RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 26 de noviembre de 2013

RAMIRO LEDESMA RAMOS Y EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES DE ESPAÑA (y IV)

 
 
Concluimos, con esta última parte, la exposición de la principal obra política del filósofo sayagués. En ella Ledesma no es ajeno a los hechos internacionales y la influencia que estos pueden tener en nuestra nación. A través de sus dos digresiones explicará de forma brillante lo que considera más importante de ambas: el papel de la juventud mundial y la turbulenta Europa de la etapa de entreguerras con los modernos movimientos triunfantes.
RAMIRO LEDESMA RAMOS Y
EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES
DE ESPAÑA (y IV)
Por Luis Castillo 
 
La última parte de Discurso está formada por dos digresiones  donde analiza los aspectos clave del momento internacional.  La primera de ellas versa sobre la actitud de la juventud europea mundial ante los difíciles años treinta.
Ledesma cree que la juventud es la fuerza motriz de su tiempo y que Europa es la demostración palpable de ello. Distingue bien el papel de las mismas en épocas conservadoras y revolucionarias. La juventud es fácilmente reabsorbida en las primeras hasta que llegan las etapas de decadencia, donde empieza a asomar su carácter subversivo y a despuntar los hechos revolucionarios de cada tiempo.
Es en la etapa de entreguerras donde Ledesma cree que ha aparecido una juventud rebelde con fuerza y que su conciencia mesiánica es a todas luces evidente. De hecho el propio Ledesma no esconde que se encuentra en esa brecha: “yo mismo me encuentro en la riada, y es así, dentro de ella (…)”.
Este “mesianismo juvenil”, si se permite la expresión, hace que la juventud tenga un carácter revolucionario. Así es, en su opinión, como se gestaron los grandes cambios de nuestro mundo señalando como grandes ejemplos a las falanges de Julio César, los conquistadores españoles y los tercios de Carlos V, las tropas de Napoleón o los sistemas totalitarios que se imponen en la Europa de su tiempo.
Esta subversión mundial viene fraguándose desde el final de la Primera Guerra Mundial. Las juventudes se han ido polarizando. Si hacemos una revista a todos los acontecimientos subversivos, con el protagonismo de la juventud como eje, dejan a las claras dichas impresiones. Piensa que las juventudes de su época son insolidarias porque creen que son las únicas legitimadas para los cambios y han enarbolado una bandera revolucionaria, del signo que sea, de la que no están dispuestos a desprenderse. No interpreta dicha insolidaridad de forma peyorativa ni mucho menos. Es el hastío hacia las formas políticas inoperantes de los sistemas demoliberales las que les han hecho abrirse paso.
Ledesma cree que existe una idea de ruptura en ellas. Señala que las épocas revolucionarias no son en rigor progresistas, ya que “No hay ni puede haber mito ni ilusión de progreso donde no hay afán alguno continuador, donde no hay servicio a valores preexistentes”. La juventud europea encarna al futuro, creen en su misión y son temibles. En ellas no cabe “ni crisis moral, ni corrupción ni aventurerismo”. La juventud es la vanguardia de la nueva Europa que se vislumbra ya que, como el propio Ledesma señala, su “carácter mesiánico, salvador, y el sentimiento de que su presencia en la historia acontece en la hora precisa para que no llegue a consumarse de modo irreparable la catástrofe, constituyen el basamento emocional de las juventudes”.
Sitúa la etapa de entreguerras en una atmósfera bien distinta a la pudo tener el mundo antes del conflicto de 1914. Ante este poder salvador que la propia juventud ha adquirido, Ledesma va a desarrollar con detalle su segunda digresión. Como los jóvenes europeos han implementado su actitud mesiánica a los distintos acontecimientos triunfantes. Fija esa subversión victoriosa en los que serán los tres grandes Estados totalitarios del siglo XX que reflejan la transformación mundial: la Rusia bolchevique, la Italia fascista y la Alemania nazi.
Que Ledesma es anticomunista no hace falta demostrarlo. Es un hecho. Pero es a su vez  revolucionario y no tiene reparo alguno en reconocer que el movimiento bolchevique ruso es la primera erupción del cambio en el escenario internacional, pese a que parcialmente le disguste. Para él el triunfo de los bolcheviques tiene, en comparación al resto de movimientos marxistas europeos o mundiales, un sentido “nacional”. Aunque pueda sorprendernos le da la categoría de “revolución nacional rusa” que ha renunciado –o pospuesto- a la revolución mundial proletaria. No se debe el triunfo del bolchevismo a su carácter marxista sino por alguna explicación nada fácil de entender a su impronta “nacional” que ha encontrado de manera casual. Esta interpretación, si se quiere discutible, la sostendrá de igual forma Pedro Laín Entralgo en “Los valores morales del Nacionalsindicalismo” basándose precisamente en las interpretación del sayagués sobre el bolchevismo.
Y es que Ledesma tiene poco que admirar del zarismo. Este cree que entró en una senda en la cual desconocía la realidad nacional de su país: el hambre, la miseria y la extrema pobreza del pueblo ruso. Su conclusión es que, pese al internacionalismo marxista, paradójicamente el bolchevismo ha sabido interpretar la revolución en Rusia de forma “patriótica”, pues cree que incorporaron “un nuevo sentido social, una nueva manera de entender la ordenación económica y una concepción, asimismo nueva, del mundo y de la vida (…) esa victoria no es otra que la de haber edificado de veras una Patria. Es una victoria nacional.”
El llamado “socialismo en un solo país” y su victoria “nacional” le lleva a pensar que la URSS no daría ni un solo paso en falso ni arriesgaría por ayudar a que una revolución marxista fuera de sus fronteras triunfara, lo cual –sin negar las deficiencias intrínsecas y la brutalidad del régimen estalinista- hace que sea en parte un interesante experimento al igual que parcialmente monstruoso. No deja de ser curiosa esta reflexión, pero razones no faltan para ello. Ledesma fue ejecutado en octubre de 1936 y no pudo contemplar la dinámica de la contienda española. Quizás algunos crean que la ayuda que presta el estalinismo al Frente Popular durante la guerra civil española sea un apoyo a una revolución en otro país. Se equivocan quienes lo afirmen. Una hipotética victoria del Frente Popular hubiera significado el triunfo del imperialismo soviético que dominaba Stalin a través de la Komintern. La España republicana desde 1937 se convirtió un títere del Kremlin y estuvo a merced de su política exterior. Es decir, una revolución dirigida desde Moscú y para los intereses del dictador georgiano.
Y es que, como apunta Ledesma, “Stalin es el hombre que soñará quizá con la revolución universal roja, pero que por lo pronto se zambulle en la realidad rusa, y cree sin duda que la consigna más interesante es hoy hacer y construir en Rusia una gran Nación”. Efectivamente. La “reanudación” de  la revolución universal roja llegará tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando precisamente el terreno parece allanado para devorar toda Europa con la derrota militar de los fascismos.
Toda esta interpretación de Ledesma sobre el bolchevismo como fenómeno “nacional” no se produce igual hacia los movimientos comunistas de otras naciones. De hecho destroza al marxismo no ruso sin contemplaciones. Cree que estos han rehuido de todos los ingredientes fecundos que, de forma oportunista o por casualidad, sirvieron a Lenin para plasmar en realidad la revolución rusa y que llevaron a continuarla a Stalin. Su incapacidad revolucionaria es abrumadora y de ahí derivan todas las derrotas del marxismo mundial tras la conquista del poder en Rusia. Los aplastamientos de las revoluciones en Hamburgo, Estonia, China, Austria y España lo corroboran. El factor decisivo de su derrota es el desconocimiento de la idea nacional precisamente, de no haber sabido interpretar el momento histórico. “Después de la Guerra, después de diez millones de hombres muertos por la defensa de sus Patrias, la idea nacional se reveló como una de las dimensiones más profundas que informan la vida social del hombre. El internacionalismo marxista declaró a «lo nacional» fuera de toda emoción revolucionaria, quedando así privado de una de las grandes palancas subversivas (…)”.
Esto sí lo entendió un antiguo marxista italiano, perteneciente otrora al ala radical del socialismo, llamado Benito Mussolini. El fundador del fascismo comprendió con exactitud esa palanca nacional. Son, en opinión de Ledesma, el primer hombre y el primer movimiento, respectivamente, que se oponen a la revolución mundial marxista.
El fascismo se enfrentó al marxismo en una guerra sin cuartel con la máxima de las violencias. Mussolini había incorporado algo propio de su tiempo,  la mística revolucionaria, pero añadiéndole un profundo espíritu y sentido nacional. Su marcha triunfal en 1922 sobre Roma y la victoria definitiva de 1925 marcan el inicio de una nueva era para el país. Mussolini ha logrado éxitos formidables desde entonces y hasta lo más variopinto de la intelectualidad y la política mundial lo reconocen: Edison, Freud, Gandhi, Roosevelt, Churchill… 
Ledesma sabe que el fascismo no es simple antimarxismo. No es una mera reacción contra el movimiento rojo, pues lo ha vencido en el terreno de la rivalidad revolucionaria, que es donde se le puede combatir de forma eficaz. Los camisas negras han sabido interpretar que el parlamentarismo debe ser enterrado, ha incorporado a los trabajadores en la tarea creadora de un Estado Nacional desplazando a la burguesía, ha impuesto el interés general de la nación y a su vez  un orden coactivo como garantía de la revolución fascista.
No es pese a esto Ledesma, por mucho que loe el hecho italiano, un apologista ciego. Cree que Mussolini se ha estancado en su misión, que no debe ser otra que la de desmantelar el capitalismo definitivamente. No obstante es algo subsanable y que la justificación del fascismo italiano vendrá cuando acometa este último golpe que le queda para ser una revolución completa. Si no, como apunta,  “su marcha sobre Roma recordaría entonces más a la marcha sobre Roma de Sila que a la de Julio César”.
A Mussolini, pues, le faltaría apuntalar solo su obra con el aniquilamiento de los últimos reductos de la burguesía, pues Ledesma sabe que el burgués desprecia en el fondo el fascismo ya que el espíritu de este “no respira a sus anchas en la atmósfera del fascismo, no está en él ni se mueve en su seno como el pez en el agua o el león en la selva. No está en su elemento. Esto nos conduce a extraer una consecuencia: el fascismo no es una creación de la burguesía, no es un producto de su mentalidad, ni de su cultura, ni menos de sus formas de vida.” Pero pese a su “revolución gradual” Mussolini no emprenderá esa labor definitiva hasta los días de Saló cuando todo está perdido casi. Demasiado tarde.
Donde Ledesma sí muestra mucho más optimismo es en el nacionalsocialismo alemán o, como lo califica él, “racismo socialista”.
Nuestro personaje diferencia el movimiento liderado por Adolf Hitler  claramente del modelo italiano y del ruso por algo insólito hasta ese momento en política: hacer de la raza una idea de Estado. El fascismo considera la idea nacional como “turbina generadora de entusiasmo” y el bolchevismo ruso como “hallazgo inesperado”. El caso alemán es diametralmente diferente al encontrar en lo nacional “una angustia metafísica, operando en él un resorte biológico y profundo: la sangre.”
Esta nueva idea, como decimos insólita hasta ese momento llegado al poder, hace que el sentido social y nacional del nazismo tenga su mira puesta en un doble enemigo:De una parte, el judío y su capital financiero; de otra, el enemigo exterior de Alemania, Versalles, y sus negociadores, firmantes y mantenedores, es decir, los marxistas y la burguesía republicana de Weimar”.
Hitler ha declarado a todos ellos los grandes culpables de la hecatombe germana. Ledesma aclara por qué el mensaje de Hitler ha entrado en las conciencias del pueblo alemán: “el obrero parado, el industrial arruinado, el soldado sin bandera, el estudiante sin calor,  el antiguo propietario sin fortuna (…) eran producto de un gran crimen cometido contra Alemania, crimen ocultado al pueblo por la cobardía y la traición de «los criminales de noviembre», edificadores del régimen de Weimar y verdaderos cómplices de todos los actos realizados contra Alemania”. Los nazis han señalado a los enemigos y el pueblo alemán ha comprendido que no es en una guerra de clases donde los alemanes deben dirimir sus diferencias sino contra los enemigos reales de la nación. Son los propios alemanes, independientemente de su condición social, los grandes damnificados por la humillación de Versalles.
Ledesma interpreta que Hitler no pretende un socialismo para todos los hombres. Su objeto es crear un socialismo solo y únicamente para el alemán. Nadie más. El anticapitalismo nazi incorpora unas características propias: el enemigo judío. Ve el nacionalsocialismo “en el régimen capitalista no sólo un sistema determinado de relaciones económicas, sino que ve también al judío, añade al concepto económico estricto un concepto racista. La idea antijudía y la idea anticapitalista son casi una misma cosa para el nacional-socialismo. Y es que, como hemos dicho, el alemán objetiva su problema particular en Alemania, y su inquietud socialista persigue en todo momento una ordenación en beneficio de la raza entera.”
Ledesma sabe que la victoria de Hitler sobre el marxismo ha dejado atónitos a los revolucionarios rojos. Ha contemplado el poderoso comunismo alemán como un movimiento nacido de la nada y que a punto estuvo de fenecer con el fracasado golpe de 1923 se ha encaramado en el poder. Sencillamente por imprimir a su socialismo revolucionario un fanatismo racial y nacionalista. Y es que el nacionalsocialismo, a partir de aquel año, tuvo una estrategia real para llegar al poder. Tanto que la conquista del mismo en 1933 es propio de una obra maestra.
A Hitler no solo le acechó el peligro rojo sino dos incluso más duros por tener conquistadas ciertas áreas clave del Estado. Ledesma considera que son la oligarquía militar y los junkers. La dificultad para Hitler de ostentar la cancillería electoralmente casi le cuesta al nacionalsocialismo su progresión espectacular. La oligarquía militar, con el general Schleicher a la cabeza,  intenta dinamitar la subida de Hitler conspirando al alimón con los socialdemócratas sin éxito. Hitler se sirve de los junkers, hombres reaccionarios, para auparse al mando del Estado cuando a Hindenburg no le queda más remedio que invitarle a la jefatura de gobierno tras su victoria en las urnas. Ledesma considera que la maestría de Hitler reside en hacer creer a la derecha, que forma gobierno con él en los primeros meses, que dicha colaboración es el fin de la revolución nacionalsocialista y pasar a ser órbita de los Hugenberg y de los Von Papen.
Esta colaboración interesada para llegar al poder de Hitler –que se desprenderá de estos elementos pronto- crea malestar en los más intransigentes de los camisas pardas. Los mismos piden la máxima radicalización del partido. Además Röhm y sus SA pretenden nada menos que sustituir a la Wehrmatch. Hitler no puede permitir estas deslealtades. Por ello Ledesma considera que la “Noche de los cuchillos largos”, aunque creó desilusión en la juventud y en las masas populares –especialmente con la eliminación de Gregor Strasser-, es un mal necesario por muy doloroso que sea. Una revolución triunfante no puede tener escollos en su mismo seno. Hitler es quien tiene el mando absoluto y es el líder supremo, ya que  al frente de los destinos de Alemania, al frente de setenta millones de alemanes, escoltado por los dos mitos de la raza y de la sangre, es y constituye, sea cual fuere su ulterior futuro, uno de los fenómenos más patéticos, extraordinarios y sorprendentes de la historia universal.” Ese posterior futuro será una nueva guerra mundial con una batalla final encarnizada en Berlín que tendrá como resultado la muerte por suicidio del que fuera “führer” de Alemania durante más de una década.
Ante el panorama internacional, ¿qué papel le corresponderá a España? Ledesma confía en que tengamos algo que decir en esa pugna. Él no delimita la lucha entre nazismo, fascismo y bolchevismo exclusivamente. Todos ellos son aún cosas inconclusas y hasta contradictorias en ciertos aspectos. Su patriotismo, su profunda españolidad, no le permite otra cosa cuando afirma, al final de su Discurso, que “Quizá la voz de España, la presencia de España, cuando se efectúe y logre de un modo pleno, dé a la realidad trasmutadora su sentido más perfecto y fértil, las formas que la claven genialmente en las páginas de la Historia universal”.
Por diversos motivos no pudo ser y no entraremos en ello pues sería largo y tendido y no pretendemos aquí explicar esas causas. No sabemos qué postura habría tomado en esos difíciles años Ledesma Ramos al ver que “ni la voz ni la presencia de España”, tras la guerra civil, pudo efectuarse en aquel gigantesco conflicto mundial que duró seis larguísimos años, salvo en esos miles de valientes jóvenes enrolados en la División Azul que ofrendaron su sangre en las estepas rusas y años antes en los campos de España.
Lo que Ramiro Ledesma propuso en su día no puede plasmarse hoy. El mundo ha cambiado demasiado. Pero su esencia, en cuanto al profundo patriotismo social del que hizo gala, es inmortal e intemporal. Quede como legado lo que uno de los mejores cerebros españoles que murieron en nuestra trágica guerra española, equivocado o no, quiso explicarnos en su Discurso. Y también como justicia al que fuera precursor y teórico del nacionalsindicalismo.
No haremos frases rimbombantes. El mejor epitafio a nuestro personaje lo expuso, sin duda, el que fuera su maestro, don José Ortega y Gasset, cuando al conocer su ejecución expresó desde su exilio francés con sumo dolor: “No han matado a un hombre, han matado a un entendimiento”.
 

AMANCIO PRADA EN LA MÚSICA, ROSALÍA DE CASTRO EN LA LETRA








ROMANCE DEL PUEBLO LEJANO



"A la oración, cuando el aire
olía a pan y en el campo
comenzaban a borrarse
árboles, sombras, ganados;
cuando don Andrés, el cura
principiaba su rosario
y por las últimas calles
-soledades y trabajos-
con olor de yerba verde
hombres subían cantando;
cuando el humo del hogar
blanqueaba en los tejados
y las madres recogían
a los niños de la mano...
tú estabas en tu ventana
y yo pasaba a caballo.
En mis ojos una estrella.
Y sobre tu pecho, un nardo.


Por el corredor llegaba
el aliento de los patios,
hecho de flores dormidas
sobre paredones blancos.
Los rincones de la infancia
-ternura de jaramagos-
mundos en el abandono
de los juegos y los años.
¡Qué angustia de soledad,
amor primero y callado,
entre la gente que ignora
nuestro silencio lejano!
¡Qué desgana de la vida!
¡Qué afán de huir, de dejarlo
todo por ir a tu calle
y ver tu casa y tu patio!

Sin saber por qué he venido.
Esta es mi alcoba y mi cuarto.
En la ventana el herraje
eterniza el mismo cuadro.

Se adivina, negra, el agua
en el pozo ensimismado.
Entre las ramas del cielo
tiembla el sueño de los pájaros.
La casa grande, esterada,
mata mi voz y mis pasos.

¡Soledad de mi niñez
por el pueblo y por el campo!
¡Yo nunca supe tu nombre
ni nunca te di la mano!"


Joaquín Romero Murube

jueves, 21 de noviembre de 2013

"ES EL HOMBRE EL QUE ESTÁ EN CRISIS, NO EL CRISTIANISMO"

 
David Ortega Mena, autor de "Salvación y vida eterna"

TEOLOGÍA FUERTE FRENTE
A LA CRISIS TOTAL DE OCCIDENTE
 
 
UNA ENTREVISTA A DAVID ORTEGA MENA, AUTOR DE "SALVACIÓN Y VIDA ETERNA. CLAVES BÍBLICAS Y TEOLÓGICAS DE DOS CONCEPTOS ESENCIALES DEL CRISTIANISMO".
Por Carlos Marrero
 
 
David Ortega Mena (Barcelona, 1968) está casado y es padre de tres hijos. Es licenciado en Ciencias Religiosas por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid) y, a lo largo de veinticinco años, trabajó en su propia empresa, mientras compaginaba su trabajo con los estudios en la UNED, en la Universidad Católica San Vicente Mártir de Valencia y en la Escuela de Letras de Madrid. En la actualidad se dedica a la docencia y a escribir, publicando diversas monografías de relatos y recientemente ha publicado un libro titulado “Salvación y vida eterna. Claves bíblicas y teológicas de dosconceptos esenciales en el cristianismo”. Nos ha concedido en primicia esta entrevista para RAIGAMBRE, respondiendo amablemente a nuestras preguntas. Después de muchos extravíos, la Teología tradicional retorna con bríos para dejar bien claro que las modas pasan, pero no pasarán nunca la doctrina firme y tradicional, por mucho que algunos hayan pretendido suplantar "salvación" por "liberación" (en una de las muchísimas perversiones lingüísticas que han de ser corregidas).
RAIGAMBRE: El título de tu libro es suficientemente explícito: “Salvación y vida eterna. Claves bíblicas y teológicas de dos conceptos esenciales en el cristianismo”. No es lo común encontrarse con libros de teología en un mundo como el nuestro y, cuando uno halla alguno, se puede encontrar los títulos más pintorescos, pero hace tiempo que la teología de moda pareciera rehuir las postrimerías: El hombre contemporáneo que parece que lo sabe todo, ¿sabe de verdad que hay una salvación y una vida eterna?
David Ortega Mena: El hombre actual, acumula excesiva información y no discrimina la honestidad, la veracidad y el origen de la misma. El cientificismo, el positivismo, el tecnologismo, no pueden reconocer jamás el fin último del hombre ni la razón por la que Dios nos ha creado. Por lo tanto, es un ser sin una proyección intelectual trascendente. Vive inmerso en una gran confusión, que le provoca un escepticismo existencial y una postura relativista frente a lo trascendental. En este sentido, pienso que el hombre de hoy se escandaliza cuando se le habla de términos como “salvación” o “resurrección”. Carece de unos conocimientos mínimos en aspectos metafísicos, que le concedan una capacidad intelectual honesta sobre la fe en la vida eterna y en la resurrección.
RAIGAMBRE: Dicen que el cristianismo está en crisis: incluso los hay que hablan de sociedad postcristiana. ¿Es cierto que el cristianismo esté en crisis? ¿Es verdad que estamos en una sociedad postcristiana?
David Ortega Mena: Es el hombre el que está en crisis, no el cristianismo. «Dios no pierde batallas», decía un santo español contemporáneo. El hombre actual está en una crisis moral, espiritual, ética e intelectual. Esto, por supuesto, se refleja en la sociedad, en la política y en la cultura, que - evidentemente - también padecen esas carencias. El cristianismo sufre desde sus inicios persecución e incomprensión, porque sus enemigos le temen, - esto es consecuencia de los signos de los tiempos -, pero la salvación redentora de Cristo presente en la Iglesia, jamás puede entrar en crisis.
Otra cuestión, es que vivamos en una sociedad «descristianizada, secularizada», fruto de una interpretación errónea de la humanidad, que parte de la Ilustración, la Revolución Francesa, las filosofías ateas y materialistas, el modernismo, etc… Esto ha dañado a la Iglesia, pues han surgido en su seno movimientos secularizantes e interpretaciones políticas y psicológicas que han sustituido el término salvación por el de liberación, cayendo – desgraciadamente – en distintas herejías.
Tampoco creo que estemos en una sociedad postcristiana, porque para ello tendría que haber desaparecido previamente la Iglesia, y es evidente que no es así. Si alguna vez tuvo que fracasar el cristianismo fue tras la muerte del Jesús histórico, pero vemos como Cristo resucita y en Pentecostés - con la fuerza del Espíritu Santo - surge la Iglesia y así, hasta hoy.
RAIGAMBRE: En lo que llamamos Occidente, la Cristiandad parece retornar a las catacumbas merced a políticas cada vez más hostiles a la religión, sin embargo, en los países del Este (Rusia y los países, otrora satélites de la Unión Soviética, al otro lado del Telón de Acero) parece que asistimos a un renacer del cristianismo, aunque sea bajo su forma ortodoxa. ¿Por qué crees que en Occidente retrocede el cristianismo, hasta convertirse en un apestado y en el Este se produce ese gran retorno de la espiritualidad cristiana?
David Ortega Mena: Hay varias razones. En primer lugar, la Iglesia Ortodoxa no ha sufrido ese proceso de secularización que tanto ha erosionado a la Católica, sino que se ha mantenido celosa de su tradición espiritual y litúrgica. Han conservado con fervor las esencias milenarias de la sucesión apostólica, sin consentir intromisiones laicistas ni permitir interpretaciones secularizantes que alejen a los fieles de la recta doctrina transmitida desde los Padres de la Iglesia. En segundo lugar, en estos países del Telón de Acero, el comunismo ha perseguido la Fe cristiana con una voracidad satánica. Como hemos dicho antes, Dios no pierde batallas y esta persecución se ha convertido en una gracia que ha dotado a esos pueblos de una valentía extraordinaria a la hora de oponerse al comunismo ateo. Esto, ha supuesto un gran testimonio de fe dado por hombres y mujeres con nombres y apellidos. En este caso, no sólo hablaríamos de los ortodoxos, pues la católica Polonia también es buena muestra de ello.
RAIGAMBRE: Muy buena la precisión sobre Polonia, testimonio de una Iglesia Católica que ha permanecido pese a las persecuciones y que todavía resiste frente los embates de la occidentalización laicista. Pues a diferencia de los países del Este (tanto de tradición católica como ortodoxa) aquí, en lo que denominamos Occidente, el laicismo hostiga al cristianismo, mientas que tolera cualquier otra religión o falsa religión, como eso de la Nueva Era. Sin ir más lejos, en España, donde las relaciones entre Iglesia y Estado siempre han sido tirantes, se ha convertido en un atavismo de la izquierda el acoso a la Iglesia católica, mientras no muestra la misma hostilidad por otras confesiones o religiones. Uno de los objetivos a derribar que se han propuesto desde hace tiempo es la asignatura de Religión Católica. Primero, la rebajaron en los programas educativos y ahora hablan abiertamente de eliminarla de la escuela pública. Pero, al margen de ello, ¿puede decirse que se ha enfocado bien la asignatura desde el frente católico?
David Ortega Mena: La asignatura de Religión Católica está orientada a interculturizar la Fe, es decir, introducir el Evangelio en la cultura. Creo que no se puede ni se debe generalizar, pero hay un complejo inexplicable en ciertos sectores católicos por consentir y admitir directrices y patrones pedagógicos y educativos procedentes de modelos laicistas y secularizantes. Parafraseando a Samaniego en la fábula del perro y el cocodrilo, yo diría que seguir del enemigo el consejo es un error mortal, pero a la vez habría también que depurar responsabilidades. Me refiero, a que hasta alguna editorial católica en los libros de texto de Religión, trata ciertos temas de forma disparatadamente arbitraria, diluyendo el pensamiento filosófico cristiano y consiguiendo subrepticiamente ignorar el auténtico contenido curricular. Por ejemplo, el proyecto curricular de la asignatura de Religión Católica no incluye el estudio de los chackras, ni define a la Iglesia como una especie de O.N.G., ni deja una puerta abierta al aborto; pero se consiente que estos anacronismos aparezcan en los libros de texto.
RAIGAMBRE: Famosa fue la frase de Manuel Azaña que decía: “España ha dejado de ser católica”. En 1936 se demostró que Azaña estaba muy equivocado al pronunciar esa frase. Pero, pasado el tiempo, cuando estamos en el año 2013 queremos preguntarte: ¿España ha dejado de ser católica?
David Ortega Mena: España no ha dejado de ser católica. Podríamos decir que España ha pasado de ser un país profundamente católico, a mantener una religiosidad natural que se manifiesta únicamente en aspectos folcklóricos, llegando a episodios - lo digo con dolor -, exóticos, por no decir obscenos. ¿Quién vive la Semana Santa de forma - por decirlo de alguna manera - evangélica? Y la Navidad, ¿quién busca que la Navidad le sirva para acercarse al misterio de la Encarnación? Irónicamente, podríamos decir que los que tocan el tambor en las procesiones de Semana Santa, para buscar la paz interior tras las largas procesiones, se leen algún libro de autoayuda “Made in USA”. Y los que participan en los belenes vivientes, el día de Navidad se intercambian regalos en el salón de casa, presidido por Santa Claus.
España es hoy un país de misión. Hace falta evangelizar, porque si en los países del Este la persecución ha sido manifiestamente brutal, en occidente ese acoso ha sido más sutil, más silencioso, pero más constante y efectivo. Ha sido un proyecto de ingeniería social, psicológica y cultural, que ha vaciado el auténtico contenido evangélico del que gozaba nuestra sociedad.
RAIGAMBRE: Según tu criterio, ¿qué podemos hacer los católicos para recristianizar España?
David Ortega Mena: Hace falta, como acabo de decir, una evangelización seria, que atienda la realidad espiritual, antropológica y existencial del hombre actual. Hay que colocar a Dios en el centro de nuestra realidad. Nuestra sociedad está demandando a gritos que necesita sentir a Cristo cerca. Un punto clave – bajo mi criterio – es el sacramento del perdón. La confesión ha desaparecido de muchas parroquias. Muchas patologías del hombre actual son realmente enfermedades espirituales, causadas por un daño moral que no se repara, por lo que no nos podemos sentir reconciliados con el Padre. Los psicofármacos, y los psicoanalistas no pueden reconstruir un alma desgarrada. Esto, para mí sería un primer paso para que mucha gente volviera a sentirse escuchada por Dios. Evidentemente, el proceso de evangelización precisaría otras muchas más acciones. Hay, por ejemplo, muchos casos de personas que hacía años no pisaban un templo y, gracias a las exposiciones permanentes del Santísimo, se están acercando de nuevo a la Iglesia. También habría que revisar la acción pastoral de los sacerdotes ordenados, hay que cuidar su verdadera misión, pues en muchos casos no asumen una labor pastoral estricta, creando desmotivación y falta de confianza hacia ellos.
RAIGAMBRE: ¿Cuál es tu opinión sobre Benedicto XVI?
David Ortega Mena: Benedicto XVI ha sido testigo en primer plano de cómo el humo de Satanás se estaba introduciendo en la Iglesia. Vuelvo a insistir en la secularización y en una pastoral alejada de la espiritualidad de la tradición de la Iglesia. Los enemigos del catolicismo, han aprovechado perversamente la implantación del Vaticano II para destruir la conciencia de los fieles, utilizando herejías muy antiguas, que nos trasladan a Nicea y al arrianismo.  Apartar la persona divina de Jesús, del Cristo escatológico, transformándola en una visión meramente política, de contenido social. Así, han logrado vaciar la conciencia de muchos fieles y también de algunos sacerdotes y religiosos, creando un cristianismo sin Cristo Redentor. Este aspecto es el que yo destacaría de Ratzinger. El recuperar el auténtico sentido del Concilio Vaticano II.
RAIGAMBRE: ¿Cuáles debieran ser, según tu criterio, los aliados de la Iglesia Católica en este mundo contemporáneo?
David Ortega Mena: Los medios de comunicación de masas, la educación, la universidad, los colegios profesionales (médicos, juristas, periodistas, etc…), entre otros sectores, son imprescindibles para que el mensaje evangélico se interculturice en nuestra sociedad. La sociedad necesita a Cristo, precisa introducir  en sus venas el flujo sanguíneo de la Revelación y eso es una labor, como bien afirma el Vaticano II, fundamentalmente, de nosotros, los laicos, en todos los aspectos sociales.
RAIGAMBRE: Según tu opinión, ¿cuáles son los problemas más urgentes que tiene que atender la Iglesia católica en lo interno? ¿Y en lo exterior?
David Ortega Mena: En lo interno, es preciso que los sacerdotes se dediquen a su pastoral con una vocación celosa para impartir los sacramentos, algunos casi olvidados, como la confesión. Hemos de ir desterrando los abusos que nos han hecho caer en una secularización, que ha perjudicado tanto a la pastoral como a la liturgia. Los laicos, por nuestra parte, hemos de introducirnos en todos los sectores sociales, sin prejuicios, para poder renovar esta sociedad descristianizada. Es necesario que seamos capaces de dar testimonio de fe en cualquier ambiente, tal como lo hicieron los primeros cristianos.
En lo externo, la Iglesia tiene suficiente prestigio, para reclamar el derecho a la vida (aborto y eutanasia) como derecho inalienable. Tanto en foros nacionales como internacionales, la Iglesia debe ser el faro que ilumine una ética y una moral en conflictos y beligerancias, hambrunas, injusticias y desigualdades entre países ricos y pobres.
Nos despedimos de David Ortega Mena, esperando que prosiga escribiendo y publicando libros tan imprescindibles como “Salvación y vida eterna”; un libro que nos permite recordar verdades de fe que algunos han olvidado en la balumba de artificiales e insustanciales cuestiones en las que, de un tiempo a esta parte, se han metido de cabeza tantos sedicente teólogos. Contra esas corrientes que adulteran la teología y se apartan de los caminos seguros y rectos de la doctrina tradicional se alzará incólume siempre la voz de la Tradición, aquello que no pasa de moda por no ser una simple "moda". David Ortega Mena ha recurrido a las fuentes más prístinas de la Tradición y el Magisterio de la Santa Madre Iglesia y es algo que sus lectores agradecerán. Para todos los que quieran refrescar las verdades que no pueden ser olvidadas recomendamos encarecidamente “Salvación y vida eterna”, agradeciéndole a David Ortega su libro y el tiempo que nos ha dedicado a atendernos para esta entrevista






miércoles, 20 de noviembre de 2013

RAMIRO LEDESMA RAMOS Y EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES DE ESPAÑA (III)


 
 
 




En los anteriores artículos del “Discurso a la juventudes de España” de Ledesma Ramos analizamos su interpretación de la historia de España y los problemas de la juventud nacional ante la realidad del año 1935.
En esta tercera parte dedicaremos el esfuerzo en desentrañar cuales son los “ESQUEMAS ESTRATÉGICOS” que nuestro personaje ve esenciales para lograr la ansiada conquista del Estado y el papel que las juventudes españolas jugarán para hacerlo realidad.

 
RAMIRO LEDESMA RAMOS Y
 
 
EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES DE
 
 
ESPAÑA (III)
 
 
Por Luis Castillo


Ledesma considera que hay algo ineludible en su tiempo: la acción. Se refiere a la acción política, al cual pasa a ser una necesidad insoslayable para la revolución nacional española que propone.

¿Qué finalidad tiene la “acción política” para Ledesma? Una doble: “apoderarse de las zonas rectoras” y “acampar en el seno mismo de las eficacias populares, en el torbellino real de las masas”. Es a dicha acción a lo que debe someterse la juventud. Todo lo demás –el saber científico, religioso, deportivo…- carece de importancia real si no se consigue una conquista del poder con “rapidez y urgencia” ante la coyuntura que vive la Patria. Es decir, hay que desmantelar el sistema político vigente de forma prioritaria y “reducir a cenizas la política partidista, mendaz y urdidora de desastres”.

Ledesma lo tiene claro. La gran empresa de la juventud no es otra que acabar con el régimen y para ello no se puede caer en el apartamiento de los acontecimientos que vive la nación. De hecho acusa a quien ignore esta misión propia de “imbéciles y castrados”. Se comprende, pues, que no contempla otra cosa que un asalto al poder definitivo e inmediato. Aún no gobierna el Frente Popular sino el gobierno radical-cedista, pero Ledesma no encuentra diferencias esenciales entre las izquierdas y las derechas. Estas no han sabido aprovechar la oportunidad que se les presentaba cuando en noviembre de 1933 vencieron en las urnas.

Pero la acción política en sí misma no es válida ni eficaz. Que dicha acción tenga unos frutos depende de algo fundamental como es la “acción directa”. Observamos en Ledesma con nitidez ese perfil soreliano con dicha táctica que clarifica paulatinamente como ha de producirse.

Entiende que la juventud le da a la acción directa un sentido nacional y humano y que ellas representan la lucha contra los “valores parásitos”. Además considera que ello supone su liberación del mito parlamentario y la erradicación de la idolatría demoliberal con la consiguiente aparición de algo que cree capital: una minoría rectora.

Pero lejos de caer en vulgaridades, Ledesma aclara que la acción directa no es simple violencia gratuita por capricho. Eso sería más propio de gamberros. Aquí lo que se está jugando es el futuro de la Patria, por lo que la acción tiene que estar sustentada sobre una triple justificación: una moral de ruptura, una necesidad imperiosa de defensa frente a los enemigos y como demostración y capacidad  de los hombres que han de lograr la revolución nacional.

En opinión de Ledesma, como se señaló anteriormente, esa erradicación de los mitos de la democracia liberal no tiene más remedio que dar lugar a la aparición de una minoría rectora que dirija los destinos nacionales. Esa minoría es la única que puede guiar los intereses patrios. No son, pues, las papeletas ni las urnas quienes dan los caudillos o conductores de pueblos eficaces en las horas decisivas. Es la propia revolución nacional quien dará esos hombres para llevar el timón del Estado.

Ledesma no cree que la democracia burguesa pueda erigir a un líder o una minoría dirigente. No pueden ser ni los partidos ni los hombres tibios que militan en organizaciones parlamentaristas. En las situaciones de urgencia solo pueden ser  “hombres de entereza probada, de fidelidad probada y de angustia profunda y verdadera por el destino histórico del pueblo y la Patria”.

¿Quién puede ese conductor? Solo un hombre de milicia para Ledesma. Y no se refiere a los militares burocratizados y pacifistas que viven del régimen burgués y democrático. Tampoco pueden serlo los políticos profesionales a los que califica de leguleyos. No. Los conductores son “hombres sin la más mínima capacidad para el temblor, para el fraude y para la miopía histórica”.

Esos hombres los extraen las masas de su propio seno. Pero no una masa cualquiera. La masa es peligrosa y se convierte en horda si no tiene una dirección clara. Por ello las masas han de estar nacionalizadas, incorporar esa angustia nacional.

Pero Ledesma no pretende caer en confusionismos. No es un problema de mayorías lo que existe y establece una diferencia de “místicas”, al igual que como vimos en la anterior entrega diferenciaba entre “morales”. Señala que existe una “mística de las masas” y una “mística de las mayorías”. Para él estas últimas no pueden realizar la revolución. Es “inadecuado e infantil” que se le plantee esto a quienes han de ejecutar una revolución. Y aquí de nuevo Ledesma destroza el mito de las urnas.

Considera que la mayoría, por el hecho de serlo, no puede ser depositaria del destino de la Patria. Es un completo absurdo. Pero además afirma que las mayorías no son necesarias ni precisas para el triunfo. Eso sería propio de los sistemas demoliberales pero no para la conquista del poder por la vía insurreccional.

En cambio las masas sí son vitales y necesarias. Entiende que la distinción es total puesto que “las masas pueden existir en torno a una bandera y en torno a una consigna, alcanzar incluso la victoria, y ser sin embargo minoría. Semejante diferenciación es necesaria hacerla con toda claridad desde la vertiente de la revolución nacional. Esta tiene que vencer, no a costa de ser numéricamente mayoritaria, sino a costa de la perfección, la movilidad, el esfuerzo y la combatividad de sus masas”.

Por ello los patriotas que luchen por nuestra liberación nacional pueden ser durante un tiempo prolongado minoría y no por la presencia de enemigos hostiles –que los habrá y numerosos- sino por la indiferencia o abstención de una porción considerable que no tienen que por qué ser adversarias de una revolución nacional y que todavía se encuentran en un espectro neutral. Quizás este factor determinante, el de aquellos que no se han definido aún o que viven momentáneamente al margen, puedan dar ese plus que necesita España para el cambio.

Ledesma no tiene más remedio que analizar cuál es la realidad del pueblo español de una forma seria y sin cortapisas. Cree con firmeza que hay fuerzas poderosas que se oponen a la revolución nacional. Pero Ledesma entiende que al pueblo español contemporáneo no puede acusársele de nuestra desdicha pues sería injusto. Condena con ello la acción marxista que pretende aniquilar a un porcentaje de la población. Por ello la lucha contra los marxistas ha de hacerse, como dijo en tantas ocasiones, en el plano de la “rivalidad revolucionaria” frente a sus apetencias exterminadoras.

Ledesma muestra una empatía absoluta con los españoles. No los responsabiliza de nuestra catástrofe. Todo viene ya de muy lejos y ellos simplemente están viviendo una España que está deshecha desde hace bastantes décadas. Tiene gran confianza en el pueblo español pues ni la burguesía entera es una clase explotadora ni tampoco el proletariado está netamente desnacionalizado. Hay que penetrar en todo el pueblo pues tanto unos como otros necesitan “por igual de liberación y auxilio”.

Evidentemente esto rompe con el mito marxista de la lucha de clases de enzarzar a los hombres en un combate sin cuartel. Para él la diferencia entre la revolución nacional y la revolución marxista radica en que la primera es una lucha por la generosidad y la existencia misma de España como pueblo libre e independiente de los manejos turbios; mientras que el marxismo, en cambio, pugna por considerar todo a un pleito entre clases que reduzca la nación a cenizas.
Vamos entendiendo el por qué no todas las revoluciones, como el mismo Ledesma piensa, no tienen los mismos componentes e ingredientes. Su rigurosidad al respecto es clara.

Pero ante todos estos esquemas que traza en el Discurso nuestra figura presenta una cuestión espinosa para muchos patriotas. ¿Cuál ha de ser el papel de la Iglesia Católica? ¿Ha de interferir de algún modo en la revolución nacional? ¿Es necesaria su participación, debe quedar al margen o ha de ser excluida de la misma? Es muy interesante la reflexión que Ledesma Ramos hace sobre la cuestión, aunque ello le costara alguna condena en su día por la jerarquía eclesiástica y algunos elementos del régimen nacido el 1 de abril de 1939.

No tiene el zamorano recato alguno en abordar el asunto. Sabe que es delicado, ya que la gran mayoría de los patriotas de su tiempo son católicos fervientes pero señala que a la cuestión “hay que hacerle frente y obtener de él consecuencias estratégicas”.

Como analizamos anteriormente Ledesma jamás reniega del catolicismo como factor fundamental del nacimiento de España como Patria. Negar esto sería un completo disparate y ratifica su postura de forma clarísima en cuanto a la labor encomiable de la Iglesia y la religión católica. Sobre el particular dice que “La Iglesia puede decirse que fue testigo del nacimiento mismo de España como ser histórico. Está ligada a las horas culminantes de nuestro pasado nacional, y en muchos aspectos unida de un modo profundo a dimensiones españolas de calidad alta. Es además una institución que posee algunas positivas ventajas de orden político, como por ejemplo, su capacidad de colaboración, de servicio, si en efecto encuentra y se halla con poderes suficientemente inteligentes para agradecerlo, y suficientemente fuertes y vigorosos para aceptarlo sin peligros.

Su reconocimiento como puntal de España como Patria y de nuestro pasado está fuera de toda duda, indicando que la Iglesia siempre ha tenido una capacidad fiel de colaboración.

El famoso cliché de un Ledesma anticatólico, pagano y enemigo de la fe queda anulado cuando señala rotundamente que “Parece incuestionable que el catolicismo es la religión del pueblo español y que no tiene otra. Atentar contra ella, contra su estricta significación espiritual y religiosa, equivale a atentar contra una de las cosas que el pueblo tiene, y ese atropello no puede nunca ser defendido por quienes ocupen la vertiente nacional. Todo esto es clarísimo y difícilmente rebatible, aun por los extraños a toda disciplina religiosa y a toda simpatía especial por la Iglesia.”
 
Podríamos resumir, atendiendo a sus palabras, la cuestión en que la Iglesia y la religión católica son parte de España desde que esta surge. Tiene un gran afán de servicio que otrora resultó decisivo. El catolicismo es la religión de los españoles y atacarla significa hacerlo contra el mismo pueblo español y esto jamás puede  hacerlo un patriota aunque estos no sean creyentes. Sabemos bien que él no lo fue pero entiende que caer en semejante despropósito es escupir sobre nosotros mismos, hacia algo a lo que pertenecemos en mayor o menor medida.
 
Sin embargo Ledesma entiende que hasta ahí ha de llegar la interferencia del catolicismo propiamente dicho en la revolución nacional. Si se traspasa puede peligrar hasta la propia revolución. Y lo explica con sumo detalle. Para construir una doctrina nacional los patriotas católicos deben adherirse a ella y servirla no por católicos sino por patriotas y españoles. Caben dentro de esa revolución gentes no confesionales. Lo que se juega en España en esos momentos es una empresa histórica de carácter temporal y la Iglesia ni la pretende emprender ni debería permitírsele hacerlo. Ha de ser obra de los españoles por el hecho de serlo no por algo que además sean.
 
Ledesma sigue penetrando en la cuestión y señala algo que dolerá tremendamente a una parte del clero de la época.  Algún día la unidad moral de España era casi la unidad católica de los españoles. Quien pretenda en serio que hoy puede también aspirarse a tal equivalencia demuestra que le nubla el juicio su propio y personal deseo.”
 
La rotundidad de estas palabras podrán parecer inexactas y hasta incluso ofensivas para muchos. Probablemente pueda que sí, pero hay que formularse algunas preguntas. ¿En realidad Ramiro Ledesma no dice la verdad en parte? ¿No se había ido dilapidando esa religiosidad de los españoles a lo largo del siglo XIX? ¿Qué decir ya de primeros del siglo XX? Ledesma no exhorta a que los españoles dejen de creer. Él se encuentra en unos años donde una parte nada desdeñable del pueblo español no es católico o es indiferente. Sencillamente analiza una realidad de su tiempo y es que amplias capas de los españoles carecen de fe religiosa. Aun así, a diferencia de nuestros días, la inmensa mayoría de los españoles si eran fervientes católicos pero Ledesma –no olvidemos este detalle- nos está hablando de estrategia. Y lo primordial no es otra cosa que despertar el fervor nacional del pueblo español. Teme si no una nueva lucha decimonónica, trasladada al siglo XX, por cuestiones religiosas como había afirmado en su análisis histórico en la primera parte del Discurso. Por ello afirma que “La revolución nacional es empresa a realizar como españoles, y la vida católica es cosa a cumplir como hombres, para salvar el alma. Nadie saque, pues, las cosa de quicio ni las entrecruce y confunda, porque son en extremo distintas. Sería angustiosamente lamentable que se confundieran las consignas, y esta coyuntura de España que hoy vivimos se resolviera como en el siglo XIX en luchas de categoría estéril."
 
Ledesma concluye esto con una frase que ha sido considerada lapidaria: “Hay muchas sospechas — y más que sospechas — de que el patriotismo al calor de las iglesias se adultera, debilita y carcome”. Esta frase le valdrá al teórico nacionalsindicalista el sambenito de anticlerical y de enemigo de la Iglesia. Pero cuando se emprende con rigor una obra o la figura de un personaje hay que profundizar y analizar el contexto que le rodea. ¿Quién está en esa pugna estéril del XIX con una política de tales características? Sin decirlo explícitamente se está refiriendo a la CEDA a la que Ledesma siempre combatió duramente por su tibieza en lo nacional. Son los elementos que forman parte de ella, su líder Gil Robles y su portavoz periodístico El Debate de Ángel Herrera Oria –que años más tarde será ordenado sacerdote, llegando a ser obispo de Málaga y cardenal-, a los que se les podría  aludir un clericalismo desmesurado –también José Antonio llegó a achacarles algo parecido- y que habían en su día, en el caso de Herrera Oria precisamente, acusado a Ledesma de “hegeliano empedernido”.

No obstante hombres destacables de la jerarquía de la Iglesia condenaron esta parte de su obra por inapropiada (el Cardenal Gomá) y hasta digna de ser lanzada a la hoguera (el Padre Teodoro Toni). Ledesma quedaría para siempre como el gran “hereje” del patriotismo español. Pese a que tuvo amistades de sacerdotes que militaron en las JONS o colaboraron en La Conquista del Estado  –caso de Téofilo Velasco y Félix García Blázquez- es cierto que el filósofo tuvo escasa simpatía por el clero y esto, guste o no, no puede ni debe negarse. ¿Le imputaremos por ello ser una especie de Atila contemporáneo como muchos han pretendido? No. Sencillamente fue agnóstico, respetó la tradición católica y creyó que las luchas religiosas no podían plantearse ni llevarse al terreno político puesto que las prioridades eran otras mucho más urgentes.
 
Una de esas prioridades para Ledesma es la incorporación de los trabajadores a la lucha nacional. Es decir su nacionalización. Es indispensable esta meta pues la adhesión de buena parte de la clase trabajadora a la revolución nacional puede ser factor decisivo a la hora de la toma del poder.
 
Las juventudes tienen que buscar el apoyo de las clases populares, asalariados y pequeños agricultores. No queda otra elección. Hay que sacar de las clases trabajadores en todas sus capas firmísimos patriotas y revolucionarios. Ledesma cree que la solución de sus problemas traerá consigo además la solución de los problemas de España como Patria. De no ser así quedaría mutilada tal empresa.
 
Señala además que a las masas trabajadoras les interesa este patriotismo. Muchos de los males de España son similares a los que sufren aquellas y está destinada a enarbolar en gran parte la bandera histórica que nos libere considerando que “en las luchas contra el imperialismo económico extranjero, por la industrialización nacional, por la justicia en los campos, contra el parasitismo de los grandes rentistas, etc., la posición que conviene a los trabajadores es la posición misma del interés nacional”.
 
Pero Ledesma no pretende engañar a la juventud ni engañarse a sí mismo. Sabe que es difícil incorporarlas a un espíritu nacional brioso. El marxismo y el anarcosindicalismo tienen una base proletaria sólida. Es la juventud la única que puede tener éxito en conquistarlas para la causa nacional, con más dificultades si cabe que en otros países, pues es realmente su sitio aunque no lo crean. Aunque Ledesma confía plenamente en que pueden atraerse a un gran número de proletarios eso no conlleva a caer en la anarquía y en utopías absurdas propias del marxismo entregado por completo a la URSS. Las juventudes deberán ser “implacables, severas, con los núcleos traidoramente descarriados, que se afanan en dar su sangre por toda esa red de utopías proletarias y por toda esa red de espionaje moscovita, que se interpone ante la conciencia española de las masas y nubla se fidelidad nacional.” Nada de internacionalismos, nada de extranjerismos, nada de exotismos. La misión debe ser conducirlas a una lucha plenamente nacional y patriótica. De salvación de España.
 
La invocación final de Ledesma a las juventudes demuestra que ellos son quienes marcarán el destino de los españoles. No puede aplazarse porque es ya consigna mundial ese deber de la juventud en el orden nuevo que se avecina. Gracias a ella el marxismo ha sido aniquilado de toda Europa porque ha abrazado la juventud europea la idea nacional. España no puede llegar tarde a la hora decisiva. Es por ello que en esta invocación enérgica Ledesma les exige:
 
“La subversión histórica que se avecina debe ser realizada, ejecutada y nutrida por vosotros. Disputando metro a metro a otros rivales el designio de la revolución nacional.
 
Este momento solemne de España, en que se ventilarán sus destinos quizá para más de cien años, coincide con la época y el momento de vuestra vida en que sois jóvenes, vigorosos y temibles.
 
¿Podrá ocurrir que la Patria y el pueblo queden desamparados, y que no ocupen sus puestos los liberadores, los patriotas, los revolucionarios?
 
¿Podrá ocurrir que dentro de cuarenta o cincuenta años, estos españoles, que hoy son jóvenes y entonces serán ya ancianos, contemplen a distancia, con angustia y tristeza, cómo fue desaprovechada, cómo resultó fallida la gran coyuntura de este momento, y ello por su cobardía, por su deserción, por su debilidad?”
 
Aquí concluye el discurso a la juventud, pero no el “Discurso a las juventudes de España” en sí. En la última entrega expondremos como Ledesma, de forma genial, exprimirá todos los fenómenos que en los años treinta están en el corazón de Europa y la necesidad de España de participar en ese pleito, de forma ineludible, en sus dos famosas digresiones. Nos mostrarán la gran capacidad y talento del personaje y sus extraordinarias dotes de analista de los acontecimientos internacionales de su época.

 
Continuará…

martes, 19 de noviembre de 2013

ESPAÑOLES



"Nada queda fuera de mi alcance con diez dedos en las manos y ciento cincuenta españoles"

Alonso de Contreras

¿DE QUÉ VA EL "ORGULLO GAY"?



“Sodomizaremos a vuestros hijos… Los seduciremos en vuestras escuelas, en vuestros dormitorios, en vuestros gimnasios, en vuestros vestidores, en vuestros campos deportivos, en vuestras escuelas privadas, en vuestros grupos juveniles… donde quiera estén juntos hombres con hombres. Vuestros hijos se convertirán en nuestros servidores y seguirán nuestras instrucciones. Ellos serán remodelados a nuestra imagen. Todas las leyes que prohíben la actividad homosexual serán revocadas. En cambio, se aprobarán leyes que propagarán el amor entre varones. Todos los homosexuales deben estar juntos como hermanos; debemos estar unidos artísticamente, filosóficamente, socialmente, políticamente, y económicamente. Triunfaremos sólo cuando presentemos una cara común al cruel enemigo heterosexual” 

Michael Swift, “Gay Revolutionary”.



*Véase:
http://www.fordham.edu/halsall/pwh/swift1.asp

lunes, 18 de noviembre de 2013

QUEBRANDO EL ALBA

 
 
 
Era quebrando el alba,
cuando cantan los gallos
que a la puerta sonaron
golpes que llamaban
al arma y a rebato...

-¿Quié es? -dijo el solitario.
-Una vieja que pasa
llorando.
-¿Cómo te llamas?...
-España me llamo.

Y vistiéndose,
abrió la puerta
y la vio: harapienta
la que fue rica,
lúgubre como noche
en los descampados.

Y uno que pasaba dijo:

Nos han robado
España, hermanos,
coged los fusiles,
dejad los arados,
daremos la batalla
tronchando los nardos,
malos hijos
y traidores
nos vendieron
a los extraños:
no puede haber reposo,
para quien está,
en su tierra,
desterrado.

No puede haber
libertad a cencerros tapados.
No puede haber
consuelo,
alegría no puede haber
ni puede haber mayo.

España era aquélla
vieja que pasó llorando,
la que por la albada
despierta a sus hijos,
la que ha visto sus altares
profanados.

Campanas tañerán,
para llamar a los honrados,
a una lucha aquí y allá,
por los barbechos
y los sembrados.

Tierras de España,
de hombres pardos,
los de la boina
y las alpargatas,
los por el sol tostados,
los que faenan las aguas
y rompen los terrones
con el arado,
despertad, que están
llamando
a una lucha eterna
por Dios, la Patria y el Rey
que, encubierto,
está esperando.

Diego de Uroz