La espada
y la pluma.
Cádiz es cuna de grandes hombres que marcaron el siglo XVIII. El 8 de octubre
de 1742 nacía José Cadalso y Vázquez en la Tacita de Plata.
Por su costado paterno, José Cadalso tenía sangre vizcaína en sus venas.
Cuando muere su madre, y en ausencia de su padre que se hallaba de negocios
en América, un tío materno jesuíta queda a cargo del niño. Los primeros años
de su formación transcurren al cuidado del tío jesuíta en el colegio gaditano
de la Compañía de Jesús. A los nueve años el niño es enviado a París, para
cursar en una de las instituciones más avanzadas de su época: el Colegio de
Luis el Grande, donde continuará sus estudios.
Cuando regresa su padre a España, Cadalso retorna a España para ingresar en
el Real Seminario de Nobles de Madrid, merced a las gestiones que realiza el
padre con el propósito de evitar que la prolongada estancia en la Francia
enajenara al joven de las sólidas costumbres españolas. Empieza a sentir la
vocación militar, pero su progenitor no consiente, y le ofrece amplias
facilidades para que sus días transcurran en los frívolos divertimentos de la
mocedad, para de esa manera lograr que el joven se olvide de hacer carrera
militar. Cuando iba a cumplir los veinte años Cadalso vuelve a París, también
viajará a Londres.
A la muerte de su padre en Dinamarca, Cadalso se alista como voluntario en el
Regimiento de Caballería de Borbón. Interviene en 1762 en la campaña de
Portugal. En 1764 asciende a capitán. Y dos años después, en 1766, conoce en
Alcalá de Henares a Jovellanos. En este mismo año es armado caballero de la
Orden de Santiago.
Asiste a los tumultos producidos en el motín de Esquilache, cuando el
ministro masón determinó transformar radicalmente las tradiciones y
costumbres españolas. Depuesto el ministro extranjerizante, conocerá al conde
de Aranda, nuevo ministro de Carlos III. En 1767, el conde de Aranda, como
presidente del Consejo de Castilla, ejecuta la expulsión de los jesuítas.
Por atribuírsele un libelo satírico que circulaba por Madrid, y que iba
contra la nobleza cortesana ("Calendario manual y Guía de forasteros en
Chipre"), se le destierra a Zaragoza en el año 1768.
Cumplido su destierro, permanece en Zaragoza hasta 1770 dedicado a la poesía,
estrechando lazos de amistad con Nicolás Fernández de Moratín.
Regresa en 1770 a la corte y villa de Madrid, con el cargo de secretario del
Consejo de guerra. Allí se enamora de una actriz, María Ignacia, que muere en
1771 a los veintiocho años a consecuencia de una de las muchas epidemias de
tifus. A la muerte de su amada, se refugia en las tertulias de la Fonda de
San Sebastián, donde concurren celebridades de las letras como Nicolás Fernández
de Moratín o Iriarte.
Concluye la redacción de su obra más emblemática -"Cartas
marruecas"- durante una breve estancia en Salamanca (1773-1774).
Esta obra, considerada la más importante de su producción, será publicada
póstumamente. En la ciudad del Tormes entabló relación con fray Diego
González y Juan Pablo Forner, José Iglesias de la Casa y Juan Meléndez
Valdés. De Salamanca, Cadalso pasa a Extremadura con su regimiento. Se
desoyeron sus solicitudes de ascenso en el escalafón militar, y se le concedió
la ocasión de participar en la desastrosa expedición española a Argel en
1775. Un año después, en 1776, lo nombran por fin sargento mayor, y en 1777,
comandante de escuadrón.
Corriendo el año 1779, solicita intervenir en el sitio de Gibraltar y es destinado
a la línea del frente. A finales de enero es nombrado coronel. En la noche
del 26 de febrero de 1782, cuando personalmente atendía las líneas españolas
en acto de servicio, una granada del enemigo británico estalla en las
inmediaciones donde se encuentra, Cadalso entrega allí mismo su vida por la
Patria. Así moría, con cuarenta años, este caballero poeta, este hombre que,
como tantos otros grandes españoles, fue síntesis de la Espada y la Pluma,
gloria de las Armas y gloria de las Letras.
Las Cartas Marruecas.
La Ilustración (Iluminismo en Iberoamérica, Aufklërung
en Alemania, Lumières en Francia, Enlightenment en
Inglaterra...) designa un período histórico que comprende en general el siglo
XVIII. El concepto es un instrumento histórico cuyo rasgo definitorio es el
optimismo en el poder de la Razón y en la posibilidad de reorganizar a fondo
la sociedad a base de principios racionales. En este movimiento que se
extendió por toda Europa, llegando incluso al Nuevo Mundo, se troquelaron
conceptos como el progreso, con altanero desprecio de los siglos anteriores.
José Cadalso es un hombre de su tiempo, y pasa por ser una de las figuras más
destacadas de la Ilustración española que, a diferencia de las demás
"ilustraciones" europeas, no se mostró radicalmente
antieclesiástica. En el caso español, los eclesiásticos participaron con
entusiasmo en el movimiento ilustrado: el padre Feijoó es un exponente de
cuanto decimos.
En cuanto a la catalogación de Cadalso en el movimiento ilustrado es algo
aceptado ampliamente, aunque también se le tome como tempranero precursor del
movimiento romántico español con su obra dramática "Noches
lúgubres".
Las "Cartas marruecas" es el epistolario fingido de tres personajes
que se envían y cruzan cartas: dos marroquíes -Gazel (que está en España) y
Ben-Beley (su padre adoptivo, que está en Marruecos)-, interviniendo
puntualmente también un español, guía de Gazel, cuyo nombre literario es Nuño
Nuñez y que es "alter ego" del mismo Cadalso. El género epistolar
revivía así en la literatura hispánica, inspirándose en las "Lettres
Persanes" (Cartas persas, 1721) del barón de Montesquieu.
Ni que decir tiene que el cuerpo de la obra se articula sirviéndose del
artificio literario que prestan unos corresponsales ficticios, en cuya correspondencia
se plasman las reflexiones que propician la atenta observación de las
costumbres de la época. Hemos de decir que, en la historia efectiva de
España, un embajador de Marruecos, Sidi Hamet al Ghazzali (conocido como El
Gazel) había visitado España en 1766.
Ilustración y cosmopolitismo en cuarentena.
No obstante, Cadalso no asume íntegramente el proyecto de la Ilustración sin
muy sensatas reservas. Sobre el concepto de "progreso", aceptado
acríticamente por la generalidad de los ilustrados más optimistas, Cadalso
escribe: "...la generación entera abomina de las generaciones que le
han precedido. No lo entiendo." (carta IV)
La disputa entre los "rancios" (partidarios de la íntegra tradición
hispánica y denostadores de las innovaciones) y los "noveleros"
(partidarios a ultranza de las novedades importadas del extranjero) encuentra
en Cadalso el fiel de la balanza, las consecuencias de este equilibrio
conscientemente buscado encontrará eco en la "Introducción" del
epistolario. Pero, considerando el todo de la obra podemos decir que Cadalso
apuesta más por los valores tradicionales que por las novedades. La razón de
este deslizamiento a favor de la tradición se puede encontrar en el pesimismo
que animaba al crítico: "Por lo que toca a las ventajas morales,
aunque la apariencia favorezca nuestros días, en la realidad, ¿que diremos?
Sólo puedo asegurar que este siglo tan feliz en tu dictamen ha sido tan
desdichado en la experiencia como los antecedentes." (carta IV).
La crítica cadalsiana a sus contemporáneos que se envanecían de haber nacido
en los privilegiados tiempos de mayor "ilustración" que en las
anteriores edades, que creían vivir en una época enjuiciada como superior a
las antiguas, se funda en lo que él ya presiente, como persona viajada y culta
que es: "Concédote cierta ilustración aparente que ha despojado a
nuestro siglo de la austeridad y rigor de los pasados; pero, ¿sabes de qué
sirve esta mutación, este tropel que brilla en toda Europa y deslumbra a los
menos cuerdos? Creo firmemente que no sirve más que de confundir el orden
respectivo, establecido para el bien de cada estado en particular." (carta
IV) La Ilustración es conceptuada como apariencia que confunde y
desquiciamiento del orden de las cosas, en concreto de los Estados.
Esta desconfianza por los proyectos mundialistas de la Ilustración se basa en
la repulsión que le causa a Cadalso la crítica feroz que los países
ilustrados de toda Europa habían desarrollado en contra de la labor
conquistadora, colonizadora, evangelizadora y civilizatoria de España en
América. Lo que llamamos "Leyenda Negra".
Cadalso conocía perfectamente las patrañas propagandísticas que las potencias
adversarias y envidiosas de España habían promovido desde los tiempos de
Felipe II. Su contestación, que es la de un patriota español, puede servir a
cualquier español de nuestros días como antídoto de todas las exageraciones
del padre Las Casas, en modo alguno un modelo de religioso desinteresado (es
conocida su pervertida afición sodomítica por los mancebos indios). En las
denuncias del padre Las Casas se fundó buenamente esa "Leyenda
Negra" a la que incluso hoy en día conceden crédito los españoles menos
avisados.
Apunta Cadalso: "...los pueblos que tanto vocean la crueldad de los
españoles en América son precisamente los mismos que van a las costas de
África a comprar animales racionales de ambos sexos a sus padres, hermanos,
amigos, guerreros victoriosos, sin más derecho que ser los compradores
blancos y los comprados negros; los embarcan como brutos; los llevan millares
de leguas desnudos, hambrientos y sedientos; los desembarcan en América; los
venden en público mercado como jumentos, a más precio los mozos sanos y
robustos, y a mucho más las infelices mujeres que se hallan con otro fruto de
miseria dentro de sí mismas; toman el dinero; se lo llevan a sus humanísimos
países, y con el producto de esta venta imprimen libros llenos de elegantes
inventivas, retóricos insultos y elocuentes injurias contra Hernán Cortés por
lo que hizo." (carta IX) Recordemos que, por la parte española, uno
de los que sugería el comercio de esclavos africanos, eufemísticamente
llamado "mercado de ébano", era el Las Casas.
Son esos mismos pueblos que tanto abominan de España (británicos, franceses y
holandeses) los más aventajados mercaderes de esclavos en contra de las
producciones -¿de qué género: "histórico" o "histórico
ficticio"?- Steven Spielberg). Son ellos también los que promueven el
cosmopolitismo, cuyo razonamiento es el mismo en todas las épocas: Que nadie
se sienta patriota, hay que ser patriota universal, ciudadano del mundo.
Lógicamente, Cadalso hace bien en recelar y justifica así sus resquemores por
todo ese demagógico internacionalismo.
Y hay duras, diríamos que proféticas palabras, para ese cosmopolitismo
incipiente: Sobre este particular, el análisis de Cadalso es categórico:
"La mezcla de las naciones en Europa ha hecho admitir generalmente los
vicios de cada una y desterrar las virtudes respectivas. De aquí nacerá, si
ya no ha nacido, que los nobles de todos los países tengan igual despego a su
patria, formando entre todos una nación separada de las otras y distinta en
idioma, traje y religión; y que los pueblos sean infelices en igual grado,
esto es, en proporción de la semejanza de los nobles." (carta IV)
Dos siglos después tenemos esto que llaman "aldea global", y
sufrimos la globalización impuesta, con el desdibujamiento de las identidades
en una indigesta empanada que los más piadosos pueden entender, en clave
bíblica, como gran Babilonia. Otra vez late el pesimismo cadalsiano: de la
mesticia de naciones es de esperar que se adquieran los vicios respectivos de
cada nación, pero no las virtudes.
El análisis de Cadalso sobre las consecuencias del cosmopolitismo que
impulsan las elites de su época coincide en líneas generales con el análisis
que en las postrimerías del siglo XX realizaba el norteamericano Christopher
Lasch, expresado en su libro "La rebelión de las elites". Las
elites políticas, económicas y mediáticas de nuestros días (traslación
temporal de esos que Cadalso identifica como "nobles" cosmopolitas)
conforman, según Lasch, una "nueva clase" egoísta e indócil,
desarraigada de sus patrias originales y apartadas del destino de sus
pueblos. Cadalso, doscientos años antes, ya había detectado ese fenómeno en
las elites contemporáneas suyas. Mucho podemos decir sobre esa "nación
separada" que conformaban estos cosmopolitas de hoy. En la religión
común que ellos profesan tiene mucho que ver, qué duda cabe, la "Nueva
Era" y el "Círculo de Roma" financiado por los emporios de las
familias Rothschild y Rockefeller.
Las consecuencias de todo este dislate generado por la Ilustración y el
cosmopolitismo del siglo XVIII son auguradas por Cadalso: "Síguese a
esto la decadencia general de los estados, pues sólo se mantienen los unos
por la flaqueza de los otros, y ninguno por fuerza suya o vigor propio."
(carta IV)
El héroe que derramaría su sangre en Gibraltar, por la toma de la Roca, acaba
concluyendo: "Ya no hay patriotismo, porque ya no hay patria."
(carta XVI)
Fray Diego José de Cádiz,
predicador capuchino
La Decadencia de España es decadencia moral.
Pero Cadalso no sólo es un fino analista de la situación de su época, y
tampoco se queda en profeta político de alto rango, como también sería la
figura de Donoso Cortés. Cadalso es, ante todo, un escritor moralista y, lo
que para nosotros tiene más valor, un moralista laico ajeno a la moralina
eclesiástica que tantas veces, por desgracia (y con excepción de egregias
figuras), no trascendió de la mojigatería.
Como buen discípulo de Quevedo, las hipocresías de su época, hipocresías
perennes del mundo, están puestas ante los ojos (carta XXII).
Así nos lo muestran sus invectivas contra los "petimetres" (mozos
adinerados que hacían lo indecible por estar siempre a la moda), sus pullas
satíricas dirigidas a los "eruditos a la violeta" (esos que "pretenden
saber mucho estudiando poco" como reza el subtítulo de este libelo).
Su crítica no perdona tampoco a los "señoritos", esos enjendros que
empiezan a asomar la cabeza en el siglo XVIII como degeneración de los
"señores". En la carta VI desarrolla en una plástica estampa su
ácida visión del fenómeno señoritil, condenando el mal empleo que de sus
talentos, favorecidos por las posibilidades económicas, hacen estos ociosos
que pasan los días en francachelas y juergas.
Tampoco perdona Cadalso el adulterio que se extendía en su época como una
plaga libertina (carta X), así como la manifiesta ingratitud de los hijos
para con sus padres (carta XVIII). Todos son síntomas de un mal moral que
afecta a la nación, debilitándola y precipitando su decadencia.
El concepto de España en Cadalso: Patriotismo y patrioterismo.
Es hora de distinguir el patrioterismo, una degeneración del patriotismo, de
lo que es verdadero patriotismo.
Eso nos parece decir Cadalso, cuando censura ese estúpido empeño que muchos
españoles sostienen cuando se trata de defender ciertas cosas que parecen, en
apariencia, constituir la esencia de España. Cadalso es muy caústico en este
aspecto, y desvela que todo cuanto los patrioteros se empecinan en defender
como auténticamente español no es otra cosa que productos ajenos entrañados
en nuestro carácter nacional: por ejemplo, la filosofía aristotélica que la
escolástica asumió como propia: Cadalso le denomina a esta filosofía
aristotélica con el vocablo "peripatecismo" (o
"peripateticismo"), hoy más conocida como
"peripatetismo". Es un producto de la Antigüedad griega, no
genuinamente español.
Sobre el atuendo que sus contemporáneos consideraban propiamente hispánico,
Cadalso también revela que se trata de una moda austríaca aceptada por los
españoles. Mientras tanto, se han ido perdiendo en
el camino los trajes autóctonos de cada provincia española. "El patriotismo mal
entendido, en lugar de ser una virtud, viene a ser un defecto ridículo y
muchas veces perjudicial a la misma patria." (carta XXI)
Pero, por encima o por debajo de las apariencias, toda nación tiene según
Cadalso un carácter propio: "...cada nación tiene su carácter, que es
un mixto de vicios y virtudes, en el cual los vicios pueden apenas llamarse
tales si producen en la realidad algunos buenos efectos; y éstos se ven sólo
en los lances prácticos, que suelen ser muy diversos de los que se esperaban
por mera especulación." (carta XXIX) "Cada nación (...)
tiene sus buenas y malas propiedades peculiares a su alma y cuerpo." (carta
XXI)
Cadalso se maneja con un concepto pragmático de nación. No le importan a
Cadalso las "repúblicas platónicas", esos proyectos especulativos,
ideales que se desprenden de la realidad: "...ni puede ser de otro
modo: querer que una nación se quede con solas sus propias virtudes y se
despoje de sus defectos propios para adquirir en su lugar las virtudes de las
extrañas, es fingir otra república como la de Platón." (carta XXI)
Se privilegia así un concepto realista de nación.
Cuando Cadalso se refiere a esos vicios que "...pueden apenas
llamarse tales si producen en la realidad algunos buenos efectos" (carta
XXIX) no podemos interpretar una cínica interpretación maquiavélica. Más bien
se trata de un reconocimiento empírico de lo que de sí dan esos
"vicios", considerados como vicios abstractamente, pero que pueden
convertirse en virtualidades puestos en el juego de la realidad práctica.
Así, en la carta XXVI, después de hacer un sucinto repaso de los rasgos
caracterológicos que definen a los pueblos de España (cántabros, vascos,
asturianos, gallegos, castellanos, extremeños, andaluces, levantinos,
catalanes y aragoneses...), Cadalso termina concluyendo: "Por causa
de los muchos siglos que todos estos pueblos estuvieron divididos, guerrearon
unos con otros, hablaron distintas lenguas, se gobernaron por diferentes
leyes, llevaron diversos trajes y, en fin, fueron naciones separadas, se
mantuvieron entre ellos ciertos odios que, sin duda, han minorado y aun
llegado a aniquilarse, pero aún se mantiene cierto desapego entre los de
provincias lejanas; y si éste puede dañar (aquí vicio al que aludíamos más
arriba) en tiempo de paz, porque es obstáculo considerable para la perfecta
unión, puede ser muy ventajoso en tiempo de guerra (aquí el vicio se
convierte en virtud puesto en juego práctico) por la mutua emulación de unos
con otros. Un regimiento todo aragonés no miraría con frialdad la gloria
adquirida por una tropa toda castellana, y un navío tripulado de vizcaínos no
se rendiría al enemigo mientras se defienda uno lleno de catalanes." (carta
XXVII)
He aquí esos "vicios" que "pueden apenas llamarse tales si
producen en la realidad algunos buenos efectos;" (carta XXIX)
Para Cadalso queda clara la identidad de los pueblos que componen eso que
llamamos España. España es un conjunto de pueblos con sus propias
identidades, podemos llamarlos "naciones", subsumidos por voluntad
propia bajo una unidad superior.
Si algunas características -buenas y malas- definen el genuino carácter
español, estas son, positivamente: la religión, la valentía y la lealtad
monárquica, siendo defectos nacionales: la vanidad, el desprecio del trabajo
y el enamoriscamiento fácil. "Si el carácter español, en general, se
compone de religión, valor y amor a su soberano por una parte, y por otra de
vanidad, desprecio a la industria (que los extranjeros llaman pereza) y
demasiada propensión al amor; si este conjunto de buenas y malas calidades
componían el corazón nacional de los españoles cinco siglos ha, el mismo
compone el de los actuales" (carta XXI)
Las virtudes y vicios nacionales no han cambiado desde el siglo de Cadalso,
esto no quiere decir que, aunque duraderos, estos valores sean inmutables.
Cadalso condensa en sus "Cartas marruecas" el afán más noble por
equilibrar los opuestos extremistas que siempre han dividido a los españoles
en miopías partidistas. Su obra todavía nos interpela, desde doscientos años
ha, a cuantos vivimos en esta piel de toro, en esta España, mezcla de
realidad histórica y ficción delirante que uno de sus más conspicuos
seguidores, el pobrecito hablador y fígaro Mariano José de Larra, gustaba de
llamar "el país de los Batuecos". Todavía están presentes en
nuestro entramado personal y social atávicos vicios y virtudes que Cadalso
observó y trató de conciliar.
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