Por Antonio
Moreno Ruiz
Historiador y escritor
Uno tiene la suerte de tener un señor padre harto
aficionado a la Historia. Desde muy niño, empecé a leer biografías, amén de una
enciclopedia que Domínguez Ortiz dirigió con notables profesores con la
Editorial Planeta. Y uno de los personajes predilectos de mi padre para con
nuestra Historia es Alejandro Farnesio. Por supuesto, es un sentimiento
compartido. Y sin embargo, estamos ante un gran olvidado, cuando no
desconocido. No aparece apenas en los planes de estudio, por no decir nada, y
ya les adelanto que la universidad es más de lo mismo. Y lo más triste y amargo
es que apenas hay biografías sobre este gran héroe en lengua castellana.
Y a todo esto, ¿quién fue Alejandro Farnesio?
Me temo que para responder correctamente no cabrían
páginas en el mundo.
Por mi parte sólo puedo realizar un pequeño homenaje
pues a este gran guerrero católico, defensor de la Hispanidad hasta los
tuétanos:
Alejandro Farnesio fue el Tercer Duque de Parma. Nacido
en Roma en el 1545 y falleció en Arras en el 1592. Fue hijo de Octavio Farnesio
y de Margarita de Austria y Parma, siendo ésta era hija natural del Emperador
Carlos I. Se educó en la Corte de Madrid y en el 1565 contrajo matrimonio con
María de Portugal, nieta de Manuel el Afortunado. Una política muy seguida de
cerca desde los Reyes Católicos y la Maestría de Avís; siendo su mejor artífice
a posteriori Felipe II. Y es que nuestro héroe también fue educado codo con
codo con Carlos, hijo de Felipe II, y con Juan de Austria, hermanastro del
mismo glorioso y mentado rey.
Desde muy niño, Alejandro Farnesio mostró gran
habilidad para la milicia y un gran interés por las letras, siendo desde muy
pronto destacado en las mejores Cortes de la Europa.
Participó en la victoriosa Batalla de Lepanto (1571),
batalla en la que la victoria de las armas españolas y sus aliados libró a
buena parte del Viejo Continente del peligro turco-islamista que asolaba a
través del Mediterráneo. En el año de 1577, pasó a los Países Bajos, reclamado
por el que era su gobernador, su tío Juan de Austria, quien, poco más tarde de
alcanzar sepultura, le nombró como su sucesor en tan ardua tarea. Alejandro Farnesio
se mostró no sólo como un valiente e inteligente soldado, sino también como un
habilidoso diplomático. En el 1579, por el Tratado de Arras, logró que las
Provincias del Sur, católicas, rompieran su alianza con las protestantes y
reconocieran a Felipe II como rey. Como respuesta, Guillermo de Orange y las
Provincias del Norte firmaron la Unión de Utrecht en el 1579, y en el 1581
proclamaron gobernador de los Países Bajos al Duque de Anjou, hermano del rey
de Francia. Tropas gálicas acudieron en apoyo de los protestantes y lograron
adueñarse de varias plazas, entre ellas Amberes, en el 1585; pero pronto
hubieron de replegarse. Con la recuperación de Amberes en el 1585 y la derrota
de las fuerzas inglesas llegadas en socorro de las recién constituidas Provincias
Unidas (Conquista de La Esclusa, en el 1587), Alejandro Farnesio aseguró el
dominio español sobre Flandes y Brabante. En el año de 1590, desatiendo sus
consejos y aíno de noble entusiasmo, Felipe II le ordenó pasar a la Francia y
apoyar a la Liga Católica. Alejandro Farnesio obligó a Enrique de Borbón-esto
es, el futuro Enrique IV-a levantar el Sitio de París, y luego le derrotó en
Ligny. “París bien vale una misa“ es el recuerdo de la Victoria de San Quintín.
Nuevamente en Flandes, socorrió a Nimega, cercada por
las Provincias Unidas. En el 1592, retornó a Francia, liberando Ruan, sitiada
por Enrique de Borbón. Poco después, cuando preparaba una nueva campaña en la
Francia, murió en Arras.
Alejandro Farnesio fue uno de los mayores y mejores
consejeros de Felipe II. Ante la empresa de la Grande y Felicísima Armada, bien
sabía que los puertos de los Países Bajos se encontraban bloqueados por los
protestantes (con la inestimable ayuda de los judíos, por cierto); ante lo cual
era partidario primero de asegurarse y esperar para efectuar pues el socorro a
Irlanda y preparar mejor una plausible derrota de la Pérfida Albión. Asimismo,
no se veía con recursos para cumplir su papel y emprender tan costosa tarea,
como bien han puesto de relieve Carlos Canales y Miguel del Rey en su genial Las reglas del viento (1).
Para la festividad de la Epifanía del Señor del 2004,
le hice un regalo a mi padre que le causó mucha ilusión (de las pocas ilusiones
que le he causado en la vida, para qué nos vamos a engañar…) Rebuscando por internet,
fui a dar con Iber-Libro (2) y
encontré una biografía de Alejandro Farnesio escrita por Julián María Rubio en
1939. Porque todo lo que se informe uno sobre la gran vida de Alejandro
Farnesio es poco, y de esos datos, sumados a los que yo sabía, escribo como
puedo de este gran prócer, que es un gran ejemplo de una parte de nuestra
Historia que con orgullo mostramos como nuestro mayor tesoro. No porque
pensemos que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino porque admiramos aquella España
que se erguía orgullosa desafiando a lo imposible. Frente a la Leyenda Negra y
al complejo de inferioridad, hemos de amar lo nuestro, y para amar hay que
conocer. Y es por eso que reivindicamos la figura de Alejandro Farnesio, uno de
tantos que merece honor y gloria y no desmemoria y vilipendio.
(1) Para más detalles sobre este libro, véase:
(2) Página de Iber-Libro: www.iberlibro.com