"San Juan de Ávila, nombrado Doctor de la Iglesia Universal por SS Benedicto XVI en 2012"
El
año 2012, durante la apertura del Sínodo de Obispos de todo el mundo sobre la
Nueva Evangelización, S.S. Benedicto XVI proclamó “Doctores de la Iglesia Universal” al manchego San Juan de Ávila y a
la mística renana Santa Hildegarda de Bingen. Un gran honor para todos los
católicos españoles y alemanes.
¿Quiénes
pueden llegar a ser doctores de la Iglesia?
No
todo santo es válido para ser nombrado como Doctor. Los requisitos que se
necesitan son claros y concisos. Los
tres requisitos para que alguien pueda ser considerado Doctor de la Iglesia,
según Benedicto XIV, son: “insigne
santidad de vida, doctrina celestial eminente y reconocimiento o declaración
expresa del Sumo Pontífice” Es decir, las enseñanzas del santo deben ser
intemporales. Sus enseñanzas lo mismo pueden valer para los hombres de su
época, que para los de la actualidad. Y es que como dice Melquíades Andrés
Martín: “El hombre se parece más a su
tiempo que a su progenitores. Los padres dan la vida, los contemporáneos el modo
de vivirla a través de la familia, la sociedad, la geografía, el ambiente, las
ideas, los sentimientos”.
La vida de San Juan de Ávila es rica en
matices, en anécdotas, en enseñanzas, en espiritualidad, en definitiva, en
santidad. Una buena hagiografía del santo se puede estudiar (pues lo que debe
hacer todo buen católico no es leer “vidas
de santos” sino estudiar sus ejemplares existencias y ponerlas en práctica)
es la de “Obras Completas de San Juan de
Ávila” (cuatro volúmenes), editada por la
Biblioteca de Autores Cristianos.
En
todas las hagiografías que se han realizado sobre la vida del santo manchego,
se ha destacado la Gracia especial que éste tuvo, ya que se le llegó a
considerar “maestro de santos” pues a
lo largo de su vida, San Juan de Ávila, un humilde sacerdote diocesano, llegó a
alternar con hombres y mujeres de la talla de San Juan de Dios, San Pedro de
Alcántara, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, y tantos y tantos
santos.
"Fray Luis de Granada, quien durante las misas que daba el santo manchego, tomaba notas"
Algunos,
como San Ignacio y sus discípulos, no paraban de solicitar al bueno de Juan que
ingresase en su Compañía y que se fuese con ellos a evangelizar; otros como Fray
Luis de Granada, se sentaba en las misas, y tomaba notas y apuntes de los
sermones que San Juan exhortaba en sus homilías. Todos querían algo de él.
Todos querían que él estuviese cerca de sí mismos, a su lado en los momentos de
soledad y tribulación, a su vera en el camino del apostolado, como guía del
camino hacia la santidad, como compañero espiritual, como sacerdote confesor,
como santo guía al que seguir. Y esa admiración hacia el pobre Juan, viniendo
de esos hombres y mujeres santos, indica
que El Espíritu Santo estaba posado sobre la frente de San Juan de Ávila y
relucía como faro en las tinieblas, como si se tratase de un guía de almas
errantes en un mar tenebroso.
Pero
no nos confundamos. En el s. XVI, la cristiandad no era “una balsa de aceite”. Las tribulaciones por las que pasó la Iglesia
Universal fueron tremendas. El Demonio no descansa, no se rinde, y no para.
Lutero
había clavado un puñal en el corazón de la Iglesia Romana. La “protesta” corría rápida como la pólvora
por Europa. No siempre era la religión el interés y motivo del cambio. Muchos
estados y príncipes aceptaron las tesis luteranas para poder desligarse de Roma
y administrar ellos los diezmos y el dinero. Ayer como hoy, no todo es tan
claro y cristalino en estos asuntos, sino que los intereses mundanos, siempre
turbios, enfangan la visión de los hechos y desenfocan la realidad para el
observador que no sea perspicaz.
En
España para luchar contra esas corrientes europeas, no se envía a ningún
caudillo. Como diría D. M. Menéndez y Pelayo “Ningún sabio influyó tan portentosamente en el mundo. Si media Europa
no es protestante, débelo en gran medida a la Compañía de Jesús”
Pero
en España también había problemas. Los judíos y falsos conversos en Andalucía,
el erasmismo, que se colaba por las primeras universidades españolas, como la
de Alcalá, o el problema de los alumbrados[i] asolaban
los yermos campos españoles.
Hoy
en día y viviendo la época que nos toca vivir, más de uno nos hablaría de “tolerancia”, de “convivencia pacífica”, de “dejar
a las demás religiones que convivan juntas en armonía” y otras expresiones
parecidas, que lo único que persiguen es confundir al interlocutor y alejarle
de la realidad. Será otra vez el sabio español Menéndez Pelayo quien mejor lo
defina: “La llamada tolerancia es virtud
fácil; digámoslo más claro: es enfermedad de épocas de escepticismo o de fe
nula. El que nada cree, ni espera en nada, ni se afana y acongoja por la
salvación o perdición de las almas, fácilmente puede ser tolerante. Pero tal
mansedumbre de carácter no depende sino de una debilidad o eunuquismo de
entendimiento”.
San
Juan de Ávila tuvo que sufrir en sus carnes el rigor de la Inquisición. La
envidia, que es un
pecado que corrompe el aire que respiramos, que emponzoña el alma y que, en
suma, es probablemente el origen más frecuente del rumor y la mentira, se movió
en contra del santo, ya que éste empezaba a despertar cierta
admiración entre las gentes, y fue este “vicio
nacional”, el que más se movió en su
contra, llegando a ser acusado por cinco testigos, de desviaciones en su
doctrina, las cuales declararon que “les parecían
erasmistas”. Frente a esas cinco acusaciones que envió Satanás para la
destrucción de la obra de San Juan de Ávila, se presentaron cincuenta y cinco
testigos a favor suyo. La inquisición, doblegó y liberó de sus celdas al santo.
Pero
todo era falso, pues como dice el P. Antonio Royo Marín en su libro, citando a
Pourrat: "En sus predicaciones como en sus
libros, Juan de Ávila pone en guardia a los fieles contra la falsa mística tanto
como contra la herejía protestante. Instruir a los ignorantes, convertir a los
pecadores, exhortar a la práctica de la perfección y preservar a las almas del
error, santificar al clero; tales eran los objetivos de su celo".
"Fachada de la Universidad de Baeza (Jaén)"
Así
es, “el santo andaluz”, se dedicó en
cuerpo y alma a lo que él consideró que era fundamental: formar bien al clero,
para que éste pudiese explicar de forma clara y concisa a los fieles, cuáles
eran los errores de la herejías, y poder alejarlas así del común de las
feligresías.
Estaba
en boca de todos la degradada situación del clero diocesano, su escaso nivel
espiritual y cultural y el abandono en que yacía por parte de los obispos,
demasiado ocupados en los temas beneficiales y es que, como bien dice el santo
“Lo que ha echado a perder toda la
clerecía ha sido entrar en ella gente profana, sin conocimiento de la alteza
del estado que toma y con ánimos
encendidos de fuego y de terrenales codicias, y después de entrados, ser
criados con mala libertad, sin disciplina de letras y virtud”. De ahí que
su gran preocupación fuese la creación de colegios o escuelas para la formación
del clero.
La
escuela sacerdotal tenía como finalidad la de desarraigar la ignorancia
religiosa y el analfabetismo. “En los
colegios menores de Úbeda, Baeza, Cazorla, Huelma, Andújar y Priego se
explicaba gramática, que entonces equivalía a humanidades, catecismo y, a
veces, moral; en los de doctrinos se iniciaba también a los oficios gremiales;
en los de Jerez de la Frontera y de Baeza se leían Artes, o filosofía y
Teología”.
San
Juan creó muchos colegios, pero Baeza tuvo la suerte de ser la primera
Universidad, lo que facilitaba que los estudiantes que ahí se formasen,
pudieran acceder al sacerdocio con una formación superior a la media de la
época. Sus explicaciones eran sencillas. Sus recomendaciones también: orar,
meditar y enseñar. Y para enseñar, dirá el maestro San Juan que: “Si un maestro de escuela… dijese (a los
niños): … Os mando que en mi ausencia no juguéis ni riñáis. Y si no me lo
pagaréis cuando venga. Este tal no cumpliría con su oficio de buen maestro…,
porque se contentó con mandar. Esté él presente, trabaje, sude con ellos; y
entonces aun sin mucho esfuerzo, verá completo lo que manda”
Así
es. Esfuerzo e implicación en los hechos que se acometen. En la vida nada es
gratis, nada se te regala.
El
santo ascendería hacia el Señor un 10 de mayo de 1569. Pero con su doctrina el
santo creó una autentica escuela sacerdotal española, que más tarde y como
apunta Royo Marín “influirá en la escuela
sacerdotal francesa del s. XVII”.
En
la actualidad, donde el laicismo impera a sus anchas, donde el descreído, el
apático y el hereje se confunden en una misma persona, es donde más y mejor se
puede revitalizar las enseñanzas de san Juan de Ávila, aplicándose una reforma
profunda de los sacerdotes diocesanos, donde éstos, llevados por ese “celo por el apostolado” del que nos
hablaba el santo, salgan de las iglesias y de las sacristías para volver a
evangelizar al rebaño descarriado. Para ello, instrucción, formación, y
oración.
Luis
Gómez
BIBLIOGRAFÍA:
·
JUAN XXIII, “De servorum Dei beatificatione et
canonizatione”, lib. IV,
2, c. 11, n° 8-16; en AAS 51 (1969
·
ANDRÉS
MARTÍN, M. “San Juan de Ávila. Maestro de espiritualidad” B. A. C. Madrid,
1997
·
MENÉNDEZ
Y PELAYO, M. “Historia de los Heterodoxos” Vol. II. B.A.C. Madrid, 1956
·
ROYO
MARÍN, A. “Los grandes maestros de la vida espiritual”. B.A.C. Madrid, 2003
[i]
Los “Alumbrados” o “Iluminados” eran los miembros de una
corriente herética propia de España, cuyos orígenes hay que buscarlos en el año
1525, muy parecida al “iluminismo”
europeo de esos años. Se dio en ciertas localidades del centro de Castilla y de
ahí luego se extendió a otras zonas como Extremadura o Andalucía. Los
alumbrados creían en el contacto directo con Dios a través del Espíritu Santo
mediante visiones y experiencias místicas, lo cual llevó a la Inquisición
Española a promulgar al menos tres edictos en su contra. Leían e interpretaban
personalmente la Biblia y preferían la oración mental a la vocal llegando
incluso a la pretensión de comulgar sin confesar, pues consideraban que los que
estaban confirmados en el bien no podían pecar.