RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

domingo, 12 de octubre de 2014

Unamuno y Ganivet


"Unamuno. Retrato de su época en la Residencia de Estudiantes"
Luis Gómez

Traemos en esta ocasión un artículo que hizo para la revista Mundo Gráfico, el periodista José Montero Alonso, publicado en agosto de 1934. En él, el autor narra de manera vívida y clara la anécdota sobre Ganivet y Unamuno cuando ambos, en Madrid, coincidieron para opositar a la cátedra de griego, Unamuno para la de  Salamanca, y Ganivet para la de Granada.

Se titula así el artículo de José Montero: 

Cuando don Miguel hizo oposiciones a la cátedra en que ahora cesa La amistad con Ganivet, la horchatería de la Carrera de San Jerónimo y las ranas que Unamuno pintaba sobre la mesa del café.

            Por imperativo de la Ley es ahora jubilado don Miguel de Unamuno. La cumbre magnífica de sus setenta años mana, con arreglo a esa Ley. El término de su vida de profesor universitario durante más de cuarenta años don Miguel ha explicado griego en su cátedra de la Universidad de Salamanca. Cuarenta años en los que su palabra tajante, ágil y viva ha ido mostrando ante muchachos, que todos los años se renovaban, la piel y el alma del lenguaje. Una labor fervorosa, entrañable, porque en él, inextinguiblemente, todo es fervor y entraña.

            Don Miguel gano en 1891 esa cátedra de la que ahora sale, al cabo de cerca de medio siglo Una España y un Madrid profundamente distintos a los de ahora. Aquella fecha es histórica en la vida del escritor, no sólo porque ella se incorpora a la cátedra, sino porque es también cuando hace amistad con aquella otra figura, gloriosa que se llamó Ángel Ganivet Las dos vidas- -distintas antes y después— se cruzan en aquel instante, al calor de las oposiciones que los dos muchachos están haciendo a cátedras universitarias. Pasada aquella hora de convivencia, cada uno sigue su ruta, y sólo al cabo de unos años el lazo epistolar les acerca de nuevo.

 "Ángel Ganivet"

UN CARNAVAL Y UNAS OPOSICIONES

            El Carnaval de 1891 Ángel Ganivet acude a un baile de máscaras en el Teatro de la Zarzuela. Traba conversación con una máscara de capuchón negro con notas rojas. La mujer le interesa. Logra el muchacho que la máscara se descubra: una fina belleza, que hace más viva la naciente pasión de Ganivet. Ella es Amalia Roldán, que .será desde entonces amor y tortura del escritor; que será, siete años después, la razón de su muerte, allá, en las aguas heladas del Duina.

            Convivían en Ángel Ganivet, aquellos meses primeros de 1891, el amor por la mujer conocida en un baile de máscaras y la desgana hacia su trabajo, hacia su profesión. El era entonces archivero, con destino en !a biblioteca agrícola del Ministerio de fomento. Esto no le gustaba, pero no sabía tampoco qué era lo que le gustaba en verdad. Fue luego, durante algún tiempo, pasante en el billete de un ex ministro. Pero tampoco, tampoco...
            Pensó entonces ser catedrático. Es taba vacante precisamente la cátedra de griego en la Universidad de Granada. Ganivet se preparó apresuradamente en veinte días. Aquellas horas alegres de primavera madrileña— Ganivet tenía entonces veinticinco años—habían de quedar a un lado, vencidas por los libros. Otras oposiciones se estaban celebrando al mismo tiempo: las de la cátedra de griego de la Universidad de Salamanca. Aspiraba a la plaza d o n Miguel de Unamuno, un año mayor que Ganivet.

            El tribunal encargado de juzgar  las dos oposiciones estaba presidido por don Marcelino Menéndez y Pelayo.

"Unamuno con apenas veinte años de edad"

EL TRIUNFO DE UNAMUNO Y LA DERROTA DE GANIVET

            Así se conocieron Unamuno y Ganivet. Los ejercicios de las dos oposiciones se celebraban separadamente. Ganivet presenciaba los ejercicios de la oposición de Unamuno y, a la inversa, Unamuno asistía a los de Ganivet. Mayo y Junio en Madrid: días claros, verbenas, toros. Los dos muchachos se estimaban cordialmente. Se reunían a diario, después de almorzar, en el café. A media tarde, cuando ya hablan acabado los ejercicios, marchaban a tomar helados a una horchatería que había en la Carrera de San Jerónimo. Luego, al Retiro. Don Miguel hablaba y hablaba. Era comunicativo y vivaz. Ganivet era más callado, menos polemista. Sólo al cabo del tiempo se entregaba a la efusión.

            Acabaron las oposiciones. Unamuno ganó su cátedra de Salamanca, pero Ganivet no obtuvo la de su Granada. Le había vencido—limpiamente —don José Alemany, Y Ganivet, frustrado aquel camino, comenzó a pensar en otra cosa, en las oposiciones al Cuerpo Consular. Comenzaron para los dos caminos distintos. Marchó Unamuno a su cátedra de Salamanca, y Ganivet, ganadas las nuevas oposiciones, marchó a Amberes. Aquella amistad de los veinticinco años fue quedando lejos. Hasta que unos años más tarde, cuando publicó el escritor granadino su Idearium español, don Miguel recordó al amigo y compañero de los días de oposición. Le recordó unido a aquellas horas felices e ilusionadas de 1891 en Madrid. Recordó su rostro y sus palabras y sus silencios.

            Entre esos recuerdos, trazados ya con perfiles borrosos en la memoria de don Miguel, estaba el de lo que Ganivet le había contado un día sobre curiosidades y pintoresquismos de los gitanos de Granada. Al conjuro de la amistad avivada, Unamuno escribió a su compañero de oposiciones una carta, con la que se inició un interesante epistolario entre los dos escritores. En una de esas cartas, Ganivet citaba, entre sus recuerdos de don Miguel, el de las ranas que el futuro profesor dibujaba con lápiz sobre el mármol de la mesa del café. «Una vez me pintó usted una rana con tan consumada maestría que no la he podido olvidar: aun la veo que me mira fijamente, como si quisiera comerme con los ojos saltones...» 




"Unamuno cuando era rector de la Universidad de Salamanca"

DOS LIBROS.

            Esa amistad, nacida al calor de unas oposiciones a cátedras iguales, en 1891, y renovada en 1897, no tiene sólo un valor anecdótico, de fecha biográfica. Hay en ella, en la coincidencia de los dos nombres gloriosos, algo más hondo.
            Ganivet publica en 1897 su Idearium español: la preocupación de España, la busca apasionada de la verdad y del camino de España. Pero dos años antes don Miguel de Unamuno ha publicado sus ensayos de En torno al casticismo: también la preocupación de España. «Es decir—ha escrito Unamuno- , que .si entre Ganivet y yo ha habido influencia mutua, fue mucho mayor la mía sobre él que la de él sobre mí.» Hay un indudable nexo entre los dos libros, cercanos a la fecha dramática del 98. (En ese noventa y ocho de soldaditos a Cuba, de fiebre amarilla, de derrota y de inconsciencia, Ganivet se suicida arrojándose al Duina.) De aquella amistad nacida en los días en que don Miguel ganó la cátedra que deja ahora; de todo lo que sugiere el nombre y el tiempo de Ganivet, habrá hoy un recuerdo emocionado en la frente del escritor insigne.

            Por sus últimos días de profesor universitario cruzará la sombra melancólica de aquellas horas en que los dos opositores charlaban juntos en el café o en aquella horchatería de la Carrera de San Jerónimo.

JOSÉ MONTERO.

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