"D. Enrique Díez-Canedo"
Luis Gómez López. Historiador
Reproducimos
en este artículo, el magnífico estudio que realizara el español y crítico
literario D. Enrique Díez-Canedo
sobre la obra de Nadine Jarintzov. El trabajo se publicó en la “Revista España”
en tres artículos casi consecutivos, que vieron la luz en los números 166, 168 y
169 de la citada publicación en el año 1918 bajo el título: “Poetas y Poemas”.
D. Enrique Díez-Canedo, (Badajoz,
1879 – México, 1944) es a decir José María Fernández Gutiérrez: “ (…), un hombre de letras fundamental en la
primera mitad del siglo XX y sus obras, las que escribió a una y otra orilla
del océano y las que han ido apareciendo con textos suyos o antologías forman
un corpus imprescindible para cualquier persona que quiera
conocer las tendencias y la sensibilidad poética de la época y tener noticia
del interés, recepción y valoración crítica de la literatura que se iba
publicando y de los estrenos de obras de teatro”.
Lo cual no le
falta razón, pues en el interesantísimo trabajo que reproducimos, observamos la
erudición de nuestro crítico, el cual irá poniendo el acento sobre las íes en
más de un aspecto sobre las carencias de la literatura española contemporánea
en comparación con la de otros países.
En primer lugar, reprochará la falta
de trabajos o traducciones de la reseñada Mme. Nadine Jarintzov, autora nacida
en 1870 y que por otra parte si es muy traducida y conocida en otras lenguas, (fundamentalmente
en inglés) como así nos denuncia D. Enrique nada más empezar el primer artículo
al decir: “Tiene el libro que ha
publicado recientemente Mme. Jarintzov sobre otros análogos que no escasean en
la literatura inglesa o en la francesa…” Este reproche sería igual de
válido si lo hiciese en la actualidad, pues la obra de Jarintzov, aunque
accesible en la red en inglés, no lo está, ni mucho menos, para el gran público
en castellano, ya que sólo se encuentra disponible algo sobre la autora en
determinados trabajos o en estudios especializados sobre la materia.
Es por ello, que traer este estudio
sobre el trabajo de la filóloga eslava N. Jarintzov es más que una necesidad
por nuestra parte: es una obligación.
"Portada del libro "Poetas y Poemas"
En
concreto nos referimos al libro “Russian Poets and Poems” . Vol.
I. Classics by N. Jarintzov. W.
J. Sedgefield The Modern Language Review Vol. 13, No. 2 (Apr., 1918) del
cual Díez-Canedo realizó su trabajo y que ahora publicamos.
En el primer artículo de la serie,
D. Enrique nos habla sobre la dificultad que existe a la hora de traducir
poemas de otras lenguas al español. Habla de las similitudes y facilidades que
se tiene, por ejemplo, del ruso al inglés o el alemán, pero de las dificultades
que entraña el hacerlo –y hacerlo bien- al realizarlo al español, pues se corre
el riesgo de mutilar la obra original, cercenarla, adaptarla y por lo tanto
modificarla, o intentar sustituir unos vocablos por otros, en cuyo caso se
pierde la originalidad y el sentido.
Dice así la primera entrega de “Poetas y Poemas”:
Tiene el libro que ha publicado
recientemente Mme. Jarintzov sobre otros análogos que no escasean en la
literatura inglesa o en la francesa, una indiscutible ventaja: la de dar a los
lectores no versados en la lengua rusa una idea clara de la técnica del verso
en aquel idioma.
Es
indiscutible que la verdadera fisonomía de un poeta se ha de buscar no sólo en
lo que dice, sino en cómo lo dice. Sus palabras se unen para expresar ideas,
sensaciones, conceptos determinados; pero se unen guardando unas leyes
rítmicas, que las condicionan y prestan fisonomía peculiar. Prescindir de estas
leyes o acomodarlas y cambiarlas buscando el genio propio del idioma a que se
traduce, viene a ser lo mismo. Si se transcribe sencilla mente en prosa una
poesía cualquiera, sabremos lo que dice el poeta; si se traslada en verso, lo
que se suele hacer es recordar las poesías nacionales que se parecen a la
composición vertida. En nuestros intérpretes nacionales de Horacio, el recuerdo
de Fray Luis de León pesa de tal modo que la historia de nuestra poesía
horaciana, escrita fervorosamente por Menéndez y Pelayo, se podría considerar
como una serie de aproximaciones y desviaciones de la manera asentada por el
autor de la Noche serena.
Cuando se trata de poetas,
traducir, significa muy a menudo sacrificar. Ahora bien, ¿es justo imponerles
tal sacrificio? ¿No hay manera de lograr una equivalencia en que nada resulte sacrificado,
en que lo nacional se sustituya a lo exótico en perfecta correspondencia? Para
Mr. Wilfrid Blair,
poeta inglés que ha coadyuvado, en parte, al logro de muchas versiones de Mme.
Jarintzov, eso es posible y en ello no ve más que una “cuestión de tiempo”. Pero Mme. Jarintzov no opina lo mismo. Y,
entre la reproducción ajustada a las estrictas leyes del inglés del metro, de
la rima y de la «atmósfera» de una
poesía rusa, posible según su consejero a costa de tiempo y paciencia, o la
conservación de esas cualidades, a costa de alguna violencia al genio de la
lengua receptora, prefiere esto último. Para ella, lo esencial es que “suene” a ruso, una poesía rusa traducida.
Y, por esta razón, opina que sólo un ruso puede traducir convenientemente al inglés
las poesías de su país; teoría que no tiene duda en generalizar, saboreando anticipadamente
lo curioso que sería el contraste de las versiones hechas por un inglés con las
de poesías inglesa, abundantísimas y admirables, trabajadas por los poetas rusos.
Mme.
Jarintzov sólo acoge en su libro composiciones de nueve poetas desde Krylov
el fabulista hasta Fet.
Son los que llaman «clásicos».
Un
nuevo tomo, que prepara y de cuya suerte y método de composición decidirá el
primero, estará dedicado a los «modernos».
No pretende dar una antología completa, sino una serie de muestras elegidas
entre los poetas de genio individual, que marcan hitos en la historia de la
poesía rusa. Para las versiones, como hemos indicado, ha tenido el consejo de
Mr. Blair, salvo en el Demonio de Lermontov
y en las poesías de Alejo Tolstoy
y Atanasio Fet; sólo ha atendido, en todas estas composiciones, a su modo
personal de entender la traducción, y así da con ellas el más vivo ejemplo de
su teoría. Esta teoría, adviértase bien, es contraria a las que han predominado
en literatura, sobre todo en la francesa y en la española. Se ha intentado, casi
siempre, entre nosotros, «españolizar».
La inspiración extraña: españolizar el Fausto, por ejemplo. Los metros más
característicos de nuestra poesía, los que nacieron con ella y moldearon su
espíritu, han sido empleados sin recelo en la versión de obras de muy distinta condición.

"Alejo Tóltoi"
Preferible
es, en tales casos, una pobre y honrada versión en prosa. Pero ¿se ha de
renunciar por ello a enriquecer la versificación original con esquemas de otras
literaturas? La adaptación de formas italianas en Europa entera llevó,
indudablemente, una transformación a todas las literaturas: fue el
Renacimiento, movimiento espiritual más amplio que las variaciones locales del
gusto, el que pasó a todos lados con aquellas formas aun productivas; y pasó
sin matar los gérmenes que granaban y florecían en los moldes antiguos. Luego
en esas mismas formas el alma nacional se hizo patente, diversificándose en lo mismo
que parecía tender a la unificación. El resucitar de los metros clásicos, tan
fuerte en algunas literaturas modernas —Italia, Alemania— y con ejemplos en
todas, trae algo análogo. La traducción poética, sujetándose ceñidamente a las
formas originales, ha servido y puede servir de mucho para ensanchar el campo
de la versificación; y el que no sienta la necesidad de esto, no ha puesto
nunca los ojos en la historia literaria.
No somos los españoles más
refractarios que otros pueblos al cambio de la técnica literaria; pero, a no
dudar, lo somos bastante. No podemos concebir que un cambio en la técnica
signifique ensanchamiento: no se anula con ello lo anterior, sino que se
instaura algo nuevo. Y, limitándolo a la traducción versificada, ya que se haya
de intentar ¿por qué no intentarla íntegramente, en el ritmo, en la rima, en la
«atmósfera», para usar la palabra que emplea Mme. Jarintzov? Si dijéramos que el castellano
es la lengua más dúctil y flexible a este propósito, nadie nos creería. La
escasez de palabras cortas, la abundancia de la acentuación llana, lo limitado
de los sonidos vocales, son otros tantos inconvenientes: para traducir del
inglés, del alemán, pero del inglés sobre todo, casi insuperables. Graves también
para traducir de las lenguas afines portuguesas, catalanas, italianas, que por
su misma semejanza gramatical exigen paridad absoluta de formas y ponen al
castellano, más tiesas, más amplias, en trances de dificultad casi insoluble, compensadas
por lo semejante de la cadencia y de la rima. A través del estudio de Mme.
Jarintzov advertimos que la adaptación de las formas métricas y del sistema
general de versificación ruso había de ser fácil y de producir resultados nada
incómodos para nuestro oído. Abundan, en ruso, las palabras largas, que
dificultan la traducción al inglés; el acento es aun más rígido que en la
poesía española, y está, por lo tanto, en la dirección que lleva la nuestra
desde la absorción de las formas italianas. Desde que el romanticismo aumentó
considerablemente la disposición en estrofas, quedó el paso abierto a nuevas
combinaciones análogas a las que ocasiona en ruso la combinación de los pies métricos
acentuales. Resta el empleo del eneasílabo, poco asequible a nuestra costumbre
de versificar; pero no se olvide que ha producido ya, en la literatura
reciente, obras maestras.
Mucho nos hemos alargado en estas
cuestiones generales para hablar de los poetas rusos que en el libro figuran.
Quédese esto para otro artículo en que trataremos de fijar los rasgos esenciales
de cada uno, valiéndonos de las muy abundantes indicaciones de Mme. Jarintzov,
en sus prólogos, que no son lo menos interesante del libro a que vamos
refiriéndonos.
"Atanasio Fet"
En el
segundo artículo de la serie, Díez-Canedo procede a desgranar la obra de Nadine
Jarintzov. En él se van abriendo poco a poco y paso a paso los grandes poetas
rusos por antonomasia. Especial interés le dedica el crítico español al más
grande ellos, Púshkin, sin olvidar a sus sucesores como Lérmontov o
antecesores, como Krylov o Jukóvski de los cuales ya había dado algunas
pinceladas en el primer artículo de la entrega.
Es esta parte central del ensayo el
nexo troncal con respecto al estudio que se realiza de la obra de Jarnitzov. Se
exponen sobre el papel los matices que cada uno de los grandes poetas rusos
aportan a la literatura de ese país. Se diagnostica sus excesos o sus
carencias, -por ejemplo, el estar unos poetas muy influenciados por el
europeísmo, o el ser otros, por el contrario, muy conservadores sobre el tema y
el enfoque de la Rusia tradicional- y se hace hincapié en la riqueza lírica que
cada uno puede aportar al lector. Es, sin lugar a dudas, un trabajo
excepcional, que abre a los occidentales el maravilloso mundo de los poetas y
poesía rusa.
NUEVE son, como antes hemos
dicho, los poetas elegidos por Mme. Jarintzov para su primer tomo.
Prescindiendo de los poetas más antiguos, eco de la poesía europea de su
tiempo, empieza con un fabulista, Iván Andréyevich Krylov (1768-1844), que
imitó y tradujo a La Fontaine como nuestro Samaniego, pero infundiéndole un sentimiento
y un tono enteramente rusos. Suele ocurrir, con los fabulistas, lo que con los
cantos populares: un mismo tema, un asunto que pasa de un pueblo a otro,
adquiere en cada uno rasgos esenciales del alma nacional.
La
penetración y perspicacia escondidas bajo capa de humildad del aldeano ruso,
revélanse maravillosamente en las fábulas de Krylov, abundantísimas en giros,
refranes y metáforas populares, que a veces desafían toda traducción. Al tono
especial de su habla le llama el mayor crítico ruso, Bielinski,
«ensortijamiento». Todos le reconocen
por uno de los grandes maestros del idioma, con ciencia y naturalidad fundamentales
para darle aptitudes literarias nuevas.
Vasili
Andréyevich Jukóvski (1783-1852)
es el primer romántico. Hijo de un noble y de una esclava turca, que no salió
nunca de su condición, hubo de llegar a muy altos puestos sociales. Su
nacimiento irregular no le impidió ser, con los años, profesor de la emperatriz
Alejandra Feodorovna, esposa de Nicolás I, y preceptor de Alejandro II.
Monárquico por convencimiento, aprovechó sin embargo su posición para revelar sentimientos
humanitarios en favor de amigos caídos en desgracia; libertó a sus siervos y
acaso fue el primero en inculcar a su discípulo ideas que condujeron más tarde
a la emancipación general de éstos. «No
hay amor del pueblo para el Tsar
—le decía— si no hay en el Tsar amor a su
pueblo». La balada Svietlana,
que Mme. Jarintzov compara a La víspera
de Santa Inés, de Keats,
nos recuerda más bien las inspiraciones de Bürger en La Leñara; es menos macabra, tiene hasta una moraleja optimista,
que no admitiría Calderón: La niebla del
mundo está en el sueño y el gozo en el despertar.
Por él,
la edad media rusa empieza a tener estado poético y los cantos tradicionales de
la nación a poner sus notas en la naciente poesía artística. De estos cantos y
leyendas, oídos ávidamente a las musas familiares, a las mujeres adictas que
cuidaron de su niñez y acompañaron su destierro, sacó Alejandro Púshkin
(1799-1837) el alma de su poesía. «Cantor
de la realidad» le llama Mme. Jarintzov. «No hay nadie —dice— más deliciosamente
humano, claro, sincero, impulsivo, vital
y vivificador —nadie se aparta más que
él de todo artificio, de toda afectación, de todo efecto conscientemente
preparado— nadie tampoco «escarba»
como él dentro de su «alma». Estas
apreciaciones le presentan a un lector español como un Zorrilla, todo musicalidad,
exterioridad brillante, rumor de leyendas, facilidad, despreocupación. Lo mejor
de la poesía de uno y de otro, es un raudal bullicioso y transparente “ainsi
qu'aux plus beauxjours”.
Hay en Pushkin un sentimiento de continuidad que
le hace amar a los poetas inmediatamente anteriores a él. Revolucionario, este hombre
casi siempre desterrado o perseguido, lo es mucho menos que Jukóvski, siempre
al lado de la familia imperial; pero dijo palabras más
"Ivan Krylov"
comprometedoras: Temblad, tiranos de la tierra. Despertad,
esclavos de su poder. Levantaos y mostrad lo que sois. Byroniano,
lo fue menos que Lérmontov. Le apasionó Byron, como a toda la juventud de su tiempo,
pero después, cuando hubo leído a Shakespeare, le tuvo por nada. Shakespeare triunfa
en su espíritu cuando escribe el Boris Godúnov.
En cuanto a Eugenio Oñéguin,
su héroe favorito, poco tiene de byroniano. Es Púshkin un hombre de sociedad,
un diablejo brillante, lleno de travesura; cuando uno de sus jefes, el Conde
Vorontsov, le mandó hacer un «trabajo
útil», enviándole a investigar las causas y los daños de la plaga de la
langosta, el informe técnico del poeta decía, poco más o menos, así: «La langosta volando, volando sobre el campo
cayó; y después de un destrozo nefando la langosta, volando, volando, se marchó».
En los últimos años de su vida, esclavo de una posición oficial, lleno de
preocupaciones familiares, fueron los más tristes; tenía la consideración que
deseó siempre; su fama de poeta era cada día mejor. Pero la pistola de su cuñado
Jorge-Dantés al herirle de muerte, fue como una liberación. Por él vienen a la
poesía rusa la naturaleza del inmenso imperio, la vida de las ciudades, la
leyenda, con todo su prestigio y color. Aquello que Jukóvski no hizo más que
iniciar, Púshkim lo completa y madura. Su poema juvenil de Ruslán y Liudmila,
es ya una espléndida realización. En opinión de Mme. Jarintzov, la prosa
corriente de Púshkin es muy inferior a su poesía, y esto hace que sus novelas,
traducidas den pobre idea de su talento. Es, por aquí, el gran poeta ruso, un
autor desgraciado, porque el encanto especial de sus versos, al ser traducidos,
desaparece en la mayor parte de las versiones. Aun es, sin embargo, suficiente
lo que se conserva, para darles interés, y esto bien se advierte en algunas
poesías de las que se incluyen en el libro de qué hablamos. Tampoco inventó Púshkin
nuevas formas poéticas; en cambio ¡qué variedad de giros, de sabrosos términos populares,
de palabras aprendidas en el ruso y el eslavón antiguos, la lengua de los
libros religiosos, abundan en su obra! Todo en Púshkin es ágil, todo suena a
nuevo. A su lado Miguel Yúryevich Lérmontov (1814-1841) muerto también en
desafío, más joven aun que su gran predecesor, aparece más limitado y a la vez
más profundo. En él, prosa y verso, se equivalen. La novela —o, mejor, se ríe
de relatos con un personaje común— Un héroe de nuestros días, hace pasar por los
magníficos paisajes del Cáucaso, el hastío de un hombre enfermo del “mal del siglo”, como Eugenio Oneguin,
pero superior a él en intensidad y sobriedad de rasgos descriptivos: Pechórin. Aquí se retrata el propio Lérmontov de modo inolvidable.

"Aleksander Púshkin"
Su poema El Demonio, o cualquiera de sus grandes poesías líricas, Dízma, Elegía, el Ángel, tienen
una atmósfera misteriosa y oscura que les da fisonomía peculiar. La más
objetiva tal vez “El canto del Tsar Ivan
Vasilievich, del joven Oprichnik y
del osado mercader Kiláshnivok”, no desdice del espíritu de las otras. La
historia rusa revive en ella con toda su pureza, crueldad y color. El oriente
llena de ensueños esta alma eslava, comunicándole su orgullo. Por esta cualidad
muchos escritores rusos han mirado con despego a Lérmontov. Sólo Merejkóviki
en un libro que cita Mme. Jarintzov, titulado: El poeta de la super-humanidad, ha tratado de vindicarle. Para él,
es Lérmontov como el representante del espíritu de rebelión en una literatura
caracterizada por el espíritu de humildad. Todos los grandes escritores rusos-,
dice Merejkóvski, han empezado rebeldes y han acabado sometidos. No así
Lérmontov. Lérmontov es como uno de esos ángeles que, en la lucha de Dios y
Satanás, vacilaron en tomar partido y fueron enviados a la tierra. Su poder de
recordar la eternidad pasada, de amar en lo presente la semejanza con lo que
fue, le dan esa terrible sugestión, simbolizada en el ángel que en una de sus
más hermosas poesías trae desde el cielo un alma, cantándole una misteriosa canción,
que luego el alma recordará siempre en el mundo, sin concretar sus divinas
palabras.

"Nikolai Nekrásov"
***
En la tercera y última entrega, Díez-Canedo
repasa el final del volumen de Jarintov. A falta de biografiar a cinco poetas
más, Jarintov prosigue con su meticulosa labor. Ambos, autora y crítico
español, coinciden en lo limitado de su estudio, y que por supuesto, no es una
obra final, sino más bien, una selección personal sobre los personajes más
influyentes de la poesía en Rusia en todos los tiempos. Pero a nadie se le
escapa el valor incalculable que la obra supone. Con gran acierto y con
meticulosidad, se prosigue con la puesta en valor del resto de escritores que
faltan por reseñar. Se informa además, de la continuación de la obra de Mme.
Jarintov, quien en esos años, ya estaba inmersa en la continuación de su obra.
D. Enrique, nos adelanta el gran trabajo que ello supone, y lo excepcional de
dicha labor, pues es cierto, que un trabajo de esas características, supone
poner en valor toda la literatura de un país, darla a conocer y servir de guía
para neófitos o amantes de la literatura. Dice al respecto: “Su selección (-la de Mme. Jarintzov-) por ser extremadamente restringida, no deja
de dar una impresión justa de la evolución de la poesía rusa desde que surgen
las primeras personalidades autónomas”.
OTROS cinco poetas comprende aún
el libro de Mme. Jarintzov. Nacido antes que Lérmontov, Alexey Vasilyevich
Koltsov
(1808-1842) tiene vida poco más larga. Es un poeta popular, de extracción
humilde, hijo de un ganadero, y tratante en ganados. Un librero de portal educa
y afina su gusto por las letras; alguien le conduce a la amistad de los grandes
admirados, de Púshkin, del crítico Bielinsky.
Al pronto la literatura es compatible para él con los negocios y aun los hace
prosperar; mas pronto le cansan, y el padre, intransigente, le niega todo
apoyo. Enamorado de una sierva y dispuesto a hacerla su esposa, cuando después de
una ausencia vuelve en su busca, la han hecho desaparecer y no logra
encontrarla. En los suyos ve sólo fría hostilidad. Otro amor indigno llena y
deshace sus últimos años enfermizos. De ambas pasiones queda huella en sus versos;
pero lo mejor de ellos es alma del pueblo, apresada en breves ritmos ágiles que
tienen “frescura de flor silvestre”,
difíciles de reproducir en otra lengua. Del alma popular Púshkin supo coger
toda la pintoresca fantasía, toda la gracia espontánea; para Koltzov quedaron la
ingenuidad y la sencillez.
Más se
parece a Púshkin el conde Alejo Tolstoy (1817 1875), de alta cuna, elevadísima posición
social, vida tranquila y dichosa. Es !a suya una “poesía feliz”. Hace versos a los seis años; no los da a imprimir
hasta los treinta y siete. En su vida de gran señor, une a su prestancia personal
y noble fuerza física un gusto refinado por lo que es ruso esencialmente, por lo
que habla de los tiempos antiguos en que el espíritu nacional se formaba. Bajo
este signo compone una gran trilogía dramática, “Iván el Terrible”,
“Tsar feodor Joannovich”,
“Boris Godunov”,
su obra más importante, y no es ajena a él una colección de sátiras inspiradas
en los antiguos cantos épicos, cuyas formas remedan a la perfección. Su Don
Juan, su “Príncipe Serebríany”
no valen lo que aquella trilogía, ni lo que las poesías líricas, de forma perfecta,
que hacen de él uno de los más puros artistas del verse ruso.
"Vasleri Briúsov"
En este
aspecto forman grupo con él Teodor Ivánovich Tiútchev
(1803 1873) y Afanasiy Afanásyevich Fet (1820-1892) muy ensalzados uno y otro
por los escritores de las últimas generaciones rusas, que no tienen a Tolstoy
en gran estima... Tiútchev alcanzó los tiempos de Tukóvski y de Púshkin, que le
alentaron y ensalzaron; los estudios de Valeri Briúiov,
uno de los más considerables poetas rusos de hoy, le han confirmado en la
admiración de sus compatriotas.
Siente con la naturaleza, le atraen sus misterios; ante las cosas, se deja
impresionar hondamente y forja sus impresiones en nuevas metáforas: “las estrellas sostenían el firmamento con
sus cabezas”, “el mar, con su canto,
adormece los ensueños de los hombres”... En cuanto a la forma, es más
tenue, más fluido Su amor a la Santa Rusia es, más que amor, fe. Pero Rusia le
parece inatacable e inconmovible, las olas de la revolución que se agita en
Europa van a estrellarse contra ella. Ciertamente, Tiútchev es reaccionario,
pero no ha sido profeta. De su eslavismo fundamental y característico aparece
totalmente despojado Atanasio Fet, reaccionario también de espíritu —«Todo asomo de idea liberal era extraño a sus
convicciones políticas»—. Pero cuando se pone a ser poeta, todo lo olvida.
Poeta de amor, panteísta de modo más profundo que Tiútchev, en sus versos, el
arte sólo le preocupa. Turguéñev, que fue su amigo, aunque luego se distanciara
de él, solía decir: «No hay más Fet que
Fet, y Turguéñev, su profeta». «Lo
único verdaderamente ruso que hay en él—apunta Mme. Jarintzov— es su instintivo amor al sufrimiento». En
cambio Nicolay Alexéyevich Niekrásov
(1821 1877) es ruso hasta la medula, y, al lado de estos poetas reaccionarios
levanta generoso una voz de protesta y entona un canto de tristeza y venganza.
Su largo poema “¿Quién vive hoy feliz y
contento en la madre Rusia?” pone en escena a siete campesinos que se hacen
esa pregunta. Nadie es dichoso. Ni el terrateniente, ni el pope, ni el
mercader, ni el aristócrata, ni el Tsar. Una serie de cuadros de miseria y
horror lo declaran y manifiestan. Sólo les hubiera tranquilizado la exaltación
de un joven salmista que compone un canto para los trabajadores. Niekrásov ve
en la obra creada la única felicidad de la vida. Pero todos sus cantos son
obscuros, sombríos. Hay en ellos más de hombre de lucha, de periodista
—periodista fue Niekrásov toda su vida: dirigió “El Contemporáneo” fundado por Púshkin- que de verdadero poeta.
Tolstoy
—León Tolstoy, no el poeta de que hemos hablado y que no era próximo pariente
del gran novelista— le niega el título de poeta, lo mismo que las nuevas
generaciones. Lo que ocurre es que en la poesía de Niekrásov, el elemento puramente
literario es lo de menos. Quiere hacer del verso un arma, convertirlo en instrumento
eficaz inmediatamente, redimir con él a los proletarios, libertar a su tierra y
a sus hermanos, no halagar sus instintos ni mecer sus ensueños. Nada más
contrario a la exquisitez de Atanasio Fet. Sólo dos muestras de su poesía
traduce Mme. Jarintzov, que resume, en cambio, algunos poemas extensos. Esto
bastaría para revelarnos que en Niekrásov, como cumple a un poeta de sus
cualidades peculiares, lo importante está en el asunto. De los poetas españoles
podríamos tal vez compararle con Curros Enriquez;
pero éste fue más lírico y más oratorio.
Tales
son, a través del libro de Mme. Jarintzov, vistos en rápido escorzo, los poetas
que llama clásicos. Otros incluye en esta denominación, Máykof, Púlonsky, sin
estudiarlos especialmente, porque en ellos no ve cualidades que igualen o
superen a las que lucen los que ha elegido. Hemos tratado de demostrar, en esta
rápida reseña, el rasgo que, en estos, distingue a cada cual. Todos, sin
embargo, muestran un cuidado particular por las cosas del «oficio», por la técnica del verso o la riqueza, propiedad y
abundancia del vocabulario. Reparándolo bien, se nata pronto la dilección con que
la escritora habla de los más artistas, poniéndose, desde luego, en el punto de
mira de los nuevos poetas rusos, que ha de estudiar en el segundo tomo de la
obra.
Su
selección, por ser extremadamente restringida, no deja de dar una impresión
justa de la evolución de la poesía rusa desde que surgen las primeras
personalidades autónomas. En este sentido es preferible a otras compilaciones más
abundantes en nombres y en ejemplos —Saint Albin, Wiener, Tschernow— que
borran los límites e inducen a confusión. Si en el volumen que prepara tiene
Mme. Jarintzov el acierto que en el presente, habrá logrado presentar un cuadro
completo de la poesía rusa hasta hoy. Nos prometemos examinar entonces los
últimos desarrollos de esta poesía, ayudados por otros libros de Cluzzewite, de Selver, de algunos más, a fin de responder, en la medida de la
posible, a la curiosidad de nuestro público literario, a esa curiosidad que, a
mediados del siglo XIX, guiaba la mano de D. Alberto Lista
hacia el anticuado florilegio de John Browning
y le impulsaba a trasladar, en sonoros endecasílabos, las estrofas religiosas
de Dierjavin.
NOTAS: