RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 5 de mayo de 2015

RODRIGO DÍAZ DE VIVAR: EL CABALLERO DE LA RESURRECCIÓN




EL CID CAMPEADOR:
UN ESBOZO SOBRE EL SIMBOLISMO DE SU DEVOCIÓN A SAN LÁZARO


Manuel Fernández Espinosa


Ramón Menéndez Pidal estableció que la literatura española, a diferencia de otras literaturas, estaba marcada por nuestro carácter que le imprime un fuerte sentido realista. La verosimilitud es para Menéndez Pidal el sello de nuestra literatura y, en concreto, de nuestras "gestas" medievales. Esto lo contrastaba el sabio herculino con la literatura ultrapirenaica: "En cuanto a su espíritu de realidad, el "Poema del Cid" no es comparable a los "Nibelungos" o a la "Chanson de Roland", sino a los cantos muy anteriores, de los cuales esos poemas tardíos hubieron de recibir sus elementos históricos". Para Menéndez Pidal, uno de los factores más decisivos en la verosimilitud del "Cantar de Mio Cid" frente a las fantasiosas aventuras y prodigios que se pintaban en la "Chanson de Roland", por ejemplo, era que nuestro "Cantar de Mio Cid" estaba más próximo a los sucesos históricos, lo que limitaba mucho la fantasía del poeta ante su auditorio que era conocedor de los sucesos y al que no podía dársele gato por liebre. Esta convicción ha prevalecido en buena parte de historiadores de nuestra literatura, pero recientemente ha sido puesta en cuestión por estudiosos como Alfonso Boix Jovaní en su artículo "Aspectos maravillosos en el Cantar de Mio Cid" o Javier Victorio, en su edición del "Cantar de Roldán", en cuya introducción Javier Victorio escribe: "Lamentamos no estar de acuerdo con dicho planteamiento. No sólo el realismo no es "la" peculiaridad de nuestra literatura, ni siquiera en la Edad Media, sino que, además, hay textos medievales de carácter épico, como el "Poema de Fernán González", muy acusadamente inspirados en el espíritu (y algunas fórmulas) de ese texto francés".

 
Lo del verismo de nuestra literatura nacional (y, en concreto, la que ahora nos interesa: la medieval), tesis sostenida por Menéndez Pidal y secundada por gran parte de la tradición historiográfica, es una cuestión que ha abierto una fecunda discusión entre los especialistas. Baste aquí mencionarla, sin que terciemos en ella, pues lo cierto es que ésta sería una querella académica que no es de nuestra incumbencia en este esbozo que pretendemos hacer de una cuestión que requeriría mayor atención de la que ha suscitado. Sería digno de mayor atención el estudio de la religiosidad (la "pietas") del protagonista de la materia cidiana, esto es de Rodrigo Díaz de Vivar y el mundo que lo envuelve. Y, aunque grandes estudiosos, como el recientemente fallecido D. Gonzalo Martínez Díez, se han ocupado de establecer una nítida línea de separación entre el personaje literario (el Cid del "Cantar de Mio Cid", las "Mocedades de Rodrigo" y los romances recopilados por Menéndez Pidal) y el personaje histórico, sería idóneo no obstante poner de manifiesto las concomitancias entre la facticidad histórica y diversos elementos conservados en el plano literario. El Cid literario no es un mero ente de ficción ("ficto", como le gustaba decir a X. Zubiri).
 
 
Uno de los campos que se muestran más estimulantes en la comparativa que podría hacerse para hallar coincidencias entre el personaje histórico y el ficto de la literatura es el campo de la religiosidad del Cid Campeador. Este asunto de los elementos religiosos que podemos hallar en la materia cidiana pone de manifiesto las conexiones íntimas entre el personaje histórico y el literario. Alfonso Boix Jovaní insiste en que la aparición del ángel San Gabriel al Cid es uno de los elementos del mundo maravilloso que contradice el verismo postulado por Menéndez Pidal y sus seguidores. Y Juan Victorio se ha ocupado de relacionar esa aparición de San Gabriel al Cid con la que el mismo ángel anunciador protagoniza en el "Cantar de Roldán" (CLXXXV), cuando se le revela a Carlomagno. En la gesta de Roldán la visión que se le revela a Carlomagno es más compleja en su iconografía y cargada de simbolismo. En el "Cantar de Mio Cid" el autor es más parco, el mensaje de San Gabriel es breve:

 
"Cavalgad Çid,/ el buen Campeador,
ca nunqua en tan buen punto/ cavalgo varon;
mientra que visquieredes bien se fara lo to".


("Cabalgad, Cid,/ el buen Campeador,
pues nunca en un tan buen punto/ cabalgó varón.
En tanto que vos vivierais,/ bien se hará lo de vos".)


En efecto, en este episodio prodigioso del "Cantar de Mio Cid" se puede ver que hay un elemento que se repite en los cantares de gesta (lo mismo en el "Cantar de Roldán" que en el de Fernán González): el caudillo recibe la revelación de una entidad celestial: a Fernán González se le aparece Santiago Apóstol, a Carlomagno y al Cid Campeador el arcángel San Gabriel. Puede sintetizarse, en palabras de Javier Victorio: "Así, hay un recurso que se repite. El ejército cristiano pasa siempre apuros en los inicios de un combate. Se inicia el "suspense" para el no acostumbrado. Lógicamente, los guerreros de la cruz empiezan a decaer (y a caer). Ha llegado el momento en que el jefe lance ardientes exhortaciones a la lucha, recordándoles su condición, para pasar a dar ejemplo de arrojo. Es también el momento en que "Dios está con nosotros", y, para mayor comprobación, se realiza el prodigio, la aparición (allí del ángel San Gabriel, aquí del Apóstol Santiago), etc."


Ciertamente, es oportuno recordar que San Gabriel es el ángel de la Anunciación. Maguer sería conveniente también resaltar que, tanto en el caso de Carlomagno como en el del Cid, la intervención de Gabriel no sólo se explica por la tradicional función de San Gabriel como anunciador, heraldo celeste, como bien apunta Boix Jovaní. A Gabriel se le atribuye la revelación coránica a Mahoma y que sea San Gabriel el que se ponga de parte de Carlomagno y del Cid Campeador es una reivindicación cristiana del arcángel que es reclamado para la Cristiandad y, apareciéndose a Carlomagno y al Cid reviste a ambos líderes de una dimensión religiosa que no hay que soslayar.


Además del caso de la aparición de San Gabriel al Cid, es menester recordar que, en el santoral cidiano, tiene muchísima importancia San Lázaro. El Cid invoca continuamente a Dios, a la Virgen María y a otros patronos como San Pedro (lo cual no es extraño, dada la vinculación del Cid con el monasterio de San Pedro de Cardeña), a San Isidoro "el de León" (que es San Isidoro de Sevilla), a Santiago Apóstol (como no podría ser menos), pero uno de los santos que más poderosamente llama la atención, en la materia del Cid, es San Lázaro.


En la oración de Jimena que se halla en el Cantar I (vv. 330-365), la esposa del Campeador invoca, por este orden, a: Dios, a la Santa María Virgen, a Melchor, Gaspar y Baltasar, a Jonás, a Daniel, a San Sebastián, a Santa Susana, a San Lázaro, a San Dimas (aunque no lo menciona por su nombre), a San Longinos y a San Pedro. La mención de Jonás y Lázaro guardan una relación muy íntima. Tanto Jonás como Lázaro son figuras de la resurrección; de ahí que fuesen representados desde los primeros tiempos en las catacumbas. Jonás, lanzado a las aguas, para ser devorado por una ballena y más tarde devuelto a la playa y Lázaro, el amigo de Jesucristo, hermano de Marta y María, resucitado por Jesucristo tras cuatro días de yacer en el sepulcro: "Señor, ya hiede, pues lleva cuatro días" -dijo Marta a Cristo, cuando éste mandó retirar la piedra que sellaba la cueva.


La invocación que Jimena hace en su rogativa a San Lázaro recuerda el episodio de la resurrección:


"resuçitest a Lazaro / ca fue tu voluntad".


Podríamos pensar que, en todo caso, la devoción a San Lázaro es de Jimena y que tal vez no fuese del Cid. Pero resulta que la intervención prodigiosa de San Lázaro en el ciclo del Cid también consta, si no en el "Cantar de Mio Cid", sí en las "Mocedades de Rodrigo" que, aunque cantar más tardío, pertenece al ciclo cidiano. Esta aparición de San Lázaro tiene lugar, según la tradición, cuando todavía joven Rodrigo Díaz va en peregrinación a Santiago de Compostela. En el camino, Rodrigo y sus acompañantes se topan con un leproso. Pero, a diferencia de sus compañeros, el Cid, en un ejercicio de caridad cristiana, no muestra repugnancia o la cautela que era de esperar ante el leproso (o "gafo"), sino que lo ayuda, en la versión dramática de Guillén de Castro ("Las mocedades del Cid") el Cid auxilia al gafo, le da su gabán, come en el mismo plato y bebe con el enfermo, marginado socialmente por lo contagioso de su mal. Poco después, el leproso le revela su verdadera identidad en una aparición prodigiosa. Así se nos transmite el contenido del mensaje de San Lázaro al Cid, según consta en el manuscrito de la "Crónica de Castilla" (Bibl. de El Escorial X-i-II, fol. 133 ro.):


"¿Duermes, Rodrigo?" E el respondio e dixo: "No duermo. Mas ¿quien eres tu que tal claridat e tal olor traes?" Et el respondiole estonçe e dixo: "yo so Sant Lazaro, que te fago saber que yo era el gafo a quien tu feziste el mucho bien e la mucha onrra por el amor de Dios. E por el bien que tu por el Su amor me feziste, otorgate Dios un grant don, que quando el bafo que sentiste ante ty viniere, que todas las cosas que començares en lides o en otras cosas, todas las acabaras conmplidamente, asy que la tu onrra cresçera de dia en dia. E seras temido e rresçelado de los moros e de los cristianos. Et los enemigos nunca te podran enpeçer. E morras muerte onrrada en tu casa e en tu onrra, ca nunca seras vençido, ante seras el vençedor syenpre, ca te otorga Dios Su bendiçion. E tanto fynca e faz sienpre bien". E fuese luego, que lo non vio y más".


Es interesante advertir las claves ocultas de esta relación del Cid con San Lázaro, pues operan a varios niveles.


Atendamos primero al nombre: Lázaro es un nombre propio de origen hebreo (Eleazar) que podría traducirse como: "El que es socorrido por Dios", "Al que Dios ayuda". Y el Cid es presentado multitud de veces, en el mismo "Cantar de Mio Cid", como aquel a quien Dios ayuda. El mismo Cid es consciente de esta ayuda, por la que muestra su agradecimiento:


"valer me a Dios / de dia e de noch!". ("¡Me ha de valer Dios / de día y de noche!")


Esta conciencia de sentirse en todo momento amparado por Dios y socorrido por el Altísimo es algo que encontraría su origen en la revelación de San Lázaro al Cid de la que más arriba hemos dado cuenta.


San Lázaro, en efecto, es patrono de los leprosos. Esto está suficientemente constatado y baste que traigamos a las mientes que las leproserías fueron llamadas antiguamente "lazaretos". En ese especial patronazgo de San Lázaro se superpone, por un lado el amigo de Jesús (resucitado por Jesucristo) y el Lázaro de la parábola del "rico epulón y el pobre Lázaro" (Lucas 16, 19-31); como es sabido, en la parábola el rico desprecia al pobre enfermo que es presentado a la puerta, pidiendo limosna en vano y lamido por los perros. Más tarde, en la otra vida, será Lázaro quien goce de la felicidad eterna, mientras el epulón sufre los tormentos del infierno. El Cid muestra, con su solicitud ante el leproso, que su caridad no es fingimiento ni hipocresía, sino firme cumplimiento del mandamiento de la caridad.


Pero San Lázaro también es, en la Edad Media, patrono de los esquiladores; esto puede comprobarse a lo largo y ancho de toda la geografía peninsular, pues en las antiguas cofradías que daban culto a San Lázaro, la mayoría de los que en ellas se encuadraban eran esquiladores. Es más que probable que los antiguos, más familiarizados con el mundo simbólico, hallaran en el ejercicio de la esquila la cifra de una imagen simbólica de la muerte: las ovejas son esquiladas, pero la lana vuelve a crecerles. Esta vida mortal y pasajera también se somete a muertes que, por mucho que periódicamente esquilan, no aniquilan.


La relación del Cid Campeador con San Lázaro no sólo se la encuentra exclusivamente en la literatura cidiana. También hay atisbos de ella en la historiografía. El Arcediano del Alcor, Alonso Fernández de Madrid (1474-1559), autor de la "Silva Palentina" (obra que lo convirtió en el más importante cronista antiguo de Palencia), dejó constancia de que la devoción atribuida al Cid (y familia) a San Lázaro no sólo es de índole literaria. Cuenta el Arcediano del Alcor que, el Cid, avecindado en Palencia: "...de su mesma casa y palacio mandó hazer la iglesia parrochial de Sant Lázaro, y también la casa que llaman de la Orden, donde se acogen y curan los enfermos del mal de Sant Lázaro, la cual hizo después un cauallero de esta ciudad, que se llamó Alonso Martínez de Olivera... que según dice en su testamento, venía de linage del Cid" ("Silva Palentina"). Considérese, descendientes muy posteriores del Cid, como el palentino Alonso Martínez de Olivera, guardarán celosamente la devoción a San Lázaro heredada de su preclaro ancestro.


Por lo tanto, la relación piadosa que sostiene el Cid Campeador con San Lázaro se muestra como una clave para acceder a la auténtica proyección paradigmática del Cid Campeador.


El Cid tiene en su juventud, cuando peregrina a Compostela, un encuentro providencial con San Lázaro que se le hace el encontradizo bajo figura de un leproso. El encuentro será una prueba de la que el Cid sale airoso, pues la caridad del ejemplar caballero no se frena frente a la repulsión del prójimo incógnito y desfigurado, cuya enfermedad puede contagiarse; poco después, se le muestra al Cid la verdadera identidad de aquel a quien ha tratado caritativamente: el leproso es San Lázaro y éste, como premio, le revela su destino al Cid: Dios no le faltará nunca al Cid, siempre le ayudará en todo trance y lo bendecirá en toda empresa. La constante ayuda de Dios se le revelará en otras apariciones: como la de San Gabriel Arcángel (tambíen se cuenta la de San Pedro que tiene poco antes de morir).


Pero, todavía más que las intervenciones portentosas de San Gabriel o San Pedro en la vida del Cid, San Lázaro es el paradigma hagiográfico para comprender la figura del Cid Campeador en una dimensión espiritual: Lázaro que murió y fue resucitado de la muerte es como una figura referencial para lo que serán las vicisitudes por las que atraviese el Cid. El Cid, una vez caído en desgracia y desterrado, sufrirá una muerte iniciática de la que resurgirá más robustecido.


Y no lo olvidemos tampoco: el Cid Campeador vencerá a sus enemigos, incluso después de muerto. Pues, bajo el signo de San Lázaro, el Cid Campeador es el Caballero de la Resurreción.



NOTA BENE:


Recomiendo especialmente el artículo de mi amigo Luis Gómez López: "De santos y héroes: ¿San Rodrigo Díaz de Vivar?", publicado en RAIGAMBRE. Pues el presente artículo y el que indico se complementan. Así podemos entender que el Cid Campeador merece en justicia ser canonizado, como era la voluntad de nuestro gran monarca Felipe II.

BIBLIOGRAFÍA:

Menéndez Pidal, Ramón, "Castilla. La Tradición, el idioma", Espasa-Calpe, Madrid, 1966.

Menéndez Pidal, Ramón, "Flor nueva de romances viejos", Espasa-Calpe, Madrid, 1994.

Boix Jovaní, Alfonso, "Aspectos maravillosos en el Cantar de Mio Cid" (en la red).

"Cantar de Roldán", edición de Juan Victorio, Cátedra Letras Universales, Madrid, 1999.

"Poema de Mio Cid", edición de Colin Smith, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 1979.

Martínez Díez, Gonzalo, "El Cid histórico", Planeta, Barcelona, 1999.

Guillén de Castro, "Las mocedades del Cid", edición de Christiane Faliu-Lacourt, Taurus, Madrid, 1987.

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