encima siendo indígena! ¡Qué barbaridad!
¡Ah, pero hay otro! Sí, otro texto que viene al caso:
"…perdona, pero creo que estás en un error al condenarme a mí, porque mis abuelos jamás abandonaron la península, e incluso murieron en el mismo pueblecito en el que nacieron... En todo caso, si deseas atacar tan injustamente la memoria española, ataca mejor a tus propios abuelos, aunque quiero que sepas que serás siempre un malnacido por hablar así de los que te dieron tu propia sangre... Yo te aseguro que, mis abuelos jamás pisaron, ni de lejos, esta tierra...". Esto lo decía un tal Salvador de Madariaga, acaso con Claudio Sánchez-Albornoz, el historiador e intelectual más brillante que defendió la II República Española; sin embargo, los intelectuales progres españoles de la memoria histórica de Zapatero y compañía ni los nombran. ¡Así es la Europa a la que ustedes aspiran! ¡Sigan por ese camino!
Y finalizando y reiterando: ¡Vivan las independencias! ¡Vivan todas esas estatuas que en España hay dedicadas a Bolívar y San Martín, y viva que no haya ni un triste recordatorio en España para los traidores realistas! ¡Y vivan las gloriosas Cortes de Cádiz, que en absoluto fueron tomadas por el golpismo militar-aristocrático y que por fin abolieron la representación de los gremios, el juicio de residencia (¿pero a quién se le podía ocurrir que un gobernante pudiera ser juzgado? ¡Por favor!) y que dispusieron que sólo pudieran votar los más ricos! ¡Celebremos todos juntos nuestra libertad y nuestro progreso! Y para terminar, valga un artículo de un traidor chileno, para que se vea hasta dónde llegaba la opresión: