RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

lunes, 17 de junio de 2013

FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( VI )



 FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( VI )



Por el Profesor Manuel Fernández Espinosa,
Profesor de Historia de la Filosofía y especialista en Ciencia de la Cultura.


RAZONES PARA CURSAR LOS ESTUDIOS UNIVERSITARIOS

Casa del Caballero del Verde Gabán, en Villanueva de los Infantes



Todos esos trabajos y estrecheces de la vida universitaria eran afrontados por los estudiantes pobres, sorteando los peligros del vicio tan a la mano, triunfando o fracasando en su carrera universitaria. Pero esas fatigas a las que estaban sujetos los estudiantes menos favorecidos por su hacienda y linaje no podrían entenderse de no haber al cabo un premio. En efecto, la recompensa al saber era cierta, aunque dejara de ser cabalmente justa. En tiempos de Cervantes todavía se sigue la tradición de premiar el saber. El tan discreto Caballero del Verde Gabán, D. Diego de Miranda, al contar a D. Quijote las cuitas que le da su hijo que, después de haber sido enviado a la Universidad de Salamanca, ha dado en aficionarse a la poesía, sin que le sea posible al padre convencer al hijo para que estudie Leyes o Teología, dice: "Quisiera yo que fuera corona de su linaje, pues vivimos en siglo donde nuestros reyes premian altamente las virtuosas y buenas letras; porque letras sin virtud son perlas en el muladar" [19].

EL MODELO DE TODA FORMACIÓN SUPERIOR: 
EL HOMBRE LIBERAL

Pero si el premio es un incentivo, el objetivo principal de la formación universitaria es algo más que la recompensa económica u honorífica, dependiente siempre de las instancias capaces de otorgarla. El objetivo sigue siendo el mismo en todo tiempo y lugar. Lo hemos dicho más arriba: "Los hombres reducidos a las "artes mecánicas" vendrían a ser como hombres disminuidos [...] Los estudios universitarios se encargaban, pues, de hacer "hombres" en plenitud; "hombres liberales", aptos para desempeñar tareas eclesiásticas, así como funciones administrativas subalternas".

Y aquí conviene que nos detengamos a considerar la polisemia del vocablo "liberal" que, ciertamente, ha experimentado modernamente una considerable restricción. El moderno término "liberal" surgió en las Cortes de Cádiz como etiqueta que los diputados revolucionarios se aplicaron, para escurrirse del calificativo de "revolucionario" o "jacobino" con el que eran designados por sus oponentes ideológicos. Fue en Cádiz donde se acuñaron los términos "liberal" y "liberalismo" y, desde España, el término pasó al acervo de la politología occidental. Así lo reconocía D. Antonio Alcalá Galiano: "La voz liberal aplicada a un partido o a individuos, es de fecha moderna y española en su origen, pues empezó a ser usada en Cádiz en 1811, y después ha pasado a Francia, a Inglaterra y a otros pueblos". Fue un acierto lingüístico que se apuntaron los revolucionarios, a costa de realizar un reduccionismo que depauperó el término. No olvidemos que "liberal" (del latín, "Liberalis") es, además de esa etiqueta política: "generoso", "pronto a ejecutar algo", "relativo a un arte o profesión, que requiere el ejercicio del intelecto", "virtud por la que, el hombre culto, se inclina a comprender". No es, por lo tanto, exclusivamente: "partidario de la libertad individual y social en lo político y de la iniciativa privada en lo económico" o "miembro de un partido político que se califique de tal". Y es que "liberal" decíase antiguamente de cada una de las disciplinas que componían el Trivio y el Cuadrivio, un vocablo cuya genealogía, por lo tanto, nos remonta a la mejor tradición universitaria de la Cristiandad.


El objetivo de la universidad, de cualquier formación superior, es hacer "hombres liberales" en su sentido más excelso, no en el reduccionista político, ni mucho menos, que muestra todas las trazas de manipulación propagandística y pervierte su sentido originario. En su sentido más nobilísimo es como nosotros lo empleamos, con el propósito de reivindicarlo y arrebatárselo a aquellos que lo secuestaron y a su prole ideológica actual que lo retiene y ha viciado.


LA DECADENCIA DE LA UNIVERSIDAD EN EL SIGLO XVII

Vincencio Juan de Lastanosa (1607-1681)


Uno de los primeros en denunciar la decadencia de nuestras universidades (españolas y europeas) fue Diego de Saavedra Fajardo (1584 - 1648). En su obra “República literaria” lo dirá con meridiana claridad: “En algunas de estas Universidades no correspondía el fruto al tiempo y al trabajo. Mayor era la presunción que la ciencia; más lo que se dudaba que lo que se aprendía. El tiempo, no el saber, daba los grados de Bachiller, Licenciado y Doctor, y a veces solamente el dinero, concediendo en pergaminos magníficos, con plomos pendientes de hilos, potestad a la ignorancia para poder explicar los libros y enseñar las ciencias, a hallarse en uno de estos grados[20]. El autor no omite el nombre de esas universidades: Viena, Ingolstadt, Salamanca, Alcalá, Coimbra… Su patriotismo exige esa mirada severa, sin permitirse que los afectos personales obnubilen su juicio sobre las universidades nacionales, el mismo Saavedra Fajardo estudió en la Universidad de Salamanca. 

¿Qué es lo que ha pasado? Muchas serán las razones de esta decadencia y al ser, prácticamente, universal no podrá justificarse que la universidad española esté en decadencia por el eclipse de nuestra hegemonía, aunque son fenómenos que corren parejos y simultáneos. Las universidades afectadas por el vicio que censura Saavedra Fajardo no son exclusivamente españolas. A todas luces parece que lo que ha degradado la universidad son razones endógenas: el escepticismo que se propagan en las cátedras no será ajeno a esta decadencia.

En Baltasar Gracián también se percibe que las universidades han experimentado un declive. Una de las premisas de la filosofía de Baltasar Gracián (1601 - 1658) es que el hombre no está hecho, sino que tiene que hacerse y, para hacerse plenamente hombre, el hombre tiene que cultivarse para elevarse de la  "barbarie" original (de la "bestialidad") hasta ascender a "persona":

"Nace bárbaro el hombre, redímese de bestia cultivándose. Hace personas la cultura, y más cuanto mayor. En fe de ella pudo Grecia llamar bárbaro a todo el restante universo." [21]

En "El Criticón" Gracián trazará la figura de Artemia que se presenta como una fantástica reina: “Muy diferente de la otra Circe, pues no convertía los hombres en bestias, sino al contrario, las fieras en hombres”… “De los brutos hacía hombres de razón” [22]. En "Artemia" cifra Gracián todas las Artes Liberales, a modo alegórico.
 
Gracián confía en la cultura como matriz de hombres cabalmente personas. Sin embargo, Gracián será de los primeros en mostrar una actitud menos optimista en cuanto a la valoración de la universidad española de su época y la razón es que Gracián piensa que se ha pervertido la finalidad de los estudios universitarios. Al filósofo aragonés la universidad salmantina se le aparece como una factoría de picapleitos que se convierten en sanguijuelas del dinero de sus clientes, por eso puede decir: “De Salamanca se dijeron leyes, donde no tanto se trata de hacer personas cuanto letrados, plaza de armas contra las haciendas” [23]

En Gracián parece levantarse acta de la degradación académica en que ha caído la Universidad hispánica, se ha volatilizado la genuina naturaleza de la Universidad cuando en vez de "hacer personas" aquella se ocupa, según denuncia Gracián, de "hacer letrados". La universidad ha venido a convertirse en una fábrica de títulos (“donde no tanto se trata hacer personas cuanto letrados”). Sin embargo, la formación cultural superior parece haber emigrado de la universidad a círculos más reservados. Cuando la universidad ha dejado de ser campo de Artemia, la formación cultural superior puede todavía realizarse en la intimidad de círculos privados: es el caso del círculo lastanosino (el formado alrededor del erudito y sabio Vincencio Juan de Lastanosa, gran amigo de Gracián que supo reunir a su alrededor a muchos hombres de talento; digamos que el “alter ego” de Lastanosa es, en la obra de Gracián, Salastano).

 

Ha cambiado la percepción que se tiene de la universidad. En tiempo de Cervantes, el premio iba unido a las "virtuosas y buenas letras"; en tiempo de Saavedra Fajardo y Baltasar Gracián, los estudios pueden garantizar una recompensa económica, incluso pingües beneficios, pero sin el concurso de las aptitudes, sin el esfuerzo ni el mérito de los que obtienen la titulación y, además, en detrimento de la virtud, habiéndose frustrado el objetivo principal de un centro de cultura superior: el hacer personas, "hombres liberales".






[19] "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", Segunda parte, Capítulo XVI, Miguel de Cervantes. 
 
[20] República literaria”, Diego de Saavedra Fajardo, prólogo y notas de Vicente García de Diego, Ediciones de “La Lectura”, Madrid, 1923.
 
[21] "Oráculo manual y arte de prudencia", Baltasar Gracián, edición de Emilio Blanco, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 2005. Hemos actualizado la grafía original del autor, para facilitar su lectura.

[22] El Criticón”, Baltasar Gracián, Edición de Santos Alonso, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 1984.

[23] "El Criticón", Baltasar Gracián, Edición de Santos Alonso, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 1984.

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