RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

sábado, 8 de febrero de 2014

¿QUÉ HA SIDO DEL EJÉRCITO ESPAÑOL?



PALABRAS PRELIMINARES

Hace unos meses pedí un favor a un buen amigo mío: que escribiera para RAIGAMBRE un artículo sobre el estado de nuestro Ejército. Mi amigo y yo compartimos muchas cosas, pero una de las cosas compartidas que más fuertemente nos unen es el amor a España y a nuestro Ejército. La Península Ibérica, por determinación geográfica, es una zona de extremada peligrosidad; así lo podemos ver estudiando nuestra historia sembrada de guerras. No puede dejarse de advertir que la paz, la integridad y seguridad de nuestra nación solo pueden ser garantizadas por un Ejército fuerte, bien armado y cualificado, dirigido por los mejores. Pero cuando el aparato político no hace nada para que esto sea así... Entonces el riesgo crece: la paz, la integridad, la seguridad y la soberanía de esta zona candente se ponen en compromiso.
 
Se lo pedí a mi amigo, le solicité que escribiera un artículo sobre esta cuestión tan delicada. ¿Por qué no lo hice yo? Tenía mis reservas sobre mis aptitudes para abordar asunto tan serio: mi conocimiento sobre el Ejército es muy superficial y más teórico que práctico. El artículo tenía que ser escrito por alguien con experiencia, un militar, pues un civil (como yo) podría incurrir en imprecisiones, idealizar demasiado y, a la postre, terminar haciendo un panegírico sobre nuestro Ejército o desparramar sobre la vidriosa superficie del intelectualismo. Cortés y caballerosamente mi amigo aceptó la invitación y no tardó mucho en redactar el presente artículo que hoy doy a la edición de RAIGAMBRE. Me pidió que el artículo lo firmara yo, pero no sería honesto por mi parte atribuirme el mérito de este breve ensayo. Lo publico y digamos que lo firma Honorio González (pues por razones obvias, comprenderán ustedes que no pueda revelar la identidad de mi amigo). Le doy las gracias desde aquí y creo que cuantos lo lean, también se las podrán dar, pues es una de las contribuciones más excelentes y claras que se han podido hacer a esta cuestión: ¿Qué ha sido del Ejército Español?  
 
Manuel Fernández Espinosa

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¿Qué ha sido del Ejército Español?[1]

 

Hay quien se consuela de las derrotas que hoy nos infligen los moros, recordando que el Cid existió, en vez de preferir almacenar en el pasado los desastres y procurar victorias para el presente.
En tal sesgo, muy distinto del que suele emplearse, debe un pueblo sentir su honor vinculado a su Ejército, no por ser el instrumento con que puede castigar las ofensas que otra nación le infiera: éste es un honor externo, vano, hacia afuera. Lo importante es que el pueblo advierta que el grado de perfección de su Ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de la moralidad y vitalidad nacionales. Raza que no se siente ante sí misma deshonrada por la incompetencia y desmoralización de su organismo guerrero, es que se halla profundamente enferma e incapaz de agarrarse al planeta.”

José Ortega y Gasset
La España invertebrada

 

BREVE EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Este artículo está escrito desde la admiración, el respeto, el agradecimiento y el cariño hacia los Ejércitos de España, “herederos y depositarios de una gloriosa tradición militar” como rezan sus ordenanzas.
Está escrito también, y precisamente por todo lo anterior, desde la pena, la preocupación y en definitiva el temor ante su posible desaparición, víctima como toda España de malos gobernantes.
Las críticas y el aire de desesperanza se dirigen únicamente contra esos malos gobernantes que han provocado conscientemente la situación actual.
Sin embargo, desde este momento debe añadirse que cabe la posibilidad, no muy remota, de que incluso con todo en contra, los militares españoles sean capaces de salvaguardar su espíritu, y conservarlo en beneficio de la Patria hasta el momento oportuno.

INTRODUCCIÓN 

El proceso de destrucción de la sociedad española tradicional, o lo que de ella permanece, perfectamente programado y que lleva en fase de ejecución desde el último cambio de régimen político en 1978, puede analizarse desde múltiples aspectos, ofreciendo el estudio de cualquiera de los factores una visión fácil de extrapolar al resto.
 
El caso de la aniquilación sistemática de los Ejércitos de España resulta especialmente paradigmático.

Podemos empezar este breve análisis, en el que únicamente trataremos los factores más relevantes, mencionando las causas que convierten al Ejército en víctima especialísima de las ansias destructivas de la clase dirigente del régimen fundado con la vigente constitución.

Es perfectamente conocido el relevante papel que la institución armada jugó en la historia de España durante todo el siglo XIX, fundamentalmente debido a las dificultades del estado liberal para gobernar con eficacia la nación mientras procedía a la destrucción de sus estructuras tradicionales, que eran precisamente las que le proporcionaban estabilidad.

El caso del régimen surgido del Alzamiento Nacional de 1936 es muy diferente, pero también en él, aunque de otro modo, los Ejércitos tuvieron un alto peso específico en la gobernabilidad nacional, funcionando de hecho como institución vertebradora, gracias entre otras cosas a su despliegue territorial, en casi todas las provincias, y al servicio militar obligatorio. Gran parte de la labor de alfabetización del pueblo español fue desarrollada por el Ejército.

Ni que decir tiene que en la actualidad las unidades militares se concentran en grandes bases, la mayoría de la población no tiene cerca ningún cuartel del Ejército, y el servicio militar obligatorio ha sido abolido.

Iniciado el proceso conocido como “reforma política” o más ampliamente “transición”, la institución militar permaneció en un primer momento vigilante ante los múltiples riesgos que amenazaban la paz social y la unidad misma de la Patria, así como los grandes logros obtenidos tras décadas de trabajos y sacrificios del pueblo español, mientras sufría el azote brutal del terrorismo sin sentir el apoyo de los nuevos gobernantes e incluso sospechando sus connivencias con los asesinos.

Tras los acontecimientos del 23 de febrero de 1981 creció exponencialmente el recelo político hacia la institución, que se percibía como posible amenaza para los “experimentos” político-sociales planeados, y se inició con fuerza el proceso de destrucción que alcanza en nuestros días su máxima virulencia.

MILICIA Y POLÍTICA

¿Por qué el militar español tradicional es considerado una amenaza por el poder político? Es muy fácil de entender. Las élites militares se componen de personas con un nivel de preparación intelectual altísimo, tanto científico como humanístico, una entrega a la profesión y una capacidad de sacrificio incomparables, y que tienen como característica diferenciadora frente otros grupos similares su falta de interés por el dinero, ya que de otro modo emplearían sus capacidades en profesiones mejor pagadas, es decir en cualquier otra profesión.

La ambición del militar tradicional no consiste ni tan siquiera en el reconocimiento de su labor, si no que aspira como máxima recompensa a la íntima satisfacción del deber cumplido. Por eso los destinos más duros son siempre los más solicitados.

Los militares tradicionales acostumbran a entender su deber de defensa de la Patria en el sentido más amplio posible, desde el literal de mantenimiento de sus límites territoriales hasta el más profundo de protección y salvaguarda de la unidad de todos los españoles, de sus costumbres y tradiciones, valores o estilo de vida.

Basta echar un vistazo a la prensa actual, con su descripción de la corrupción generalizada de todos los grupos de poder, para comprender que un grupo humano como el descrito, intrínsecamente inmune a la corrupción y el soborno, una élite moral e intelectual, con los medios militares bajo su control, no puede ser mirado desde la política más que con el máximo temor y recelo.

FORMACIÓN MILITAR

Pero ¿de dónde salen o salían estos individuos tan especiales? Nos centraremos en el caso más representativo, la escala superior de oficiales del Ejército de Tierra.

Decía en 1814 el Comandante General del Cuerpo de Artillería D. Martín García-Loygorri, que “cuando una educación noble e ilustrada despeja el entendimiento y fortalece el corazón, aunque no alcance a transformar en héroes a todos los jóvenes que la reciben, tiene una gran probabilidad de predisponer a muchos y de conseguir algunos”.

Y efectivamente la primera clave estaba en el sistema de educación militar que, como no puede ser de otro modo, comenzaba por el proceso de selección.

Hasta las últimas reformas, para ingresar en la Academia General Militar como cadete, era preciso haber obtenido el título de bachiller, haber superado las pruebas generales de acceso a la universidad y además superar la oposición de ingreso, consistente en una primera serie de pruebas escritas sobre conocimientos teóricos de matemáticas, física y química, geografía e historia, idioma extranjero, etc. A ello se añadían los test psicotécnicos, las pruebas físicas, el exhaustivo reconocimiento médico, la prueba práctica de resolución de problemas de matemáticas y física y, hasta 1986, una fase eliminatoria de instrucción militar básica en un campamento, que posteriormente dejó de ser eliminatoria y se integró en el programa del primer curso.

Los aspirantes, por término medio, invertían uno o dos años en preparase para superar esta oposición. Se trataba de un sistema similar al que la República Francesa emplea para la selección y preparación de sus élites dirigentes mediante las conocidas como Grandes Écoles.

Seleccionando sus cadetes de este modo se aseguraba por un lado que las capacidades de los alumnos permitiesen imponer con facilidad una exigencia educativa del más alto nivel durante los estudios y, no menos importante, una vocación militar demostrada por las dificultades asumidas voluntariamente al escoger el medio más difícil de acceso a una educación superior.

Precisamente la consideración de la educación impartida a los oficiales en la Academia General Militar como “educación superior” había sido un punto contra el que ya se empleasen con todos los medios a su alcance los gobiernos liberales de los siglos pasados, en especial con el advenimiento de la II República y en el caso más absoluto en las “reformas militares” de Azaña[2].

Todos sus enemigos, fuera por el motivo que fuera, negaban al Ejército la capacidad de impartir una educación considerada y oficialmente catalogada como superior, y por supuesto la potestad de expedir títulos de nivel universitario.

Independientemente de su catalogación oficial, la educación de los oficiales del Ejército de Tierra, por centrarnos en un caso extrapolable con sus especiales características a los de la Armada o el Ejército del Aire, conjuntaba formación humanística y científica, formación militar en todas sus facetas, preparación física, formación moral y sobre todo de carácter, mediante cinco años de disciplina, austeridad  e intenso trabajo, que creaba lazos de unión casi indestructibles entre los miembros de cada promoción.

Además, la combinación de periodos en la Academia General Militar, comunes a todos los cuerpos, con otros en las academias tradicionales de cada especialidad, que garantizaban, además de la formación especializada, el mantenimiento de las tradiciones, configuraba un modelo formativo de probada eficacia.

Pero los políticos de la “democracia” no podían permitir la existencia de una élite moral e intelectual como aquella, que precisamente fuera militar y con características estamentales.

Por ello todos y cada uno de los puntos que hemos descrito como básicos para la selección y formación militar han sido atacados y destruidos.

Actualmente no existe una oposición de ingreso propiamente dicha. La selección se produce de modo casi idéntico al de las universidades, mediante la nota media del bachillerato y la prueba conocida como “selectividad”. Además las limitaciones de edad impuestas para el ingreso hacen que, de hecho, aquel que no obtiene plaza nada más finalizar el bachillerato ya no puede casi ni plantearse volver a intentarlo.

Y finalmente se ha impuesto aquel viejo sueño de los políticos españoles de negar al Ejército su capacidad de impartir estudios superiores. En la actualidad se han fundado en el interior de la Academia General Militar, de la Escuela Naval y de la del Ejército del Aire, facultades dependientes directamente de las universidades más cercanas, dónde los cadetes se ven obligados a cursar unos estudios puramente civiles que les ocupan casi el total de su tiempo disponible. Los profesores, por supuesto, son civiles. No cabe situación más humillante.

Así las cosas, el sistema ha adquirido las características de una universidad, dónde cada cual se matricula de las asignaturas que considera oportunas cada año, empleando en finalizar los estudios los años que cada cual precise, con lo que el concepto mismo de “promoción”, tan importante para la cohesión, ha desaparecido.

Del mismo modo, al tener que permanecer toda la carrera en la academia dónde se sitúan estas facultades civiles, las academias tradicionales de las armas y cuerpos, allí donde las tradiciones seculares eran salvaguardadas y transmitidas, desaparecen sin remedio.

Ya tenemos el nuevo modelo de oficial del Ejército. Un ingeniero al que simplemente el Estado le ha pagado los estudios a cambio de un determinado número de años de servicio en filas.

CARRERA MILITAR

Sólo con la reforma de la educación militar ya está herido de muerte el Ejército Español tradicional, pero era preciso evitar que la institución  tuviese opciones de defenderse.

Para ello se han ido estableciendo desde hace años diferentes medidas en materia de política de personal con la finalidad fundamental de destruir la cohesión interna de los militares.

Resulta muy interesante recordar que, por ejemplo, desde finales del siglo XIX, los cadetes del Arma de Artillería firmaban el siguiente manifiesto al finalizar sus estudios: “Los Artilleros que firman en este álbum quieren conservar en el Cuerpo, y transmitir con su ejemplo a los que vengan a formarlo, el tradicional espíritu de honor, unión y compañerismo que recibieron de sus antecesores, con el que alcanzó las glorias y prestigios que goza para bien de la Patria y Honor de sus individuos. Y considerando que la escala cerrada es condición indispensable para el logro de tan altos fines, resuelven mantenerla entre sí, ofreciendo por su honor renunciar (por los medios que la Ley permita) a todo ascenso que obtengan en el Cuerpo o en vacante de General a éste asignada y no les corresponda por razón de antigüedad.”

Aunque es fácil de entender, la explicación detallada sobre por qué es una amenaza para el “tradicional espíritu de honor, unión y compañerismo” admitir cualquier mérito concedido con criterios subjetivos como razón para promociones o ascensos debería ser objeto de un estudio específico detallado. Baste apuntar que el Arma de Artillería ha sido literalmente disuelta, aunque resulte difícil de creer, en cuatro ocasiones desde el siglo XIX.

Al que lo merezca, pensaban los militares españoles tradicionales, que le den una medalla y la luzca con orgullo, recordando siempre que el mérito de las honras no está en tenerlas, sino en aspirar a merecerlas[3]. De nuevo la íntima satisfacción del deber cumplido. Pero si la concesión de honras o méritos, siempre sometida a posible arbitrariedad, se convierte en el fundamento de los progresos en la carrera militar, entonces estamos perdidos.

Y esa es precisamente la situación actual. El militar de carrera ve como en el ascenso a cada nuevo empleo militar, vuelve a ser evaluado y escalafonado, cada vez con criterios distintos y normas cambiantes, teniendo todas ellas en común un desmesurado desequilibrio a favor de los criterios subjetivos y en detrimento de los méritos objetivos.

Únase a ello la legalización de las “asociaciones profesionales”, léase sindicatos, y el plan de destrucción militar estará casi finalizado.

MISCELÁNEA

Partiendo de la premisa de que el elemento fundamental de la capacidad de combate del Ejército es el personal, con lo dicho resta poco que añadir.

Por supuesto hay muchos otros factores en el proceso destructivo emprendido desde hace décadas por los nuevos dirigentes españoles contra su Ejército. Proceso que adquiere su sentido más trágico al enmarcarlo en el general de destrucción de la sociedad española.

Comparados por ejemplo con los de cualquier nación del mundo, los presupuestos militares de España sólo merecen la calificación de ridículos, y episodios tan trágicos y vergonzosos como la muerte de 62 militares que regresaban de Afganistán al estrellarse el avión ex-soviético, obsoleto y en pésimas condiciones de mantenimiento, alquilado a precio de saldo y que pilotaba un ucraniano borracho, lo ponen de manifiesto. Que después de tantos años de penurias aún siga existiendo el Ejército Español es un mérito exclusivo de los militares que jamás los españoles serán capaces de valorar y agradecer con justicia.

Debemos apuntar también que la industria española, de armamento, naval o aeronáutica, ha sido víctima “colateral” de las campañas políticas contra el Ejército.

Pero hay un punto de carácter especialmente maquiavélico que merece la pena destacar. Se trata de la publicidad institucional destinada a aumentar el “prestigio” del Ejército precisamente presentándolo ante la sociedad como lo contrario de lo que es, ya sea un organismo internacional de ayuda humanitaria, una organización de caridad, con todo el respeto y admiración hacia las organizaciones de caridad, o últimamente como un cuerpo de bomberos forestales.

Una humillación tras otra.

CONCLUSIONES

Tal como dijimos en un principio, sólo nos hemos detenido en los factores más relevantes, sin pararnos a reflexionar en otros de cierta importancia como la incorporación sin restricciones de la mujer al Ejército, imponiendo sin embargo pruebas físicas diferenciadas por sexos como si el enemigo fuera a emplearse con menor dureza frente a las féminas en combate, o las múltiples humillaciones perpetradas como consecuencia de las campañas de tergiversación histórica.

Estudio psicológico aparte merecería la obsesión por no emplear la palabra guerra, llegando a negar vergonzosamente la evidencia cuando ha sido preciso.

Tampoco hemos hecho mención, y es importante destacarlo, al signo político de los gobiernos que adoptaron cada una de las medidas destructivas descritas. Es sencillamente irrelevante, de no ser porque caso de hacerlo nos daríamos cuenta del reparto descarado de papeles. Las derechas imponen las medidas más duras contra el Ejército mientras las izquierdas, en expresión popular, “le pasan la mano por el lomo”, normalmente con modestas mejoras salariales.

La conclusión es tan descorazonadora como el planteamiento inicial. El plan de destrucción del Ejército tal y como tradicionalmente lo conocíamos, programado desde hace décadas y ejecutado con precisión por gobiernos de uno u otro partido político, está llegando ya a sus últimas fases, y resulta trágicamente irreversible en las actuales circunstancias.

Que nuestra civilización está en peligro cada vez lo dudan menos españoles. Que el pelotón de soldados del que hablaba Spengler no llegue a estar disponible cuando sea preciso es cada vez un riesgo más cercano.



[1] Todos los datos incluidos en este artículo son de dominio público, o han sido divulgados previamente en medios de comunicación social y/o publicados en el Boletín Oficial del Estado o el Boletín Oficial de Defensa. No se ha incluido ninguna información de carácter reservado.
[2] “Don Manuel Azaña y los militares”, del General de Brigadas Miguel Alonso Baquer, editorial Actas.
[3] De “La Araucana”, de Alonso de Ercilla.

 



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