EL MAL INGLÉS DE UNA DERECHA CIPAYA
Manuel Fernández Espinosa
Era el año 2014, cuando en Madrid se inauguraba la Plaza Margaret Thatcher, la primera plaza en el mundo que, fuera de Inglaterra, recibía ese nombre y ese apellido (y no era plaza de toros). No tardó nuestra izquierda indígena en protestar por esa medida y, en este caso, personalmente me hubiera adherido a la izquierda, para expresar mi rechazo a su lado, aunque por las mismas razones por las que rechazaría yo que le dieran el nombre de Mao Zedong a una plaza española. Al viejo Mao tal vez no se la hayan dado (todavía), pero revise el lector el callejero y el placero de algunas localidades españolas y encontrará nombres que a veces es para fliparlo.
No obstante, dejemos a la izquierda con sus filias y sus fobias. Y concentrémonos en la "derecha indígena" y su "mal inglés" (y no me refiero a Ana Botella destrozando la lengua de Shakespeare). El hecho de concederle una plaza a la Thatcher, solo con pensar en Gibraltar y en Malvinas, es como para provocarnos náuseas. Pero tampoco pensemos que esto fue una veleidad ocasional, no. Al igual que nuestra izquierda se deshace con Che Guevara y sus ídolos icónicos propios, a nuestra derecha (que ha "okupado" el centro) la pone todo lo anglosajón. Y no es algo accidental, es un mal que le viene de antiguo.
Si queremos conocer al Partido Popular hay que leer a Manuel Fraga Iribarne que, por algo, pasa por ser uno de los artífices de Alianza Popular que luego mutó en Partido Popular. A diferencia de estos de ahora, Fraga escribía -digo libros. El otro día cayó uno de sus libros en mis manos: "El pensamiento conservador español" (Editorial Planeta, Barcelona, 1981). El libro presenta un catálogo de figuras representativas del pensamiento español: Jovellanos, Balmes, Cánovas del Castillo, Antonio Maura y Ramiro de Maeztu. Uno a uno, Fraga va caracterizando -con mayor o menor profundidad- el personaje y su obra escrita y/o política. A poco que se sepa de las andanzas y pensamientos de cada uno de los cinco salta a la vista que en los cinco puede advertirse la influencia de Inglaterra; no era para menos, los cinco vivieron en una España que declinaba mientras el imperio británico era poderoso, admirado y envidiado; de los cinco españoles que Fraga escogió para este libro, tal vez Antonio Maura sea el que menos recibiera las mefíticas influencias de Inglaterra. Balmes y Maeztu aprendieron de Inglaterra, pero no sucumbieron a su hechizo. Jovellanos y Cánovas sí. Manuel Fraga Iribarne, el autor de esa galería conservacionista, también.
Aunque el libro se titula "El pensamiento conservador español" podría titularse "Alabanza del conservadurismo inglés y sus apóstoles en España". Fraga no puede contenerse y así dice, en el capítulo de Jovellanos:
"Cabe soñar con lo que pudo haber sido y no fue, si España, en vez de seguir la suerte revolucionaria de Francia, hubiera, con Jovellanos, acertado con el sendero reformista de Inglaterra. Nos ocurrió lo peor: ni conservamos nuestra sociedad, reformándola; ni hicimos nuestra propia revolución, sino que nos la hicieron" (Op. cit., pág. 27)
En el capítulo dedicado a Maura reaparece la servil admiración por Inglaterra: "Cánovas, Maura y el propio Canalejas intentaron adaptar el modelo británico de los partidos, mas prevaleció el modelo berberisco de múltiples facciones" (Op. cit. pág. 162)
Podríamos decir que todo el hilo conductor -sumergido en la estructura profunda del texto, cuando no se manifiesta en lo expresado- de este libro escrito por Fraga consiste en convencernos de que, si seguimos siendo españoles, no seremos civilizados como los británicos. Lo dirige el afán por persuadir a su lector que en España los tradicionalistas han querido llevarnos a la Edad Media y nuestras izquierdas hayan sido siempre una horda "desmelenada y ausente de todo realismo".
Lo que uno saca en claro de la derecha española no es mejor que lo que ya sabemos de nuestra izquierda: la una y la otra compiten para ver cuál de las dos son más extranjerizadas y se reconocen menos en la España que fue algo en el mundo.
No obstante, la izquierda hasta podría estar disculpada, puesto que siempre ha renegado de España y todavía anda a la búsqueda de un discurso hispánico que prescinda de los visigodos y de la Reconquista (y, por supuesto, del Imperio), para inventar identidades artificiales que, aunque sobre territorio español, nieguen y renieguen de España: Al Andalus, Sefarad, los heterodoxos y los cipayos liberales de 1812. Lo de la derecha es, a mi juicio, todavía peor. La derecha española acusa un atávico complejo hispánico de inferioridad, no se trata de que sean "acomplejados" por no llamarse "derecha" (que también lo son), su complejo es un complejo por haber nacido en España, esta fatalidad, pues al fin y al cabo fue su admirado Cánovas del Castillo aquel que dijo aquello de: "Es español el que no puede ser otra cosa". La historia de España le produce a la derecha vértigos, hay demasiado salvaje por ahí, gente que es complicado invitar a tomar el té, pues come con las manos; muchos hombres y mujeres con sangre en las venas (y no con la horchata que a un burguesito le gusta), por lo que prefiere arrinconar todo lo incómodo y escoger, a la postre, la vía del sueño: "soñar con lo que pudo haber sido y no fue, si España, en vez de seguir la suerte revolucionaria de Francia, hubiera, con Jovellanos, acertado con el sendero reformista de Inglaterra."
No obstante, la izquierda hasta podría estar disculpada, puesto que siempre ha renegado de España y todavía anda a la búsqueda de un discurso hispánico que prescinda de los visigodos y de la Reconquista (y, por supuesto, del Imperio), para inventar identidades artificiales que, aunque sobre territorio español, nieguen y renieguen de España: Al Andalus, Sefarad, los heterodoxos y los cipayos liberales de 1812. Lo de la derecha es, a mi juicio, todavía peor. La derecha española acusa un atávico complejo hispánico de inferioridad, no se trata de que sean "acomplejados" por no llamarse "derecha" (que también lo son), su complejo es un complejo por haber nacido en España, esta fatalidad, pues al fin y al cabo fue su admirado Cánovas del Castillo aquel que dijo aquello de: "Es español el que no puede ser otra cosa". La historia de España le produce a la derecha vértigos, hay demasiado salvaje por ahí, gente que es complicado invitar a tomar el té, pues come con las manos; muchos hombres y mujeres con sangre en las venas (y no con la horchata que a un burguesito le gusta), por lo que prefiere arrinconar todo lo incómodo y escoger, a la postre, la vía del sueño: "soñar con lo que pudo haber sido y no fue, si España, en vez de seguir la suerte revolucionaria de Francia, hubiera, con Jovellanos, acertado con el sendero reformista de Inglaterra."
Inglaterra obtuvo así la mayor de sus victorias sobre nosotros (en Trafalgar, como dice un amigo mío, la victoria inglesa fue sobre los franceses y la pagó con la vida de Nelson), no solo se apoderó de Gibraltar, sino que fascinó a las mentes de nuestros "conservadores". Y así estamos... Que no hay a día de hoy político que piense en arreglar hispánicamente nada, sino que todos tienen sus ojos puestos en el mundo anglosajón o en las repúblicas bolivarianas.
La derecha se ha arrogado el patriotismo español y, de ahí, de haberlos calado es que tanto español no se puede reconocer en ese patrioterismo retórico.
Lo que más le cuadra a la derecha española es la bandera de la Union Jack; y deje la bandera española para la España de verdad que ella no representa.
La derecha se ha arrogado el patriotismo español y, de ahí, de haberlos calado es que tanto español no se puede reconocer en ese patrioterismo retórico.
Lo que más le cuadra a la derecha española es la bandera de la Union Jack; y deje la bandera española para la España de verdad que ella no representa.