RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

sábado, 10 de agosto de 2013

JOSÉ CADALSO Y EL "DOLORIDO SENTIR" POR ESPAÑA: UNA RELECTURA


  José Cadalso, soldado y escritor, caído en el Gran Sitio de Gibraltar 
 
por Manuel Fernández Espinosa
 

Tras unos breves apuntes biográficos y literarios de este caballero poeta, gloria de las Armas y gloria de las Letras se analiza el patriotismo que muestran sus escritos. Premonitoria su crítica del "cosmopolitismo", hoy convertido en "globalización" o "mundialización". Este artículo vio su publicación en la
 
La espada y la pluma.

Cádiz es cuna de grandes hombres que marcaron el siglo XVIII. El 8 de octubre de 1742 nacía José Cadalso y Vázquez en la Tacita de Plata.

Por su costado paterno, José Cadalso tenía sangre vizcaína en sus venas. Cuando muere su madre, y en ausencia de su padre que se hallaba de negocios en América, un tío materno jesuíta queda a cargo del niño. Los primeros años de su formación transcurren al cuidado del tío jesuíta en el colegio gaditano de la Compañía de Jesús. A los nueve años el niño es enviado a París, para cursar en una de las instituciones más avanzadas de su época: el Colegio de Luis el Grande, donde continuará sus estudios.

Cuando regresa su padre a España, Cadalso retorna a España para ingresar en el Real Seminario de Nobles de Madrid, merced a las gestiones que realiza el padre con el propósito de evitar que la prolongada estancia en la Francia enajenara al joven de las sólidas costumbres españolas. Empieza a sentir la vocación militar, pero su progenitor no consiente, y le ofrece amplias facilidades para que sus días transcurran en los frívolos divertimentos de la mocedad, para de esa manera lograr que el joven se olvide de hacer carrera militar. Cuando iba a cumplir los veinte años Cadalso vuelve a París, también viajará a Londres.

A la muerte de su padre en Dinamarca, Cadalso se alista como voluntario en el Regimiento de Caballería de Borbón. Interviene en 1762 en la campaña de Portugal. En 1764 asciende a capitán. Y dos años después, en 1766, conoce en Alcalá de Henares a Jovellanos. En este mismo año es armado caballero de la Orden de Santiago.

Asiste a los tumultos producidos en el motín de Esquilache, cuando el ministro masón determinó transformar radicalmente las tradiciones y costumbres españolas. Depuesto el ministro extranjerizante, conocerá al conde de Aranda, nuevo ministro de Carlos III. En 1767, el conde de Aranda, como presidente del Consejo de Castilla, ejecuta la expulsión de los jesuítas.

Por atribuírsele un libelo satírico que circulaba por Madrid, y que iba contra la nobleza cortesana ("Calendario manual y Guía de forasteros en Chipre"), se le destierra a Zaragoza en el año 1768.

Cumplido su destierro, permanece en Zaragoza hasta 1770 dedicado a la poesía, estrechando lazos de amistad con Nicolás Fernández de Moratín.

Regresa en 1770 a la corte y villa de Madrid, con el cargo de secretario del Consejo de guerra. Allí se enamora de una actriz, María Ignacia, que muere en 1771 a los veintiocho años a consecuencia de una de las muchas epidemias de tifus. A la muerte de su amada, se refugia en las tertulias de la Fonda de San Sebastián, donde concurren celebridades de las letras como Nicolás Fernández de Moratín o Iriarte.

Concluye la redacción de su obra más emblemática -"Cartas marruecas"- durante una breve estancia en Salamanca (1773-1774). Esta obra, considerada la más importante de su producción, será publicada póstumamente. En la ciudad del Tormes entabló relación con fray Diego González y Juan Pablo Forner, José Iglesias de la Casa y Juan Meléndez Valdés. De Salamanca, Cadalso pasa a Extremadura con su regimiento. Se desoyeron sus solicitudes de ascenso en el escalafón militar, y se le concedió la ocasión de participar en la desastrosa expedición española a Argel en 1775. Un año después, en 1776, lo nombran por fin sargento mayor, y en 1777, comandante de escuadrón.

Corriendo el año 1779, solicita intervenir en el sitio de Gibraltar y es destinado a la línea del frente. A finales de enero es nombrado coronel. En la noche del 26 de febrero de 1782, cuando personalmente atendía las líneas españolas en acto de servicio, una granada del enemigo británico estalla en las inmediaciones donde se encuentra, Cadalso entrega allí mismo su vida por la Patria. Así moría, con cuarenta años, este caballero poeta, este hombre que, como tantos otros grandes españoles, fue síntesis de la Espada y la Pluma, gloria de las Armas y gloria de las Letras.

Las Cartas Marruecas.

La Ilustración (Iluminismo en Iberoamérica, Aufklërung en Alemania, Lumières en Francia, Enlightenment en Inglaterra...) designa un período histórico que comprende en general el siglo XVIII. El concepto es un instrumento histórico cuyo rasgo definitorio es el optimismo en el poder de la Razón y en la posibilidad de reorganizar a fondo la sociedad a base de principios racionales. En este movimiento que se extendió por toda Europa, llegando incluso al Nuevo Mundo, se troquelaron conceptos como el progreso, con altanero desprecio de los siglos anteriores.

José Cadalso es un hombre de su tiempo, y pasa por ser una de las figuras más destacadas de la Ilustración española que, a diferencia de las demás "ilustraciones" europeas, no se mostró radicalmente antieclesiástica. En el caso español, los eclesiásticos participaron con entusiasmo en el movimiento ilustrado: el padre Feijoó es un exponente de cuanto decimos.

En cuanto a la catalogación de Cadalso en el movimiento ilustrado es algo aceptado ampliamente, aunque también se le tome como tempranero precursor del movimiento romántico español con su obra dramática "Noches lúgubres".

Las "Cartas marruecas" es el epistolario fingido de tres personajes que se envían y cruzan cartas: dos marroquíes -Gazel (que está en España) y Ben-Beley (su padre adoptivo, que está en Marruecos)-, interviniendo puntualmente también un español, guía de Gazel, cuyo nombre literario es Nuño Nuñez y que es "alter ego" del mismo Cadalso. El género epistolar revivía así en la literatura hispánica, inspirándose en las "Lettres Persanes" (Cartas persas, 1721) del barón de Montesquieu.

Ni que decir tiene que el cuerpo de la obra se articula sirviéndose del artificio literario que prestan unos corresponsales ficticios, en cuya correspondencia se plasman las reflexiones que propician la atenta observación de las costumbres de la época. Hemos de decir que, en la historia efectiva de España, un embajador de Marruecos, Sidi Hamet al Ghazzali (conocido como El Gazel) había visitado España en 1766.

Ilustración y cosmopolitismo en cuarentena.

No obstante, Cadalso no asume íntegramente el proyecto de la Ilustración sin muy sensatas reservas. Sobre el concepto de "progreso", aceptado acríticamente por la generalidad de los ilustrados más optimistas, Cadalso escribe: "...la generación entera abomina de las generaciones que le han precedido. No lo entiendo." (carta IV)

La disputa entre los "rancios" (partidarios de la íntegra tradición hispánica y denostadores de las innovaciones) y los "noveleros" (partidarios a ultranza de las novedades importadas del extranjero) encuentra en Cadalso el fiel de la balanza, las consecuencias de este equilibrio conscientemente buscado encontrará eco en la "Introducción" del epistolario. Pero, considerando el todo de la obra podemos decir que Cadalso apuesta más por los valores tradicionales que por las novedades. La razón de este deslizamiento a favor de la tradición se puede encontrar en el pesimismo que animaba al crítico: "Por lo que toca a las ventajas morales, aunque la apariencia favorezca nuestros días, en la realidad, ¿que diremos? Sólo puedo asegurar que este siglo tan feliz en tu dictamen ha sido tan desdichado en la experiencia como los antecedentes." (carta IV).

La crítica cadalsiana a sus contemporáneos que se envanecían de haber nacido en los privilegiados tiempos de mayor "ilustración" que en las anteriores edades, que creían vivir en una época enjuiciada como superior a las antiguas, se funda en lo que él ya presiente, como persona viajada y culta que es: "Concédote cierta ilustración aparente que ha despojado a nuestro siglo de la austeridad y rigor de los pasados; pero, ¿sabes de qué sirve esta mutación, este tropel que brilla en toda Europa y deslumbra a los menos cuerdos? Creo firmemente que no sirve más que de confundir el orden respectivo, establecido para el bien de cada estado en particular." (carta IV) La Ilustración es conceptuada como apariencia que confunde y desquiciamiento del orden de las cosas, en concreto de los Estados.

Esta desconfianza por los proyectos mundialistas de la Ilustración se basa en la repulsión que le causa a Cadalso la crítica feroz que los países ilustrados de toda Europa habían desarrollado en contra de la labor conquistadora, colonizadora, evangelizadora y civilizatoria de España en América. Lo que llamamos "Leyenda Negra".

Cadalso conocía perfectamente las patrañas propagandísticas que las potencias adversarias y envidiosas de España habían promovido desde los tiempos de Felipe II. Su contestación, que es la de un patriota español, puede servir a cualquier español de nuestros días como antídoto de todas las exageraciones del padre Las Casas, en modo alguno un modelo de religioso desinteresado (es conocida su pervertida afición sodomítica por los mancebos indios). En las denuncias del padre Las Casas se fundó buenamente esa "Leyenda Negra" a la que incluso hoy en día conceden crédito los españoles menos avisados.

Apunta Cadalso: "...los pueblos que tanto vocean la crueldad de los españoles en América son precisamente los mismos que van a las costas de África a comprar animales racionales de ambos sexos a sus padres, hermanos, amigos, guerreros victoriosos, sin más derecho que ser los compradores blancos y los comprados negros; los embarcan como brutos; los llevan millares de leguas desnudos, hambrientos y sedientos; los desembarcan en América; los venden en público mercado como jumentos, a más precio los mozos sanos y robustos, y a mucho más las infelices mujeres que se hallan con otro fruto de miseria dentro de sí mismas; toman el dinero; se lo llevan a sus humanísimos países, y con el producto de esta venta imprimen libros llenos de elegantes inventivas, retóricos insultos y elocuentes injurias contra Hernán Cortés por lo que hizo." (carta IX) Recordemos que, por la parte española, uno de los que sugería el comercio de esclavos africanos, eufemísticamente llamado "mercado de ébano", era el Las Casas.

Son esos mismos pueblos que tanto abominan de España (británicos, franceses y holandeses) los más aventajados mercaderes de esclavos en contra de las producciones -¿de qué género: "histórico" o "histórico ficticio"?- Steven Spielberg). Son ellos también los que promueven el cosmopolitismo, cuyo razonamiento es el mismo en todas las épocas: Que nadie se sienta patriota, hay que ser patriota universal, ciudadano del mundo. Lógicamente, Cadalso hace bien en recelar y justifica así sus resquemores por todo ese demagógico internacionalismo.

Y hay duras, diríamos que proféticas palabras, para ese cosmopolitismo incipiente: Sobre este particular, el análisis de Cadalso es categórico: "La mezcla de las naciones en Europa ha hecho admitir generalmente los vicios de cada una y desterrar las virtudes respectivas. De aquí nacerá, si ya no ha nacido, que los nobles de todos los países tengan igual despego a su patria, formando entre todos una nación separada de las otras y distinta en idioma, traje y religión; y que los pueblos sean infelices en igual grado, esto es, en proporción de la semejanza de los nobles." (carta IV) Dos siglos después tenemos esto que llaman "aldea global", y sufrimos la globalización impuesta, con el desdibujamiento de las identidades en una indigesta empanada que los más piadosos pueden entender, en clave bíblica, como gran Babilonia. Otra vez late el pesimismo cadalsiano: de la mesticia de naciones es de esperar que se adquieran los vicios respectivos de cada nación, pero no las virtudes.

El análisis de Cadalso sobre las consecuencias del cosmopolitismo que impulsan las elites de su época coincide en líneas generales con el análisis que en las postrimerías del siglo XX realizaba el norteamericano Christopher Lasch, expresado en su libro "La rebelión de las elites". Las elites políticas, económicas y mediáticas de nuestros días (traslación temporal de esos que Cadalso identifica como "nobles" cosmopolitas) conforman, según Lasch, una "nueva clase" egoísta e indócil, desarraigada de sus patrias originales y apartadas del destino de sus pueblos. Cadalso, doscientos años antes, ya había detectado ese fenómeno en las elites contemporáneas suyas. Mucho podemos decir sobre esa "nación separada" que conformaban estos cosmopolitas de hoy. En la religión común que ellos profesan tiene mucho que ver, qué duda cabe, la "Nueva Era" y el "Círculo de Roma" financiado por los emporios de las familias Rothschild y Rockefeller.

Las consecuencias de todo este dislate generado por la Ilustración y el cosmopolitismo del siglo XVIII son auguradas por Cadalso: "Síguese a esto la decadencia general de los estados, pues sólo se mantienen los unos por la flaqueza de los otros, y ninguno por fuerza suya o vigor propio." (carta IV)

El héroe que derramaría su sangre en Gibraltar, por la toma de la Roca, acaba concluyendo: "Ya no hay patriotismo, porque ya no hay patria." (carta XVI)



 




Fray Diego José de Cádiz,
predicador capuchino

La Decadencia de España es decadencia moral.

Pero Cadalso no sólo es un fino analista de la situación de su época, y tampoco se queda en profeta político de alto rango, como también sería la figura de Donoso Cortés. Cadalso es, ante todo, un escritor moralista y, lo que para nosotros tiene más valor, un moralista laico ajeno a la moralina eclesiástica que tantas veces, por desgracia (y con excepción de egregias figuras), no trascendió de la mojigatería.

Como buen discípulo de Quevedo, las hipocresías de su época, hipocresías perennes del mundo, están puestas ante los ojos (carta XXII).

Así nos lo muestran sus invectivas contra los "petimetres" (mozos adinerados que hacían lo indecible por estar siempre a la moda), sus pullas satíricas dirigidas a los "eruditos a la violeta" (esos que "pretenden saber mucho estudiando poco" como reza el subtítulo de este libelo).

Su crítica no perdona tampoco a los "señoritos", esos enjendros que empiezan a asomar la cabeza en el siglo XVIII como degeneración de los "señores". En la carta VI desarrolla en una plástica estampa su ácida visión del fenómeno señoritil, condenando el mal empleo que de sus talentos, favorecidos por las posibilidades económicas, hacen estos ociosos que pasan los días en francachelas y juergas.

Tampoco perdona Cadalso el adulterio que se extendía en su época como una plaga libertina (carta X), así como la manifiesta ingratitud de los hijos para con sus padres (carta XVIII). Todos son síntomas de un mal moral que afecta a la nación, debilitándola y precipitando su decadencia.

El concepto de España en Cadalso: Patriotismo y patrioterismo.

Es hora de distinguir el patrioterismo, una degeneración del patriotismo, de lo que es verdadero patriotismo.

Eso nos parece decir Cadalso, cuando censura ese estúpido empeño que muchos españoles sostienen cuando se trata de defender ciertas cosas que parecen, en apariencia, constituir la esencia de España. Cadalso es muy caústico en este aspecto, y desvela que todo cuanto los patrioteros se empecinan en defender como auténticamente español no es otra cosa que productos ajenos entrañados en nuestro carácter nacional: por ejemplo, la filosofía aristotélica que la escolástica asumió como propia: Cadalso le denomina a esta filosofía aristotélica con el vocablo "peripatecismo" (o "peripateticismo"), hoy más conocida como "peripatetismo". Es un producto de la Antigüedad griega, no genuinamente español.

Sobre el atuendo que sus contemporáneos consideraban propiamente hispánico, Cadalso también revela que se trata de una moda austríaca aceptada por los españoles. Mientras tanto, se han ido perdiendo en el camino los trajes autóctonos de cada provincia española. "El patriotismo mal entendido, en lugar de ser una virtud, viene a ser un defecto ridículo y muchas veces perjudicial a la misma patria." (carta XXI)

Pero, por encima o por debajo de las apariencias, toda nación tiene según Cadalso un carácter propio: "...cada nación tiene su carácter, que es un mixto de vicios y virtudes, en el cual los vicios pueden apenas llamarse tales si producen en la realidad algunos buenos efectos; y éstos se ven sólo en los lances prácticos, que suelen ser muy diversos de los que se esperaban por mera especulación." (carta XXIX) "Cada nación (...) tiene sus buenas y malas propiedades peculiares a su alma y cuerpo." (carta XXI)

Cadalso se maneja con un concepto pragmático de nación. No le importan a Cadalso las "repúblicas platónicas", esos proyectos especulativos, ideales que se desprenden de la realidad: "...ni puede ser de otro modo: querer que una nación se quede con solas sus propias virtudes y se despoje de sus defectos propios para adquirir en su lugar las virtudes de las extrañas, es fingir otra república como la de Platón." (carta XXI) Se privilegia así un concepto realista de nación.

Cuando Cadalso se refiere a esos vicios que "...pueden apenas llamarse tales si producen en la realidad algunos buenos efectos" (carta XXIX) no podemos interpretar una cínica interpretación maquiavélica. Más bien se trata de un reconocimiento empírico de lo que de sí dan esos "vicios", considerados como vicios abstractamente, pero que pueden convertirse en virtualidades puestos en el juego de la realidad práctica. Así, en la carta XXVI, después de hacer un sucinto repaso de los rasgos caracterológicos que definen a los pueblos de España (cántabros, vascos, asturianos, gallegos, castellanos, extremeños, andaluces, levantinos, catalanes y aragoneses...), Cadalso termina concluyendo: "Por causa de los muchos siglos que todos estos pueblos estuvieron divididos, guerrearon unos con otros, hablaron distintas lenguas, se gobernaron por diferentes leyes, llevaron diversos trajes y, en fin, fueron naciones separadas, se mantuvieron entre ellos ciertos odios que, sin duda, han minorado y aun llegado a aniquilarse, pero aún se mantiene cierto desapego entre los de provincias lejanas; y si éste puede dañar (aquí vicio al que aludíamos más arriba) en tiempo de paz, porque es obstáculo considerable para la perfecta unión, puede ser muy ventajoso en tiempo de guerra (aquí el vicio se convierte en virtud puesto en juego práctico) por la mutua emulación de unos con otros. Un regimiento todo aragonés no miraría con frialdad la gloria adquirida por una tropa toda castellana, y un navío tripulado de vizcaínos no se rendiría al enemigo mientras se defienda uno lleno de catalanes." (carta XXVII)

He aquí esos "vicios" que "pueden apenas llamarse tales si producen en la realidad algunos buenos efectos;" (carta XXIX)

Para Cadalso queda clara la identidad de los pueblos que componen eso que llamamos España. España es un conjunto de pueblos con sus propias identidades, podemos llamarlos "naciones", subsumidos por voluntad propia bajo una unidad superior.

Si algunas características -buenas y malas- definen el genuino carácter español, estas son, positivamente: la religión, la valentía y la lealtad monárquica, siendo defectos nacionales: la vanidad, el desprecio del trabajo y el enamoriscamiento fácil. "Si el carácter español, en general, se compone de religión, valor y amor a su soberano por una parte, y por otra de vanidad, desprecio a la industria (que los extranjeros llaman pereza) y demasiada propensión al amor; si este conjunto de buenas y malas calidades componían el corazón nacional de los españoles cinco siglos ha, el mismo compone el de los actuales" (carta XXI)

Las virtudes y vicios nacionales no han cambiado desde el siglo de Cadalso, esto no quiere decir que, aunque duraderos, estos valores sean inmutables.

Cadalso condensa en sus "Cartas marruecas" el afán más noble por equilibrar los opuestos extremistas que siempre han dividido a los españoles en miopías partidistas. Su obra todavía nos interpela, desde doscientos años ha, a cuantos vivimos en esta piel de toro, en esta España, mezcla de realidad histórica y ficción delirante que uno de sus más conspicuos seguidores, el pobrecito hablador y fígaro Mariano José de Larra, gustaba de llamar "el país de los Batuecos". Todavía están presentes en nuestro entramado personal y social atávicos vicios y virtudes que Cadalso observó y trató de conciliar. 



 
 

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