TEOLOGÍA POLÍTICA EN EL AUTO SACRAMENTAL CALDERONIANO
Manuel Fernández Espinosa
Durante su reinado Fernando VI de España (1713-1759) había prohibido la representación dramática de las vidas de santos, pero la orden regia no había sido efectiva y se continuaban representando comedias religiosas para regalo de un amplio público de todas las capas sociales. Al no surtir efecto la orden promulgada por Fernando VI, su sucesor en el Trono reanuda la ofensiva contra el teatro religioso español: Carlos III promulga una Real Orden (en el año 1765) por la que se privó al pueblo español de uno de sus mejores y más queridos pasatiempos: el teatro religioso. Se prohibía por fin la representación dramática, no solo de la vida de los santos, sino hasta los autos sacramentales y esto supuso el final de uno de los géneros dramáticos con más acendrada tradición en España. La excusa que estos gabinetes ilustrados esgrimió para vetar el teatro religioso era que los corrales de comedias (los teatros) eran "lugares muy impropios y los comediantes instrumentos indignos y desproporcionados para representar los sagrados misterios". Así, protestando hipócritamente una piedad mojigata, las camarillas ilustradas (que no eran, a bien verdad, muy católicas) truncaron una de nuestras tradiciones nacionales más grandiosas que, recordémoslo, había sido la misma cuna de nuestro teatro nacional; pues parece que hay unanimidad en remontar el teatro español a los autos, habiendo sobrevivido (de los muchos que pudo haber) el "Auto de los Reyes Magos" (de cuyo manuscrito se desprende una lengua que los filólogos hispánicos identifican con la de finales del siglo XII o principios del XIII).
Los autos sacramentales suponían un instrumento óptimo para catequizar al pueblo, de la más eficaz de las maneras, esto es: haciendo realidad aquel adagio latino: "Docere et delectare" (Instruir y deleitar). Pero el auto sacramental reposaba sobre un cimiento teológico-simbólico, el de la contra-reforma católica (más medieval que renacentista) y el espíritu de la Ilustración no podía conciliarse con esos moldes que habían imperado en España. Como bien apunta el hispanista alemán Karl Vossler (1872-1949): "El pensamiento teológico-simbólico y la alegoría se han opuesto siempre al pensamiento humanista" (1).
De entre todos los dramaturgos de nuestro Siglo de Oro que compusieron "autos sacramentales" sobresale D. Pedro Calderón de la Barca. En D. Pedro Calderón de la Barca el género dramático del que tratamos se eleva a las cimas más altas. Menéndez y Pelayo pudo escribir: "Hay en la urdimbre complicadísima de los autos calderonianos un principio de unidad y armonía que salva todos los escollos, que atenúa todas las disonancias, que resuelve todas las antinomias y hace penetrar la luz en los recintos de la obscura y enmarañada selva" y, en virtud de esa genialidad -continúa diciéndonos Menéndez y Pelayo: "en el drama alegórico-espiritual [nuestro Calderón de la Barca] reina indudablemente solo, y como cantor de la Teología, como poeta del simbolismo cristiano, no tiene rival, después de Dante" (2). En Calderón el elemento filosófico es decisivo: la acción está subordinada al pensamiento y los personajes (hasta los históricos) devienen a ser símbolos. En Calderón, lo social, lo moral y lo teológico forman un todo. Muchas veces, sus detractores, han acusado a Calderón de la Barca de excesivamente envarado por su arquitectónica compositiva, sin entender que eso es lo que hace de él todo un teólogo, un filósofo católico riguroso y sin fisuras y también, algo que pasa casi desapercibido: un teórico del pensamiento político. Y eso es lo que ahora nos interesa de Calderón de la Barca.
Hemos tenido ocasión de exponer sucintamente el gran auto calderoniano "A Dios por razón de Estado" (3), pero el tema no se agota ahí. Ahora vamos a reparar en "El santo Rey Don Fernando" (para ser precisos en su I Parte: esperamos poder adentrarnos en la II Parte en alguna otra ocasión). Además de la grandeza del monarca que le da título, nos interesa este auto por lo que señaló en su día D. Manuel Fernández Escalante, a saber, que "El santo Rey Don Fernando" de Calderón era "todo un Tratado teológico-político" (4). Y, en efecto, la lectura del mismo da buena cuenta de ello.
"El santo Rey Don Fernando" (las dos partes) fueron encargadas por la villa de Madrid a Calderón de la Barca para las fiestas del Corpus Christi del año 1671 y se vieron publicadas en la Primera Parte de Autos de Calderón del año 1677. Como su título indica estamos ante una obra que aborda la "vida de un santo", pero a la vez la vida de uno de los Reyes más grandes que ha tenido España. Por lo tanto, el tema se presta no sólo a desplegar ante el público (hoy más bien, el lector) la vida y "milagros" de un santo cualquiera: sino la vida de un santo que a su vez fue Rey, un Rey de indeleble memoria que supo como pocos adelantar en la Reconquista de España lo que otros antecesores suyos habían retrasado y que pudo morir recomendando a su hijo estas mandas testamentarias: "Señor te dejo de toda la tierra del mar acá que los moros del [tiempo de] Rey Don Rodrigo de España ganado ovieron; en tu señorío finca toda: La una conquerida, la otra tributada; si en este estado que yo te las dexo las sopieres guardar, eres tan buen Rey como yo; et si ganases por ti más, eres mejor que yo; et si de esto menguas, non eres tan bueno como yo" (5).
En Fernando III el Santo el egregio dramaturgo halla el paradigma de Monarca que reúne en sí el "buen gobierno" de los asuntos temporales, fundado sobre sus heroicas virtudes que le valieron la canonización y, por lo tanto, el justo éxito de sus empresas reconquistadoras, entendidas en clave providencial.
Las señales de un buen rey parecen hallarse, a juicio de Calderón, en que en él convergen el amor y el temor de sus vasallos. Es una idea que se repite en la I y en la II parte del auto:
"Amado y temido a un tiempo,
le aplauden en enseñanza
de que no reina en las vidas
el que no reina en las almas". (I Parte)
Y en la II Parte:
"Pero qué mucho, qué mucho
viva en esta confiança,
si amado, y temido a un tiempo
le siguen todos con tanta
fe, y lealtad, que reyna aun más
que en las vidas en las almas". (II Parte)
Maquiavelo aconsejaba, en su capítulo XVII de "El Príncipe", que el gobernante que no pudiera hacerse amar, se hiciera temer; alegando que, como era difícil ser amado y temido a la vez, "el partido más seguro es ser temido". Calderón supera el dilema maquiavélico, mostrando a un Fernando III el Santo que es temido y amado al mismo tiempo y ello es, sin duda, merced a sus virtudes cristianas.
En la I Parte de "El santo Rey Don Fernando", Calderón abre la obra con una escena en la que tres personajes (de carácter simbólico) se encuentran trabajando: el "Alcorán" (el mahometano), el "Hebraísmo" (el judío) y el "Rústico" (que no es otro que el cristiano viejo español y que cumple el papel de "gracioso"). Más adelante nos enteramos que los tres (cada uno representante de una religión, pero todos súbditos de Fernando) están empleándose en labrar la Catedral de Santa María de Toledo:
"Apenas corrió sus líneas
la arquitectura en su planta
cuando la primera piedra
puso en su primera zanja;
y con deseo de que,
ya que no pueda acabarla,
quede al menos antes de irse
cuanto pueda adelantada".
Uno de los personajes que también aparecen en escena es la "Apostasía" (que en este auto se encarna en la herejía de los albigenses). El efecto de su entrada en escena nos recuerda otras escenas, como la que inicia "La vida es sueño". El personaje "Hebraísmo" nos anuncia la irrupción de la "Apostasía" con estas palabras:
"Del monte baja
un caballo que a su dueño,
desesperado, le arrastra".
El descenso del caballo que arrastra al dueño encubre un simbolismo muy querido a Calderón, de reminiscencias platónicas: es el caballo de las pasiones que arrastra a quien no las domeña, como el auriga platónico. En "El hijo del sol. Faetón" (otra obra de Calderón) también encontramos empleado parecido simbolismo, pues forma parte del mundo simbólico calderoniano el hacer que algunos de sus personajes aparezcan abruptamente de los montes (símbolo de lo selvático y hostil) sin controlar un caballo (símbolo de sus propias pasiones). El personaje de la "Apostasía" en escena será de vital importancia para el desenvolvimiento de la I Parte del auto calderoniano.
La I Parte de "El santo Rey Don Fernando" se abre con una escena -recordamos- que nos presenta a los súbditos de Fernando III el Santo: mahometanos, judíos y cristianos. La acción tiene lugar en Toledo, donde las tres comunidades están aplicadas a echar los cimientos de lo que será la "Dives Toletana" (la catedral toledana), hasta que irrumpe en escena el personaje que encarna la herejía albigense y que, como hemos visto, viene a rastras de su caballo. Acuden a socorrer al recién llegado y parlamentan, lo que sirve para pintarnos los rasgos de Fernando III por boca de sus súbditos y, estando en esas, ocurre un suceso prodigioso: el judío que había seguido sacando piedra para la fábrica catedralicia descubre al romper una piedra unas "tablas" de madera escritas en latín, griego y hebreo. El Rey Fernando aparece en escena y, enterado del hallazgo, dispone lo necesario para leer esas tablas y así es como se descubre un mensaje triple que condensa los principales dogmas del catolicismo y la refutación del judaísmo, el mahometanismo y la herejía, acabando con unas palabras finales que resultan proféticas para el reinado de Fernando III y, aunque es el texto griego, las leerá el moro:
"Tras que en virgen madre humana
carne Cristo tomará
y padecerá, remata
su lección en decir: y esta
profecía, en mis entrañas
ocultaré hasta que un rey
Fernando en Castilla nazca".
La reacción del Rey que se halla presente es rogar a Dios que lo libre de la soberbia, por verse en aquellas misteriosas tablas anunciado. En la intrincada escena de la lectura aparecen las alegorías de la tres virtudes teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad. Estos tres personajes van a guardar una relación muy estrecha con cada uno de los tres "enemigos" de la católica España: la Caridad con los judíos, como su antítesis hasta su conversión; la Fe con los herejes (la "Apostasía"), hasta su extinción si perseveran en la propagación de la increencia; y la Esperanza con los mahometanos (el "Alcorán", en la I Parte del auto), que harán todo por impedir los designios nacionales de restauración hispánica y amplitud del dominio que, por providencia divina, encarna Fernando III el Santo. Una vez que Fernando desaparece de la escena, la Apostasía urde un complot contra Fernando, reuniendo a las otras dos partes, y pronunciando estas terribles palabras:
"Tres profecías, que a un tiempo
nuestros tres dogmas agravian.
Tres virtudes en Fernando
los méritos adelantan;
tres vicios somos, entremos
en la desigual batalla,
tomando, cuando no en él,
en sus gentes, la venganza".
Calderón nos trazará posteriormente la conversión del "Hebraísmo", lo cual desata la furia de la "Apostasía" que le reprocha acerbamente:
"¡Oh infame hebreo! ¿Esta fue
la unión que dejamos hecha?".
La herejía (Apostasía) es considerada en esta obra como el enemigo capital de España, por eso en el tramo final de la I Parte de "El santo Rey Fernando" asistimos a una de las más grandiosas apoteosis de la Santa Inquisición que se han podido escribir jamás, toda una exaltación de la Inquisición. La Apostasía extranjera que conspira para destruir la integridad de España pagará caro su atrevimiento. El Rey Santo es santo por no poder tolerar que se hiera la fe de su pueblo, pues en juego está la salvación de muchedumbre de almas: él mismo lo declara, está dispuesto a entregar su vida antes que ver que se ofende a Dios y a la Santa Fe, como aquel dignísimo sucesor de Fernando III, su descendiente Felipe II, el Rey Prudente que prefería no reinar que reinar sobre infieles. Dice Fernando el Santo:
"Señor, muera yo y no haya
quien en mi reino os ofenda".
Y la Fe, más adelante, alaba esta ofrenda, tan cara a Dios:
"¡Ay de ti, Fe! A no tener
Rey que tus agravios sienta".
La misma Caridad que salva al judío que se convierte de corazón tendrá que ejecutar la justicia sobre el protervo hereje que quiere envenenar la nación de San Fernando. El mismo Rey toma la palabra y sentencia:
"...Lo que era
hasta aquí misericordia,
en justicia se convierta.
...
...La sentencia
pronuncia, y siendo de muerte
al brazo seglar le entrega,
advirtiendo en su castigo
que del cuerpo de la Iglesia
éste es nervio cancerado,
y así es forzoso que sea
su cura al fuego, que el cáncer
sólo el fuego le remedia".
Fernando III el Santo subirá al cielo el mes de mayo de 1252 y la Santa Inquisición española no sería tal hasta 1478, pero -otra vez el elemento prodigioso que siempre sirve para confirmar los destinos- Fernando III el Santo tendrá, en este auto calderoniano, una visión en que se le aparecerán San Leandro y San Isidoro de Sevilla, que lo consuelan y son su consejo celestial. Son San Leandro y San Isidoro los que le presentan a Fernando a las tres Virtudes Teologales que vendrán a anticiparle la solución de todos los conflictos: la Inquisición, con su correspondiente interpretación simbólico-heráldica del Santo Oficio.
La misma Caridad que salva al judío que se convierte de corazón tendrá que ejecutar la justicia sobre el protervo hereje que quiere envenenar la nación de San Fernando. El mismo Rey toma la palabra y sentencia:
"...Lo que era
hasta aquí misericordia,
en justicia se convierta.
...
...La sentencia
pronuncia, y siendo de muerte
al brazo seglar le entrega,
advirtiendo en su castigo
que del cuerpo de la Iglesia
éste es nervio cancerado,
y así es forzoso que sea
su cura al fuego, que el cáncer
sólo el fuego le remedia".
Fernando III el Santo subirá al cielo el mes de mayo de 1252 y la Santa Inquisición española no sería tal hasta 1478, pero -otra vez el elemento prodigioso que siempre sirve para confirmar los destinos- Fernando III el Santo tendrá, en este auto calderoniano, una visión en que se le aparecerán San Leandro y San Isidoro de Sevilla, que lo consuelan y son su consejo celestial. Son San Leandro y San Isidoro los que le presentan a Fernando a las tres Virtudes Teologales que vendrán a anticiparle la solución de todos los conflictos: la Inquisición, con su correspondiente interpretación simbólico-heráldica del Santo Oficio.
La Caridad se corresponderá con el símbolo de la "Pacífica Oliva". La Fe, con el del verde tronco: los leños con los que se quema al apóstata y la misma Cruz, que es el mejor trono que puede tener un Rey Cristiano. Y la Esperanza, que se cifra en la Espada y que dice:
"Esta es la que dio a España
y ésta es la que ha de volver
a restaurarle en tu mano,
y aunque ahora sus triunfos den
la Fe y la Caridad, yo
reservo el mío, porque
la Esperanza siempre guarda
sus triunfos para después".
Ante las Armas heráldicas de la Inquisición, que Fernando III el Santo contempla en esta maravillosa visión, exclama el Rey Santo:
"¿Qué jeroglífico es, ¡cielos!,
formado en el aire aquel,
que de espada, cruz y oliva,
uniéndose todas tres,
me proponen la Esperanza,
la Caridad y la Fe?".
Le responderá la Religión (que significa -como era sólito en aquel entonces: orden religiosa- y que, en este auto, corresponde a la Orden de Predicadores de Santo Domingo de Guzmán) proclamando la misión de salvaguardar la Fe, la Esperanza y la Caridad, misión que cumplirán los celosos y santos inquisidores dominicos. La I parte de la obra termina presagiando la Reconquista que está por llevar a cabo el monarca santo, y todos invocan a Fernando:
"¡Al arma, pues!
A lograr en los triunfos de la Esperanza
méritos que adquirieron Caridad y Fe".
CONCLUSIÓN:
En conjunto podemos decir que la I Parte de "El santo Rey Don Fernando" es uno de los autos sacramentales más destacables de la dramaturgia calderoniana: es nuestra intención hacer la pertinente exégesis de la II Parte en otra ocasión, si Dios quiere.
La I Parte se trata de una comedia de vidas de santos, pero con el particular de que el santo sobre el que versa es a la vez uno de los Reyes más importantes de toda nuestra historia nacional. Por ello, Calderón ha plasmado en esta obra las características propias del Monarca Católico Hispánico, pudiendo encontrarse entreverados en sus versos muchos de los consejos propios de los Espejos de Príncipes de la época; aunque la obra no tiene como principal asunto la impugnación del maquiavelismo, pueden encontrarse sutiles referencias que lo refutan en virtud de la personalidad de Fernando III de Castilla, dechado de virtudes y espejo de las tres virtudes teologales. Puede parecer que, en algunos momentos de la pieza, Fernando III el Santo realiza o dice cosas parejas a las que sabemos que dijera e hiciera Felipe II; pero, aunque Calderón jugara con eso (sirviéndose de algunas anécdotas muy conocidas de Felipe II), lo importante de esa similitud es que estamos ante dos Monarcas Hispánicos miembros de una misma Tradición, a la que honraron con su santa vida.
Prevalece el ternario: son tres las comunidades que cabe distinguir por su religión y que coexisten en España en los tiempos en que tiene lugar la acción dramática; irrumpe un elemento que en la obra comentada es el centro de toda la aversión calderoniana que, como genuino español de su época, comprende que nada puede ser peor para la paz y la grandeza de una nación católica que la herejía: que la herejía reciba el nombre de "Apostasía" tiene su punto apocalíptico: baste recordar el énfasis que el Águila de Patmos pone en el tiempo de la gran apostasía. Pero el esquema triádico prevalece a lo largo de la obra dramática: el Alcorán, el Hebraísmo, el Católico Hispano (que englobaría a los personajes de: El Rústico, la Religión de Santo Domingo de Guzmán, San Isidoro, San Leandro, el Viejo, los Músicos y, por supuesto, el protagonista San Fernando); tres son los enemigos del Reino de Fernando el Santo (el judaísmo, el islam y la herejía) y, por último, las tres virtudes teologales que encuentran su correlato simbólico en los tres elementos que forman las armas heráldicas de la Santa Inquisición.
Los eventos maravillosos también son incorporados a la obra dramática: primero, con el descubrimiento de las "tablas proféticas" que desvelan la grandeza del reinado de Fernando y, en el tramo final, con la visión y comunicación que Fernando tendrá con San Leandro y San Isidoro de Sevilla.
Podemos decir que "El santo Rey Don Fernando" de Calderón de la Barca constituye uno de los monumentos de nuestra dramaturgia nacional, tanto por la grandeza paradigmática del personaje central de la obra (Fernando III el Santo), como por el genio del autor de la misma (D. Pedro Calderón de la Barca). Consideramos que no sólo merece la pena ser leída como una obra dramática más, sino como un Tratado de Teología Política que revela el ser de España y los designios para la misma. Es una obra que permanecerá incomprensible para cuantos han hecho del catolicismo una blasfema caricatura sensiblera, pues como español que es, Calderón vive como católico militante, siempre presto a defender la Fe con algo más que los "minutos de silencio" o la meliflua verborrea del irenismo.
NOTAS:
La obra comentada de Calderón la hemos leído en "Autos Sacramentales, Alegoricos, y Historiales del insigne poeta español Don Pedro Calderón de la Barca", en la edición de D. Pedro de Pando y Mier, Madrid, Imprenta de Manuel Ruiz de Murga, del año 1717.
1. Vossler, Karl, "Algunos caracteres de la Cultura Española", Colección Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1962.
2. Menéndez y Pelayo, Marcelino, "Sobre los autos sacramentales", en "San Isidoro, Cervantes y otros estudios", Colección Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1959.
3. Personalmente he sentido siempre una especial devoción por el teatro calderoniano, fruto de ello fue "A Dios por razón de Estado. Un auto sacramental de D. Pedro Calderón de la Barca", publicado en RAIGAMBRE.
4. Fernández Escalante, Manuel, "Schmitt en cuarentena", en "Estudios sobre Carl Schmitt" (coordinado por Dalmacio Negro Pavón, VV.AA.), Fundación Cánovas del Castillo, Madrid, 1996. D. Manuel Fernández Escalante (q.e.p.d.) fue un eminente catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Valladolid, recientemente fallecido el 27 de agosto de 2014, Dios lo tenga en su gloria.
5. Fernández de Castro, Sor María del Carmen, "Nuestra Señora del Arzón" (citado en "Vida de San Fernando: sus últimas voluntades" en el blog que recomendamos de la A. C.. T. Fernando III el Santo de Palencia).
5. Fernández de Castro, Sor María del Carmen, "Nuestra Señora del Arzón" (citado en "Vida de San Fernando: sus últimas voluntades" en el blog que recomendamos de la A. C.. T. Fernando III el Santo de Palencia).
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