RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 28 de enero de 2016

LA GESTA DE LOS MATEMÁTICOS CLANDESTINOS DE "LUSITANIA"

Algunos de los miembros de la Escuela Matemática de Moscú, entre ellos Egórov

MATEMÁTICA Y MÍSTICA EN LA URSS

Manuel Fernández Espinosa


Aunque estemos en el siglo XXI y las distintas ramas de las ciencias se hayan desarrollado, dejando obsoletos los modelos científicos del siglo XIX del positivismo y el materialismo, ya lo vemos: todavía existe gente que se autointitula "marxista" sin que se le caiga la cara de vergüenza. Y no sólo debieran pedir perdón por los genocidios cometidos a lo largo de la historia en nombre de esa ideología, sino que debieran hacer por remediar su portentosa ignorancia haciendo algo, como mínimo, por informarse del curso que las ciencias han recorrido a lo largo del siglo XX. En la actualidad, por muy profanos que seamos en ciencias exactas o naturales, existen suficientes recursos para estar puesto al día. Pero, por lo visto, es más cómodo seguir repitiendo las mismas pamplinas decimonónicas, a saber: que la ciencia refuta a la religión, que la razón rechaza a la fe, que la materia liquida el espíritu.

El campo de las ciencias exactas ha sido, desde los pitagóricos y desde Platón, el más apto para derruir todo conato escéptico o materialista. Los pitagóricos formaron una escuela que combinaba el estudio de la matemática y la música con la religiosidad y Platón tomó lección de ello, elevando la matemática a ciencia propedéutica que, a manera de escalón, como "dianoia" permitía alzar el vuelo a la "nóesis". Más tarde, pasados los siglos y los siglos, vendría Descartes a tratar de vencer parecidos problemas epistemológicos, recurriendo otra vez a la matemática. No vamos aquí a pronunciarnos sobre las consecuencias, a veces nefastas (es el caso del cartesianismo), pero en otros artículos de RAIGAMBRE hemos aludido a Malebranche que, en este sentido, permanece casi inédito en lo que concierne a las implicaciones religiosas que trae consigo el más esmerado cultivo de la matemática.

Sin embargo, menos conocida es todavía la gesta que tuvo lugar en Moscú, allá por la primera mitad del siglo XX. Me refiero a la Escuela Matemática de Moscú cuyos trabajos aportaron una serie de realizaciones en el campo matemático que refrendan nuevamente, en el siglo XX, la gran intuición -científica y mística- de los primitivos filósofos griegos que supieron ver el orden matemático que se oculta bajo el aparente desorden que perciben nuestros sentidos y, por lo tanto, el barrunto como poco de un Dios, Inteligencia divina y ordenadora.

El corazón de la Escuela Matemática de Moscú fue el grupo "Lusitania". Este grupo nos lo han dado a conocer los matemáticos e historiadores de la ciencia Loren Graham y Jean-Michel Kantor en un libro apasionante: "El nombre del infinito. Un relato verídico de misticismo religioso y creatividad matemática". Pero también, desde una perspectiva judía, ha tratado el asunto Amir Aczel en su ensayo "The Mystery of the Aleph: Relativity, Kabbalah, and the Search for Infinity" (que, donde hasta se me alcanza, está todavía sin traducir al español). Nosotros vamos a dejar a Aczel a un lado y vamos a centrarnos en el ensayo de Graham y Kantor que en su libro referido consideran tanto a la Escuela Matemática francesa como a la Escuela Matemática de Moscú que se mostró mucho más fructífera y a cuya cabeza estaba Dimitri Fiódorovich Egórov (1869-1931).
 
Toda la cuestión se origina en la teoría de conjuntos del matemático Georg Ferdinand Ludwig Cantor que audazmente se internó en la problemática de los "conjuntos infinitos", que desarrolló y formalizó estas especulaciones, en un principio estrictamente matemáticas, pero que casi hunden en la demencia a su artífice. Cantor llegó a identificar el "infinito absoluto" con Dios, lo que le valió la mofa de algunos científicos contemporáneos, troquelados en el racionalismo más ortodoxo. Si los matemáticos franceses fueron pioneros en desarrollar las especulaciones de Cantor, su racionalismo cartesiano les impidió llegar a la radicalidad que ahí se requería. Era menester que el testigo lo recogieran los matemáticos rusos, mucho más místicos y desprejuiciados. La combinación de estos intereses científicos con la religiosidad mística rusa -en concreto me refiero a los seguidores de la "imiaslavie" (adoración del Nombre) produjo "Lusitania". Los "adoradores del Nombre" habían surgido en el Monasterio de San Pantaleón del Monte Athos, poblado de monjes rusos que habían hecho su propia interpretación de la antiquísima y venerable práctica piadosa del hesicastismo.
 
Así fue como se formó esta escuela que se estructuró internamente a modo de sociedad pudiéramos decir que cuasi secreta. La jefatura del grupo estaba en Egórov, aunque las personalidades del matemático Nikolai Nikolaievich Luzin (1883-1950) y el teólogo Pável Florenski (1882-1937) ejercieron una indiscutible influencia en la dirección espiritual del grupo. Los estudiantes universitarios que ingresaban a "Lusitania" recibían un "nombre secreto", tomado de la teoría de conjuntos, su mentor Egórov era de esta forma denominado Aleph Omega. El segundo del grupo era Luzin. Se conjetura que el nombre del grupo -Lusitania- pudiera estar relacionado con el apellido de Luzin, aunque no parece probable, en tanto que sin empecer su genialidad, Luzin se mantuvo como subordinado de Egórov, otros piensan que se hicieron llamar "Lusitania" en homenaje al barco hundido en 1915 por un submarino alemán, pero parece que los matemáticos moscovitas empleaban el nombre "Lusitania" con antelación a la fecha del hundimiento. No se sabe a ciencia cierta la razón por la que escogieron el nombre de esta provincia romana hispana, posiblemente -pienso yo- evocara en ellos el confín del continente euroasiático, habida cuenta de su afán por rebasar lo finito, no en vano especulaban con los números transfinitos.

Aunque el grupo trabajaba en los gélidos aularios de la universidad, tenía una especie de sede espiritual en la iglesia de Santa Tatiana Mártir, próxima al recinto universitario moscovita. Si no fueron miembros de "Lusitania", otras grandes personalidades de la cultura rusa estuvieron muy próximas a este grupo que compaginaba investigación matemática y espiritualidad: músicos o poetas, como el simbolista Andréi Bely, consonaban con el espíritu del grupo matemático.

Si los "adoradores del nombre" fueron tachados de heterodoxos por la iglesia ortodoxa rusa, el destino de los miembros de "Lusitania" fue en ocasiones trágico, pues ni el críptico lenguaje matemático que reservaba sus secretos religiosos pudo escapar a las sospechas de los comisarios soviéticos. Muchos sufrieron prisión, sin que les valiera su reputación científica mundial y el mismo Florenski fue martirizado en 1937 por los comunistas. Sin embargo, el impacto no por sigiloso fue menos considerable, atendiendo a la preservación espiritual de una fe robustecida por la matemática, actuando ésta como propedéutica a una experiencia mística cuya analogía -salvando mucho las distancias- habría que ir a buscarla en el platonismo.

Formando parte de la "Iglesia de las catacumbas", el grupo "Lusitania" también proyectó su autoridad filosófico-matemática sobre toda la Rusia real que sufrió durante tanto tiempo la satanocracia marxista. Parece que resuena "Lusitania" en "El primer círculo", de Alexander Solschenitzin; esta novela no podrá ser leída sin la clave de estos matemáticos clandestinos. Así, como botón de muestra, digamos que uno de los personajes de "El primer círculo" -el coronel de Ingenieros soviético Anton Nikolaievich Yakonov- les dice a unos matemáticos prisioneros:

"En verdad, la secta de los matemáticos tiene un envidiable ritual de altivez. A lo largo de mi vida, los matemáticos me han parecido siempre una especie de Caballeros de Rosacruz y siempre me ha amargado el no haber tenido manera de iniciarme en sus misterios".

Algo tendría que saber Alexander Solschenitzin de esta soterrada escuela científica y mística que se llamó "Lusitania" y que fue una línea de resistencia en la misma Escuela Matemática de Moscú. En el mismo corazón de la capital del materialismo histórico ateísta, entonces triunfante, un grupo de matemáticos seguía adorando el Nombre de Dios.

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