22.5. La importancia de la tradición española.
Antonio Moreno
Ruiz.
Licenciado en Historia (con
especialidad americanista), profesor y traductor de lengua portuguesa, ensayista y
poeta.
Dos siglos de propaganda liberal
han hecho mucho daño en el mundo hispánico. Si bien en el siglo XVIII
buena parte de la élite ilustrada inoculó una cultura
afrancesada y adquirió un consiguiente complejo de inferioridad con
respecto al vecino, pues todo en España parecía malo y todo en Francia
parecía bueno, el proceso rupturista que provocó el
golpe liberal en 1820 pareció verse truncado a priori al entrar los
Cien Mil Hijos de San Luis en España. Las tropas comandadas por el duque
de Angulema fueron acogidas por el pueblo en loor de
multitudes desde los Pirineos al mar gaditano. El mismo pueblo que
había combatido a Napoleón y todo lo que significaba apoyó a quien le
traía en sus banderas la Religión, el Rey y la Patria. Fue
el fracaso del golpismo militar-masónico en carne viva; el mismo que
ya preparaba su asalto definitivo, ayudado por las constantes torpezas y
felonías de Fernando VII, el que años antes
felicitaba a Napoleón. Los gerifaltes revolucionarios no podían
explicar cómo el pueblo los rechazaba, cómo acogía como libertadores a
los soldados realistas. Comenzaba así, tras la impotencia
política de los liberales, un rebrote de la Leyenda Negra que,
naturalmente, aprovecharon las oligarquías criollo-mestizas de
Hispanoamérica. A posteriori, la izquierda recoge el testigo con
notorio entusiasmo. No en vano dijo Indalecio Prieto: “Soy socialista a fuer de liberal”(1).
Todo este proceso rupturista coincide en despreciar la importancia de nuestra tradición, y cabalga hacia su aniquilación completa, al alimón, en nuestro tiempo, de la espectacular arramblada del “marxismo cultural” de Gramsci y la Escuela de Frankfurt. Ante la fracasada lucha de clases, transportaron el materialismo para provocar la lucha de padres contra hijos, la lucha de sexos, la lucha de alumnos contra maestros… Para así bloquear todo tipo de reacción, de respuesta, de resistencia. Para así no crear mártires. Eliminando la familia, el hogar, se elimina la patria. Al estar eliminada ya toda posibilidad de Cristiandad, el auto-odio y el complejo de inferioridad arrasa en todo el Viejo Continente, el cual, dirigido por un pseudo-imperio anglo-sionista, sólo espera paliativos de comodidad. Donoso Cortés dejó dicho que uno de los rasgos principales de nuestro carácter era la exageración; al asimilar toda esta onda expansiva, ¿qué podría salir? Y más rodeados por un mundo donde el “marxismo cultural”, esto es, el progresismo, ha calado mucho más que en los países capitalistas que en los que estuvieron bajo el yugo del telón de acero. ¿Paradoja? No tanto. Álvaro D´Ors dejó dicho en 1987 que "No quisiera ocultar mis reservas frente a aquellos que, ante el conflicto Este-Oeste, toman decidido partido por el Oeste: Prefieren el capitalismo al comunismo. Esta opción, corriente en España como en todo Occidente, es explicable, pero no sé si es del todo acertada; en todo caso, estamos de nuevo en el error de la política del 'mal menor'. Es evidente que en el hemisferio del capitalismo la vida es más llevadera, y no deja de haber aquí un cierto aire de libertad, aunque las elecciones suelen estar muy condicionadas por la seducción de las masas, que ha alcanzado una perfección técnica irresistible, y que esta apariencia de libertad falta en el hemisferio comunista. Pero no es menos cierto que el deterioro humano del capitalismo, al ser más placentero e insensible, resulta por ello mismo mucho más letal que la brutal disciplina del comunismo. Este, por lo menos, puede hacer mártires, en tanto que el capitalismo no hace más que herejes y pervertidos" Y resulta que al final, las dos caras de la misma moneda se han fusionado, de nuestros progres a la China post-maoísta.
Puede que, al inicio de este
proceso, una facción se sintiera más atraída por el modelo francés y
otra por el anglosajón, mas el fin era, cuanto menos, muy
parecido. El imperio británico había trazado en 1711 su “Plan para
humillar a España” (2)
y le salió el tiro por la culata en el intento
invasor de Cartagena de Indias, donde 3.600 españoles comandados por
el guipuzcoano Blas de Lezo vencieron a 32.000 británicos. Fue el
desembarco más grande de la Historia, y hasta ahora sólo ha
sido superado por el de Normandía. Asimismo, constituye en la
historia británica la derrota más estrepitosa y humillante. Y luego, el
malagueño Bernardo de Gálvez volvería a derrotar a los
súbditos de Su Graciosa Majestad en Norteamérica, jugando un papel
tan importante como Francia en la ayuda a la independencia
estadounidense; cosa que en verdad a la Corona no le interesaba darle
mucha publicidad, por la influencia que pudiera causar en los
virreinatos, y que de hecho acabó causando. Sin embargo, Gran Bretaña se
vengó de lo lindo. Aprovechando la invasión napoleónica,
entró a saco en la Península Ibérica para luego extenderse como la
peste por Hispanoamérica, gracias a Miranda, Bolívar y San Martín, entre
otros; con la confirmación de los oficiales liberales
que llegaban de la Península. El proceso rupturista ha sido paralelo
desde comienzos del siglo XIX. Las Españas no formaban, en efecto, un
“estado-nación”(3),
sino que conformaba una entidad supranacional, cuya forma y cuyo fondo
político no era otro que la monarquía. Lo que se forma en la Península
Ibérica e islas adyacentes tras la confirmación del golpe liberal en
1833 se llamó España como se podía haber llamado otra cosa. Es un
proceso gemelo del republicanismo que disgregó en mil
pedazos a nuestra América.
Y es curioso cómo, con todo lo
que ha llovido ya, y estando acaso en nuestras horas más bajas, continúa
intacto el odio a nuestra tradición. Y continúa una
geopolítica enfocada a destrozar lo poco que queda de España, tanto
en el imperio anglo-sionista (ahora comandado por las barras y las
estrellas) como por la república francesa, aliada de la
tiranía alahuita marroquí y del terrorismo separatista antiespañol.
El indigenismo, fabricado en las universidades europeas y extendido y
hasta financiado por España, no es sino un proceso más de
una Revolución que hoy parece perderse en su propio laberinto. La
Constitución de 1978, con la correspondiente mentira de la transición.
Un auténtico delirium tremens cuya resaca es tremebunda.
Ese proceso rupturista continúa
como el viejo liberalismo decimonónico, esto es, echando balones fuera y
lamentándose de una sempiterna conspiración de
malvados reaccionarios, sobre todo curas y aristócratas, que no nos
dejan ser libres y desarrollados y que por eso estamos como estamos y
somos un país históricamente enfermo. Esta cantinela ha
sido repetida por Benito Pérez Galdós, Niceto Alcalá Zamora, Manuel
Azaña, Arturo Pérez-Reverte y por tantos otros. Incluso en cierta medida
por José Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno,
curiosamente, intelectuales de cabecera del franquismo. La
Generación del 98 y el Regeneracionismo difundieron, sobre todo tras la
pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas (Por la invasión
estadounidense) un sentimiento pesimista y de autoflagelación,
rayando en la más absoluta endofobia.
Existe, asimismo, una creencia
burdamente generalizada, que poco más o menos incide en que nuestras
culpas radican en el exceso de religión. Mas cuando dicen
religión, quieren decir catolicismo. Por eso es que nos faltó la
modernidad y el comercio, que era lo que había en Inglaterra y en los
países del entorno protestante…. Pero claro, es que resulta
que en Inglaterra por ley tenemos que el rey es el papa (La
reina-papisa en este caso), y que a día de hoy, es el país más
aristocrático y probablemente más clerical de Europa. La mentada Albión
todavía tiene la cámara de los Lores, algo que en España sonaría a
fascista o algo así…. Y bueno, lo de la iglesia nacional sigue rigiendo
en Holanda y en los países escandinavos. ¿Y qué
podríamos decir del Japón, donde la figura del imperio y la religión
son tan ligadas como intocables? Pero nuestra caterva antitradicional,
del liberalismo a la extrema izquierda, sigue
coincidiendo en sus manipulaciones y omisiones. Y el problema es que
a todo este cúmulo de despropósitos que acaso comienzan en la
Ilustración –aun con matices, hemos de añadir que gracias al
actual sistema de taifas caciquiles llamadas comunidades autónomas,
cada mini-estado ha ido alimentando una especie de mito nacionalista
contra España.
Así las cosas, lo curioso es que
“nuestros” enemigos de la tradición continúan la pesadez del discurso
de los apólogos de la guillotina cuando, sin embargo,
buena parte de la aristocracia y el clero están de su lado, y en
verdad desde hace tiempo. Pero el problema del propagandismo barato es
que tiene una capacidad cultural harto limitada, y no
conoce por ejemplo lo que en su día dejó dicho el gran filósofo
tudesco Oswald Spengler (4): “El
gran hombre de Estado es raro. Que aparezca, que se imponga, y que
esto suceda demasiado pronto o demasiado tarde, depende del azar. Los
grandes individuos destruyen a veces más de lo que
edifican por el hueco que su muerte deja en el torrente del suceder. Pero crear una tradición significa eliminar el azar. Una tradición crea hombres de un nivel medio superior, con los
cuales se puede contar en el futuro. No
crea un César, pero si un Senado; no un Napoleón, pero si un
insuperable Cuerpo de Oficiales. Una fuerte tradición
atrae talentos y con pequeñas dotes, alcanza grandes éxitos.
Demuéstrenlo las escuelas de pintura en Italia y Holanda, no menos que
el ejército prusiano y la diplomacia de la Curia romana. Fue
una gran debilidad de Bismark, en comparación con Federico Guillermo
I, el que, sabiendo actuar, no supiera crear una tradición. No pudo
producir junto al cuerpo de oficiales de Moltke una raza
correspondiente de políticos que se siente idéntica con su Estado y
los nuevos problemas de este, y acogiese de continuo los hombres
importantes de abajo, imponiéndoles para siempre su ritmo de
acción. Cuando no sucede esto, queda, en lugar de una capa
gobernante, una colección de cabezas que no pueden valerse ante lo
imprevisto. Pero si se realiza, entonces surge un pueblo “soberano”
en el único sentido digno de un pueblo y posible en el mundo de los
hechos: una minoría perfectamente criada y que completa y se renueva a
si misma; una minoría con tradición segura, proba da en
larga experiencia; una minoría que incluye en su esfera a todos los
talentos y los emplea, y, por lo tanto, se encuentra en armonía con el
resto del país gobernado. Semejante minoría se convierte
en una verdadera raza, incuso si una vez ha sido partido, y decide
con la seguridad de la sangre y no del intelecto. Esto significa, por
decirlo así, la substitución del gran político por la gran
política” (…) Los ingleses considerados como pueblo, son tan
imprudentes, tan estrechos y tan poco prácticos en cosas políticas como
cualquier otra nación. Pero poseen una tradición de confianza,
pese a su gusto por los debates y las controversias públicas. La
diferencia esta que el inglés es “objeto” de un Gobierno con
antiquísimos y triunfantes hábitos.”
Oswald Spengler, como Gaspar de
Jovellanos, daba mucha importancia a la tradición. En contra de las
burdas manipulaciones que los liberales han querido hacer
del ilustre asturiano (5), en su lucha contra Napoleón, no defendió el constitucionalismo liberal. Al contrario, calificó de “herejía
política” al dogma de la soberanía nacional, “y de todas estas Constituciones quiméricas, abstractas y a priori que rápidamente se hacen y efímeramente
viven.” (6)
En contra del despotismo que había ido mermando el país, Jovellanos
pensó que la legítima lucha contra los invasores
revolucionarios podría suponer una regeneración política que
rescatase lo mejor de nuestra tradición; a la par que económicamente, se
fijaba en otros rumbos. Cándido Nocedal lo definió como “un
monárquico a la inglesa” y quizá no le faltaba razón, pues no en
vano, ahí está la bicameralidad activa que proponía, que nada tiene que
ver con la cleptómana pantomima de nuestros días.
Asimismo, otro asturiano, Juan Vázquez de Mella, que con Nocedal
acaso fue de los que mejor comprendió a Jovellanos, decía que la
tradición era un concepto dinámico. Si se quiere, puede ser
“purificable”, pero siempre mantenedor de las esencias, sin quedarse
en una pose estático-caricaturesca. Porque sin
tradición no hay progreso, y nada puede haber sin Dios.
Si un pueblo renuncia a lo que le transmitieron sus antepasados,
renuncia a su futuro. Al fin y al cabo está renunciando a su espíritu,
que para cumplirlo debería ejercer como una gran familia. Y
eso es la tradición, del latín “tradere”, la misma raíz que transmisión.
Mas
desde que se provocó el gran rupturismo del mundo hispánico a ambas
orillas
del Atlántico, llevan escupiendo falsedades contra nuestra tradición
con las oligarquías iluministas por delante, las cuales han sido
ayudadas en no pocas ocasiones del golpismo militar y de la
intervención extranjera. Y aun así, continúan con la misma cantinela
propagandística. Ante todo ello, se hacen cada vez más vigentes los
Dogmas Nacionales trazados por Vázquez de Mella:
"La
autonomía geográfica de España exige el
dominio del Estrecho, la federación con Portugal, y, como punto
avanzado de Europa, y por haber civilizado y engrandecido y sublimado a
América, esa red espiritual tendida entre aquel continente
nuevo y el viejo continente europeo....".
Ahora, ante esa crónica de un
fracaso anunciado que es la Unión Europea, podríamos tener una
oportunidad histórica para volver a caminar por nuestra lógica senda. Y,
siguiendo la línea del gran pensador tradicionalista, es
preferible una iglesia pobre pero libre a una iglesia rica pero
esclava. Para acometer una gigantesca empresa de reconstrucción, se
debería guiar del espíritu a la cultura, para así plasmarlo en
política y sociedad. La importancia de la tradición se reivindica y
sabemos lo que hay que hacer; ponerlo en práctica es la cuestión.
(1) Extraído de: http://es.wikiquote.org/wiki/Indalecio_Prieto
(2) Véanse estos interesantísimos enlaces:
(3) Y
de hecho, es un invento que se forja en esta época, tras la Revolución
Norteamericana y la Revolución Francesa. Empero, a día de hoy, el
imperio británico sigue
sin ser un estado-nación.
(4) Extraído de:
(5) Sígase el interesante enlace:
(6) Para leer íntegra la Memoria en defensa de la Junta Central: