AL REY DON FELIPE, NUESTRO SEÑOR
Desde la eternidad, antes que el cielo
amaneciese al mundo el primer día,
nombrado ¡oh gran Felipe! Dios te había
por rey universal de todo el suelo.
Y así como esparció con tanto celo
Bautista la venida del Mesía,
así ora Juan de un polo al otro envía
tras su fama inmortal tu cetro a vuelo
Ha seis mil años casi que camina
el mundo con el tiempo a consagrarte
la grey diversa reducida en una.
¡Oh cómo en ti paró la edad más dina
bien dinamente, y va tras tu estandarte
la gente, el mundo, el tiempo y la fortuna!
amaneciese al mundo el primer día,
nombrado ¡oh gran Felipe! Dios te había
por rey universal de todo el suelo.
Y así como esparció con tanto celo
Bautista la venida del Mesía,
así ora Juan de un polo al otro envía
tras su fama inmortal tu cetro a vuelo
Ha seis mil años casi que camina
el mundo con el tiempo a consagrarte
la grey diversa reducida en una.
¡Oh cómo en ti paró la edad más dina
bien dinamente, y va tras tu estandarte
la gente, el mundo, el tiempo y la fortuna!
Francisco de Aldana
Manuel Fernández Espinosa
Puede considerarse esta glosa como continuación de la que hacíamos del Soneto de Hernando de Acuña ("Un monarca, un imperio, una espada"): nos proponemos comprender el significado que adquirió para la elite cultural del reinado de Felipe II el tema que ya desplegábamos con nuestra breve exégesis del soneto acuñano y por eso volvemos ahora nuestros ojos a un soneto de Francisco de Aldana que, aunque menos célebre que el de Acuña, no deja de ser otra pieza poética digna de descifrarse en lo que hace a las esperanzas mesiánicas que confluyen en el Imperio Español de Felipe II, pudiendo afirmar que en este otro de Aldana reverbera el mismo asunto.
El poema de Aldana, como el de Acuña, es expresión jubilosa ante el triunfo de la armada cristiana en Lepanto; sin embargo, las halagüeñas expectativas que podemos notar en este soneto de Aldana se verán enturbiadas por el pesimismo que aflorará en las "Octavas dirigidas al Rey Don Felipe Nuestro Señor" del mismo autor y escritas en fecha posterior.
Aldana condensó en las "Octavas dirigidas al Rey Don Felipe Nuestro Señor" todo un programa de autodefensa de la Monarquía filipina, basándose en su cultura y en la información que como espía disponía de la compleja trama de alianzas que se estaban trabando entre turcos, franceses e ingleses; a ello se le une el conocimiento de ciertas profecías que ahora no vamos a desvelar aquí y que hacen pensar que Aldana formara parte de algún círculo místico-político: su relación con Arias Montano y el grupo que éste dirigía espiritualmente avalan esta aventurada conjetura. Simplemente digamos aquí que las "Octavas dirigidas al Rey Don Felipe Nuestro Señor" son a manera de un informe geopolítico sublimado en metro poético que advierte a Felipe II de los peligros que se ciernen sobre España y recomienda la alianza con Portugal. Pero, como digo, las "Octavas dirigidas al Rey Don Felipe Nuestro Señor" presentan tal complejidad que el lector nos disculpará que ahora la orillemos. Vayamos ahora al soneto "Al Rey Don Felipe, Nuestro Señor".
El soneto está escrito tras la Batalla de Lepanto. Esta victoria de la Cristiandad (Cristiandad tan mermada por la falsa reforma protestante) no estuvo exenta de signos celestes que hicieron concebir a muchos (como Acuña o Aldana) la idea de que se acercaba el final de los tiempos, presagiándose el triunfo completo de la Cristiandad. El protagonista de Lepanto, Don Juan de Austria (al que el soneto dedica el segundo cuarteto) es comparado a San Juan Bautista en lo que éste tiene de precursor de Cristo. Don Juan, con su victoria, adelanta la instauración del Reino de Cristo bajo la égida de Felipe II a quien Aldana presenta en el último verso del primer cuarteto como: "rey universal de todo el suelo". El primer cuarteto identifica a Felipe II con el monarca que está llamado a cumplir el destino providencial anunciado en las antiguas profecías:
"Desde la eternidad, antes que el cielo,
amaneciese al mundo el primer día,
nombrado, ¡oh gran Felipe!, Dios te había
por rey universal de todo el suelo".
Uno de los signos precursores más evidentes que posibilitaban establecer el perfil de Felipe II como "rey universal de todo el suelo" fue la misma victoria de Lepanto. Aquí concuerda Aldana con el cordobés Juan Rufo (1547-1620) que en "La Austriada" declara, al unísono con Acuña y Aldana, que en Felipe II se consumaban las profecías veterotestamentarias y novotestamentarias:
"de aquella memorable profecía,
ya que descubre el blanco del intento
con que el divino intérprete decía:
Tiempo vendrá en que el mundo dé aposento
a un pastor solo y a una monarquía".
("La Austriada", Juan Rufo)
¿Cómo podrían aplicarse a España profecías del Antiguo Testamento que, a simple vista, parecerían aplicables a Israel?
La elite eclesiástica y militar del reinado de Felipe II estaba convencida de que el título de "pueblo elegido" del Antiguo Testamento (Israel) correspondía ahora a España, en tanto que los judíos habían permanecido ciegos ante Cristo, llegando incluso a crucificarle. Este discurso teológico-político se fundaba en la exégesis de algunos textos sagrados, como la epístola de San Pablo a los romanos: "Y no es que la palabra de Dios haya quedado sin efecto. Es que no todos los nacidos de Israel son Israel, ni todos los descendientes de Abraham son hijos de Abraham" (Rom., 9, 6). Estamos ante una traslación de la hegemonía nacional, de naturaleza providencialista: el Israel de los judíos ha perdido la prelación por haberse hecho reo de su proterva resistencia contra Cristo y corresponde que el pueblo más fiel de entre todos los pueblos de la Cristiandad (el español) sea ahora el predilecto de Dios, un pueblo al que tiene elegido (al igual que a su conductor: Felipe II): "Desde la eternidad...".
El segundo cuarteto lo dedica Aldana a D. Juan de Austria, más arriba he comentado que éste es comparado a San Juan Bautista. Aldana era un ferviente partidario de D. Juan de Austria, prueba de ello son las "Octavas al Serenísimo Señor Don Juan de Austria" (de menos extensión que las dirigidas a Felipe II, pero no de menor intensidad en la devoción).
El primer terceto contiene los versos más arcanos de todos los que componen el soneto:
"Ha seis mil años casi que camina
el mundo con el tiempo, a consagrarte
la grey diversa reducida a una".
En él resuena aquel verso del soneto de Hernando de Acuña:
"una grey y un pastor solo en el suelo".
Pero lo que resultará más curioso para un profano es el número de los "seis mil años". Como todo lo perteneciente al mundo tradicional, la cifra no es arbitraria en modo alguno: su raigambre es muy antigua, aunque debemos a San Agustín su más perfecta concreción. San Agustín estableció que, desde la creación de Adán hasta los acontecimientos apocalípticos, hay seis edades. Este esquema cronológico estuvo en vigor durante toda la Edad Media: "Las Crónicas de Nuremberga" de 1493 también se ordenaban en seis edades, aunque añadían una más correspondiente al Juicio Final. Comprobamos que en la España de Felipe II este esquema temporal también ejercía un poderoso influjo. Cada una de las seis edades constaba aproximadamente de mil años.
Con antelación a San Agustín, algunos Padres apóstolicos, también el apologista San Justino, afirmaban que el mundo perecería en el sexto milenio a contar desde el principio de la creación: si en seis días había sido creado el Universo, seis mil años serían los que duraría en su estado actual, al término de los cuales se impondría un reino de justicia y bondad: que, en clave cristiana, se identificó con la Edad de Oro. Es el "reino" de los milenaristas. El milenarismo no ha sido nunca anatematizado por la Iglesia, lo que sí mereció la condena eclesiástica fue la interpretación de algunos milenaristas que apostaban por pasar esos seis mil años en disfrutes goliárdicos.
La conclusión del soneto de Aldana es la que advertíamos en Hernando de Acuña: "la edad gloriosa en que promete el cielo" la Edad de Oro adviene justamente en el reinado de Felipe II: la victoria de Lepanto es señal que presagia esa Edad de Oro que sucederá a la implantación del completo imperio español de Felipe II, para unir a todos los pueblos del mundo bajo Cristo Rey:
"¡Oh cómo en ti paró la edad más di[g]na
bien di[g]namente, y va tras tu estandarte
la gente, el mundo, el tiempo y la fortuna!"
bien di[g]namente, y va tras tu estandarte
la gente, el mundo, el tiempo y la fortuna!"
Como hemos dicho más arriba, estas gozosas esperanzas se frustrarán en la composición titulada "Octavas dirigidas al Rey Don Felipe, Nuestro Señor", cuando Aldana percibe amenazada la hegemonía de España (incluso su supervivencia) por la alianza de las fuerzas de la infidelidad (el peligro turco, francés e inglés en connivencia; también las rebeliones flamencas y la inquietante presencia de los moriscos que todavía no habían sido expelidos de España y que constituían una "quinta columna" encubierta), pero incluso en el peligro que el poeta declara, éste recomendará:
"Con sólo el rey te basta lusitano,
junto cual os juntó natura propia,
aquel que enfrena y rige el oceano
hasta el quemado mundo de Etiopia:
gran Sebastián, que sobre el curso humano
nueva razón de méritos se apropia,
nuevo modo de ser, nuevo renombre,
que excede al hombre como al trono el hombre".
Las dos monarquías peninsulares, bien avenidas y concertadas, son así la esperanza del establecimiento de la Edad de Oro cristiana. Las esperanzas se truncarían. Pero no le reprochemos a Francisco de Aldana desconocer la hora de su muerte que fue el mismo día en que cayó en el campo del honor con el Rey Don Sebastián en Alcazarquivir. Pero no quedó por Aldana que, desaconsejando al Rey portugués el combate, una vez que la batalla se entabló le previno para que el joven monarca se pusiera a salvo retirándose con el mejor caballo, diciéndole: "si Dios no lo remedia no quedará hoy hombre con vida de nosotros".
Era el 4 de agosto de 1578: portugueses y españoles murieron juntos en Alcazarquivir, pero ni a Portugal ni a España se les puede matar, hasta que se les maten sus sueños. Y sus sueños no se les podrán matar nunca mientras haya portugueses y españoles firmes en asumir el destino providencial que nos tiene asignado Dios.