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Arturo Capdevila |
SOBRE UN ENSAYO DEL ARGENTINO Y EL PATRIOTISMO ORIGINARIO
Manuel Fernández Espinosa
"El salmo sustentaba la cúpula
y también el techo de la lonja.
Y al desplomarse el salmo
se hundió todo el Reino.
...
Los salmistas caminan delante del juez,
y si el salmo se quiebra
se quiebra la ley".
León Felipe, "El gran responsable", (México, 1940)
A sabiendas de que algunos vendrán -después de este breve artículo- a decir que fueron ellos los que reencontraron y reivindicaron la obra de Arturo Capdevila, no es obstáculo ello para ser los primeros -después de mucho tiempo- en enfocar y reclamar al escritor argentino, invitando con ello a releerlo y recargar las baterías con su lectura para la única misión que consideramos inaplazable.
Arturo Capdevila no fue un desconocido del todo en España. El poeta y ensayista argentino mantuvo correspondencia con muchos intelectuales españoles de la primera mitad del siglo XX -con Unamuno, por ejemplo. Y leyéndolo hasta diríase que con toda legitimidad podríamos hablar de una Generación del 98 hispanoamericana, hasta hoy soslayada: el desastre de Cuba del 98, su veneración por Castilla, por la Madre Patria España así lo avala. Arturo Capdevila nació en Córdoba (de Argentina) en 1889 y falleció en Buenos Aires en 1967. Por muchos de sus libros debería ser leído en España: sus ensayos biográficos, como "El Padre Castañeda. Aquel de la santa furia", así como otros, nos ofrecen su visión de la historia de Argentina y América, pero el libro que consideramos particularmente recomendable para todo hispanohablante es su ensayo "Babel y el castellano". Con su sólida formación multidisciplinar, Capdevila -podemos aseverar- fue uno de los nuestros que mejor comprendió la Hispanidad, teorizada por el Padre Vizcarra, Ramiro de Maeztu, Manuel García Morente y el P. Zacarías García Villada.
"Babel y el castellano" ponen sobre la mesa un tema que, como el mismo autor asume, está por dar de sí en toda su potencialidad, tanto cultural y política como comercialmente: la lengua castellana como nuestra común fuerza mundial. Eso -reconoce Capdevila- no ha sido advertido todavía con todas las consecuencias que pudieran derivarse de ello, pues "Vivimos en el seno del hermoso milagro. Por eso no reconocemos el milagro". Hispanoamericanos e hispanoeuropeos empleamos el castellano en nuestro diario vivir, por lo que no parece que hayamos entendido que es en el castellano donde radica una fuente de poder que apenas -en época en que escribe Capdevila (años 20 del siglo XX) y tampoco en nuestro tiempo- hemos sabido emplear. "Babel y el castellano" es así un ensayo que no sólo se aventura en la especulación lingüística (en el curso del ensayo, Capdevila conjetura el origen del "voseo", p. ej.), sino que traza líneas de acción conjunta que más o menos se desarrollarían con algunas editoriales hispánicas, empezando con la misma que le publica el libro: la Compañía Ibero-Americana de Publicaciones o la fabulosa Espasa-Calpe, con sedes en Madrid y Buenos Aires.
Capdevila siente como pocos intelectuales hispánicos que en nuestra lengua reside, como en pocas de nuestras cosas compartidas entre América y España, no sólo la clave de nuestra Patria común, sino el futuro incoado de un Imperio espiritual. Por eso, todos los panegíricos -en verdad que se usaban harto engolados en su tiempo- para exaltar la Hispanidad (en aquel entonces celebrada el 12 de octubre con el llamado "Día de la Raza"), todas esas solemnidades, no pasaban de ejercicios retóricos que estaban necesitados de actuaciones pragmáticas. Capdevila no se anda con rodeos: "Mientras tanto, españoles e hispanoamericanos pronunciaremos hermosos discursos en ocasión del día de la raza, tremolarán las banderas y seremos siempre los elocuentes habitantes de una confederación de soledades". Urge para el cordobés argentino la puesta en funcionamiento de una editorial que, según él, debería instalarse en Madrid, para ser receptora de todo lo que se produce en pensamiento, ciencia, literatura, teatro, poesía en América, las islas y la Península y, después de seleccionarse, imprimirse y comercializarse en todo el mundo hispanohablante; así se mantendrían conectadas todas las naciones hermanas. De este modo, conforme a Capdevila, podría ensayarse una incipiente Confederación lingüística que, si primero actuara en lo cultural, podría más tarde concretarse en un proyecto incluso con repercusiones políticas (hoy podríamos decir que geopolíticas).
Con lo dicho hasta aquí, podríamos hacernos una ligera idea de las virtudes -prácticamente por realizarse- de este ensayo. No obstante, ¿qué encontramos hoy en nuestro panorama?
Es descorazonador que los diferentes tinglados políticos españoles -con sus extensiones en lo educativo, mediático y cultural, en su sentido más amplio- favorezcan el idioma inglés en detrimento del castellano, del castellano tanto europeo como americano. Esto se hace hasta extremos de servilismo insoportables y los motivos para ello (ya harta repetirlo, pero no nos excusa el hartazgo) los hallaremos en la auto-infravaloración española, la falta de amor propio y confianza en nosotros mismos. Ahí tenemos a partidos -como Ciudadanos- que enarbolan la bandera rojigualda, organizando chiringuitos de "patriotismo constitucionalista" y otras pamplinas, pero que a la misma vez -sin recato alguno y siguiendo las políticas que les marcan sus patronos extranjeros- fomentan el estudio del idioma inglés entre nosotros, como si el castellano lo tuviera el español medio aprobado con Matrícula de Honor. Ese modo de "hacer patria" es el folclore mismo de siempre, un postureo sin consecuencias prácticas que entretiene y engatusa a los que tan ayunos están de patriotismo del bueno. Todos los partidos políticos de España (tal vez con excepción de Podemos, pero por razones que preferimos ahora omitir) insisten en nuestra vocación europeísta, mientras hemos abdicado de nuestra vocación panhispanista que incluye forzosamente América (sin olvidar Guinea Ecuatorial). Así las cosas, las ideas-fuerza de "Babel y el castellano" pueden parecernos utopistas, pero no obstante podemos aseverar que, a diferencia de las circunstancias temporales en que fue escrito este ensayo por Capdevila, hoy contamos con un instrumento que es internet en todos sus cauces: redes sociales, páginas, bitácoras.
Que lo que nuestros políticos no hacen lo tengamos que hacer nosotros no debería extrañarnos a estas alturas. Pero que lo trabajoso y lo difícil no sea pretexto para dejar de hacerlo. El que verdaderamente se diga hoy un patriota (en cualquier nación iberoamericana o en la misma España) tiene una trinchera inexpugnable y una posición que habrá que defender hasta el último cartucho: la lengua castellana como Patria que reúne las glorias del pasado con el futuro que no queremos que nos arrebaten.
Y dejemos los folclorismos para los folclóricos.