RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

sábado, 20 de julio de 2013

"LA AFIRMACIÓN ESPAÑOLA" DE JOSE MARÍA SALAVERRÍA (1ª parte)


Don José María Salaverría (1873-1940)


EL "SÍ" A ESPAÑA CONTRA EL NIHILISMO DE LA GENERACIÓN DEL 98

Por Manuel Fernández Espinosa
José María Salaverría (1873-1940) fue un prolífico periodista, crítico, novelista y ensayista que muy temprano fue injustamente olvidado tras su muerte. En vida fue un escritor que cosechó éxito y que tuvo muchos lectores que lo seguían en los diversos periódicos para los que escribía. Sin embargo, la popularidad de que gozaba entre el público lector contrastaba con el petulante desdén con que le trataba la mayoría de intelectuales de la época. Quizá el injusto desprecio con que trataron a Salaverría puede explicar que, a la hora de catalogarlo en alguna generación o grupo intelectual, haya desacuerdo: unos colocan a nuestro autor en el regeneracionismo, otros lo incluyen en una populosa G98 (Generación del 98) donde hay figuras estelares y, después vienen los pobres diablos que no merecen ni una línea en los libros de texto de Lengua y Literatura españolas: habría que revisar todos los criterios con los que se decide quién pasa a la posteridad. Es lo cierto que José María Salaverría es difícil de clasificar: “A mi entender, -escribía Federico Carlos Sáinz de Robles- José María Salaverría debe ser considerado como un escritor peculiarísimo, fuera de promoción y de tendencia. Un pensador que procede de sí mismo y que a sí mismo se sucede”.

Pío Baroja, en sus “Memorias”, comentó que Salaverría “ejerció de nietzscheano” hacía 1905-1906, como si fuese una postura teatral, pero el nietzscheísmo de Salaverría era algo más que una moda pasajera. Salaverría se sirvió del nietzscheísmo para ensayar estratagemas que solucionaran el problema que para él fue la suprema tarea intelectual, a la que sirvió con fidelidad religiosa y militante: España. Y así vamos a tener ocasión de comprobarlo en este análisis de un ensayo breve de Salaverría que a nuestro juicio no ha perdido vigencia, pese a ser escrito casi cien años hace y que muestra las dotes literarias y la clarividencia de este patriota, de este vasco a quien se le ha pagado los servicios que con su inteligencia rindió a España con el desprecio y el olvido.

SILUETA BIOGRÁFICA DE JOSÉ MARÍA SALAVERRÍA

José María Salaverría Ipenza nació el 8 de mayo de 1873 en Vinaroz (Castellón) y falleció en San Sebastián el 28 de marzo de 1940. Como sus apellidos indican, sus padres eran vascos y partidarios del carlismo. El padre había ido a Vinaroz para emplearse como encargado del faro. La familia regresa a Guipúzcoa cuando José María contaba cuatro años y se instala en San Sebastián. José María estudió primaria en las escuelas públicas de la donostiarra calle Peñaflorida, pero no hizo ninguna carrera universitaria, pues su familia era modesta y el niño ayudaba a su padre, atendiendo la torre del faro que le estaba encomendado. Sin embargo, José María Salaverría leía cuanto caía en sus manos, sirviéndose de la biblioteca municipal y alimentaba su cultura de modo autodidacto. Tenía 15 años cuando empezó a colaborar en periódicos donostiarras, viajó por Europa y América y trabajó como periodista en varios periódicos como La Nación de Buenos Aires y ABC en España.

Salaverría fue un escritor prolífico, pero todos los géneros que cultivó tenían un fin que para él era supremo: España. Su literatura fue entendida por él como servicio civil, pero militante y patriota, siempre con la voluntad firme de conservar la unidad de España y reanudar el imperialismo español. Por eso Salaverría renunció a todo decadentismo esteticista y su estilo literario es sobrio y claro, con voluntad didáctica, siempre con la intención de hacerse comprender, a veces implacable en la crítica de todo cuanto para él era signo de decadencia, el propósito de toda su obra fue formar patriotas, alentarlos y darles argumentos para no flaquear en el amor a España.

Sus posiciones políticas fueron en un principio republicanas, mantenía una correspondencia epistolar con Miguel de Unamuno (empezó a cartearse con Unamuno en 1904), sin embargo, Salaverría será destacado como corresponsal bélico en la Primera Guerra Mundial y el choque con esa brutal realidad marcará un punto de inflexión en su trayectoria. Salaverría vive la conflagración en los campos de batalla y en las ciudades de la retaguardia, donde la población civil presta su servicio laboral al esfuerzo de guerra en lo que no tenía precedente: la movilización total. Salaverría simpatiza con la causa de los imperios centrales y se convierte en un acérrimo germanófilo. Su germanofilia es compartida por Baroja y Benavente, pero el grueso de los figurones del 98 (Unamuno, Valle-Inclán, Antonio Machado…) ha cerrado filas con las potencias aliadas, incluso percibiendo honorarios por ello en algún caso, como el de Valle-Inclán.
 
Salaverría publica en el año 1917 el ensayo del que nos ocupamos: “La afirmación española”. Salaverría era un hombre austero, serio y hogareño y nunca se señaló por gustar de la bohemia del 98, aquel mundillo de perdonavidas, borrachos, putañeros y pedigüeños literarios que retratará al vivo el hermano de Pío Baroja, el pintor y cineasta Ricardo Baroja en su anecdotario que tituló “Gente del 98”. Esa ausencia de Salaverría en los cafés, en las tertulias, en los garitos donde despotricaban nuestros intelectuales también fue motivo para que sus contemporáneos del 98 lo marginaran. Salaverría era un extraño, no era como ellos: histriónicos, pagados de sí mismos, estrambóticos a veces, siempre egotistas, teatreros y siempre dispuestos a cambiar de filas políticas, para allegar dineros, prestigio e influencia.
 
 
La Generación del 98 asumía en su discurso una resignación fatalista frente a una España miserable: que tenía que dejar de ser España, para poder mejorar.

 
 
“LA AFIRMACIÓN ESPAÑOLA”

“La afirmación española” (1917) fue la declaración de guerra salaverriana al sanedrín del 98 y la multitud de sus secuaces. La obra tiene un subtítulo que reza: “Estudios sobre el pesimismo español y los nuevos tiempos” y se divide en dieciocho capítulo breves, encabezados por estos títulos: Introducción. La afirmación como deber; El tono negativo; El tono despectivo; España, frente a Europa; La generación del 98; La España negra; La superstición de Europa; La negación sistemática; Hacia otras ideas; Los negadores. Intelectuales, separatistas y republicanos; Justificación del optimismo; De la relatividad; El tono moral; España y América; La voluntad afirmativa; Gimnasia contra los lugares comunes; Fuenterrabía; El oro, la dinámica y la hora más propicia.

La “afirmación española” se presenta como un estudio a posteriori de lo que ha sido una campaña literaria, diseñada y realizada por Salaverría y que, según reconoce el autor, no ha encontrado en la intelectualidad morbosa, casi toda ella identificada con los hombres del 98, la adhesión que cabía esperar en virtud del sedicente patriotismo de que aquellos alardeaban. Salaverría reconoce haber encontrado en el público lector un seguimiento, pero la intelectualidad ha abdicado del deber patriota de cerrar filas para trabajar por la grandeza de España. Los culpables son esos espíritus del 98, atrincherados en sus egoísmos, en su “sonsonete”, siempre atento a hallar señales de decadencia para reafirmar el pesimismo en España, pese a los signos que se manifiestan en la realidad española. Y es que, mientras Europa se despedaza en los campos de batalla, España goza de paz y prospera económicamente. La jeremiada del 98 está durando demasiado a juicio de Salaverría.

El optimismo en que se envuelve “La afirmación española” no es el optimismo del ingenuo, sino que, en palabras de Salaverría, es un “optimismo de lo trágico” (aquí rezuma el vitalismo trágico de Nietzsche). Salaverría es de la opinión de que la visión negativa y despectiva de España, siempre pronta a enfatizar los rasgos peyorativos de la nación, ha sido la tónica dominante, que emana de los textos del 98: teatro, poesía, novelas, ensayos de los autores del 98 han redundado en una serie de lugares comunes que insisten en la presunta decadencia española que quiere verse como irremediable, imposible de redimir. Salaverría piensa que este deplorable juicio que pesa sobre España es reflejo de la impotencia propia de esos intelectuales, los mismos que permanecen instalados en sus torres de marfil, mientras que desalientan a todos cuantos los leen, predicando el pesimismo paralizante y estéril que ignora las capacidades, aptitudes y virtudes de España.

“En todas partes está mal visto el negador de su Patria. En todas partes recibiría una pronta sanción pública la persona que desdeñase, disminuyese o hiciera chacota de su Patria. A este resultado debe llegarse en España. Hay que cambiar de tono” (El tono negativo).

Salaverría ha constatado que: “Europa nos mira siempre como a un sujeto peligroso, al que conviene vigilar y reprimir. No se nos perdona nada, y nada se les olvida. Mientras España sea dependiente y servil, ese espíritu europeo, flotante y espumoso, ese europeísmo un tanto arcaico, lleno de prejuicios liberalistas y bañado de elocuencias de club revolucionario, ese europeísmo, en tanto nos prestemos a la imitación y a la obediencia, nos otorgará su olímpico y protector desprecio”.
LA GENERACIÓN DEL 98 A LA PICOTA

El año 1898 fue crucial para España por la pérdida de nuestros últimos dominios de ultramar. Con motivo del desastre español, Salaverría evoca emocionado a su padre: “Ahora recuerdo yo la ira y la vergüenza de mi padre, en cuyo ser anciano y vehemente, parecía protestar la ola entera de los antepasados”.

Fue con ese telón de fondo desgarrado cuando emergió la Generación del 98 que, para Salaverría, se constituye en un elemento romántico, decadente y nihilista, saturada de ideas extranjeras: “había nacido [la Generación del 98] de una fecundación morbosa; se nutría de aquella corriente de ideas universales que detestaban la nación, el militarismo, el patriotismo; y así, llevando en su cuerpo la gangrena antipatriótica, los innovadores estaban condenados a deshacer en sus propias manos lo poco de nacionalidad y de patria que restaba en España”. La Generación del 98 “aparentaba un interés nacional y en realidad sólo sentía la soberbia ególatra del artista; que hablaba, finalmente, de España con palabras y actitudes y puntos de vista aprendidos en el extranjero”. Según nuestro autor: “[La Generación del 98] Nació de la violencia, usó como arma el ultraje, subió por mero golpe de Estado al gobierno de las ideas”.

El arte se contagiaría de ese “tono negativo y despectivo” que la Generación del 98 implantó como clave interpretativa de todas las dimensiones de la realidad española: “Faltó el músico que expresara ese estado de alma; pero vino, en cambio, el pintor representativo, dotado de verdadero genio. Los cuadros de Ignacio Zuloaga corroboran definitivamente la tendencia de la época; ellos graban, imprimen, sujetan para siempre, como en un cadalso, la imagen sombría y ruinosa de aquella España artificial”.

“Como los señoritos aldeanos que han estudiado en la corte pretenden instaurar en su aldea las costumbres, el boato y hasta los vicios de la capital, estos nerviosos europeizantes querían traer Europa a España de una vez, en pleno, por arte de magia. Entonces se hizo ostensible y se perfeccionó la idea de europeización, o más bien la superstición de Europa”.

CONTINUARÁ...

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