RAIGAMBRE
Revista Cultural Hispánica
lunes, 3 de junio de 2013
"EL CONCEPTO DE PUEBLOS ORIGINARIOS", POR ALBERTO BUELA.
El concepto de pueblos originarios
A Pedro Godoy, el indoblegable
Alberto Buela (*)
Uno de los rasgos del discurso político cultural de hoy día es su contenido homogéneo.
Lo denominado políticamente correcto se vuelca en un discurso que exaltando las diferencias homogeniza todo y a todos. Este discurso está compuesto de grandes categorías de pensamiento entre las que se destacan para Nuestra América la de latinoamericano, multiculturalismo, pueblos originarios, etc.
Mucho hemos escrito sobre el falso concepto de latinoamericano para definirnos a nosotros los hispanoamericanos, iberoamericanos, indoibéricos o americanos a secas. Detenernos nuevamente a explicar que el origen del concepto es espurio pues nace de la idea de Chevallier, asesor de Napoleón III para intervenir en Nuestra América y ponerse al frente de “los pueblos latinos o la latinité”, sería redundante. Pero insistimos en que su instrumentación es ideológica y falsa pues ni los canadienses son considerados latinoamericanos, siendo gran parte de ellos de origen francés, ni los rumanos son considerados latinos, cuando hablan un idioma derivado directamente del latín. Y es falsa su instrumentación porque el concepto es falso, ya que latinos son solo los habitantes del Lacio en Italia. Ningún italiano se va a denominar latino sino es de la región del Lacio.
Tampoco nos vamos a detener en el concepto de multiculturalismo pues como ya lo hemos desarrollado en varios lugares es un concepto ideológico de dominación y extrañamiento pues nosotros los iberoamericanos no somos muchas culturas separadas sino muchas culturas juntas, somos una “intercultura” o cultura de síntesis. El concepto de multiculturalismo fue creado por los antropólogos culturales norteamericanos. En un reciente reportaje hemos afirmado: "La teoría del multiculturalismo como Ud. observa es una creación del think tank estadounidense en donde bajo la masacarada de respetar a las minorías lo que se hace es "otorgar derecho a las minorías por el solo hecho de ser minorías y no por el valor intrínseco que ellas representen".
Es una falsa teoría pues por un lado dice respetar la identidad del otro pero lo encierra en su particularismo y por otro es un engaño que despolitiza el debate político (niega pensar en términos de Estado-nación) y se limita a las cuestiones sociales, raciales, económicas y de género.
Nosotros proponemos la teoría del interculturalismo que nos enseña que en los hispano-criollos habitan varias culturas que conforman un sujeto simbiótico, esta cultura de síntesis de la que hablamos, que somos nosotros mismos" (1).
Es una falsa teoría pues por un lado dice respetar la identidad del otro pero lo encierra en su particularismo y por otro es un engaño que despolitiza el debate político (niega pensar en términos de Estado-nación) y se limita a las cuestiones sociales, raciales, económicas y de género.
Nosotros proponemos la teoría del interculturalismo que nos enseña que en los hispano-criollos habitan varias culturas que conforman un sujeto simbiótico, esta cultura de síntesis de la que hablamos, que somos nosotros mismos" (1).
Nos vamos a ocupar ahora de la falsa interpretación y posterior instrumentación del concepto de pueblos originarios.
El primero del que tenemos conocimiento que llamó la atención sobre este asunto fue el historiador chileno perteneciente a la izquierda nacional, Pedro Godoy, cuando afirmó: El pueblo originario de Chile es el pueblo chileno real y concreto que conocemos en las calles, los estadios y las fiestas.[2]
Y esto se aplica a toda Nuestra América donde el pueblo originario es el pueblo criollo que se ha dado arquetipos en todos los países: huaso, gaucho, cholo, pila, montubio, ladino, llanero, jíbaro, charro, etc. Si bien ya no vamos más vestidos así, pues lo tiempos cambian, lo criollo es la valoración como lo más genuino de estos arquetipos.
Vayamos por parte.
Los indios, mal llamados aborígenes= ab ovo, que significa “desde el huevo”, son también inmigrantes porque llegaron a América como lo ha hecho todo el mundo. A América se llega y americano se hace. Por eso podemos definir a América como “lo hóspito”, pues recibe a todo hombre que viene de lo inhóspito. Y la diferencia con la inmigración europea que nace con Colón es que no cambiaron sus hábitos ni fecundaron a América, se quedaron pegados a la naturaleza que les ofreció este grandioso continente. Mientras que, españoles y portugueses, cambiaron hábitos, usos y costumbres al mixturarse con los indios y creando una cultura de síntesis o intercultura.
América se incorpora con rasgos propios a la historia del mundo cuando comienzan a nacer y a producir con rasgos distintivos los criollos americanos, que son, como dijera Bolivar: ni tan español ni tan indio.
Los indios son poblaciones preexistentes al concepto o la idea de América. El pueblo que da origen a América es España y en menor medida Portugal. Ahora bien, el carácter de originario nos lo da la mixtura o simbiosis, puesta de manifiesto en esos arquetipos que nombramos antes, y que resumimos en lo criollo.
Los indios como siglos después los vikingos, antes de Colón, han “hallado” un continente, pero no lo “descubrieron”. Pues hallar es toparse con algo sin hacerse cargo de lo que es, mientas que descubrir implica una conciencia y una voluntad de hacer manifiesto algo que estaba oculto.
El descubrir revela la originariedad de América como un mundo que estaba oculto, que era mudo pues nada le dijo a la conciencia india o vikinga, pero sí a Colón y los posteriores descubridores. A partir de allí nace la originalidad “en el sentido de lo que emerge y se sostiene y crece desde sí mismo”[3]
Vemos como la originariedad está ahí, muda como las plantas autóctonas, mientras que la originalidad es algo nuevo, es algo diferente. Así la originariedad puede existir sin descubrimiento, pero no puede haber originalidad sin originariedad.
Y esto último exige que nuestro pensamiento sea arraigado, que pensemos siempre desde América si queremos ser genuinos y auténticos.
Debemos rechazar por falso el concepto de pueblos originarios limitado a los pueblos indígenas, los pueblos originarios de América somos nosotros los criollos bajo sus distintas denominaciones. Además los pueblos indígenas no son tales pues la mayoría está mestizado. ¿ O Evo Morales es indio por más que se disfrace de tal?. Y al mismo tiempo debemos rechazar la copia y peor aun el remedo, pues ser americanos es un esfuerzo, es un trabajo, es una decisión. No somos genuinamente americanos por el simple hecho de nacer, comer y dormir en América sino que tenemos, de alguna manera, que hacer fecunda a América, como la fecundaron los mejores de nuestros antepasados.
Baste esto, dicho brevemente, para comenzar a desarmar otra categoría de dominación del pensamiento único y políticamente correcto, y que los “progres” utilizan a diestra y siniestra.
(*) arkegueta, mejor que filósofo
buela.alberto@gmail.com
[2] Es interesante notar, que en los muy buenos pensadores chilenos, encontramos las mejores meditaciones sobre qué sea lo de pueblos originarios, por ejemplo Pedro Godoy o Petras Petrus. Seguramente, por los inconvenientes que presentan los partidarios de la República Pseudomapuche para el sur de Chile con sede en Londres.
domingo, 2 de junio de 2013
miércoles, 29 de mayo de 2013
ISLAM Y OCCIDENTE
El autor de "Islam y Occidente", Marco Cimmino |
A petición nuestra, Marco Cimmino nos ha honrado con esta contribución, permitiéndonos publicar la traducción de uno de sus lúcidos textos en primicia para nuestra bitácora de RAIGAMBRE. Es de agradecer la disponibilidad y gentileza con la que nos ha distinguido el historiador italiano al permitirnos traducir al español por vez primera uno de sus textos, publicados en la muy autorizada y recomendable revista Storia Veritá (revista que tenemos el gusto y el honor de enlazar aquí).
Merece la pena presentar a nuestro ilustre colaborador, habida cuenta del vacío cultural que impera sobre esta nuestra España contemporánea.
Marco Cimmino (Bérgamo, 1960) hizo su servicio militar en el 5º Regimiento Alpino y se licenció
en Historia Medieval en Milán. Desde entonces ha compaginado la docencia con la
investigación histórica, a la vez que con la actividad periodística, convirtiéndose en una de las voces más autorizadas en Italia. Su atención investigadora la focalizó en la Primera Guerra Mundial, especializándose en esta etapa. Es presidente del jurado del Premio Internacional I. F.
M. S. de la Associazione Nazionale Alpini, miembro de la Sociedad del Museo de
la Guerra de Rovereto y de la Sociedad Italiana de Historia Militar. Asimismo forma
parte de la comisión científica del Festival Internacional de Historia de
Gorizia y es socio académico del Grupo
Italiano de Escritores de Montaña. En su faceta periodística podemos destacar que colabora con Radiouno Rai, en el programa “L’Argonauta”, y ha firmado numerosas
cabeceras. También es autor de varios manuales
didácticos de la asignatura de Historia para la Escuela Superior Italiana. Entre sus publicaciones más recientes cabe destacar “La
conquista dell’Adamello”, “La storia Della scuola italiana. Cronaca di un desastre
annuciato”, “Da Yalta all’11 settembre”, "Pellegrini in grigioverde” y “La
conquista del sabatino”. Ha participado en tres antologías de cuentos
fantásticos, al cuidado de G. de Turris: “Se l’Italia”; “Altri Risorgimenti” e
“Apocalissi”.
"Islam y Occidente" es un texto que da buena cuenta de la lucidez del historiador italiano. Pensado para un número que la revista Storia Veritá dedicó a las relaciones entre el mundo occidental y el mundo islámico, Marco Cimmino se ocupa de precisar a modo de preámbulo las diferencias oportunas que permitan comprender un mundo y el otro. Con un exquisito respeto por el Islam, el autor se aparta no obstante de las interpretaciones simplonas que tanto abundan hoy en Europa, sobre todo en España, y que son el síntoma más notable de la crisis de valores que sufrimos, crisis debida al relativismo y a la endofobia preponderantes en un occidente secularizado que no se respeta a sí mismo. La receta que recomienda el historiador es el mutuo conocimiento y el recíproco respeto entre dos mundos que han sido vecinos durante tantos siglos, repletos de relaciones pacíficas y bélicas.
Europa, esa extraña aleación de germanos y latinos, unidos por el Sacro Imperio Romano-Germánico y la Cristiandad |
Artículo original de Marco Cimmino
Introducción, Traducción y notas de Manuel Fernández Espinosa
Si
la historia fuese realmente tal y como la imaginaba Giambattista Vico (1)*, esto es: si se caracterizara por el “corsi e ricorsi” el problema de la
compleja y controvertida relación entre el Occidente cristiano y el
Islam ni se plantearía, pues no habría nadie para contarlo, ya que,
conforme a la regla, debiéramos estar todos islamizados. Esto se debe,
en efecto, a que en el curso de la historia euromediterránea se ha
repetido el mismo patrón: una historia hecha de hegemonías sucesivas,
determinadas en cada ocasión por factores diversos, pero con una matriz
común, que es la de la juventud o, si se prefiere, la del vigor étnico,
que prevalece sobre la decadencia.
En efecto, en los últimos
cuatro mil años de historia el testigo ha pasado por varias manos: de
los pelasgos a los indoeuropeos, de los asiáticos a los aqueo-dorios, de
los púnicos a los romanos, hasta los tiempos más recientes y más
calamitosos, en los que, a manera de oleadas, los pueblos germánicos en
plena expansión migratoria, se empujaban los unos a los otros hacia el
oeste y hacia el sur, fundando reinos y destruyendo otros. Vándalos,
visigodos, francos, sajones, burgundios, hasta los longobardos y, por
último, los alamanes y húngaros, invadieron el continente, con un flujo
casi continuo de migraciones, a veces pacíficas, pero con mayor frecuencia
acompañadas de un séquito de terribles estragos, formando aquella
extraña aleación de romanos y germanos que, entre el siglo V y el XI
después de Cristo, ha dado vida a la Europa moderna.
En suma, la
historia de Europa, hasta este punto, habría encarnado perfectamente
aquella idea de “corsi y ricorsi” a la que aludíamos arriba. Pero, sobre
el escenario de la historia aparecieron los árabes, y las cosas
cambiaron definitivamente. Para comenzar, los árabes no eran un pueblo
cohesionado, pequeño y combativo, como lo habían sido las tribus
germánicas y tampoco tuvieron una tecnología superior, como la que
tuvieron los aqueos con las armas de hierro, sino que eran una
mezcolanza de tribus, dispersas sobre un territorio muy amplio,
divididas por la religión y las costumbres. El elemento de cohesión, que
los hizo tan poderosos y permitió una rauda expansión fue la fe: la
predicación de Mahoma se transformó en una formidable energía propulsiva
y la doctrina de la Yihad, de la difusión tanto pacífica como coactiva
del Islam, fue el motor. No fue, por lo tanto, la búsqueda de mejores
pastos y el botín de las razzias lo que impulsó a los ejércitos
musulmanes a la conquista del Mediterráneo y de las estepas asiáticas,
un vasto espacio para convertir, sino que fue una empresa fanática de
los misioneros en armas. El equivalente de las invasiones bárbaras, pero
con el Corán debajo del brazo, en otra época y sobre otras líneas
directrices.
Hay que decir que los árabes o, al menos, la
"civilización andalusí* alcanzó precozmente elevados niveles de cultura y
refinamiento: lo que nos permite dudar del axioma según el cual un
pueblo grosero y belicoso tiende a prevalecer sobre un pueblo refinado y
pacífico. En el caso de la guerra de España, los rudos, en todo caso,
fueron los caballeros visigodos y francos: Roldán, comparado a un
guerrero musulmán andalusí, ofrecía todo el aspecto de bárbaro. Y no
tenemos, sin embargo, que creer que las dinastías andalusíes y los
soberanos hispano-godos invirtieron todo su tiempo libre degollándose
los unos a los otros: desde el principio del siglo VIII que marca el
afianzamiento musulmán en la Península Ibérica y hasta el final de la
Edad Media, hubo intercambio cultural y comercial constante entre el
Occidente musulmán y el Oriente cristiano, en una visión histórica que
no sólo subvierte los estereotipos, sino que incluso trastorna nuestro
imaginario geográfico, apegado a la idea de un oriente islámico y un
occidente eurocristiano. Pero tampoco, en este sentido, conviene
exagerar: hubo intercambios, y fueron cruciales para el renacimiento
cultural europeo, que debe precisamente a estos contactos la
recuperación de la cultura griega, que de otra forma se hubiera
perdido (2)*. Pero decir esto no equivale a decir que las relaciones entre
la España musulmana y la Cristiandad romano-germánica fueran idílicas:
era una época de guerras y violencia. Fue, sin embargo, también una
época en que las relaciones entre los poderes particulares sobre el
territorio tuvieron un aspecto netamente privado, debido en gran medida a
la ausencia de un fuerte control del poder central. Todo esto determinó
una situación extremadamente diversa e irregular, que nos impide
generalizar. En definitiva, la convivencia y la buena vecindad entre el
Islam y la Cristiandad dependieron de las circunstancias y situaciones
concretas: esto, sin embargo, permitió una influencia recíproca superior
a cuanto se cree por lo común y más de lo que transmiten las fuentes
que, recordemos, son ante todo literarias y, por lo tanto, quedan
sujetas a inevitables amplificaciones de los aspectos polemológicos.
Cabe
señalar, por ende, que las escaramuzas y guerras eran la norma de la
vida cotidiana de la sociedad de aquellas calendas y se combatían, a
menudo a título personal, en un ambiente de anarquía, "todos contra
todos", y no tan solo por la diferencia religiosa, sino que, muy a
menudo, resultaban ser diferencias y contenciosos entre miembros del
mismo credo. Había, huelga decirlo, las guerras de religión: la historia
de la "Reconquista", la de Navarra y Asturias, la misma historia de
Francia, parte de la Liguria y de la de Italia, aportan abundantes
testimonios, pero hay que decir que esta situación, a diferencia de
aquella descrita arriba, no representaba la regla.
Henri Pirenne (3)*,
en su celebérrimo ensayo “Mahoma y Carlomagno” postuló por vez primera,
allá por 1937, la responsabilidad directa del Islam en la clausura
efectiva de la experiencia política del Imperio Romano: desde entonces,
esta visión se ha convertido, paulatinamente, en la dominante, hasta
haber sido aceptada a todos los efectos en la historiografía occidental.
Si lo pensamos, en el fondo, la culpa principal de la expansión árabe
de los siglos VII y VIII fue justamente ésta, y la desconfianza y el
miedo de occidente desfondaron las propias raíces en este terrible
hiato, que ha separado las dos orillas del Mediterráneo, creando una
fractura entre África y Europa que a día de hoy existe todavía: para los
romanos, no había una diferencia sustancial entre Leptis Magna y
Neapolis, porque siempre fue Roma en cualquier parte. Podemos decir que
la geopolítica euromediterránea moderna tuvo su origen en este imponente
fenómeno, que se convirtió en el tema dominante de una relación tan
difícil y que traería tantos acontecimientos. Otro error de valoración
que, a menudo, se comete (y digamos también que se comete por el
bizantinismo de los nombres altisonantes e incluso ante las cámaras de
televisión) es el que confunde la civilización árabe con la expansión
turca, que tuvo un carácter harto peculiar.
"Don Rodrigo en la batalla de Guadalete", óleo de D. Marcelino Unceta y López (1835-1905), obra de 1858, Museo de Zaragoza |
La primera oleada
islámica, es bueno recordarlo, fue la acaudillada por la dinastía Omeya,
que se expandió por África septentrional y por Asia, llegando a
desdibujar las fronteras del Celeste Imperio (China): todavía bajo los
Omeyas, en la batalla de Karbala (año 680) se produce la fractura
principal en el seno del Islam, dividiéndose éste en sunnitas y chiítas.
Sin embargo, la batalla de Guadalete*, entablada
contra los visigodos en el año 711, permitió a los árabes conquistar la
mayor parte de España: pero, con todo y con eso, la era de los Omeyas
estaba tocando a su fin. Serán sucedidos, tras la Batalla del Gran Zab
(año 750), por la dinastía de los Abasidas, ligada a un florecimiento de las
artes en el mundo islámico. Pero, en realidad, bajo la hegemonía de los
Abasidas también vino a crearse progresivamente una serie de potencias
semi-independientes, como la de los almorávides en España o los fatimíes
en Egipto: podemos decir que esto se convirtió en norma del imperio
islámico, que se transmutó en una multitud de pequeños estados
independientes "de hecho", aunque no lo fueran "de derecho".
El
Islam de Anatolia nació de supuestos muy diferentes al Islam originario y
tuvo, en todo caso, caracteres comunes con las migraciones germánicas
de los siglos V y VI: los turcos eran un pueblo joven, dinámico y
violento, mucho más rudos que las dinastías árabes a las que usurparon
el territorio y el papel preponderante. Comparecieron más tarde y más
tarde se convirtieron al Islam, con el fanatismo propio de los recién
llegados. También tenían rasgos completamente distintos en lo militar y
en el modo de expandirse. Después de la conquista de Constantinopla, se
mueven en dirección noroeste, en vez de hacerlo hacia el suroeste, esto
tal vez ocurrió por parecerles los territorios de los Balcanes más
semejantes a los lugares de donde procedían, así como el norte de África
debió parecerles a los árabes el terreno ideal para propagarse en su
primera oleada. Sin contar también que los turcos habían eliminado,
gradualmente, los dos mayores obstáculos para una penetración islámica
en la cuenca del Danubio, a saber: el Imperio Bizantino sobre tierra
firme y Venecia sobre el mar: esta larga onda expansiva disminuyó solo
después de la terrible debacle de Lepanto* (año 1571) y, sobre tierra firme, tan solo en los albores del siglo
XVIII, en la época de Eugenio de Saboya.
Los Húsares Alados, caballería polaca y lituana, que se distinguió en su intervención para levantar el Sitio de Viena |
Por lo tanto, la amenaza
islámica sobre Europa se localiza, en rigor, en dos momentos precisos,
muy diferentes por motivaciones y alcances: la primera fase de expansión
es la que va, más o menos, desde los inicios del siglo VIII hasta el
final del IX; la segunda es la penetración turca en el Mediterráneo
central y en los Balcanes, que tuvo lugar entre el siglo XV y el siglo
XVIII. Todo ello, salpicado de enfrentamientos y conflictos de carácter
episódico o circunscrito. Sin embargo, las huellas profundas de esta
relación ambivalente están presentes en casi todos los lugares de
Europa: las torres vigías demuestran una preocupación constante por las
correrías de la morisma, las periódicas colectas por el continente para
armar tropas y navíos son una constante de la legislación medieval. Las
cruzadas no terminaron en el siglo XIV, sino que continuaron, incluso en
el vocabulario político, hasta la edad moderna: eran, por así decirlo,
la nota distintiva de la Cristiandad, hasta las postrimerías del Siglo
de las Luces*.
Así pues, a la luz de lo transcurrido, ¿es posible prever una convivencia pacífica entre el Islam y el mundo occidental?
Empecemos
por decir que, como siempre, hay un islam y otro tipo de islam, así
como hay un cristianismo y otro tipo cristianismo: como europeos,
tenemos la tendencia de no hacer demasiados distingos dentro de lo que
sucede fuera de nuestro universo. En cambio, para comprender las
múltiples relaciones que Europa está trabando con el mundo musulmán, es
necesario aceptar el hecho de que aquel mundo también ha vivido
tormentosas divisiones y verdaderos cismas en su seno y que, hoy como
ayer, es cualquier cosa menos algo homogéneo. Las crónicas periodísticas
nos ponen ante los ojos constantemente el profundo contraste que divide
a los chiítas y a los sunnitas: no se necesita mucho tiempo para darse
cuenta de que hay un Islam moderado, al lado de un fundamentalismo que
tiene, es inútil negarlo, las características de una auténtica
xenofobia. Así somos nosotros también, por otra parte: y también hemos
experimentado terribles cismas y guerras feroces de religión. Sería
equivocarse del todo considerar al Cristianismo y al Islam, cada uno por
su parte, como fenómenos unívocos y ecuménicos.
De aquí podemos
extraer una primera conclusión: la historia nos enseña que hechos y
fenómenos nacen y existen bajo la bandera de la multiplicidad y no de la
unicidad. Por esta razón, carecería de sentido el ocuparse de
relaciones entre Europa y el mundo musulmán sin tener en cuenta esta
multiplicidad: un análisis que no parta del dato fáctico de encontrarnos
en presencia de una religión, que es también fuente de derecho,
enormemente mudada y mutable, según las épocas y lugares, es un análisis
que no puede llevar a ninguna conclusión científicamente aceptable. De
hecho, la sensación es que, en casos como este, muchas veces la historia
es sólo un instrumento demagógico para reforzar algunas tesis
políticas. Y las buenas prácticas, por lo tanto, se confían a una
terminología que tenga en cuenta esta variedad y complejidad, hablando
de “mahometanismos” en plural, en vez de hablar de un único y
monocromático mahometanismo en singular. El empleo del plural, entre
otras cosas, permite subrayar que, habida cuenta de estas variaciones
sobre el tema islámico, no siempre se han mantenido caracteres
exclusivamente religiosos, sino que se han mezclado a menudo factores
que tienen poco de religiosos.
Sea una postrera consideración: el
mundo islámico ha nacido casi seiscientos años más tarde que el
Cristianismo, sin contar que este último ha podido contar con una base
territorial homogénea por cultura, lengua y tradición, cosa que los
musulmanes obtuvieron al precio de largos y fatigosos esfuerzos. Va de
suyo que el mundo islámico, comparado con Occidente, presenta un vacío
en términos de cultura jurídica y social: en la práctica, el estadio de
evolución antropológica del Islam es, en algunos aspectos, similar al de
la Europa tardomedieval. Aunque se consideren los factores osmóticos
(de recíprocas influencias), los intercambios, los contactos: a pesar de
todo eso, es innegable que algunos aspectos de la cultura islámica nos
resultan inevitablemente primitivos, especialmente en lo que concierne a
la doctrina social. Porque, en el fondo, es como si, en el curso de su
evolución, la Ilustración* no hubiera llegado a los musulmanes. Lo cual
sea dicho no para polemizar con el mundo islámico, sino para tratar de
explicar fenómenos y conductas, que de otro modo resultarían muy
difíciles de comprender. Por otro lado, la Doctrina Social de la
Iglesia, en las últimas tres centurias, ha experimentado enormes
cambios: no hay motivo para creer que esto no pueda verificarse algún
día también en la religión mahometana.
En conclusión, el tema
entraña problemas complejos: bienvenido sea el esfuerzo común de todos
para abrir un camino de convivencia pacífica que, para ser posible, pasa
a través de la recíproca comprensión. Es, precisamente, el cabal
concepto de reciprocidad el que siempre ha faltado en las relaciones
entre estos dos mundos: en el fondo, actualmente, la actitud de la
Iglesia frente al universo musulmán consiste simplemente en acogerlo,
sin pretender nada a cambio. Lo cual es digno de alabar, considerándolo desde la caridad, pero cruje sobre el terreno de la
historia. Especialmente, teniendo en cuenta la espantosa crisis de
valores que Europa está atravesando. Una experiencia de quince siglos
nos enseña que el único modo de habérselas con estos vecinos nuestros,
tan similares y tan distintos de nosotros, es ponernos sobre un plano
paritario: en el mismo momento en que nos rebajamos, es cuando
justamente (también en lo psicológico) se desencadena el mecanismo de la
Yihad. El respeto ha de ser recíproco, como lo era en los tiempos de la
España andalusí*. Ciertamente, se trata de una historia, como se decía al
principio, controvertida y compleja: las Cruzadas, la Reconquista,
Lepanto, Viena... Han dejado secuelas muy hondas y han cavado surcos que
dividen más que unen. Es superándolos como puede pensarse un futuro de
civilizada convivencia: nunca suprimiendo esos surcos. Pues la historia,
cuando se sepulta bajo la mentira y el olvido, invariablemente,
retorna. Y tal vez lo haga bajo la forma de íncubo.
NOTAS:
1. Giambattista Vico (Nápoles, 1668-Nápoles, 1744) fue abogado y un notable filósofo de la historia. En 1725 publicó por vez primera su obra "Scienza nuova", que más tarde conocería otras dos ediciones ampliadas en vida del autor. Una de las expresiones que caracterizarían su rico pensamiento fue la de "corsi e ricorsi". Para Vico el progreso no es indefinido ni puede serlo. Por
el contrario, la ley de Vico implica la decadencia y la
desaparición de las culturas y, por lo tanto: "el retorno al
principio". Observando el proceso del origen, desarrollo y ocaso de las sociedades, el filósofo napolitano extrajo reglas. El número 3 preside el sistema
de Vico que establece para cada nación tres especies de naturaleza, tres especies de costumbres y tres especies
de derechos naturales, tres especies de gobierno, tres especies de
caracteres, tres especies de autoridad y tres "clases de
tiempos": divino, heroico y humano. Uno de los primeros introductores de Vico en los círculos intelectuales españoles fue nuestro D. Juan Donoso Cortés que, entre septiembre y octubre de 1838, publicaría una serie de artículos sobre la Filosofía de la Historia de Vico en "El Correo Nacional" [que se vieron incluidas por el hispanista Hans Juretschke, encargado de compilar la obra donosiana, en las "Obras completas de D. Juan Donoso Cortés", tomo 1 (Madrid, 1946)]. Recomendamos su lectura. Para una aproximación al pensamiento de Vico recomendamos también la lectura del ensayo de Isaiah Berlin, "Vico y Herder: dos estudios de historia de las ideas" (año 1976).
2. En efecto, el occidente latino tuvo que prescindir de la mayoría de las obras que componían el Corpus Aristotelicum. El mundo islámico sí que pudo acceder a muchas obras aristotélicas, tras la conquista de Siria, en donde se conservaban textos aristotélicos en posesión de las comunidades cristianas de oriente. En Bagdad, los califas Abasidas (750-1258) fundaron una escuela en la que sabios musulmanes tradujeron al árabe obras del Estagirita. Al-Kindi, Al-Farabí, Avicena emplearon obras de Aristóteles, aunque muy mezclado con Platón; obras que se habían perdido para la Cristiandad hasta que los musulmanes las trajeron a Córdoba. Aquí, en Córdoba, Averroes se aplicó a purificar los textos. Las escuelas de traductores, tanto de Toledo como del Sur de Italia, contribuyeron a rescatar los textos de Aristóteles para la Cristiandad. Santo Tomás de Aquino realizaría la gran síntesis entre el pensamiento peripatético y el cristianismo, a despecho del averroísmo latino que desató las razonables sospechas de la Inquisición, puesto que los secuaces de Aristóteles -musulmanes y cristianos- se servían de una hermenéutica que, como la de Averroes, no podía aportar una conciliación razonable entre Fe y Razón; cuestión que definitivamente salvó el Aquinate.
3. Henri Pirenne (Verviers, 1862-Uccle, 1935) fue un famoso historiador belga, profesor de Historia desde 1892 hasta 1935 en la Universidad de Gante. Pirenne rompió con el inveterado prejuicio que sostenía la tradición historiográfica, cuando ésta fijaba el principio de la llamada Edad Media con la Caída del Imperio Romano de Occidente. En el año 476 Odoacro, régulo de los hérulos, depuso al último emperador romano, Rómulo Augústulo, y la historiografía tradicional entendía que acababa la Antigüedad y comenzaba la Edad Media. Sin embargo, el historiador belga defendió la novedosa tesis propia de que los bárbaros no truncaron la continuidad del Imperio, aunque vencieran a los romanos, sino que lo prolongaron hasta la invasión árabe de Europa en el siglo VII, que se convierte así en el acontecimiento que para Pirenne abre la Edad Media.
(*) Los asteriscos sin numerar corresponden a ciertos términos y expresiones que hemos traducido a la manera española y que queremos comentar aquí, para dar cumplida cuenta de nuestra labor. Tenemos que precisar que, pese a los intentos supranacionales de uniformarlo todo en Europa, el vocabulario que maneja la historiografía varía de país a país. En ese sentido, el texto original de Marco Cimmino, pensado para italianos, emplea un nomenclator que difiere del que se estila en la historiografía española: por ejemplo, en el texto original la Batalla de Guadalete (711), en la que se eclipsó el Reino Godo de Toledo y el último de los reyes godos desapareció, es denominada Batalla de Jerez de la Frontera en el texto original. Y, siguiendo la tradición veneciana, la Batalla de Lepanto es llamada Batalla de Curzolari. Hemos preferido traducir según la tradición española, pensando en nuestro público hispanohablante. También hemos traducido como "Ilustración" lo que, sabido es, se usa en Italia llamando "Illuminismo": nos referimos, para ponernos de acuerdo, a lo que en alemán se llamó "Aufklärung". Sí que hemos traducido "Siglo de las Luces" cuando el autor lo ha escrito así en italiano. También precisamos que en italiano hemos encontrado la expresión "civiltà mozarabica" que nosotros hemos traducido como "cultura andalusí", puesto que en España se entiende como "mozárabes" a aquellos hispano-godos cristianos que tuvieron que vivir en territorios ocupados por el poder islámico en régimen de sumisión. Siempre que el lector se encuentre con un término de la familia "andalusí" es cosecha nuestra y traducimos con ello lo que en italiano figura como "mozarabico": lo propiamente musulmán durante la ocupación de la Península Ibérica por parte islámica.
Giambattista Vico |
LA CONTRA-REVOLUCIÓN EN EL ABATE LORENZO HERVÁS Y PANDURO (2ª PARTE)
Hervás y Panduro |
LORENZO HERVÁS Y PANDURO Y SU OBRA "CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN DE FRANCIA"
Luis
Gómez López
La religión de los filósofos: El ateísmo.
“Los filósofos, señor mío, han dogmatizado el
ateísmo y la rebelión a los soberanos con sus libros y con estos han corrompido
la mente y las costumbres de innumerables personas y han formado inmenso
partido para arruinar el altar y el trono”. El abate conquense ya lo tiene
claro en esas tempranas fechas. El objetivo de los filósofos, los calvinistas,
los jansenistas y los masones es la destrucción de los pilares fundamentales de
la sociedad de su época. Para los filósofos, la razón es su dios, y el Dios de
los religiosos no es más que un estorbo para sus fines. Sólo les impide avanzar
más deprisa una cosa: la educación.
Sobre este aspecto nos indica el autor: “Más
este modo de obrar de los ateístas les parecía lento, y por esto pensaron en
apoderarse de las escuelas públicas para hacer con facilidad y seguridad
innumerables prosélitos”. La fuerza de esta observación hecha en el s.
XVIII es incuestionable.
En
la actualidad podemos ver en España este problema casi de continuo en los
telediarios, donde los partidos políticos se afanan en “adoctrinar” a los jóvenes estudiantes mediante la inserción de
asignaturas como Educación para la Ciudadanía, o la tergiversación histórica
que se realiza en los manuales de estudio de algunas comunidades autónomas,
donde se falsea la asignatura de Historia para adecuarla a los intereses de los
partidos nacionalistas separatistas.
Según
nos adelanta D. Lorenzo, en el año 1786, el elector bávaro-palatino se apoderó
de ciertos papeles pertenecientes a un individuo que profesaba en una logia “de los llamados iluminados francmasones”,
y descubrió que éstos, “después de la
destrucción de los jesuitas, se habían apoderado de sus cátedras o maestrías
públicas, y fundaron después las famosas escuelas llamadas normales para
corromper en ellas la juventud”. El Krausismo haría acto de aparción
décadas después, ya en el siglo XIX, en España. Esa forma de “enseñar” sería propalada por Francisco Giner
de los Ríos (1839-1915) a través de la Institución Libre de Enseñanza, y aún
hoy en día, se puede decir que goza de cierta aceptación por parte de
individuos de izquierda.
Orígenes de la
francmasonería.
Lorenzo
Hervás dedica en su obra un amplio análisis a desentrañar los orígenes de la
francmasonería, a explicar –someramente- los grados, los tipos, y como se
organizan dichos sectarios. Para el jesuita conquense, los francmasones
iluminados, son originarios de Alemania. “Este
parecer (sobre dicho origen) se funda en un documento nuevo poco conocido, que
es una carta erudita de Graudidier, en la que tiene usted noticias
fundamentales del origen de los francmasones. La secta, pues, de éstos debe su
principio a la junta o unión que los albañiles de Strasburg hicieron a mitad de
siglo XV, y que después perfeccionaron con estatutos y aun con jurisdicción que
les concedió el magistrado de Strasburg”.
Nuestro
autor se equivoca al conceder a Strasburg
(Estrasburgo) la nacionalidad alemana. Dicha localidad se unió a Francia en
tiempos del rey Luis XIV en el año 1681. Bien es cierto que la localidad
volvería a manos alemanas una vez concluida la guerra franco-prusiana, y ya no
volvería a ser francesa hasta después de la I Guerra Mundial. Los “Iluminados de Baviera”, a los que parece
hacer alusión Hervás, fueron creados por Adam Weishaupt (1748-1830) corriendo
el año 1776 y según los historiadores, la causa fundamental de la creación de
dicha asociación fue el “odio” que
Weishaupt sentía por lo clerical, fundamentalmente por los jesuitas. En la
universidad de Ingolstadt, donde impartía clases, el sistema
educativo era jesuítico, y todos los profesores, menos él, participaban de la
forma de impartir clases de los jesuitas. Adam creó un “club de lectura anticlerical” donde fue reuniendo a los alumnos más
aventajados, y a los que fue instruyendo en sus principios y visión ilustrada
de la sociedad a los adeptos.
Pero
según la opinión del abate Panduro, los albañiles de otras ciudades de Alemania
siguieron el ejemplo de Strasburg, se agruparon y dicha agrupación recibió el
nombre alemán de haupt-huete, cuyo
significado viene a ser el de lonjas, “…
y de este nombre ha provenido el llamarse lonjas a las escuelas de los
francmasones” aunque habríamos de decir que el nombre con el que mejor se
las ha llegado a conocer por los estudiosos de este tema ha sido el de logias.
Los
alemanes optaron por divisa de su asociación la libertad, y por emblemas los de
su oficio. Según el abate, estos serían copiados por los ingleses en visitas
posteriores. Panduro rechaza la teoría de que Cronwell fue el fundador de la
masonería, así como el que ésta naciese en Francia (aunque ya hemos visto que bien
pudo ser así, pues el propio autor la hace originaria de Estrasburgo). De las
opiniones del falso conde Cagliostro (se cree que bajo ese nombre se esconde la
personalidad de José Balsamo, 1743-1795, quien utilizaría el alias de Conde de Cagliostro y que ejerció como
médico, alquimista y fue un gran masón Rosa Cruz además de propiciador de otras
corrientes masónicas con rituales propios) desconfía, y se aferra más a esta
hipótesis alemana como la más plausible. Sobre los orígenes de la masonería y
sus ritos iniciáticos en España, la máxima autoridad sobre masonería es D.
Ricardo de la Cierva, quien tiene publicado numerosos libros y trabajos al
respecto.
Por
su parte, la obra “Causas de la
revolución de Francia” puede servir de complemento, ya que como advertimos
al principio de este somero estudio, D. Lorenzo Hervás y Panduro fue coetáneo
de muchos de los personajes que se supone grandes indicadores del movimiento
masónico en Europa. Además, las lecturas de ciertos manuscritos o libelos,
realizados por el abate, eliminan del lector las interpretaciones que segundas
personas puedan haber hecho de ellos, formándose así una mejor opinión sobre lo
expuesto y sobre el tema.
De
hecho, las conclusiones a las que llega el jesuita conquense sobre la masonería
iluminada, son harto reveladoras. A lo largo de las sucesivas páginas, el abate
llega a presuponer, no sin razón, que de haber triunfado en un principio los
postulados de los masones en Europa “habían
llegado ya a tal poder, que un profano (este nombre dan al que no es francmasón
iluminado), por más insigne que fuese su ciencia y en sus obras, no sin suma
dificultad llegaba a lograr un empleo”. Está claro que andando el tiempo,
ciertas cuestiones masónicas parece que se han hecho realidad, y a día de hoy,
en determinados puestos institucionales europeos, si uno no es de determinado “partido”, por muy docto que se sea, es
imposible acceder al puesto de trabajo. Por otra parte, queda claro para el autor, que
las tres grandes fuerzas que convergen para destruir el trono y el altar son
los filósofos (ilustrados), los masones y los jansenistas. Cada uno de ellos,
actúa por su interés, pero confluyen en multitud de puntos, y juntos aúnan
esfuerzos para conseguir sus objetivos. Para evitar el avance de la secta
masónica, Panduro ofrece como alternativa la de preservar en la educación
religiosa de los infantes y adolescentes durante la educación, así como la
prohibición de las lecturas perniciosas que éstos masones puedan hacer o
introducir en los Estados.
Conclusión.
Don
Lorenzo Hervás y Panduro escribió su obra siendo consciente de que la
Revolución Francesa no fue una acción casual en el tiempo, sino que había por
parte de ciertos sectores de la sociedad, una predisposición a que este tipo de
hechos ocurriese. El excesivo énfasis que el autor de “Causas de la Revolución…” hace sobre el jansenismo es evidente en
toda la obra. En esos años, los detractores de los jesuitas eran legión, y
quienes más hicieron en Francia por oponerse a la Compañía de Jesús fueron sin
lugar a duda los calvinistas y los jansenistas.
Por
otra parte, el espíritu revolucionario estaba a flor de piel, y los masones con
sus logias, se convirtieron en mensajeros de ese espíritu por todo el occidente
conocido. Los enciclopedistas o ilustrados, sentían gran aversión por lo
religioso. Estamos en el siglo de la razón, y por ello, el ateísmo, bien por
moda o por convicción, se convirtió en droga que era consumida secretamente en
los palacios y cortes europeas. Las posibilidades que esta nueva visión del
mundo abría a los hombres poderosos e influyentes era muy grande. Por el hecho
de pertenecer a una de las ramas de la secta, se accedía a información, a puestos
de trabajo, a ascensos en el ejército, a influencia, y exclusividad. Todos
pagaban gustosos el precio por entrar en una logia…, muchos no pudieron pagar
el precio por salir de ellas y eso les costó la vida.
Con
el paso del tiempo, el estudio de la masonería y sus implicaciones en las
revoluciones de los siglos XVIII y XIX ha resultado más que evidente. En los
EEUU de América, la gran mayoría de los fundadores de esa nueva nación eran
masones iluminados, desde George Washington a Benjamín Franklin, pasando por
muchos otros después.
En
las provincias españolas de ultramar ocurrió tres cuartos de lo mismo, y la
masonería jugó un papel importantísimo en la generación de revueltas o en la
proclamación de líderes, que perteneciendo a la masonería, consiguieron
sublevar y encabezar una revuelta local, siendo apoyada por sus hermanos
masones europeos (Francia e Inglaterra principalmente) con el objeto de
conseguir así el hundimiento de España como potencia y conseguir acceso a las
rutas marítimas y obtener materias primas de los países latinoamericanos.
A
día de hoy, hablar de masonería, se ha convertido en algo banal y sin
importancia. La gente es incrédula o apática cuando menos sobre este asunto,
pero se sabe con certeza que ciertos gobiernos y ciertas instituciones
europeas, están dirigidas por masones de alto grado.
Por
otra parte, el ataque que la religión católica y el papado reciben
continuamente de ciertos lobbies de poder, es una clara y evidente continuación
de un proyecto empezado hace siglos, y que espera la mejor oportunidad para
asestar el golpe definitivo que termine la obra que otros iniciados ya
comenzaron.
BIBLOGRAFÍA
LEONARD
GEORGE. “Enciclopedia de los herejes y las herejías”, Ediciones
Robinbook, Barcelona, 1998.
HERVÁS
Y PANDURO, LORENZO. “Causas de la revolución de Francia”,
Ediciones Atlas, Madrid 1943.
MENÉDEZ
Y PELAYO, M. “Historia de los Heterodoxos Españoles” Editado por la B. A. C.
Madrid 1956
DE
LA CIERVA, RICARDO “La Palabra Perdida. El triple secreto de la masonería. Orígenes
internos, Constituciones y rituales masónicos vigentes nunca publicados en
España” Editorial Fénix, Toledo, 1994
VV.AA,
“Las
enciclopedias en España antes de l´Encyclopédie” C.S.I.C. Madrid, 2009
martes, 28 de mayo de 2013
lunes, 27 de mayo de 2013
LA CONTRA-REVOLUCIÓN EN EL ABATE LORENZO HERVÁS Y PANDURO (1ª PARTE)
Lorenzo Hervás y Panduro, S. J. |
LORENZO HERVÁS Y PANDURO Y SU OBRA "CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN DE FRANCIA"
Por Luis Gómez López
El
conquense Lorenzo Hervás y Panduro, (nacido en la localidad de Horcajo de
Santiago el 10 de mayo de 1735 y fallecido en Roma el 24 de agosto de 1809),
fue el menor de tres hermanos. D. Lorenzo había nacido de en el seno de una
familia humilde, y optó por ingresar en la Compañía de Jesús en el año 1749.
Los avatares que soportó la Compañía de Jesús en esos convulsos años del siglo
XVIII (merced a la persecución y posterior disolución en España, Francia,
Italia y Portugal), marcarían el devenir de los estudios y trabajos que
posteriormente realizara Panduro en diferentes reinos europeos. Hervás y
Panduro fue muy prolífico escritor ya que su obra escrita consta de más de 90
volúmenes donde alterna escritos en italiano y en español. Quizás su obra más
destacada sea una enciclopedia en la que resume el saber de la época, obra
dividida en varios volúmenes, de los que escribió, primero en italiano y luego,
corregido y aumentado, en español.
Para
los estudiosos, nuestro personaje es más conocido por sus tratados sobre lengua
de signos que por este pequeño trabajo del que hablamos en este estudio, en
donde el autor –ya anciano- diserta sobre las causas de la Revolución Francesa.
Pero
sobre todo, lo que más nos interesa de su figura para este estudio, es la
visión de los sucesos revolucionarios que tuvieron lugar en Francia durante la
Revolución que allí se gestó, pues como contemporáneo, estaba al tanto de los
entresijos y causas primordiales que favorecieron dicha “revolución” aportando numerosos nombres propios y datos sobre este
tema.
Hervás
expone a lo largo de la obra cuales fueron los causantes directos de la fuerza
revolucionaria y demoníaca que sometió a Francia en esos años. Dice así nuestro
autor: “Concluiré mi carta o tratado
haciendo breve historia de las causas mediatas e inmediatas de la Revolución
francesa. A esta observaré cuando aún era pagana, y después daré a usted breve
noticia de las herejías que afligieron y maltrataron su cristianísimo” a
continuación esboza lo que será el hilo de su obra en las páginas siguientes,
apuntando primero a los calvinistas “llamada
comúnmente la reforma y en Francia entendida vulgarmente con el nombre de
religión de los hugonotes.” Sigue su disertación haciendo ver al receptor
del escrito, que demostrará la mutación que el calvinismo ha hecho a lo largo
de los años, para mostrar su verdadero rostro en 1789 “en qué se mostró perversa como era y había sido siempre”. Para el
abate Lorenzo, el calvinismo no era más que una herejía “reinicida” (sic) que arraigó en Francia con más ahínco y que se
ocultó bajo la apariencia de cristianismo, pero que estuvo alimentando
revueltas y esparciendo semillas de paganismo propio de una secta, floreciendo
gracias al manantial del filosofismo y del jansenismo con los que según el
autor: “Francia ha destruido la
soberanidad y el catolicismo”
El jansenismo y los
jesuitas del s. XVIII
Los
jansenistas se desarrollaron merced a la publicación del libro Agustinus, obra del obispo católico
Cornelius Jansen (1585–1638). La ortodoxia de Cornelius no fue nunca puesta en
duda mientras vivió, pero dos años después de su muerte, tras la publicación de
su obra antes mencionada estalla la controversia. Los partidarios de Jansen
–jansenistas- serían declarados herejes. Básicamente, se puede decir que la
obra de Cornelius interpretó la obra de San Agustín de Hipona en el sentido de
que los seres humanos sólo son capaces de hacer buenas obras gracias a la
intervención de la Gracia divina; cuando Dios la concede, dicha Gracia es
irresistible; pero el humano por sí mismo, no puede elegir el ser bueno. Esta
doctrina atribuye muy poco margen al libre albedrío y se entiende generalmente
como una postura polémica de San Agustín contra el pelagianismo. (Para saber
más sobre Pelagio y sus consecuencias en la historia de la Iglesia, es
recomendable la obra de M. Menéndez Pelayo “Historia
de los Heterodoxos Españoles” editado por la BAC, dos volúmenes, Madrid
1956) Lo cierto es que el desarrollo de
la herejía jansenista es más intenso en siglo XVIII que en el anterior, cuando
surgió. Básicamente, los jansenistas opinaban que la naturaleza humana era tan
corrupta que los humanos nunca podrían ser buenos sin la ayuda de Dios. Esta
visión pesimista justificaba unas prácticas religiosas de extraordinaria
rigurosidad, así como acusaciones de laxitud contra la Iglesia católica; en
particular los jansenistas fueron enemigos de los jesuitas, que por aquel
entonces eran muy influyentes en Francia.
La
doctrina herética del jansenismo, al llegar los albores de la Revolución
francesa, estaba más bien acabada, pero gracias a la propaganda de los
filósofos, los calvinistas, y sectas masónicas, hizo que cobrara fuerza y
resurgiera. Su meta máxima era acabar con los jesuitas, propalando
conjuntamente con otras fuerzas, panfletos, libelos y demás propaganda en
contra de ellos, como así lo deja claro Hervás, al decirnos que: “Los jefes del jansenismo, valiéndose de esta
errónea y perniciosa preocupación, que con el triunfo inicuo de la ignorancia
popular han logrado hacer no poco común en el centro del catolicismo,
consiguientemente han desacreditado aun los testimonios más ciertos y evidentes
que sobre el carácter del jansenismo y sobre la conducta de sus secuaces se
hallan en los libros, no solamente de los jesuitas y ex jesuitas, mas también
de todos sus católicos, a quienes con los jesuitas confunden llamándoles
molinistas”
Tradicionalmente
se llamaba molinistas a los individuos que se guiaban por el sistema desarrollado por Luis de Molina (jesuita
conquense, 1535-1600) y que fue adoptado en los puntos esenciales por la
Compañía de Jesús. Este sistema se proponía reconciliar la Gracia y la libre
voluntad, chocando así de forma directa con los postulados de los jansenistas y
de los deterministas.
A
lo largo de las primeras páginas de la obra de Hervás se nota la palpable
tensión que existe entre las herejías calvinistas y jansenistas y los
seguidores de San Ignacio, y como los primeros han ido tejiendo a lo largo de
todos esos años (hasta la expulsión de la Compañía) fabulaciones, insidias,
difamaciones, etc., que han ido minando la credibilidad de los jesuitas en el
mundo entero.
Denis Diderot |
Los enciclopedistas
Uno
de los mayores enemigos de la Compañía de Jesús, es d´Alembert (Jeane le Rond
d´Alembert, 1717-1783) filósofo ilustrado y uno de los grandes promotores del enciclopedismo,
del que el abate conquense llega a decir de él, poniéndole en su boca las
siguientes palabras: “d´Alembert confiesa
ingenuamente que por boca de la nación y de los magistrados, los filósofos
destruyeron a los jesuitas, y que el jansenismo fue solamente solicitador”, agregando
a continuación: “podía haber añadido que
también fue pagador, como el muy bien lo sabía” Y es cierto, pues diversos
autores hablan de la generosidad de dinero que se dio para editar ese proyecto
enciclopédico por todos los reinos, junto con los panfletos o libelos en contra
de los jesuitas. Algunos nombres propios que se dedicaron a este asunto son
Rolland, que era consejero del rey y del que Hervás dice que era “filósofo y antirrealista”, la marquesa
de Pompadur (Jeanne-Antoine Poisson, 1721-1764) gran mecenas e impulsora de la
Enciclopedia de Diderot, el luterano Murr, el portugués Carvalho, marqués de
Pombal (Sebastião José de Carvalho e
Melo, 1699-1782, Primer Ministro del rey José
I, su actitud ilustrada es controvertida, pues si bien es cierto que contribuyó
a la realización de grandes obras en Portugal, también se afanó en la
destrucción de los jesuitas). En 1768 llegó a promulgar una ley por la que los
“cristianos viejos de Portugal”
debían casar a sus hijos con “familias
judías”, suprimiendo bajo severas penas el término “puritano o cristiano viejo” con el que se identificaban los
portugueses que no tenían en su linaje ascendencia hebrea en su árbol
genealógico. También habría que citar a Diderot (1713-1784, escritor e
ilustrado y junto a d´Alembert, promotor de la Encyclopédie), su anticlericalismo queda reflejado en la novela “La Religiosa”), a Voltaire, a Montesquieu, a Jean-Jaques Rousseau, etc.
“La filosofía, pues, triunfó últimamente,
destruyendo a los jesuitas; ella, en Francia, tenía muchos prosélitos, y entre
ellos a la marquesa de Pompadour y al duque de Choiseul, primer ministro de
Estado y amigo íntimo de Voltaire, muelles de máquina tan grande, que ponía en
movimiento casi todos los Gabinetes de Europa”.
En
este estado de cosas, el jesuita español entiende que era muy difícil impedir
la labor de zapa que habían hecho los enemigos de la religión. Pese al
prestigio del que gozara “la Compañía”
antaño, un nuevo frente de “ilustrados”
y “enciclopedistas” surgía en el
siglo XVIII con intención de extenderse por todo el orbe como la nueva forma de
entender el mundo conocido, deseoso de imponer su nueva forma de interpretar al
hombre y a Dios.
El
fenómeno del enciclopedismo comenzó en el siglo XVII con la Cyclopedia de Ephraim Chambers, que era,
básicamente, un diccionario universal de las ciencias y de las artes. En 1745,
el editor francés Le Breton, interesado en obras inglesas, consiguió licencia
para traducir aquella obra al francés. En un principio encargó la empresa a los
traductores John Mills y el abate Jean Paul de Gus de Malves, pero ante las
dificultades existentes, Le Breton terminaría por encargar su trabajo a Diderot
y a d´Alambert, quienes prefirieron, en vez de traducir el trabajo ya
existente, organizar la materia para realizar una enciclopedia propia. Corría
el año 1750. d´Alembert fue el encargado de realizar el discurso preliminar de L´Encyclopédie. Un interesante trabajo sobre este tema de las
enciclopedias, lo podemos estudiar en la magnífica obra “Las enciclopedias en España antes de l´Encyclopédie” donde se
repasa la labor de compilación del saber en España, mucho antes de que en
Francia se iniciase esa labor.
Sobre
los filósofos y enciclopedistas nos dice D. Lorenzo: “Estas proposiciones, que la ignorancia de los buenos y la malicia de
los filósofos y de sus protectores alababan, querían decir que el ateísmo
filosófico no quería religiosos, y que la filosofía había enseñado cómo debía
hacerse para destruir a los jesuitas.”
Los
jesuitas se vieron acosados por los libelos y las asechanzas de los nuevos “ilustrados”, pero aún así y todo
trataron de defenderse. En un alarde de ingenio, y tras los primeros siete
volúmenes de la famosa Encyclopédie,
los doctos jesuitas se rieron de ella, pues la consideraron plena de
incongruencias: “…llena de errores en
geografía, historia, etcétera, haciendo comparecer caballeros a las
cronologías, ciudades a las estatuas, islas a los escollos, pueblos a las
montañas, personas a los títulos de los libros, etc.” – Nos dice el autor
en su obra. Y es que, la obra que los revolucionarios trataban de hacer pasar
como “suma de los conocimientos”,
como si fuese el gran logro y avance intelectual de la época, no era ni más ni
menos que en su primera edición, un compendio de garrafales errores de bulto.
Ante la mofa y risas de los jesuitas, los masones, filósofos y demás enemigos
de San Ignacio, no reaccionaron nada bien. Digamos que, hablando en castizo, se
la tenían jurada a los jesuitas.
La
segunda edición de la enciclopedia corrigió algo los errores existentes, pero
aún así y todo, según Hervás: “… y en
ellos se notaron más de quinientos yerros de geografía, historia, etcétera, sin
contar los innumerables que había en materia de religión. Estos yerros se
publicaron en una obra francesa intitulada: Cartas sobre la Enciclopedia para
servir de suplemento a sus siete tomos primeros”.
La
reacción por parte de los enciclopedistas y filósofos franceses fue clara. La
consigna era desmentir y acallar las críticas con exceso de loas y alabanzas
sobre la nueva obra creada por ellos. Los reinos europeos estaban maduros para
esa tarea, y en casi todos ellos se editaron sin cesar las enciclopedias con
todos sus errores. En las universidades y en los conciliábulos masónicos, se
dio la consigna de alabar la obra como si fuese el mayor compendio de sabiduría
hecho por los hombres.
La Revolución francesa y la
independencia de las colonias americanas
En
1789 culminó el proceso revolucionario que inundaría Europa de sangre y de
muerte. Este periodo de la Historia se ha visto a lo largo de los años como la
culminación de un proceso. Los escritores del siglo XVIII, filósofos, politólogos, científicos y economistas, denominados philosophes, y desde
1751 enciclopedistas, contribuyeron a minar las bases del Derecho Divino de los reyes. La decadencia y corrupción
de las monarquías tradicionales, el despotismo de la nobleza, el alejamiento de
parte del clero de los postulados del Cristianismo, chocaba radicalmente con la
inmensa mayoría de la gente, que casi en su totalidad estaba compuesta por
pequeños artesanos, comerciantes y campesinos que vivían bajo unas durísimas
normas y unas leyes que los asfixiaban a impuestos y que les obligaban a ser
poco menos que “bestias de carga”.
Una condición ésta que desde su nacimiento les condicionaba para toda la vida.
Pero
la revolución no fue algo espontáneo, algo que surgiera por casualidad. Ese
proceso tenía que estar propiciándolo mucho tiempo antes “algo”, preparando a
la gente, minando la credibilidad de las instituciones, propiciando pequeñas
revueltas y generando malestar, y el abate Lorenzo lo entendió enseguida. Dice
así Hervás: “En este documento doy
brevísima idea de una obra que se empezó a escribir el año 1768 y se publicó en
1775 con el título: El año 2440. Sueño
de Mercier. Este fingido autor supone que empieza a dormir en 1768 y
despierta en el 2440, y refiere lo que en este año veía en Francia y había
sucedido en España, Inglaterra, Alemania, Polonia, Italia, en América, etc.
Tiene usted a su vista el documento, y sabe lo que sucede en Francia; lea usted
el documento, y a la menor observación advertirá que presuntamente en Francia
se piensa, obra y aun se habla como Mercier pensó y escribió desde el 1768 lo
que publicó en 1775” -y continúa- “En
la obra de Mercier hallará usted las expresiones que hoy el ateísmo francés
usa, esto es, las expresiones de libertad, igualdad, error, superstición,
despotismo, tiranos, vivir y morir libremente, para significar la destrucción
del cristianismo, de la religión natural, de las Monarquías y de todo Gobierno
civil que coarte la libertad para impedir el vicio (…) Mercier, en 1768, sabía
ya que el ateísmo oculto de la nueva filosofía se había apoderado de Francia y
había inficionado a Inglaterra, Alemania, Italia y otros países, y por esto
empezó a escribir el plan de gobierno que los ateístas pondrían y observarían,
y en el 1775 juzgó que ya era tiempo de publicarlo”.
Está
claro que el proyecto revolucionario consistente en derrocar las monarquías
europeas junto con la destrucción de la Iglesia se llevaba gestando en las
cabezas conspiradoras e ilustradas desde mucho antes del estallido de la brutal
masacre ocurrida en Francia en 1789. La obra de Louis-Sebastián Mercier (1740-1814)
es reveladora en este sentido, más no es la única. Cuando escribió su novela “El año 2440…” tuvo gran repercusión en
su época, pero no fue entendida por la mayoría de los lectores, los cuales
albergaban muchas reservas sobre las utopías expuestas en el relato; quizás al
no estar todavía madura la sociedad para que reaccionase y se cumpliesen así
las exaltadas visiones que en ella ofrecía sobre el nuevo orden mundial
revolucionario que se pretendía construir.
En
las colonias americanas es donde se ve con mejor claridad este proyecto
masónico y sus efectos, y como si de un reflejo de esos movimientos
socio-políticos se tratase, los filósofos e ilustrados europeos, planeaban el
mismo resultado para las monarquías del viejo continente, extrapolando los
sucesos coloniales a los viejos reinos europeos.
A
lo largo del texto de “Causas de la
Revolución de Francia”, podemos leer un poco sobre la tan interesante obra
del supuesto Mercier, ya que el abate Hervás y Panduro copia un párrafo, el
cual, reproducimos por ser harto revelador de lo que el jesuita sospecha y nos
comenta en su libro. Dice así:
“Pueblos
–dice la obra de Mercier- endurecidos
y conducidos por no sé que fanatismo se burlarán de todas las combinaciones
injuriosas; las fortalezas serán sitiadas, los cañones tomados por manos
intrépidas, y el hambre abrirá las puertas de las plazas fortificadas… ¡Qué
suceso! El Norte del nuevo hemisferio (americano) ha despedazado las cadenas,
(se refiere a la independencia de Canadá), la libertad renace en las regiones
que la tiranía oprimió, la población va a crecer en los países que la sed del
oro despobló… Se dice que el tiempo de las Repúblicas ha pasado ya; no es así;
este tiempo va a renacer; el Código americano, obra de la sabiduría y de la
razón europea, volverá al lugar en que nació y recompensará a los descendientes
de los que han calculado las leyes humanas. Se tiembla a la vista del número
prodigioso de soldados que tienen Prusia, Austria, Rusia y Francia; el arte y
la disciplina se pasman al ver sacrificada toda esta soldadesca a los
soberanos; parece que Europa huye de la libertad; mas no temáis nada de esto,
porque la filosofía está vigilante, velan las artes; la filosofía forma por
todas partes cabezas republicanas; ella muestra con el dedo los Estados unidos;
ella ha destruido ya el despotismo sacerdotal, que hoy deja Europa respirar. No
temáis, os repito, amigos de la libertad. La filosofía encadena por todas
partes los asaltos orgullosos de los soberanos, la filosofía arroja rayos de luz
sobre los hemisferios”.
Como
se puede ver, todo un alarde de intenciones. En la obra de Mercier, España no
sale muy bien parada, y en el último capítulo dedica una visión pesimista y
catastrófica sobre lo que acontecerá en España y sus colonias americanas. Hoy
en día se sabe que la masonería jugó un papel primordial en la sublevación de
los ánimos y en el independentismo de las provincias americanas.
La
infiltración de filósofos o “revolucionarios”,
“masones” en los diferentes reinos
europeos fue una constante durante los siglos XVIII y XIX. Su misión era tomar
contacto con la realidad de cada país, establecer relaciones con personajes
afines e influyentes y “levantar columnas”, para de esa manera
ver la mejor forma de establecer puentes de unión y propalar el mensaje filosófico.
En
España, el rey Carlos III había prohibido la masonería en los reinos españoles,
(ya lo había hecho cuando era rey de Nápoles) y la actuación de la Inquisición
hacía que el establecimiento de logias permanentes en suelo hispano fuera harto
dificultoso. Hubo, no obstante, algunos primeros inicios, por ejemplo el duque
de Wharton (1698-1731), coronel inglés al servicio de la Corona de España que fundó
en Madrid en 1728 la logia de Las Tres
Flores de Lys o Matritense. Según
algunas fuentes, fue además la primera logia fundada fuera de las Islas
Británicas y al año siguiente fue reconocida por la Gran Logia de Inglaterra
pero en 1768 desapareció de su registro porque llevaba demasiado tiempo
inactiva. En las zonas ocupadas por los ingleses, como Gibraltar,
fundamentalmente y sus zonas adyacentes, sí es cierto que florecieron más
logias, y también es cierto que en Madrid y Barcelona, algunos militares
extranjeros al servicio de la corona española, se establecieron en algunas
casas donde realizaban en secreto sus tenidas,
mas no llegaron a durar y terminaron por desaparecer al poco tiempo.
Si
bien es cierto que durante la primera mitad del s. XVIII no fue fácil
establecer en España ese tipo de “logias”,
también lo es que sí que se podía sondear a la sociedad del momento y ver la
posibilidad de realizar establecimientos futuros, utilizando para ello la
infiltración de comerciantes masones, viajeros espías, militares dobles,
embajadores ilustrados, etc., que merced a sus puestos de trabajo, cargos o
profesiones, se les permitía viajar por toda España en libertad, pudiendo así
contactar con personas afines a sus ideales y con las que ponerse en contacto
en un futuro no muy lejano para facilitar posteriores acercamientos. D. Lorenzo
lo dice así en su opúsculo. “(Las logias) tienen
viajadores, que suelen ser literatos con exterior de personas nada sospechosas,
y estos viajadores son los espías de las cortes, de los tribunales, etc.; los
cuales deben dar noticia del carácter y, principalmente, de las flaquezas de
los soberanos, de los ministros, etc., y todas estas noticias se comunican a
todos los miembros de los círculos”.
Con
la entrada de las tropas napoleónicas en España, la cosa cambió. Desde 1809 en
adelante, y merced a la supresión de la Inquisición, los masones y sus logias
se propalarían por todo el territorio con gran celeridad. Principalmente logias
dependientes del Grande Oriente Francés.
Continuará
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