RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 23 de agosto de 2013

GEOPOLÍTICA ESPAÑOLA








Fuente del Avellano (Granada), de la que tomaría nombre la Cofradía del Avellano, la que formó Ángel Ganivet
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
 
El presente texto, con el mismo título, encontró su primera publicación en la Revista Arbil, nº 107. Algunos años han pasado desde su publicación, sin embargo el autor lo presenta en RAIGAMBRE tal y como fue publicado. Un tema tan extenso siempre puede ser objeto de análisis más profundos y amplio: daría para un libro. Sin embargo, de lo que aquí está dicho el autor lo único que considera prescindible es la que hoy considera excesiva atención a las ideas rocambolescas de Valle-Inclán, muy parecidas -por cierto- a lo que algunos arbitristas de nuestra tradición sostenían. Y juzga que faltaría un ahondamiento en Yanguas Messía, de cuyo pensamiento muy poco se sabe.
 
 
Antecedentes geopolíticos en España: Ángel Ganivet,
Yanguas Messía y

Valle-Inclán
 
 
 
El sueco Rudolf Kjellen (1864-1922) acuñó el término "geopolítica", pero esta ciencia había sido llamada con anterioridad "geografía política" y sus desarrollos más rigurosos se debieron principalmente a las especulaciones del inglés sir Halford McKinder (1861-1947). El término se importó posteriormente a la Europa continental merced a los oficios del profesor alemán Karl Haushofer (1869-1946) y el nazismo, por último, desacreditaría la geopolítica al adoptar Adolf Hitler los conceptos imperialistas de Haushofer. Hitler que trató de hacer realidad las líneas que teóricamente había trazado Haushofer. El nacionalsocialismo integraría los sueños que el viejo general y profesor alemán había abrigado sobre la fundación de un Reich de mil años que ampliaría sus fronteras sobre un territorio vastísimo a costa de los territorios del Este de Europa. El tan implacable como hadario expansionismo que la Alemania hitleriana ejecutó hacia el Este haría saltar Europa por los aires en una segunda conflagración mundial que supuso, como Hitler predijo, la fragmentación del talasocrático Imperio británico.
 
No sólo el Imperio de Su Graciosa Majestad sucumbiría. Después del tan cacareado triunfo de las democracias, vino el reflujo de las antiguas colonias sobre las otrora metrópolis. Después de retirarse de la política, el General Charles De Gaulle se instaló en un pequeño pueblecito francés que en español pudiéramos llamar Colombey-Las-Dos-Iglesias. Francia estaba experimentando ya por aquellos años un alarmante crecimiento de la inmigración musulmana que llevó a decir al gran estadista galo: "No es inimaginable que Colombey-las-Dos-Iglesias se transforme en Colombey-las-Dos-Mezquitas". El filósofo rumano afincado en París, E. M. Cioran, parafrasearía esta cita de De Gaulle, expresando en una entrevista a Fernando Savater uno de sus negros augurios: "Mire, -le dijo Cioran a Savater- la realidad es que Francia, por ejemplo, se siente invadida. Hace tiempo me atreví a hacer una profecía: dije que dentro de cincuenta años la catedral de Notre-Dame sería una mezquita." Siempre que leo esta cita de Cioran, resuena en mí el eco de un poema de Gerard de Nerval: "Notre-Dame est bien vieille; on la verra peut-être/Enterre cependant Paris qu'elle a vu naître;" [Notre-Dame es muy vetusta: tal vez se la verá/Sepultar el París que ella ha visto nacer". Pero no es sólo la capital gala, la romana Lutecia, la que está amenazada.
 
El desenlace de la II Guerra Mundial granjeó a la geopolítica una pésima fama debido al más arriba referido intento hitleriano de realizar las teorías de Haushofer, pero la Geopolítica puede aspirar a convertirse en una ciencia tanto más urgente en cuanto que estamos asistiendo a unos movimientos migratorios que están poniendo en tela de juicio las identidades de las naciones históricas, desdibujando la fisionomía de nuestra Patria y sus pueblos, así como el resto de naciones europeas.
 
Aunque Haushofer popularizó el término "geopolítica" no cabe duda que fue McKinder el "padre de la geopolítica", convirtiéndose su modelo básico en punto de partida para todas las demás especulaciones que a partir de él se hicieron en este campo. Su acierto fue saber delimitar y comprender determinadas leyes objetivas de la historia política, geográfica y económica de la humanidad.
 
Según nuestro contemporáneo, el geopolítico ruso Alexander Dugin: "La esencia de la doctrina geopolítica podría reducirse a los siguientes principios. Dentro de la historia planetaria existen dos visiones enfrentadas y competidoras sobre la colonización de la superficie de la Tierra: el enfoque "terrestre" y el enfoque "marítimo". La elección de uno de ellos depende de la orientación ("terrestre" o "marítima") que siguen unos u otros estados, pueblos o naciones. Su conciencia histórica, su política interior o exterior, su psicología, su visión del mundo se forman siguiendo unas reglas determinadas. Teniendo en cuenta dicha particularidad, se puede hablar perfectamente de una visión del mundo "terrestre", "continental" o incluso "esteparia" (la "estepa" es "tierra" en su estado puro ideal) y de una visión del mundo "marítima", "insular", "oceánica" o "acuática". Señalemos de paso que los primeros indicios de semejante enfoque los encontramos en las obras de los eslavófilos rusos Jomiakov y Kireévski."
 
Antecedentes geopolíticos en España.
 
Haciendo por ahora caso omiso a los avatares históricos de la "geopolítica" en el sentido más riguroso y estricto, podríamos empezar diciendo que la geopolítica es, y debe ser, ante todo un conocimiento propio. (No en balde el "Conócete a tí mismo" es el principio de todo conocimiento.)
España tuvo sus propios conatos geopolíticos avant la lettré, algunos de los cuales, los más destacados, vamos a considerar: el primer bosquejo geopolítico podemos decir que fue trazado por Isabel la Católica en su testamento, custodiado por el Cardenal Cisneros de feliz memoria. Concluida para bien nuestra reconquista había que saltar el estrecho de Gibraltar y anular la amenaza afroislámica, pero en el ínterim se descubrió un mundo y los españoles nos lanzamos sobre él. Poco después el veterano soldado y poeta Francisco de Aldana (muerto en 1578) advirtió nuevamente la amenaza africana, trazando en octavas reales sus negros presagios. El poeta y soldado de Felipe II, el bravo español de Extremadura que cayó en la batalla de Alcazarquivir desapareciendo con el Rey Don Sebastián de Portugal, escribió antes de su partida estas octavas reales a Felipe II:
 
"Mas quiero proponer que no suceda
(así lo quiera Dios) esto que digo;
harto trabajo de pasar nos queda
en que a nosotros baje el enemigo.
Para poder llegar ¿quién se lo veda?,
pues África le da seguro abrigo,
adonde trabarán, por mar y tierra,
con tus puertas de allá temprana guerra.
Entonces la morisma que está dentro
de nuestra España temo que a la clara
ha de salir con belicoso encuentro,
haciendo junta y pública algazara,
y al mismo punto el aquitáneo centro
volver, de Francia, la enemiga cara,
bajando el Pirineo, aunque no sea
a más que a divertir nuestra pelea."
 
En "El Criticón", Baltasar Gracián nos ofrece algunos pasajes muy significativos sobre el carácter de los pueblos y la influencia que los paisajes ejercen sobre el natural de los hombres que los pueblan. "-¿No te parece [España] muy seca, y que de ahí les viene a los españoles aquella su sequedad de condición y melancólica gravedad?". "-¿No te parace que [España] es muy montuosa y aun por eso poco fértil?". "-Está muy despoblada". "-Está aislada entre ambos mares". Y si está "muy apartada del comercio de las demás...", a Gracián le parece que "Aun había de estarlo más, pues todos la buscan y la chupan lo mejor que tiene". Según Gracián, los españoles "tienen tales virtudes como si no tuviesen vicios, y tienen tales vicios como si no tuviesen tan relevantes virtudes".
 
El perfil del español nos lo traza así: Los españoles somos bizarros, "pero de ahí les nace el ser altivos. Son muy juiciosos, no tan ingeniosos; son valientes, pero tardos; son leones, mas con cuartanas; muy generosos, y aun perdidos; parcos en el comer y sobrios en el beber, pero superfluos en el vestir; abrazan todos los estranjeros, pero no estiman los propios; no son muy crecidos de cuerpo, pero de grande ánimo; son poco apasionados por su patria, y trasplantados son mejores; son muy allegados a la razón, pero arrimados a su dictamen; no son muy devotos, pero tenaces de su religión. Y absolutamente es la primer nación de Europa: odiada, porque envidiada".
 
En fin, para Gracián, "hay genio común en las naciones". Y cuando sus personajes, Andrenio y Critilo, cruzan el Pirineo para adentrarse en Francia: "Admiraron con observación aquellas gigantes murallas con que la atenta naturaleza afectó dividir estas dos primeras provincias de la Europa, a España de la Francia, fortificando la una contra la otra con murallas de rigores, dejándolas tan distantes en lo político cuando tan confinantes en lo material".
 
Estos primeros ensayos se verán transformados a finales del siglo XIX en teorías geopolíticas sobre España, en lo interior tanto como en lo exterior, un poco más sólidas.
 
Ángel Ganivet y la apología de los crustáceos.
 
Nacido en Granada el 13 de noviembre de 1865, hijo de Francisco Ganivet Morcillo y Ángeles García de Lara y Siles, a la muerte de su padre en 1875 Ángel Ganivet tuvo que abandonar los estudios, para trabajar como escribiente en una notaría, pero 1880 su jefe le animó a reanudar su educación en el Instituto. En 1885 sacó su Bachillerato con matrícula de honor en todas las asignaturas. En el Instituto de Granada se interesa por las obras de Lope de Vega y empieza a leer a Séneca. Se licencia en Filosofía y Letras en la Universidad de Granada en 1888 y, dos años más tarde, termina la carrera de Derecho.
 
Pasa a Madrid para cursar el doctorado en Letras y se presenta a las oposiciones al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios que ganó, siendo destinado a la Biblioteca del Ministerio de Fomento. Su tesis "Importancia de la lengua sánscrita y servicios que su estudio ha prestado a la ciencia del lenguaje en general y a la gramática comparada en particular" obtuvo el premio extraordinario del doctorado, después de haber sido rechazada por Nicolás Salmerón su primera tesis "España filosófica contemporánea".
 
Frecuentó el Ateneo y, aburrido de su profesión como archivero, intentó hacerse con la cátedra de Griego en la Universidad de Granada. Y conoció a Miguel de Unamuno. En junio de 1892 fue nombrado vicecónsul en Amberes. Residió en Amberes hasta finales de 1895 hasta que se le destinó a Helsingfors (actual Helsinki). Desde Finlandia escribe sus "Cartas finlandesas" (1897) que remite a la "Cofradía del Avellano", grupo intelectual que había sido fundado en Granada. Las cartas de Ganivet se publicaron en "El Defensor de Granada".
 
En Bélgica había conocido la civilización industrial que le pareció repugnante, como el capitalismo moderno que con ella emergía, por lo que adoptó actitudes antidemocráticas que le llevaron al rechazo del socialismo, el liberalismo, la industrialización, el mercantilismo y la técnica. En Bélgica también se preocupa del colonialismo europeo en África, que le lleva a escribir entre 1893 y 1895 la novela "La conquista del reino de Maya, por el último conquistador español Pío Cid".
 
Ganivet se traslada en agosto de 1898 a Riga gravemente enfermo, y el 29 de noviembre de 1898 se suicida, arrojándose al río Dwina.
 
En su "Idearium español" Ganivet se aparta del expansionismo, marginándose del contexto de la época cuando las naciones europeas se habían lanzado frenéticas a la conquista imperialista y colonización del mundo que terminaría confrontándolas trágicamente en la Gran Guerra.
 
La tesis de Ganivet se cifra en "Noli foras ire, in interiore Hispaniae habita veritas" (No vayas fuera, en el interior de España habita la verdad).
 
Podríamos aventurar que esta idea fuerza ganivetiana puede ser no otra cosa que la versión laica de la misma idea del integrismo nocedaliano que se expresó en aquella frase que se hizo famosa: "Ya que no podemos encerrar dentro de sí misma a España para que se salve del universal cataclismo, encerrémonos nosotros dentro de nosotros mismos, no para rechazar a nadie, pero para no transigir con ideas, soluciones, con nada que sea contrario, ni siquiera sospechoso, a nuestros principios, cada vez más intransigentes, es decir, cada vez más firmes en nuestros principios" (Ramón Nocedal y Romea, "Discurso en el Palacio de Ciencias de Barcelona", 20 de noviembre de 1892). No se ha indicado la significativa coincidencia que en algunos puntos muestra el pensamiento ganivetiano con el integrismo nocedaliano.
 
Ganivet es tanto o más elocuente que Nocedal, y cuando lanza su tesis no cree que sea valedera tan sólo para un grupo de personas partidarias de una concepción determianda del mundo, sino que la ofrece con el convencimiento de que esa idea de "interiorizarse" y "enclaustrarse" es válida para toda una nación, la española: "Hay que cerrar con cerrojos, llaves y candados todas las puertas por donde el espíritu español se escapó de España para derramarse por los cuatro puntos del horizonte...". Para él la solución consiste en "la concentración de todas nuestras energías dentro de nuestro territorio".
 
Para Ganivet, España es "por esencia, porque así lo exige el espíritu de su territorio, un pueblo guerrero, no un pueblo militar". No son expresiones sinónimas; el "espíritu militar" (que no es el español) está en la sociedad y es un esfuerzo de organización, mientras que el "espíritu guerrero" (el genuinamente español) está en el individuo y "es un esfuerzo contra la organización".
 
El "espíritu territorial" es concebido por Ganivet como algo constante que por las condiciones geográficas determina el carácter del pueblo que tiene su solar y asiento en ese territorio, "lo exige el espíritu de su territorio". Hay pueblos continentales (Francia), pueblos insulares (Inglaterra o Japón) y pueblos peninsulares (España). En los pueblos continentales lo característico es la resistencia, en los peninsulares la independencia, y en los insulares la agresión.
 
"España -dice Ganivet- es una península, o con más rigor, "la península", porque no hay península que se acerque más a ser isla que la nuestra. Los Pirineos son un istmo y una muralla; no impiden las invasiones, pero nos aíslan y nos permiten conservar nuestro carácter independiente... somos una "casa con dos puertas", y, por lo tanto, "mala de guardar", y como nuestro partido constante fue dejarlas abiertas, por temor de que las fuerzas dedicadas a vigilarlas se volviesen contra nosotros mismos, nuestro país se convirtió en una especie de parque internacional, donde todos los pueblos y razas han venido a distraerse cuando les ha parecido oportuno; nuestra historia es una serie inacabable de invasiones y de expulsiones, una guerra permanente de independencia".
 
La posición geográfica de España la hace fácilmente expugnable. Según Ganivet, "la tendencia natural de Castilla era la prosecución en el suelo africano de la lucha contra el poder musulmán, del que entonces podían temerse aún reacciones ofensivas". La fatalidad quiso que nos encontráramos un continente, el que descubrió sin saberlo Cristóbal Colón, esos territorios del Nuevo Mundo atrajeron "las fuerzas que debieron ir contra África". En ese sentido, Oswald Spengler pensaba que la conquista de América por españoles y portugueses dejó exhausta a la pensínsula, pues "un torrente de hombres, con sangre nórdica, se vierte hacia América". No hay que olvidar que en la consideración de Spengler obran prejuicios racistas que no podemos consentir. Estamos lejos de pensar que lo que quedó en la península, tras la población de América, fue una masa humana que había perdurado a través de celtas, romanos y sarracenos de peor estofa que la que marchó.
 
Para seguir con Ganivet, diremos que el granadino sostenía que el "espíritu territorial" de España es el que ha modelado al español como un "pueblo guerrero" y no como un "pueblo militar", lo hemos dicho más arriba. Los españoles siempre hemos estado prestos a unirnos para dar combate al invasor pero de un modo más espontáneo que organizado. Tanto en la lucha por nuestra independencia desde Numancia hasta el 2 de mayo de 1808, como en las conquistas americanas el pueblo español ha mostrado ser un pueblo de guerreros y guerrilleros que secundan con devota fidelidad ibérica a Viriato y al Cid Campeador. "Para nuestras empresas en América no fue necesario cambiar nada, y los conquistadores, en cuanto hombres de armas, fueron legítimos guerrilleros, lo mismo los más bajos que los más altos, sin exceptuar a Hernán Cortés". El pueblo español no se organiza, es "un pueblo que lucha sin organización". Remedando a Ernst Jünger, podríamos decir que el anarquismo echó raíces en España por la íntima constitución del hombre ibérico que, antes que anarquista podríamos decir que es un anarca a la manera jungueriana.
 
Esa falta de capacidad organizativa constituye un punto débil, y a su vez un punto fuerte. Pero el punto más fuerte es nuestro autoconocimiento: "El peninsular conoce asismismo cuál es el punto débil de su territorio, porque por él ha visto entrar siempre a los invasores; pero como su espíritu de resistencia y previsión no ha podido tomar cuerpo por falta de relaciones constantes con otras razas, se deja invadir fácilmente, lucha en su propia casa por su independencia, y si es vencido se amalgama con sus vencedores con mayor facilidad que los continentales".
 
Don José De Yanguas Messía.
 
Nacido en Linares, descendiente de Rui Díaz de Yanguas, caballero calatravo portaestandarte en la Batalla de las Navas de Tolosa, D. José de Yanguas Messía era hijo del jurisconsulto D. José de Yanguas Jiménez y de Doña Luisa Gómez Vizcaíno.
 
El 6 de abril de 1918 la "Gaceta de Madrid" publicaba el nombramiento de D. José de Yanguas Messía como catedrático de Derecho Internacional en la Universidad de Valladolid. Cursó el Bachillerato en el Instituto de Baeza y estudió en la Real Universidad libre del Escorial. Una vez licenciado y doctorado, fue pensionado por la Junta para ampliar estudios en Francia y Bélgica, investigando la política colonial europea, pasando por las aulas de la Sorbona y bajo el magisterio de Pillet y Weiss. La Gran Guerra interrumpió sus estudios y regresó a España, aquí redactó su "Expansión en África" y "El Estatuto Internacional en Marruecos", interesantes trabajos a los que no hemos podido acceder sino por noticias indirectas de uno de sus más eminentes discípulos, el tosiriano D. Miguel Arjona Colomo (1913-1975) que nos dejó escrito un libro cuyo título es "Personalidad humana y científica de José de Yanguas Messía". Cualquiera que quisiera adentrarse en el mundo de la geopolítica española de principios del siglo XX tendría que acudir a la obra de Yanguas Messía.
 
Geopolítica de Valle-Inclán.
 
Más accesibles son los libros de Ramón María del Valle-Inclán. Comúnmente se le considera no más que carlista estético, pero allá por 1909 sostenía, en la más ortodoxa línea foralista, que los nacionalismos periféricos no constituían un serio problema para la unidad de España, si ésta los asumía secundando la riquísima y secular tradición foralista. ¡Felices tiempos en los que podía decirse que los nacionalismos periféricos no eran un problema para España y decirlo sin hacer el ridículo más calamitoso! El dramaturgo gallego creía que el único nacionalismo salvador sería el que estuviera informado por la tradición, entendida como los carlistas la entendían. Sosteniendo semejantes tesis tendríamos que revisar la versión político-correcta que de Valle-Inclán se nos hace, sospechando que, después de dedicar al carlismo su trilogía "Las guerras carlistas" y pensar en comunión con él, no sólo sea un carlista estético, por más estrafalario que nos parezca.
 
Pero, claro es, de Valle-Inclán uno no puede fiarse. Conocidas son sus inclinaciones por el esoterismo y su pertenencia militante en la perniciosa secta de la Sociedad Teosófica. Sus bandazos políticos son similares a los de otros compañeros de esa generación que al menos Azorín llamó del 98. Valle-Inclán muestra una flexibilidad en sus opiniones políticas capaz de desquiciar a cualquier ortodoxo. El genial escritor tiene una relación tan desenfadada con las palabras que nos puede parecer un irresponsable cuando no un perverso.
Valle-Inclán siente una falta atracción por el socialismo diciendo, en diciembre de 1927, que "Todo liberalismo, si tiene una visión de porvenir político del mundo, debe hacerse socialista". (Cosa que no nos parece tan descabellada). Y Valle-Inclán es el mismo cuando venera a Lenin que cuando ensalza a Mussolini.
 
El dictador que España necesita, en opinión de Valle-Inclán, "ha de tener todas las virtudes inherentes a un político universal, sobre todo austeridad, energía, sentido histórico y la virtud del silencio. ¡Tiene que ser un taciturno!". ¿Se convierte Valle-Inclán -con estas palabras pronunciadas en 1931- en profeta de ese "cirujano de hierro", paisano suyo, que fue Francisco Franco Bahamonde?
De Valle-Inclán no hay que fiarse mucho, pero tampoco hay que dejarlo de lado, desdeñando algunas de sus ideas.
 
Valle-Inclán nos ha dejado algunos pensamientos que podemos llamar "geopolíticos", aunque nunca madurados, sino derramados en su obra, principalmente en las entrevistas que concedió a periodistas que se acercaban a él con una mezcla de expectación y escepticismo.
 
En cuanto a su "geopolítica española exterior" podríamos apuntar que toda ella atiende a fijar la mirada en la América hispánica. Valle-Inclán insistirá en esa idea: España tiene que aspirar a una cada vez mayor ascendencia sobre Iberoamérica. La perdida influencia española sobre sus hijos emancipados ha de ser restituida, para ello Valle-Inclán cuenta con la fraterna reintegración de Portugal en la unidad ibérica.
 
En cuanto a la "geopolítica española interior" nuestro esperpéntico personaje nos ha legado una idea: la que llamaremos como él la llamó, la Teoría de las Cuatro Regiones. Se trata de una teoría que esbozó, pero que no desarrolló con la amplitud debida. Pese a ello, la Teoría de las Cuatro Regiones será repetida por el dramaturgo de luenga barba. En una entrevista concedida al diario El Sol, en 1931, llegará a afirmar que el problema de los regionalismos quedaría resuelto "Con mi teoría de siempre".
 
En agosto de 1924 llegará a confiarle a Rivas Cherif, en una entrevista concedida al periodista para el Heraldo de Madrid, su Teoría de las Cuatro Regiones. Valle-Inclán nunca las llamó "cantones", sino Departamentos o Regiones.
 
"Para salvar a España no hay más que volver al concepto romano. La visión de los civilizadores romanos es la única que se ajusta todavía a la realidad de la Península. Cuatro grandes regiones: la Tarraconense, la Bética, la Lusitania y Cantabria; no hay más. Cambie usted la sede capital de Tarragona a Barcelona, conserve usted a Sevilla y Lisboa su supremacía secular y natural, confiérase a Bilbao de derecho la capitalidad que de hecho ostenta en el Norte, atribúyase a esas regiones, históricamente racionales, la autonomía necesaria, y entonces Madrid tendría el valor y la fuerza de un verdadero centro federal. Cataluña vería así cumplidas sus aspiraciones máximas, dentro de la gran Iberia; Portugal, acrecido en sus límites naturales con Galicia, aportaría a la federación la fuerza económica de su imperio colonial. Lo que habría es que encargar a geógrafos e historiadores la delimitación racional de esas grandes comarcas ibéricas. Entonces, y sólo entonces, podría España aspirar a restaurar su influencia moral en América. ¿No habría modo de constituir un gran partido federalista, sustentado por esa gran idea común, sin perjuicio, claro, de que cupiese dentro de él una división de derecha e izquierda, para la actuación política?".
 
A primeros de junio de 1931 la Teoría de las Cuatro Regiones vuelve a aparecer, ahora en el diario El Sol. Valle-Inclán se la comenta a cierto periodista con quien departe. Será el mismo periodista que lo ha atendido quien comentará sobre el particular:
 
"Fue un deleite seguir oyendo hablar a don Ramón del Vallé-Inclán. ¡Lección emocionada de Geografía y de Historia de España eran sus palabras! ¡Le vimos trazar la teoría de los cuatro grandes cantones, de los cuatro grandes cantones romanos: el tarraconense, con Barcelona; el cántabro, con Bilbao; el lusitano, con Lisboa, y el bético, con Sevilla! ¡Cuatro grandes cantones por los cuales iba toda la Península, toda Hispania, a verterse en el mar! Sobre éste y otros temas dijo palabras de agudísimo ingenio."
 
En noviembre de 1931 será el mismo Valle-Inclán el que exponga nuevamente esta curiosa teoría a Francisco Lucientes, esta vez para los lectores de El Sol. Preguntado por su opinión sobre los regionalismos, el Marqués de Bradomín responde:
 
"-Con mi teoría de siempre: hay que integrar el espíritu peninsular como fue concebido por los romanos. Es lo acertado. Dividir la Península en cuatro departamentos: Cantabria, Bética, Tarraconense y Lusitania. Esto, queramos o no, es así. En la Península sólo hay cuatro grandes ciudades: Bilbao, que es Cantabria; Barcelona, que es la Tarraconense; Sevilla, que es la Bética, y Lisboa, que es la Lusitania. Cada gran ciudad a un mar: el Cantábrico, el Atlántico, el Mediterráneo."
 
Francisco Lucientes nos revela que, tras decir esto: "Don Ramón, se queda un minuto silencioso, sin duda porque no halla el mar de Sevilla, y porque el Guadalquivir no le parece todo lo importante que pide el gran lienzo. Se recobra pronto, y con esa gran facilidad que tiene para urdir fantasías, repite la anterior enunciación:
 
-...el Cantábrico, el Atlántico, el Mediterráneo y... el mar Africano. ¡"Ezo", el mar Africano! Dividida la Penísnual en cuatro departamentos, podría hacerse una altísima confederación de mares, y por el Pacífico y Acapulco reanudar el gran comercio con el Extremo Oriente, a base de Filipinas. ¡Pero "zi" es lo eterno! Lo eterno es el pensamiento, la ética y la estética peninsulares. No entro en el debate de dialectos y lenguas aunque sí sé que lo único que mantiene entre los hombres la unidad es el verbo de comunicación".
En cuantro al "Mar Africano" diremos que, pese a estar en otro contexto, Azorín ya había apuntado que "se puede decir con plena exactitud que España llega hasta el Atlas".
 
Es de suponer que en Valle-Inclán el número 4, por su intrínseco simbolismo, tendría que relacionarse con las cuatro direcciones del espacio así como con el Tetramorfos. Puestos a fantasear con Valle-Inclán, pudiera ser de su agrado que asignáramos a cada una de estas cuatro regiones uno de los cuatro evangelistas, y así el Tetramorfos estaría completado.
 
Falló la vertebración de esa España que soñaba Valle-Inclán, faltó la capacidad y la voluntad políticas. Pero por excéntrico que nos parezca, en Valle-Inclán latía no sólo imaginación propensa al delirio, sino que eran las suyas inspiraciones que infundía un patriotismo sincero no exento de pretensiones imperialistas impensables en estos tiempos crepusculares en que nos encontramos.
 
La Península de dos puertas de guardar está siendo invadida incluso por sus ventanas y balcones. Establecido el puente aéreo entre Canarias y la Península, nuestros impuestos facilitan la entrada de avalanchas de inmigrantes que se derraman por España. Si Ganivet no se equivocaba al señalar nuestro carácter peninsular como despreocupado ante toda invasión, los españoles seremos tardos en reaccionar. Si Ganivet se equivocaba, nuestros pésimos políticos -los mejores aliados de nuestros invasores- y la anestesia a la que estamos sometidos harán lo propio para terminar dándole la razón a Ganivet, lo cual será fatal para España y para los españoles.
 
La morisma está dentro, mi capitán Aldana, y harto trabajo de pasar nos queda. A este paso podemos aventurar que los españoles tal vez tengamos que saltar el estrecho y colonizar África para poner nuestra casa en el Atlas. Sólo un hombre universal, con sentido histórico, austero, enérgico y taciturno podrá salvarnos.
               

jueves, 22 de agosto de 2013

SABED, ESPAÑOLES

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"Sabed, españoles, que la gloriosa España de otro tiempo no valdrá absolutamente nada al lado de la España que pueden forjar un día vuestras manos (…) Guardaos de atraer sobre España las grotescas caravanas de ricachones cosmopolitas que pasean su snobismo ignorante, su inquieta tontería (…) Emplead las últimas fuerzas y riquezas en la construcción del Futuro."

Filippo Tommaso Marinetti.

AMAMOS A CATALUÑA

File:Aragon Arms.svg

"Yo me alegro, en medio de todo ese desorden, de que se haya planteado de soslayo el problema de Cataluña, para que no pase de hoy el afirmar que si alguien está de acuerdo conmigo, en la Cámara o fuera de la Cámara, ha de sentir que Cataluña, la tierra de Cataluña, tiene que ser tratada desde ahora y para siempre con un amor, con una consideración, con un entendimiento que no recibió en todas las discusiones. Porque cuando en esta misma Cámara y cuando fuera de esta Cámara se planteó en diversas ocasiones el problema de la unidad de España, se mezcló con la noble defensa de la unidad de España una serie de pequeños agravios a Cataluña, una serie de exasperaciones en lo menor, que no eran otra cosa que un separatismo fomentado desde este lado del Ebro.


Nosotros amamos a Cataluña por española, y porque amamos a Cataluña la queremos más española cada vez, como al país vasco, como a las demás regiones. Simplemente por eso porque nosotros entendemos que una nación no es –meramente el atractivo de la tierra donde nacimos, no es esa emoción directa y sentimental que sentimos todos en la proximidad de nuestro terruño, sino, que una nación es una unidad en lo universal, es el grado a que se remonta un pueblo cuando cumple un destino universal en la Historia. Por eso, porque España cumplió sus destinos universales cuando estuvieron juntos todos sus pueblos, porque España fue nación hacia fuera, que es como se es de veras nación, cuando los almirantes vascos recorrían los mares del mundo en las naves de Castilla, cuando los catalanes admirables conquistaban el Mediterráneo unidos en naves de Aragón, porque nosotros entendemos eso así, queremos que todos los pueblos de España sientan, no ya el patriotismo elemental con que nos tira la tierra, sino el patriotismo’ de la misión, el patriotismo de lo trascendental, el patriotismo de la gran España.


Yo aseguro al señor presidente, yo aseguro a la Cámara, que creo que todos pensamos sólo en esa España grande cuando la vitoreamos o cuando la echamos de menos en algunas conmemoraciones. Si alguien hubiese gritado muera Cataluña, no sólo hubiera cometido una tremenda incorrección, sino que hubiera cometido un crimen contra España, y no sería digno de sentarse nunca entre españoles. Todos los que sienten a España dicen viva Cataluña y vivan todas las tierras hermanas en esta admirable misión, indestructible y gloriosa, que nos legaron varios siglos de esfuerzo con el nombre de España".



José Antonio Primo de Rivera

XAN

File:Rosalia.jpg
Rosalia.jpg


XAN

Rosalía de Castro

"Xan vai coller leña ó monte,
Xan vai a compoñer cestos,
Xan vai a poda-las viñas,
Xan vai a apaña-lo esterco,
e leva o fol ó muíño,
e trai o estrume ó cortello,
e vai á fonte por augua,
e vai á misa cos nenos,
e fái o leito i o caldo...
Xan, en fin, é un Xan compreto,
desos que a cada muller
lle conviña un polo menos.
Pero cando un busca un Xan,
casi sempre atopa un Pedro.

Pepa, a fertunada Pepa,
muller do Xan que sabemos,
mentras seu home traballa,
ela lava os pés no rego,
cátalle as pulgas ó gato,
peitea os longos cabelos,
bótalles millo ás galiñas,
marmura co irmán do crego,
mira se hai ovos no niño,
bota un ollo ós mazanceiros,
e lambe a nata do leite,
e si pode bota un neto
ca comadre, que agachado
traillo en baixo do mantelo.
E cando Xan pola noite
chega cansado e famento,
ela xa o espera antre as mantas,
e ó velo entrar dille quedo:
-Por Dios non barulles moito...
que me estou mesmo morrendo.
-¿Pois que tes, ña mulleriña?
-¿Que hei de ter? Deita eses nenos,
que esta madre roe en min
cal roe un can nun codelo,
i ó cabo ha de dar comigo
nos terrós do simiterio...
-Pois, ña Pepa, toma un trago
de resolio que aquí teño,
e durme, ña mulleriña,
mentras os meniños deito.

De bágoas se enchen os ollos,
de Xan ó ver tales feitos;
mas non temás, que antre mil,
n'hai máis que un anxo antre os demos,
n'hai máis que un atormentado
antre mil que dan tormentos."

miércoles, 21 de agosto de 2013

EXCURSO SOBRE ESPAÑA Y SU IMPERIO (A LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO)



El río Betis a su paso por Sevilla, abundante de galeones que venían de las Américas
 
 
 ¿FUE AMÉRICA PARA ESPAÑA “EL DORADO”?

Manuel Fernández Espinosa

 
Dedicado a mi amigo sevillano,
Antonio Moreno Ruiz, transterrado en América.
 
 
El presente artículo puede ser leído a modo de excurso de LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO, pues aunque no continuamos aquí la exposición de esos fundamentos y su evolución (cuestión histórica propiamente británica aunque vinculada a nuestro destino), en estas líneas presentamos una introducción a lo que sería un tema digno de estudiar más a fondo de lo que a día de hoy se ha hecho. Con persistencia cansina se oye a extranjeros y propios repetir que España fue poco menos que un ave rapaz que cayó sobre su presa americana. Es así como los victimismos más impresentables se insolentan contra España y persuaden con sus lacrimógena e intolerable milonga a los occidentales desinformados, reblandecidos, sentimentales, amenciados e idiotizados que hoy en día son mayoría abrumadora.

Es una constante advertida por el observador español (en menor grado le ocurre lo mismo al portugués) que en cualquier conversación, por insignificante que ésta sea, con un hispanoamericano del común, si el nombre de España sale a relucir, el hispanoamericano con harta frecuencia recurra al “mito de la codicia española” descalificando el papel de España en la Historia Universal. Con el “mito de la crueldad española”, el de la “codicia española” forma parte de la galaxia de mitos que forman la leyenda negra de España que hace execrable su papel descubridor, conquistador y colonizador de América. Estos mitos están bien arraigados en el imaginario hispanoamericano (huelga decir que muchos hispanoamericanos –los más cultos y mejor informados- no comparten esa percepción de una España exclusivamente interesada en las riquezas de América (oro, plata…) y que estos mismos no participen de la visión de unos conquistadores españoles genocidas y crueles).

En Europa (incluso en España; en donde la política de enseñanza está pésimamente orientada en lo que a patriotismo se refiere) se ha impuesto la leyenda negra contra España (sobre todo en cuanto a su actuación en América. Como todo el mundo sabe el otro tema estelar es la Inquisición). Incluso un alemán como Ernst Jünger (que no fue hostil a España, sino que todo lo contrario mostró simpatías –políticamente incorrectas- por la edad heroica de España) llega a incurrir en el manido mito de la codicia española, así en “La emboscadura” escribe: “Aquí se corre el peligro de padecer la suerte de aquellos españoles mandados por Hernán Cortés a los que, en la “Noche triste”, arrastró al fondo de las aguas el peso del oro del que no quisieron separarse”. En Alemania, al igual que en muchas otras naciones europeas, la leyenda negra contra España fue propalada sirviéndose, sobre todo, de la “Destrucción de las Indias” de Bartolomé de las Casas: los nazis, por ejemplo, difundieron en 1936 una traducción de esta ignominiosa obra contra España bajo el título libre de “Im Zeichen des Kreuzes. Die “Verwüstung Westindiens, d. h. die Massenausröttung der süd- und mittelamerikanischen Indianer nach der Denkschrift des Bartolomäus de Las Casas, von 1552” (“Bajo el signo de la Cruz. La “Devastación de las Indias Occidentales”, esto es: el exterminio en masa de los indios del sur y Centroamérica según el testimonio de Bartolomé de Las Casas, Obispo de Chiapa, de 1552”). En el título se desliza la intencionalidad anticristiana que late en la traducción. 

Pero volviendo a lo que nos interesa. La leyenda negra contra España ha penetrado precisamente allí donde sus promotores querían que calara: en Hispanoamérica. En los Liceos uruguayos, nos comentaba un uruguayo nada sospechoso de hostilidad contra España, se les enseña desde niños que los españoles teníamos como único y exclusivo afán el de arrebatar los recursos naturales de América, con especial predilección nuestra por los metales preciosos. Es prácticamente el estribillo recurrente que puede escucharse en América a poco que uno se refiera a España –bien lo saben todos nuestros compatriotas que han estado allá o allá se encuentran. Con el auge del indigenismo la leyenda negra antiespañola se convierte en uno de los grandes hontanares de aguas corrompidas a las que remover cada vez que se alienta un conflicto contra el ayer y hoy debilísimo, acomplejado y anémico “gobierno español”.

En cambio, al margen de esta propaganda calumniosa y vil contra España, debiéramos preguntarnos: ¿qué percepción tenían los españoles de aquellos siglos imperiales sobre lo que todo el mundo, al parecer, reputaba como un colosal golpe de fortuna en lo que a riquezas se refiere?

Es una pregunta legítima, puesto que todos los detractores de España alegan continuamente los tesoros que España acumulaba a costa de la explotación de las minas de Potosí, por ejemplo. En las invectivas extranjeras contra el oro indio que succionaba España podemos vislumbrar la envidia en latencia. Christopher Marlowe –citado en nuestro artículo LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO- no puede refrenar en varios pasajes de su obra dramática -“La trágica historia de la vida y muerte del Doctor Fausto”- lo que más ambiciona el círculo íntimo de Fausto (que pudiera ser interpretado como prototipo de las ansias imperialistas inglesas), patentizando los intereses que espoleaban a Inglaterra. Así dice un personaje:
 
 
“De Venecia han de traernos bajeles repletos,
y de América el vellocinio de oro que todos los años
llena las arcas del viejo rey Felipe.”

 
El “viejo rey Felipe” es Felipe II de España.

Si esto fue tal y como imaginaron los detractores de España, la percepción de los españoles sobre la llegada de los galeones cargados de oro tendría que ser unánimemente positiva. Desde luego que las toneladas de oro y plata, así como las bodegas llenas de maravillas de ultramar, tendrían que ser celebradas -por los españoles de toda condición y juzgando a simple vista- como señales tangibles de una especial providencia de Dios para con España. Sin embargo, la lectura de nuestros clásicos españoles nos dice lo contrario y bien temprano. Los estudios histórico-económicos de la época demuestran que algunos economistas españoles, como Martín de Azpilcueta, indican que este torrente metálico (Azpilcueta enfatizaba la plata americana) estaba relacionado, en gran medida, con la subida de los precios, que ya habían comenzado a elevarse durante la primera mitad del XVI (y nótese aquí que no nos interesa la causa real del alza de los precios, sino que Azpilcueta, doctor en la Universidad de Salamanca, pudiera plantear este asunto). Pero no sólo se atribuyó a la plata procedente de América el alza de los precios (en España y en Europa), sino que en el año 1600 otro español, Martín de Cellorigo, incluye el descubrimiento de América y sus efectos como una de las razones que explicarían, además de las alteraciones monetarias, la despoblación, y la decadencia de la agricultura, el comercio y la industria peninsulares.
 
Retrato idealizado de Martín de Azpilcueta, el llamado "Doctor Navarro" de la Universidad de Salamanca.

Podría decirse que, después de todo, no era más que la opinión de círculos muy reducidos de especialistas en economía de la época. Pero no es así.  La mayoría de los españoles cultos de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX mantuvieron un gran recelo en lo que respecta a la aventura española en América y esto lo podemos encontrar en la literatura de la época, desde los tratados políticos hasta la poesía del Siglo de Oro. 

El padre de la Compañía de Jesús, Pedro de Rivadeneyra (1526-1611) escribe en su “Tratado de la religión y virtudes que debe tener el príncipe cristiano para gobernar y conservar sus Estados. Contra lo que Nicolás Machiavelo y los políticos de este tiempo enseñan” (Madrid, 1595) que:

“La comunicación tan grande de naciones extranjeras, la abundancia de oro y plata, y piedras, y especierías, y regalos que han venido de las Indias, la mala y natural inclinación que tenemos al deleite, el no haberse atajado al principio los nuevos y viciosos usos, han trocado las costumbres e introducido una educación mujeril, delicada y regalada, y muy contraria a la educación dura y severa de nuestros antiguos”.

Rivadeneyra no escribe desde la economía –que en aquel entonces no era la "ciencia" que hoy es, ésta que confina con la ciencias ocultas como la astrología en sus horóscopos y con la matemática aplicada en su lenguaje esotérico. Aunque pudiera tener a mano los textos de Azpilcueta, lo que late en este pasaje es un antiguo lugar común de la literatura latina. Para ello hay que ir al poeta satírico Décimo Junio Juvenal (año 60 d. C. – 128 d. C.) que en su “Sátira VI” enuncia una idea que se anticipará a todas las teorías del ciclo y declive de los imperios. Los versos de Juvenal son estos:

“Nullum crimen abest facinusque libidinis ex quo
Paupertas Romana perit”.

 
“Ningún crimen ni aberración sexual nos falta en Roma,
Desde que en Roma pereció la pobreza”.

 
Este motivo de Juvenal resuena en los españoles cultos que, desde el moralismo más intransigente, creyeron ver precisamente la causa de una corrupción de costumbres -como nunca la hubo antes en España- en los tesoros que traía nuestra flota desde el Nuevo Mundo a la Península Ibérica. A esto se le podía sumar la despoblación que causaba la emigración de peninsulares a América, abandonándose en consecuencia nuestros núcleos rurales y los campos; es un lamento que se prolonga a lo largo de siglos hasta el mismo día de hoy. Pero las riquezas americanas que vienen a España serán el objetivo de las invectivas y siempre  excitará el recelo de los más avisados. El vate e historiador Bartolomé Leonardo de Argensola (1562-1631) también embiste contra los lisonjeros cargamentos de metales preciosos que nos traen los galeones cuando, dando consejos a un amigo, sobre la educación de los niños, dice:

“Haz que en sus aposentos no consienta
Un paje disoluto; ni allí suene
Canción de las que el vulgo vil frecuenta;

Canción que de Indias con el oro viene,

Como él, a afeminarnos y perdernos,

Y con lasciva cláusula entretiene”.

 

Como no podía ser menos, Francisco de Quevedo (1580 – 1645), siempre vigilante y en guardia contra los signos de la decadencia española, fue más duro todavía en su juicio –no ya sobre las riquezas corruptoras- sino sobre el mismo sentido del descubrimiento de América, al poner en boca de un indio chileno –que le responde a unos holandeses que trataban de allegar a los indios contra España- estas duras palabras:

“Los cristianos dicen que el cielo castigó a las Indias porque adoraban a los ídolos, y los indios decimos que el cielo ha de castigar a los cristianos porque adoran a las Indias. Pensáis que lleváis oro y plata y lleváis invidia (sic) de buen color y miseria preciosa”
(“La hora de todos y la fortuna con seso”, XXXVI: Los de Chile y los holandeses)

Por último, en este recorrido epidérmico por la literatura española que recela de las riquezas de las Indias, puede figurar Diego Saavedra Fajardo (1584-1648) que es tal vez el más acérrimo censor de las riquezas extraídas de América y traídas a España. Saavedra Fajardo halla en ellas la causa de toda la decadencia que tiene postrado al país por haber fomentado la emigración en pos de El Dorado y, por consecuencia, en España (se vuelve a repetir la letanía), la despoblación así como la desidia en todos los sectores económicos.

“Admiró el pueblo en las riberas de Guadalquivir aquellos preciosos partos de la tierra, sacados a luz por la fatiga de los indios y conducidos por nuestro atrevimiento e industria; pero todo lo alteró la posesión y abundancia de tantos bienes”.

Saavedra Fajardo airea este mismo tema varias veces en sus obras, dedicando un comentario amplio -sobre lo que representó el descubrimiento de América y la introducción de sus riquezas para España- en la Empresa LXIX -cuyo lema reza “Ferro et Auro”- de sus “Idea de un príncipe político christiano representada en cien empresas” (1642).

En el siglo XVIII y en el XIX no faltarán hombres de letras españoles que repitan estas ideas con leves matizaciones. Lo que podemos llamar ilustrados españoles, aunque es cierto que casi todos defenderían a España de la leyenda negra que le han fabricado sus enemigos (así Feijóo, Cadalso o Jovellanos) apenas serán conscientes de la significación del descubrimiento, conquista y evangelización de América por España y en muchos casos volverían a insistir en todos los males que nos acarreó a España el habernos encontrado con el Nuevo Mundo. Y, por ende, cuando ya se haya verificado la liquidación de los últimos vestigios de nuestro Imperio, léase a Ángel Ganivet, el más clarividente de su generación.
 

 

En este excurso he tratado de mostrar, con el testimonio irrefutable de grandes literatos españoles, que el mito de la “codicia española” no puede arrojársenos a los españoles todos, por más que le pese al simplismo insostenible de aquellos hispanoamericanos a los que la propaganda antiespañola ha inculcado el odio y el desdén por España, a expensas de un estereotipo de conquistador español en todo deformado, a lo largo de los siglos de difamación contra España. Y esa difamación difundida por nuestros enemigos multiseculares declara los sucios intereses que los movían que no eran otra más que la envidia y la ambición. No puede lanzársenos esa acusación (por mucho que hubiera españoles codiciosos) en tanto que nuestras elites culturales peninsulares sostuvieron un recelo casi permanente en lo que hace a la valoración de las riquezas que pudieran estar extrayéndose en tierras hispanoamericanas.

Tal vez este excurso también sirva para refrenar los delirios de algunos españoles que sostienen una imagen muy equivocada de lo que fue nuestro Imperio, al pensar –con prejuicios supremacistas y racistas- que lo nuestro fue un burdo imperialismo interesado no más que en expoliar las materias primas de nuestras posesiones de Ultramar, conquistadas por derecho de guerra, lo cual no se puede aplicar con justicia al caso de España como sí es una acusación que puede hacerse a todos los imperialismos europeos del siglo XIX, guiados por el ultranacionalismo, el pragmatismo, el materialismo y el progresismo.

Nuestra elite intelectual peninsular llegó a plantearse muy en serio si el descubrimiento del Nuevo Mundo (con sus riquezas todas) fue algo positivo o negativo para España. La mayoría de las voces que respondieron a esta cuestión lo hicieron de un modo difícil de imaginar para cualquiera que se deje arrastrar por leyendas negras o leyendas rosas: nuestros economistas, nuestros tratadistas políticos, nuestros poetas juzgaron que, lejos de ser algo favorable para España, el encuentro con América resultó ser más desventajoso para nosotros de lo que supone la leyenda negra instalada en los países iberoamericanos.

Y ahí queda eso.

BIBLIOGRAFÍA:

Ernst Jünger, "La emboscadura", Editorial Tusquets, año 1993.

Christopher Marlowe, "La trágica historia de la vida y muerte del Doctor Fausto", Cátedra Letras Universales, año 1993.

Pedro de Rivadeneyra S. J., "Tratado de la religión y virtudes que debe tener el Príncipe Cristiano para gobernar y conservar sus estados contra lo que Nicolás Maquiavelo y los políticos de este tiempo enseñan", Editorial Sopena Argentina, S. R. L., año 1942.

Juvenal, "Sátiras" (hay una traducción muy recomendable al español -pero sin su original latino- en la Biblioteca Básica Gredos: Juvenal y Persio, "Sátiras", introducciones generales de Rosario Cortés Tovar y traducción y notas de Manuel Balasch, año 2001). Sin duda que en español la Biblioteca Gredos es la más recomendable en autores clásicos griegos y latinos.

Bartolomé Leonardo de Argensola, "Rimas" (2 volúmenes), Espasa-Calpe, año 1974.

Francisco de Quevedo, "Los sueños" (existen muchas ediciones, en el cuerpo del texto se precisa el lugar exacto de donde extraigo la cita).

Diego Saavedra Fajardo, "Empresas políticas", Planeta Autores Hispánicos, año 1988.

Ángel Ganivet, "Idearium español con El porvenir de España", edición de Inman Fox, Espasa Calpe, año 1990.

Valentín Vázquez de Prada, "La crisis del humanismo y el declive de la hegemonía española", tomo VIII de la Historia Universal de EUNSA.

martes, 20 de agosto de 2013

DUGUIN: PROFETA DE EURASIA

Alexander Duguin
 
Alberto Buela


Alexander Duguin (Moscú, 1952) se ha transformado hoy en el más significativo geopolitólogo ruso. Inscripto en la ideología nacional bolchevique del estilo de Ernst Niekisch sostiene un socialismo de los narodi. Esto es, un socialismo de los pueblos, despojado de todas las taras modernas como su materialismo, su ateísmo y su ilustración. Su teoría geopolítica es la construcción de un gran espacio euroasiático con centralidad en Rusia. En este libro que comentamos, traducción al portugués de Aganist the west (2012), se va a ocupar en primer lugar de qué entiende por Occidente, que a partir del nacimiento de la modernidad, pasando por sus distintas etapas - Renacimiento, Nuevo Mundo, Reforma, Revolución francesa, Revolución bolchevique, Transformación tecnológica, Globalización – se ha ido transformando en el criterio normativo del mundo. El proceso de modernización tiene dos caras, una exógena que no emerge de las necesidades de los pueblos y otra, endógena, que es un principio interno que no puede ser negado. La primera ha servido para la colonización y dominio de los pueblos, en tanto que la segunda surgió como una necesidad natural. En cuanto a la globalización: representa el último punto de realización práctica de las pretensiones fundamentales de Occidente a la universabilidad de su experiencia histórica y de sus valores. A la tesis de “Rusia, país europeo” va a oponer la tesis “Rusia-Eurasia como una civilización opuesta tanto Occidente como a Oriente”.

Apoyándose en la idea “gran espacio” (1939) de Carl Schmitt y teniendo como antecedente la Doctrina Monroe (1823) propone recuperar la idea de imperio. Sostiene que la Doctrina Monroe nació como una idea anticolonialista y se fue transformando en una propuesta colonialista. Para nosotros, americanos del sur, tal Doctrina fue siempre colonialista cuyo enunciado real fue desde un comienzo: América para los norteamericanos. El concepto de imperio que se propone va más allá de los contextos históricos o políticos en que se haya dado y no se limita solo a una dimensión física ni a la presencia de un emperador. Eso sí, el imperio exige un estricto centralismo administrativo y una amplia autonomía regional: El imperio es la mayor forma de humanidad y su mayor manifestación.

Cuando entre los imperios nombra el imperio comunista de la URSS y al imperio liberal de los EUA, y los pone a la misma altura que los imperios romano o autro-húngaro, Duguin no realiza la distinción entre imperio e imperialismo. Así, el imperio impone pero deja valores que le son propios (lengua, instituciones), mientras que el imperialismo es la imposición de un Estado sobre los otros para su explotación lisa y llana. El imperialismo deja solo desolación, en tanto que el imperio abre un mundo desconocido a sus dominados.

Un comentario especial merece su caracterización del conservadorismo, donde se ve la influencia de Alain de Benoist, seguramente el más original pensador francés vivo. El conservador no quiere conservar el pasado por ser pasado, según se lo define habitualmente, sino que pretende conservar del pasado lo constante, lo perenne. Y eso, porque no tiene una visión diacrónica de la historia sino sincrónica. El sentido del ser, de lo que es y existe no se apoya para él en la ideas de movimiento (pasado, presente, futuro) donde las cosas nos hacen un llamamiento desde el futuro bajo la idea de progreso, como sucede con el iluminismo, el modernismo y, hoy, el progresismo, sino que el sentido de las cosas hay que buscarlo en lo constante, en lo que permanece. El ser tiene una primacía sobre el tiempo; lo comanda y predetermina su estructura: el tiempo se da en el seno del ser como acontecimiento apropiador del ser. La conclusión política del conservadorismo ha dado lugar a la “cuarta teoría política”, pues así como en el siglo XX se dieron la primera teoría política con el liberalismo, la segunda con el marxismo, la tercera con el nazismo hoy, a comienzos del siglo XXI, hace su aparición la “cuarta teoría política” que hunde sus raíces en la revolución conservadora alemana del período entre guerras y que tuvo como exponentes, entre otros, a Moeller van der Bruck, Carl Schmitt, los hermanos Jünger, Martín Heidegger, von Solomon, von Papen, Werner Sombart, Stefan George que no se pudo plasmar en una práctica política concreta.

El imperio eurasiano propuesto por Duguin con Rusia como centro y cabeza que: debe pensar y obrar imperialmente, como un poder mundial que tenga opinión sobre todo hasta los lugares más distantes del planeta, tiene “carácter civilizatorio” nos parece ambicioso, pero no inverosímil. Nosotros creemos, y hemos intentado mostrar a través de múltiples trabajos, que las ideas de gran espacio y de imperio, en este caso, se unifican en la idea de “ecúmene”, que como la Hélade para los griegos, la romanitas para los romanos, o la hispanidad para los españoles, designan los grandes de tierra habitados por hombres que comparten entre sí, lengua, usos, costumbres, creencias y enemigos comunes. Y en este sentido sostenemos que el mundo es un pluriverso compuesto por varias ecúmenes entre las que se destaca, para nosotros, la iberoamericana. Finalmente, toda la última parte del libro va ha estar ocupada en asuntos internos y temas casi exclusivamente rusos, de los que no nos encontramos capacitados para juzgar: la relación de Rusia con Ucrania, la filosofía del narod y su patriotismo erótico, el arcano roxo de Rusia, la estructura sociogenética de Rusia e intereses y valores post Tskhinvali. Queremos felicitar a los traductores brasileños por este trabajo, que acerca al mundo luso e hispano hablante a un geopolitólogo de valía, prácticamente desconocido en nuestra común ecúmene cultural.
 
 
 
1 Cfr. El excelente trabajo del mejicano Carlos Fuentes: La doctrina Monroe

2 Cfr. Martín Heidegger: Tiempo y ser(1962), que no hay que confundir con Ser y tiempo de 1927.

ODA A ROOSEVELT



"¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, 
que habría que llegar hasta ti, Cazador! 
Primitivo y moderno, sencillo y complicado, 
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. 
Eres los Estados Unidos, 
eres el futuro invasor 
de la América ingenua que tiene sangre indígena, 
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. 


Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.
Y domando caballos, o asesinando tigres,
eres un Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un profesor de energía,
como dicen los locos de hoy.)
Crees que la vida es incendio,
que el progreso es erupción;
en donde pones la bala
el porvenir pones.
No.


Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras».
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos.
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. 



Mas la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl,
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
que consultó los astros, que conoció la Atlántida,
cuyo nombre nos llega resonando en Platón,
que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,
la América del gran Moctezuma, del Inca,
la América fragante de Cristóbal Colón,
la América católica, la América española,
la América en que dijo el noble Guatemoc:
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de Amor,
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras. 



Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!"




Rubén Darío