RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 28 de noviembre de 2013

FERNANDO III EL SANTO, REY SANTO Y SANTO RECONQUISTADOR



Conferencia de Sevilla a cargo de Luis Carlón Sjovall (en la fotografía),
cortesía de la ACT Fernando III el Santo de Palencia

 
Luis Carlón Sjovall, nacido en Palencia el año 1972, es fundador de la Asociación Cultural Tradicionalista Fernando III el Santo de Palencia y, desde febrero de 2011, Presidente de esta institución, legítima abanderada del legado del Rey Santo y Reconquistador. La ACT Fernando III el Santo desarrolla una formidable actividad cultural, estudiando y divulgando la portentosa e inmortal figura de nuestro Rey Santo. Con motivo de la celebración de la Reconquista y Liberación de Sevilla por las huestes de Fernando III el Santo, el sábado 23 de noviembre del corriente, a invitación del sindicato de estudiantes universitarios RESPUESTA ESTUDIANTIL, Luis Carlón Sjovall pronunció una enjundiosa conferencia sobre la trayectoria vital de Fernando III el Santo.  Con sus propias palabras: "Considero que un pueblo que, ya sea por dejadez o imposición pierde los valores de su Tradición, está condenado a desaparecer. Tradición, que bajo el signo de la justicia, han de marcarla la fe, la cultura y la familia, valores que hoy están al borde del colapso. Por ello, reivindico la figura de San Fernando, quién con más Nobleza y Lealtad que nadie aglutinó durante su glorioso reinado esos valores, y así, ha de ser de nuevo quien con su ejemplo de vida nos guíe e impulse hacia una nueva Reconquista." Publicaremos la conferencia íntegramente, aunque por su extensión tendremos que publicarla por partes. Creemos que esta conferencia suscitará el interés de nuestros lectores que no encontrarán una biografía de Fernando III el Santo tan completa y exhaustiva como la que nos ofrece Luis Carlón Sjovall. Agradecemos al Presidente de la ACT Fernando III el Santo de Palencia su disposición y le damos la bienvenida a RAIGAMBRE. 
 
 
 
FERNANDO III EL SANTO:
REY SANTO Y SANTO RECONQUISTADOR
 
 
PRECEDENTES AL REINADO DE SAN FERNANDO
 
 
Por Luis Carlón Sjovall
 
 
La España en la que nació San Fernando estaba aún dividida en diferentes reinos. En lo que a los reinos cristianos se refiere, Castilla hacía tiempo que era militarmente el más fuerte, pero la derrota sufrida en la Batalla de Alarcos había dejado muy tocado a su ejército. Esto fue aprovechado por los Reinos de León y Navarra para hostigar a Castilla con el pretexto de recuperar territorios y derechos perdidos tiempo atrás.
 
Tenemos que entender que cada Reino tenía sus propias circunstancias y personalidad, y esto es importante conocerlo para saber porque las cosas luego sucedieron como sucedieron. Castilla había surgido como Reino casi dos siglos atrás, y sus diferencias con León eran grandes; mientras Castilla era un Reino básicamente militar en el que primaba la libertad de sus gentes, ganada generalmente en las conquistas fronterizas, León mantenía una estructura mucho más feudal y cerrada. Por su parte Aragón, hacía tiempo que miraba más hacia sus posesiones en Francia que a la guerra ante el infiel (eso cambiaría poco después con la llegada al trono de Jaime I) y Navarra, cercada hacia el sur como estaba por Castilla y Aragón, hacía tiempo que no miraba hacía el meridión, conformándose con mantener sus territorios y de vez en cuando intentar aumentarlos.
 
En el bando musulmán, las taifas había desaparecido por enésima vez con la llegada de los almohades, que dominaban prácticamente todo el territorio sur peninsular. Todo esto cambió con la unión de los Reinos Cristianos (a excepción de León) en la Batalla de Las Navas de Tolosa, y la desintegración posterior del Imperio Almohade.
 
Así las cosas, la España en la que nació San Fernando, no era un remanso de paz, sino un continuo campo de batalla entre cristianos, y con la amenaza almohade muy presente.
 
Por ello, no podemos entender la personalidad de San Fernando, sin tener en cuenta la realidad de su tiempo, y especialmente el carácter de su madre: la Reina Berenguela de Castilla.
 
Hija mayor de Alfonso VIII de Castilla, y de Doña Leonor Plantagenet (hermana de Ricardo Corazón de León y el famoso Juan sin tierra). Berenguela, desde muy joven asumió la responsabilidad que representaba ser infanta heredera de Castilla con una religiosidad, lealtad y sabiduría extraordinarias. Ya, con apenas ocho años,  fue desposada con Conrado, hijo del Emperador Federico Barbarroja, en Carrión de los Condes. Matrimonio que fue anulado al año siguiente, al nacer Fernando, primer hijo varón de Alfonso VIII, y ver los alemanes frustrado su interés por alcanzar el trono de Castilla.
 
Berenguela volvió a desposarse en Valladolid, en el año 1197 con Alfonso IX de León; El Rey leonés, había estado casado anteriormente con Doña Teresa de Portugal, y de ese matrimonio que también se anuló por motivos de sangre, habían nacido Sancha (1191-1243), Fernando (1193-1214) y Dulce (1194-1248), hermanos de Fernando III por parte de padre.
 
El matrimonio de Alfonso y Berenguela se concertó con el fin de cerrar los eternos conflictos fronterizos entre los reinos de Castilla y de León, y así fue durante los siete años que duró el regio matrimonio del que nacieron cinco hijos, Leonor 1199-1202, Constanza (1200-1242), Fernando 1201-1252 , Alfonso 1202-1272 y Berenguela (1204-1235). Por motivos de consaguinidad, el enlace fue disuelto en 1204 por el Papa Inocencio III, Berenguela volvió a Castilla con sus hijos, y los conflictos volvieron inmediatamente a la frontera.
 
Esta situación se mantuvo hasta que San Fernando fue coronado Rey de Castilla en el año 1217.
 
 
EL INFANTE DON FERNANDO
 
Todo parece indicar que el nacimiento de San Fernando se produjo al inicio del verano de 1201, en un descampado cercano al monasterio que posteriormente se llamaría de Valparaíso, en la actual provincia de Zamora.
 
Pocas noticias han llegado de la vida de San Fernando en su infancia, más sabemos que mientras sus padres estuvieron juntos, debió de pasar su primera infancia en Galicia, hasta que la ruptura matrimonial de sus padres hiciéron que Berenguela volviera a Castilla junto con sus cuatro hijos. De esta época burgalesa, de la que poco se sabe, nos ha llegado una leyenda por medio de una de las cantigas de Alfonso X el Sabio. Todo gran héroe tiene una encrucijada en su vida, y a San Fernando esta le llegó con apenas cinco años de vida.
 
Parece ser, que estando en la corte, el joven Fernando se vio atacado por una penosa enfermedad y su madre pidió permiso al rey Alfonso para llevarlo hasta Santa María de Oña (lugar reconocido en la época por los milagros que allí sucedían). Allí, Doña Berenguela con el niño moribundo se encerró en oración ante la Virgen de Oña, con la única compañía de un cirio encendido. Tras horas de rezo y esperanza, y con el cirio ya casi apagado, la madre oyó que el niño lloraba, y al cogerlo entre sus brazos vio maravillada que al joven príncipe le habían desaparecido todas las fiebres y llagas, y la miraba con alegría.
 
El joven San Fernando debió de vivir en Burgos hasta los diez años de edad, momento en el que se trasladó a Palencia, capital universitaria de Castilla en aquellos momentos, y donde comenzó sus estudios junto a su joven tío, el futuro Rey de Castilla Enrique I,  hasta que en el año 1214, y tras la muerte de Fernando el portugués (heredero de León) fue llamado por su padre a la corte leonesa para iniciar su preparación como futuro monarca leonés. El joven Fernando, criado en Castilla, se convertía de forma imprevista en heredero del viejo Reino de León.
 
No es difícil imaginar, que estos años que San Fernando pasó en Castilla (aproximadamente entre los tres y los trece) fueron los que más influyeron en su formación cultural y espiritual, forjándole un carácter, típicamente castellano que ya nunca abandonaría.
 
Pero todo empieza a cambiar en Castilla ese mismo año de 1214, fallece el rey Alfonso VIII de Castilla conocido como el Bravo o el de Las Navas a la edad de 57 años. La muerte del rey, nos la relata el arzobispo de Toledo Don Rodrigo Jiménez de Rada en su obra “De Rebus Hispaniae” de la siguiente manera:
 
«Habiendo cumplido LIII años en el Reyno el noble Rey Alfonso, llamó al Rey de Portugal su yerno para verse con él; y habiendo empezado su camino dirigido a Plasencia, última ciudad de su dominio, empezó a enfermar gravemente en cierta aldea de Arévalo que se llama Gutierre Muñoz, donde últimamente, agravado de una fiebre, terminó la vida y sepultó consigo la gloria de Castilla, habiéndose confesado antes con el arzobispo Rodrigo, y recibido el sumo Sacramento del Viático, asistiéndole Tello, obispo de Palencia, y Domingo, de Plasencia.»
 
Realmente Alfonso VIII fue un hombre de una fe y rectitud encomiable, se alzó al trono de Castilla con apenas tres años de vida al fallecer de forma precipitada su padre el rey Sancho III. Desde entonces, su custodia fue encomendada a la poderosa familia de los Lara, que por ello contaron siempre con la confianza y protección del rey, y esto como veremos posteriormente causó no pocos problemas en Castilla.
 
A la muerte del Rey, le sucede en el trono Enrique I, (su hermano Fernando había muerto tres años antes con  apenas 22 años) Enrique, conocido como el rey niño, apenas contaba con diez años al subir al trono. Encargándose de la regencia del reino su hermana mayor Doña Berenguela, tras la muerte de la Reina Leonor un mes después de su marido. Este nuevo orden no fue aceptado por los Lara, con lo que ella, ante la amenaza de una guerra civil, se retiró al señorío de los Girón, junto a su hermana Leonor y sus hijas. Así, los Lara se hicieron con la custodia del joven rey Enrique, y de esta manera con el control absoluto del Reino.
 
Por su parte San Fernando, que como hemos dicho fue reclamado por su padre en 1214, fue reconocido legalmente como heredero al trono de León, y pasó los siguientes años junto a su padre y la nobleza leonesa conociendo a las gentes y tierras de su futuro Reino, así como aprendiendo buenas artes de gobierno, labor en la que su padre era sin duda un maestro.
 
 
CONSOLIDACIÓN DEL REINADO
 
Al tercer año del reinado de Enrique I, y dado que los Laras gobernaban el Reino mediante abusos y excesos, se inicia la guerra civil en Castilla. Los Lara saquean las tierras palentinas de los Téllez y los Girón, principales defensores de Doña Berenguela, viéndose la Reina obligada a refugiarse en Otiello (Autillo de Campos), principal fortaleza de los Girón. Pero cuando la situación empieza a ser desesperada, sucede algo inesperado, el Rey muere en el palacio episcopal de Palencia, donde todavía continuaba estudiando, al sufrir un golpe en la cabeza jugando al tejo con otros niños. Ante los rumores de lo ocurrido, los Lara niegan su muerte, y argumentan que el rey se está reponiendo.
 
A finales de mayo de 1217, Doña Berenguela ya sabe que su hermano, el rey Enrique ha muerto, y exige a los Lara que la reconozcan como reina, pero estos reaccionan atacando a Doña Berenguela en su refugio de Autillo de Campos. Ante esta situación, Doña Berenguela manda a los caballeros Gonzalo Ruíz Girón, Alfonso Téllez y Lope Díaz de Haro que se desplacen hasta Toro, donde se encontraba en ese momento la corte leonesa, para pedir al rey de León que dejase marchar al joven príncipe Fernando a socorrer a su madre.
 
Alfonso IX, gran rey, pero con muchos claro-oscuros, había llegado a un acuerdo con los Lara, pues pretendía que Castilla volviese a pertenecer a León. Por lo tanto, los nobles castellanos tuvieron que mentir, diciéndole al Rey que Enrique I se había recuperado, y que la presencia del príncipe Fernando junto a su madre se debía únicamente a la añoranza que ella sentía por su hijo. Después de muchas dudas por parte del monarca leonés, consiente la marcha del joven heredero. San Fernando ya no volvería a León hasta 15 años después. Tras una marcha de tres días, perseguidos por tropas leonesas, que al poco de partir se habían enterado del engaño, el príncipe y los nobles llegan a Autillo, hecho que fue definitivo para acabar con el asedio de los Lara, que se retiran a sus territorios toledanos.
 
Así, El 14 de junio de 1214, bajo un viejo olmo, y con la presencia de numerosos súbditos de la Tierra de Campos, además de los nobles, y con la bendición de los obispos de Palencia y Burgos. Doña Berenguela es proclamada Reina de Castilla. Más acto seguido, se desprende de su regio símbolo y ella misma coloca a su hijo la corona, La crónica lo recuerda así:
 
En la llanura que se hacía fuera del recinto amurallado del castillo, alzábase solitario un olmo corpulento y frondoso. A la sombra de sus ramas quiso Doña Berenguela que fuese levantado el sólito cadalso para verificar la sencilla ceremonia de la publicación real. Morisca alfombra cubría el entablado, sobre la cual quedaron dispuestos dos ricos sitiales para la reina y su joven heredero. Alrededor estaban prelados y magnates. Eran aquellos los obispos Don Tello de Palencia y Don Mauricio de Burgos; figuraban entre éstos Don Gonzalo Ruíz, Don Lópe Díaz, Don Suero y Don Alfonso Téllez de Meneses, Don Fernando Suárez y algunos otros. Gentes de armas a caballo o de pie, rodeaban el tabladillo circuídas a la vez por grupos de pecheros llegados de Frechilla, Fuentes y Castromocho. Con toda sencillez, ordenó Doña Berenguela que tremolaran pendones y fuese dado el grito acostumbrado, cuandos e alzaba nuevo rey, a favor de su heredero el príncipe Fernando. Et allí luego en Otiello, dice la crónica general, le alçaron reyet llamaron con el real.
 
Tras la proclamación de Autillo, la comitiva real se desplazó a Valladolid donde el 2 de julio, Fernando III fue reconocido por las Cortes como rey legítimo de Castilla. Pero los Lara y Alfonso IX no habían dicho su última palabra, y ante Valladolid se presentaron con un numerosísimo ejército exigiendo la regencia del reino de Castilla, pues Alfonso alegaba derechos por encima de su ex mujer y de su hijo. Fue aquí donde Fernando III demostró por primera vez su grandeza regia, mandándole una embajada por medio del obispo Tello de Palencia para decirle
 
“Que no fatigase más sus pueblos, ni les ocasionase mayores males, que debía agradecer a la reina el haber dado a un hijo suyo un reino, y tal reino que había causado a León grandes daños, y de allí en adelante no le vendría de él sino mucha ayuda.”, “Y que él no pretendía levantar espada contra ningún Reino cristiano, habiendo moros en España, y menos aun frente a su padre”
 
No le valió al rey de León el mensaje de su hijo, y junto a los Lara se dedicó a devastar pueblos y fortalezas fieles a Don Fernando, hasta que con fecha 26 de noviembre de 1217, y tras una carta del papa Honorio II en la que instaba a Alfonso IX a finalizar el conflicto, firma un acuerdo de paz, y se retira con sus tropa a León. Nunca más volvieron a verse padre e hijo.
 
De esta forma quedaron solos los Lara en la guerra frente a Don Fernando, hasta que a finales de 1218 fueron finalmente reducidos. Cuenta la crónica que al morir Don Alvaro Núñez de Lara, el mayor de los hermanos, y huir los otros dos al reino de León:

Finó tan pobre que non había con que lo llevar a Uclés, donde como caballero de Santiago se mandara soterrar, ni para candelas, e entonces la reina Berenguela, con mesura conplida, e con piedad, mandóle dar todo cuanto hubiese menester para lo llevar, e un paño de oro para el ataúd.
 
El ascenso al trono de León tampoco fue fácil para San Fernando. Sintiéndose traicionado el rey leonés por su hijo, decidió Alfonso IX romper el compromiso que con San Fernando tenía, y declaró que las herederas serían sus hijas Doña Sancha y Doña Elvira, nacidas de su primer matrimonio con Doña Teresa de Portugal.
 
El 24 de septiembre de 1230, muere Alfonso IX camino de Santiago de Compostela, a donde se dirigía para dar gracias al apóstol por su ayuda en la reciente reconquista de la ciudad de Cáceres por las tropas leonesas.
 
Inmediatamente, San Fernando, que se encontraba en ese momento combatiendo a los moros en Jaén, marcha hacia León para reclamar sus derechos. Es recibido en Toro y Benavente con alegría, pero sabe que la vieja nobleza leonesa no le admite como Rey, y que junto a sus hermanas las infantas, estabán recluidos en la ciudad de León dispuestos a combatirle.
 
Como dije antes, Don Fernando había jurado al alzarse rey de Castilla, que nunca haría guerra a cristianos habiendo moros en España. Pero no estaba dispuesto a renunciar a su derecho sobre el trono leonés. Es entonces cuando su madre Doña Berenguela, concierta una entrevista con Doña Teresa, primera esposa de Alfonso IX, y que desde la disolución de su matrimonio se encontraba recluida en un convento en la localidad de Valencia de Don Juan. Allí las dos reinas, sin necesidad de guerra entre hermanos llegan al siguiente acuerdo:
 
Primero: Qué las infantas renunciarían a cualquier derecho que pudieran tener a la corona y cancelarían cualquier privilegio o carta, de donación o herencia, de su padre, en este sentido.
Segundo: Qué entregarían a su hermano todas las plazas y castillos que sus caballeros tenían por ellas y absolverían a estos del pleito homenaje que le hubieren hecho.
Y tercero: Qué el rey señalaría a sus hermanas una renta fija de treintamil maravedíes de oro anuales.
 
Tras conseguirse este acuerdo, conocido como la “Concordia de Benavente”, Fernando III el Santo fue proclamado rey de León en dicha ciudad el 11 de diciembre de 1230. Ese día nació la Corona de Castilla, que unificaba los reinos de León y Castilla para siempre. Tras la ceremonia, el rey marchó hasta Santiago de Compostela, como mandaba la tradición leonesa y además así rendir un sincero homenaje ante la tumba de su padre.
 
... Continuará

miércoles, 27 de noviembre de 2013

LUIS CARPIO MORAGA: POETA DE LA EXPIACIÓN Y VÍCTIMA EXPIATORIA

Luis Carpio Moraga


LA DOCTRINA TRADICIONALISTA DE LA EXPIACIÓN

Por Manuel Fernández Espinosa

EL GRUPO LITERARIO “EL MADROÑO”

Es obligado que, para presentar convenientemente al escritor D. Luis Carpio Moraga, de quien haremos una breve semblanza más abajo, ofrezcamos previamente una aproximación al grupo literario en el que encontró su lugar, inspirándose en los ideales que el grupo custodiaba celosamente y que constituían el tuétano de toda su actividad intelectual y literaria, el mismo ideario por el que muchos de ellos serían martirizados en 1936-1939. La obra de Carpio Moraga en verso y en prosa es harto difícil de adquirir, pues sus libros no han sido reeditados después de la Guerra Civil. Tengo la suerte de tener en mi haber ediciones originales de algunos de estos escritores provincianos (alguno de estos libros en mi posesión tienen el valor añadido del autógrafo de su autor); merced a ello, he podido estudiar de primera mano la obra soslayada de estos poetas olvidados. Los miembros del “Grupo de El Madroño” se congregaban alrededor del que culturalmente estaba más reciamente formado y cuyo nombre era D. Francisco de Paula Ureña Navas (1871-1936). He tenido la ocasión de presentar a este gran desconocido en un breve ensayo que le dediqué a su figura y obra y que se publicó bajo el título: “La poesía en Jaén: D. Francisco de Paula Ureña Navas y el grupo literario ‘El Madroño’”. Hasta donde se me alcanza, ellos nunca se hicieron llamar como “Grupo ‘El Madroño’”, pero fue el Cortijo de ‘El Madroño’, en el término municipal de Martos, en donde tenía su señorial residencia el patriarca del grupo y donde se reunían habitualmente sus componentes, para conversar y contrastar opiniones o leerse sus manuscritos; fue por esta razón que, entre todas las denominaciones que pude acuñar, para nombrarlo, escogí el nombre del Cortijo 'El Madroño', escenario que fue testigo de las jornadas de amistad y alta cultura de aquellos hombres que laboraban por una cultura cuyo elemento era el catolicismo y su identidad, la española.

EL MENTOR DEL GRUPO: FRANCISCO DE PAULA UREÑA NAVAS

Aunque no sea el protagonista de este artículo, resulta pertinente dar unas pinceladas sobre Ureña Navas, puesto que fue el líder (pudiéramos decir que ideológico) que ejerció su autoridad intelectual sobre los miembros de este grupo de literatos, entre los que podríamos mencionar al periodista e historiador jaenero D. Vicente Montuno Morente, al poeta de Porcuna D. Eugenio Molina Ramírez de Aguilera, al poeta carlista Bernardo Ruiz Cano, de Jaén, y al personaje que aquí presentamos: el escritor marteño D. Luis Carpio Moraga.

Francisco de Paula Ureña Navas nació en Torredonjimeno (Jaén) el año 1871 y vino a abrir los ojos en el hogar de una familia bastante humilde, pero de acendrada raigambre carlista; no obstante las condiciones económicas de su familia, Ureña Navas pudo estudiar promocionado por el padrinazgo del clero local. Ureña Navas realizó sus estudios en Sevilla, licenciándose en Derecho y en Filosofía y Letras. En Sevilla tuvo que conocer al eminente polígrafo D. Francisco Rodríguez Marín que, a distancia, influirá en las preferencias literarias de Ureña Navas, así como sobre el círculo literario. Ureña Navas desempeñará el cargo de director de uno de los periódicos provinciales de mayor tirada de la primera mitad del siglo XX: “El Pueblo Católico”. Este periódico, como el mismo director, era de marcado signo tradicionalista, católico y español hasta la médula. Francisco de Paula Ureña Navas sería una de las personalidades más distinguidas del panorama cultural de Jaén: profesor durante un tiempo en el Colegio Santo Tomás de la capital del Santo Reino, periodista, crítico literario, implacable censor de las modas modernistas, escritor en prosa y poeta. Cuando era anciano, Francisco de Paula Ureña Navas huyó a Madrid con su primogénito, viendo que la situación en Jaén se enrarecía cada vez más y se convertía en peligrosa. En Madrid el viejo poeta y su hijo serían asesinados por los milicianos del Frente Popular, corriendo el año 1936: dos hijos más del poeta sería asesinados en tierras de Jaén.

Durante su vida activa y pública, Ureña Navas había congregado a un nutrido grupo de amigos (algunos de ellos alumnos suyos en el Colegio de Santo Tomás) y todos ellos descubrieron su personal vocación poética de la mano de este mentor que, gracias a su posición en la cultura provincial, pudo impulsar y apoyar la obra literaria de sus discípulos. Tal fue el caso de quien nos ocupa: D. Luis Carpio Moraga.

LUIS CARPIO MORAGA

Luis Carpio Moraga nació en Baeza el 13 de septiembre de 1884. Sin embargo, no sería su ciudad natal la ciudad de su crianza, pues todavía era muy niño cuando su familia muda su residencia y pasa a instalarse en Martos donde vivirá hasta el final de sus días. De Martos se ausentó durante una temporada para poder realizar sus estudios, pero a Martos regresó nuevamente con su titulación. En un primer momento la orientación profesional de Carpio Moraga lo condujo a formarse como procurador, pero allá por 1917 encontró su vocación literaria, pasó a colaborar con “El Pueblo Católico” así como con otras cabeceras provinciales ( díganse por caso “La Regeneración” o “Don Lope de Sosa”). El mismo Carpio Moraga confiesa ser discípulo de D. Francisco de Paula Ureña Navas y también afirma deberle a éste el impulso primero para que él se dedicara a la literatura. Carpio Moraga fue más prolífico que su Maestro y llegó a publicar novelas, obras de teatro, crítica literaria y poesía. Su labor cultural en la ciudad de Martos fue muy considerable como fundador de algunas instituciones como fueron el “Orfeón Marteño” y su proyección traspasó la provincia, estrenando sus obras dramáticas en ciudades como Zaragoza. Podemos decir que, en la primera mitad del siglo XX, Carpio Moraga fue un autor hasta cierto punto conocido y del que las hemerotecas todavía hoy podrían darnos cuenta de sus efímeros éxitos literarios; que hoy sea un absoluto desconocido para la literatura hispánica no significa que no tuviera cierta popularidad en el tiempo que le tocó vivir, aunque no fuese el mejor.

Como el resto de los miembros del “Grupo de ‘El Madroño’”, el escritor marteño se caracterizaba por sus opiniones conservadoras, sin ocultar su catolicismo y su patriotismo (que, corriendo los años, le costarían la vida). Fue Alcalde de Martos en el año 1922. En su haber figuran los siguientes títulos (puede que haya más): “Alma española” (poemario, 1919), “La fuerza del amor” (novela, 1921), “Nuevas poesías” (poemario, 1921), “Honra y amor” (obra de teatro, 1924), “Doña Isabel de Solís” (obra de teatro en verso, 1929), “Luz del alma” (poemario) y las obras dramáticas: “La vida es así”, “Conchita la deseada”, “Los sobrinos de Don Pablo”, “El conde del Santo Reino”, “En busca de la felicidad”, “El pobre y el rico”, “El soberbio y el humilde”, “El ciruelo de la civilización”, así como una colección de trabajos publicados en prensa bajo el título “Crítica literaria y artículos varios”. Uno de los pocos que han estudiado su obra ha sido D. Miguel Calvo Morillo que, gran conocedor de Martos y su historia, ha evocado la figura y obra del escritor marteño en algunos de sus artículos.

A los 51 años, D. Luis Carpio Moraga sería asesinado por las milicias frentepopulistas en las trincheras del río Salado, según todos los indicios el día 12 del mes de enero del año 1937.

ESPAÑA “DIALOGA” CON EL SIGLO XX

El poema en cuestión, el que emplearemos para notar la posición política de Carpio Moraga es una de las más recias piezas del poemario con el que debutaría en el mundo literario: “Alma española”. Este libro de poesías sería editado por la entonces celebérrima “Librería de Fernando Fé”, en Madrid, año 1918 y con prólogo del maestro del grupo: D. Francisco de Paula Ureña Navas. Es oportuno recordar que en esta “Librería de Fernando Fé” se daban a la estampa las obras literarias de la flor y nata de los escritores de la época. El poema se titula “España y el siglo XX- Diálogo” (podríamos añadir que su complemento sería otro poema publicado en el mismo poemario, titulado “La Humanidad futura”; pero preferimos centrarnos en “España y el siglo XX- Diálogo” por ser más explícito y poner a un lado “La Humanidad futura”). Ambos poemas constituyen tal vez las composiciones de más poderoso aliento poético, a la vez que ocupan, por su magnitud, varias páginas del libro, destacándose ambos sobre el conjunto total del poemario que a la postre es una colección de poesías de heterogénea calidad, entre las que abundan los poemas de temática religiosa y, a veces, moralizante, lo que hace de la obra que ésta tenga un resultado literario de calidad variable.

En el poema que concentra nuestra atención, la trama es sencilla: el Siglo XX, diríamos que casi en pañales, se encuentra con España y pregunta a ésta: “¿Por qué lloras, mujer bella?” y el joven siglo da cuenta a España de todo aquello que los siglos pasados le han dicho de las grandezas de España, de las pretéritas hazañas hispanas, de sus gloriosas proezas, de su otrora pujante dominio de los mares, ensalzándola como madre de grandes hombres de armas y de letras, como nodriza de naciones y señora del orbe. Cuando España tiene el turno de la palabra, lo hará con el magisterio de una experiencia milenaria:

LA DOCTRINA TRADICIONALISTA DE LA EXPIACIÓN DE LAS SOCIEDADES

Esto responde España al Siglo XX en el poema de Carpio Moraga:

“-Tú eres joven y no sabes

Los males que Dios derrama,

Cuando su divina Ley

Es por los Pueblos truncada,

Ya que así lo exige el orden.

Las sociedades no pagan

En ultra-tumba sus culpas:

Eso queda para el alma”.

El pensamiento que aquí expresa España, por medio de la prosopopeya, tiene una larga tradición que podríamos ir a buscar en el Antiguo Testamento, pero con más certidumbre es el pensamiento tradicionalista español más reciente a Carpio Moraga el que está aquí latente, pronunciado por esa España que, en alegoría de bella mujer, está de vuelta de las peripecias de la Historia. España reclama la atención del joven Siglo XX para que contemple la catástrofe que se está desarrollando en esos años: la Primera Guerra Mundial, entendiéndola como un castigo divino por la desmedida ambición de las naciones contendientes.

Sin embargo, como digo, el pensamiento enunciado, a saber: que las sociedades, al no tener alma como los individuos, tienen que expiar sus pecados sobre la tierra; esa idea matriz tiene nobilísimos antecesores. Es el mismo pensamiento que Juan Vázquez de Mella expresará en un artículo publicado en “El Pensamiento Español” (enero de 1920, aproximadamente un año después de la publicación de este poema):

“Si los pueblos tuvieran alma subsistente e inmortal, como los individuos, encontrarían en una vida futura el galardón de su méritos y la pena de sus delitos, pero como viven y mueren en el tiempo, en la tierra reciben las recompensas y los castigos. Y como Dios sería injusto, y la ley moral mentiría, si quedase la maldad sin pena, por eso los delitos sociales son castigados con catástrofes y las civilizaciones corrompidas con barbaries”.

(Juan Vázquez de Mella, “Los peligros de las dos barbaries”).

Sería ir muy lejos aseverar que Vázquez de Mella se inspirara en estos versos de Carpio Moraga para tan magistral fragmento; con probabilidad, Vázquez de Mella tal vez no leyera nunca a Carpio Moraga. Pero es mucho más sencillo encontrar la razón que tanto los asemeja: tanto el poeta marteño como el egregio tribuno, tuvieron la misma fuente de inspiración para sus versos y sus frases respectivamente. Esa inspiración está en la obra filosófica de Juan Donoso Cortés y, para ser más exactos, la encontramos en las “Cartas de París”.

Las “Cartas de París” componen una colección epistolar con destino a su publicación periodística, correspondencia enviada por Donoso Cortés desde la capital francesa a España, para ser publicadas en el periódico “El Heraldo”, en cuyas páginas verían la luz los días 24 y 31 de julio; 6, 12, 20 y 31 de agosto; 3, 10 y 20 de septiembre; y 4, 8 y 20 de octubre del año 1842. En ellas el filósofo de la historia y de la política aborda (según declara él mismo en correspondencia privada) cuestiones varias en calidad de comentarista, más que como teórico doctrinal. En la carta del 10 de septiembre, Donoso Cortés afirma, entre otras cosas, lo que entiendo que sería la idea-madre que compartirán y reformularán el poeta del “Grupo ‘El Madroño’” y el Verbo de la Tradición: lo que pudiera llamarse cabalmente unos esbozos de la Doctrina de la Expiación, según Donoso Cortés:

“La expiación es la ley del universo, es la condición esencial de la perfección humana” –sentencia Donoso Cortés, para más abajo afirmar:

“Si hay una expiación para las sociedades, como para el hombre, esa expiación está simbolizada por la guerra necesariamente, y lo está porque la guerra, tomada en su sentido más general y más lato, en su sentido más filosófico, es para la sociedad lo que para los individuos las dolencias y las pasiones”.

Esto es: las sociedades purgan sus culpas en este mundo a través de catástrofes, invadidas por bárbaros y asoladas por hordas que castigan el desvío de la sociedad corrompida, puesto que para la sociedad no puede haber “infierno” donde pagar las penas por sus delitos y pecados. En versos de Carpio Moraga, recordemóslos:

“Las sociedades no pagan

En ultra-tumba sus culpas:

Eso queda para el alma”.

La doctrina tradicionalista de la Expiación es la que justifica teológicamente la profusión de los Templos Expiatorios que se empezaron a erigir en toda la Cristiandad. Muchas organizaciones católicas de todo el mundo impulsaron con este argumento tradicionalista las iniciativas que se plasmarían en los Templos Expiatorios de la Sagrada Familia y el del Sagrado Corazón en el Tibidabo (ambos en Barcelona, España) o en México, como son: el del Sagrado Corazón de Jesús en Ciudad de León (Guanajuato) y su homónimo de la ciudad de Zamora de Hidalgo (Michoacán), el del Santísimo Sacramento en Guadalajara (Jalisco) y el de Cristo Rey de la Ciudad de México (Distrito Federal).

Las especulaciones que ensaya Donoso Cortés sobre la Expiación son, sin ningún género de duda, tributarias del pensamiento de Joseph de Maistre, aunque tampoco podemos descartar la influencia que sobre el pensador español ejercería, en este aspecto, la filosofía del francés Pierre-Simon Ballanche (1776-1847).

Maistre sostenía, como bien lo resume el P. Teófilo Urdanoz (O.P.) en su “Historia de la Filosofía” (tomo IV), que: “Los pueblos deben expiar sus crímenes e injusticias mediante el sacrificio de muchos inocentes para ser regenerados de su degradación”. En “Las Veladas de San Petersburgo” y en “Aclaraciones sobre los sacrificios” del Conde saboyano podríamos encontrar muchas citas. Por otra parte, el susomentado Pierre-Simon Ballanche es otro filósofo decimonónico, tan olvidado en los manuales de Historia de la Filosofía como Luis Carpio Moraga lo está en los manuales de Literatura española. Ballanche fue amigo de Chateaubriand y asiduo tertuliano del famoso Salón de Madame Récamier. Ballanche era sobradamente conocido en los cenáculos legitimistas de Francia y su filosofía fue inspiración para muchas personalidades del Arte, la Literatura y la Música del XIX y principios del XX. Las influencias de Ballanche pueden hallarse en la concepción de algunas obras musicales de los compositores Franz Liszt y Richard Wagner. Su filosofía la expuso Ballanche en varias obras que gozaron del aplauso del público contemporáneo, aunque el núcleo del pensamiento que nos concierne fue expuesto en “La Ville des expiations” (La Ciudad de las Expiaciones). Al igual que Donoso Cortés, Ballanche había descubierto a Giambattista Vico y sobre la noción de “corsi e ricorsi” montó el pensador lionés su filosofía de la palingenesia social; aunque Ballanche discrepaba de las bases filosóficas de Vico al confundir lo histórico con lo religioso. El dogma principal de la filosofía de Ballanche consiste en afirmar la caída y la rehabilitación que explicarían la sucesión de los destinos humanos y su desarrollo bajo la forma de reanudaciones sucesivas, donde cada recomenzar va precedido por una prueba que es una expiación. En la filosofía de Ballanche, según nuestro Marcelino Menéndez y Pelayo, “se manifiestan las doctrinas expiatorias de Saint-Martin y José de Maistre, las teorías palingenésicas del ginebrino Bonnet”: así como ciertos elementos inquietantes del martinismo que el filósofo católico adoptó sin conciencia de entrar en un terreno problemático para la ortodoxia. (Menéndez y Pelayo, “Historia de las Ideas Estéticas en España”). El mismo Menéndez y Pelayo caracterizó al filósofo francés como “poeta de la metafísica”, sin regatearle la grandeza de sus intuiciones, pese a la heterodoxia implícita procedente del martinismo.

Es inconcebible que Donoso Cortés no conociera de primera mano la obra de Ballanche, habida cuenta de que el Marqués de Valdegamas vivía en París cuando la filosofía de Ballanche estaba afianzada en el sector de los monárquicos, además de eso el español alternaba con la elite política e intelectual francesa de aquel entonces en su condición de embajador español en París, lo que hace posible que Donoso Cortés incluso llegara a conocer personalmente al autor de “La Ville des expiations”. En este sentido, no podemos dejar de recordar aquellas frases terminantes que el extremeño pone como colofón a su monumental “Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo”, cuando el insigne pensador español escribe las palabras finales, con la unción de quien graba una lápida admonitoria:

“…lo que no ha visto ni verá el mundo es que el hombre, que huye del orden por la puerta del pecado, no vuelva a entrar en él por la [puerta] de la pena, esa mensajera de Dios que alcanza a todos con sus mensajes”.

En estos renglones está contenida toda la doctrina donosiana en torno a la expiación que, como hemos apuntado más arriba, está inspirada en la filosofía contra-revolucionaria de los tradicionalistas Maistre y Ballanche. Y en esta grave y severísima filosofía que considera inexorable la expiación es donde hallan su fuente principal tantos discursos de los oradores más preclaros del tradicionalismo español, así como los humildes y olvidados versos de Carpio Moraga.

El poema “España y el siglo XX- Diálogo” es, como hemos dicho en los preliminares de este artículo, bastante extenso. Por eso no ha quedado agotado para nuestra consideración y por eso volveremos sobre él por el interés que presenta para algunos otros asuntos que consideraremos próximamente. En este primer aproche hemos trazado la genealogía ideológica de esos versos que hemos comentado. En próximos artículos sobre Carpio Moraga trataremos de escrutar en la opinión política que éste sostuvo frente a la Primera Guerra Mundial.

BIBLIOGRAFÍA:
Manuel Fernández Espinosa, "La poesía en Jaén: D. Francisco de Paula Ureña Navas y el Grupo Literario "El Madroño"", Giennium: revista de estudios e investigación de la Diócesis de Jaén, ISSN 1139-3513, Vol. 11, 2008, págs. 169-210.
Luis Gómez López, "El descubrimiento de Francisco de Paula Ureña Navas", El Blog de Cassia.
Rufino Peinado, "Grupo Literario tradicionalista en Jaén", SANTO REINO TRADICIONALISTA.
 
 

martes, 26 de noviembre de 2013

RAMIRO LEDESMA RAMOS Y EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES DE ESPAÑA (y IV)

 
 
Concluimos, con esta última parte, la exposición de la principal obra política del filósofo sayagués. En ella Ledesma no es ajeno a los hechos internacionales y la influencia que estos pueden tener en nuestra nación. A través de sus dos digresiones explicará de forma brillante lo que considera más importante de ambas: el papel de la juventud mundial y la turbulenta Europa de la etapa de entreguerras con los modernos movimientos triunfantes.
RAMIRO LEDESMA RAMOS Y
EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES
DE ESPAÑA (y IV)
Por Luis Castillo 
 
La última parte de Discurso está formada por dos digresiones  donde analiza los aspectos clave del momento internacional.  La primera de ellas versa sobre la actitud de la juventud europea mundial ante los difíciles años treinta.
Ledesma cree que la juventud es la fuerza motriz de su tiempo y que Europa es la demostración palpable de ello. Distingue bien el papel de las mismas en épocas conservadoras y revolucionarias. La juventud es fácilmente reabsorbida en las primeras hasta que llegan las etapas de decadencia, donde empieza a asomar su carácter subversivo y a despuntar los hechos revolucionarios de cada tiempo.
Es en la etapa de entreguerras donde Ledesma cree que ha aparecido una juventud rebelde con fuerza y que su conciencia mesiánica es a todas luces evidente. De hecho el propio Ledesma no esconde que se encuentra en esa brecha: “yo mismo me encuentro en la riada, y es así, dentro de ella (…)”.
Este “mesianismo juvenil”, si se permite la expresión, hace que la juventud tenga un carácter revolucionario. Así es, en su opinión, como se gestaron los grandes cambios de nuestro mundo señalando como grandes ejemplos a las falanges de Julio César, los conquistadores españoles y los tercios de Carlos V, las tropas de Napoleón o los sistemas totalitarios que se imponen en la Europa de su tiempo.
Esta subversión mundial viene fraguándose desde el final de la Primera Guerra Mundial. Las juventudes se han ido polarizando. Si hacemos una revista a todos los acontecimientos subversivos, con el protagonismo de la juventud como eje, dejan a las claras dichas impresiones. Piensa que las juventudes de su época son insolidarias porque creen que son las únicas legitimadas para los cambios y han enarbolado una bandera revolucionaria, del signo que sea, de la que no están dispuestos a desprenderse. No interpreta dicha insolidaridad de forma peyorativa ni mucho menos. Es el hastío hacia las formas políticas inoperantes de los sistemas demoliberales las que les han hecho abrirse paso.
Ledesma cree que existe una idea de ruptura en ellas. Señala que las épocas revolucionarias no son en rigor progresistas, ya que “No hay ni puede haber mito ni ilusión de progreso donde no hay afán alguno continuador, donde no hay servicio a valores preexistentes”. La juventud europea encarna al futuro, creen en su misión y son temibles. En ellas no cabe “ni crisis moral, ni corrupción ni aventurerismo”. La juventud es la vanguardia de la nueva Europa que se vislumbra ya que, como el propio Ledesma señala, su “carácter mesiánico, salvador, y el sentimiento de que su presencia en la historia acontece en la hora precisa para que no llegue a consumarse de modo irreparable la catástrofe, constituyen el basamento emocional de las juventudes”.
Sitúa la etapa de entreguerras en una atmósfera bien distinta a la pudo tener el mundo antes del conflicto de 1914. Ante este poder salvador que la propia juventud ha adquirido, Ledesma va a desarrollar con detalle su segunda digresión. Como los jóvenes europeos han implementado su actitud mesiánica a los distintos acontecimientos triunfantes. Fija esa subversión victoriosa en los que serán los tres grandes Estados totalitarios del siglo XX que reflejan la transformación mundial: la Rusia bolchevique, la Italia fascista y la Alemania nazi.
Que Ledesma es anticomunista no hace falta demostrarlo. Es un hecho. Pero es a su vez  revolucionario y no tiene reparo alguno en reconocer que el movimiento bolchevique ruso es la primera erupción del cambio en el escenario internacional, pese a que parcialmente le disguste. Para él el triunfo de los bolcheviques tiene, en comparación al resto de movimientos marxistas europeos o mundiales, un sentido “nacional”. Aunque pueda sorprendernos le da la categoría de “revolución nacional rusa” que ha renunciado –o pospuesto- a la revolución mundial proletaria. No se debe el triunfo del bolchevismo a su carácter marxista sino por alguna explicación nada fácil de entender a su impronta “nacional” que ha encontrado de manera casual. Esta interpretación, si se quiere discutible, la sostendrá de igual forma Pedro Laín Entralgo en “Los valores morales del Nacionalsindicalismo” basándose precisamente en las interpretación del sayagués sobre el bolchevismo.
Y es que Ledesma tiene poco que admirar del zarismo. Este cree que entró en una senda en la cual desconocía la realidad nacional de su país: el hambre, la miseria y la extrema pobreza del pueblo ruso. Su conclusión es que, pese al internacionalismo marxista, paradójicamente el bolchevismo ha sabido interpretar la revolución en Rusia de forma “patriótica”, pues cree que incorporaron “un nuevo sentido social, una nueva manera de entender la ordenación económica y una concepción, asimismo nueva, del mundo y de la vida (…) esa victoria no es otra que la de haber edificado de veras una Patria. Es una victoria nacional.”
El llamado “socialismo en un solo país” y su victoria “nacional” le lleva a pensar que la URSS no daría ni un solo paso en falso ni arriesgaría por ayudar a que una revolución marxista fuera de sus fronteras triunfara, lo cual –sin negar las deficiencias intrínsecas y la brutalidad del régimen estalinista- hace que sea en parte un interesante experimento al igual que parcialmente monstruoso. No deja de ser curiosa esta reflexión, pero razones no faltan para ello. Ledesma fue ejecutado en octubre de 1936 y no pudo contemplar la dinámica de la contienda española. Quizás algunos crean que la ayuda que presta el estalinismo al Frente Popular durante la guerra civil española sea un apoyo a una revolución en otro país. Se equivocan quienes lo afirmen. Una hipotética victoria del Frente Popular hubiera significado el triunfo del imperialismo soviético que dominaba Stalin a través de la Komintern. La España republicana desde 1937 se convirtió un títere del Kremlin y estuvo a merced de su política exterior. Es decir, una revolución dirigida desde Moscú y para los intereses del dictador georgiano.
Y es que, como apunta Ledesma, “Stalin es el hombre que soñará quizá con la revolución universal roja, pero que por lo pronto se zambulle en la realidad rusa, y cree sin duda que la consigna más interesante es hoy hacer y construir en Rusia una gran Nación”. Efectivamente. La “reanudación” de  la revolución universal roja llegará tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando precisamente el terreno parece allanado para devorar toda Europa con la derrota militar de los fascismos.
Toda esta interpretación de Ledesma sobre el bolchevismo como fenómeno “nacional” no se produce igual hacia los movimientos comunistas de otras naciones. De hecho destroza al marxismo no ruso sin contemplaciones. Cree que estos han rehuido de todos los ingredientes fecundos que, de forma oportunista o por casualidad, sirvieron a Lenin para plasmar en realidad la revolución rusa y que llevaron a continuarla a Stalin. Su incapacidad revolucionaria es abrumadora y de ahí derivan todas las derrotas del marxismo mundial tras la conquista del poder en Rusia. Los aplastamientos de las revoluciones en Hamburgo, Estonia, China, Austria y España lo corroboran. El factor decisivo de su derrota es el desconocimiento de la idea nacional precisamente, de no haber sabido interpretar el momento histórico. “Después de la Guerra, después de diez millones de hombres muertos por la defensa de sus Patrias, la idea nacional se reveló como una de las dimensiones más profundas que informan la vida social del hombre. El internacionalismo marxista declaró a «lo nacional» fuera de toda emoción revolucionaria, quedando así privado de una de las grandes palancas subversivas (…)”.
Esto sí lo entendió un antiguo marxista italiano, perteneciente otrora al ala radical del socialismo, llamado Benito Mussolini. El fundador del fascismo comprendió con exactitud esa palanca nacional. Son, en opinión de Ledesma, el primer hombre y el primer movimiento, respectivamente, que se oponen a la revolución mundial marxista.
El fascismo se enfrentó al marxismo en una guerra sin cuartel con la máxima de las violencias. Mussolini había incorporado algo propio de su tiempo,  la mística revolucionaria, pero añadiéndole un profundo espíritu y sentido nacional. Su marcha triunfal en 1922 sobre Roma y la victoria definitiva de 1925 marcan el inicio de una nueva era para el país. Mussolini ha logrado éxitos formidables desde entonces y hasta lo más variopinto de la intelectualidad y la política mundial lo reconocen: Edison, Freud, Gandhi, Roosevelt, Churchill… 
Ledesma sabe que el fascismo no es simple antimarxismo. No es una mera reacción contra el movimiento rojo, pues lo ha vencido en el terreno de la rivalidad revolucionaria, que es donde se le puede combatir de forma eficaz. Los camisas negras han sabido interpretar que el parlamentarismo debe ser enterrado, ha incorporado a los trabajadores en la tarea creadora de un Estado Nacional desplazando a la burguesía, ha impuesto el interés general de la nación y a su vez  un orden coactivo como garantía de la revolución fascista.
No es pese a esto Ledesma, por mucho que loe el hecho italiano, un apologista ciego. Cree que Mussolini se ha estancado en su misión, que no debe ser otra que la de desmantelar el capitalismo definitivamente. No obstante es algo subsanable y que la justificación del fascismo italiano vendrá cuando acometa este último golpe que le queda para ser una revolución completa. Si no, como apunta,  “su marcha sobre Roma recordaría entonces más a la marcha sobre Roma de Sila que a la de Julio César”.
A Mussolini, pues, le faltaría apuntalar solo su obra con el aniquilamiento de los últimos reductos de la burguesía, pues Ledesma sabe que el burgués desprecia en el fondo el fascismo ya que el espíritu de este “no respira a sus anchas en la atmósfera del fascismo, no está en él ni se mueve en su seno como el pez en el agua o el león en la selva. No está en su elemento. Esto nos conduce a extraer una consecuencia: el fascismo no es una creación de la burguesía, no es un producto de su mentalidad, ni de su cultura, ni menos de sus formas de vida.” Pero pese a su “revolución gradual” Mussolini no emprenderá esa labor definitiva hasta los días de Saló cuando todo está perdido casi. Demasiado tarde.
Donde Ledesma sí muestra mucho más optimismo es en el nacionalsocialismo alemán o, como lo califica él, “racismo socialista”.
Nuestro personaje diferencia el movimiento liderado por Adolf Hitler  claramente del modelo italiano y del ruso por algo insólito hasta ese momento en política: hacer de la raza una idea de Estado. El fascismo considera la idea nacional como “turbina generadora de entusiasmo” y el bolchevismo ruso como “hallazgo inesperado”. El caso alemán es diametralmente diferente al encontrar en lo nacional “una angustia metafísica, operando en él un resorte biológico y profundo: la sangre.”
Esta nueva idea, como decimos insólita hasta ese momento llegado al poder, hace que el sentido social y nacional del nazismo tenga su mira puesta en un doble enemigo:De una parte, el judío y su capital financiero; de otra, el enemigo exterior de Alemania, Versalles, y sus negociadores, firmantes y mantenedores, es decir, los marxistas y la burguesía republicana de Weimar”.
Hitler ha declarado a todos ellos los grandes culpables de la hecatombe germana. Ledesma aclara por qué el mensaje de Hitler ha entrado en las conciencias del pueblo alemán: “el obrero parado, el industrial arruinado, el soldado sin bandera, el estudiante sin calor,  el antiguo propietario sin fortuna (…) eran producto de un gran crimen cometido contra Alemania, crimen ocultado al pueblo por la cobardía y la traición de «los criminales de noviembre», edificadores del régimen de Weimar y verdaderos cómplices de todos los actos realizados contra Alemania”. Los nazis han señalado a los enemigos y el pueblo alemán ha comprendido que no es en una guerra de clases donde los alemanes deben dirimir sus diferencias sino contra los enemigos reales de la nación. Son los propios alemanes, independientemente de su condición social, los grandes damnificados por la humillación de Versalles.
Ledesma interpreta que Hitler no pretende un socialismo para todos los hombres. Su objeto es crear un socialismo solo y únicamente para el alemán. Nadie más. El anticapitalismo nazi incorpora unas características propias: el enemigo judío. Ve el nacionalsocialismo “en el régimen capitalista no sólo un sistema determinado de relaciones económicas, sino que ve también al judío, añade al concepto económico estricto un concepto racista. La idea antijudía y la idea anticapitalista son casi una misma cosa para el nacional-socialismo. Y es que, como hemos dicho, el alemán objetiva su problema particular en Alemania, y su inquietud socialista persigue en todo momento una ordenación en beneficio de la raza entera.”
Ledesma sabe que la victoria de Hitler sobre el marxismo ha dejado atónitos a los revolucionarios rojos. Ha contemplado el poderoso comunismo alemán como un movimiento nacido de la nada y que a punto estuvo de fenecer con el fracasado golpe de 1923 se ha encaramado en el poder. Sencillamente por imprimir a su socialismo revolucionario un fanatismo racial y nacionalista. Y es que el nacionalsocialismo, a partir de aquel año, tuvo una estrategia real para llegar al poder. Tanto que la conquista del mismo en 1933 es propio de una obra maestra.
A Hitler no solo le acechó el peligro rojo sino dos incluso más duros por tener conquistadas ciertas áreas clave del Estado. Ledesma considera que son la oligarquía militar y los junkers. La dificultad para Hitler de ostentar la cancillería electoralmente casi le cuesta al nacionalsocialismo su progresión espectacular. La oligarquía militar, con el general Schleicher a la cabeza,  intenta dinamitar la subida de Hitler conspirando al alimón con los socialdemócratas sin éxito. Hitler se sirve de los junkers, hombres reaccionarios, para auparse al mando del Estado cuando a Hindenburg no le queda más remedio que invitarle a la jefatura de gobierno tras su victoria en las urnas. Ledesma considera que la maestría de Hitler reside en hacer creer a la derecha, que forma gobierno con él en los primeros meses, que dicha colaboración es el fin de la revolución nacionalsocialista y pasar a ser órbita de los Hugenberg y de los Von Papen.
Esta colaboración interesada para llegar al poder de Hitler –que se desprenderá de estos elementos pronto- crea malestar en los más intransigentes de los camisas pardas. Los mismos piden la máxima radicalización del partido. Además Röhm y sus SA pretenden nada menos que sustituir a la Wehrmatch. Hitler no puede permitir estas deslealtades. Por ello Ledesma considera que la “Noche de los cuchillos largos”, aunque creó desilusión en la juventud y en las masas populares –especialmente con la eliminación de Gregor Strasser-, es un mal necesario por muy doloroso que sea. Una revolución triunfante no puede tener escollos en su mismo seno. Hitler es quien tiene el mando absoluto y es el líder supremo, ya que  al frente de los destinos de Alemania, al frente de setenta millones de alemanes, escoltado por los dos mitos de la raza y de la sangre, es y constituye, sea cual fuere su ulterior futuro, uno de los fenómenos más patéticos, extraordinarios y sorprendentes de la historia universal.” Ese posterior futuro será una nueva guerra mundial con una batalla final encarnizada en Berlín que tendrá como resultado la muerte por suicidio del que fuera “führer” de Alemania durante más de una década.
Ante el panorama internacional, ¿qué papel le corresponderá a España? Ledesma confía en que tengamos algo que decir en esa pugna. Él no delimita la lucha entre nazismo, fascismo y bolchevismo exclusivamente. Todos ellos son aún cosas inconclusas y hasta contradictorias en ciertos aspectos. Su patriotismo, su profunda españolidad, no le permite otra cosa cuando afirma, al final de su Discurso, que “Quizá la voz de España, la presencia de España, cuando se efectúe y logre de un modo pleno, dé a la realidad trasmutadora su sentido más perfecto y fértil, las formas que la claven genialmente en las páginas de la Historia universal”.
Por diversos motivos no pudo ser y no entraremos en ello pues sería largo y tendido y no pretendemos aquí explicar esas causas. No sabemos qué postura habría tomado en esos difíciles años Ledesma Ramos al ver que “ni la voz ni la presencia de España”, tras la guerra civil, pudo efectuarse en aquel gigantesco conflicto mundial que duró seis larguísimos años, salvo en esos miles de valientes jóvenes enrolados en la División Azul que ofrendaron su sangre en las estepas rusas y años antes en los campos de España.
Lo que Ramiro Ledesma propuso en su día no puede plasmarse hoy. El mundo ha cambiado demasiado. Pero su esencia, en cuanto al profundo patriotismo social del que hizo gala, es inmortal e intemporal. Quede como legado lo que uno de los mejores cerebros españoles que murieron en nuestra trágica guerra española, equivocado o no, quiso explicarnos en su Discurso. Y también como justicia al que fuera precursor y teórico del nacionalsindicalismo.
No haremos frases rimbombantes. El mejor epitafio a nuestro personaje lo expuso, sin duda, el que fuera su maestro, don José Ortega y Gasset, cuando al conocer su ejecución expresó desde su exilio francés con sumo dolor: “No han matado a un hombre, han matado a un entendimiento”.